Por fin después de meses de arduo trabajo, Nathaniel estaba completamente libre, por lo que envió un mensaje a su novia para pasar algo de tiempo juntos.

Perfecto. Apresurándose, llegó rápido al pequeño local, aquel que tantas veces había visitado con sus amigos en el instituto. Ania estaba sentada al fondo, en esa sección algo apartada que tanto disfrutaba cuando se le ocurría ir allí a trabajar en algún manuscrito.

Sentándose a su lado, sorprendiéndola por el repentino toque, le besó la mejilla.

—Estás muy contento hoy ¿no? —dijo viendo la sonrisa de gato de Cheshire.

—He acabado todo el trabajo que tenía y me han dado una semana libre, soy todo tuyo —respondió mirándola directo a los ojos, divisó a la camarera yendo hacia ellos, libreta en mano—. Hola, podrías traerme un café solo, cargado.

—Claro —dijo la chica anotando el pedido, y luego retirándose.

El chico pasó un brazo por detrás del espaldar del sillón, encerrando a su novia en un cálido abrazo. Frente a ellos, la computadora brillaba con los documentos de Word abiertos, repletos de marcas rojas de correcciones; a un lado, se hallaba una libreta con anotaciones y consejos. Ania era muy meticulosa con su trabajo, tan apasionada y dedicada; y eso era algo que amaba de ella.

Después de beberse el café, Nathaniel apoyó su cabeza en el hombro de la fémina, permitiéndose relajarse con el aroma a vainilla de su cabello. Ania continuó leyendo el manuscrito, sin embargo, su mano se arrastró hacia el cabello del joven, pasando sus uñas contra el cuero cabelludo.

Así pasaron la tarde, en ese pequeño café, apartados de todos y disfrutando de esos momentos dulces llenos de caricias que los llenaba de amor.