ᴅɪ́ᴀ 16 ↦ ʀᴜᴛɪɴᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴍᴀɴ̃ᴀɴᴀ
Nath solía trabajar por las mañanas bien temprano, por lo que su día generalmente iniciaba entre las cinco y seis de la mañana. No es que le molestara, él era un madrugador.
Ania trabajaba desde casa la mayor parte del tiempo, pocas veces necesitaba ir a la editorial, por lo que no tenía una explícita necesidad de levantarse tan temprano como su novio. Lo que a ella le venía perfecto, porque era un ave nocturna.
Sus días comenzaban con Nath despertando temprano, darse una ducha, vestirse, tomar su desayuno, besar a Ania y marcharse; todo sin que su novia se enterara de algo. Tres horas más tarde, ella se despertaría completamente sola e iniciaría su día con su muy necesario café para ser una persona funcional –porque dormirse casi una hora antes que su novio se despertara no era de mucha ayuda– y se sentaría frente a su computadora a continuar con el trabajo que dejó pendiente en plena madrugada.
Era una rutina para ambos, pero lo que lo hacía especial, eran los pequeños detalles que ambos tenían con el otro.
Como Nath, que cada mañana enviaba un mensaje de buenos días en la hora exacta en la que sabía que Ania se despertaba. O Ania, dejándole su desayuno y almuerzo listo durante la noche, cosa de que cuando él se despertara tuviera algo saludable para comer, aunque ella estuviera en el quinto sueño.
Pero lo que más amaban, era esos días en los que su rutina se rompía.
Ania solía aparecer por la comisaría con café de forma repentina; se aseguraba de que él no la viera, dejando el vaso en su escritorio, listo esperando por él. Siempre con una frase de amor o una motivacional, escrita con marcadores de colores y dibujos de corazones.
Nath por otro lado, amaba ver la expresión de sorpresa en su rostro cuando aparecía de repente en el departamento a la hora del almuerzo sin decirle nada. Quizá esos días eran los días en que menos comían, porque no alcanzaba el almuerzo para dos personas, y sin embargo, eran los que más disfrutaban.
Los fines de semana, era diferente.
Solían quedarse en cama lo más que pudieran, simplemente abrazados; o al menos lo más que Nathaniel aguantara. Él no era precisamente muy amante de quedarse en cama todo el día.
Desayunaban juntos, viendo alguna serie –generalmente, eran caricaturas, Ania amaba las caricaturas de los fines de semana por la mañana– acompañados de Blanca. Luego Ania colocaría música y limpiarían el departamento hasta la hora del almuerzo.
Nath disfrutaba de verla bailar por la sala; con un pañuelo en la cabeza, descalza y con la escoba en mano como si de un micrófono se tratara. Ania adoraba como él solo se encogía de hombros y le tomaba las manos, uniéndose a ella en el baile, cuando ella lo invitaba.
Su rutina quizás no fuera perfecta ni idealizada, pero era suya y la amaban.
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