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『E』『p』『í』『l』『o』『g』『o』

El sol brillaba en todo su esplendor, haciendo que todo aquel que deseara alzar la vista al cielo, se viera en la necesidad de cubrir sus ojos.

Las ocho cascadas que formaban el círculo que encerraba al pueblo, ahora mucho más poblado que en tiempos atrás, permanecían con abundante agua que caía hasta los pequeños ríos que rodeaban estratégicamente la ciudad.

La flora era tan abundante que el paisaje podría denomimarse como un cañón rodeado por cascadas y campos de césped, árboles, arbustos...

Tampoco podían faltar los animales, esa fauna que sólo una vez hubieron salido al mundo exterior pudieron conocer. Habían vacas, caballos, ovejas, perros, gatos, aves de todo tipo, peces, cerdos ¡Incluso reptiles!

Y por último, pero no menos importante, estaba el pueblo.

Bueno, ahora era lo que se podía llamar una verdadera ciudad, que abarcaba una enorme área del cañón donde estaba asentada.

Habían montones de edificios, casas, parques, y una pequeña cuevecilla que servía de tránsito para llegar a una hermosa playa.

Y como se veía, no había palacio alguno.

El pueblo de Skygall jamás volvería a caer en las enredaderas de la envidia y la avaricia, y por ello, nadie gobernaba.

Porque era un pueblo con todos y para el bien de todos, sin necesidad de alguien que decidiera qué hacer con las decisiones tomadas por los ciudadanos.

De eso, ellos mismos se encargaban, pues usualmente solían hacer elecciones.

De los cristales, casi nada quedaba.

Luego de años y años trabajando arduamente por conseguir levantar desde cero una ciudad completa, los cristales fueron dejados en la cueva donde estaban y sólo algunos quedaron como recuerdo en los museos.

Esa cueva de donde alguna vez hubieron salido, ahora no era más que un sitio de relajación y melancolía donde muy pocos gustaban ir a visitarlo, y lo hacían mayoritariamente para visitar el cementerio, pues eso era la cueva; un cementerio de personas, y de recuerdos.

Lo único que siguieron poseyendo que no estuviera relacionado con la nueva y desarrollada vida que llevaban, era el hecho de que todos se mantenían jóvenes y frescos, a pesar de su edad.

En otras palabras, seguían dejando de envejecer a los treinta años.

Eso les resultaba conveniente, pues la única causa de muerte de los habitantes de Skygall eran enfermedades terminales (como la que alguna vez tuvo HoSeok) o asesinatos (porque, por mucho que se luchara para erradicar ese tipo de sucesos, era imposible que el vandalismo desapareciera).

NamJoon dormía plácidamente con su cabeza incrustada en la almohada.

Su profesión como doctor lo obligaba a que, al menos una vez al mes, tuviese que trabajar hasta querer dormir un día entero en cuanto hubiese tocado el suelo de su hogar.

Pero su sueño se vería frustrado por varias manitas posadas sobre todo lo largo y ancho de su cuerpo.

Dos pares de manos en sus muslos, otros cuatro sobre su espalda, y finalmente uno que le jalaba el cabello.

-¡Papá!¡Papá!¡Papá!¡Papá!¡Papá!¡Papá!-exclamaban todas aquellas vocecitas. Bueno...no todas, sólo aquellas cuyos dueños ya sabían expresarse, pues uno de ellos apenas y sabía balbucear, y ese era el encargado de jalar los cortos mechones de cabello de NamJoon.

El chico soltó un largo suspiro para luego voltearse y reír.

Por muy loco que parezca, a él le encantaba despertar de esa manera.

Abriendo sus ojos, logró identificar las figuras de cada uno de sus hijos.

SooYoung y su mellizo, MinSoo, eran quienes sacudían sus piernas.

TaeHwa, YeoWang, MinGyu y JongSan eran los encargados de su espalda.

Y finalmente, su pequeña ChaeMin era quien aún permanecía jalando su cabello.

-Buenos días para ustedes también, niños-enarcó una ceja y sus labios esbozaron una burlona sonrisa.

-¡Padpi!-exclamó la pequeña ChaeMin, enrollando sus gorditos bracitos en el cuello de su progenitor.

El chico se sentó sobre la cama con la niñita de pie sobre su regazo (pues la poca altura de ChaeMin apenas y la dejaba llegar al pecho de NamJoon) y siguió sonriendo a sus hijos.

Pero sonrió aún más cuando a la escena se sumó SunMi, quien venía con un pequeño carrito en el cual traía, al parecer, el desayuno de todos los presentes.

-¿Otra vez despertando a su padre, niños?-reclamó-¿No ven que está cansado? Ayer llegó muy tarde en la noche-habló mientras iba dándole los vasos de leche a cada uno de sus hijos mayores. El biberón de la menor del grupo se lo entregó a su esposo para que este se encargara de alimentarla.

-¡Es que hoy vamos a ver a los tíos y los primos y todos debíamos levantarnos temprano!-chilló una emocionada YeoWang.

-¡Joder!-susurró para sí mismo mientras chocaba la palma de su mano contra su frente.

-Lo olivdaste ¿cierto?-ahora era MinSoo quien se burlaba de su padre.

-¿Cómo se te pudo olvidar algo así?-reclamó MinGyu.

-La primita HyeMi nació hace unos días y no hemos ido a verla-negó TaeHwa-¡Yo quiero conocerla!

-No hemos ido porque los tíos estaban en el hospital aún-dijo SunMi.

-Aunque yo sí la ví-sonrió NamJoon-. Soy doctor de ese hospital y pude ver a la niña primero-canturreó para luego sacarle la lengua a sus hijos mayores.

Y sí, así eran las mañanas en esa casa y con esa familia.

NamJoon y SunMi siempre estaban en constante competencia con sus hijos y viceversa.

Eso era algo que se les había contagiado de la familia amiga.

-¡Eso no es justo, papi!-lloriqueó JongSan.

-Papá...mientras más viejo te pones, peor eres-rió SooYoung.

-¡Yah!¡Más respeto, muchachita!¡Soy tu padre!

.。.:*✧✧*:.。.

La familia Kim caminaba al punto de encuentro con los Jeon: un claro cerca de una de las cataratas, donde siempre solían reunirse para tomarse un descanso de sus jornadas laborales.

-¡Ya llegaron!-chilló NaHee.

De inmediato, los quince más jóvenes de la familia Jeon, obviamente a excepción de la recién nacida, corrieron al encuentro con aquellos que llamaban tíos y primos.

Dichos quince muchachos ya no eran más unos niños, sino unos veinteañeros, al contario de los siete Kim, cuyas edades aún variaban entre los diez y cinco años, con la excepción de ChaeMin que apenas y contaba con uno.

Pero era ese preciso detalle el que los llevaba a tener la mejor de las relaciones.

Dejando a ChaeMin en brazos de BeomGyu, NamJoon y SunMi caminaron hasta llegar a sus amigos.

SooRa sonreía mostrando sus dientes, al igual que JungKook, sólo que era él quien sostenía a su pequeña bebé.

-¡Felicidades!-celebró SunMi, abrazando a sus amigos, teniendo especial cuidado con JungKook y la recién nacida, en quien se vió posada toda su atención en cuestión de segundos-¡Oh! Mira esto-infló sus mejillas-¡Qué beba más linda! Se nota que la hicieron con mucho amor-rió, acariciando con la yema de su dedo índice la mejilla de la niña, quien dejó escapar una pequeña sonrisilla-¡Aww! Muero de ternura-chilló, pero hizo todo lo posible para que su chillido no fuera tan alto y así no molestar a la niña.

-¿Quieres cargarla?-le sonrió JungKook.

-Eso no se pregunta. Tú me das a la niña y listo-responde SunMi, pretendiendo sonar ofendida.

-¡Hey! Sexteto de mocosos ¿No querían ver a la niña?-habló NamJoon, llamando a sus hijos.

-¡Cierto!-exclamaron los seis al unísono, provocando las risas de sus ajenos.

-¿Quiénes son los olvidadizos ahora, eh?-se burló su padre y los niños lo fulminaron con la mirada.

Definitivamente se divertían y pasaban un excelente tiempo juntos, los veintisiete.

Y mientras una presentación a la nueva integrante de la familia Jeon daba lugar, una joven mujer, de cabellos cobrizos y piel ligeramente tostada, caminaba con sus pies descalzos justo por las calles del centro de la ciudad.

Con una corona de flores en su cabeza, unos brillantes aretes de cristal haciendo juego con la sombra entre azul y morada de sus ojos, un vestido con esas mismas tonalidades, rodeado de cristales brillantes y una blanca manta tejida a mano cubriendo desde sus antebrazos, dicha mujer observaba todo a su alrededor con admiración y la sonrisa en su hermoso rostro lo demostraba.

Las personas en la calle la miraban confundidos.

Y no es para menos, pues el siglo XX había llegado y con ello, nuevas modas. Además del hecho de que todos portaban zapatos y bueno, esta chica dejaba que sus finos pies se ensuciaran con el pavimento y el polvo de las aceras y calles. Y por si fuera poco, portaba prendas de cristales, esos que siempre serían reconocidos por cualquier habitante de Skygall gracias a su distintivo brillo; y los Laith desde hacía ya muchos años que estaban en desuso.

Pero a esta mujer poco le importaba las miradas que recibía.

Ella prefería deleitar sus ojos con las vistas que ofrecía la ciudad.

Después de todo, nadie podría reconocerla, pues desde hacía siglos que no mostraba su rostro, y las estatuillas que los pueblerinos tenían de ella no mostraban su verdadera forma. Incluso pensaban que era rubia, y eso la hacía reír.

Entre pasos y varias paradas que hizo para observar a detalle alguna cosa que hubiese llamado su atención, logró llegar a las afueras del pueblo; ese lugar que desde que puso un pie en Skygall estaba buscando.

Aunque no buscaba precisamente ese lugar, más bien, a las personas que estaban en él.

Sonriente, corrió hasta posarse frente al gran grupo de personas que disfrutaba de una animada plática.

-¿Disfrutando luego de haber salvado al reino de Skygall?-habló, sentandose en el bajo césped, junto a las familias, más específicamente, en el medio de MinKi y YeoWang.

Algunos niños dejaron escapar un pequeño gritito del susto, pues nadie esperaba que una extraña interviniera en su conversación.

-Perdone, señorita, pero...¿Sería tan amable de decirnos quién es?-habló BeomGyu con total cortesía, cosa que hizo a JungKook y SooRa sonreír orgullosos.

-¡Oh! Cierto. No me reconocen-sonrió, y rió al ver los confundidos rostros de los ajenos-. Les haré un rápido resumen de mi vida-dijo, animada-. Hace más de cinco siglos que nací, mis padres me educaron para gobernar un enorme reino y sus subreinos allá en las nubes-señaló con su dedo índice hacia arriba-, y eso he hecho toda mi vida, además de controlar los cristales Laith, claro-rodó los ojos en una mueca de obviedad-. Mi nombre es Ari, pero ustedes me agregaron eso de diosa.

-¿¡Qué!?

Ari no pudo evitar estallar en carcajadas y cuando se hubo calmado, volvió a tomar la palabra.

-Fui yo quien desterró el subreino de Skygall por las poco sutiles fanfarrias que cometían sus gobernantes en aquel momento. No quería, pero no tenía opción alguna-se encogió de hombros-. Durante siglos estuve esperando a que se dignaran a salir de la cueva y no esperé que un inconveniente con los cristales los llevara a salvarse.

-¿Un inconveniente?-preguntó NamJoon.

-Que los cristales se apoderaran de las emociones negativas de las personas fue un error que hasta hace poco fue que logré enmendar-suspiró-. Pero me alegra que todo haya salido bien. Y te pido disculpas de antemano, JungKook-sonrió de lado-. No era mi intención que mis cristales te corrompieran.

-Pasado pisado-sonrió amable el aludido.

La pequeña HyeMi comenzó a lloriquear en los brazos de MinHee, y toda la atención se centró en ella.

-¿Puedo cargarla?-pregunta la diosa, señalando a la niña.

Los padres asienten y MinHee le entrega la niña a Ari.

-¡Qué belleza de criatura!-elogia mientras mece a la bebé, quien casi de inmediato deja de llorar-. Han tenido mucha suerte de tener hijos tan lindos.

Los adultos sonrieron con contentura, aún más SooRa y JungKook, pues, su edad no les era un impedimento para tener un retoño. Eran prácticamente inmortales y sus cuerpos seguirían jóvenes hasta su muerte.

-Ehm...no es por ser grosero, señorita-sonrió TaeHyung-. Pero me gustaría saber el motivo de su visita a nuestro pueblo.

-Es un honor recibirla, claro-añadió SeulGi.

-Pero es extraño ver a una deidad como usted por aquí-culminó SooRa.

-Realmene prefiero pasar más tiempo aquí abajo que sentada en mi trono de cristal allá en mi palacio-se encoge de hombros-. Vine a pasear y felicitarlos por el excelente trabajo que hicieron para sacar al pueblo de Skygall de la miseria de vivir a oscuras y, por supuesto, de restaurarlo también-explicó-. Hasta ahora no he podido venir, pero les he traído un presente.

Dejando a la pequeña HyeMi de vuelta en los brazos de su padre, Ari se colocó de pie y juntó ambas manos en forma de cuenca.

Abultó sus labios, sopló suavemente sobre sus extremidades y de estas, comenzaron a salir blancos destellos.

La deidad alzó, con impulso, sus manos al cielo y dichos destellos se expandieron por todo el lugar.

En menos de lo que se pudieron imaginar sus contrarios, una luz blanca los estaba cegando, y al abrir sus ojos, notaron la ligera modificación que la diosa hubo hecho.

En las ramas de los árboles, a las orillas de la cascada dejando fluir una armoniosa melodía, en cualquier punto del césped, incluso en las murallas que rodeaban el pueblo, estaban incrustados, otorgando un suave brillo, múltiples de cristales Laith, así como también diminutas setas.

Tanto los Jeon como los Kim miraron a sus alrededores y se percataron de que los cambios también habían ocurrido en la ciudad.

-Los cristales Laith los volverán a acompañar, esta vez para establecer el bien-dictaminó la diosa-. Y esas setas, son las que los conectan con un reino muy cercano que también radica por estos lares: el reino de las hadas. En cuanto a los lobos...-se quedó pensativa-, ya veré la forma de hacerlos comunicarse con ellos, pero mientras tanto, disfruten de sus regalos. Se lo merecen-sonrió alegre, al ver la misma sonrisa plasmada en los labios de los integrantes de aquellas dos familias amigas.

Porque ese era el inicio de una nueva etapa, no sólo para el reino de Skygall, sino para los otros dos que lo acompañaban.

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