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ᑕᗩᑭITᑌᒪO -48

El poder de Seth, que había llevado a Ekaia a convertirse en un imperio temido, comenzó a volverse una carga insostenible para su propio pueblo. Lo que en un inicio eran conquistas de territorios estratégicos pronto se transformó en una macabra cacería.

La obsesión de Seth por dominar no se limitaba ya a las tierras; ahora dirigió su mirada hacia los alfas y omegas, quienes se convirtieron en las nuevas víctimas de su ambición desmedida.

Con la sustancia SG-6x en sus manos, Seth encontró la herramienta perfecta para consolidar su poder. Los alfas capturados eran forzados a integrarse a su escuadrón personal, donde la sustancia alteraba sus cuerpos y mentes, transformándolos en guerreros letales y sumisos, despojados de voluntad propia.

Los omegas, en cambio, sufrirían un destino aún más cruel: eran modificados y convertidos en productos para la venta y el abuso, objetos de placer que alimentaban un lucrativo mercado entre las élites degeneradas que respaldaban a Seth a cambio de estas “mercancías”

La cacería no se limitó a las manadas enemigas. Pronto, incluso los aldeanos de Ekaia comenzaron a vivir con miedo. Nadie estaba a salvo de las garras del líder. Los rumores de familias arrancadas de sus hogares y omegas desaparecidos se extendieron como un veneno, dejando a todos en un estado constante de terror.

El pueblo, que alguna vez había alabado a Seth como el arquitecto de su grandeza, ahora lo veía como un monstruo insaciable.

Las protestas comenzaron, pero Seth las aplastó sin piedad. Para él, no había espacio para la debilidad ni para la disidencia. Los que se atrevieron a cuestionarlo fueron eliminados, mientras que los demás aprendieron rápidamente a callar y a agachar la cabeza.

En la magnificencia de su palacio, Seth reposaba en su trono, la arrogancia impregnando cada movimiento. Alrededor de él, un grupo de hermosos Omegas atendía cada uno de sus caprichos, sirviéndole con una obediencia casi reverencial.

Sin embargo, aquella atmósfera de complacencia fue abruptamente interrumpida cuando un grupo de hombres entró al salón con pasos temblorosos. Apenas cruzaron el umbral, se inclinaron profundamente, sin atreverse a levantar la mirada hacia su líder.

—S-señor… el prisionero escapó —balbuceó uno de ellos, la voz cargada de pavor.

—¡¿Cómo que escapó?! —vociferó, el rugido que brotó de la garganta de Seth resonó como un trueno en la sala, desgarrando el aire, su mirada ardía con un fuego que parecía capaz de consumirlo todo.

Los Omegas retrocedieron de inmediato, temblando bajo el peso de su furia. Con un gesto brusco, Seth los apartó como si fueran meras molestias, ordenándoles con un gruñido que abandonaran el lugar.

El hombre tragó saliva, incapaz de controlar el temblor de sus extremidades.

—F-fuimos a dejarle comida, pero… en un descuido, se transformó y robó uno de los caballos. Lo seguimos, pero… no pudimos alcanzarlo. Más tarde, solo encontramos al caballo abandonado.

Seth golpeó el brazo de su trono con tal fuerza que el eco retumbó en las paredes de mármol.

¡Inútiles! —espetó con una voz que vibraba de pura furia.

En un movimiento tan rápido que apenas fue un destello, desenvainó su espada. Antes de que el beta pudiera reaccionar, el filo de la hoja cortó limpiamente su garganta.

El hombre cayó al suelo en un charco de sangre, seguido por sus acompañantes, que fueron despachados con la misma implacable precisión.

El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por la respiración agitada de Seth. Su ira burbujeaba como lava bajo la superficie, amenazando con desbordarse.

Ese hombre, el prisionero, no era un simple cautivo; era el plan B, el as bajo la manga si el mapa no aparecía. Había mantenido con vida al intruso por necesidad, pero ahora… ahora estaba suelto. Y encontrar el mapa se había vuelto una prioridad absoluta.

—¡Llamen a la perra de Marajha! —ordenó, su voz cargada de un odio profundo que hacía temblar incluso las paredes del palacio.

El viento suave acariciaba su rostro, una caricia que, más que reconfortarla, estremecía su alma rota y solitaria. Una alma que yacía abandonada bajo los escombros de una tormenta atroz que no la dejaba escapar. Estaba agotada, no solo de cuerpo, sino de espíritu.

Cansada de vivir en una existencia que, hace dos años, había dado un giro impresionante del que nunca pudo reponerse. Aún no lograba asimilar la pérdida.

Cada día, desde que supo que en ese mismo lugar había sido el último aliento de Denix, se encontraba frente al río, observando el horizonte, buscando una respuesta que bien sabía que nunca obtendría.

El canto de un pájaro rompió el silencio, un dulce silbido que salió de sus labios, el mismo que Denix solía devolverle. Era el silbido que compartían, el que ella y Denix habían creado para comunicarse.

Ahora era un silbido vacío, un eco solitario que ya no tenía razón de ser. Su significado perdió sentido, ahora solo era el sonido de una ave abandonada, sin compañero, perdida en su propio canto triste.

De la guerrera poderosa y feroz que una vez fue, no quedaba nada. Su aspecto, deteriorado, revelaba a alguien que había sido golpeada por el tiempo y las decisiones.

Ella misma no podía reconocer la persona que se miraba en el reflejo. El día en que entregó su lealtad a Seth, se sintió humillada, pero también lo aceptó, creyendo que de alguna forma lo merecía.

Esa lealtad rota había sido su condena, y ella se aferraba a su sufrimiento como si fuera su único castigo. Vivía, no por necesidad, sino por un dolor que sentía debía pagar, como si la culpa misma fuera su penitencia, la que debía cargar hasta el último de sus días.

Merecía todo lo que había recibido, todo lo que Seth le había hecho, porque ella misma había sido la arquitecta de su propia caída. De ser la líder imponente que comandaba escuadrones y diseñaba estrategias, pasó a ser una sombra, una herramienta de burlas para los demás.

Su único propósito ahora era limpiar armas, alimentar caballos y cumplir con el trabajo más bajo y humillante, siempre con la sensación de que no importaba lo que hiciera, no era suficiente castigo. Su piel, pálida como un cadáver, solo reflejaba el agotamiento de una vida que ya no tenía sentido.

El aire de un alfa había desaparecido por completo, y frente a ella solo quedaba el vacío de una persona sin voz, sin poder, atrapada en ese lugar macabro, condenada a ser un espectro de lo que alguna vez fue.

Hoy sería la última vez que visitaría ese lugar, la última vez que emitiría ese silbido vacío. No tenía derecho a volver ni a llamarlo de nuevo.

Había hecho algo imperdonable; había obedecido al enemigo. Sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes, y su alma cargaba con el peso de ser cómplice en la trata de Omegas, aquello contra lo que Denix había luchado con tanta fuerza para erradicar. Ahora, ella era parte de las mismas atrocidades que él había intentado destruir.

No tenía rostro para siquiera pensar en Denix, mucho menos para invocarlo con ese silbido que una vez significó esperanza.

Cada vez que cerraba los ojos, el recuerdo la asaltaba como una sombra que no podía disipar. Aún podía ver con claridad el día en que Seth la llamó. Recordaba sus palabras, el tono venenoso con el que le ofreció una “oportunidad” para serle útil.

Esa oportunidad no era más que una sentencia disfrazada. Ella lo sabía desde el principio, pero eligió seguirle el juego.

La culpa se había convertido en su compañera constante desde entonces, un recordatorio silencioso de que había traicionado todo aquello por lo que alguna vez luchó y creyó.

Flashback….

Tengo un trabajo para ti —dijo Seth, el alfa, mientras deslizaba un pedazo de papel desgastado frente a ella.
Marajha, de pie, quiso negarse de inmediato, pero sabía que no podía.

—¿Trabajo? ¿Qué tipo de trabajo? —preguntó con desconfianza, tratando de mantener la compostura.

—Buscarás el mapa Hуомо para mí —ordenó sin rodeos, su tono como una daga que atravesaba cualquier resistencia.

Marajha, confundida, frunció el ceño. ¿Un mapa? ¿Qué tenía eso de especial? No sabia qué responder.

—Es un mapa que conduce a tierras escondidas. Lo quiero ya. No me importa cómo lo hagas, pero sé que eres buena localizando cosas. Mi hermano siempre te elogiaba a ti y a su equipo… lástima que los demás decidieron desafiarme. —Su mirada se endureció mientras daba el golpe final—. Así que, Marajha, esta será tu primera misión bajo mi mando.

Ella sintió un escalofrío. Todo dentro de ella le gritaba que se negara.

—Y si me niego? —preguntó, aunque sabía que la respuesta no sería agradable.

Seth soltó una risa baja y peligrosa.

—No hay lugar para eso… a menos que quieras que tu pequeño hijo pague las consecuencias.

Las palabras la golpearon como un relámpago. Quiso replicar, decirle que no tenía pareja ni hijos, pero entonces su mente se llenó con la imagen del pequeño de ojos bicolor. ¿Cómo sabía él de eso?

—Ay, Marajha, me sorprende que seas tan ingenua. Tú, parte del equipo de inteligencia y líder de más de 3.000 soldados bajo el mando. Sé todo sobre ti. Sé que visitas ese río todos los días, y sé también que una vez al mes vas a ese lugar donde un bebé está siendo cuidado por esa vieja partera. No tienes escapatoria.

Marajha sintió cómo se le helaba la sangre.

—¡Tú, maldito! —espetó, su voz temblando entre furia y desesperación.

Había estado tan consumida por el dolor y la culpa que no cuidó sus pasos. Ahora, el único lazo que le quedaba con Denix estaba en peligro.

Había protegido al pequeño con todo su ser, ocultando su identidad. Las pócimas que le daban escondían su cabello blanco y su naturaleza lobuna durante un tiempo, pero le daba terror que fuera descubierto por Seth; porque si Seth lo descubría terminaría de la misma manera que sus padres y hermanos. Y eso era un riesgo mortal.

—No te atrevas a tocarlo —advirtió, su voz cargada de pánico.

Seth sonrió satisfecho.

—Eso depende de ti.

Sin más opción, Marajha puso todo su conocimiento y contactos para localizar el mapa. Tras semanas de búsqueda, lo consiguió.

—Está en Maerys —informó finalmente, su voz apagada.

—Maerys? —murmuró Seth, divertido. La ironía lo hizo sonreír. Ese lugar pertenecía a uno de los antiguos jefes del consejo de su padre. Estaba tan cerca todo este tiempo…—. Muy bien, así me gusta. Ahora quiero que lideres un escuadrón y te encargues de tomar la manada de Maerys. Quiero el mapa Hуомо aquí, en mis manos.

Marajha lo escuchó en silencio, sintiendo el peso de cada palabra.

—Será fácil para ti —continuó Seth con tono despreocupado—. El líder es un viejo en sus últimos, sin herederos y consumido por la muerte de su única hija. Maerys no será difícil de conquistar. Esta será tu última tarea, y después… te dejará libre.

Las palabras sonaban tentadoras, casi dulces. Cegada por la posibilidad de libertad y la seguridad del niño, Marajha accedió.

Con frialdad y eficiencia, cumplió con las crueles órdenes de Seth. Arrasaron Maerys sin piedad, destruyendo todo a su paso, dejando solo a los Omegas y alfas con vida para ser llevados al laboratorio.

—Aquí está el mapa. Destruimos el lugar, y los Omegas y alfas fueron capturados como ordenaste —reportó Marajha con una voz mecánica, carente de emoción.

Seth ascendió, satisfecho. Un gesto de su mano indicó que podía retirarse.

Por un instante, Marajha reunió el valor para preguntar si finalmente había ganado su libertad, pero antes de que pudiera hablar, Seth le lanzó una mirada tan gélida y furiosa que cualquier palabra murió en su garganta. Lo entendió de inmediato.

No habría libertad.

Fin del flashback…


Estaba muerta en vida, atrapada en un vacío donde cada aliento parecía una condena. No sabía qué rumbo tomar, y lo único que aún la ataba a ese mundo era ese bebé… y ni siquiera a él había logrado proteger.

La impotencia la consumía, se sentía inútil, una sombra de lo que alguna vez fue. Pero, por última vez, haría un esfuerzo. Haría lo imposible por salvarlo.

Esa misma noche sacaría al bebé ya la anciana de Ekaia. Les encontraría un lugar seguro, uno donde jamás fueron encontrados, donde podrían vivir en paz, lejos de la oscuridad que ella misma había traído sobre sus vidas.

Después de eso… quizás buscaría la manera más sencilla de acabar con su propio sufrimiento. No tenía sentido seguir, no después de todo lo que había hecho.

Había aceptado, finalmente, que era una cobarde. Nada le importaba ya. Después de todo, al final, la persona que alguna vez le brindó sus alas como refugio, ella misma las había destruido, cortándolas sin piedad con sus propias manos.

Pero, como tantas veces antes, falló. Ni siquiera fue capaz de cumplir con esa última promesa.

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𝘋𝘢𝘵𝘰: 𝐸𝑙 𝑣𝑖𝑒𝑗𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑞𝑢𝑒 ℎ𝑎𝑏𝑙𝑎 𝑆𝑒𝑡ℎ 𝑒𝑠 𝑒𝑙 𝑝𝑎𝑝𝑎́ 𝑑𝑒 𝑆𝑒𝑙𝑒𝑛 𝑙𝑎 𝑂𝑚𝑒𝑔𝑎 𝑑𝑖𝑓𝑢𝑛𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝐸𝑛𝑟𝑖𝑘, 𝑒𝑙 𝑣𝑖𝑒𝑗𝑜 𝑐𝑎𝑦𝑜́ 𝑒𝑛 𝑑𝑒𝑝𝑟𝑒𝑠𝑖𝑜́𝑛 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑢𝑒́𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑢𝑒𝑟𝑡𝑒 𝑑𝑒 𝑠𝑢 ℎ𝑖𝑗𝑎...

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