μεράκι
"El arte sólo es arte si te hace sentir algo". De pequeño, Minghao, aquel que alguna vez fue su mejor amigo, solía repetirle aquello cada que tenía la oportunidad; siempre tratando de validar cualquier sentimiento arraigado a mirar una obra nueva.
Quizá es por eso por lo que Wen Junhui se terminó convirtiendo en un artista él mismo. Buscaba tan desesperadamente evocar el amor y la felicidad en las personas a través de sus propias esculturas, que olvidaba hacerlas como él mismo lo deseaba. Él pensaba que lo único importante en el arte era la felicidad, ¿por qué las personas debían sentir algo como tristeza u odio? El arte solamente debía hacerte amarlo, una idea contradictoria a cualquiera que Minghao trató de arraigarle en su niñez.
Junhui esculpía con pasión, se desvivía por obtener siempre resultados que evocaran el júbilo. Para los demás, jamás para él. Porque estaba tan perdido que no tenía manera de encontrarse.
Fue así como un día, cansado un poco de crear arte para alguien más, completamente decidido a encontrarse una última vez, crearía la primera obra de arte que nunca exhibiría.
No lo dudó ni un solo momento, comenzó apenas tuvo la oportunidad. En cada pequeño espacio de tiempo libre que tenía entre su apretada agenda, cortaba y esculpía el mármol, incluso pegaba los pequeños trozos que le hacían falta con polímeros, siempre asegurándose de rozar lo que él consideraba como perfección.
Esperó a que el invierno comenzara. Soltó el cincel y la gradina que sostenía, su impacto resonando en las paredes de la amplia habitación, y admiró lo que hasta aquel momento podría considerar la única obra de arte para él mismo.
Sonrió en admiración de su propio trabajo. Se trataba de un chico precioso, cada músculo en su cuerpo perfectamente detallado, la piel impecable, tan lisa como el mismo mármol lo permitía, llena de pequeños puntos que imitaban constelaciones sin nombre; los ojos abiertos y brillantes, llenos de una emoción totalmente enigmática; los mechones de cabellos ondulados simulando uno a uno el roce de una ligera brisa en el verano.
Junhui pasó su palma sobre la delicada mejilla de la escultura, el mármol estaba tan frío que sintió su piel congelarse incluso a través de los guantes que llevaba. Alzó una ceja ante la sensación. Recorrió los pómulos y después bajó hasta la mandíbula marcada.
—¿Será extraño si te nombro?, ¿o preferirías nombrarte tú mismo? —bromeó, porque aquella bella escultura jamás tendría voz.
Recogió su pequeño desastre y salió de la habitación, encontrándose de inmediato en su jardín. El verde de la flora lo envolvió cálidamente de inmediato, aprovechó aquel momento y se sumergió en los olores y los suaves aromas de las flores antes de que la nieve las enterrara sin conmiseración.
Tal y como había deseado, la escultura que talló con sus propias manos lo hacía llenarse de un sentimiento indescriptible cada vez que la veía. Ciertamente no se trataba de alguna clase exótica de felicidad.
Junhui nunca fue del tipo de artista que nombraba a sus obras, no. Él era del tipo que trabajaba para los demás, si vendía alguna pieza siempre era el nuevo dueño el que se encargaría después de darle una identidad propia a la escultura; pero esta vez era diferente. Seungkwan, como había nombrado a su obra maestra, se sentía extraño, casi impropio. Era como si Junhui lo hubiera tallado sin siquiera tener conciencia plena de lo que en realidad hacía.
Simplemente era extraño, ajeno.
Aún después de todo, e indudablemente, Seungkwan era una pieza digna de admiración, podría fácilmente ser la exhibición principal en cualquier museo de arte.
Fue en la segunda mitad del invierno cuando por primera vez soñó con él. Y cuando despertó, Seungkwan aún se sentía real en sus recuerdos, como si en realidad hubiera estado a su lado en toda la fría noche.
Así sucedió por un par de días más. Junhui se aseguraba de deleitarse con el delicado porte de Seungkwan a diario, pasaba a verlo por las mañanas, después de levantarse y por las noches, antes de ir a dormir.
Minghao apareció una tarde de esas. Junhui lo recibió con desconfianza, pero al final terminó dejándolo indagar en cada una de sus recientes obras.
—Esta es linda —dijo cuando encontró la obra maestra del artista —. Deberías venderla, te pagarían muy bien.
Junhui tomó el antebrazo de Minghao y lo arrastró fuera de aquella habitación, de pronto sintiéndose molesto de que alguien más tuviera el privilegio de admirar a Seungkwan.
—Ya me pagan bien. No venderé nada.
El menor se alzó de hombros, restándole importancia. Junhui había cambiado tanto a lo largo de los años. Era tan diferente y parecía que nunca para bien. Quizá jamás entendería que el arte sería arte incluso si te hacía llorar o enfadarte.
Minghao no regresó a la casa de Junhui, lo que fue un gran alivio para el mayor.
Junhui buscó el momento oportuno y, cuando su nombre como escultor había llegado hasta el lugar más alto del podio, se desvaneció como polvo en su propio hogar.
Construyó una barrera irreal para no tener que encontrar a nadie más. Porque con Seungkwan a su lado ya lo tenía todo.
Dejó de esculpir, se dedicó a la pintura y la escritura. Todas sus obras siempre llevándolo al predecible final donde Seungkwan, siendo mármol puro, jamás podía esperar por él.
Junhui nunca se había enamorado. Alguna vez, cuando era un niño, creyó haber caído por Minghao, pero no tardó en nota que aquello no había sido más que un gusto pasajero.
Pero ahora las cosas se sentían diferentes para Junhui. Bien sabía que era imposible, pero al igual que en algún punto había sido inimaginable crear una figura tan perfecta como lo era Seungkwan, Junhui sospechaba haberse enamorado de su misma obra de arte. Inaudito.
Temía por su propia cordura, el aislamiento lo estaba afectando desde sus raíces, y no podía darse el lujo de morir en el olvido. Su ego era tan grande que lo incitaba a regresar a su antigua vida, con una exorbitante entrada triunfal al mundo de las bellas artes.
Acaricio el mármol suave de Seungkwan. Tan precioso como siempre y tan frágil como una eternidad. Pero Seungkwan seguía siendo una escultura tallada por un par de manos mundanas, jamás podría alcanzar la perfección y, ciertamente, se trataba de la única obra de arte que instigaba a Junhui a pecar.
Tomó el mazo que jamás usaba, ese que se arrinconaba en polvo, y se acercó de nuevo a la escultura. Era una acción sencilla. Destruida no haría daño, liberaría a Junhui de las fantasías que creaba. Después, Junhui le pediría perdón a Minghao por desaparecer y, al final, volvería a la fama como si jamás se hubiera ido.
Alzó la herramienta sobre su cabeza y tragó en seco. Junhui estaba seguro de que si Seungkwan pudiera moverse estaría llorando, quizá incluso él mismo lloraría después de destrozar su obra.
Dio un paso hacia atrás, de pronto indefenso. Ya podría deshacerse de aquella roca blanquecina y preciosa el día de mañana.
La taza de café cayó directo al pulcro piso, manchándolo a su paso de un marrón obscuro que se extendía como la sangre en las arterias.
Junhui parpadeó un par de veces, atónito. ¿Estaba soñando? Quizá se trataba de nada más que un sueño lúcido, si no, ¿qué explicación habría para que su pieza de mármol desapareciera frente a sus narices de la noche a la mañana?
Talló sus ojos con exaltación. Cuando los abrió, Seungkwan aún faltaba. La base pálida se encontraba vacía y no había rastro alguno de intromisión en aquella habitación. Suspiró con pesadez. Tal vez la locura por fin lo abrazaba con prepotencia.
Pero entonces los escuchó. Pasos ligeros como plumas. Su corazón dio un vuelco cuando lo escuchó hablar.
—Me querías destruir. —Junhui giró lentamente sobre su lugar, importándole poco la loza rota junto a sus pies. Definitivamente era vesania, lo que temía. —¿Por qué me querías destrozar cuando has sido tú mismo quien me ha tallado?
Junhui vaciló. No recordaba haber alucinado jamás en su vida. Se concentró en el rostro contrario. Su piel ya no era blanca ni cincelada, parecía cálida al tacto y estaba teñida de tonos cálidos, el carmín siendo el que mayor espacio abarcaba sobre sus esponjosas mejillas. Los lunares tan vividos y preciosos como las estrellas. Su cabello era marrón, como el color de la seda recién formada, y ligeramente ondulado. Seungkwan estaba lejos de sólo estar descalzo, no había absolutamente nada cubriendo su cuerpo.
La piel de Junhui ardió porque, aunque conocía como la palma de su mano la anatomía de aquella escultura, jamás imaginó ser capaz de maravillarse con su superficie hecha epidermis.
—¿Cómo es posible? —cuestionó Junhui dando un paso hacia delante, manteniendo una distancia pertinente.
Seungkwan suspiró con parsimonia, olisqueando un olor agradable en el ambiente que, suponía, salía directamente de aquel líquido regado junto a quien estaba frente a él.
—No lo sé —admitió. La voz de Seungkwan era preciosa, suave. Se sentía como terciopelo acariciando a Junhui con delicadeza —, simplemente desperté y estaba ahí. —Señaló la base desierta en la que alguna vez estuvo con su dedo índice.
Junhui no volteó hasta donde señaló, en cambio caminó a paso rápido fuera de la habitación; después entró a su casa, buscando un par de pantalones, una camisa holgada y por supuesto, ropa interior. Regresó a dónde abandonó a Seungkwan y le lanzó la ropa con timidez.
—Será mejor que te vistas o te resfriarás, Seungkwan —dijo mientras le daba la espalda, evitando así seguir embelesado con su fina figura.
—¿Quién es Seungkwan?
Junhui mordió su labio con algo de fuerza cuando el contrario se adelantó a él. La ropa le quedaba ligeramente grande y por un momento le pareció tan adorable la imagen que deseo haberle esculpido un par de prendas con anterioridad.
—Tú lo eres. Así te nombre —aseguró —. ¿No te agrada el nombre?
Seungkwan abrió la boca, tan confundido como emocionado. —Me encanta. ¿Cómo te has nombrado tú?
Junhui alzó ligeramente las comisuras de sus labios, sin poder evitarlo.
—Wen Junhui —respondió —. A mi me ha nombrado mi madre cuando nací.
Para Junhui era complicado creer en la magia, dejó de hacerlo cuando su madre le admitió que era ella quien dejaba los regalos debajo del árbol en navidad y Minghao confesó que no existía el ratón de los dientes. Una gran decepción para un niño de siete años.
Sus intenciones no habían cambiado en su totalidad, simplemente ahora habría un pequeño retraso en sus acciones. Un retraso que lo ayudaría a entender cómo una escultura había cobrado vida propia.
Seungkwan parecía verdaderamente fascinado cuando entraron al estudio de Junhui. Las paredes estaban repletas de estanterías con libros, tantos que el lugar incluso podría confundirse con una biblioteca de no ser por la pequeña mesa de caoba con dos cajones que funcionaba como un escritorio para Junhui. Había un par de cuadernos y bocetos sobre la superficie plana, así como una laptop en modo de reposo.
—Espera aquí sentado —pidió Junhui mientras señalaba la única silla detrás del escritorio —. Iré por un café... ¿quieres uno?
Seungkwan se dejó caer sobre la cómoda superficie, era suave; apenas notó la falta que le hacía descansar un poco.
—No sé qué es un café —admitió entonces.
Claro, ¿cómo iba a saberlo? Junhui asintió antes de salir de su estudio, dejando a Seungkwan solo entre aquellas imponentes paredes.
El que ahora era un chico echó un vistazo a aquel escritorio de madera. Los papeles regados y llenos de grafito lo hicieron preguntarse si él también había sido un boceto en algún punto de su existencia.
De todos los demás objetos lo que llamó su atención era aquel libro al revés que tenía una pantalla negra. Seungkwan estiró sus dedos y rozó las teclas de la computadora portátil, curioso. La pantalla se encendió de inmediato ante el toque y contempló indiscretamente aquella página abierta. Lo que encontró le resultó difícil de describir.
El único hombre que había visto era Junhui, por lo que resultaba extraño encontrarse con dos rostros desconocidos frente a él. Sus cuerpos unidos en lo que parecía un acto íntimo y reservado, sudaban y hacían a sus pieles resplandecer. Seungkwan sintió un cosquilleo en la parte baja de su abdomen y tragó en seco cuando un sonidito curioso abandonó la boca de uno de los protagonistas de la escena que tenía a la mira.
¿Junhui lo amaría tanto como para relegar aquel deseo de destruirlo siendo mármol puro si Seungkwan se atrevía a quebrantar esa barrera íntima con su creador?
De pronto llegó el calor junto a la incomodidad. Se comenzó a sentir presa de sus propias prendas y, cuando estuvo a punto de bajar sus pantalones, tal y como su instinto pedía, Junhui entró al estudio cargando una taza de cerámica y Seungkwan acabó cerrando de un manotazo el portátil que tenía enfrente.
Junhui alzó una de sus cejas, ciertamente intrigado por el repentino acto.
—Pruébalo —dijo acercándose a Seungkwan mientras el chico trataba de esconder su regazo debajo del escritorio —. Es café.
El agradable olor atestó contra las fosas nasales de Seungkwan y este suspiró ante el gusto. Probó un sorbo y se fascinó por el desconocido sabor abrirse paso a través de su garganta.
Junhui sonrió a medias. Alejó la taza una vez más y la dejó sobre una mesita junto a la puerta del estudio.
Recorrió con sus huellas dactilares los lomos de los libros en las estanterías, buscando con paciencia alguna explicación ante el fenómeno aconteciendo.
Sintió a Seungkwan levantarse del asiento y pegarse a su espalda en el momento en el que cerraba uno de tantos los libros que hojeaba. Percibió también su tacto, sus brazos pasar sobre sus hombros y sus palmas recorrer su pecho.
—No me destruyas —rogó —. No me destruyas y haré lo que sea.
—¿Qué? —suspiró cuando Seungkwan se frotó levemente.
—Déjame besarte, Jun.
Junhui no tenía ninguna clase de virtud que lograra motivar su fuerza de voluntad hasta lo inquebrantable. ¿Cómo podría resistirse a sus deseos carnales cuando ahora tenían voz y lo seducían de tal manera?
Tentando por aquel entrañado enamoramiento hacia su obra de arte, volteó tan brusco que Seungkwan tuvo que retroceder un paso. Junhui dejó el libro que anteriormente sostenía de lado. Apresó su nuca con ferocidad, pasando sus dedos sobre los cabellos castaños y sonrió cuando Seungkwan jadeó al tirar de las finas hebras levemente.
Admiró la pieza de arte que tenía delante. Seungkwan era lo más cercano a la perfección que sus ojos habían tenido el deleite de admirar.
Pasó su mano libre sobre el rostro ajeno, por fin siendo capaz de sentir los tersos relieves detallados en sus facciones. Su pulgar recorrió el labio inferior, húmedo. Cuando alejó su dedo, apresó el mismo labio inferior entre los propios, con lentitud.
Comenzó suave y gentil, siendo solamente una caricia tímida. Seungkwan se aferró a su camisa de una forma casi desesperada, como si temiera caer de pronto.
Junhui entreabrió la boca y rozó con su lengua el labio ajeno, algo casi imperceptible, pero Seungkwan no dudó ni un segundo antes de imitarlo por inercia.
Y cayeron tan profundo que ya no había marcha atrás.
El más alto lo empujó con algo de brusquedad hasta que las caderas de Seungkwan impactaron contra la madera del escritorio. Seungkwan pasó una de sus palmas hasta el borde de la caoba, tratando de equilibrarse ante el empuje de Junhui contra él.
Ambas lenguas bailaban juntas en una batalla deleitosa. Se acariciaban y se perseguían con hambre. Seungkwan jadeó cuando Junhui, después de alejar su rostro, con su aliento caliente chocando contra su cuello, pasó el músculo húmedo y recorrió su mandíbula, viajó desde su cuello hasta sus clavículas que quedaban al aire por la camisa holgada.
Junhui arrancó la camisa de algodón pima que llevaba Seungkwan sin poder contenerse; anhelando el contacto con aquella lechosa piel de su pecho y vientre.
Seungkwan tembló ante el toque desesperado de Junhui, sentía electricidad recorriendo su cuerpo desde los dedos de sus pies hasta los mechones de su cabello con cada beso o caricia que este le daba; se trataba de una sensación tan nueva como placentera.
Junhui trazó con mesura cada rincón de su torso y concedió especial atención a ambos pezones, los cuales se erizaban y endurecían ante los roces de su lengua y el calor de sus dedos. Deleitándose en todo momento con los ahogados gemidos que escapan de los labios de Seungkwan.
Y en aquel momento en el que Seungkwan creyó que Junhui lo terminaría de someter contra la fría madera, acabó siendo empujado sobre sus rodillas y se quejó al caer sin advertencia contra el piso.
Como si lo hubiera planeado con anticipación desde un comienzo (si lo había hecho, Junhui no protestaría), Seungkwan bajó el pantalón y la ropa interior del mayor hasta medio muslo, sólo lo suficiente como para dejarlo expuesto. La erección de Junhui se alzaba frente a su rostro y aquello logró apretar aún más en los pantalones de Seungkwan. Recorrió la longitud, cauteloso, con su mano. Sintió también las venas marcadas palpitar sobre su piel. Dio un lengüetazo desde la punta hasta la base, tentando un poco; y la sangre de Junhui pareció abandonar por completo su cabeza cuando Seungkwan terminó por engullirlo.
Junhui jadeó, con la mirada perdida en aquel chico misterioso y encantador, completamente embelesado de la imagen que se retrataba debajo de él.
Recorrió con sus manos las suaves hebras marrones y las afianzó entre sus dedos resbaladizos. El impulso de atentar contra el ritmo tan lento que llevaba Seungkwan fue suficiente como para que Junhui lo alzara una vez más. Esta vez, sin flaquear un sólo momento, doblegó el sensible cuerpo sobre el escritorio, arrojando cualquier pedazo de papel que estorbara en su cometido.
—Eres precioso, cariño, pero eres tan inocente que me gustaría instruirte en un par de cosas.
Junhui empezó así un nuevo recorrido a través del tórax y abdomen contrario, llegando al poco tiempo hasta la pelvis del castaño. No podía continuar ignoranado aquel bulto en la entrepierna de Seungkwan; así que, sin más preámbulos, se deshizo de las prendas restantes del castaño.
Junhui no era una persona de juegos previos. Sostuvo el falo por unos segundos, paseando su mano desde la cabeza hasta la base y, habiéndole dado tal tentativa a Seungkwan, lamió la extensión entera y devoró cada centímetro de su sensible piel sin dudar en ningún segundo. Mantenía un ritmo constante, ahuecando las mejillas.
—Jun. —Seungkwan gimió una vez más antes de terminar en la boca de Junhui, quien trató de grabar el estimulante sonido en su memoria para la eternidad.
Junhui lamió sus labios, limpiando cualquier resto del espeso líquido, y volvió a encarar al castaño. Seungkwan temblaba sobre la mesa y Junhui no pudo evitar sonreír socarronamente ante la lasciva pintura.
Acercó su rostro al contrario antes de reclamar su boca una vez más, enredando su lengua con la otra, explorando la cavidad bucal, y sintiendo el calor ajeno quemar su propia piel. Arrojó su estorbosa camisa fuera de su cuerpo y finalmente se tomó un momento para admirar el perfecto cuerpo de Seungkwan en igualdad de condiciones. Todo en él incitaba a adorarlo, desde las proporciones perfectamente calculadas hasta los pulidos detalles hechos uno a uno con un cincel plano.
Adentró su dedo pulgar en la boca de Seungkwan, y este gimió exaltado por el repentino asalto. Junhui suspiró, desviviéndose por los gemidos que se evaporaban entre los labios del castaño.
Con su mano libre abrió uno de los dos cajones que habían en el escritorio y sacó un diminuta botella diáfana.
Seungkwan balbuceó algo incomprensible cuando sintió frías y resbaladizas gotas caer entre sus muslos. Miró a Junhui, exaltado, y este lo tranquilizó con una caricia en la mejilla sonrosada por la repentina timidez.
—Está bien —aseguró Junhui —. No haremos nada que no desees.
Seungkwan sintió un nuevo tirón en su entrepierna y tragó en seco, dejándose arropar por aquellas palabras de consuelo.
Junhui alejó la palma del precioso rostro de Seungkwan. Recargó una de sus manos en el muslo derecho del castaño y tanteó ligeramente con su mano libre en su entrepierna, encantado de los espasmos involuntarios. Llevó uno de sus dedos hasta el anillo de músculos y mantuvo la vista fija en las expresiones contrarias cuando deslizó su dígito dentro.
—Ah. —Seungkwan se tensó ante la intromisión. No era algo doloroso, era una sensación extraña. Y Seungkwan sabía de cosas extrañas, al final del día seguía siendo la primera y única vida que tendría. Porque Seungkwan no era más que un capricho indescifrable.
Junhui no se moderó en la cantidad de lubricante. Anhelaba que Seungkwan se sintiera bien, lo que menos quería era fracturar a dicha escultura mientras se mantenía en aquel placentero estado. Continuó introduciendo otro dedo más, expandiendo con gentileza el estrecho y cálido cuerpo.
Seungkwan sintió su rostro arder. Los obscenos sonidos de los dedos entrando a su interior, mezclados con los gemidos que no podía retener, retumbaban en sus tímpanos como campanillas insistentes.
Con el tercer dígito expandiéndolo se sintió desfallecer. La incomodidad se transformó pronto en una ansia incontrolable. Ciertamente le parecía vergonzoso la manera desesperada en la que se empujaba contra los falanges contrarios en busca de enterrarse más.
Junhui apartó sus dedos con rapidez, ganando un reclamo adorable por parte de Seungkwan. Nuevamente tomó abundante lubricante antes de alinearse en la entrada del menor, su pulso palpitando en completo descontrol. Echó un vistazo al magnífico rostro de Seungkwan, sus labios entreabiertos y húmedos, el sudor resbalando de su frente, sus ojos brillosos, y aquellas marcas rojas que él mismo había pintado con su boca en su mandíbula y su cuello.
Entró lento. Seungkwan lloró en silencio por un momento y Junhui no se atrevió a moverse. Se limitó a besar cada una de sus lágrimas y consolarlo con el enamoramiento que le tenía.
—El mármol es metamórfico —murmuró Junhui en el oído de Seungkwan, ese donde tres lunares danzaban juntos, tratando de convertir sus palabras en una distracción cautiva —, se destruye fácilmente; pero yo jamás te lastimaría. Porque me enamoré de ti incluso cuando yo mismo te tallé con una ambición egoísta de sentir el amor en mi propia piel.
Seungkwan cerró lo ojos cuando Junhui comenzó un vaivén lento. Gimió sórdidamente ante la fricción; el dolor y el placer aunándose en templanza.
—Jun... por favor —rogó, esperando que el hombre elevara el ritmo armonioso de las estocadas.
Pronto ambos se deshicieron en jadeos y gemidos, desesperados por más contacto, aunque resultara imposible unirse más allá de dicho acto íntimo y secreto.
Junhui marcó cada rincón de Seungkwan, recordándose una vez más que aquel precioso ser era solamente suyo para siempre. Los dislates que ahora eran sus pensamientos y el egoísmo innato del escultor lo conducían hasta la deriva de la psicosis.
Mordió tan fuerte la piel expuesta que cubría las clavículas que terminó dejando un hilillo de sangre recorriendo por el cuerpo impropio.
La suplicia era tan grande que, aunque dolió, permitió a Seungkwan terminar una vez más, esta vez entre ambos abdómenes. Junhui no paró, aunque se convirtió en el causante del dolor ajeno siguió hasta que las paredes de Seungkwan lo apretaron tanto que terminó derramándose en su interior, cayendo parte de su esencia entre los muslos resplandecientes del castaño.
Junhui cargó a Seungkwan hasta su habitación, sintiéndolo tan ligero que desconfiaba en que fuera a desaparecer en medio del viento. Lo sostuvo entre sus brazos con adoración. Se enredaron juntos entre las suaves y cálidas telas de la cama, buscando la grata compañía del contrario.
Seungkwan bostezó con cansancio, abatido en su totalidad. Recargó su cabeza sobre el pecho desnudó de Junhui y suspiró en querencia al sentir el vívido pulso debajo de él.
El hombre recorrió con cautela la piel hirviente de Seungkwan. Se detuvo en su el pecho, siendo consciente del casi imperceptible latido dentro del tórax.
—Me pregunto —comenzó Jun —de dónde habrás sacado un corazón.
—Quizá me lo ha prestado alguien que necesitaba ser amado.
El silencio acometió el ambiente, llevándose consigo todo el oxígeno restante que les permitía respirar. Junhui se quedó sin aliento por un momento.
—Quizá.
Seungkwan abultó sus labios de manera inconsciente, un puchero que Junhui no dudó en besar con cariño.
—Prométeme que no me destruirás jamás —suplicó.
Junhui despegó el cabello húmedo de la frente de Seungkwan. Dudó menos de un segundo y sonrió sincero.
—Lo prometo.
La noche pasó tan pronto como una estrella fugaz. Junhui se encontró solo en su habitación por la mañana, temblando de frío aunque las abrasadoras cobijas lo cubrieran hasta el cuello.
¿Dónde se había metido Seungkwan?
Se levantó suspirando y se dio una ducha caliente buscando alguna manera de envolverse en calidez una última vez. Recorrió con afán su propia casa, asomándose en su estudio desordenado y lleno de memorias borrosas. También buscó en su jardín. Al final se encontró adentrándose a la habitación de sus esculturas, ahí Seungkwan lo esperaba de nuevo siendo precioso mármol inamovible.
Vaciló antes de dar un paso al frente. Pasó sus dedos sobre la superficie lisa, siendo la única imperfección aquella mordida apasionada que él mismo hizo en la suave piel sobre sus clavículas. Entonces no podía haberlo soñado.
Junhui tuvo ganas de llorar, por primera vez pensando en la validez de la tristeza en el arte. Porque así se sentía, tan triste que esperaría todo una vida para reencontrarse con su escultura siendo orgánica. Minghao había tenido razón, cualquier sentimiento era válido en el arte, la percepción siempre variaría, cambiando con la misma idiosincrasia de cada ser.
Después de todo, Junhui no podía desperdiciar lo que restaba de su vida actual de esa manera, continuando recluido entre sus propias rejas por voluntad propia, tratando de correr más allá de un amor unilateral hacia una pieza de arte.
Aunque lo prometió, destruyó la escultura. No se permitió seguir hechizado bajo los encantos de su cercano esplendor, prefería mantener la poca cordura que aún lo mantenía en pie.
Recorrió sus pasillos, arrastrando los pies y haciendo eco en su hogar. Cuando abrió las puertas no había nadie a quien esperar. Se limitó a esculpir de nuevo, esta vez para todos, para él mismo, y para nadie.
Y, a pesar de era la mitad del invierno, el recuerdo de Seungkwan se convirtió en la primavera eterna de Junhui.
holaaa ☆
estuve muy dudosa entre hacer este os con cheol o jun, pero me pareció que la personalidad de jun quedaba mucho mejor, aparte de que emparejo a seungkwan con todo seventeen y en este punto ninguna ship se me hace extraña jjsjks
igual quería volver a intentar escribir algo así, tipo ¿practicar? jajsj
no sé qué tan raro quedó esto, pero gracias por leer ♡ ♡ ♡
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