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-Mamá siempre llora en su habitación cuando cree que estamos dormidos-murmuraba a su hermano, mayor por sólo siete minutos.

Ambos niños estaban metidos bajo las sábanas de la cama del mayor de los dos.

La niña solía meterse allí de vez en cuando a dormir, e incluso hacían casitas de campañas con las sábanas, justo como en aquel momento, a pesar de dormir en la misma habitación.

-¿Estás segura, SoYeon?-le preguntó, frunciendo el ceño.

-Segurísima, JungKook-asintió la niña-. Algo le pasa a mamá. Creo que es por culpa de papá, pero...

-Ese hombre no es nuestro padre, So-regañó.

-Bueno-rodó los ojos-, el caso es, que pienso que llora por MinJae.

-¿MinJae?

-Oí una conversación que tuvo con el tío TaeHyung, y mencionaron a un tal MinJae. Decían que era un bastardo por haberla abandonado y habernos dejado...que no era posible que mamá siguiera enamorada de él...-intentó recordar.

-Ese tal MinJae debe ser el idiota que nos hizo-entrecerró los ojos-. Y debe ser un demonio, porque no hay otra forma de explicar que yo sea un demonio-habló encogiéndose de hombros.

-Eres un demonio, pero tienes corazón de ángel, hermanito-habló la niña, abrazando el cuello de su hermano.

-Y tú, para ser un ángel, eres igual de traviesa que un demonio-rió el niño.

Ambos habían sido fruto de lo ocurrido entre EunJi y MinJae, y eran mellizos...a pesar de que SoYeon era la viva imagen de EunJi, y al igual que ella, era un ángel, y JungKook era una fiel copia de MinJae, siendo un demonio, igual que él.

Sí, EunJi no sólo llevaba un demonio en su vientre; también llevaba un ángel.

Cosas de la genética de los cielos y el inframundo.

JungKook era un demonio cuya apariencia era la de un ángel, a excepción de sus ojos, los cuales se volvían rojos cada vez que enfurecía. Concordando con el oscuro color de su lacio y corto cabello, sus ojos eran grandes, sus cejas bien pobladas y perfectamente figuradas, sus labios eran finos y ocultaban un pequeño lunar bajo ellos. La nariz resaltaba debido a su tamaño, pero no afectaba la belleza de sus rostro, la cual aumentaba más cada vez que sonreía, mostrando su blanca dentadura. Sin dudas, cualquiera que no lo conociera, pensaría que era un ángel.

SoYeon era casi lo contrario. Su rostro era el de un ángel, pero a simple vista se notaban sus ojos traviesos. Su corto y lacio cabello castaño le llegaba poco más por encima de los hombros, sus también grandes ojos hacían juego con sus finas cejas. A diferencia de su hermano, su nariz era más delicada, y sus labios más abultados. Su mirada era pícara, y su sonrisa era tan radiante como el mismo Sol que iluminaba los cielos.

Sin duda eran hermosos, y además, obedientes y educados, cosa que calmaba a EunJi y TaeHyung.

-¿Qué tal si mañana le preguntamos?-propuso SoYeon-. Desde que tenemos uso de razón, cada vez que preguntamos por nuestro padre...-JungKook soltó un gruñido en el oído de su hermana- bueno, el idiota que nos hizo-el niño asintió-, mamá nos evade y cambia de tema. Pero ya estamos bastante grandecitos como saber toda la verdad y así poder apoyarla ¿no crees?

-Para ser la menor de los dos, eres muy inteligente-rompiendo el abrazo, le sonrió y despeinó el cabello-. Pero ahora debemos dormir. Mañana debemos estar frescos para recepcionar toda la información que mamá, y probablemente el tío TaeHyung, nos van a dar.

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JungKook siempre supo que su madre y su hermana eran ángeles, pero se le hacía extraño no ver a ningún otro ángel por los alrededores.

Todos eran demonios; lo que lo hacía pensar: ¿Por qué su madre y su hermana estaban en el Infierno si eran ángeles?

Había oído de sus profesores de Historia que los ángeles pertenecían al Cielo, por lo que su interrogante lo carcomía por dentro, ansiando obtener una respuesta.

Lo poco que sabían JungKook y SoYeon de su pasado, era que antes de nacer, su madre vivía junto a otra mujer que también estaba embarazada, y al nacer los cuatro niños (sí, porque aquella mujer había tenido otros dos mellizos), se separaron, yéndose cada cual a vivir en casas independientes. Y desde entonces, habían estado viviendo en esa casa. Nunca supieron quién era esa mujer que acompañó a su madre durante el embarazo; sólo sabían que su tío TaeHyung aún se mantenía al lado de su madre, ya que se había mudado a la casa de al lado. EunJi era su única y mejor amiga y no quería tenerla lejos.

-Todo saldrá bien ¿verdad?-preguntó SoYeon a su hermano.

-Si quieres hablo yo-se señaló, tomando la manita de su hermana, ayudándola a bajar las escaleras.

Esos buenos modales que ambos niños poseían habían sido el fruto de la crianza que TaeHyung y EunJi les estaban dando.

Y la caballerosidad de JungKook había sido perfeccionada por TaeHyung. El mayor quería asegurarse de que el niño fuera todo un galán y un casanova en el futuro, prometiéndole acompañarlo al burdel cada vez que le fuera posible.

Sí, TaeHyung se estaba aprovechando de su lado demonio para educar al niño de igual manera. Si JungKook era un demonio tendría que aprender a sobrevivir cómo uno, e interactuar en la sociedad demoníaca como uno, a pesar de sus buenos modales y sentimientos, los cuales no se los iba a arrebatar.

-Estamos juntos en esto, JungKookie...como cuando estábamos en el vientre de mamá-sonrió la niña, acompañando a su hermano hasta el comedor.

Era bien temprano en la mañana,  los niños recién despertaban, y su madre y tío los esperaban en la cocina-comedor, platicando alegremente mientras preparaban el desayuno.

-¡Oh!¡Buenos días, niños!-sonrió EunJi, recibiendo a ambos de sus hijos con un abrazo.

-¡Buen día, loquillos!-saludó TaeHyung, besando la cabeza de SoYeon y dándole la mano a JungKook.

Era cierto que los besos estaban prohibidos en el Infierno, pero TaeHyung aprovechaba que nadie lo veía para besar las mejillas y cabeza de su sobrina, a la cual amaba como si fuera su propia hija, así como a JungKook también.

-Siéntense. Ya voy a servir el desayuno. Estábamos esperando por ustedes-habló EunJi.

Los otros tres tomaron asiento en la mesa, obedeciendo a EunJi.

Los mellizos se miraron entre sí, y JungKook asintió, dándole la señal a su hermana de que él hablaría primero.

-Oigan...Saben que...-bajó su mirada hacia la mano que estaba unida con la de su hermana- ya tenemos ocho años...y...creo que es hora de que sepamos la verdad.

EunJi, que se encontraba de espaldas, se quedó inmóvil. Sabía a lo que se refería su hijo, pero deseaba estar equivocada.

-¿Qué verdad?-TaeHyung frunció su ceño, cruzado de brazos.

-Queremos saber quién es nuestro...-JungKook la miró con una mirada fulminante, gruñiendo-...el idiota que nos hizo-corrigió.

EunJi dejó caer sobre la meseta, el vaso que tenía entre sus manos, provocando que un fuerte estruendo se escuchara en el lugar.

-También queremos saber por qué lloras todas las noches, mamá-continuó JungKook, dirigiendo sus ojos hacia la figura tensa de su madre.

EunJi bajó la cabeza, respiró hondo y volteó su cuerpo para mirar a TaeHyung.

-Bueno...Creo que primero deben preguntarle a su madre si está en condiciones de decirlo ¿no creen?-les pregunta el mayor, y los mellizos asienten.

-N-no importa, Tae-menciona EunJi, reuniendo el valor para sonreír a sus hijos y sentarse en la mesa, justo frente a ellos, al lado de TaeHyung-. Es verdad lo que dicen. Ya son grandes y deben saber...

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Por otro lado, otros dos mellizos, jugaban entretenidos en su habitación.

-¡No es justo, YangMi!¡Siempre me ganas!-reclama el niño.

-No es mi culpa que no seas bueno en el ajedrez, JiMin-le saca la lengua en señal de burla.

-Con razón quieres ser parte del Ejército Negro-murmuró el niño-. Serás una muy buena estratega.

Estaban jugando al ajedrez, y YangMi vencía a su hermano en todos los partidos.

Para muchos el ajedrez es aburrido, pero para aquel par de mellizos, no, todo lo contrario.

Entre ambos niños no existían tantas diferencias.

JiMin era bajo de estatura, poseía labios carnosos, ojos color miel, achinados y pequeños, y una nariz perfilada que, conjuntamente con su lacio cabello castaño claro y sus finas cejas, lo hacían lucir extremadamente hermoso; con un rostro angelical, a pesar de ser un demonio.

YangMi poseía unos labios carnosos, ojos grises, grandes y achinados, conjugados con una fina nariz, unas pobladas cejas y un ondulado cabello color miel. Y a diferencia de JiMin, era por mucho, la más alta de los dos.

Definitivamente esos demonios en crecimiento estaban destinados a ser una tentación andante.

Aunque YangMi sí estaba dispuesta a serlo. Ella era pícara y traviesa, todo lo contrario de JiMin, quien no poseía ni un ápice de maldad o picardía.

La niña sonrió enternecida, viendo a su hermano reordenar las fichas.

JiMin deseaba ganarle, aunque fuera una sola vez en el ajedrez, y estaba luchando por eso.

Para tener ocho años, los dos, YangMi era, aunque la más pequeña (con una diferencia de cinco minutos), la más inteligente y madura.

Era tan madura que su mayor deseo era sacar a su hermano y madre de aquel Infierno.

Ella sabía que JiMin, a diferencia suya, era portador de un corazón tan puro como el agua, y era tan inocente como un ángel pequeño. Además, sabía que su madre tenía bien merecidos todos sus logros, producto de su esfuerzo, dedicación, y el amor por la lucha armada que tenía. Sin duda, ambos serían aceptados en el Cielo con facilidad.

Sí. Su gran idea era mudar a su familia al Cielo; el único lugar donde los tratarían como se lo merecían, aunque le costara tener que quedarse en el Infierno, o perder la vida.

-¡Niños!¡Ya llegué!-sintieron la voz de su madre provenir de la planta baja

-¡Mamá!-exclamaron al unísono, bajando a toda velocidad las escaleras.

-¡No corran que se van a caer!-reprochó, mas a sus hijos no les importó.

-¡Te extrañamos, mamá!-volvieron a decir a la par, lanzándose a los brazos de su madre, sonriendo com alegría.

SunMi estaba contenta, no sólo por los hermosos  y dulces hijos que tenía, sino también por la noticia que les daría.

-Yo también los extrañé, niños-sonrió-¡Y les traigo una excelente noticia!-chilló.

-¡Cuenta!¡Cuenta!¡Cuenta!-volvieron a decir los dos, curiosos y ansiosos.

-¡He salido del Ejército! Así que nunca más me volverán a extrañar en casa-sonrió contenta y a los niños se les borró la sonrisa.

Desde siempre supieron toda su historia y la de su madre. Sabían de la forma en la que habían nacido, y la aceptaban. Pero sobre todo, sabían cuánto amaba SunMi estar metida dentro de una armadura, y empuñar su espada.

Desde pequeños habían entendido el amor de su madre hacia su trabajo, y lo habían entendido. Nunca le reclamaron sus ausencias, pero SunMi sabía que su labor en el Ejército había acabado y que era hora de dedicarse a sus hijos.

-¿Qué pasó?¿No están contentos porque pasaremos más tiempo juntos?-pregunta SunMi, arrodillándose ante sus dos criaturas.

-No es eso, má'-habló YangMi.

-Es que sabemos cuánto amas estar en el Ejército-continuó JiMin.

-Y no queremos que por nosotros dejes de lado lo que más amas-finalizó YangMi.

SunMi volvió a sonreír antes de hablar.

-Ustedes son lo que más amo, y ya es hora de que le dedique tiempo a lo que más amo.

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