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"Keira desapareció un día en el que presenció al Dios Negro caminar con aquella túnica encantada."
—¡Keira!— Alguien le gritó. ¿Quién era? ¿Por qué sonaba tan preocupado sin si quiera conocerla? ¿Qué era?
Su visión se encontraba nublada, impidiéndole observar con claridad. ¿Qué clase de realidad estaba viviendo?
Carbón. No veía nada más que pliegues tan oscuros como el carbón recién extraído de las profundidades de la tierra. Dorado. Dorado también era lo que podía distinguir a duras penas.
Su conciencia le decía alto a pesar de encontrarse inconsciente. Algo la estaba inquietando y no sabía que era. Despertó de golpe, agitada, respirando entrecortadamente y con el corazón en la mano. Con la prenda que traía puesta limpió las finas gotas de sudor acumuladas en su frente.
Abrazó sus rodillas confundida, temblando, pero no tenía miedo. Tenía escalofríos pero una sensación de calma permanecía en su pecho. Agradeció el haberse separado del que denominaba como su hermano solo por esa noche, solo porque la amable señora que les había ofrecido hogar pensó que era una buena idea que tuvieran cuartos separados, aunque siempre terminaban durmiendo en la misma cama de una u otra manera.
Volvió a recostarse, admirando el techo grisáceo como si fuera lo más interesante del mundo, cerrando sus ojos sin darse ni cuenta de que yacía sumergida en otro sueño al cabo de unos minutos.
—¡Kei!— Alguien la sacudió. —¡Keeeeeeeeeeeiiiiiiiiiiii!— La llamaron más fuertemente, por fin liberándola del hechizo de Morféo. —¡Por fin despiertas!— Sonrió cálidamente para ella, como solo él podía hacerlo.
—Perdón Der, tuve un sueño algo raro y me quedé pensando en eso.— Rió denotando la transparencia que tenía. No habían razones para mentirle a su confidente personal. —¡Vamos a desayunar! Hay que buscar el pan antes de que se haga frío.— De un salto se despegó de las sábanas, enérgica, como siempre lo había sido.
"¿Hechizo o maldición?"
Se llenaron al punto de que no podían comer más. —Voy a explotar.— Sentenció agotado el menor.
—Ni me lo digas...— Contestó en el mismo tono. —Lleva tu plato, los voy a lavar en un rato.— Sentía su inexistente estómago gruñir, pero no por hambre, tal vez era por el hecho de que habían tragado una hogaza de medio kilo cada uno (Y sin mencionar el te que tomaron también).
—Keira...— 'Esa voz.' Giró su cabeza, buscando el origen de quien la llamaba.
Sentía que alguien la estaba mirando, un escalofrío la recorrió. —¿Escuchaste eso?— Preguntó en voz baja, cruzando miradas con la orbe del esqueleto más bajito (Por unos milímetros cabe resaltar.) —Derick... Dime por favor que escuchaste lo que yo escuché...— ¿Se estaba volviendo loca? ¿Demente? ¿Alguien le había hecho brujería? ¿Algo la estaba persiguiendo?
Se asustó por las palabras de la mayor. —No escuché nada... ¿Qué escuchaste?— Preguntó tomándola de la mano. Parecía asustada, miraba a todo lo que podía sin fijar la vista, sus pupilas achicadas, ¿Qué estaba sucediendo con su hermana?
—Alguien... Algo me llamó...— Cerró sus párpados (o bueno, su equivalente a ellos) con algo de fuerza, limpiando pensamientos de su mente. —Vamos a salir, tal vez necesito un poco de aire.— Respiró hondo, elevando su pecho y relajando su espalda, exhalando unos segundos después.
No dijo nada, solo asintió. No valía la pena contradecirla, de todas maneras, aquella dama dueña de casa no llegaría hasta que oscurezca, por lo cual tenían todo el día para salir o hacer lo que quieran, can tal de que estuvieran en la cama cuando ella arribara, estarían bien.
Unas horas ya habían pasado. ¿Había escuchado algo? Nada más que la gente. ¿Estaba distraída? Si, no había forma de decirlo mejor. Con el poco dinero que tenían compraron unas manzanas acarameladas.
No podía negar que se la estaba pasando de maravilla, aunque de vez en cuando los miraran raro al ser esqueletos, algo común que ya no les importaba para ser honestos.
"Creo que ambos."
Negro... Sus ojos de pronto se abrieron tal si fueran platos, hipnotizada por lo que era aquella prenda flotante. Simplemente no podía hacer nada más que seguirlo con la vista. Pliegues tan finos y ligeros que parecían ser una simple hoja de papel.
Color carbón que se quedó impregnado en sus retinas. Opaco y oscuro, brillante y elegante, majestuoso y encantador. No encontraba las palabras suficientes. —Debo irme.—
Recordó el tacto de unas manos que no recordaba de quién eran, recordaba un rostro que no tenía idea de quién provenía, recordaba una canción que jamás había escuchado en su vida, pero recordaba, y lo recordaba todo tan vívidamente que parecía una memoria tan cercana que había sucedido hace años y que la llenaba de alegría melancólica que la hacía acumular lágrimas en la comisura de sus cuencas.
El viento gélido de la marea la azotó, el trance había desaparecido junto con aquellos destellos dorados tan hermosos que sin darse cuenta sus mejillas húmedas reconocían. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo? ¿Es que acaso todo fue un delirio? ¿Su mente le jugaba una broma de mal gusto?
Cayó de rodillas, sin importarle el dolor que se causaba a si misma al clavarse las rocas que cubrían toda aquella extensión. —No entiendo...— Susurró quebrada. —No comprendo que está sucediendo...— Gotas gruesas y tan saladas como el mar descendían sin prisa. —Por favor... Por favor necesito que alguien me diga que sucede conmigo...— Rompió en llanto. Un llanto seco y desconsolado, en busca de algo que era tan borroso pero en la punta de sus dedos que casi podía tocar.
Su rostro fue cubierto por sus palmas llenas de tierra y polvo. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? ¿Regresar era una opción? Había dejado a su único compañero en el pueblo, kilómetros los separaban ahora. ¿Cómo regresaría? Sus piernas se habían rendido ante ella y no reaccionaban por más que intentara ponerse de pie.
—Una niña...— Tratando de calmar el torrente que provenía de sus ojos vio. Vio maravillada y asustada, su corazón se detuvo y parecía que lo tenía en la garganta, impidiéndole hablar, impidiéndole exclamar ya sin saber si de alegría o de alivio.
—Eres... Eres tú...— Solo movía los labios, sus mejillas se encontraban de un color rojizo sin poder hacer más que formar una enorme sonrisa en su rostro.
Por fin lo había hallado, después de horas e incluso se atrevería a decir una vida entera, había encontrado aquella hermosa túnica obsidiana que parecía inmutarse a las fuertes ráfagas de aire que trataban de moverla. Había encontrado la voz que la llamaba y que le cantaba todas las noches antes de dormir. LO había hallado.
"El tiempo no corría más, todo el mundo se quedó helado, y las flores se cerraron como si de invierno se tratase."
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