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'¿Mundano es un mal término?' No podía sacar esa pregunta de su mente, y era normal dentro de lo que cabía. Aún no estaba consolidado del todo. Los pocos años que su reinado había comenzado no podían compararse a (prácticamente) el milenio que poseían de los más sabios, era muy egoísta de su parte pensar de esa manera.
—¿Qué es lo que tanto ronda tu cabeza?— El mundo real de pronto lo llamó. La imponente voz que le hablaba arribó, atrayendo su atención.
—Lo lamento, asuntos sin importancia.— Justificó su accionar con palabras, aunque sabía que no engañaría al mayor simplemente con palabras.
—Eres una divinidad ahora.— Establecía con firmeza. —El tiempo se apiadó de ti. Las décadas parecerán meros meses, y los siglos se transformarán en tus años.— Una breve pausa se cruzó por aquellas palabras. —Debes tomar eso en cuenta, y debes acostumbrarte a ello lo antes posible. Tus tareas no deben contar con retraso.—
Resistía preguntar. Resistía cuestionar su existencia propia a pesar de conocer tan bien la respuesta y a la vez tan poco de la razón detrás de esta; "El gran desplazamiento."
Solo pudo limitarse a asentir lentamente su cabeza, fijando su mirada en aquel trono de piedra que se había convertido en un objeto de culto para tantas personas.
—Ve a explorar.— Continuó sereno. —No puedes ser un buen dios si no conoces tus reinados.—
Interesante petición le habían ofrecido. —Claro.— Contestó en un inalterable tono monótono que portaba siempre. —Mi receso será utilizado para ese motivo.— Sentenció en voz baja.
Silencio fue su respuesta, supuso que el Dios mayor no tuvo objeción alguna ante su afirmación.
Sin darse cuenta, se había sumergido en un mar de toldos multicolor, (Claro que tomando sus precauciones para no ser visto) y aunque no podía disfrutar de la "experiencia" como se debería, era una maravilla para su vista.
'Los mortales tienen mucha suerte...' Pensaba sin alterar su caminar. Toda la multitud se fundía en una conversación amena, algo desordenada, y claramente, superpuesta, pero eso no afectaba al desarrollo tranquilo que se daba. Un suceso tan cotidiano lo tenía maravillado.
El, relativamente, pequeño pueblo (Aunque siempre lo vio como enorme) contaba con una de las economías más prósperas de todo el antiguo mundo. Un punto en el mapa en dónde se conectaban cientos, por no decir millones, de rutas marítimas provenientes de los 4 cuerpos de agua salada a su disposición.
'Y pensar que no estamos en la capital...' Se atrevió a divagar entre sus pensamientos. Había nacido en un lindo lugar: Un interesante, próspero y lindo lugar. Su mirada iba de un sitio a otro, nunca quedándose quieta. 'Si tengo que explorar, lo tengo que hacer bien.' Dejó las formalidades de lado en su pensar para poder enfocarse en lo más relevante.
Unas hermosas colinas se le presentaron, tan verdes como si fueran un sueño vívido que presenciaba. —Wow...— Pronunció sin querer, fijándose al instante si es que alguien lo escuchó. Exhaló sin emitir sonido alguno en señal de alivio. Trucar la vista era una cosa, pero hacerlo con los otros sentidos le era prácticamente imposible.
Liberó una cantidad reducida de lo que se podría llamar "neblina". No entendía la comparación que él mismo hacía, en realidad no tenía ni una pisca de cerca de la composición del otro compuesto, a excepción del agua, por supuesto. ¿Qué era entonces? Tampoco tenía una explicación contundente para esa pregunta. El resto de las deidades se referían a esa habilidad como "rocío" ¿Por qué? No tenía idea. Empezaba a suponer (por el poco conocimiento que tenía sobre el funcionamiento su propio poder) que era porque se esparcía como el rocío que soltaban las flores en primavera; como gotas minúsculas que corrían por el aire sin dificultad, llegando a todos los rincones, pasando desapercibidas ante los otros individuos.
¿Qué le otorgaba? Simple, le permitía desaparecer. Era como desprender magia evaporada y poder mezclarse en el ambiente sin importar cual fuera en dónde se encontraba. Tal como si poseyera las escamas de un camaleón, sin la necesidad de ejercer más que el simple esfuerzo que pensar y, ¡Poof! Hecho.
Nunca podría comprender aquello. Nunca podría llegar a comprenderse a si mismo, no importaba el número de veces que intentara, nunca lo lograría, ya debía aprender a conformarse con ello. Su curiosidad solía ser un arma de doble filo, preparada para hacerte un corte en los dedos cuando piensas que sabes manejarla, tan traicionera como una fina hoja de papel.
Rocas. Escombros de todos los tamaños y formas emergieron frente a él. Otro fenómeno más que resaltar: Una playa formada por piedras. Bueno, llamarla "playa" no era algo completamente cierto. 'Fusión entre costa y risco.' Comentó sin decir palabra alguna.
El tiempo comenzaba a volar, y los paisajes exóticos hasta comunes (Aunque, personalmente, no consideraba que hubiera tal cosa como "común".) lo dejaban con un buen sabor de boca. ¿Quién hubiera pensado que le fascinaba explorar? Lo anotó como un pasatiempo en su nueva lista mental.
Podía decir, no, podía afirmar y comprobar que ahora amaba su "hogar" como no lo había hecho jamás. Se aseguraría de conservarlo con todo su esplendor intacto, no sería destruido por nadie, ni si quiera por los mismísimos dioses. Inevitablemente, una sonrisa invadió su rostro, deformando su anterior expresión, irónicamente, inexpresiva.
Debía regresar, y muy seguramente atender peticiones de las personas que lo veneraban. No deseaba acumular una cifra significativa de plegarias, luego se convertiría un trabajo arduo cuando ese no era precisamente el objetivo.
—''Mundano' significa algo cambiante, algo impredecible, pero al mismo tiempo, algo hermoso.'— Escribía a flujo rápido, moviendo su muñeca ágilmente para no perder el hilo de sus pensamientos. —'Magnífico y espléndido, pero desconocido y misterioso.'— La intriga que sentía era plasmada fielmente en sus meras palabras. —'¿Algún día se podrán descubrir todas las maravillas que el mundo tiene que ofrecer? No lo creo, y espero que siga siendo así.'— Sonrió en acto de satisfacción.
Retiró la caperuza que traía puesta, dejando expuesto su cráneo color marfil, rajado y resquebrajado. Cicatrices que cruzaban por la única cuenca negruzca que poseía una orbe, una orbe tan oscura como el cielo nocturno mismo. Cuerpo fornido y (sorprendentemente) agraciado.
Pecho y espalda anchos. Cintura fina, sin pasar al extremo. Piernas torneadas y musculadas, no realizaba ejercicio (más que caminatas en sectores pequeños.) y seguía conservándose en perfecta forma. Fue diseñado de esa manera: Alguien de atractivo físico eterno y "Belleza divina", él lo retrataba vívidamente. Fue diseñado para ser adorado, claro que debía contar con características "sobrehumanas", así era como conseguía el objetivo por el que fue creado.
Cerró la pequeña libreta en sus manos, donde cabía perfectamente para su comodidad. Las hojas poseían una coloración amarillenta, el por qué de este detalle se encontraba en la sensibilidad a la luz que poseía su retina, y si hozaba a llevar folios blancos a sus salidas de campo, su visión muy probablemente perecería.
—Puedo ver que gozaste de tu recorrido.— Nuevamente una voz emergió de la aparente nada. —Me alegra que lo hayas disfrutado, todos merecen un descanso, incluso uno de los hijos de la Muerte.— Espera, esa era otra voz, por lo visto, una femenina.
Reprimió un gruñido, ¿En qué lo hacía diferente del resto el haber descendido de 'la Muerte'? ¿Es que acaso debería sentirse alegre de que tenga derecho a un receso como los demás? ¿Qué se supone que era diferente con él? —Me quedo agradecido porque me dieran esta oportunidad.— No quería sonar irrespetuoso, al fin y al cabo, si estaba agradecido, pero el resaltar su árbol genealógico lo desencajó de sus modales.
—Debes regresar al trabajo, no interrumpo más.— Despejó su cabeza tras la repentina despedida, bueno, pseudo-despedida (eso suponía). Estiró su espalda, ya estaba al tanto de la falta de "delicadeza" que irradiaba al realizar aquella acción. No pudo evitar suspirar de alivio al sentir como toda su tensión muscular se disipaba con un simple movimiento. 'Magia anatómica.' Rió para sus adentros.
Arrastrar no sería el término correcto para este caso, dirigir suena más apropiado. Dirigió el largo extremo de la prenda ligera que traía puesta: Bordes dorados resaltaban los finos pliegues de la toga de seda que poseía desde que tenía memoria.
¿Quién diría que un dios tomara costumbres humanas? ¿No se supone que debería ser al revés? El caso es curioso, ¿Saben? Al final, terminará tomando más que simples costumbres de los 'mortales'.
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