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𝟓𝟒| 𝐒𝐥𝐞𝐞𝐩𝐢𝐧𝐠 𝐁𝐞𝐚𝐮𝐭𝐲




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ㅤㅤㅤ் Narradora '
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El caos finalmente había dado paso a un silencio inquietante. La academia, que horas antes había sido un campo de batalla, comenzaba a recuperar la calma. Las enredaderas que habían envuelto sus muros, pulsando con una energía casi viva, comenzaron a retirarse lentamente. Como si respondieran a un llamado invisible, se deslizaban hacia atrás, retrocediendo hasta el capullo blanco que protegía el cuerpo inerte de Chieko. La escena era hipnótica, casi mágica, pero también desgarradora para quienes la observaban. Cada movimiento de las enredaderas parecía simbolizar una despedida, un adiós temporal que dejaba un vacío en el aire.

En el interior de la academia, Yuuki y Hana estaban juntas en la sala principal cuando recibieron la noticia. El impacto fue inmediato. Hana, quien había sido como una madre para Chieko, se llevó una mano al rostro, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Su respiración era irregular, y sus hombros temblaban bajo el peso de la noticia. Yuuki, con los ojos llenos de lágrimas, no pudo contenerse más y abrazó a Hana con fuerza.

— Hana… -Murmuró Yuuki, su voz quebrada por la emoción- Esto no debería haber pasado… No a Chieko…

Hana cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso mientras asentía. Su voz, apenas un susurro, rompió el silencio.

— Lo sé, Yuuki… Lo sé. Pero tenemos que ser fuertes... por Yuna.

En la habitación contigua, los sollozos de Yuna, la hija adoptiva de Chieko, llenaban el aire. La pequeña estaba sentada en el suelo, abrazando una manta que pertenecía a su madre. Su pequeño cuerpo temblaba mientras lloraba sin consuelo, su llanto desgarrador resonando en los corazones de quienes la escuchaban. Yuuki y Hana intentaron acercarse, pero cada vez que intentaban cargarla, Yuna se apartaba, rechazando sus brazos. Sus ojos, llenos de lágrimas, buscaban algo más, alguien más.

Fue entonces cuando Kaname entró en la habitación. Su presencia, serena pero cargada de tristeza, pareció captar la atención de la niña. Sin decir una palabra, se inclinó hacia ella y extendió los brazos. Yuna, sin dudarlo, se lanzó hacia él, aferrándose a su abrigo con fuerza. Sus pequeños dedos se hundieron en la tela mientras enterraba su rostro en su pecho, buscando consuelo.

— Estoy aquí, pequeña. Estoy aquí. -Dijo Kaname, su voz suave pero firme, como una promesa inquebrantable. Mientras la sostenía, acarició su cabello con ternura, tratando de calmarla. Aunque los sollozos de Yuna no cesaron por completo, su respiración se volvió más pausada, como si la presencia de Kaname le diera un respiro en medio de su dolor-

Yuuki observó la escena desde la puerta, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Se giró hacia Hana, quien también miraba en silencio.

— Kaname… -Susurró Yuuki, su voz apenas audible- Siempre encuentra la manera de ser fuerte, incluso cuando está roto por dentro.

Hana asintió, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

— Porque sabe que Yuna lo necesita ahora más que nunca. -Respondió, su voz cargada de admiración y tristeza-

Kaname, mientras tanto, mantenía a Yuna cerca, sus pensamientos perdidos en los recuerdos de Chieko. Había perdido al amor de su vida una vez más, pero en los ojos de Yuna veía una chispa de esperanza, una razón para seguir adelante. Aunque su corazón estaba destrozado, su determinación de proteger a la pequeña era inquebrantable.

— Todo estará bien, Yuna. Te lo prometo. -Murmuró Kaname, más para sí mismo que para la niña, mientras la abrazaba con más fuerza-

La academia, aunque en calma, estaba impregnada de una tristeza palpable. Cada rincón parecía guardar los ecos de lo que había sucedido, y cada persona lidiaba con su dolor a su manera. Pero en medio de la pérdida, había pequeños destellos de esperanza, como el abrazo de Kaname y Yuna, que prometían que, aunque el camino sería difícil, no estarían solos.

[. . .]

Mientras el silencio pesado invadía la academia, Kaien permanecía en su despacho. Las sombras del anochecer se alargaban sobre las paredes, y una lámpara tenue iluminaba los documentos apilados sobre su escritorio. Su ceño estaba fruncido y sus ojos, normalmente cálidos, reflejaban una mezcla de preocupación y tristeza. Frente a él, una carta recién escrita y un par de mensajes se encontraban listos para ser enviados. Sus dedos, ligeramente temblorosos, jugueteaban con el borde de uno de los sobres, como si dudara por un breve instante antes de tomar aire y continuar.

Había contactado a Katashi y Hanako, los padres de Ichuru y Zero, para informarles de lo sucedido. Cada palabra que había escrito había pesado como una piedra, y su corazón había latido con fuerza mientras trataba de explicar los hechos sin agregar más dolor del necesario. Sabía que estas noticias los devastarían, pero era su deber asegurar que estuvieran allí, no solo por sus hijos, sino por el vínculo que todos compartían con Chieko. La pluma se había detenido varias veces mientras redactaba, y su mente repasaba una y otra vez la mejor forma de transmitir lo irremediable sin ser frío ni distante.

Después de dejar las cartas listas, tomó una pausa, mirando por la ventana que daba al jardín frontal de la academia. El reflejo de la luna iluminaba tenuemente el patio, pero incluso ese resplandor parecía apagado esa noche. La calma que ahora reinaba en el exterior era un contraste cruel con el torbellino de emociones que cargaban quienes estaban dentro de esos muros.

Kaien volvió a la tarea. También había enviado un mensaje a Yagari, el cazador y aliado que, aunque duro y aparentemente distante, siempre respondía al llamado en los momentos más difíciles. Sabía que Yagari no solo aportaría una perspectiva pragmática, sino que también sería un pilar para aquellos que necesitaran alguien que hablara desde la experiencia, alguien que supiera enfrentarse al dolor sin permitir que lo consumiera.

Kaien dejó escapar un suspiro largo, colocando ambas manos sobre el escritorio mientras reflexionaba. La situación era delicada, y aunque no le gustaba ser el portador de noticias tan devastadoras, sabía que tenía una responsabilidad. Su mirada se fijó en el reloj de pared, cuyo tic-tac se hacía más prominente en la quietud del despacho. Era una cuenta atrás. Una cuenta atrás para enfrentar emociones desgarradoras, preguntas imposibles de responder y decisiones inevitables.

— Es lo correcto… -Murmuró para sí mismo, como si necesitara oír esas palabras en voz alta para convencerse de ello-

Con una última mirada a los sobres, los selló con un movimiento decidido y llamó a un asistente para asegurarse de que fueran entregados inmediatamente. Mientras se hundía de nuevo en su silla, dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos por un momento. El peso de la responsabilidad siempre había sido algo que llevaba con orgullo, pero esa noche se sentía particularmente insoportable.

Sabía que los próximos días pondrían a prueba a todos en la academia, pero también sabía que había algo que los unía y que, a pesar de las tragedias, los mantendría firmes: la capacidad de apoyarse mutuamente en los momentos más oscuros.

[. . .]

En una casa situada a kilómetros de la academia, el silencio reinaba como una manta pesada que cubría cada rincón. El sonido de los pasos de Katashi resonaba contra el suelo de madera mientras entraba en el salón principal con la carta de Kaien en la mano. Su expresión, normalmente estoica y firme, comenzó a desmoronarse tan pronto como sus ojos recorrieron las primeras líneas. Las palabras escritas en la carta pesaban como piedras, cada una llenando su mente con una mezcla de incredulidad y dolor. Lentamente, sus dedos se relajaron y el papel cayó al suelo, como si el peso de la noticia fuera demasiado para sostenerlo.

Hanako, que estaba cerca, notó su reacción y con prisa tomó la carta del suelo. Sus manos temblaban mientras la alzaba para leerla. La luz tenue de la lámpara de la habitación iluminaba las líneas del documento, pero la claridad del mensaje era como una tormenta que la golpeaba directamente en el pecho. Su respiración se volvió irregular; cada palabra parecía arrancarle algo más de su energía, y sus ojos, normalmente llenos de calidez, comenzaron a empañarse con lágrimas que no podían contenerse. Su corazón latía con fuerza, y su garganta se cerró mientras intentaba controlar el nudo que se formaba.

— Chieko… no… -Susurró Hanako, sus palabras desgarradoras apenas audibles. Sus dedos apretaron la carta como si quisiera aferrarse a algo tangible, como si pudiera cambiar el curso del destino que ahora era irreversible-

Katashi, observando la fragilidad de su esposa en ese momento, sintió que su propia fuerza comenzaba a tambalearse. Era un hombre conocido por su temple, por su capacidad para mantenerse sereno incluso en las circunstancias más adversas. Pero esa noche, la noticia que llevaban esas palabras lo hizo vulnerable. Sus ojos, antes llenos de firmeza, comenzaron a enrojecer mientras el dolor que intentaba reprimir empezaba a manifestarse en su rostro.

Con determinación, Katashi colocó ambas manos en los hombros de Hanako, un gesto que pretendía transmitir apoyo y calma. Aunque sus propias emociones eran difíciles de contener, sabía que tenían que actuar, que el tiempo era esencial.

— Debemos irnos. Ahora mismo. -Dijo con una voz que, aunque firme, temblaba ligeramente. Había urgencia en sus palabras, una necesidad inmediata de estar en la academia, de ser un apoyo para quienes más lo necesitaban-

Hanako asintió, incapaz de hablar. Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas mientras su mirada permanecía fija en la carta por unos segundos más. Finalmente, tomó aire y se limpió las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano, como si intentara recuperar algo de control sobre sí misma. Sus movimientos eran mecánicos mientras comenzaba a prepararse para partir.

Katashi, por su parte, comenzó a reunir sus cosas con una eficiencia casi automática, aunque su mente seguía atrapada en el dolor que compartía con su esposa. Cada movimiento, desde ponerse el abrigo hasta agarrar las llaves, estaba cargado de una determinación silenciosa. El ambiente en la casa se volvió más tenso con cada segundo que pasaba, como si el espacio mismo compartiera su dolor.

Antes de salir, ambos se miraron por un breve instante, sin necesidad de palabras. Había una comprensión mutua, un dolor compartido que los impulsaba hacia adelante. Mientras salían por la puerta principal hacia el coche, la noche los recibió con un aire frío que parecía calar aún más en sus corazones.

El viaje a la academia comenzó en silencio, interrumpido solo por los sonidos del motor y el ritmo constante del camino bajo las ruedas. Hanako miraba por la ventana, su mente llena de recuerdos de Chieko, mientras Katashi mantenía la mirada fija en la carretera, su expresión tensa pero decidida. Sabían que este viaje cambiaría todo, y aunque el dolor los acompañaba, también sentían la responsabilidad de ser fuertes para sus hijos, para Chieko y para Yuna.

[Horas después. . .]

El matrimonio llegó a la academia mientras la noche envolvía el edificio en una calma inquietante. El ambiente era denso, cargado de un silencio que parecía contener el peso de la tragedia. Aunque todo parecía estar en calma, la atmósfera estaba impregnada de tristeza, como si los muros mismos absorbieran el dolor de quienes habitaban dentro. Katashi y Hanako fueron recibidos por Kaien, quien, con una expresión seria pero cálida, les explicó que Ichuru se encontraba recuperándose en una de las habitaciones. Sin demora, se dirigieron al lugar.

Al abrir la puerta, una sensación de angustia los envolvió. La habitación era simple, iluminada por una luz tenue que proyectaba sombras suaves en las paredes. Allí, sobre la cama, estaba Ichuru. Su rostro, normalmente lleno de vitalidad, ahora lucía pálido y apagado. Sus ojos, aunque abiertos, parecían mirar a un punto lejano, como si estuviera perdido en pensamientos que lo mantenían cautivo. Vendajes cubrían partes de su cuerpo, desde su brazo hasta su clavícula, testigos silenciosos de las heridas físicas que había sufrido. Su respiración era lenta y controlada, cada inhalación acompañada de un ligero temblor que revelaba el esfuerzo que hacía por mantenerse estable.

Katashi no dudó. Su dolor interno no lo detuvo; en cambio, lo impulsó hacia adelante. Caminó directamente hacia su hijo y se inclinó junto a él. La cama crujió ligeramente bajo su peso, pero Ichuru apenas reaccionó al sonido. Con movimientos firmes pero cuidadosos, Katashi colocó una mano en el hombro de su hijo. Fue un gesto que contenía más palabras de las que podían decirse, un puente que conectaba su fuerza con la fragilidad de Ichuru en ese momento.

— Estamos aquí, Ichuru. Todo estará bien… estamos contigo. -Dijo Katashi, su voz profunda y serena, aunque sus ojos reflejaban un dolor que intentaba mantener bajo control. Se inclinó un poco más hacia su hijo, tratando de transmitirle calidez y seguridad-

Ichuru giró la cabeza lentamente hacia su padre. Sus labios temblaban, y aunque su cuerpo parecía agotado, reunió el poco aliento que tenía para intentar hablar.

— Papá… mamá… -Susurró con dificultad, cerrando los ojos un momento para contener las emociones que lo abrumaban- Lo intenté… hice todo lo que pude, pero… no fue suficiente.

La voz de Ichuru se quebró, sus palabras cayendo como un peso sobre quienes estaban en la habitación. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, una muestra visible del dolor y la culpa que llevaba consigo. Hanako, que ya estaba al borde de sus propias emociones, no pudo contenerse más. Con pasos rápidos, se acercó a la cama y tomó la mano de su hijo con delicadeza. Sus dedos acariciaron el dorso de su mano, como si el contacto pudiera aliviar aunque fuera una fracción de su sufrimiento.

— Ichuru, mi amor… no fue tu culpa. -Dijo Hanako, su voz quebrada pero firme, mientras sus ojos brillaban con lágrimas- Tú hiciste más de lo que cualquiera podía haber hecho. Hiciste todo lo que estaba en tus manos.

Sus palabras, aunque simples, estaban cargadas de amor y consuelo. Ichuru la miró, y aunque su rostro todavía estaba marcado por la tristeza, su expresión se suavizó un poco ante la presencia reconfortante de su madre.

En el otro extremo de la habitación, Zero había estado de pie en silencio, observando la interacción con una mezcla de preocupación y determinación. Aunque siempre había sido el más reservado en mostrar sus emociones, algo en ese momento lo impulsó a dar un paso adelante. Caminó hacia la cama, deteniéndose junto a Katashi y mirando directamente a su hermano.

— Hermano… -Comenzó Zero, su voz baja pero firme, mientras se inclinaba ligeramente hacia Ichuru- No tienes que cargar con esto solo. Estamos aquí para ti. Y… para Chieko. -Dijo, sus palabras simples pero llenas de sinceridad-

Ichuru levantó la mirada hacia Zero, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos encontraron un destello de consuelo. Aunque su corazón todavía estaba pesado, la presencia y las palabras de su hermano lograron aliviar una pequeña parte de su sufrimiento. Asintió débilmente, mostrando un agradecimiento silencioso.

— Gracias, Zero… -Murmuró Ichuru, su voz apenas audible-

La habitación quedó en silencio por un momento después de estas palabras. Katashi mantuvo su mano en el hombro de Ichuru, mientras Hanako seguía sosteniendo su mano con ternura. Zero permaneció junto a ellos, su postura firme y protectora. Aunque el dolor seguía presente, había un sentido de unidad en ese espacio, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la familia era una fuente de fortaleza.

[Después de un tiempo. . .]

La puerta de la habitación se abrió suavemente, dejando entrar a Kaien, seguido de Yagari. La entrada del cazador fue imponente, como siempre, pero esa vez su presencia llevaba algo más que autoridad: una mezcla de calidez y empatía que parecía suavizar el aire pesado que dominaba la sala. Yagari ajustó su sombrero con un movimiento casi automático mientras sus ojos recorrían la habitación, evaluando cada detalle, cada rostro. Su mirada firme pasó por Katashi, Hanako y Zero, antes de detenerse en Ichuru, quien permanecía acostado con una expresión de cansancio y pesadumbre. Por último, Yagari miró a Kaien, esperando una explicación.

— Bien, estoy aquí. ¿Qué necesitas que haga? -Preguntó Yagari, su voz directa y llena de pragmatismo, pero con un trasfondo de preocupación genuina-

Kaien, cuyos hombros parecían cargados con el peso de demasiadas responsabilidades, dejó escapar un suspiro largo. Pasó una mano por su cabello, un gesto que delataba su agotamiento emocional.

— Más que nada, necesitamos apoyo emocional. Todos aquí están destrozados… especialmente los padres de Chieko. Llegarán pronto, y será difícil. -Dijo con un tono cansado, pero su voz aún conservaba la calidez que siempre lo caracterizaba-

Yagari asintió lentamente, cruzando los brazos mientras observaba a Ichuru. Sus ojos, llenos de experiencia, parecían leer más allá de las heridas visibles, percibiendo el peso de la culpa que el joven llevaba sobre sus hombros.

— He visto a muchos hombres fuertes quebrarse bajo el peso de la culpa. No dejaré que eso le pase a este chico. -Dijo Yagari, con un tono firme, casi como una promesa-

Katashi, que había estado sentado en silencio al lado de la cama de su hijo, levantó la mirada hacia Yagari. Sus ojos, enrojecidos por el dolor, brillaron con un destello de gratitud.

— Gracias por estar aquí. -Dijo Katashi, su voz suave pero cargada de sinceridad-

Yagari respondió con un simple asentimiento antes de caminar hacia Katashi y darle una palmada firme en el hombro, un gesto breve pero significativo. Luego, volvió su atención a Kaien, su expresión cambiando a una mezcla de seriedad y preocupación.

— Dime, ¿Cómo está Yuna? -Preguntó Yagari, su tono más suave, como si estuviera consciente de la fragilidad de la situación-

Kaien bajó la mirada por un momento, sus manos descansando sobre el respaldo de una silla cercana.

— Está con Kaname. La niña… ha perdido tanto, y él está haciendo todo lo posible por mantenerla tranquila. -Respondió Kaien, su voz se quebró ligeramente al mencionar a la pequeña, pero rápidamente recuperó la compostura-

Yagari gruñó suavemente, sacudiendo la cabeza con un gesto de pesar.

— Kaname es fuerte, pero este tipo de dolor… nadie debería enfrentarlo solo. -Dijo, sus palabras cargadas de entendimiento, como alguien que había enfrentado pérdidas similares en el pasado-

El silencio llenó la habitación por un momento, pero no era incómodo. Había una sensación compartida de propósito, de la necesidad de proteger y consolar en medio de la tragedia.

Kaien se enderezó y dirigió su mirada a cada persona presente, su tono adoptando una calidez reconfortante mezclada con determinación.

— Todos aquí somos una familia. Chieko, Yuna, todos ustedes… necesitamos apoyarnos mutuamente ahora más que nunca. -Dijo, su voz clara pero cargada de emoción. Hizo una pausa antes de añadir, con una leve sonrisa que intentaba devolver un poco de esperanza al grupo- Vamos a superar esto juntos.

Las palabras de Kaien parecían reverberar en el aire, llevando consigo una pequeña chispa de fortaleza a cada persona en la sala. Yagari asintió, apoyando su espalda contra la pared mientras cruzaba los brazos, como si indicara que estaba listo para quedarse todo el tiempo necesario. Katashi apretó con suavidad el hombro de Ichuru, y Hanako acarició la mano de su hijo con ternura, dejando que las palabras de Kaien penetraran en sus corazones.

El dolor seguía presente en cada rincón de la academia, como un recordatorio constante de lo que habían perdido. Pero con cada palabra de apoyo, cada gesto solidario, se sentía una fuerza en la unión de todos los presentes, una esperanza que comenzaba a crecer lentamente. Aunque el camino sería arduo, había algo inquebrantable en su conexión: no enfrentarían este sufrimiento solos.

[. . .]

Kaien también envió una carta a Haruka, explicando la situación en detalle. Fue el mayordomo de Haruka, Ryota, quien entregó el mensaje directamente en el estudio de la residencia. Haruka estaba sentado en su silla habitual, rodeado de libros antiguos y documentos que parecía haber estado revisando. Al recibir la carta, se quedó inmóvil por unos segundos, observando el sobre como si dudara abrirlo. Finalmente, con una respiración profunda, deslizó sus dedos para romper el sello y desplegó el papel.

A medida que leía las palabras de Kaien, la expresión tranquila de Haruka comenzó a cambiar. Cada línea parecía golpearlo con más fuerza, como un puñal que perforaba su corazón. Su mano tembló ligeramente al sostener la carta, pero no apartó la mirada. Era una verdad que no podía ignorar, aunque le costara aceptarla. Los recuerdos de Juuri, su amada fallecida, se mezclaban con los pensamientos de Chieko, su sobrina querida, y el dolor se acumulaba en su pecho.

Cuando terminó de leer, dejó caer la carta sobre su escritorio, como si el peso de las palabras se hubiera trasladado directamente a él. Cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas que había contenido durante todo ese tiempo se deslizaran silenciosas por sus mejillas. La habitación, normalmente tranquila, parecía ahora sofocante con el peso de su tristeza.

Ryota, quien había permanecido a un lado respetando la privacidad de Haruka, finalmente se acercó con cautela. El mayordomo, siempre fiel y atento, colocó una mano ligera sobre el hombro de Haruka.

— Señor Haruka… ¿Está bien? -Preguntó en voz baja, aunque la respuesta era evidente-

Haruka abrió los ojos lentamente, mostrando una mirada que aunque rota, reflejaba determinación.

— No, Ryota… no estoy bien. Pero Chieko nos necesita. Y también Yuna. -Respondió, su voz baja pero firme-

Ryota asintió, entendiendo el peso de esas palabras. Sabía que Haruka era un hombre de acción, incluso en los momentos más dolorosos. Sin esperar instrucciones, el mayordomo comenzó a preparar lo necesario para el viaje.

[Minutos más tarde. . .]

Haruka se levantó de su silla, ajustando su abrigo antes de salir del estudio. Se detuvo brevemente en la puerta, mirando hacia el interior de la habitación que siempre había sido su refugio. Pensó en Juuri, en la fuerza que ella siempre le había dado, y en cómo, incluso en la distancia, sentía que ella estaba con él.

Ryota, que lo esperaba cerca de la entrada principal, lo observó en silencio antes de abrir la puerta del coche que los llevaría a la academia.

— Todo está listo, señor. -Dijo, con un tono respetuoso-

Haruka asintió una vez más, subiendo al vehículo mientras la noche fría envolvía la residencia. Durante el trayecto, el silencio llenó el espacio entre ellos. Haruka miraba por la ventana mientras los árboles y las luces pasaban rápidamente, su mente ocupada en lo que estaba por venir. Sabía que al llegar, enfrentaría emociones difíciles, pero también sabía que su presencia era esencial para su familia.

[. . .]

El vehículo se detuvo en la entrada de la academia, cuyos imponentes muros se alzaban contra la noche estrellada. La luna iluminaba débilmente el camino, y el aire estaba impregnado de una calma inquietante que parecía reflejar la tristeza que habitaba dentro del recinto. Haruka bajó del auto con pasos lentos, seguido por su leal mayordomo Ryota, quien lo escoltó con un gesto respetuoso. La presencia de Haruka, siempre imponente y serena, llevaba consigo un peso emocional que no podía ocultarse esa noche.

En la entrada, fueron recibidos por la clase nocturna. Rima, Senri, Ruka, Akatsuki, Hanabusa, Takuma y Seiren se encontraban allí, formando una línea silenciosa. Aunque nadie habló en un principio, sus expresiones reflejaban un respeto profundo y una tristeza compartida. Yuuki y Kaname esperaban a unos pasos de distancia, con la pequeña Yuna en brazos de Kaname. Yuna, con el rostro enterrado en su pecho, sollozaba suavemente, y aunque Kaname se mantenía estoico, su mirada estaba cargada de una tristeza que nadie podía ignorar.

Hana, aunque visiblemente afectada, se acercó primero. Había lágrimas en sus ojos, pero su postura firme denotaba una fuerza que buscaba transmitir a todos.

— Haruka… -Dijo con la voz entrecortada, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto- Gracias por venir. Sabemos que… esto no es fácil.

Haruka asintió lentamente, sus ojos fijos en Hana por un breve instante antes de desviarse hacia Kaname y Yuna.

— Tenía que estar aquí. Somos familia. -Respondió, su voz profunda pero cargada de emoción contenida. Dio un paso hacia Kaname, quien sostuvo a Yuna con cuidado mientras la pequeña seguía aferrada a él-

Yuna alzó la mirada por un momento, con sus ojos llenos de lágrimas, como si reconociera a Haruka. Pero rápidamente volvió a esconderse en el pecho de Kaname, buscando el consuelo que solo él podía darle.

— Está más tranquila cuando está con Kaname. -Explicó Yuuki en voz baja, acercándose a su padre- Pero… no ha dejado de llorar. Siente la ausencia de su madre.

Haruka asintió nuevamente, mirando a Yuna con ternura antes de posarse sobre Kaname.

— Eres fuerte, Kaname. Pero no tienes que llevar este peso solo. Estamos aquí. -Dijo, colocando una mano firme en el hombro de su hijo-

Kaname inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, aunque no respondió de inmediato. Sus ojos reflejaban un dolor profundo, pero también una determinación inquebrantable.

[. . .]

El grupo comenzó a avanzar lentamente hacia el patio delantero. El silencio que los envolvía era interrumpido solo por el sonido de sus pasos sobre el suelo. Rido, quien había decidido acompañarlos esa noche, caminaba junto a Haruka. Aunque su relación siempre había sido complicada, había algo diferente en él: una madurez y tranquilidad que lo hacían parecer más humano, más cercano a los demás.

— Haruka… -Comenzó Rido, su voz grave pero más calmada de lo habitual- Sé que nuestras diferencias han sido muchas… pero estoy aquí para apoyar a nuestra familia. -Sus palabras eran sinceras, y Haruka lo miró de reojo antes de responder-

— Me alegra escuchar eso. Chieko necesita a todos. -Dijo Haruka con firmeza, sin apartar la mirada del camino-

Rido asintió, manteniéndose en silencio mientras el grupo continuaba avanzando.

[En el patio. . .]

Al llegar al patio delantero, el capullo de enredaderas blancas apareció ante ellos, iluminado por la tenue luz de la luna. Su presencia era casi celestial, como si el lugar mismo estuviera envuelto en un aura de serenidad. A pesar del sufrimiento, había algo tranquilizador en su forma, una promesa silenciosa de que Chieko aún estaba allí, esperando.

Haruka fue el primero en acercarse. Sus pasos eran lentos, cargados de un dolor que parecía pesarle más con cada paso que daba. Cuando estuvo a pocos centímetros del capullo, extendió una mano temblorosa hacia él. Sus dedos tocaron la superficie con cuidado, y para su sorpresa, parecía cálida, como si el espíritu de Chieko irradiara vida desde dentro.

— Chieko… -Murmuró Haruka, su voz casi inaudible. Las lágrimas comenzaron a correr nuevamente por su rostro mientras se dejaba caer de rodillas frente al capullo, incapaz de contener el torrente de emociones que lo invadía. Sus hombros temblaban mientras llevaba una mano al suelo para sostenerse-

Ryota, quien había permanecido a unos pasos detrás, observó la escena con el respeto que siempre mostraba hacia su señor. Aunque sabía que no podía aliviar el dolor de Haruka, su presencia silenciosa era suficiente para transmitir su apoyo.

Yuuki, Kaname, Hana y Rido miraban en silencio. Cada uno lidiaba con su propio dolor mientras presenciaban la reacción de Haruka. Yuna, que seguía en los brazos de Kaname, alzó la vista hacia el capullo por un instante. Aunque no entendía completamente lo que estaba ocurriendo, parecía percibir que su madre estaba allí. Extendió una mano pequeña hacia el capullo, pero al no alcanzarlo, volvió a aferrarse a Kaname, escondiendo su rostro nuevamente.

Rido rompió el silencio con una voz grave pero conciliadora.

— Ella sigue aquí. No la perderemos… no esta vez. -Dijo, sus palabras llenas de una convicción que sorprendió a todos. Había cambiado, y ahora parecía dispuesto a luchar por su familia de una manera que antes no habrían imaginado-

Haruka levantó la mirada hacia Rido, y por un breve instante, hubo un entendimiento tácito entre ellos. Aunque el dolor seguía presente, había una fuerza que los conectaba en ese momento.

El grupo permaneció allí por varios minutos, en silencio, unidos por su dolor compartido y una esperanza silenciosa. Aunque la batalla había terminado, sabían que el verdadero desafío era sanar las heridas que el conflicto había dejado. Mientras la luz de la luna envolvía el capullo de enredaderas blancas, todos compartían una certeza: harían todo lo posible por proteger a Chieko hasta que despertara.

[Después de un rato. . .]

El momento de despedida en la academia comenzó en medio de la quietud de la noche. Aunque el grupo se encontraba unido frente al capullo de enredaderas blancas, esa unión ahora se extendía hacia una nueva etapa. El séquito de Kaname, conformado por Senri, Rima, Hanabusa, Akatsuki, Ichijou, Ruka y Seiren, comenzó el proceso de recoger sus pertenencias. Cada uno de ellos, aunque afectado por los acontecimientos recientes, actuaba con la disciplina y el respeto que caracterizaba a la clase nocturna. Mientras los pasillos se llenaban del eco de sus pasos y el movimiento de maletas, había una serenidad solemne en el ambiente. Era un adiós silencioso, marcado por la responsabilidad de continuar adelante.

Los estudiantes que decidieron quedarse en la academia, buscaron completar sus estudios, se despidieron del grupo que partía. Sus expresiones reflejaban respeto y gratitud hacia Kaname y los demás, reconociendo los lazos que habían formado durante su tiempo compartido. Aunque la academia recuperaba su paz, los recuerdos de lo que habían enfrentado juntos seguirían siendo un hilo que conectaba a todos los que habían formado parte de esta historia.

Por otro lado, Yuuki, Hana y Yuna acompañaron a Kaname en el proceso de recogida. Las pertenencias de la familia Kuran, cuidadosamente organizadas, fueron trasladadas de las habitaciones hacia los vehículos que los llevarían de regreso a su hogar ancestral, la mansión Kuran. Yuna, todavía visiblemente afectada, se mantuvo cerca de Kaname durante todo el proceso, aferrada a su presencia como un refugio en medio del dolor. Hana y Yuuki, con gestos calculados y silenciosos, trabajaron para asegurarse de que todo estuviera listo, tratando de brindar estabilidad en un momento lleno de emociones.

Mientras el grupo se enfocaba en recoger sus cosas, Rido y Haruka asumieron la responsabilidad de trasladar el ataúd de enredaderas que rodeaba a Chieko. El capullo, aún iluminado bajo la luz lunar, fue cuidadosamente preparado para el viaje hacia la mansión. Rido, con una expresión seria pero calmada, supervisó el proceso, mientras Haruka observaba cada detalle con una mezcla de solemnidad y tristeza. Ambos, aunque marcados por las tensiones del pasado, trabajaron en perfecta coordinación, un reflejo de su compromiso con proteger a su familia.

El traslado del capullo fue un procedimiento meticuloso. Las enredaderas que envolvían a Chieko parecían pulsar suavemente, como si respondieran al cuidado con el que eran tratadas. Los encargados de moverla actuaron con extrema precaución, asegurándose de que el entorno alrededor del ataúd de enredaderas permaneciera intacto. Haruka y Rido supervisaron cada paso, asegurándose de que el vehículo que llevaría a Chieko estuviera perfectamente equipado para protegerla durante el trayecto.

Finalmente, con todo listo, el grupo se reunió una vez más en la entrada de la academia. La familia Kuran y los miembros del séquito de Kaname, ahora cargados con el peso de sus emociones y recuerdos, se prepararon para partir. Los estudiantes que se quedaban ofrecieron una última reverencia, un gesto respetuoso hacia quienes se iban. Aunque este momento marcaba el fin de una etapa, también era el comienzo de otra: una que llevaría consigo el desafío de enfrentar las heridas emocionales y reconstruir lo que se había perdido.

En medio del aire frío de la noche, los vehículos partieron hacia la mansión Kuran, llevando consigo no solo las pertenencias materiales, sino también la esperanza silenciosa de que un día todo volvería a la calma y Chieko despertaría para reunirse con ellos.

┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫━̫̫┈̫̫ ¡Cᴏɴᴛɪɴᴜᴀʀᴀ́!
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¡Hola, queridos lectores! 🌙

Quiero tomar un momento para expresar mi más sincero agradecimiento por ser una parte fundamental de esta historia. Sus comentarios y votos son una fuente inagotable de inspiración para mí, y me brindan el impulso necesario para continuar creando. Cada uno de sus mensajes ilumina este universo literario que tenemos el privilegio de compartir, y para mí es sumamente valioso conocer sus emociones y pensamientos al sumergirse en la lectura.

Con todo mi cariño, 
LadyBeluna019 🌹

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