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ᴇᴘɪʟᴏɢᴏ

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ᴇᴘɪʟᴏɢᴏ

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PERCY

EL CAMPAMENTO SE PROLONGÓ AQUEL VERANO.

Todavía duró dos semanas más, justo hasta el comienzo del curso. No pasó mucho tiempo antes de que poco a poco, empezaran a llegar cada vez más y más campistas.

Desde luego, Annabeth me mataría si dijera algo diferente, pero hubo también muchas otras cosas estupendas. Grover se había hecho cargo de los sátiros buscadores y estaba enviándolos por todo el país para encontrar mestizos que aún no hubieran sido reconocidos. Por el momento, los dioses cumplían su promesa. Estaban apareciendo semidioses nuevos por todas partes: no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros países.

La U que formaban las antiguas cabañas, pronto se convertiría en un rectángulo completo, y los semidioses se habían aplicado a la tarea con entusiasmo.

Nico tenía a unos cuantos obreros muertos trabajando en la cabaña de Hades. Aunque él sería por ahora su único ocupante, la verdad es que le estaba quedando muy bien: paredes macizas de obsidiana, con una calavera sobre el dintel y antorchas que ardían con fuego griego las veinticuatro horas del día. A su lado, se alzaban las cabañas de Iris, Némesis, Hécate, Niké y algunas más que no identifiqué. Todos los días añadían alguna nueva al proyecto.

Dari era la única que se negaba a que le hicieran una. Nos contó que hubo una gran discusión en la cabaña diez cuando Drew insistió en que se marchara. Darlene era ahora la capitana, pero siendo hija de Eros, ahora tendría que tener su cabaña, y eso significaba que ya no podría seguir siendo capitana de Afrodita, lo que significa que debería entregarle el mando a Drew.

Quirón casi acaba con un zapato en el ojo cuando se metió a intentar mediar la situación. No se resolvió nada y ese tema seguía en espera.

En su mayoría, el resto iba tan bien que Annabeth y Quirón estaban considerando la posibilidad de crear una nueva ala de cabañas para que todas contaran con suficiente espacio.

La cabaña de Hermes ya no estaba tan abarrotada como antes, porque muchos de los chicos no reconocidos habían recibido la señal de sus progenitores divinos. Sucedía casi cada noche. Y cada noche, asimismo, llegaban semidioses a nuestras fronteras, acompañados de sátiros buscadores y perseguidos por vas monstruos repulsivos. La mayoría conseguía zafarse de ellos y entrar en el campamento.

Lo único distinto era Darlene. Aunque ella dijera que estaba mejor, en realidad, no era así. Cada día que pasaba, estaba más y más resentida con todos. Se enojaba con facilidad y explotaba por la más mínima cosa. Drew Tanaka creía que estaba enojada porque todos estábamos "siguiendo con nuestras vidas como personas normales y ella no podía ser normal".

Annabeth le dio un puñetazo cuando la escuchó. Dari no estaba enojada porque nosotros estuviéramos avanzando. Estaba enojada porque ella debía avanzar cuando Michael no estaba aquí para hacerlo con ella.

En el día pasaba todo el tiempo trabajando y entrenando hasta el cansancio. Valentina decía que tenía pesadillas todas las noches y se despertaba llorando y gritando el nombre de Michael.

Evitaba pasar tiempo con la cabaña siete. No sonreía. No cantaba. No horneaba. Rara vez usaba ropa colorida y brillante.

Se estaba volviendo una sombra de lo que solía ser. Apolo se pasaba casi todos los días por el campamento, y por un momento, parecía volver a la normalidad, pero cuando se iba, todo empeoraba.

Pero desde hacía un par de noches, Dari empezó a desaparecer. Se marchaba con la puesta del sol, y regresaba poco antes del amanecer. No cenaba en el campamento, dormía hasta tarde, despertándose con una apariencia que se salía completamente de lo que ella consideraba aceptable.

No sabíamos cómo ayudarla, porque no nos dejaba ayudarla. La única que había logrado acercarse además de Apolo, había sido Alessandra, y era porque ambas compartían el mismo dolor.

Aunque eso no era sorprendente, porque Darlene, y a veces Héctor, era la única amiga que la hija de Niké tenía en el campamento. Algunos por miedo, y otros por su relación con Luke. No es que alguien la culpara, era su alma gemela, y bastante había hecho por nosotros, era más bien que nadie sabía cómo acercarse sin tocar el tema de Luke y pues, la mayoría, sobre todo la cabaña once, se sentían un poco resentidos con Luke.

Era complicado para todos.

Aquella noche, la última en el campamento, se celebró la ceremonia de las cuentas de collar. La cabaña de Hefesto había diseñado la de aquel año: una cuenta que mostraba la imagen del Empire State rodeada de una espiral de letras griegas diminutas, con todos los nombres de los héroes que habían sucumbido en defensa del Olimpo. Había demasiados nombres, pero aun así me sentí orgulloso de recibirla y la coloqué en mi collar; ya tenía cuatro cuentas. Me sentía como un veterano. Pensé en la primera hoguera de campamento a la que había asistido, a los doce años, y recordé que me había sentido como en casa de inmediato. Eso al menos no había cambiado.

—¡Jamás olviden este verano! —nos dijo Quirón. Estaba extraordinariamente recuperado, aunque todavía se le veía una leve cojera mientras trotaba junto al fuego—. Este verano hemos descubierto la bravura, la amistad y el coraje. Hemos mantenido el honor del campamento.

Me dirigió una sonrisa y todos aplaudieron. Desvié la mirada y reparé en una niña con vestido marrón que cuidaba el fuego. Tenía un brillo escarlata en los ojos, y me hizo un guiño. Nadie más parecía advertir su presencia, pero llegué a la conclusión de que ella quizá lo prefería así.

—Y ahora —dijo Quirón—, ¡a la cama temprano! Recuerden, tienen que desalojar las cabañas mañana a mediodía, a menos que hayan hecho las gestiones necesarias para pasar todo el año con nosotros. Las arpías de la limpieza devorarán sin piedad a los rezagados, ¡y no me gustaría concluir el verano con una nota amarga!

A la mañana siguiente, Annabeth y yo nos detuvimos en lo alto de la colina Mestiza y contemplamos los autobuses y furgonetas que empezaban a salir, llevándose de vuelta al mundo real a la mayoría de los campistas. Algunos veteranos, así como algunos recién llegados, se quedaban en el campamento, otros se marcharían al Santuario, pero yo volvía para iniciar mi segundo año en la Escuela Secundaria Goode: la primera vez en mi vida que hacía dos cursos en el mismo colegio.

—Adiós —nos dijo Rachel, echándose la bolsa al hombro. Se la veía bastante nerviosa, pero pensaba mantener la promesa que le había hecho a su padre y asistir a la Academia Clarion en New Hampshire. Hasta el verano siguiente no recuperaríamos a nuestra Oráculo.

—Te irá de maravilla. —Annabeth la abrazó. Era curioso: ahora parecía llevarse muy bien con ella.

Rachel se mordió el labio.

—Ojalá tengas razón. Estoy algo preocupada. ¿Y si alguien se pregunta qué van a poner en el examen de Mates y yo empiezo a farfullar una profecía en medio de la clase de Geometría? "El teorema de Pitágoras será el segundo problema..." ¡Dioses, resultaría muy embarazoso!

Annabeth se echó a reír y, para mi alivio, consiguió que Rachel sonriera un poco.

—Bueno —dijo—, portense bien el uno con el otro. —Vete a saber por qué, pero me miró como si fuera un tipo problemático. Antes de que pudiera protestar, Rachel nos deseó suerte y corrió cuesta abajo para subir a su vehículo.

Annabeth, gracias al cielo, se quedaría en Nueva York. Sus padres la habían dejado ingresar en un internado de la ciudad para que permaneciera cerca del Olimpo y pudiera supervisar los trabajos de reconstrucción.

—Y para estar cerca de mí, ¿no? —pregunté.

—Hum, me parece que hay alguien aquí que se da demasiada importancia.

—Pero entrelazó sus dedos con los míos. Me acordé de su idea de construir algo permanente, de la que me había hablado en Nueva York, y pensé que quizá estábamos empezando con buen pie.

Peleo, el dragón guardián, se enroscó alrededor del tronco del pino, justo debajo del Vellocino de Oro, y empezó a roncar, echando una bocanada de humo a cada suspiro.

—¿Has estado pensando en la profecía de Rachel? —le pregunté a Annabeth.

Arrugó el ceño.

—¿Cómo lo sabes? —contestó.

—Porque te conozco.

Me dio un empujón con el hombro.

—Bien, sí, he pensado. "Nueve mestizos responderán a la llamada". Me pregunto quiénes serán. Vamos a tener muchas caras nuevas el verano que viene.

—Sí —asentí—. Y todo eso del mundo cayendo bajo la tormenta o el fuego...

Frunció los labios.

—"Y los enemigos a las Puertas de la Muerte". No lo sé, Percy, pero no me gusta. Creía... bueno, que quizá tendríamos un poco de paz para variar.

—No sería el Campamento Mestizo si fuese pacífico —dije.

—Ya... O tal vez la profecía no se cumpla en muchos años.

—Podría tratarse de un problema para la próxima generación de semidioses. En tal caso podemos relajarnos y disfrutar.

Ella asintió, aunque aún parecía inquieta. No la culpaba, pero me resultaba difícil preocuparme en un día tan bonito, con ella a mi lado y sabiendo que no me estaba despidiendo en realidad. Teníamos mucho tiempo por delante.

Miró hacia las cabañas y frunció el ceño.

—¿Dari no se iba contigo?

—Sí, dijo eso al menos —respondí dándome cuenta que ya debería estar ahí.

Annabeth apretó los labios y me lanzó una mirada entre preocupada y reprobatoria. Sabía lo que estaba pensando: Dari no estaba siendo fácil de manejar. Había levantado un muro de concreto entre ella y el mundo.

—¿Crees que se haya arrepentido? —preguntó Annabeth, cruzando los brazos.

—No puede.

Se suponía que ella ya no tomaría más clases, se había dado por vencida. Estaba atrasada dos cursos completos, y ya no tenía interés; pero no era buena idea dejarla sola, así que por orden de Quirón, Apolo, Eros y su madre, debía volver a casa.

—Eso no suena muy tranquilizador —murmuró Annabeth, aunque un destello de preocupación cruzó por sus ojos grises.

Apenas intercambiamos una mirada cuando Valentina apareció corriendo cuesta arriba, con el rostro pálido, el cabello castaño desordenado por el viento y un pedazo de papel en las manos. Sus ojos estaban abiertos como platos, y su voz salió entrecortada, claramente alarmada.

—¡No está! —exclamó, deteniéndose frente a nosotros y apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento.

Annabeth frunció el ceño.

—¿Quién no está?

—¡Darlene! —jadeó Valentina, enderezándose—. Suele irse seguido, pero ¡anoche no volvió!

Un escalofrío me recorrió.

—Llamaré a casa —dije marchando hacia la Casa Grande—. Llegaremos tarde.

Uno menos faltan tres.

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