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036.ᴀʙᴏᴜᴛ ʟᴇᴀʀɴɪɴɢ ᴛᴏ ʟɪᴠᴇ ᴡɪᴛʜᴏᴜᴛ ʏᴏᴜʀ ꜱᴏᴜʟ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀᴘʀᴇɴᴅᴇʀ ᴀ ᴠɪᴠɪʀ ꜱɪɴ ᴛᴜ ᴀʟᴍᴀ

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VOLVER A CASA Y TRATAR DE FINGIR NORMALIDAD DESPUÉS DE TODO, ES ALGO EXTRAÑO.

Como un sueño, o el sueño dentro de un sueño. No estás segura de qué es real y que es fantasía.

Mi casa ahora se sentía así. Una fantasía. Nada real.

Apolo nos llevó a Nico y a mí para que pudiéramos mostrarle a nuestra madre que estábamos bien.

En cuanto entramos, me vi envuelta en sus brazos.

—¡Ay mi amor, estás bien! —exclamó besándome el rostro y buscando heridas, dándome abrazo tras abrazo—. ¿Te duele algo? ¿Tienes hambre?

—Estoy bien, mamá —le respondí, tratando de mantener mi voz firme mientras me dejaba envolver por su abrazo. Su perfume, una mezcla de lavanda y vainilla, me trajo un extraño alivio—. Solo... cansada.

Intenté soltarme suavemente, pero sus manos se negaban a soltarme, examinándome como si fuera a desaparecer si no me sujetaba con fuerza. Sus ojos, llenos de preocupación, viajaron a cada rincón de mi rostro, como buscando grietas que pudieran delatar que no estaba "bien".

—Mamá, de verdad, estoy bien —insistí, casi con desesperación. Pero nada de lo que dijera la haría cambiar de opinión.

Ella suspiró profundamente, claramente mi insistencia no la tranquilizaba. Acarició mi mejilla una última vez antes de apartarse.

—Voy a prepararte algo —dijo, como si la comida pudiera curarlo todo. Luego, giró hacia Nico y Apolo—. ¿Y ustedes? ¿Tienen hambre?

—No, mamá, estoy bien —dijo Nico. Ella frunció los labios, nada conforme—. Digo que unos cupcakes estarían bien.

—A mí no me molestarían un par de esos cupcakes, Gillian —dijo Apolo sonriendo—. Nadie hornea como tú.

—No me gustan los halagos, Apolo. —Él perdió la sonrisa—. Pero cómo dices que soy la mejor, entonces te haré unos especiales —agregó burlándose.

Nos sentamos en los sillones, frente a mi abuelo.

—Esa fue toda una batalla —dijo devolviéndome la ballesta.

Para otra persona sería anormal ver a un señor de sesenta y cinco años dándole una ballesta más grande que su brazo a su nieta de dieciséis años como si fuera un libro. Pero en casa había armas desde que tenía trece años, y me habían visto sostener y practicar con ellas desde entonces. Para nosotros ya era una normalidad.

—Y qué lo digas.

Mi abuelo miró a Apolo.

—¿Acabó todo bien?

—Podría decirse que sí —respondió él pasando un brazo por encima de mi hombro. Luego le narró los últimos eventos—. Por ahora parece todo volver a la normalidad.

—Es bueno, supongo. —Miró a Nico y luego a mí—. Así que ahora tendrán sus cabañas, ¿no?

Nico se encogió de hombros.

—Así parece —murmuró incómodo—. No sé si quiero realmente una cabaña propia. Me gustaría más una que compartir con mi hermana.

Tomé su mano.

—Aunque tú y yo seamos hermanos, no sabemos si en algún momento Hades tendrá otro hijo. Y ese niño necesitará la cabaña.

—Bueno, hagamos una honorífica para él o ella, y yo me quedo contigo.

—¿Si sabes que compartir una cabaña con tu hermana significa que tendrás una habitación rosa repleta de peluches, cortinas brillantes, espejos por todos lados y un armario que no pueda contener la ropa, además de perfume de diseñador y música de Britney Spears todo el tiempo? —preguntó Apolo.

Nico meditó.

—Bueno, una cabaña propia no suena tan mal.

Le di un golpe en el brazo a los dos.

—Aquí tienen —dijo mamá entrando a la sala y dejando una bandeja de cupcakes con crema batida color rosa—. Bueno, ¿y ahora qué sigue?

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Luego de comer algo, volvimos al campamento.

El resto del día resultó tan extraño como lo había sido al principio. Los campistas empezaron a llegar desde Nueva York en coche, en pegaso o en carro.

Los heridos fueron atendidos y los muertos recibieron honras fúnebres en la hoguera del campamento de acuerdo con los antiguos ritos.

El sudario de Silena era de un rosa subido y llevaba bordada una lanza eléctrica. Las cabañas de Ares y Afrodita la aclamaron como a una heroína y luego prendieron juntas la pira. Nadie pronunció la palabra "espía". Ese palabra ardió hasta convertirse en cenizas mientras se elevaba hacia el cielo una nube de humo aromatizado con perfume de diseño.

Incluso Ethan Nakamura tuvo su sudario: uno de seda negra con un logo formado por dos espadas cruzadas bajo una balanza.

Vi a Alessandra de pie al fondo de todos. Nadie le hablaba. Nadie se acercó a darle el pésame por la muerte de Luke. Nadie lo haría. Era culpa de Luke que ahora tuviéramos tantos muertos.

Quise hablar con ella, pero ni Lessa ni yo estábamos de ánimos para charlas consoladoras.

La cabaña siete estaban al frente. Habían perdido cuatro, su líder entre ellos, así que ahora le tocaba a Will tomar el mando. Veía a todos ellos, algunos sostenían la mano de los pequeños Alex y Matthew; y se me revolvía el estómago. Evité mirarlos a los ojos, incluso cuando ellos decían que no me culpaban, yo sí lo hacía.

Miré los sudario amarillo con una lira en medio. El que estaba frente a mí me hacía querer vomitar. Aparté la mirada. Me habían pedido que diera unas últimas palabras, pero no pude. Se me cerraba la garganta de solo pensar en hacer.

Hace poco más de un año, cuando Lee murió, sentía mi alma lastimada, ahora ni siquiera sentía que tuviera una. Mi alma sería incendiada con esta pira, hecha cenizas por siempre.

Quirón dio el último adiós y la pira fue encendida.

Me quedé ahí hasta que el fuego se consumió.

La cena en el pabellón transcurrió discretamente. La única nota de interés la puso Enebro, que apareció de pronto gritando "¡Grover!", y se lanzó sobre su novio con un abrazo-placaje, entre los aplausos de todos los presentes.

Luego bajaron a la playa a dar un paseo a la luz de la luna. Quería alegrarme por ellos, aunque la escena me hacía pensar en Silena y Beckendorf, y eso se sentía como beber ácido.

La Señorita O'Leary retozaba alegremente de aquí para allá, comiéndose las sobras de todas las mesas. Nico estaba en la mesa principal con Quirón y el señor D, cosa que nadie parecía encontrar fuera de lugar. Al contrario, todos le daban palmaditas en la espalda y lo felicitaban por su destreza en el combate.

Hasta los hijos de Ares lo consideraban un tipo cool. Ya lo ves: preséntate con un ejército de guerreros muertos en el momento crucial y, de repente, todos querrán ser tus amigos.

Poco a poco, la gente se fue retirando del pabellón. Algunos se dirigieron a la hoguera del campamento para cantar a coro; otros se fueron a la cama. Permanecí sentada en la mesa de Afrodita, contemplando cómo rielaba la luna en las aguas de Long Island Sound. Vislumbraba a Grover y Enebro en la playa, tomados de la mano y charlando.

Reinaba la tranquilidad.

Comenzaba a odiar el silencio.

—Eh, Percy. Feliz cumpleaños.

Levanté la vista. En la mesa de Poseidón, Annabeth se había sentado al lado de Percy. Sostenía un trozo de tarta grandioso y algo magullado, cubierto de azúcar glasé azul.

Me quedé mirándolos.

—¿Qué?

—Hoy es dieciocho de agosto —dijo—. Tu cumpleaños, ¿no?

Estaba perpleja. Ni siquiera me había acordado, pero tenía razón. Había cumplido dieciséis años aquella mañana: justamente la mañana en que había decidido darle el cuchillo a Luke. La profecía se había cumplido con toda exactitud, como estaba previsto, y yo no había caído en que era su cumpleaños.

Y yo lo había olvidado por completo.

Me sentí una mierda de amiga.

—Pide un deseo —agregó con una sonrisa.

—¿La has preparado tú?

—Tyson me ha ayudado.

—Ya entiendo por qué parece un ladrillo de chocolate. Con ración extra de cemento azul.

Annabeth se echó a reír.

Percy pensó un segundo y luego sopló la vela.

Cortaron la tarta por la mitad y la compartieron, comiendo con los dedos.

Me tapé la cara con las manos.

¿Era egoísta verlos y sentir deseos de gritar?

No quería que todo fuera sobre mí. No se supone que lo sea, pero no podía evitarlo. Era el cumpleaños de Percy y me sentía incapaz de acercarme y saludarlo, porque ahora todo me recordaba lo que había perdido.

Hace un mes, cuando fue mi cumpleaños, Michael y yo habíamos peleado. No tenía recuerdos con él de mi último cumpleaños porque me marché con Apolo y al volver, le rompí el corazón.

Mi último cumpleaños completamente feliz, fue hace dos años. Cuando cumplí catorce y Lee y Michael lo festejaron conmigo.

—¡Bueno, ya era hora!

Me sobresalté por el grito.

Los miré. El pabellón se llenó de campistas con antorchas. Clarisse dirigió la operación mientras todos se echaban sobre ellos y los subían en hombros.

—Pero bueno —protestó Percy—. ¿Es que no hay un poco de intimidad?

—¡Los tortolitos necesitan agua fría! —dijo Clarisse con pitorreo.

—¡Al lago de las canoas! —gritó Connor Stoll.

Entre vítores y aplausos los llevaron cuesta abajo, aunque siempre lo bastante cerca para que siguieran tomados de la mano. Ambos se reían a carcajadas.

No se soltaron las manos hasta que los arrojaron al agua.

—Da asco.

Miré a mi lado. Alessandra se acercaba a mí con una copa en la mano. Apenas la había visto. No se sentó en la mesa de Hermes a cenar. Dudaba que los chicos de la once la recibieran con los brazos abiertos. No es cómo si ella quisiera sentarse a la mesa de su suegro después de todo.

—¿Qué? —pregunté, fingiendo qué no entendía lo que quería decir.

Alessandra se detuvo a mi lado y dejó la copa en la mesa, sin intención de beber de ella. Sus ojos estaban fijos en el grupo que todavía miraba el agua.

—Esto —dijo, señalando con un gesto vago hacia ellos—. Toda esta... felicidad. Parece un mal chiste.

No sabía cómo responderle. En cierto modo, estaba de acuerdo. El contraste entre la alegría despreocupada de los demás y la pesadumbre que sentía era casi grotesco. Pero no quería decirlo en voz alta.

—Que nosotras estemos rotas, no significa que los demás deban estarlo también —dije en su lugar—. Y supongo que lo necesitan. Después de todo lo que pasó, la gente quiere sentirse viva.

Alessandra soltó una risa seca.

—Claro, sentirse vivo —respondió con sarcasmo, aunque su voz estaba cargada de amargura más que de burla.

Miré su rostro y noté lo cansada que estaba. Aún tenía heridas de la tortura que le habían inflingido. Por lo que sabía, no quiso que nadie la curara. Se había limitado a tomar néctar y ambrosía. Tenía ojeras profundas y la postura de alguien que no había encontrado un momento de descanso en días. Pero lo que más llamaba la atención era la soledad que emanaba de ella, como si estuviera atrapada detrás de una pared invisible que nadie se molestaba en cruzar.

—¿No cenaste? —pregunté, intentando cambiar el tema.

—No tenía hambre —respondió, apartando la mirada hacia la luna que brillaba sobre el agua.

El silencio volvió a asentarse entre nosotras, pesado e incómodo.

—¿Qué harás ahora?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Probablemente vaya al Santuario. O tal vez vuelva a mi antigua vida antes de conocer a Luke.

Fruncí el ceño.

—¿Qué hacías antes?

—Carreras de motos ilegales. —Me dio una falsa sonrisa presumida—. Era la campeona invicta en Denver.

Por alguna razón, tenía sentido.

Lessa se quedó en silencio un momento, como si la imagen de su antigua vida estuviera desmoronándose frente a ella. La luna reflejaba su rostro pálido, pero sus ojos no dejaban de observar la distancia, como si la pesadilla de su pasado aún la persiguiera.

—¿Y si no funciona?

—¿El qué?

—Volver a la antigua vida —murmuré mirando mis manos llenas de cicatrices.

Ella meditó mis palabras, su mirada perdida en la oscuridad del paisaje. Sus dedos jugueteaban con la copa que había dejado sobre la mesa, sin intención de beber. Parecía que las palabras que acababa de decir no la alcanzaban, como si ya no creyera en nada de lo que había sido antes.

—No lo sé —respondió finalmente, con voz suave, como si no quisiera que nadie la escuchara. Sus ojos pasaron de la luna a la inmensidad del agua. —A veces siento que todo lo que hice antes no tiene sentido. Como si todo lo que me definía, todo lo que era... ya no existiera.

Podía coincidir con esa sensación.

Hubo una pausa, un silencio pesado que flotó entre nosotras. Aunque no lo dijera, podía sentir que Alessandra estaba luchando con algo mucho más grande que simplemente su pasado. Algo que la estaba consumiendo por dentro.

—¿Y si todo lo que tienes ahora te sigue hundiendo? —pregunté, buscando una forma de comprender sus pensamientos. Mi voz salió baja, tentadora, pero también fragorosa de un tipo de dolor que no sabía cómo manejar.

Me miró, pero sus ojos no mostraban resentimiento, solo una amarga reflexión. Como si la pregunta no fuera nueva para ella, como si la hubiera hecho en voz baja miles de veces y nunca hubiera recibido respuesta.

—Lo único que sé es que si vuelvo a mi vida pasada, no soy más que la sombra de lo que fui. Y si sigo adelante, nunca seré quien pensaba que podría ser. Estoy atrapada en un ciclo, y no encuentro salida.

No sabía cómo consolarla. Ni siquiera sabía si ella quería consuelo. Y yo no era precisamente la mejor para dar consuelo en este momento.

¿Yo era la que siempre ofrecía un hombro en el que llorar y sabía exactamente qué decir para hacer sentir mejor a quién lo necesitaba? Ya no me sentía capaz.

—Solo quiero olvidar todo —susurré.

Ella asintió.

—Por ahora tratemos, ya veremos qué resulta. Y sino, siempre podemos irnos juntas y fingir que este mundo no existe.

Levanté mi copa hacia ella.

—Eso parece un buen plan.

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