035.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ɴᴇᴡ ᴏʀᴀᴄʟᴇ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ɴᴜᴇᴠᴏ ᴏʀᴀᴄᴜʟᴏ
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APOLO Y YO SALIMOS DEL PALACIO HACIA UN JARDÍN LATERAL. NECESITÁBAMOS UN POCO DE TIEMPO A SOLAS.
Se había quitado la armadura dorada, ahora usaba una túnica blanca y sandalias griegas. Lo único que desentonaba un poco eran los Ray-ban en la cabeza. Apenas salimos, nos sentamos en una banca.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó tomándome de la mano.
—Bien —respondí con sequedad. Miré más allá, dónde se suponía que el abismo se abría en la ciudad de Nueva York—. ¿Los mortales estarán bien?
—Sí, no te preocupes, la Niebla es bastante poderosa. Probablemente piensen que Tifón fue solo una serie de temporales y tormentas. Y lo que no, pues...ya sé les ocurrirá algo que tenga "lógica". Créeme, acabarán reduciéndolo todo a un terremoto monstruoso o una erupción solar.
—Cualquier cosa menos la verdad —comenté.
—Darlene.
Levanté la vista cuando sentí mi nombre. Héctor y sus padres se acercaban a nosotros. Me puse de pie inmediatamente.
—Lo siento. —Fue lo primero que salió de mis labios—. Yo...
Bruno levantó la mano.
—No te disculpes. Julián sabía lo que hacía cuando aceptó acompañarte —dijo tranquilo, aunque sus ojos estaban rojos.
Calia tomó mis manos con cariño.
—Además, lo que hiciste por nosotros...antes y hoy —ahogó un sollozo—. Oh, Dari, es más de lo que alguna vez pudimos haber soñado. Fuiste un faro de esperanza para todos nosotros y ahora, gracias a tí, llegamos al destino que tanto anhelábamos.
Asentí en silencio, pero no las sentí.
No las merecía.
Un faro de esperanza...
¿Cómo podían decir eso después de todo lo que había pasado? Sus ojos brillaban con lágrimas de gratitud, pero yo solo podía pensar en que todo era mi culpa.
Yo tuve la visión de Alessandra. Yo insistí en ir a buscarla. Yo insistí en que fuéramos un grupo pequeño, cuando era claro que necesitábamos más ayuda; aunque no sé si eso hubiera significado más muertes. No discutí cuando Julián quiso acompañarnos y no hice ni el mínimo esfuerzo en ayudarlo cuando se ofreció a distraer a los gigantes.
No peleé con más ahínco. Debí haber aceptado cuando Apolo me dijo que él mataría a Klaus y me daría su cabeza. Fui arrogante y egoísta, segura de que yo sola podía matarlo. Y lo hice, pero primero tuve que perder mi alma para ello.
No hice nada por evitar la muerte de Silena. No hice nada por evitar la muerte de Beckendorf.
No merecía las alabanzas que todo el mundo me daba.
Me esforcé por sonreír, por parecer agradecida, pero mi rostro se sintió rígido, como si la máscara que intentaba sostener se hubiera agrietado demasiado para mantener su forma.
Héctor avanzó hacia mí, estrechándome en un fuerte abrazo.
—No lo parece ahora —susurró—, pero todo será mejor en unos días. Ahora la herida esta abierta, cuando empiece a cicatrizar, dejará de doler.
Se me llenaron los ojos de lágrimas e hice esfuerzos por no ponerme a llorar ahí mismo.
Le devolví el abrazo, aferrándome a Héctor como si pudiera anclarme a algo que evitara que me desmoronara por completo. Pero sus palabras, aunque bien intencionadas, me atravesaron como flechas.
Quería creerle. Quería pensar que tenía razón, que el tiempo sanaría esta herida. Pero ¿cómo podría cicatrizar algo que me había arrancado una parte de mí misma?
Cuando finalmente me soltó, me sentí más liviana, pero no en el buen sentido. Era como si algo en mi interior se hubiera roto en fragmentos diminutos, imposibles de reconstruir. Asentí y murmuré un agradecimiento que apenas pude oír yo misma. Calia y Bruno se despidieron con un último gesto cálido, y me quedé observando cómo se alejaban.
Al volver a sentarme en la banca, Apolo seguía ahí, su mirada fija en mí, penetrante, pero sin juzgar. Sabía que estaba preocupado, y me sentía egoísta. Michael era su hijo, no tendría que estar consolándome, sino al revés.
Miré hacia adelante, intentando encontrar algo en el horizonte que me ofreciera consuelo, aunque fuera una pizca de esperanza. Pero lo único que encontré fue el vacío. Un eco de todo lo que había perdido.
Mis manos temblaban, y apreté los puños hasta que las uñas se enterraron en mi piel.
—Dari...
—Al menos todo acabó —dije por lo bajo—. ¿Verdad? —Lo miré esperando que me dijera tanta muerte, al menos sirvió de algo—. Cronos no volverá, ¿verdad?
Apolo hizo una mueca.
—Cronos no ha muerto. No puedes matar a un titán.
—Supongo que es algo obvio —susurré sintiéndome una tonta—. Entonces...
—Ninguno de nosotros lo sabe. Hecho polvo, tal vez. Esparcido por el viento. Con suerte, en partículas tan diminutas y dispersas que nunca podrá recomponer su conciencia, no digamos ya un cuerpo.
Se me revolvió el estómago.
—¿Y los demás titanes?
—Escondidos. Prometeo le ha enviado un mensaje a Zeus con un montón de excusas para justificar su apoyo a Cronos. "Yo sólo pretendía minimizar los daños", bla, bla, bla. Permanecerá sumiso y calladito unos siglos, si sabe lo que le conviene. Crios ha huido, y el monte Othrys se ha convertido en un montón de ruinas. Océano se refugió en las profundidades del mar en cuanto quedó claro que Cronos había perdido.
Respiré profundo.
—Al menos sirvió para que no más niños sean desamparados.
Me acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Sí...sobre eso.
—¿Qué?
—Sabes que yo jamás he desamparado a mis hijos, nunca lo haría; pero aunque me gustaría, no puedo hablar por los demás.
Fruncí el ceño.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Lo intentarán. —Suspiró cansado—. Tratarán de cumplir su promesa. Y quizá durante un tiempo las cosas mejoren. Pero a los dioses nunca se nos ha dado muy bien cumplir nuestra palabra. Mira a Percy, él mismo nació de una promesa rota. Al final, nos volvemos olvidadizos. Como siempre.
Le sostuve la mirada.
—Es posible cambiar. Tú lo hiciste.
—Tenía un motivo egoísta para hacerlo —sonrió avergonzado.
—¿No somos todos egoístas?
—Te concedo eso.
Nos quedamos en silencio, sintiendo la leve brisa en el aire.
Apolo suspiró profundamente, dejando escapar una tensión que parecía haber, y de repente sonrió. Mucho. Cómo hacía días no lo veía hacer. Pero no una sonrisa cómo las que me daba a mí, esas eran mucho más grandes. Esta era más bien alivio mezclado con ansiedad.
—Vaya, finalmente.
—¿Qué?
Me miró emocionado.
—Mi Oráculo.
Se me paralizó el corazón. Unos momentos antes de que se acelerara como loco.
—¿Ya?
—¿Me acompañas?
Tragué saliva, sintiendo mis manos sudorosas.
—¿Será seguro para ella?
—Sí. Ahora sí —dijo realmente emocionado. Como un niño a punto de abrir un regalo la mañana de navidad.
—De acuerdo —dije respirando profundo—. Vamos.
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No estaba segura de qué esperar cuando Apolo me confirmó que por fin su Oráculo tendría un nuevo residente. Me aterraba que las cosas salieran mal, yo misma había sentido lo que era que esa cosa tratara de adueñarse de uno.
Dolió como cuando se te mete agua en la nariz.
Ya había ido a otros lugares con Apolo, materializándonos así de la nada. La transición siempre era extraña. No me acostumbraba, a pesar de haberlo hecho varias veces.
La sensación de ser jalada por algún hilo invisible, el calor sofocante en el aire, la presión en el pecho y el vértigo momentáneo, como si estuviera cayendo y aterrizando al mismo tiempo. Aparecimos flotando sobre el porche de la Casa Grande.
Nico, Percy y Annabeth estaban ahí. También Quirón y un par de sátiros. Rachel, de alguna manera que no sabía, había logrado cruzar los límites del campamento y ahora estaba de pie delante del pórtico, con los brazos extendidos y siendo rodeada por ese humo maldito.
—Apolo —dijo Percy al vernos—. ¿Dari?
Nos paramos a su lado y Apolo rodó los ojos, entregándome los lentes de sol.
—¿De qué te sorprende que mi novia esté conmigo? —susurró.
—Apolo...
Me guiñó un ojo, se llevó los dedos a los labios cuando vio que estaba por decirle que no sea grosero. Se paró más derecho, mirando a Rachel.
—Rachel Elizabeth Dare —dijo con una voz profunda y resonante—. Posees el don de la profecía. Pero también se trata de una maldición. ¿Estás totalmente decidida?
Ella asintió.
—Es mi destino.
—¿Aceptas los riesgos?
—Sí.
—Entonces, adelante.
Rachel cerró los ojos.
—Acepto esta misión. Me entrego a Apolo, dios de los Oráculos. —Enarqué una ceja. ¿Qué se entrega a qué?—. Abro mis ojos al futuro y abrazo el pasado. Acepto al espíritu de Delfos, Voz de los Dioses, Portador de Enigmas, Vidente del Destino.
No sabía de dónde sacaba aquellas palabras, pero salían de ella con toda fluidez mientras la Niebla se iba espesando. De la boca de la momia brotó entonces un serpenteante reguero verde, grueso como una pitón, que se deslizó por los escalones y empezó a enroscarse perezosamente por las piernas de Rachel.
Se puso piel de gallina de solo recordar que esa cosa quiso meterse en mi cabeza, y ahí estaba Rachel, recibiendola como su mejor amiga.
La momia del Oráculo se desmoronó y se fue deshaciendo hasta que sólo quedó un montoncito de polvo y un viejo vestido de colores. La Niebla envolvía a Rachel de tal modo que apenas la veía. Luego, poco a poco, empezó a despejarse.
Rachel cayó al suelo y se acurrucó en posición fetal. Annabeth, Nico y Percy corrieron hacia ella, yo intenté seguirlos, pero las manos de Apolo en mi cintura no me dejaban moverme.
—¡Alto! —les dijo, deteniéndolos—. Ahora viene la parte más delicada.
—¿Qué sucede? —pregunté—. ¿A qué se refiere?
Estudió a Rachel con inquietud.
—El espíritu puede alojarse en su interior o no.
—¿Y si no lo hace? —preguntó Annabeth.
—Cinco sílabas —dijo Apolo, contándolas con los dedos—. "Sería fatal".
Me dieron ganas de golpearlo.
—¿Y hasta ahora lo dices?
Se encogió de hombros.
Le di un codazo, e ignorando su advertencia, corrí a arrodillarme junto a Rachel. Percy me imitó. El olor del desván se había disipado. La Niebla descendió a ras de suelo y el resplandor verde se extinguió. Ella, sin embargo, seguía muy pálida y apenas respiraba.
De pronto se le abrieron los párpados. Me enfocó con dificultad.
—Dari.
—¿Te encuentras bien? —pregunté.
Intentó sentarse.
—Uf. —Se llevó las manos a las sienes.
—Rachel —dijo Nico—, tu aura vital se había desvanecido casi del todo. He visto cómo morías con mis propios ojos.
—Estoy bien —musitó—. Ayúdenme a levantarme, por favor. Las visiones... me desorientan un poco.
—Suele ser así —dije dándole la mano—. Como si hubieras consumido veinte latas de Red Bull mezclado con caramelos efervescentes.
—Sí, algo así...
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Percy.
—Lo estará. Solo necesita dormir y estar tranquila —dije. Esperaba que ella sí pudiera, yo en su momento no pude. Nico se había ido y no sabía a dónde ni cómo estaría. Me volví loca de preocupación.
—Damas y caballeros —dijo Apolo—, es un placer presentarles al nuevo Oráculo de Delfos.
—Está bromeando —resopló Annabeth.
Rachel esbozó una leve sonrisa.
—También para mí resulta algo sorprendente, pero éste es mi destino. Lo vi al llegar a Nueva York. Ahora sé por qué nací con este don. Fui creada para convertirme en el Oráculo.
—¿Estás diciendo que ahora mismo puedes predecir el futuro? —preguntó Percy—. ¿Como Dari?
—No, Percy. No es igual. Yo veo escenas del futuro que pueden cambiarse porque están basadas en las decisiones. El Oráculo ve imágenes grabadas en los hilos del destino, no pueden cambiarse por más que se trate, de ahí nacen las profecías.
—Exactamente. Además, Dari puede invocarlas si se lo propone —agregó Apolo rodeándome la cintura con su mano—. El Oráculo no.
Rachael asintió.
—Hay visiones, imágenes y palabras en mi mente. Cuando alguien me hace una pregunta, yo... ¡Oh, no...!
—Ya empieza —anunció Apolo.
Rachel se dobló como si le hubieran dado un puñetazo. Al incorporarse de nuevo, tenía en los ojos un brillo verdoso.
Entonces comenzó a hablar con una voz que parecía triplicada, como tres Rachel hablando a la vez:
Nueve mestizos responderán a la llamada.
Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer.
Un juramento que mantener con un último aliento,
una promesa rota sumergida en el río de su origen,
y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte.
Al pronunciar la última palabra, cayó fulminada.
Tenía que ser una jodida broma. Miré a Apolo esperando que me dijera que no era verdad, pero él parecía perdido en sus pensamientos.
Nico y Percy se apresuraron a sujetarla y la llevaros hacia el porche. Tenía un calor febril en la piel.
—Estoy bien —dijo, ya con su voz normal.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Percy.
Ella negó con la cabeza, desconcertada.
—¿El qué?
—Yo diría que acabamos de oír la siguiente Gran Profecía —comentó Apolo.
—¿Qué significa? —inquirió.
Rachel frunció el entrecejo.
—Ni siquiera recuerdo qué he dicho.
—No —terció Apolo, pensativo—. El espíritu sólo hablará a través de ti en ocasiones. El resto del tiempo, Rachel seguirá siendo la de siempre. No tiene sentido interrogarla, aunque acabe de pronunciar la nueva gran predicción sobre el futuro del mundo.
—¿Qué? Pero...
—Percy —atajó Apolo frustrado—, yo no me preocuparía demasiado. La última Gran Profecía sobre ti tardó casi setenta años en cumplirse. Esta quizá ni siquiera suceda durante el curso de tu vida.
Reflexioné en lo que Rachel había dicho con aquella voz espeluznante sobre fuego y tormentas y las Puertas de la Muerte.
—Ahora, lo importante es... —dijo mirando a Rachel con emoción—, ¡Que vas a ser una Oráculo fantástica!
No era fácil olvidarse por el momento del asunto, pero Apolo insistió en que Rachel debía reposar. A decir verdad, se la veía bastante desorientada.
—Perdona, Percy —dijo—. No te lo expliqué todo en el Olimpo. La llamada me asustó y no creía que fueses a entenderlo.
—Aún no lo entiendo, pero, bueno, me alegro por ti.
Rachel sonrió.
—Quizá no sea para alegrarse exactamente. Ver el futuro no resultará fácil. —Me miró—. Seremos un duo, Dari. Eso seguro hará todo más fácil. —Asentí y ella regresó su mirada a Percy—. Es mi destino. Sólo espero que mi familia... —No terminó la frase.
—¿Todavía piensas ir a la Academia Clarion? —pregunté.
—Se lo prometí a mi padre. Intentaré ser una chica normal durante el curso, pero...
—Pero Dari ya te lo dijo, ahora debes dormir —la reprendió Apolo—. Por favor, no seas desobediente como mi amor aquí presente —dijo señalándome—, que hizo todo lo opuesto a lo que le dije y acabó colapsando emocional, físico y mentalmente.
Miré a otro lado.
Rachel me salvó.
—Sí, cómo usted diga, señor Apolo —dijo complaciente, y luego le dio un beso en la mejilla a Percy, antes de susurrarle algo.
Lo que sea que le dijo, Percy se puso colorado.
—No.
—Así me gusta.
Dio media vuelta y se adentró en la Casa Grande, con Quirón. Apolo me empujó por la cintura para seguirlos.
Estábamos por entrar cuando me giré hacia él.
—¿Vamos a fingir que no acaban de darnos otra profecía?
Soltó un suspiro.
—Ya sabía que no dejarías de darle vueltas a eso —masculló—. No quiero que te preocupes de más. Sé que está en tu naturaleza y tratarás de averiguar más, pero por favor, ahora no. Lo último que quiero es que empieces, de nuevo, a presionarte de más y buscar soluciones que involucren hacer todo sola.
—Pero...
—Escucha —dijo tomando mi rostro en sus manos—. No puedes salvar al mundo tú sola. No solo eres una semidiosa, también una chica joven con la eternidad por delante. No puedes hacer girar toda tu vida en torno a lo que podría pasar sí... Después de todo lo que pasó, lo que necesitas es sanar. Y la única manera de hacerlo es poner todas tus energías en eso. No quiero que pienses en esa profecía. ¿He sido claro?
Quería decirle que sí, que lo haría. Pero ambos sabíamos que no podría. Cuando me dejara sola, mi mente empezaría a sobrepensar todo.
Así que agradecí como él mismo cambió de tema, haciéndome entrar a la sala, donde Quirón ya estaba sirviendo un té a Rachel.
—Quirón, no me parece que el desván sea el sitio indicado para nuestra nueva Oráculo, ¿no crees?
—Desde luego que no. —Quirón tenía ya mucho mejor aspecto, porque Apolo le había estado aplicando algunos de sus remedios mágicos—. Rachel puede utilizar la habitación de invitados de la Casa Grande mientras lo pensamos con calma.
Apolo asintió y me miró.
—Se me ocurre una cueva en las montañas. Dari, amor, estoy seguro que con tu ayuda, quedará fantástico todo. Nadie tiene tanta visión para decorar cómo tú. ¿Qué te parece unas antorchas y una gran cortina morada en la entrada, como para empezar? Ya sabes, algo misterioso de verdad. Pero con un apartamento en el interior decorado a la última, que incluya sala de juegos y uno de esos sistemas ultramodernos de cine en casa.
Sabía lo que estaba haciendo. Buscaba mantenerme ocupada para que no pensara tanto.
Quizá, por ahora, era lo mejor.
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