024.ᴀʙᴏᴜᴛ ꜰᴀᴄɪɴɢ ᴏᴜʀ ᴘᴀꜱᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇɴꜰʀᴇɴᴛᴀʀɴᴏꜱ ᴀ ɴᴜᴇꜱᴛʀᴏ ᴘᴀꜱᴀᴅᴏ
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DESCENDIMOS EN MEDIO DEL BOSQUE.
A lo lejos podíamos ver aún las luces de Nueva York que teñían el cielo dando una sensación de estar en una película de acción sobre el fin del mundo. No muy lejos de la realidad.
Tal como lo vi en mi sueño, podíamos ver al otro lado del enrejado medio roto, un patio lleno de estatuas de cemento. El rótulo colgado en lo alto del almacén estaba escrito en cursiva roja.
—Ahí está —susurró Grover—. El Emporio de Gnomos de Jardín de la Tía Eme. Eww luce peor de lo que lo recuerdo.
Estaba abandonado. Lleno de estatuas rotas y cubiertas de graffiti pintado con spray. Alrededor de la parcela había centenares de tiendas y hogueras. Abundaban los monstruos, pero también se veían algunos mercenarios humanos con uniforme de combate y semidioses con armadura. En el exterior del emporio había un estandarte morado y negro vigilado por dos gigantes azules hiperbóreos.
—Hagamoslo rápido y salgamos de aquí —masculló Julián.
Nos deslizamos suavemente entre los árboles, esperando que pronto se marcharan ya que no faltaba mucho para la puesta del sol y los monstruos volverían a marchar contra Nueva York.
El lugar tenía una sensación opresiva, de esas energías que son tan densas que las sientes en la piel. Iban a necesitar una buena limpieza energética.
Grover iba adelante, abriendo la marcha con sigilo, aunque me daba cuenta que estaba aterrado. Yo le seguía, y detrás, Julían cargando una escopeta. Era el más calmado de los tres, pero quizá se debía a que él era un semidiós adulto curtido en las calles sin ninguna protección más que una daga. Tenía experiencia con los monstruos a un nivel que yo apenas iba empezando a tener.
Nos detuvimos justo detrás de un grupo de arbustos que bordeaban la cerca de alambre oxidado. Podía ver mejor ahora: los gigantes azules hiperbóreos vigilaban de manera despreocupada, a su alrededor un grupo de semidioses y más allá, dracanaes y algunos monstruos que solo podía describir como salidos de pesadillas. Vi una manada entera de perros del infierno. Esas cosas parecían hidras, matabas una y aparecían miles.
Los monstruos iban y venían, pero no parecían prestarle mucha atención al emporio. Tal vez lo consideraban seguro, un lugar tan aterrador que ninguno de nuestro bando, en su sano juicio, se atrevería a acercarse.
«Perfecto» pensé «Exactamente el tipo de sitio al que me encantaría colarme».
Esperamos al menos una hora antes de que empezaran a prepararse y se alejaran por la carretera. Y otra media hora para asegurarnos que de verdad estábamos solos.
Bueno, más o menos.
Julián me tocó el brazo, señalando con la cabeza hacia la entrada principal del almacén, justo entre las dos enormes figuras hiperbóreas. No había otra forma de entrar sin que nos vieran, y ambos lo sabíamos.
—Necesitamos distraerlos —susurré.
—Ustedes entren —me dijo—. Yo me encargo.
Se alejó por el otro camino, y con Grover nos miramos, temiendo lo que podría llegar a hacer, y que tendríamos que ser muy rápidos para entrar.
—¡Hey, bolas de estiércol nevado! —gritó en tono casi burlesco, arrojando una piedra a la cabeza de uno de ellos.
Los dos gigantes soltaron un bramido ensordecedor y se lanzaron tras él. No pude evitar que una sensación de pánico me invadiera al ver a Julián alejarse. Grover y yo nos mantuvimos al acecho detrás del arbusto.
—Esto no va a salir bien —murmuré, aunque sabía que no había otra opción.
—Él lo sabe —respondió Grover, con una mezcla de admiración y temor en su voz—. Está haciendo lo que tiene que hacer.
Los vimos desaparecer hacia el otro lado de la carretera.
—¡Ahora! —susurré, empujando a Grover hacia adelante. No había tiempo que perder. Si Julián lograba atraer toda la atención hacia él, teníamos que aprovechar esa oportunidad.
Salimos del arbusto, corriendo hacia la entrada del almacén. La adrenalina me corría por las venas, impulsándome hacia adelante. El aire aquí estaba cargado de polvo y un olor a piedra vieja, mezclado con la sensación opresiva de la magia oscura que envolvía todo el lugar.
Dentro, el emporio no era menos aterrador que el exterior.
El almacén estaba lleno de más estatuas y figuras grotescas se alineaban en las paredes, algunas incompletas, con extremidades faltantes, otras con miradas espeluznantes, como si estuvieran a punto de cobrar vida. Avanzamos lentamente, cuidando de no hacer ruido, mientras escuchaba el sonido amortiguado de los gigantes aún en la distancia.
—¿Dónde estará el sótano?
—No lo sé, nunca llegamos tan lejos —respondió Grover.
La oscuridad parecía engullirnos a medida que avanzábamos. Grover y yo nos movíamos con cautela, el suelo crujía bajo nuestros pies, y el aire pesado nos recordaba que estábamos en territorio enemigo. Las estatuas nos observaban con ojos vacíos, y cada vez que uno de sus rostros se acercaba a la luz tenue de nuestras antorchas improvisadas, me preguntaba si en algún momento esas figuras cobrarían vida para reclamarnos.
—¿Te imaginas qué horror sería que una de esas cosas empezara a moverse? —susurré, tratando de romper el silencio opresivo.
Grover hizo una mueca, sus orejas puntiagudas temblando.
—¡No juegues con eso! Preferiría que se quedaran de pie y quietas.
—Concentrémonos en encontrar el sótano. ¿Recuerdas si había alguna pista cuando vinieron la primera vez?
—Lo que recuerdo es que había una puerta en la parte trasera, justo antes de que saliéramos a la calle. Podría ser la entrada que buscamos —respondió Grover, su voz un poco más firme.
Las estatuas parecían seguirnos con la mirada, y yo me sacudí, deseando que no fuera más que mi imaginación. Al llegar a la habitación del fondo, en una zona de almacén, un mostrador lleno de polvo, mesas de picnic sucias y comida podrida nos dio la bienvenida.
—Aquí —dijo Grover, señalando una puerta detrás del mostrador —Debe ser.
Me acerqué a la puerta, sintiendo que el corazón me latía con fuerza en el pecho. La manija estaba fría al tacto, y la empujé con cautela. La puerta chirrió al abrirse, revelando una escalera que descendía hacia la penumbra. El aire que salía de ahí era aún más pesado, y por un instante, tuve un mal presentimiento.
Respiré profundo, y descendí primero, con Grover pisando mis talones. La escalera crujía como si le dolieran los años, cada paso nos acercaba más a un lugar que podía estar lleno de peligros. Finalmente, llegamos al fondo, donde la luz tenue revelaba un sótano de dimensiones inquietantes. Las paredes estaban cubiertas de graffiti, pero en su mayoría se veían marcas de garras y golpes, como si algo o alguien hubiera intentado escapar.
—Alessandra... —llamé, con la voz apenas un susurro. Pero no hubo respuesta, solo el eco de mis palabras.
Grover se movió a mi lado, mirando a su alrededor con preocupación.
—Tal vez esté en otro lugar.
—No, es este, lo recuerdo claramente. Se veía así en mi sueño —dije negando con la cabeza.
Aún así, la duda se apoderó de mí. ¿Y si se la habían llevado?
No. Tenía que seguir buscando.
—Vamos, no perdamos más tiempo —dije, tratando de sonar más firme de lo que me sentía. Si había alguna oportunidad de salvar a Alessandra, debía actuar con rapidez y determinación.
Giramos en una esquina y, al fondo, la vi. Atada a una silla, su cuerpo encorvado por las heridas, la tela que cubría su boca ya empapada de sangre. Sentí que el corazón se me paralizaba.
—¡Lessa! —corrí hacia ella, sin pensar en el peligro, sin preocuparme por lo que podría estar acechando en las sombras. Grover me siguió de cerca.
Me arrodillé a su lado, tocando su rostro con cuidado. Estaba fría, demasiado fría, pero su respiración, aunque débil, seguía ahí.
—Lessa, estoy aquí —susurré quitándole la venda de la cara—. Vamos a sacarte de aquí.
Comencé a desatar las cuerdas que la mantenían prisionera. La ira ardía en mi pecho, pero la contuve. Ahora no era el momento para eso.
—N-No... —intentó decir algo más, pero parecía más inconsciente que otra cosa. Tenía los labios resecos y agrietados.
—¿Qué?
—Dari —sollozó Grover.
—¡¿Qué?!
De repente, un sonido metálico resonó detrás de nosotros.
—¿De verdad pensaste que podrías simplemente llevártela? —La voz era fría, cruel, y me heló hasta los huesos.
Me congelé. Giré lentamente, con el estómago revuelto.
—Bienvenida, majestad —dijo Klaus, sonriendo.
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Estaba segura. Hoy era el final.
Klaus o yo, uno de los dos iba a morir.
Tenerlo frente a mí reavivó las llamas de la venganza. Me causó satisfacción ver su rostro contorsionado en una mueca desfigurada. Apolo había quemado cada parte desde el cuello hasta casi el ojo.
Los recuerdos horribles de sus manos tocando mi cuerpo, y su risa siniestra ante mi dolor. Su presencia era como una sombra que se cernía sobre mi corazón. No podría vivir en paz hasta no verlo muerto.
—¿Qué has hecho con ella?
Él la miró sin interés.
—Nada. Esto es obra de Cronos —dijo encogiéndose de hombros—. Su plan para destruir el Princesa Andrómeda hubiera sido perfecto, de no ser porque se confió demasiado. Es su defecto fatídico, la hybris. Pensó que había sido muy cuidadosa, pero se expuso demasiado. Fue la primera antes de que el barco explotara, como si ya supiera que eso pasaría, y se delató. Cronos la mandó a capturar ese mismo día, la mantuvo aquí, tratando de sacarle la verdad, pero como se negó, pues...cavó su tumba. Ya no le era útil, y siendo una traidora, resultaba más un peso muerto para él porque Luke se empezó a resistir, quería protegerla.
—¿Y por qué no la han matado todavía?
—Diversión. —Sonrió, un gesto que me hizo querer retorcerme de asco. Era la misma sonrisa que había llevado en los días de traición, un recordatorio de que la manipulación siempre había sido su fuerte—. No lo sé, quizá solo...Cronos piensa que matarla directamente es admitir que no puede controlar a Luke. Es su última carta.
—No dejaré que le hagan más daño —gruñó.
Klaus la miró y se encogió de hombros.
—El sátiro puede llevársela, me da igual.
Miré a Grover, ambos confundidos.
—¿Ah sí?
—Sí. Hace tiempo me da igual si Cronos gana o no, no me interesa. Lo que me importa es... —Se paso la lengua por los labios, sonriendo con un nivel de deseo de sangre que me dio una idea de lo que no dijo.
—Matarme.
—Inteligente y hermosa, una combinación maravillosa.
—Darlene.
—Llévatela —ordené a Grover.
—¡¿Qué?! —chilló en pánico—. ¡No puedo dejarte aquí! ¡Ese no era el plan!
—Mi plan siempre fue sacar a Alessandra de aquí a cualquier precio —dije con frialdad. Ya estaba resignada a que Klaus o yo, uno solo saldría de aquí, y me aseguraría de que fuera él, pero en ese momento era más importante que Lessa saliera de aquí—. Llévatela.
—Darlene, por favor, no hagas esto —dijo Grover, sus ojos llenos de pánico y desesperación.
Le lancé una mirada intensa, intentando transmitirle todo lo que no podía decir en voz alta. Tenía que proteger a Alessandra. Quizá era nuestra única oportunidad para detener a Cronos.
—¡Llévatela!
Grover vaciló, la lucha en su rostro era evidente. Se dio la vuelta, y la levantó como pudo con su menudo cuerpo, y la arrastró por las escaleras. Los ví, sintiendo un dolor enorme, no me había despedido de Apolo, ni de Michael.
Lo miré a los ojos. No importaba. Porque me aseguraría de salir viva de aquí. Él pagaría todo lo que me había hecho, ya fuera Theron o Klaus. Ambos pagarían.
Klaus se lanzó contra mí, desenvainando su espada de repente, el filo apenas brillo por la abertura de la ventana. Blandí a Resplandor, su propio brillo como el oro alumbraba el sótano. Al chocar, emitieron un chispazo, como si ambas espadas se repelieran la una a la otra.
Mi cuerpo vibraba por la intensidad del choque, pero no tenía tiempo para pensar. Klaus retrocedió un paso, sus ojos negros brillaban con una intensidad que me ponía los pelos de punta.
Mi mente comenzó a nublarse, una sensación opresiva se deslizó en mi pecho. Sabía lo que estaba haciendo, podía sentir cómo intentaba manipular mi mente, cómo quería arrastrarme a un mundo de oscuridad y miedo. Los rostros de mis seres queridos comenzaron a parpadear en mi visión: mi familia, mis amigos, Michael. Apolo. Los vi a todos, desmoronados y sin vida, rodeados de sangre. El aire en mis pulmones se hizo pesado, mi corazón latía descontrolado, pero me aferré a la realidad.
Con un grito, arremetí contra él, nuestras espadas volviendo a cruzarse en una serie de ataques rápidos. Klaus era hábil, demasiado rápido, y cada golpe que daba parecía anticipar mi siguiente movimiento. Se movía como si danzara, siempre con esa sonrisa arrogante en su rostro, disfrutando de la batalla.
El choque de nuestras espadas resonaba en el sótano, un eco que se sentía en mis huesos. Le di una patada, enviándolo hacia atrás, y con la misma velocidad, lo apunté con mi ballesta y una flecha de plomo, y disparé sin dudar. La flecha salió volando, cruzando el aire hacia él. Pero Klaus fue rápido. Desplegó sus alas y, con un movimiento elegante, la esquivó. Apenas había tiempo para respirar antes de que él contraatacara, moviéndose con la gracia de un depredador. Disparé varias veces, a pesar de la oscuridad, y él todas las esquivaba.
Apunté con una flecha explosiva, y disparé justo a sus pies, calculando el impacto. Una explosión de luz y fuego llenó el sótano, lanzando a Klaus hacia atrás, y aproveché ese momento para arremeter con todo mi poder.
Con mis alas me impulsé hacia adelante mientras él intentaba recuperarse del golpe. Sentí el calor de la adrenalina correr por mis venas, y con un movimiento rápido, le lancé una segunda flecha, esta vez sónica. El ruido agudo lo golpeó, obligándolo a llevarse las manos a los oídos.
—¡Maldita sea! —rugió, tambaleándose, pero antes de que pudiera recomponerse, me lancé sobre él.
Ambos chocamos en el aire, nuestras alas batían con furia mientras nos empujábamos el uno al otro. Sentía el frío de su aura intentando envolverme, pero yo respondía con mi propio poder, inundando el espacio con una ráfaga de emociones tan intensas que incluso él no pudo ocultar su desconcierto.
Klaus tomó velocidad con las alas, haciéndonos girar en el aire, casi podría haber pasado por un baile de hadas, de no ser porque lo hizo para golpearme contra una de las vigas del sótano.
Mi cabeza rebotó contra el pilar y luego contra el suelo cuando caí. Sentía sus pasos a mi alrededor, como un gato jugando con el ratón antes de matarlo.
Giré la cara a un lado y escupí una bocanada de sangre al suelo. Sentía la cabeza como si me estuvieran hinchando un globo dentro de ella y éste presionara con fuerza contra el interior del cráneo.
El tintineo fue lo único que me puso en alerta, pero no lo suficiente rápido. Unas cadenas se envolvieron en mi cuello, cortándome la respiración. Mi cuerpo fue arrojado hacia atrás, arrastrado por el suelo, me llevé las manos al cuello tratando desesperadamente liberarme, me estaba quedando sin aire, una presión sofocante y puntos blancos aparecieron en mi visión.
De repente, me encontré suspendida en el aire, mis pies apenas tocaban el suelo y mi cuello dolía como si me estuvieran arrancando la cabeza.
—La falta de oxígeno ya te llegó al cerebro, ¿verdad? —se burló.
Me hubiera gustado decirle alguna cosa inteligente y sarcástica, pero es algo imposible cuando tienes una cadena atada al cuello. Lo único que podía hacer era soltar gremios ahogados mientras luchaba para mantenerme parada en los dedos de mis pies.
Su mano acarició mi mejilla, casi con anhelo, y se rió.
—Cuando acabe contigo, me aseguraré de quemar este lugar hasta los cimientos, no quedará nada de ti —murmuró. Tiró de la cadena con fuerza, apretando el nudo alrededor de mi cuello y ahogué un grito de dolor—. Y luego, iré por tu amorcito. No ese estúpido dios, el otro. Quiero ver la expresión en su cara cuando le cuente como te mate.
De repente soltó un grito de dolor, impactada, alcancé a vislumbrar una flecha atravesando su mano.
—¡Oye, hijo de perra! ¡Suéltala!
El apretón se soltó y caí de bruces al suelo, mientras escuchaba el sonido de espadas. Tosí con desesperación mientras mi respiración se regalaba. Levanté la vista para ver a Michael batiéndose en duelo con Klaus.
Me dolía la garganta, y todo el cuerpo en general. Apenas podía mantenerme en pie mientras los sonidos del metal chocando resonaban en el sótano. El eco de las espadas hacía que el ambiente pareciera aún más cerrado. La única luz provenía de la luna que se colaba por una ventana rota.
Klaus era bastante mortal, y Michael era como una tormenta en movimiento, de golpes fuertes y furiosos. Sentí el frío de la piedra bajo mis manos temblorosas mientras trataba de recobrar el aliento. Me apoyé en una de las columnas agrietadas del sótano, jadeando. Quería ayudarlo, pero mi cuerpo no respondía con su habitual ritmo. No podía más que mirar, con el corazón latiendo en mi garganta.
Klaus estaba jugando con él. Lo veía en la forma en que sus ojos brillaban con una confianza peligrosa, en cómo sonreía mientras desviaba sus ataques con una facilidad escalofriante. Michael era diestro con el arco, pero no tanto con una espada, aún así, parecía defenderse lo suficiente.
Saqué de mi bolsillo el último trocito de ambrosía que me quedaba, me lo metí a la boca y me lancé contra Klaus, con Resplandor en alto.
Por un instante, fue increíble. Ya sabía que Michael y yo teníamos cierta precisión de combate juntos, al compartir un alma, nos complementamos muy bien a la hora de pelear. Así como había visto hacía mucho a Luke y Alessandra.
Atacamos con la precisión de un reloj bien aceitado, una perfecta máquina, y he de admitir que era sorprendente que a pesar de eso, Klaus nos lograba hacer frente. Un poco descuidado y torpe, pero bastante bien para estar siendo una pelea dos contra uno.
Y quizá, ese fue nuestro error. Confiarnos demasiado que estábamos haciendo un excelente trabajo en equipo.
Justo en una de mis estocadas, se agachó para evitar el tajo y al levantarse, desvió el golpe de Michael con un giro de muñeca y, sin esfuerzo, atrapó su muñeca libre con un agarre firme. Giró sobre sí mismo, jalando a Michael en el proceso. El mismo movimiento que había intentando contra mí.
Levanté la espada para atacar sin darle tiempo a golpearlo como había hecho conmigo, pero en lugar de eso, sentí cómo Michael me golpeaba de lleno, su cuerpo chocando contra el mío con tanta fuerza que el aire se me escapó de los pulmones. Ambos caímos al suelo, rodando sobre el piso de piedra del túnel. El dolor estalló en mi costado cuando aterrizamos, y aunque intenté reaccionar, estaba demasiado aturdida. Michael gimió, tratando de apartarse de mí, pero estaba tan desorientado como yo.
A duras penas logré impulsarme con los codos para levantarme un poco, pero el dolor me hizo gemir.
«Genial. Seguro empeoré mis costillas».
—Saben, esperaba más de ustedes —dijo burlón, deambulando alrededor nuestro—. Han sido un equipo dos vidas continuas, pero supongo que las cosas ahora son diferentes. Ahora ya no son solo dos, hay un tercero en medio, ¿no? —Era como si no estuviera interesado en matarnos de una vez—. Oh. Esto es hermoso. En serio. ¿Tienen idea de cuanto esperé poder verlos así, majestades. ¡Dos vidas!
Michael y yo nos miramos.
«¿En serio iba a ponerse a monologar?» pensé irritada.
Ahora entendía a Frozzono. Nos tiene en el suelo, sin aire, indefensos y se pone a monologar. Típico de villano de película.
Y mientras él parloteaba sobre lo mucho, mucho, muchísimo que iba a hacernos sufrir, Michael y yo ya estábamos hartos.
No íbamos a desaprovechar ni una oportunidad.
Como flechas disparadas, nos pusimos de pie. Me tomó de la mano y con la otra el pie. Me dio una vuelta en el aire y me arrojó por encima de Klaus. Con mi bota lo golpeé en el hombro, empujándolo hacia adelante. Michael aprovechó y le dio en la cara una patada giratoria qué lo arrojó al suelo.
A penas caí, me giré y me trepé a su espalda. Se tambaleó y me aferré a él con todas mis fuerzas. Cerré mis brazos alrededor de su cuello. Michael intentó darle otro golpe detrás de la pierna para desestabilizarlo, pero Klaus, aún retenido por mi llave, logro levantar la mano con una daga y le dio en el rostro.
Michael se echó atrás, siseando de dolor y yo apreté más fuerte. Sentí cómo sus músculos se tensaban bajo mi agarre. Nos tambaleamos, y por un instante sus movimientos se hicieron torpes.
Como una explosión, abrió repentinamente sus alas y me arrojó hacia atrás, golpeándome contra la columna.
¡Que estúpida!
Yo misma había practicado ese movimiento un montón de veces y no previne que él también podría usarlo.
Me puse de pie, tratando de enfocarme. Me dolía todo y esto estaba tardando más de lo que me gustaría.
Levanté la vista y solté un grito ahogado, horrorizada observé la sonrisa siniestra de Klaus. A su lado había un dios. No lo había sentido llegar.
—Has perdido el toque, Klaus —dijo el dios sin mucho entusiasmo.
—Solo me distraje un momento, hermano Morfeo.
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