
023.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ꜰᴀʟʟ ᴏꜰ ᴀʟᴇꜱꜱᴀɴᴅʀᴀ ᴏʟɪᴍᴘɪᴀ
╔╦══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╦╗
ꜱᴏʙʀᴇ ʟᴀ ᴄᴀɪᴅᴀ ᴅᴇ ᴀʟᴇꜱꜱᴀɴᴅʀᴀ ᴏʟɪᴍᴘɪᴀ
╚╩══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╩╝
EL CENTRO DE LA CIUDAD ERA UN CAMPO DE BATALLA.
Un gigante iba destrozando árboles en Bryant Park mientras las dríadas lo acribillaban con nueces. Delante del Waldorf Astoria, una estatua de bronce de Benjamín Franklin le atizaba golpes a un perro del infierno con un periódico enrollado. Un trío de campistas de Hefesto hacían frente a un escuadrón de dracenaes en medio del Rockefeller Center.
Pero lo peor se había desplazado mucho más al sur. Nuestras defensas se venían abajo. El enemigo ya estrechaba el cerco al Empire State. Hicimos un rápido barrido por los alrededores. Las cazadoras habían levantado una línea defensiva en la Treinta y siete, sólo tres manzanas al norte del Olimpo. Hacia el este, en Park Avenue, Jake Mason y algunos campistas más de Hefesto dirigían a un ejército de estatuas contra el enemigo. Al oeste, la cabaña de Deméter y los espíritus de la naturaleza de Grover habían convertido la Sexta Avenida en una selva que entorpecía el avance de un escuadrón de semidioses de Cronos. El sur estaba despejado por el momento, pero los flancos de la fuerza enemiga empezaban a abarcarlo con una maniobra envolvente.
Unos minutos más y estaríamos completamente rodeados.
En la calle Treinta y tres a la altura del túnel de Park Avenue, Michael y sus hermanos habían armado una barricada y no paraban de disparar con todo el arsenal que tenían. Sabía que por otro lado de la ciudad, las cazadoras y los de Afrodita andaban uniendo fuerzas en igual condiciones.
Lo que hace unirse contra un enemigo común.
A unos metros, Annabeth y dos de sus hermanos mantenían a raya a un gigante hiperbóreo.
De golpe, Percy cayó del cielo justo sobre la cabeza del gigante; cuando éste levantó la vista, se deslizó por su cara, machacándole la nariz por el camino.
—¡Uaurrrr! —El gigante dio un paso atrás tambaleándose, mientras le manaba sangre azul de la nariz.
Corrí hacia ellos. El hiperbóreo exhaló una nube de niebla blanquecina y la temperatura descendió en picado. El punto donde Percy había caído a la acera, quedó revestido de una capa de hielo, y él mismo estaba cubierto de escarcha como un dónut de azúcar.
—¡Eh, mamarracho! —gritó Annabeth.
El Chico Azul dio un bramido y se volvió hacia ella, dejándome expuesta la parte posterior de sus piernas. Disparé una flecha y se la clavé justo en la garganta, al tiempo que Percy blandía a Contracorriente en la corva.
El hiperbóreo se dobló. Aguardé a que se volviera, pero se quedó congelado. Literalmente: se convirtió en un bloque de hielo. A partir de los puntos donde lo habíamos ensartado, empezaron a surgir grietas por todo su cuerpo. Se hicieron cada vez más grandes y anchas y, finalmente, el gigante se desmoronó en una montaña de carámbanos azules.
—Gracias. —Annabeth hizo una mueca mientras trataba de recuperar el aliento—. ¿Y la cerda?
—Hecha morcilla.
—¿Hiperión? —me preguntó.
—Hecho árbol.
—Fantástico.
Annabeth flexionó el hombro. Obviamente, todavía le molestaba la herida, pero al ver nuestra expresión puso los ojos en blanco.
—Estoy bien. ¡Vamos! Quedan un montón de enemigos.
Tenía razón. De la hora siguiente sólo tengo un recuerdo borroso. Luchamos como nunca había luchado, abriéndonos paso entre legiones de dracaenae, eliminando a docenas de telekhines con cada mandoble, destruyendo empusas y dejando fuera de combate a los semidioses enemigos. Pero, por muchos que abatiéramos, muchos más venían a ocupar su puesto.
Corríamos de una manzana a otra, tratando de apuntalar nuestras defensas. Muchos de nuestros amigos yacían malheridos por las calles, y muchos habían desaparecido.
Paso a paso, a medida que avanzaba la noche y la luna se elevaba en el firmamento, nos vimos forzados a ceder terreno hasta que por fin nos encontramos sólo a una manzana del Empire State en cualquiera de las direcciones. A cierta altura vi a Grover junto a mí, atizando en la cabeza a las mujeres-serpiente con su porra. Luego se perdió entre la multitud y fue Thalia la que se situó a nuestro lado, mientras ahuyentaba a los monstruos con su escudo mágico. La Señorita O’Leary surgió dando brincos de la nada, agarró entre sus fauces a un gigante lestrigón y lo lanzó por los aires como si fuera un frisbee.
Annabeth usaba su gorro de invisibilidad para colarse tras las líneas enemigas. Cada vez que se desintegraba un monstruo con una mueca de sorpresa, sabía que Annabeth había pasado por allí.
Sin embargo, no era suficiente.
—¡Mantengan posición! —gritó Katie Gardner desde algún punto situado a mi izquierda.
El problema era que nos faltaban efectivos para mantenernos firmes. La entrada del Olimpo quedaba a seis metros a mi espalda. Un semicírculo de semidioses, cazadoras y espíritus de la naturaleza defendían las puertas con bravura. Yo seguía repartiendo tajos y estocadas a mansalva, destruyendo todo lo que encontraba en mi camino, pero empezaba a estar agotada, me costaba respirar por el dolor en las costillas y tampoco podíamos multiplicarnos ni estar en todas partes al mismo tiempo.
Al este, a unas manzanas por detrás de las tropas enemigas, empezó a destellar una luz muy potente. Creí que ya salía el sol, pero enseguida comprendí que era Cronos, que venía hacia nosotros montado en su carro de oro. Una docena de gigantes lestrigones portaban antorchas delante. Dos hiperbóreos llevaban sus estandartes de color negro y morado. El señor de los titanes parecía fresco y descansado, con sus poderes en plena forma. No se daba prisa en su avance, como si quisiera dejar que me agotara.
—¡Tenemos que retroceder hacia las puertas! —exclamó Annabeth—. ¡Y defenderlas cueste lo que cueste!
Tenía razón. Estaba a punto de ordenar retirada cuando oí un cuerno de caza.
Su sonido se impuso sobre el fragor de la batalla como una alarma de incendios. Y enseguida le respondió un coro de cuernos, cuyos ecos se propagaban en todas direcciones por las calles de Manhattan.
Miré a Thalia, pero ella se limitó a fruncir el entrecejo.
—Las cazadoras no son —me aseguró—. Estamos todas aquí.
—¿Quién, entonces?
Los cuernos de caza sonaron con más fuerza. No sabía de dónde venían a causa de los ecos, pero daba la impresión de que se aproximaba un ejército entero.
Temí que fueran más enemigos, pero las fuerzas de Cronos parecían tan desconcertadas como nosotros. Los gigantes bajaban embobados sus porras. Las dracaenae siseaban. Incluso la guardia de honor de Cronos parecía un poco incómoda.
Entonces, a nuestra izquierda, un centenar de monstruos gritaron al unísono. Todo el flanco norte de Cronos avanzó como en una oleada. Pensé que estábamos perdidos. Pero no atacaron. Cruzaron a todo correr nuestras líneas y fueron a chocar con sus compañeros situados al sur.
Un nuevo estruendo de cuernos de caza sacudió la noche, y el aire pareció estremecerse. En un movimiento fulgurante, como si hubiera surgido a la velocidad de la luz, apareció un cuerpo entero de caballería.
—¡Sí, chicos! —aulló una voz—. ¡¡Vamos de fiesta!!
Una lluvia de flechas trazó un arco por encima de nuestras cabezas y cayó sobre el enemigo, pulverizando a centenares de demonios. No eran flechas normales. Pasaban disparadas con un zumbido especial: algo como ¡ffzzzz!
Algunas tenían molinetes adosados; otras, guantes de boxeo en la punta.
—¡Centauros! —exclamó Annabeth.
El ejército de Ponis Juerguistas apareció allí en medio como una eclosión de colorido: camisetas teñidas, pelucas afro multicolores, gafas de sol gigantes y de marca con pinturas de guerra. Algunos tenían eslóganes garabateados en los flancos, del tipo «CABALLOS AL PODER» o «CRONOS AL HOYO».
Había centenares de ellos inundando la manzana. Yo no conseguía procesar ni la mitad de lo que veía, pero tenía muy claro que si hubiera sido el enemigo, habría huido.
Y lo mejor. No venían solos. Sobre ellos, venía el ejército completo de los semidioses adultos del Santuario.
—¡Chicos! —gritó Quirón entre aquella marea de centauros embravecidos. Llevaba una armadura de cintura para arriba y el arco en la mano, y sonreía satisfecho—. ¡Siento haberme retrasado!
—¡Ni lo menciones! —dije sonriendo por primera vez en horas—. ¡Llegaron a tiempo!
—¿Todos? —Me giré para ver a los padres de Héctor bajar de un salto de unos centauros.
—¡Hola! —Abracé rápidamente a los tres, y Julián me revolvió el cabello.
—¿Has visto a nuestro retoño? —preguntó Calia.
—Por allá —Señalé a un grupo de semidioses.
—¡Chicos! —aulló otro centauro—. Dejen la charla para luego. ¡Ahora acabemos con esos monstruos!
Apuntó y cargó su pistola de pintura de dos cañones y roció de rosa chillón a un perro del infierno. La pintura debía de estar mezclada con polvo de bronce celestial, porque el monstruo soltó un gañido a las primeras salpicaduras y se disolvió en un charco negro y rosa.
—Necesito una de esas —comentó Bruno.
—¡Ponis Juerguistas de Florida! —gritó un centauro.
Y desde el otro lado del campo de batalla, una voz gangosa le respondió:
—¡Sección de Texas!
—¡Batallón de Hawai! —gritó un tercero.
Fue lo más impresionante que he visto en mi vida. El ejército entero del titán dio media vuelta y salió huyendo, acosado por aquella legión armada con pistolas de pintura, flechas, espadas y bates de béisbol virtuales. Los centauros lo arrollaban todo a su paso.
—¡Dejen de correr, idiotas! —rugía Cronos—. Mantengan la posición y… ¡aggg!
Un gigante hiperbóreo había tropezado hacia atrás, derrumbándose sobre él. El señor del tiempo desapareció bajo un trasero azul gigantesco.
Los perseguimos varias manzanas hasta que Quirón gritó:
—¡Alto! ¡Me lo prometieron, alto!
No fue nada fácil, pero finalmente la orden se transmitió entre las filas de los centauros y todos empezaron a retirarse, dejando que el enemigo huyera.
—Quirón sabe lo que hace —dijo Annabeth, secándose el sudor de la frente—. Si los perseguimos, acabaremos dispersándonos. Debemos reagruparnos.
—Pero el enemigo…
—No está derrotado —admitió—. Pero ya se aproxima el alba.
—Al menos hemos ganado tiempo —dije suspirando cansada.
Percy no parecía conforme con retirarse, pero era necesario. Contemplé cómo se escabullía el último de los telekhines hacia el río Este. Luego dimos media vuelta hacia el Empire State.
━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━
Establecimos un perímetro defensivo de dos manzanas, con el centro de mando en el Empire State. Quirón nos explicó que los Ponis Juerguistas habían enviado destacamentos de casi todos los estados: cuarenta de California, dos de Rhode Island, treinta de Illinois... En total, unos quinientos habían respondido a su llamada. Pero incluso con tan elevada cantidad de refuerzos, no podíamos defender más que unas cuantas manzanas.
—Jo, colega —comentaba un centauro llamado Larry, su camiseta lo identificaba como “JEFAZO SUPREMO Y AUTORIDAD MÁXIMA - SECCIÓN NUEVO MÉXICO:—. ¡Esto ha sido una maravilla!, ¡mucho más divertido que nuestra última convención en Las Vegas!
—Sí —contestó Owen, de Dakota del Sur, que llevaba una chaqueta de cuero negro y un viejo casco de la Segunda Guerra Mundial—. ¡Los hemos machacado!
Quirón le dio unas palmaditas a Owen.
—Han estado magníficos, amigos míos, pero no se confíen —le dijo—. Nunca hay que subestimar a Cronos. Y ahora, ¿por qué no hacen una visita al restaurante de la Treinta y tres Oeste y desayunan un poco? Me han dicho que la sección de Delaware ha encontrado un alijo de cerveza de raíces.
—¡Cerveza de raíces! —exclamaron, y casi se tropezaron unos con otros al salir galopando.
Quirón sonrió. Annabeth le dio un fuerte abrazo y la Señorita O’Leary le lamió la cara.
—Ay —refunfuñó—. Ya está bien, perrita. Sí, yo también me alegro de verte.
—Gracias, Quirón —dijo Percy—. Nos has salvado de una buena.
Él se encogió de hombros.
—Siento haberme demorado. Los centauros viajan deprisa, ya lo sabes: podemos imprimir una curvatura especial a la distancia mientras corremos. Pero no ha sido fácil reunirlos a todos. Estos ponis no son muy organizados, que digamos. Además, ir hasta Alabama y costó un poco encontrar el Santuario.
—¿Cómo atravesaron las defensas mágicas que rodean la ciudad? — preguntó Annabeth.
—Han ralentizado un poco nuestro avance —reconoció Quirón—, pero creo que están diseñadas sobre todo para mantener a raya a los mortales. Cronos no quiere que un montón de insignificantes humanos interfieran en su gran victoria.
—Entonces tal vez puedan atravesar la barrera otros refuerzos —observé, esperanzada.
Quirón se atusó la barba.
—Quizá. Pero queda poco tiempo. En cuanto Cronos reagrupe a sus fuerzas, atacará de nuevo. Y sin el elemento sorpresa de nuestro lado…
Comprendí lo que quería decir. Cronos no estaba vencido, ni mucho menos. Había albergado vagamente la esperanza de que hubiese sido aplastado bajo el peso del gigante hiperbóreo, pero en realidad sabía que no era así. Volvería a la carga. Aquella noche a más tardar.
—¿Y Tifón? —preguntó Percy.
El rostro de Quirón se ensombreció.
—Los dioses se están agotando —murmuró—. Dioniso quedó ayer fuera de combate. Tifón aplastó su carro y el dios del vino cayó por la zona de los Apalaches. Nadie ha vuelto a verlo desde entonces. Hefesto también está noqueado. Salió despedido con tal fuerza del campo de batalla que creó un nuevo lago en Virginia Occidental. Se curará, pero no a tiempo para echar una mano.
—¿Apolo?
Quirón me miró, y negó con la cabeza.
—No sé nada de él, probablemente significa que sigue peleando, igual que los demás. Han conseguido retrasar el avance de Tifón, pero no hay manera de parar a ese monstruo. Llegará a Nueva York mañana a estas horas. Y una vez que combine sus fuerzas con las de Cronos…
—¿Qué vamos hacer? —pregunto Percy—. No podremos resistir otro día.
—Tenemos que hacerlo —repuso Thalia—. Me encargaré de poner nuevas trampas alrededor del perímetro.
Se la veía exhausta. Tenía la chaqueta manchada de mugre y polvo de monstruo, pero todavía se mantenía en pie y se alejó con paso vacilante.
—Le echaré una mano —decidió Quirón—. Y voy a asegurarme de que mis hermanos no se pasen de la raya con la cerveza.
Iba a decirle que “pasarse de la raya” era la especialidad de los Ponis Juerguistas, pero él ya se había puesto en marcha a medio galope, dejándonos solos a Annabeth, Percy y a mí.
Ella estaba limpiando su cuchillo con esmero. La había visto cientos de veces haciéndolo, pero nunca me había preguntado por qué le importaba tanto conservarlo.
—Seguro que Apolo está bien —dijo Percy pasando el brazo sobre mi hombro.
—Suponiendo que luchar a la defensiva con Tifón sea estar bien. —Me toqué la zona de las costillas, me dolía demasiado—. Creo que necesito un poco de ambrosía —dije buscando a Will con la mirada.
Ellos asintieron y me fui, dejándolos solos.
Annabeth nos miró a los ojos.
Al otro lado de la calle, la cabaña de Apolo había montado un hospital de campaña para atender a los heridos: decenas de campistas y un número no mucho menor de cazadoras.
Me dolía demasiado, pero no era urgente. Ellos tenían casos más importantes que atender.
Me di la vuelta para salir, pero una mano me agarró del brazo y me arrastró hacia una camilla.
—Quítate la armadura y siéntate —me ordenó Michael.
—Estoy bien.
—No. No lo estás. Me contaron del golpe que te dio Hiperión, y has estado respirando mal desde hace rato —espetó frunciendo el ceño—. Quítate la armadura, antes de que te la quite yo mismo.
Decidí obedecer porque era capaz de hacerlo. Levanté mi camiseta, lo suficiente para que viera mis costillas. Donde dolía, un bulto anómalo se asomaba bajo la superficie y la piel estaba morada.
Michael me dio una mala mirada y se inclinó para tocarla.
—Está rota —declaró—. Debiste detenerte luego de esa batalla.
—No podía.
—Entonces aguanta el dolor.
Me envolvió con hielo y una venda, me dio néctar y ambrosía. Mientras comía, lo observé colocarle una venda a Travis qué se había quebrado tres dedos.
—¿Qué? —cuestionó cuando acabó y se dio cuenta que no apartaba la mirada.
—Nada —dije sonriendo—. Estoy feliz de que estés vivo.
Me sostuvo la mirada y se acercó a mí. Sentándose a mi lado, tomó mi mano.
—Lamento haberme alejado.
Negué con la cabeza.
—Tenías razón para estar enojado, debí habértelo contado antes.
Miró nuestras manos juntas.
—¿Eres feliz con él?
—Sí.
Se llevó mi mano a los labios y dejó un suave beso en el dorso y me sonrió.
—Está bien. —Intenté volver a disculparme y él negó con la cabeza—. No, basta. Basta de disculpas por sentir algo que no puedes controlar. Basta. Es suficiente. Te amo, y sé que me amas. No importa la manera. Ahora sólo sigamos adelante.
Acaricié su rostro manchado de suciedad, apartando algunos mechones de cabello.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Escuché lo que le contaste a Will. —Esperé a que continuara—. No me gusta nada, pero es tu vida, importa que tú estés conforme. —Se inclinó hacia adelante para mirarme fijamente a los ojos—. Pero no vuelvas a ocultarme cosas, o te voy a cortar el cabello. No eres la única que puede lanzar cosas a la cabeza de alguien cuando se enoja.
Me reí y asentí.
—De acuerdo, me lo merezco. —Me apoyé en su hombro y me abrazó—. Te extrañé mucho.
—Yo también te extrañé.
Permanecemos así un rato antes de que me trajera un sándwich y luego me envió a descansar.
Estaba en medio de un sótano, el aire denso y cargado de polvo llenaba mis pulmones. A mi alrededor, la penumbra apenas dejaba entrever las formas de cajas viejas, herramientas oxidadas y un montón de estatuas.
Me acerqué a una de las ventanas que daban a un jardín, era el mismo lugar que había visto antes. Me moví lentamente, tratando de entender dónde estaba o qué hacía ahí. Un quejido me sobresaltó. Lo que vi, me heló la sangre.
Alessandra estaba atada a una silla, la boca tapada con una tela, con heridas de torturas tan graves que sangraba, y de no ser por la respiración entrecortada y que de vez en cuando soltaba uno o dos quejidos, podría pensar que ya estaba muerta.
Me desperté agitada y corrí a buscar a Percy y Annabeth.
Los encontré hablando en la azotea con una taza de chocolate en la mano. No parecían haber dormido mucho y se notaba lo cansados que estaban.
—Luke prometió que nunca permitiría que me hicieran daño —murmuró ella—. Dijo que formaríamos una nueva familia y que funcionaría mejor que la suya.
—He hablado antes con Darlene y Thalia. Ella teme…
—Que yo no pueda hacerle frente a Luke —remató con tristeza. Percy asintió. Ella alzó la vista hacia el Empire State—. Percy, durante gran parte de mi vida me sentí como si todo cambiara continuamente. No tenía a nadie en quien confiar.
Eso lo habrían entendido la mayoría de los semidioses.
—Me fugué a los siete años —prosiguió—. Luego creí haber encontrado una familia en Luke y Thalia, pero casi enseguida se vino abajo. Lo que quiero decir... es que no soporto que la gente me decepcione ni que las cosas sean sólo temporales. Es por eso, me parece, por lo que quiero ser arquitecto.
—Para construir algo permanente. Un monumento que dure mil años.
—Supongo que suena como mi defecto fatídico.
—Creo que comprendo lo que sientes. Pero Thalia tiene razón. Luke te ha traicionado ya muchas veces. Era malvado incluso antes de Cronos. No quiero que te lastime más.
Annabeth frunció los labios. Me di cuenta de que estaba esforzándose para no enojarse.
—Comprenderás también que conserve la esperanza de que te equivoques —repuso.
—Y quizá la haya. —Ambos se giraron hacia mí—. Luke es malo, no tiene redención después de lo que ha hecho, pero creo que aún podemos salvarlo de Cronos. Y para eso, primero necesitamos rescatar a Alessandra.
Reunimos un pequeño comité y establecimos un posible plan de rescate.
—¡Estás loca si piensas ir sola!
—Alguien tiene que hacerlo, en cualquier momento, Cronos volverá a atacar, es el momento ideal —dije con firmeza—. Entre más semidioses haya en el campo peleando, menos sospechara que me colé entre sus tropas.
—Esto es una locura... —murmuró Thalia, cruzando los brazos.
—No puedo permitir que hagas esto sola —dijo Quirón, frunciendo el ceño—. Para empezar, ni siquiera sabes dónde queda ese lugar.
—Es el Emporio de Medusa —intervino Percy—. Fuimos ahí en la misión a buscar el rayo.
—Yo puedo ir con ella —dijo Grover—. Sé a dónde tenemos que ir, y si lo necesitamos, puedo ayudarla a escapar.
—Eso podría funcionar —dijo Bruno pensativo.
—¡No entiendo por qué le damos tanta importancia a esa chica! —se quejó Annabeth molesta.
Rodé los ojos. Los demás también estaban frustrados con ella, pero decidimos no hacerle caso.
—Podemos ir con un pegaso, no tardaremos mucho, y tendremos en que traerla —propuse y Grover asintió.
—Un pegaso es una buena idea. No es tan lejos, a unos quince minutos quizá. Podríamos ir y volver rápido sin levantar sospechas.
Percy asintió, aunque seguía preocupado.
—Aún así, tendrán que tener cuidado. Dudo que la hayan dejado sin supervisión. Y si Cronos los descubre…
—Lo sé —respondí, apretando los labios.
Thalia, finalmente habló.
—Escuchen, no me gusta este plan, pero tiene sentido. Si hay una oportunidad, es esa chica, y nos conviene cuando Cronos lance el siguiente ataque.. Pero... —hizo una pausa, mirándome a los ojos con seriedad—. Si algo sale mal, quiero que prometas que regresarás. No arriesgues tu vida por alguien que puede ya estar más allá de nuestro alcance.
Su advertencia me dolió más de lo que esperaba, pero asentí. Thalia tenía razón. No podía lanzarme al peligro sin una mínima garantía de que podríamos salir con vida.
—Lo prometo.
—Yo también iré con ellos —dijo Julián, quién se había mantenido en silencio todo este rato—. Alessandra no es mala chica, solo difícil, pero no merece lo que le está pasando por culpa de mi hermano. Iré contigo —se giró hacia Quirón—, y me aseguraré de que los tres regresen.
Supe lo que quiso decir, si la situación se complicaba, él se quedaría atrás, y sus esposos también. Calia rompió a llorar y salió de la habitación dando un portazo. Bruno lo miró con dolor, pero asintió. Los dos la siguieron, seguramente necesitaban hablar de ello.
Annabeth, aun contrariada, también salió sin decir nada y Thalia detrás de ella. Grover y Quirón también se retiraron, dejándome sola con Percy, quién me colocó una mano en el hombro.
—Prométeme que te cuidarás —dijo en voz baja. Asentí—. No. Dari, en serio. Prométeme que volverás sin importar lo que pase.
—Lo intentaré, pero no puedo prometer nada.
No podía darle la promesa que me pedía, no con Alessandra en peligro en el centro del ejército de Cronos.
Percy no apartaba la mano de mi hombro, como si temiera que en cuanto me soltara, yo desaparecería. Lo conocía lo suficiente para entender que odiaba esta idea, odiaba que me arriesgara, odiaba no poder acompañarme; pero también sabía que no intentaría detenerme.
No cuando esta era nuestra mejor oportunidad.
—Solo…cuídate —dijo finalmente, con una voz tan baja que apenas lo escuché. Asentí y le di un breve abrazo, sintiendo el peso de la despedida antes de alejarme hacia el pasillo.
Las palabras de Thalia resonaban en mi cabeza: "Si algo sale mal, prométeme que regresarás".
Pero ese era el problema: ¿y si no había manera de volver?
¿Listas para el subidón de emociones?
Recomendaciones para leer los siguientes 3 capítulos:
Dado que algunas personas me manifestaron malestar emocional, les aviso que los siguientes capítulos son el pico de la inestabilidad, así que leer:
En casa.
Con mucha agua.
Tener pañuelos a la mano.
De lo posible, un peluche de apego.
Yo acabé llorando al escribirlos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro