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023.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴘᴀɪɴ ᴏꜰ ʙɪᴛᴛᴇʀ ᴠɪᴄᴛᴏʀʏ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴅᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴀᴍᴀʀɢᴀ ᴠɪᴄᴛᴏʀɪᴀ

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LA OSCURIDAD DOMINABA TODO, y casi no recordaba nada.

Solo tenía un ligero recuerdo de caminar por un lugar frío y espeluznante, detrás de un hombre alto. Pero había algo de lo que estaba segura, y no sabía cómo, Apolo me había salvado.

Abrí los ojos lentamente, sintiendo un agudo dolor en todo mi cuerpo. El parpadeo de las luces fluorescentes sobre mí me hizo entrecerrar los ojos por un momento, tratando de adaptarme a la intensidad.Me encontraba en la enfermería, ese lugar que, a pesar de su aura de tranquilidad, siempre me recordaba a los momentos más oscuros de la batalla.

Los sollozos resonaban a mi alrededor, intercalados con gritos desesperados de los médicos y enfermeras que luchaban por curarme. Su voz se filtraba a través del velo de dolor que envolvía mi mente.

—¡Traigan más néctar!

—¡Si le damos más, podría morir calcinada!

—¡Hagan algo!

Había una discusión a lo lejos, pero el dolor me impedía prestar atención. Mi cuerpo temblaba y mis músculos se retorcían en respuesta al tormento. Los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos, una melodía agonizante que parecía anunciar mi destino incierto.

—¡Hazte a un lado! —gritó alguien.

La urgencia en sus palabras era palpable. Sentía cómo el aire estaba cargado con la tensión de la sala, como si cada segundo contara, como si mi vida estuviera colgando de un hilo frágil y tembloroso.

Tuve un recuerdo, las manos cálidas sujetándome con fuerza, un grito que me llegó hasta el alma.

«Michael».

—¡Quítate!

—Necesito saber cómo está...

—¡No pueden entrar, Percy!

—¡Maldita sea, Austin, solo dinos si esta viva!

—No lo sé, no sé nada, Annabeth. Will aún está tratándolo. ¡Michael, para, no puedes...!

—¡Me importa una mierda, no voy a dejar que...!

Una puerta se cerró, ahogando los gritos a la distancia, mientras volvía a quedarme dormida.

Seguía escuchando voces en sueños, pero no ubicaba algunas.

—Gracias por salvarme, Darlene. Te debo la vida.

Otras eran inconfundibles.

—Por favor, Dari —sollozaba—. Aguanta, solo un poco más...

«Nico».

—Despierta, Dari. Me haces tanta falta....lamento no poder...lo siento...tienes que resistir.

«Percy».

—Más te vale despertar. ¡No puedes irte! Aun tenemos algunas cosas que arreglar entre nosotras.

«Annabeth».

—Mi pequeña princesa valiente, tienes que luchar.

«Papá».

—Te amo, te amo, te amo. Eres mi todo, Backer.

«Michael».

Fue solo un pestañeo que me dormí, a la siguiente vez que me desperté, con la luna ya en el cielo, un par de manos gentiles me sostuvieron, girándome con cuidado hacia un costado. El colchón se hundió bajo mi peso, y un gemido involuntario escapó de mis labios.

—Estás despierta —dijo con un tono alentador—. Te golpeaste muy fuerte, pero vamos a cuidarte.

Levanté la mirada y me encontré con los ojos llenos de lágrimas del pequeño Will.

Sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y esperanza. Con una sonrisa trémula en los labios, comenzó a acariciar mi mejilla con ternura. Sentí el amor que emanaba de su tacto, como un bálsamo reconfortante que aliviaba mi sufrimiento.

—Gracias a los dioses que estás a salvo —susurró con voz entrecortada, sus palabras llenas de alivio y anhelo, pero también había tristeza en sus ojos, un dolor que se entrelazaba con el alivio y parecía haberse arraigado profundamente en su corazón—. Tú sí estás aquí.

Sus palabras, lejos de tranquilizarme, me llenaron de miedo.

Otro recuerdo me invadió.

El gigante intentaba alcanzarme, pero mi agilidad y velocidad eran superiores. Mientras me aferraba a su pelo como a una cuerda, golpeé su cabeza con el pomo de Resplandor, tratando de desorientarlo aún más.

El gigante soltó un rugido de rabia y dolor, pero seguía sin poder alcanzarme. Volé un poco más alto, tratando de mantenerme apartada cuando otro mareo me golpeó.

Ajusté la vista y vi horrorizada como un semidiós se acercaba por la espalda de Lee con una lanza.

—¡Lee! —grité.

Mi corazón se apretó con fuerza mientras mis labios temblaban, buscando las palabras adecuadas.

—Will, ¿dónde está Lee? —pregunté, mi voz apenas un susurro entrecortado.

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Algunas personas están destinadas a morir, no importa cuánto se intente a salvarlas, si su destino es caer en las manos de Thanatos, los esfuerzos por salvarlos son en vano.

Apolo me lo había intentado decir, también Quirón e incluso papá.

Con el cuerpo adolorido y la mente envuelta en una nube de desolación, me desprendí con dificultad de las sábanas de la enfermería.

Mis amigos habían intentado convencerme de que no asistiera al funeral de los caídos en batalla, insistiendo en que necesitaba descansar y recuperarme. Pero mi corazón destrozado no podía aceptar esa idea.

Sentía que mi alma estaba tan herida como mi cuerpo, y necesitaba enfrentar mi fracaso cara a cara, incluso si eso significaba enfrentar mi propia debilidad física.

Esa noche hubo demasiadas despedidas. Fue horrible presenciar tantos cuerpos cubiertos por mortajas del campamento. Tantas víctimas que no alcancé a ver, que no alcancé a proteger.

Diez de nosotros. Tres de ellos.

Parecía una burla que hubiéramos ganado cuando éramos nosotros quienes más habíamos perdido.

Y aún cuando hacía semanas que veía aquella mortaja, verla hecha realidad frente a mis ojos me estaba matando.

Allí, entre los cuerpos de la pira funeraria, el rostro inmóvil de Lee yacía bajo el sudario de la cabaña de Apolo.

Un recordatorio de que no importaba cuánto me hubiera arriesgado, no importaba cuánto lo hubiera intentado, no había sido suficiente para salvarlo. Mis ojos se llenaron de lágrimas, desbordándose sin control.

Algunas cosas están destinadas a suceder, no importa cuando uno quiera cambiarlo. Lo que tiene que ser, será; aunque sea de otra manera.

Evité que Lee muriera bajo la porra del gigante, solo para que fuera yo quién recibiera el golpe porque me distrajo darme cuenta que uno de los enemigos estaba por matar a Lee por la espalda.

Un círculo vicioso. No podía salvarlo porque no debía ser salvado.

No lo hacía más fácil.

Lo envolvieron en un sudario dorado sin ningún adorno. Ninguno de sus hermanos tuvo la fuerza para hablar, ni siquiera Michael, que me ayudaba a mantenerme en pie a su lado y que no se había alejado de mí desde que me desperté unas horas antes.

Toda la cabaña estaba rota. Todo el campamento lloraba.

Lee, tres de la cabaña de Hermes, una de Atenea, uno de Hefesto y cuatro de Ares. Incendiaron sus cuerpos con los ritos tradicionales antiguos. Nico dijo que seguramente serían honrados en el Inframundo como los héroes que eran.

Percy asintió, pero su expresión era desolada. Annabeth tenía los ojos rojos de llorar por su hermana. Ninguno de los dos se había apartado de mi lado cuando Will les dijo que podían pasar, Nico no me había soltado la mano y había llorado casi a gritos, reclamándome por haber sido tan descuidada.

Pero en aquel momento, cada uno tenía su propio dolor.

Quirón fue quien les dio el último adiós. Él ya debía estar más acostumbrado a la pérdida de sus estudiantes, pero incluso él tenía los ojos bañados en lágrimas.

Pólux se me acercó cuando el funeral ya había acabado seguido de Castor. Will me había contado que este último había pasado varias horas de pie fuera de la enfermería esperando saber mi estado, y cuando estuve consciente, me había llevado un tazón enorme de fresas mientras me agradecía entre lágrimas.

—Gracias —murmuró Pólux.

Negué con la cabeza, sabía a qué se refería.

—No me lo agradezcas.

—Sí lo haré —dijo con los ojos húmedos—. Estabas lejos de Castor, no podrías haberte dado cuenta que estaba a punto de ser asesinado. Y aún así, pudiste salvarlo. ¿Lo viste en una visión? —Asentí, Me sentía tan cansada hasta para hablar—. Siempre te estaré agradecido.

Le di una sonrisa triste.

—Ya es tarde —dijo Michael acercándose a nosotros—. Necesitas descansar.

Me tomó en brazos y comenzó a caminar hacia la enfermería.

Había estado tan callado, sus ojos se veían fríos y cansados, pero aun no lo había visto llorar la pérdida de su hermano mayor.

—Lo lamento —murmuré.

—Por favor, no digas nada —susurró.

—Pero...

—Sé lo que vas a decir, no necesitas hacerlo. No fue tu culpa, lo intentaste y lo aprecio, pero casi te pierdo a tí también por eso.

Su voz sonó rota al pronunciar esas últimas palabras. Entró en la enfermería vacía y me dejó con delicadeza sobre la litera.

La habitación estaba sumida en un silencio opresivo, sólo interrumpido por el sonido de mi respiración entrecortada. Observé a Michael mientras se sentaba a mi lado, con los ojos llenos de preocupación y dolor.

Intenté encontrar las palabras adecuadas para romper aquel muro de silencio y desolación que nos envolvía. Mi voz salió apenas como un susurro frágil y tembloroso.

—Michael.

Se quebró frente a mí. Nunca lo había visto llorar, él siempre había sido el fuerte, el chico duro y el guerrero feroz. El protector y pendenciero, a quién no le importaba ser uno de los chicos más bajos del campamento si tenía que pelearse con alguien más grande.

Pero lloró frente a mí.

—Nunca más vuelvas a hacer algo así —dijo entre lágrimas, tomando mis manos entre las suyas y besándolas. El pulso le temblaba y me miraba con un dolor tan grande que me rompió el corazón—. No puedo soportar pasar de nuevo por eso.

Aguantando mis propias lágrimas, lo abracé.

Esa noche me quedé dormida en sus brazos, pero fui yo la que le brindó consuelo.

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Me desperté casi al mediodía, con los rayos cálidos del sol dándome en el rostro, y vi frente a mi una cabellera rubia despeinada y unos bonitos ojos zafiro.

—No paras de ponerme los nervios de punta —murmuró besando mi mano—. Te prohibí morir y es lo primero que haces. ¿Cuánto más vas a seguir desafiándome?

—Sigo queriendo ver cuantas veces me salvas antes de matarme tú mismo. —Su risa me calentó el corazón—. Gracias por salvarme.

—¿Lo sabes?

—No estaba tan segura, era una sensación solamente —respondí—, pero acabas de confirmarlo.

Me miró con una profunda tristeza que trató, en vano, de ocultar.

—No me agradezcas. No podía dejarte morir.

—Aún así...

—Rompí una de las leyes divinas para traerte de nuevo —dijo acariciando mi mano con el pulgar—, mi padre está furioso; pero valió la pena.

—Entonces es verdad, —dije sonriendo casi con burla y casi con agradecimiento—, si te agrado, Sunshine.

Él se inclinó tan cerca de mí que la calidez de su esencia se sentía como una estufa.

—Más de lo que imaginas —murmuró.

Me quedé mirando fijamente a Apolo, tratando de descifrar el verdadero significado de sus palabras. Había algo en su mirada y en la cercanía de su presencia que me hacía sentir una extraña mezcla de emoción y temor. Aunque su apariencia era deslumbrante, sus ojos reflejaban algo oscuro.

—Lamento no haber podido...

—No, no lo digas.

—Pero Lee...

—No estoy enojado. Sé que hiciste lo que pudiste, y en el proceso casi mueres —dijo esa última palabra como si fuera veneno. Apolo estaba extremadamente enojado, pero era como si estuviera conteniendo su ira en mi presencia—. Hiciste, otra vez, más de lo que esperaba, más de lo que era necesario.

»Sé que lo intentaste y aprecio lo que hiciste, pero si no hubiera podido convencer a Hades....si tu amigo Nico no se hubiera aferrado a tu alma...yo...no sé lo que...

"No sé que lo hubiera hecho si morías".

—Siento que no fue suficiente —murmuré.

—Lo sé, pero créeme. Lo fue. Lee también sabe que lo intentaste, todos lo saben.

Sus ojos ardían como una llama incandescente, había un brillo de locura que me puso la piel de gallina. Me acarició la mejilla con una suavidad que apenas sentí.

Mis pensamientos se agitaron, su tacto suave y cálido contrastaba con la intensidad de su mirada. Me sentí abrumada por la mezcla de emociones que fluían entre nosotros.

—Nunca más —susurró con un tono tan filoso que me paralizó—, nunca más vuelvas a hacer algo como esto. No vuelvas a ponerte así en peligro por nadie más, ni siquiera por uno de mis hijos.

»Si realmente quieres proteger a todos, no te pongas en peligro. No ayudarás a nadie si mueres.

La seriedad en las palabras de Apolo me hizo sentir un nudo en la garganta. Su tono, cargado de preocupación y algo más, despertó una sensación de vulnerabilidad en mi interior.

La manera en la que lo dijo trajo a mi mente un recuerdo del taller de Hefesto, cuando el dios me había mirado seriamente y dado una advertencia.

—Cuídate de no ponerte tanto en peligro, niña. A la humanidad no le irá tan bien si algo te pasa, nadie lo quiere enojado hasta la locura.

No sé por qué, pero ahora tenía la sensación de que Hefesto se refería a Apolo.

—Lo intentaré.

Él asintió, aunque ambos sabíamos bien que tal como estaban las cosas, sería difícil. 

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Esa mañana continuaron atendiendo a los heridos, que eran prácticamente todos los campistas.

Pero antes de empezar, los miembros de la cabaña siete tuvieron una fuerte discusión. Will estaba revisando mis heridas cuando Michael entró seguido de tres de los más grandes: Keelan, Urian y Melanie.

No los conocía tanto como a los más pequeños, sabía que venían por el verano. Eran incluso mayores que Lee, Melanie de hecho había entrado en la universidad este año.

Los cuatro entraron discutiendo, y unos segundos más tarde entraron el resto de la cabaña, una manada de niños menores de trece años que los miraban algo incómodos.

—¡Michael, no puedes seguir ignorándolo!

Sí lo ignoró, caminó hacia nosotros y extendió la mano hacia Will pidiendo la gaza en su mano. Él se la entregó dudoso, y Mike se sentó a mi lado revisando la herida en mi cabeza.

—Parece mejor —murmuró.

Aparté su mano suavemente.

—Tú no eres el doctor —Se encogió de hombros.

—¡Esto es ridículo, Michael! —gritó Keelan—. Tenemos que hablarlo.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Mira, no es por ser grosera, Darlene —dijo Melanie—, pero no te metas. Esto es un asunto de la cabaña.

—¡Oye, Dari es de la cabaña! —gritó Kayla.

Entonces todos empezaron a gritarse unos a otros. Era un verdadero griterío insoportable, como un gallinero.

—¡Ya basta! —gritó Will subiendo a la mesa. Todos lo miraron con asombro, él no era precisamente el más vocal—. Esta es una enfermería, no el maldito congreso. No voy a permitir que vengan a armar escándalo aquí. Si solo van a estar gritando, váyanse a otra parte, pero no vengan a molestar a mis pacientes.

Su voz resonó en la enfermería, llenando el espacio con autoridad y determinación. Me sentí impresionada y aliviada al mismo tiempo. Era reconfortante ver a alguien tomar el control de la situación y poner fin a la cacofonía que había inundado la habitación.

Pero aún más, me sentí orgullosa de él. Durante años, Will se sentía intimidado e inseguro por las personalidades estrafalarias y fuertes de sus hermanos, por la siempre presente figura de su padre en la historia.

Le costaba sentir que podía destacar entre tanto ego acumulado.

—Ahora, ¿qué pasa? —cuestionó bajándose de la mesa y cruzándose de brazos.

Me encantaba el Will mandón, iba a pellizcarle las mejillas después.

Sus hermanos mayores se miraron algo irritados, pero al final fue Urian el que respondió.

—Quirón dijo que llamará pronto a reunión y que las cabañas que...—Tragó saliva, como si la sola idea de continuar su explicación se le atorara en la garganta—, que...necesiten un nuevo líder, quedaba en las manos de sus integrantes a quién elegir.

Sentí como todos se tensaron, incluso yo misma sentí como si mi corazón se encogiera. Quirón lo había dicho con el mayor tacto, pero la realidad era que solo la cabaña de Apolo había perdido a su líder. Era la única que tendría que escoger a su siguiente capitán cuando no había pasado ni un día del funeral de Lee.

Era cruel que tuvieran que pasar por eso, pero necesario.

—Creo que debería ser Michael —dijo Melanie de repente, cortando el aire amargo que se había formado. Urian y Keelan asintieron.

—¿Es necesario que sea ya? —preguntó Will.

—No podemos seguir posponiéndolo —dijo Urian con los ojos húmedos.

—Miren, sé que nadie aquí quiere hacerlo, pero no tenemos otra opción —agregó Keelian con tono duro. Él era el que más enojado se había mostrado con lo que pasó—. Quirón necesita a todos los capitanes en las reuniones de guerra, y nosotros somos los únicos que no tenemos un líder.

—Entonces hazlo tú —espetó Michael—. Eres mayor que yo, los tres son mayores que yo. Haganlo cualquiera de ustedes.

—Oh por favor, Urian no tiene madera de líder, Michael —expresó Melanie—, y lo sabes bien. Después de que Cambryn se fue, él fue el líder un mes y no funcionó.

—Sí, no soy la mejor opción —dijo él con las mejillas sonrojadas. Lee me había contado que la cabaña siete nunca había sido tan desastrosa como ese mes con él a cargo. Había sido cuando nombraron a Lee como capitán.

—Y yo me iré a la universidad al terminar el verano —siguió diciendo Melanie—, y Keelian consiguió el contrato para la banda, se irá en dos meses de gira. No podemos ser líderes así. Además, para ser realistas, nadie va a quejarse de que seas el nuevo capitán, ya eras el segundo al mando. Lee te estaba preparando para cuando se fuera a la universidad el año próximo.

—No quiero...

—Maldita sea, Michael —espetó Keelian—. ¡Solo asume el maldito puesto y terminemos con esto!

—¿Ah, entonces de eso se trata? —gritó él—. ¿Quitamos de la lista de tareas pendientes reemplazar a Lee y ya? ¿Así podrás irte de gira tranquilo?

—¡No, claro que no! ¡¿Crees que eres el único enojado con tener que hacer esto?! ¡Yo tampoco quiero reemplazar a Lee, pero no podemos permanecer sin capitán!

—¡No lleva muerto ni un maldito día! ¡Nadie espera que elijamos a alguien tan rápido!

La tensión en la habitación se hizo palpable mientras las palabras cargadas de frustración y dolor volaban de un lado a otro. Era un torbellino de emociones que amenazaba con desgarrar a la cabaña de Apolo desde dentro. Miré a los más chiquitos, a esos niños que habían perdido no solo a un hermano más, sino a aquel que los cuidaba todo el año, el que estaba para ellos siempre que lo necesitaban y que se había convertido hasta en una figura paterna aquí en el campamento.

Melanie y Urian se metieron entre Keelian y Michael, pero terminó empeorando porque Michael realmente no quería tomar el lugar de Lee, al menos no tan pronto como sus hermanos mayores querían.

Quería intervenir, desesperada por calmar la tormenta emocional que se estaba desatando. Sin embargo, me sentía impotente, Melanie tenía razón. No era mi lugar meterme en esto, no era de la cabaña. Meterme solo empeoraría las cosas, pero tampoco podía dejar que siguiera así.

Con cuidado, aún sintiéndome algo adolorida y cansada, me acerqué a los más pequeños y me arrodillé frente a ellos. Extendí una mano, ofreciendo consuelo silencioso, y los niños se aferraron a mí con fuerza, buscando seguridad en medio del caos.

Mientras los abrazaba, me pregunté cómo habíamos llegado a este punto. La muerte de Lee había dejado un vacío irremplazable en nuestras vidas, pero ahora también amenazaba con romper los lazos entre sus hermanos.

Y era mi culpa, porque no había podido salvarlo. No importaba lo que dijera Apolo, lo que dijera Michael. Yo sabía que él moriría, intenté con todas mis fuerzas, y aún así no lo logré, porque había sido mi descuido el que lo terminó condenando.

Por lo que sabía, Lee se había defendido cuando mi grito le alertó del enemigo, pero verme siendo golpeada por el gigante contra los árboles lo asustó tanto que lo desconcentró el tiempo suficiente para que el enemigo lo atravesara con la lanza.

Murió, quizá pensando que yo también había muerto.

Sentí el peso del duelo y la frustración en mi pecho, y las lágrimas amenazaron con emerger de mis propios ojos.

Observé a los hermanos mayores, mientras continuaban su discusión acalorada. Sus voces se habían llenado de desesperación y rabia, y no pude evitar sentir una punzada de resentimiento hacia ellos. ¿Cómo podían estar peleando así, sin preocuparse por el impacto que tenían en los más jóvenes?

Pero también comprendía que su enojo, su dolor y su llanto eran reflejos de la pérdida que todos compartíamos. Todos estábamos heridos, y cada uno lidiaba con su propio dolor de una manera diferente.

—¡Es suficiente! —grité poniéndome de pie—. ¡Ya basta! ¡¿No ven lo que provocan?! —Señalé a los dos más pequeños, pero incluso Will, Kayla y Austin estaban llorando; y parecieron nuevamente avergonzados por dejarse llevar por sus emociones—. Es inaceptable, ustedes tres son los mayores, si no van a tomar la capitanía, al menos deberían dejar de presionar a Michael para que lo haga. No deberían pedirle que haga lo que ninguno de ustedes quiere hacer.

Me giré hacia él, mirándolo con dolor. Lo que le diría me dolía como ácido en mi corazón, entendía mejor que nadie lo que él sentía, Lee no solo era su hermano, era su mejor amigo.

—Nadie espera que reemplaces a Lee, nadie te pedirá que actúes como el nuevo líder si todavía no te sientes listo. Nadie espera que seas él —dije acercándome y tomándole la mano—, pero ambos sabemos que el deseo de Lee era que tú fueras el siguiente capitán. Él no confiaba en nadie más que en tí para eso.

Me dolía tanto verlo así, a punto de quebrarse delante de sus hermanos, pero resistiendo porque no le gustaba que lo vieran vulnerable.

Me quedé en silencio, sosteniendo la mano de Michael con firmeza mientras nuestros ojos se encontraban en una mezcla de tristeza y complicidad.

—Dari tiene razón, Michael —dijo Will con suavidad, acercándose a nosotros—. Todos estamos pasando por esto juntos, y nadie espera que asumas el liderazgo de inmediato. Pero Lee creía en ti, y nosotros también.

Michael bajó la mirada, luchando contra sus propias emociones. Podía ver la tormenta interior que lo consumía, la presión que sentía al enfrentarse a la responsabilidad de liderar la cabaña. Era comprensible. Lee había sido un líder excepcional, alguien a quien todos admiraban y respetaban.

—Eres realmente al único que querríamos como capitán —masculló Kayla abrazándolo.

Los más pequeños la imitaron, y me sentí mal por los tres mayores. Que apartaron la vista con dolor.

Había otra razón por la que ellos querían que lo hiciera, había otra razón por la que los más pequeños querían que él fuera el líder. Una que todos sabían, pero nadie se animaba a decir:

Michael era él único de los mayores con el que los niños se sentían a gusto y seguros. Lo conocían y lo respetaban. Con los demás, se seguían sintiendo incómodos porque ellos no estaban casi nunca, porque no pasaban tiempo como hermanos.

El aire parecía cargado de expectativa, como si todos estuvieran conteniendo la respiración, esperando su respuesta. Los ojos de Michael buscaban los míos en busca de apoyo y, aunque me dolía verlo así, sabía que esta decisión estaba en sus manos.

Tomó una profunda bocanada de aire y se liberó de las ataduras que lo mantenían indeciso. Alzó la mirada hacia sus hermanos mayores y, con determinación en su voz, dijo:

—Está bien, lo haré.

Sí, me saqué más hermanos sol de la manga, pero es que en el canon realmente no son tantos los que son mencionados con sus nombres, solo: Lee, Michael, Will, Kayla, Austin, Yan, Gracie, Jerry y Victoria (ella de un videojuego tengo entendido), pero se dice que, excepto Hermes, es la cabaña más poblada del lado de los dioses hombres.

Y en los libros siempre que se los menciona, se da a entender que realmente son muchos, así que sí, decidí que hubieran más niños aquí, pero explicando por qué, incluso cuando son más grandes que Michael, no son los lideres después de lo de Lee. 

Según mis cuentas, Lee tenía dieciseis en este libro, así que estoy planteando a Melanie como de dieciocho, a Urian y Keelian de diecisiete, Michael tiene quince, y aunque no los he mencionado, imagino que deberían haber más niños entre la edad de Michael y la de Will que tiene doce.

También mencioné que hay más hermanos que ya no viven en el campamento, como fue en el caso de Cambryn (otra sacada de la manga) que sería la anterior líder a Lee, obviamente Dari no la conoce porque cuando ella llegó, Lee ya era líder. Pero puede que salgan más adelante, cuando ya esté cerquita la batalla de Manhatan porque al final, van a necesitar la mayor cantidad posible de ayuda que puedan tener.

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