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020.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʀᴇᴇꜱ ᴛʜᴀᴛ ᴛᴜʀɴ ɪɴᴛᴏ ɢɪʀʟꜱ

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ꜱᴏʙʀᴇ Áʀʙᴏʟᴇꜱ Qᴜᴇ ꜱᴇ ᴄᴏɴᴠɪᴇʀᴛᴇɴ ᴇɴ ᴄʜɪᴄᴀꜱ

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A LA MAÑANA SIGUIENTE, todos hablaban de la carrera de carros, aunque miraban con inquietud al cielo como si esperaran que apareciera una bandada de pájaros del Estínfalo. No apareció ninguno.

«Supongo que el berrinche se le pasó» pensé mirando el cielo azul y el sol resplandeciente de un bello día de verano.

El campamento empezaba a recuperar el aspecto de siempre: los prados, verdes y exuberantes; las blancas columnas de los edificios, reluciendo al sol, y las ninfas del bosque jugando alegremente entre los árboles.

Mientras Michael y Lee revisaban nuestro carro, Annabeth y Percy traían el carro a la pista. Tyson había hecho un trabajo maravilloso restaurando el de Atenea.

La carrocería, cubierta de refuerzos de bronce, estaba reluciente. Las ruedas contaban con una nueva suspensión mágica y los aparejos estaban tan bien equilibrados que los dos caballos respondían a la menor señal de las riendas.

—Vamos a perder —dije mirándolos.

—Si perdemos va a ser por tu entusiasmo —espetó Michael.

—Confiemos en nosotros —agregó Lee sonriendo.

Señalé a donde estaban ellos tres.

Tyson también les había fabricado dos jabalinas, cada una con tres botones en el asta. El primer botón dejaba la jabalina lista para explotar al primer impacto y para lanzar un alambre de cuchillas que se enredaría en las ruedas del contrario y las haría trizas. El segundo botón hacía aparecer en el extremo de la jabalina una punta roma (pero no menos dolorosa), diseñada para derribar de su carro al auriga. El tercer botón accionaba un gancho de combate que podía servir para engancharse al carro del enemigo o para mantenerlo alejado.

—El hijo del dios que creó a los caballos, la hija de la diosa que inventó los carros y un arsenal creado por un cíclope.

Ambos hicieron una mueca.

—Vamos a perder —murmuraron al unísono con tono derrotado.

Ellos deshicieron regresar su atención al carro para asegurarse que estuviera todo en orden, esta vez habíamos agregado una o dos cositas que le pedí en secreto a Tyson.

No creía que fuera a ayudar mucho, pero quizá algo sirviera.

Noté entonces que Percy y Tyson estaban hablando. Sonreí, encantada de que parecía que Percy finalmente había aceptado su hermandad con el chico.

—Darlene.

Me giré hacia Michael que estaba parado a mi lado. Miró hacia donde estaba observando y frunció el ceño antes de regresar su atención a mi con algo parecido a la determinación en sus ojos.

—¿Qué ocurre?

—Yo...

—¡Aurigas a los carros!

Quirón ya estaba en la línea de salida, listo para hacer sonar la caracola.

—No importa —murmuró Michael.

Ambos nos subimos al carro, y en unos minutos ya habíamos salidos disparados por la pista a tanta velocidad que me habría caído al suelo si no hubiese tenido las riendas de cuero enrolladas en los brazos.

Dimos el primer giro detrás de Percy y Annabeth, pasando por al lado de Clarisse que estaba ocupada intentando zafarse del ataque con jabalinas de los hermanos Stoll.

—Mira a tus hermanos —le grité señalando por delante nuestro a dos niños que se habían situado al lado de Percy. Uno de ellos les lanzó una jabalina a nuestra rueda derecha. La jabalina acabó hecha añicos, pero no sin antes destrozarles unos cuantos radios.

—¡Ja, así se hace! —gritó él sonriendo como maniaco.

El carro dio un bandazo y se tambaleó. Estaba segura de que la rueda acabaría aplastándose, pero entretanto seguían adelante.

—¡Michael!

Charlie Beckendorf se nos había acercado y soltó una red hacia nosotros. Michael sacó su espada y la cortó, metiéndose en una pelea de espadas con el otro guerrero mientras Charlie nos golpeaba, sacudiendo nuestro carro.

Ya veía que volcábamos y quedábamos como papilla griega.

Azucé los caballos para que mantuvieran la velocidad. Percy y Annabeth iban primeros, seguidos por los hermanos de Michael, y luego nosotros que estábamos peleando a la par con Hefestos, seguidos de cerca por Ares y Hermes se iban quedando atrás, el uno junto al otro, con Clarisse y Connor Stoll enzarzados en un combate de espada contra jabalina.

Otra sacudida nos arrojó un poco al costado. Sabía que bastaría otro golpe en la rueda para que volcáramos.

Observé como Annabeth le arrojó a los niños de Apolo su segunda jabalina, lo cual era asumir un gran riesgo, pues aún quedaba una vuelta entera.

Ella tenía una puntería perfecta. La jabalina le dio en el pecho, lo derribó sobre su compañero y, finalmente, los dos se cayeron del carro con un salto mortal de espaldas. Al verse libres, los caballos enloquecieron y corrieron hacia los espectadores, que se apresuraron a trepar hacia arriba para ponerse a cubierto. Los dos caballos saltaron por un extremo de las gradas y acabaron volcando el carro dorado; luego galoparon hacia su establo, arrastrándolo con las ruedas al aire.

—Mierda —murmuré. Esa era nuestra segunda oportunidad de ganar. Conseguí que el nuestro saliera ileso del segundo giro, pese a los crujidos de la rueda derecha y el otro golpe del carro de Hefestos—. ¡Michael desaste de ellos!

—¡¿Qué crees que estoy intentando?! —me gritó agachándose y logrando evitar que el otro guerrero le rebanara la cabeza—. ¡Usa alguna de las modificaciones!

Cruzamos la línea de salida y nos lanzamos tronando hacia nuestra última vuelta.

El eje chirriaba y gemía. La rueda tambaleante nos hacía perder velocidad, por mucho que los caballos respondieran a mis órdenes y corrieran como una máquina bien engrasada.

Beckendorf sonrió malicioso mientras pulsaba un botón de su consola de mandos.

—Oh no, como la mierda que lo harás —grité presionando una de las palancas que Tyson había agregado.

Del costado, salió una flecha de acero disparada directo hacia el carro de Hefesto que se incrustó en la madera. El carro comenzó a hacer cortocircuitos y la consola de mando ultra moderna que habían puesto explotó.

—¡Ja, flechas eléctricas! —exclamé divertida—. Te dije que era una buena idea.

—Presumida —murmuró Michael sonriendo.

El carro de Hefesto se sacudió y comenzó a perder velocidad. Beckendorf parecía furioso intentando que los mandos le obedecieran.

Percy y Annabeth estaban llegando al último giro. No íbamos a conseguir alcanzarlos. Tenía que inutilizar el carro de Hefesto y sacarlo por completo de en medio. Aunque Beckendorf fuese un buen tipo, eso no significaba que no estuviese dispuesto a mandarnos a la enfermería si bajábamos la guardia.

—¡Abajo! —gritó Michael.

Me agaché justo cuando una jabalina me pasó casi rozando por encima de la cabeza. Clarisse se acercaba desde atrás y trataba de recuperar el tiempo perdido. No se veía a los Stoll por ninguna parte.

Presioné otra de las palancas y otra flecha salió disparada hacia el carro de Percy, esta estaba enganchada por una cuerda de cuero reforzado bastante dura. La velocidad se duplicó por el enganche y el de ellos dio una sacudida bruta.

Nos impulsamos hacia adelante, casi cayéndonos de nuestro carro.

Noté como Annabeth intentaba cortarlo. Nos estábamos acercando a una curva y era nuestra mejor oportunidad de alcanzarlos.

—¡Vamos! —grité azuzando más los caballos.

Michael apuntó una flecha bomba hacia la rueda de su carro. La tierra dio una sacudida brutal cuando explotó levantó el carro unos centímetros antes de caer bruscamente.

—¡Agárrate! —grité cuando nos acercabamos a la curva. Vi como Annabeth cambiaba de lugar con Percy y él sacaba a Contracorriente.

—¡Cuidado! —gritó Michael empujándome y tomando las riendas, llevando nuestro carro hacia el costado. Él me sujetó y nos arrojó fuera justo cuando el carro se estrelló contra una de las barandas.

Rodamos por el suelo, hasta quedar tumbados. Habíamos tragado tierra y tenía raspones por todas partes.

—¡¿Michael, qué mierda...?! —chillé sentándome y dándole un empujón.

En eso, el carro de Beckendorf paso por nuestro lado, sin campistas, y explotó en un surtidor de llamas verdes que estaba segura era fuego griego

Los caballos metálicos parecieron sufrir otro cortocircuito. Dieron media vuelta y arrastraron los restos del carro ardiendo hacia Clarisse y los hermanos Stoll, que se vieron obligados a virar bruscamente para esquivarlo, pero también acabaron volcando por la velocidad.

Mientras, Annabeth y Percy, siendo los únicos que aún conducían, cruzaron la línea de meta.

La multitud estalló en un gran griterío.

—Vamos —dijo Michael poniéndose de pie y tendiendome la mano.

Nos acercamos junto con el resto de campistas para felicitarlos. Empezamos a corear sus nombres, pero Annabeth gritó aún con más fuerza:

—¡Un momento! ¡Escuchen! ¡No hemos sido solo nosotros! —La multitud no dejaba de gritar, pero Annabeth se las arregló para hacerse oír—. ¡No lo habríamos conseguido sin la ayuda de otra persona! ¡Sin ella no habríamos ganado esta carrera, ni recuperado el Vellocino de Oro, ni salvado a Grover, ni nada! ¡Le debemos nuestras vidas a Tyson!

—¡A mi hermano! —gritó Percy para que todos pudieran oírlo—. ¡A mi hermano pequeño!

Tyson se sonrojó hasta las orejas. La gente estalló en vítores.

Aplaudí felíz por ellos, por fin había aceptado a Tyson completamente.

Estaba por saltar y darles a ambos un fuerte abrazo, cuando Annabeth besó a Percy en la mejilla, haciendo que el rugido de la multitud aumentara.

Sentí como si tuviera ácido en el estomago, y me tragué las ganas de gritar cuando noté el sonrojo más que brillante en el rostro de Percy, pero todos estaban felices. Ellos habían ganado y era su momento de gloria, así que me tragué la dolorosa sensación y sonreí, aplaudiendo y festejando con ellos.

La cabaña entera de Atenea los subió a hombros a los tres, y los llevaron hasta la plataforma de los vencedores, donde Quirón aguardaba para entregarles sus coronas de laurel.

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Grover iba a reanudar la búsqueda del dios Pan por el resto del verano.

El Consejo de Sabios Ungulados estaba muy impresionado con él que le habían concedido un permiso de dos meses y un nuevo juego de flautas de junco.

Lástima que Grover insistía en pasar las tardes tocando con aquellas flautas, porque sus dotes musicales no es que hubieran mejorado mucho, la verdad. Interpretaba una vieja canción de Village People titulada YMCA junto a los campos de fresas, y las plantas parecían enloquecer y se nos enredaban en los pies como si quisieran estrangularnos.

Supongo que no podía culparlas por eso.

Durante la clase de tiro con arco, Quirón nos llamó a Percy y a mí para contarnos que había arreglado los problemas que habíamos tenido con la Escuela Preparatoria Meriwether. Ahora nadie nos culpaba por destruir propiedad privada y la policía no nos buscaba.

—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó.

Sus ojos se iluminaron—. Me limité a sugerirles que lo que habían visto aquel día era la explosión de un horno, en realidad, y que ustedes no habían tenido ninguna culpa.

—¿Y se lo creyeron? —cuestioné divertida—. ¿También sobre que rompí la puerta usando un matafuegos?

—Bueno, eso si puede que ellos crean que lo hiciste, pero también creen que solo estabas intentando ayudar a salir a los que estaban dentro —dijo con el mismo tono—. Manipulé un poco la niebla. Algún día les enseñaré a hacerlo.

—¿Entonces podemos volver a Meriwether el año que viene?

Quirón arqueó las cejas y miró a Percy.

—Oh, no, tú no. Estás expulsado igualmente. Tu director, el señor Bonsái, dijo que tienes ¿cómo era? un karma, sí, un karma poco moderno que perturba la atmósfera educativa de la escuela. Darlene puedes volver, pero te estarán vigilando. Al menos ya no tienen problemas legales, lo cual ha sido un alivio para sus madres. Ah, y hablando de ellas...

Sacó de su carcaj el teléfono móvil y nos lo tendió.

—Ya es hora de que las llamen.

No sé cómo fue la charla de la señora Jackson con Percy, lo que sí sé es que la mía fue un monólogo de al menos diez minutos sobre que no debo ponerme en peligro y que estaba castigada por escaparme del campamento.

—Tu padre me contó todo, Darlene Backer —dijo enojada—, dejarte secuestrar por ese loco niño de Hermes sabiendo que ya intentó matarte y encima, ponerte a pelear con un dios que podría matarte sin pestañear. ¡¿En qué estabas pensando?!

¿Quieren saber la peor parte de la conversación?

Papá le contó a mamá que Ares le había dicho que el próximo año me enviaran a una escuela militar porque "carecía de disciplina y respeto por las figuras de autoridad" y el abuelo Thomas había dicho que quizá me serviría para moldear el carácter.

¡¿Yo?! ¡¿Necesitar una escuela militar?! ¡Toda mi familia se había unido en mi contra!

Era ridículo. Además, todos sabíamos que no duraría el año completo, probablemente me expulsarán antes del primer mes.

En cuanto a Tyson, los campistas lo trataban como a un héroe. Sabía que Percy se había apegado mucho a su nuevo hermano, por eso le afecto cuando Tyson se fue.

Al parecer, el dios de los mares quería que su hijo menor fuera a pasar todo el verano en el fondo del océano y aprendiera a trabajar en las fraguas de los cíclopes.

Se había ido inmediatamente después de despedirse. Casi me pongo a llorar cuando me dijo que se había ido y no me pude despedir de él.

—Estaba muy interesado en aprender a hacer armas —dijo Percy.

—Hará unas armas buenísimas —respondí tratando de sentirme feliz por él.

También me contó sobre un sueño que había tenido estando en el Mar de los Monstruos, sobre haber visto a Cronos regenerándose bastante rápido.

—Luke está más loco de lo que pensé —murmuré—, necesita que alguien le de una buena acomodada a sus neuronas.

«A ese también le vendría bien un jarronazo».

Aquella noche hubo una tormenta, pero como siempre, rodeó al Campamento.

Los relámpagos rasgaban el horizonte y las olas arreciaban en la playa, pero no cayó una sola gota de agua en todo el valle. Estábamos otra vez protegidos, gracias al Vellocino de Oro; aislados dentro de nuestras fronteras mágicas.

No me gustaban mucho las tormentas, el ruido que hacían los truenos me desagradaba y no podía dormir.

El resto de mi cabaña no tenía ese problema, todos roncaban como marmotas.

O así fue hasta que la puerta se sacudió producto de alguien aporreándola como si quisiera tirarla abajo. Como era la única despierta fui la primera en levantarme a abrir.

Lee estaba parado ahí, mojado por la lluvia, pálido y preocupado casi al borde de lo perturbado.

—¿Lee, qué...?

—Annabeth, ella...

—¡¿Qué?! ¡¿Qué le pasa?!

Detrás mío los demás hijos de Afrodita se amontonaban queriendo escuchar.

«Chismosos»

—Estaba haciendo su turno para custodiar la Colina y...será mejor que vengan a ver.

La expresión de sus ojos me decía que algo iba espantosamente mal.

Todos nos cambiamos a las apuradas y salimos corriendo hacia la Colina, en el camino me crucé a Percy y Grover que venían igual de apurados.

Acababa de romper el alba, pero el campamento entero parecía en movimiento. Estaba corriendo la voz; tenía que haber sucedido algo tremendo. Algunos campistas se dirigían hacia la colina, en un desfile de sátiros, ninfas y héroes que formaban una extraña combinación de armaduras y pijamas.

Oí un ruido de cascos y apareció Quirón al galope, con una expresión lúgubre pintada en la cara.

—¿Es cierto? —le preguntó a Grover.

Él se limitó a asentir con aire aturdido.

Al subir por completo la Colina, ya había una multitud grande de campistas.

Esperaba descubrir que el vellocino había desaparecido del árbol, pero no: se veía desde lejos, refulgiendo con las primeras luces del alba. La tormenta había amainado y el cielo estaba rojo.

—Maldito sea el señor de los titanes —dijo Quirón—. Nos ha engañado otra vez y se ha brindado a sí mismo otra oportunidad de controlar la profecía.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Percy.

—El Vellocino de Oro ha funcionado demasiado bien —respondió.

Allí, al pie del árbol, yacía una chica inconsciente; arrodillada junto a ella, había otra chica con una armadura griega.

La sangre me retumbaba en los oídos. No lograba pensar con coherencia. ¿Habían atacado a Annabeth? ¿Y cómo es que seguía allí el vellocino?

El árbol estaba en perfectas condiciones, intacto y saludable, embebido de la esencia del Vellocino de Oro.

—Ha curado al árbol —dijo Quirón, con la voz quebrada—, y no sólo le ha hecho expulsar el veneno.

Entonces me di cuenta de que no era Annabeth la que estaba tendida en el suelo. Ella era la que llevaba la armadura, la que se había arrodillado junto a la chica. En cuanto nos vio, Annabeth corrió hacia Quirón.

—Es ella... de repente...

Tenía los ojos anegados en lágrimas, pero yo aún no comprendía nada. Estaba demasiado confundida para comprender qué estaba pasando.

Percy corrió hacia la chica desmayada.

—¡Espera, Percy! —gritó Quirón.

Pero él lo ignoró. Se arrodilló a su lado intentando ayudarla.

La chica tenía el pelo corto y oscuro, y pecas por toda la nariz; era de complexión ágil y fuerte, como una corredora de fondo, y llevaba una ropa a medio camino entre el punk y el estilo gótico: camiseta negra, vaqueros negros andrajosos y una chaqueta de cuero con chapas de grupos musicales de los que no había oído hablar en mi vida.

No era una campista, no la identificaba con ninguna de las cabañas.

—Es cierto —dijo Grover, jadeando aún por la carrera colina arriba—, no puedo creer...

Nadie más se acercaba a la chica.

Me arrodillé a un lado de Percy y le puse la mano en la frente a la chica. Tenía la piel fría, pero la punta de los dedos me hormigueaban como si se me estuviesen quemando.

—Necesita néctar y ambrosía —dije. Campista o no, era una mestiza sin lugar a dudas; lo percibí con sólo tocarla. No entendía por qué todo el mundo estaba tan aterrorizado.

Percy la tomó por los hombros e intentó sentarla, apoyando la cabeza de la chica sobre su hombro.

—¡Vamos! —gritó a los demás—. ¿Qué les pasa? Vamos a llevarla a la Casa Grande.

Nadie se movía, ni siquiera Quirón. Estaban absolutamente atónitos.

—¡Lee! —le grité a mi amigo tratando de sacarlo de su conmoción. A su lado, Will miraba confundido e intentó dar un paso al frente para ayudar, pero Michael lo tomó del brazo y lo detuvo. Él también tenía esa expresión perturbada igual que todos los demás.

Entonces la chica tomó aire con una especie de temblor. Luego tosió y abrió los ojos.

Tenía el iris de un azul asombroso azul eléctrico.

Nos miró desconcertada. Tiritaba y tenía una expresión enloquecida.

—¿Quién...?

—Me llamo Percy —dijo—. Estás a salvo.

—El sueño más extraño...

—Todo está bien —murmuré tratando de calmarla.

—Morí.

—No —le aseguré—. Estás bien.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Percy.

La chica clavó sus ojos en él, y noté un pequeño parecido en ambos. Algo más profundo que sus rasgos, algo en su esencia y poder.

Y lo comprendí entonces.

Todo lo de la búsqueda del Vellocino de Oro, del envenenamiento del árbol, de todo aquello. Cronos lo había hecho para poner en juego otra pieza de ajedrez, para darse otra oportunidad de controlar la profecía.

Incluso Quirón, Annabeth y Grover, que deberían haber celebrado aquel momento, estaban demasiado trastornados pensando en las implicaciones que podría tener en el futuro.

—Me llamo Thalia, hija de Zeus.

No sé si notaron, que este Libro Darlene se la pasó conociendo puros dioses (Ares, Céfiro, Peitos, Psique, y conoció mejor a Apolo), menos con nuestro sunboy favorito, esto tiene una explicación y la dio la misma Peitos, los demás lo insinuaron.

Eros no quería que ella fuera de misiones, pero pues a Dari le importó poco y se fue igual siguiendo a su amorcito azul. Por eso los demás intervinieron de alguna manera. Eros siendo su padre, no puede intervenir mucho de forma directa para ayudarla y estaba poniendo nerviosos a sus cercanos, así que ellos ayudaron porque no quieren tener que lidiar con él si algo le pasa a la niña.

De todas maneras, Eros ya dio el primer paso. Aceptó, a regañadientes, que no puede impedir que su hija tenga misiones porque ella va a seguir a sus amigos sin importarle nada. 

Vamos a ir viendo como al dios del amor le salen canas a medida que todo empeora. Solo esperemos que Peitos se equivoque y Darlene no sea la primera humana en darle un infarto a un dios.

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