020.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴘᴇᴀᴄᴇ ɴᴇɢᴏᴛɪᴀᴛɪᴏɴꜱ ᴡɪᴛʜ ᴀ ᴛɪᴛᴀɴ
Este capítulo está dedicado a rochurol por su cumple.
¡Feliz cumpleaños!
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ꜱᴏʙʀᴇ ɴᴇɢᴏᴄɪᴀᴄɪᴏɴᴇꜱ ᴅᴇ ᴘᴀᴢ ᴄᴏɴ ᴜɴ ᴛɪᴛᴀɴ
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TAL COMO HABÍA VISTO, LA BANDERA BLANCA SE DISTINGUÍA A UN KILÓMETRO DE DISTANCIA.
Era tan grande como un campo de fútbol y la llevaba un gigante de piel azul y pelo gris helado que debía de medir diez metros.
—Un hiperbóreo —dijo Thalia—. Los gigantes del norte. Es mala señal que se hayan adherido al bando de Cronos.
—Muy mala señal —mascullé—. Ellos suelen ser pacíficos.
Más que eso. Los hiperbóreos habían sido adoradores de Apolo. Lo amaban y vivían para él. Que se hubieran puesto de parte de Cronos hablaba de lo mal que los dioses han actuado con aquellos que los adoraron durante milenios.
—¿Los conocen? —pregunto Percy.
—Hum. Hay una colonia en Alberta —respondió Thalia—. Y te aseguro que no conviene meterse en una batalla de bolas de nieve con esos tipos.
Con el gigante venían tres mensajeros de estatura humana: un mestizo con armadura, una empusa diabólica con vestido negro y pelo llameante, y un hombre alto con esmoquin. La empusa iba del brazo de este último, de manera que parecían una pareja de camino a Broadway para ver un musical o algo parecido, eso, naturalmente, si dejabas de lado su pelo en llamas y sus colmillos.
El grupo caminó con parsimonia hacia el parque infantil Heckscher. Los columpios, las pistas y los areneros estaban vacíos. Lo único que se oía era la fuente de Umpire Rock.
—¿Ese tipo de esmoquin es el titán? —preguntó Percy, mirando a Grover.
Asintió, nervioso.
—Parece un mago —comentó—. Y no soporto a los magos. Suelen tener conejos.
Lo miré, incrédula.
—¿Es que te dan miedo los conejos?
—¡Beee-eee! Son unos abusones. Siempre roban el apio de los sátiros indefensos.
Thalia carraspeó.
—¿Qué? —preguntó Grover.
—Habrá que ocuparse de tu fobia a los conejos más tarde —le dije—. Ahí vienen.
El titán se adelantó. Era más alto que la media de los humanos: mediría unos dos metros diez. Llevaba el pelo oscuro recogido en una coleta y los ojos ocultos tras unas gafas de sol redondas. Pero lo que más me llamó la atención fue su rostro cubierto de arañazos, como si lo hubiese atacado un animalito: un hámster quizá, pero uno muy furioso.
—Percy Jackson —dijo con voz muy suave—. Es un gran honor.
Su amiga, la empusa, me soltó un agudo silbido. Seguramente sabía que yo había matado a un par de sus hermanas hace unas horas.
—Querida —le dijo el titán—, ¿por qué no te pones cómoda por ahí?
Ella le soltó el brazo y se deslizó hacia un banco del parque. Me fijé en el semidiós armado que iba detrás. No lo había reconocido con su nuevo casco, pero era mi viejo amigo Ethan Nakamura, el imbécil que Percy había salvado el verano anterior, y por lo que sabía, había intentado apurarlo más temprano en el puente.
«Que gran hijo de Némesis. Paga vida con traición».
Tenía la nariz como un tomate después de su encuentro con Percy. Eso me hizo sentir mejor.
—Hombre, Ethan —dijo Percy—. Qué buen aspecto tienes.
Me reí. Y nos lanzó una mirada asesina.
—Al grano. Soy...
—Prometeo.
El titán me miró, analizándome y luego asintió.
—Ah sí, la hija de Eros. La noviecita del dios del sol. Veo que eres como decían, más inteligente de lo que aparentas.
Percy me tomó de la mano antes de que intentara cortarle la garganta. No lo mataría, pero le dolería y sería divertido de ver mientras se regeneraba.
—¿Prometo? —preguntó llamando su atención—. ¿El que robó el fuego? ¿El que fue encadenado a una roca donde los buitres le devoran el hígado, y todo eso?
Hizo una mueca y se pasó la mano por los arañazos de la cara.
—No me hables de los buitres, te lo ruego. Pero sí, yo les robé el fuego a los dioses y se lo di a tus antepasados. A cambio, el siempre piadoso Zeus me mantuvo encadenado y torturado durante toda la eternidad.
—Pero...
—¿Cómo conseguí liberarme? Lo hizo Hércules, hace muchos eones. Por eso tengo debilidad por los héroes. Algunos llegan a ser bastante civilizados.
—A diferencia de la compañía que traes —observé.
Yo miraba a Ethan, pero Prometeo pensó que me refería a la empusa.
—Bueno, los demonios tampoco están tan mal —dijo—. Lo único que has de hacer es mantenerlos bien alimentados. Y ahora, Percy Jackson, vamos a parlamentar.
Señaló una mesa de picnic y fuimos a sentarnos allí. Thalia, Grover y yo nos quedamos de pie a espaldas de Percy.
El gigante azul apoyó la bandera blanca en un árbol y empezó a jugar distraídamente en el campo de juegos. Se subió a las barras para trepar y las aplastó, cosa que no pareció contrariarlo. Se limitó a fruncir el entrecejo y decir:
«Oh-oh». Luego se metió en la fuente y partió por la mitad la base de hormigón. «Oh-oh». El agua se congelaba en cuanto la tocaba con el pie. Llevaba colgados del cinturón un montón de peluches: de esos tan enormes que dan como premio máximo en las máquinas recreativas. Me recordaba a Tyson, y la sola idea de combatir contra él me deprimía.
Prometeo se echó hacia delante y entrelazó los dedos. Parecía formal, afable y sabio.
—Percy, tu posición es muy endeble. Sabes perfectamente que no podrás parar otro asalto.
—Ya lo veremos.
Pareció dolido por su respuesta, como si de verdad le importase lo que nos sucediera.
—Percy, soy el titán de la previsión —prosiguió—. Sé lo que va a pasar.
—También el titán de los consejos astutos —intervino Grover—. Por no decir taimados.
Prometeo se encogió de hombros.
—No lo niego, señor sátiro. Pero yo apoyé a los dioses en la última guerra. Se lo advertí a Cronos: "No tienes la fuerza suficiente. Perderás". Y acerté. Así que, ya lo ves, sé elegir el bando vencedor. Esta vez apoyo a Cronos.
—Porque Zeus te encadenó a una roca —apunté.
—En parte, sí. No voy a negar que deseo vengarme. Pero ése no es el único motivo de que haya dado mi apoyo a Cronos. Es la opción más sensata. Y si estoy aquí es porque he pensado que tal vez escuches la voz de la razón.
Dibujó un mapa en la mesa. Allí donde tocaba con el dedo, surgía una línea dorada en la superficie de hormigón.
—Todo esto es Manhattan. Tenemos situadas nuestras fuerzas aquí, aquí, aquí y aquí. Sabemos cuántos son. Los superamos en una proporción de veinte a uno.
—Veo que su espía los ha mantenido informados —comenté.
Él esbozó una sonrisa de disculpa.
«Siguen pensando que Silena es el espía».
—En todo caso, nuestros efectivos crecen día a día —continuó—. Esta noche, Cronos atacará. Serán arrollados. Han combatido con gran bravura, pero no pueden controlar todo Manhattan, es imposible. No tienen otro remedio que retirarse al Empire State. Y allí serían destruidos. Lo he visto. Sucederá así.
Pensé en el cuadro que Rachel había pintado en mis sueños: aquel ejército al pie del Empire State. Recordé las palabras de la joven Oráculo en el sueño de esa misma tarde: "Yo preveo el futuro. No puedo cambiarlo". Prometeo hablaba con tal seguridad que resultaba difícil no creerle.
Pero yo sabía que había cosas que sí se podían cambiar.
Me senté al lado de Percy.
—Yo también veo lo que pasará. Y sé que si bien hay cosas gravadas en los hilos del destino, hay otras que sí se pueden cambiar, aquellas ligadas a las decisiones humanas y sus emociones, y me sorprende que siendo el creador de la humanidad, no recuerdes lo impredecibles que somos, lo cambiantes que pueden ser nuestras decisiones, a veces, incluso hasta el último segundo no podemos saber lo que haremos.
Prometeo me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. No esperaba que alguien más en la mesa pudiera desafiar su visión del futuro con tanta seguridad.
—Es cierto —dijo tras una pausa—. Los humanos son impredecibles, y esa es una de las razones por las que he apostado por ellos en el pasado. Pero también es cierto que esa misma imprevisibilidad los lleva a cometer errores, a caer en las mismas trampas una y otra vez. La humanidad tiene potencial, pero también es presa fácil del caos.
Me incliné hacia adelante, enfrentando su mirada desafiante.
—El caos es parte de lo que nos hace fuertes. Tal vez no podamos prever todo, pero esa capacidad para cambiar, para adaptarnos, es lo que nos diferencia de los dioses y los titanes. Subestimar eso es tu verdadero error, Prometeo.
Prometeo mantuvo su sonrisa, pero sus ojos se entrecerraron apenas, evaluando mis palabras. Sabía que, aunque no lo admitiera, había tocado un punto sensible.
—Interesante perspectiva —dijo, con un tono calmado pero ligeramente tenso—. Sin embargo, te equivocas si crees que pueden confiar en esa adaptabilidad en este caso. El destino está sellado. La ciudad caerá.
Percy apretó los puños a mi lado.
—No lo permitiré —dijo con firmeza.
Prometeo se sacudió una mota de la solapa del esmoquin.
—Comprendanlo. Están volviendo a librar aquí la guerra de Troya. Hay ciertas pautas que se repiten en la historia. Reaparecen una y otra vez, igual que los monstruos. Un gran asedio. Dos ejércitos. La única diferencia es que en esta ocasión ustedes están defendiendo. Son Troya. Y ya saben lo que les sucedió a los troyanos, ¿no?
—No somos Troya —dije, finalmente. Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba—. No vamos a caer en la misma trampa. —El titán arqueó una ceja, curioso—. Troya cayó porque confiaron en lo obvio, porque no vieron el engaño hasta que fue demasiado tarde. Por tener un príncipe mediocre como París, por no escuchar a Cassandra, porque los griegos tenían a Aquiles, a Odiseo. Porque se necesitaba matar a Troilo para que Troya cayera. Pero todas esas ventajas —sonreí—, ahora están de nuestro lado.
Prometeo me analizó unos instantes, y luego sonrió con una frialdad que hizo que mi piel se erizara. Era como si hubiera estado esperando mi respuesta, como si cada palabra que pronunciaba fuera parte de un juego que ya había ensayado miles de veces.
—Tienes una gran confianza en tus héroes.
—Por supuesto que sí.
—¿En todos ellos? —dijo, su tono impregnado de una condescendencia casi palpable—. Es conmovedor escucharte. Pero nunca se puede estar completamente seguro de los que te rodean.
«Los griegos también tenían un caballo
—Sí. En todos ellos.
El titán asintió.
Entonces su voz se abrió paso en mi mente como un vendaval.
«Los griegos también tenían un caballo, ¿usted lo tienen?»
Esas palabras me paralizaron. Un hielo seco arrasando mi cuerpo. No podía decir aquello si no supiera…
—Mi oferta sigue en pie —dijo como si no hubiera jugado con mi mente—. Retírense y Nueva York será perdonada. A tus hombres se les concederá la libertad. Y yo personalmente me encargaré de garantizar su seguridad. Dejen que Cronos tome el Olimpo. ¿Qué más da? Tifón acabará destruyendo a los dioses de todos modos.
—Y se supone que he de creer que Cronos dejará la ciudad intacta.
—Lo único que quiere es el Olimpo. La fuerza de los dioses está ligada a la sede de su poder. Ya viste lo que le sucedió a Poseidón en cuanto su palacio submarino empezó recibir ataques.
Percy hizo una mueca con los labios.
—Sí —prosiguió Prometeo con tristeza—. Sé que te resultó muy duro. Cuando Cronos destruya el Olimpo, los dioses se desvanecerán. Se volverán tan débiles que serán derrotados con gran facilidad. Cronos preferiría hacerlo mientras Tifón mantiene distraídos a los olímpicos en el oeste. Mucho más sencillo. Menos vidas perdidas. Pero no vayas a equivocarte: lo máximo que puedes conseguir es que nuestro avance sea más lento. Pasado mañana, Tifón llegará a Nueva York y ya no tendrás alternativa. Los dioses y el monte Olimpo serán destruidos, pero todo será mucho más sangriento. Y muchísimo peor para ustedes y su ciudad. En uno u otro caso se impondrán los titanes.
Thalia dio un puñetazo en la mesa.
—Yo sirvo a Artemisa —bramó—. Y mis cazadoras lucharán hasta el último aliento. Percy, Darlene ¿van a hacerle caso a este tipo repulsivo?
Creí que Prometeo la fulminaría, pero se limitó a sonreír.
—Tu valor te honra, Thalia Grace.
Ella se puso tensa.
—Ése es el apellido de mi madre. Yo no lo uso.
—Como quieras —dijo Prometeo, como quitándole importancia, pero me di cuenta de que había conseguido sacarla de quicio. En cierto modo, había logrado que pareciese casi vulgar. Con menos misterio y menos poder—. En todo caso —continuó el titán—, no tienes por qué ser mi enemiga. Yo siempre he ayudado a la humanidad.
—¡Y una mierda de Minotauro! —le espetó Thalia—. Cuando la humanidad hizo su primer sacrificio a los dioses, los engañaste para quedarte la mejor porción. Nos diste el fuego para desafiar a los dioses, no porque te importáramos en absoluto.
Prometeo negó con la cabeza.
—No lo entiendes. Yo contribuí a modelar su naturaleza. —Entonces surgió en sus manos un trozo de arcilla que se retorcía como dotado de vida y le dio forma hasta convertirlo en un muñeco con brazos y piernas. No tenía ojos, pero se movía a tientas por la mesa y tropezaba con los dedos del titán—. Le he susurrado al oído al hombre desde los inicios de su existencia. Representa su curiosidad, sus ansias de exploración, su inventiva. Ayúdenme a salvarlos. Si lo hacen, le otorgaré a la humanidad un nuevo regalo: una nueva revelación que significará para ustedes un paso tan grande como pudo serlo el fuego en su momento. No experimentarán un avance parecido bajo el poder de los dioses. Nunca se lo permitirán. Esto podría representar para ustedes una nueva edad de oro. O si no... —Cerró el puño y aplastó al hombre de arcilla, dejándolo plano como una tortita.
El gigante azul masculló: «Oh-oh». La empusa, todavía sentada en el banco, sonrió mostrando los colmillos.
—Percy, sabes que los titanes y sus descendientes no son todos malos —añadió Prometeo—. Conociste a Calipso.
Noté que se ruborizaba.
—Eso es distinto.
—¿Ah, sí? Ella, como yo, no había hecho nada malo y, no obstante, fue exiliada toda la eternidad simplemente por ser la hija de Atlas. Nosotros no somos tus enemigos. No dejes que suceda lo peor. Te ofrecemos la paz.
Miré a Ethan Nakamura.
—Esto debe de revolverte las tripas.
—No sé a qué te refieres —contestó.
—Si aceptamos este trato, no podrás vengarte. Perderías la oportunidad de matarnos a todos. ¿No era eso lo que querías?
Su ojo bueno destelló de ira.
—Lo único que quiero es respeto, Backer. Cosa que nunca me dieron los dioses. Pretendías que fuese a su estúpido campamento, que perdiera el tiempo apretujado en la cabaña de Hermes... ¿Y todo por qué? ¿Porque no soy lo bastante importante? ¿Porque ni siquiera he sido reconocido?
Sonaba igual que Luke cuando trató de matarme en el bosque del campamento, cuatro años atrás. Al recordarlo sentí un pinchazo en el cuello, justo donde me había apuñalado.
—Tu madre es la diosa de la venganza —dijo Percy—. ¿Eso también deberíamos respetarlo?
—¡Némesis representa el equilibrio! —espetó—. Cuando alguien tiene demasiada suerte, ella se encarga de bajarle los humos.
—¿De ahí que te quitara un ojo?
—Fue el precio que tuve que pagar —refunfuñó—. A cambio, juró que yo modificaría un día el equilibrio de poder. Que lograría que los dioses menores fueran respetados. Un ojo era un precio muy modesto para semejante hazaña.
—Una madre ejemplar —mascullé.
—Al menos mantiene su palabra, no como los olímpicos. Ella siempre paga sus deudas: las buenas y las malas.
—Sí. Por eso te salvé la vida y tú me lo pagaste ayudando a Cronos a alzarse. Muy justo por tu parte.
—Si solo fuera Cronos —dije cruzándome de brazos—, pero es que le salvas la vida e intenta matarte. Eso no parece una forma de saldar una deuda.
Ethan se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero Prometeo lo detuvo.
—Calma, calma —dijo el titán—. Esto es una misión diplomática.
Prometeo me estudió atentamente, tratando de entender mi enfado. Enseguida asintió, como si hubiera atrapado un pensamiento de mi cerebro.
—Lo que quiero que comprendan, es que no importa cuanto los defiendan, no pueden confiar en los dioses. Ellos conocen el porvenir y sin embargo no hacen nada, ni siquiera por sus hijos. ¿Cuánto tiempo tardaron en contarte tu profecía, Percy Jackson? ¿No crees que tu padre sabe lo que habrá de sucederte? ¿Cuánto tiempo Afrodita, Apolo y Eros jugaron con tus sentimientos antes de tener que admitir lo que te hicieron, Darlene Backer? Te contaron la verdad porque Anteros los delató, no porque consideraran que era importante contarte tu propio destino.
—Chiiiicos —advirtió Grover—, les está comiendo el coco. Pretende enfurecerlos.
Grover percibía las emociones y seguramente se daba cuenta de que Prometeo estaba logrando su propósito.
—¿De veras le echan la culpa a su amigo Luke? —preguntó el titán.
—Primero, no es nuestro amigo, un amigo no intenta matarte —espeté entre dientes—. Y segundo, sí, lo culpo. Que su padre no le diera amor, no lo avala para hacer todo esto. Sí, Hermes es un padre de mierda, pero Luke no es el único hijo que tiene, y ni los hermanos Stoll, o Cecil Markowitz, o Julian Artows, o cualquier otro hijo suyo de nuestro bando decidieron aliarse con Cronos. Puedes tener el pasado más triste, pero tus acciones son tuyas, él eligió dejarse guiar por la ira y la venganza. Pudo ignorar a Hermes de la misma forma que Hermes lo hace con él y haberse casado con Alessandra, haber sido feliz con Thalia y Annabeth, haber hecho más amigos y haber obtenido la gloria, pero no. Eligió el camino del odio y ahora estas son las consecuencias. Hablas de lo que los dioses nos ocultaron a Percy y a mí, ¿pero acaso nos ves traicionandolos? ¿Crees que Percy hace esto solo por Poseidón? ¿O que yo lo hago solo por mi padre? ¿Por Apolo? No, lo hacemos porque es lo correcto, los dioses no son perfectos, pero los preferimos antes que a Cronos.
Prometeo asintió, y se giró hacia Percy.
—¿Y qué me dices de ti, Percy? ¿Piensas igual que tu amiga? ¿Te dejarás llevar por tu destino? Cronos te ofrece un trato mucho mejor.
—Te propongo un trato —dijo finalmente—. Dile a Cronos que suspenda su ataque, que abandone el cuerpo de Luke Castellan y vuelva a las profundidades del Tártaro. En ese caso, quizá no me vea obligado a destruirlo.
La empusa soltó un gruñido rabioso y las llamaradas de su pelo se reavivaron. Pero Prometeo se limitó a suspirar.
—Si cambias de opinión —dijo—, tengo un regalo para ti.
Apareció una jarra griega en la mesa. Tendría un metro de alto por unos treinta centímetros de ancho, y una superficie vidriada con dibujos geométricos en blanco y negro. La tapa de cerámica estaba sujeta con una correa de cuero.
Grover gimió nada más verla.
Thalia sofocó un grito.
—No será...
—Sí —dijo Prometeo—. La has reconocido.
Mirando la jarra, sentí una rara sensación de temor.
—Era de mi cuñada —explicó Prometeo—. Pandora.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¿La de la caja de Pandora?
Él negó con la cabeza.
—No entiendo cómo empezó toda esa historia de la caja. Nunca se trató de una caja. Era una pithos, una vasija para almacenar aceite o cereales. Supongo que la pithos de Pandora no suena igual de bien, pero no importa. Sí, ella abrió esta jarra, donde estaban la mayoría de los demonios que ahora atormentan a la humanidad: el miedo, la muerte, el hambre, la enfermedad...
—No te olvides de mí —ronroneó la empusa.
—En efecto —asintió Prometeo—. La primera empusa estaba encerrada en esta jarra y fue liberada por Pandora. Pero lo que encuentro llamativo de la historia es que Pandora se lleva toda la culpa y es castigada por ser demasiado curiosa. Los dioses os quieren hacer creer que ésa es la moraleja: la humanidad no debe explorar ni hacer preguntas, sólo obedecer. A decir verdad, Percy, esta jarra fue una trampa concebida por Zeus y los demás dioses. Una venganza contra mí y mi familia: mi pobre y retardado hermano Epimeteo y su mujer, Pandora. Los dioses sabían que ella abriría la jarra. Estaban dispuestos a castigar a toda la raza humana para castigarnos a nosotros.
Prometeo dio unos golpecitos en la tapa de la jarra.
—Sólo un espíritu se quedó dentro cuando Pandora la abrió.
—La esperanza.
Pareció complacido.
—Muy bien, Darlene. Elpis, el espíritu de la esperanza, no abandonó a la humanidad. La esperanza no se marcha sin permiso. Sólo puede ser liberada por un vástago humano. —El titán deslizó la jarra por encima de la mesa hacia Percy—. Te la doy a modo de recordatorio, para que tengas presente cómo son los dioses —agregó—. Mantén a Elpis, si ése es tu deseo. Pero si decides que ya has visto bastante destrucción, bastante sufrimiento inútil, entonces abre la jarra. Deja que Elpis se vaya. Abandona toda esperanza, y yo sabré que te has rendido. Prometo que Cronos será clemente. Perdonará la vida a los supervivientes.
Contempló la jarra y me entró una sensación muy desagradable. Me imaginé que Pandora, igual que Percy, estaba aquejada de THDA. Él nunca podía dejar las cosas tal como estaban.
—No la quiero —rezongó.
—Demasiado tarde —dijo Prometeo—. El regalo ha sido entregado. No puede ser devuelto.
Se puso en pie. La empusa se acercó y deslizó el brazo en el suyo.
—¡Morrain! —dijo el titán, llamando al gigante azul—. Nos vamos. Recoge la bandera.
—Oh-oh.
—Nos veremos muy pronto, Percy Jackson —prometió Prometeo—. De un modo u otro.
Ethan Nakamura nos lanzó una última mirada de odio. Luego la comitiva dio media vuelta y se alejó por el camino a través de Central Park, como si fuese la tarde soleada de un domingo normal y corriente.
Capítulos "tranquilos" que viene cositas fuertes.
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