014.ᴀʙᴏᴜᴛ ɢᴏᴅꜱ ᴡʜᴏ ɪɴᴄɪᴛᴇ ᴠɪᴏʟᴇɴᴄᴇ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴅɪᴏꜱᴇꜱ Qᴜᴇ ɪɴᴄɪᴛᴀɴ ᴀ ʟᴀ ᴠɪᴏʟᴇɴᴄɪᴀ
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APOLO, COMO DIOS MÁS IMPORTANTE de la segunda generación de los Olímpicos y como hijo del rey de los dioses, no podía hacer algo pequeño.
Eso, o estaba planeando humillarme con toda intención.
Rodé los ojos por el nivel de extravagancia que había creado en tan solo unos segundos después de aceptar mi desafío.
Frente a mí había un laberinto hecho de mármol, las paredes eran bastante altas y estaban decoradas con mosaicos multicolores que brillaban bajo una luz abrasadora suspendida en lo más alto del palacio. El suelo estaba hecho de oro y todo ahí desprendía un calor insoportable.
Sobre el laberinto había una grada alta donde las musas se estaban acomodando para...lo que sea que Apolo les hubiera pedido. Quien sabe, componer baladas, alguna obra teatral o una pintura donde retrataran su magnificencia aplastando a la pobre e insignificante semidiosa que se había atrevido a desafiarlo.
«Es un payaso» pensé amargamente.
Él estaba parado a mi lado, con las manos en la cintura y una sonrisa soberbia.
—Bueno, adelante —dijo—. Di las reglas.
—Jugaremos a policías y ladrones —sentencié.
—¿Disculpa?
—Me dejaste elegir el desafío, y eso hice. Elijo policías y ladrones.
Apolo me miró como si quisiera torturarme de formas lentas y dolorosas.
—¿Te burlas de mí?
—Déjame explicar las reglas para que no pienses que solo estoy pensando en el juego infantil —dije rodando los ojos. Tampoco era estúpida como para burlarme así de un dios—. Intentaré llegar al final del laberinto, y tú intentarás detenerme, puedes usar cualquier método siempre y cuando no implique usar tus poderes de dios del sol o cualquiera de tus otros dominios.
—¡Eso...!
—¡Eres un dios, Apolo! —grité interrumpiendo—. ¡Tienes superfuerza y capacidad de aparecer y desaparecer, de transformarte en lo que sea que quieras! Y yo solo soy una adolescente mortal de trece años, es una clara ventaja a tu favor. ¡Yo ni siquiera puedo sostener una espada, mis únicas capacidades son las peleas cuerpo a cuerpo y el arco, y aún así estoy en desventaja contra tí.
Él tensó la mandíbula, claramente molesto. Al final, volvió a sonreír de esa manera entre amigable y sádico.
—Entonces sí se trata de una cacería —dijo burlón.
—Tómalo como quieras.
—Bien, seré aún más generoso —comentó—. Te dejaré usar un cuchillo y te daré unos...cinco minutos de ventaja.
Hizo una seña con la mano y una ninfa se apareció a mi lado, entregándome una daga con el mango de oro. Era bastante pesada.
«Jodido cabrón» pensé entrecerrando los ojos. Claramente esperaba que el peso de la daga me jugara en contra, considerando mis habilidades con este tipo de armas, sería mejor simplemente no tener nada.
—Gracias —espeté con tono venenoso.
Él acentuó más su sonrisa que solo hacía verlo más atractivo.
—Bueno, adelante. Ve a la línea de salida —dijo—. Veamos que tanto tardas en caer, pequeño ratón.
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Apenas llevaba diez minutos perdida en este infernal laberinto y ya Apolo me había estado a punto de arrancar la cabeza tres veces.
No importaba cuanto corriera o cuantas veces lograra escapar, él seguía apareciendo a la vuelta de la esquina de cada pasaje.
Era una certeza que el condenado dios estaba disfrutando de jugar con mis nervios.
Estaba cansada, sudada y ya me había hecho raspones por todos lados. Incluso en una de las veces que alcancé a derrapar para evitar el brazo de Apolo que apareció de repente, me rasgué las rodillas del pantalón y las tenía sangrando.
A veces podía escuchar la música y risitas de las musas, y otras, era la risa de Apolo resonando por entre los muros.
Me arrastré contra una de las paredes, tomando aliento y observando todo a mi alrededor en busca del dios.
No tardó mucho en aparecer.
Aunque solo sentía su risa ronca, sus palabras venían de algún lugar a la derecha.
—No dejas de ser una simple mortal con tantas limitaciones que te convierten en un ser fácil de aplastar, pequeño engendro —dijo burlón.
Apreté los dientes, estaba furiosa.
Este dios egocéntrico y narcisista creía que podía salirse siempre con la suya, que podía tratarnos a los mortales como si fuéramos insectos y que debíamos aceptarlo así sin más.
Bueno, ya era hora de que alguien le mostrara lo que era enfrentarse a un semidiós adolescente del siglo XXI.
—Es muy fácil para ti pelear a la distancia ¿no? —grité con tanta furia que sentí como si mis cuerdas vocales se desgarraran. Mis ojos se llenaron de lágrimas por el enojo—. ¡¿Qué tan bueno eres peleando de frente y como un igual, cabrón?!
Sentí el golpe antes que siquiera comprendiera lo que había pasado. Me arrojó contra una de las paredes y me golpeé la cabeza.
—Como puedes ver, muy bueno —dijo divertido.
Se arrodilló a mi lado, y me miró fijamente. Llevó su mano hacia mi cuello, donde un pequeño hilo de sangre me bajaba por donde me había golpeado.
Entonces, algo en su mirada cambió. Como si ver aquello le provocara un inmenso dolor. Tristeza, confusión y enojo eran las emociones que desprendía.
—¿Por qué me cuesta tanto matarte? —murmuró tan bajo que si no fuera porque estaba cerca no lo habría escuchado. Aunque la verdad es que no estoy segura de que ni siquiera se hubiera dado cuenta que lo pronunció, parecía como perdido en sus pensamientos.
Decidí que era mi oportunidad. Le di un puñetazo directo a la mandíbula, al mismo tiempo, saqué la otra mano con la daga hacia su rostro haciéndole un pequeño rasguño.
La pequeña, casi ínfima, gota del icor de los dioses que bajó por la herida fue lo único que alcancé a ver antes de salir corriendo.
No me quedé a ver su reacción. Seguramente estaría atónito de que hubiera podido lastimarlo aunque fuera algo tan pequeño, pero también sabía que eso lo pondría furioso.
Corrí nuevamente, me desplacé por los pasillos hasta comenzar a sentirme mareada. La mano con la que lo golpeé me dolía como la puta mierda, tenía los nudillos ensangrentados, seguramente me la había roto y me la sujetaba con la otra porque me latía demasiado y comenzaba a ser un dolor insoportable.
«Mierda, si que tiene la cara dura» pensé aguantando las ganas de gritar por el dolor.
Comenzaba a sentirme angustiada por no poder encontrar el camino hacia el centro del laberinto. Sentía que en cualquier momento me volvería loca.
«Papá, si quieres aparecer este es el mejor momento».
Mi respiración se agitaba cada vez más, veía todo borroso y estaba mareada. El golpe en la cabeza me había dejado bastante atontada.
Miré hacia atrás cuando sentí como si una ola de calor me estuviera acechando, era tan intenso que sentía como si mi piel se estuviera quemando.
Fue solo un segundo que me distraje, cuando volví la vista al frente, me di de lleno contra una pared.
Caí de espaldas, sujetándome la nariz que me sangraba.
Sollocé, seguramente también me la había roto.
Una mano me tomó de la muñeca y me levantó con fuerza. Miré con dificultad por el dolor, Apolo parecía una bomba a punto de estallar. Estaba muy enojado.
—Mira si eres tonta, me haces perder el tiempo persiguiéndote y al final lo único que has hecho es lastimarte a ti misma —espetó empujándome lejos suyo con asco—, eres patética.
Ignorando el dolor, escupí a sus pies un poco de la sangre. Seguramente era una imagen preciosa: despeinada, sudorosa y ensangrentada.
—Patética, pero logré darte dos golpes —repliqué mirándolo con el mismo enojo.
—Un error que no pienso volver a cometer —murmuró dando dos zancadas hacia mí con la mano en alto y una luz irradiando en ella.
Lo miré con la barbilla en alto, sabía que no me dejaría ir de aquí con vida.
El calor se intensificó a nuestro alrededor, una llamarada infernal que me sofocó. Podía sentir mi piel ardiendo como si se estuviera prendiendo fuego.
La luz en su mano se hizo cada vez más brillante y supe que ya estaba cansando de jugar.
—Llegaste al final de tu camino, insignificante mestiza.
Levantó el brazo dispuesto a calcinarme.
Y de repente, una mano enorme y llena de cicatrices se cerró bruscamente contra su muñeca, deteniendolo.
—Lo siento, pretty boy —dijo un hombre que me recordó levemente a mi papá. Usaba unas gafas de sol rojas y un peinado como militar—. Personalmente, me divertí viendo el espectáculo, pero ni mi chica ni mi mocoso van a apreciar si matas a la pequeña pulga.
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Apolo estaba bastante disgustado por la aparición de Ares.
El laberinto había desaparecido y nuevamente estábamos de pie en la habitación-templo de antes. Los dos dioses estaban de pie uno frente al otro, enfrentándose, desafiándose con la mirada. Apolo parecía querer despedazar a su hermano, y Ares parecía divertirse con toda la situación.
—Será mejor que ya la dejes ir, hermano —dijo Ares—. Mi chica está teniendo problemas para contener a Eros, y aunque para mí sería una maravilla, no quiero tener que soportar las quejas de Afrodita, y ambos sabemos que todo acabará en desastre si tú y él finalmente tienen un enfrentamiento serio.
—Pues que venga —replicó Apolo—, tendrá que venir él mismo por su engendro, porque no pienso dejarla ir.
«¿Cómo que no?» pensé irritada. Ya estaba harta de todo esto. Miré a mi alrededor y puesto que ninguno de los dos dioses me prestaba atención, decidí que era hora de hacerme respetar.
Tomé el jarrón que estaba sobre el altar y se lo arrojé, con una puntería perfecta, directo a la cabeza del dios del sol.
El ruido resonó en el enorme templo. Ambos dioses parecían atónitos por mi actuar repentino, y de suerte que mi fuerza mortal y su anatomía divina no iba a provocarle ningún daño serio más que una jaqueca.
Me quedé paralizada, a la espera de que alguno reaccionara.
Ares soltó una carcajada estridente. Apolo me miró como si fuera el insecto más despreciable y tuvo toda la intención de acercarse a mí con furia resplandeciendo en sus ojos, pero la mano del dios de la guerra apoyándose sobre su hombro para detenerlo, nuevamente me salvó.
—Tienes que reconocer que para ser una mocosa, tiene ovarios —dijo riéndose.
—Voy a pulverizarla —murmuró entre dientes.
—No, no lo harás —expresó Ares—. La pulguita aún tiene una misión que cumplir y lo sabes, además, Afrodita quiere hablar contigo.
—¡Me importa un carajo lo que quiera Afrodita!
—Me gustaría ver que se lo digas a la cara —murmuró divertido—, pero creo que es algo que te interesará mucho saber antes de que cometas algo de lo que te vas a arrepentir toda la eternidad.
Apolo apretó los labios, enojado, pero no dijo nada. Supongo que algo en la expresión de Ares, que yo no entendí ni tres patitos, le hizo dudar.
Al final, hizo un gesto con la mano y se dirigió hacia una de las ventanas. No me volvió a dirigir la mirada, simplemente actuó como si no existiera.
—Largo de aquí —espetó—, antes de que cambie de opinión.
Era sorpresivo que cambiara así de repente de opinión. Quise pensar que quizá se debía a su condición de dios de la razón y el pensamiento lógico. Él, para los antiguos griegos, podía representar la armonía y el equilibrio que presiden al raciocinio. A veces, aún con un temperamento volátil, podía ser el dios ideal para que al menos te escuchara si le hablabas con las palabras correctas.
—Vamos, mocosa —dijo Ares—, te esperan.
Darlene en este punto ya le perdió el miedo a Apolo XD
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