011.ᴀʙᴏᴜᴛ ɴᴇᴄᴇꜱꜱᴀʀʏ ᴄᴏɴᴠᴇʀꜱᴀᴛɪᴏɴꜱ ʙᴇꜰᴏʀᴇ ᴛʜᴇ ᴇɴᴅ ᴏꜰ ᴛʜᴇ ᴡᴏʀʟᴅ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏɴᴠᴇʀꜱᴀᴄɪᴏɴᴇꜱ ɴᴇᴄᴇꜱᴀʀɪᴀꜱ ᴀɴᴛᴇꜱ ᴅᴇʟ ꜰɪɴ ᴅᴇʟ ᴍᴜɴᴅᴏ
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ME DESPERTÉ EN LA ENFERMERÍA.
Tenía la boca como si hubiera masticado arena. Me removí buscando sentarme y una mano me lo impidió.
—No tan rápido —dijo Will, con el ceño fruncido—. Llevas inconsciente medio día.
Me acercó un vaso con néctar.
—Gracias —murmuré después de beber.
—De nada.
Se apartó para anotar unas cosas en un cuaderno. No me miró.
«Sigue enojado» pensé triste.
—¿Qué hacías en el desván? —Lo miré confundida—. Michael te encontró gritando ahí, estabas teniendo una crisis histérica.
—¿Michael? —Will señaló al otro lado de la enfermería. Estaba sentado lejos de mí, se había quedado dormido en la silla—. No se movió de ahí desde que trajo.
Me invadió la culpa. A pesar de todo lo que había pasado entre nosotros, seguía preocupándose por mí.
—Entonces, ¿qué hacías allí?
—El Oráculo me llamaba —murmuré.
—¿El Oráculo te llamaba? —repitió incrédulo—. ¿Y qué quería?
Me encogí de hombros.
—Darme otra profecía.
Will no intentó averiguar más. Se sentó a mi lado con seriedad.
—¿Tú eres la chica de su profecía, no?
Parpadeé, sin comprender.
—¿Sabes de la profecía?
—Bueno, somos sus hijos y esa profecía tiene más de dos mil años —dijo encogiéndose de hombros—. Por lo que sé, hace siglos esperábamos a ver quién sería nuestra madrastra —agregó con humor negro.
—Por favor, no lo digas así —pedí haciendo una mueca—, suena raro.
Soltó una risa breve, pero no había humor en sus ojos. Se sentó en el borde de mi cama, dejando el cuaderno a un lado. Pese a su intento de bromear, sabía que no estaba nada feliz. Lo conocía lo suficiente para saber que no dejaría este tema sin más.
—A lo que quiero llegar, es... —dudó un poco antes de seguir—. ¿Amas a Apolo?
—Sí.
Me salió demasiado rápido. Natural. Si duda.
Will me observó, me daba la impresión que trataba de adivinar si estaba diciendo la verdad. Él quería una explicación, una confesión, algo que pudiera tranquilizarlo. Pero no tenía nada más que decir.
—¿Estás segura? —insistió. No sonaba como una pregunta retórica, sino como una súplica, como si necesitara desesperadamente asegurarse que era verdad.
Lo miré directo a los ojos.
—Sí, lo estoy. —Esta vez lo dije más despacio, más suavemente, pero con la misma certeza—. Estoy muy enamorada de Apolo.
Will me sostuvo la mirada.
—¿Y él?
—Bueno...creo que eso deberías preguntárselo a él, pero sí. También me ama.
Se frotó las sienes, como si intentara ordenar sus pensamientos. Luego, con un suspiro cansado, se volvió hacia mí.
—Dari, no sé qué está pasando aquí, pero si mi padre te está obligando a estar con él, no voy a quedarme de brazos cruzados.
—¿Qué? ¿Cómo que obligándome?
¿Cómo podía Will pensar eso?
—Mi padre es un dios —dijo con obviedad—. Y no es precisamente uno conocido por tener paciencia cuando lo rechazaban. Soy consciente que ha aprendido a tolerar mejor el rechazo, pero eso no significa que no pueda tener retrocesos. Las cosas que les hizo a las personas que lo rechazaron...bueno, a veces prefiero creer que aprendió a comportarse con un poco más de decencia, porque al final del día es mi papá. Pero siendo un dios, está acostumbrado a moldear el mundo a su antojo, y me preocupa que te haya forzado a hacer algo que no quieres.
Las palabras de Will revolvían algo incómodo en mi pecho. La verdad era que Apolo no era perfecto, y sus historias, algunas demasiado oscuras para repetirlas, no eran desconocidas para mí. Conocía bien su temperamento. Sabía de los que se habían atrevido a desafiarlo y cómo habían terminado, cómo pudo haber terminado para mí si las cosas entre nosotros se hubieran dado de otra manera.
Pero lo que sentía no se trataba de miedo. No se trataba de magia o algo así. Lo nuestro era amor.
—Will, yo... —mi voz vaciló, porque no sabía por dónde empezar. Yo también había tenido las mismas dudas en su momento—. Creeme, no se trata de eso.
Él me miró con las cejas fruncidas, esperando más. Sus dedos tamborileaban con nerviosismo sobre el borde de la cama. No era el tipo de persona que dejaba las cosas a medias, siempre buscaba respuestas claras.
Pero en este caso, la respuesta que le estaba dando era la única, la más clara y sencilla de todas.
—Entiendo lo que dices, de verdad. También tuve mis dudas al inicio. Pero ya no. No es así, creeme que ya estaba enamorada cuando me enteré lo de la profecía y no reaccioné para nada bien. Porque tenía miedo de que fuera lo que tú crees. Que la magia de Afrodita me estuviera obligando, que Apolo no me amara realmente y solo creyera que lo hacía. Además, me enteré por Anteros. Entiendo porque Michael está enojado conmigo, a mí también me enojó enterarme por alguien más.
Le conté brevemente cómo había pasado todo, y cuánto tardé en darme cuenta de que lo que ambos sentíamos era real.
—Sí, es un dios. —Respiré hondo—. Y sí, hay una profecía que me ata a él. Pero no me ha forzado a estar con él. Si lo estuviera, Will, ¿crees que me sentiría así? —me toqué el pecho, justo donde el latido de mi corazón parecía acelerarse solo al pensar en Apolo—. Lo amo. De verdad. No porque me lo hayan impuesto, ni porque tenga miedo de que me haga algo si lo rechazo. Es simplemente que se siente correcto.
Will se quedó en silencio un momento, asimilando mis palabras. Lo observé con atención, viendo cómo su expresión cambiaba de una mezcla de duda e incredulidad a algo más suave. No era aceptación completa, pero al menos parecía un poco más tranquilo de que Apolo no me estuviera forzando a nada.
Al final, dejó caer las manos en su regazo, exhalando con pesadez.
—Solo... me cuesta, ¿sabes? —murmuró—. Quiero creer que es cómo dices. Que tú estás bien. Pero mi padre siempre ha sido complicado. Y lo último que quiero es que te lastime, Dari.
Sonreí.
—Lo entiendo, Will —dije en voz baja—. Apolo no es perfecto, y créeme, lo sé mejor que nadie. Pero esto entre nosotros es real. No puedo explicarlo de otra manera. No quiero que te preocupes por mí. Soy muy feliz. —Lo miré a los ojos, quería dejarlo más que claro—. Él me hace muy feliz.
Se frotó la nuca, como si no supiera cómo seguir.
—Está bien. Te tomaré la palabra —dijo luego de unos segundos. Y miró hacia su hermano dormido—. Solo...habla con Michael cuando despierte, cuentale todo como me lo has dicho a mí.
—Sigue enojado conmigo.
—Creo que está un poco más dispuesto a escucharte ahora. —Se puso de pie—. Estaba muerto de preocupación cuando te trajo.
—¿Y ustedes? —pregunté en voz baja—. ¿Siguen enojados?
Will me miró con tristeza.
—La mayoría estábamos enojados porque no nos lo dijiste, el hecho de que pensaras que en serio te culparíamos por algo así —admitió dándome una mirada que me hizo sentir avergonzada. Una mirada que estaba segurísima, había aprendido de mí—. Otros sólo están siendo unos idiotas celosos. Pero todos coincidimos en que si alguno de nosotros tiene que perdonarte algo, ese es Michael. Así que habla con él y todo estará bien.
Me dio unas palmaditas en la mano y se puso de pie. Lo vi desaparecer por la puerta, y me quedé allí, mirando a Michael, sabiendo que tenía razón. Hablar con él no podía esperar más. No quería irme a la guerra con una pelea entre los dos.
Lo que viniera después... tendría que afrontarlo cuando llegara.
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Aunque quisiera hablar con él, primero tenía que hablar con Quirón sobre lo que me había pasado.
Le conté todo. Sobre el llamado del Oráculo, la nueva profecía, cómo había intentado poseerme y las visiones que tuve, que por alguna razón, ya no salían de mi boca como un relato normal, sino que, por más que lo intentara, ahora sonaban como versos poéticos.
Quirón parecía a punto de tener un infarto cuando acabé. Sus ojos se agrandaron y su boca se tensó en una línea preocupada. El silencio que siguió fue tan pesado que sentí que me ahogaba.
Se pasó la mano por la cara, claramente estresado con todo.
—Esto es malo, él Oráculo jamás había hecho algo así —masculló pálido—. Repite lo que has estado viendo los últimos meses.
—Veo una tormenta que arrasa los cimientos. Las aguas de un océano traicionero suben y bajan con violencia, pero no hay voz que las calme. Las puertas están cerradas, clausuradas por la voluntad de uno que observa desde las sombras. La contienda en el verpero verá su hora. El jabalí orgulloso clama honra y la sangre derramada no alivia la culpa. El héroe traicionado en la oscuridad, se enaltece en la grandeza y su mortalidad peligra ante el filo de su final. La hoja, la piedra corta y en un abismo de caos, la muerte se ensaña con su escurridiza fugitiva. El regalo que a la humanidad condena, viene de la mano de su creador. Los lazos se rompen y la morada en ausencia, colapsa.
Había repetido eso cada vez que Quirón me lo pidió. Sabíamos muchas de ella, ya las habíamos hablado antes, pero ahora no era capaz de explicarlas de otro modo, y ahora había nuevas que directamente era incapaz de interpretar.
Algo me había ocurrido con el Oráculo y no podríamos saber qué hasta que pudiera volver a Apolo, y él no volvería hasta que Tifón fuera derrotado.
—¿De verdad crees que intentó poseerte? —preguntó, su rostro tenso y envejecido, algo que no había visto nunca en él, ni siquiera en los momentos más críticos del campamento.
—Pues ahora cuando intento contar lo que veo, hablo como habla esa momia.
Quirón negó con la cabeza.
—Eso no debería haber pasado. —Frunció el ceño y se acarició la barba con los dedos. Parecía que su mente estaba trabajando a toda velocidad, buscando respuestas, pero incluso él parecía perdido—. El Oráculo nunca se ha impuesto sobre un potencial huésped de esa manera, las pitias siempre son voluntarias.
—Lo sé —contesté, y me froté las manos para disimular el temblor que no conseguía controlar—. Pero fue como si... —tomé aire, buscando las palabras adecuadas— como si estuviera desesperado. Como si ya no tuviera tiempo.
Se quedó en silencio por un momento, su mirada fija en algún punto lejano, tal vez considerando algo demasiado peligroso para decirlo en voz alta.
—¿Qué crees que significa? —pregunté, mi voz más baja de lo que pretendía. La verdad temía que la respuesta fuera peor de lo que imaginaba.
—No lo sé. —Me miró como si de verdad por primera vez en su vida estuviera perdido—. Pero si el Oráculo está actuando de manera tan... irregular, algo grande está en movimiento. Algo que incluso los dioses parecen no haber previsto.
A los dioses se les escapaban muchas cosas, su infinito ego los hacía ciegos a cosas evidentes. Pero por alguna razón, la manera en que Quirón había dicho eso, hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo.
—Hestia dijo...que mis visiones nacen del mismo espíritu de Delfos, quizá fue por eso, ella dijo que tenemos una conexión —murmuré tratando de convencerme más a mi misma que a él.
—Quizá. —Era evidente que ni él lo creía—Por ahora...
Pero lo que estaba por decir quedó en nada, cuando Annabeth entró como posesa con su celular en la mano.
—¡Percy me envió un mensaje! —gritó agitada.
Miré a Quirón.
El momento que tanto temíamos por fin había llegado.
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El campamento pronto se volvió un caos de preparativos.
Todos corrían de un lado a otro, asegurándose de que las armas estuvieran listas. El aire estaba cargado de un tenso nerviosismo acompañado de miedo. Sabíamos que este día llegaría a medida que se acercaba más y más la fecha en que Percy cumpliría los dieciséis, pero quizá, de alguna forma, queríamos creer que aún faltaba mucho o que ni siquiera llegaría.
Respiré hondo, tratando de calmar mi propia ansiedad. Corrí hacia la cabaña de Afrodita, donde ya me esperaban mis compañeros. Mal día para hacer un día de spa.
—¡Atención! —levantando la voz por encima del bullicio mientras me paraba en el centro de la cabaña—. ¡Llegó el momento! Dejen todo esto y ponganse las armaduras, nos vamos a Manhattan. —Y por supuesto, empezaron a quejarse—. ¡No fue una sugerencia, pónganse la maldita armadura antes de que se las ponga yo misma!
Las protestas se acallaron de inmediato, y uno a uno, comenzaron a prepararse. Silena estaba sentada en su cama, en silencio, sin saber exactamente qué hacer. Me acerqué a ella, tenía las manos temblorosas.
—Silena...
—Quiero ir —dijo de inmediato, mirándome suplicante—. Por favor, Dari, déjame ir con ustedes.
—No sé si sea buena idea —respondí—, no creo que estés en condiciones...
—¡Necesito hacerlo! —La desesperación en la voz de Silena era tan grande que resultaba imposible decirle que no.
Sabía que no podía dejarla fuera, pero tampoco podía aquí dejarla sola, no justo ahora.
Suspiré, evaluando la situación.
No podía simplemente dejarla fuera, no después de todo lo que había pasado. Pero tampoco podía permitir que fuera una carga, o peor, que tomara una decisión precipitada que nos costara caro en medio de la batalla. Y estaba el hecho de que, aunque la hubiera perdonado, no podía confiar en ella en este momento en que toda la cabaña dependía de mis decisiones.
—Está bien —dije al fin, mi tono más severo de lo que pretendía—, pero con una condición.
—Sí, lo que sea. —Silena me miró expectante, casi ansiosa.
—No te vas a separar de mi lado. En ningún momento, ¿entendido? —vi cómo su rostro cambiaba, una mezcla de alivio y temor. Sabía que lo que estaba pidiendo era difícil, que en el campo de batalla el caos podía desatarse en cualquier instante, pero no podía arriesgarme a que ella volviera a actuar por su cuenta.
Ella asintió rápidamente. Quizá que había sido demasiado dura, pero no había lugar para delicadezas en ese momento.
—Voy a estar contigo, Dari —prometió, con una voz tan frágil que me hizo recordar por qué alguna vez la consideré como una hermana—. No te defraudaré otra vez.
Quise creerle, de verdad. Pero no era tan fácil. Pero no tenía otra opción más que confiar en ella.
—Nos vamos en cinco minutos —ordené al resto de la cabaña mientras me giraba hacia Silena—. Ponte la armadura.
Ella se levantó rápidamente y se apresuró a seguir mis instrucciones. La observé mientras lo hacía. Ahora, una sombra de lo que era antes, aunque me daba la impresión de que la muerte de Charlie había despertado una llama en ella.
Me di la vuelta hacia mis propias cosas, tenía el estómago revuelto por los nervios, así que decidí concentrarme en lo importante. Me coloqué la ropa de combate, mi armadura rosa y las correas de cuchillos extra. Me sujeté el cabello en una coleta alta adornado por Resplandor y me calcé las botas.
Tomé mi pequeño espejo de mano, mirando por encima de mi hombro antes de volver la atención al reflejo.
—Muéstrame a Alessandra Olimpia —murmuré, esperando ver a la hija de Niké. Normalmente, ella procuraba estar siempre cerca de alguna fuente que reflectara, pero ahora...Nada. Solo oscuridad.
«¿Dónde estás?» pensé mordiéndome el labio. «Bueno, probaré más tarde, no tengo tiempo ahora»
Respiré hondo, y lo guardé en mi bolsillo.
Un mareo me invadió.
La hoja mágica se hundió hasta la empuñadura, como si el asfalto fuese de mantequilla, y de la rendija empezó a brotar agua salada a chorro, como de un géiser. Al sacar la hoja, la fisura se ensanchó rápidamente. El puente se estremeció y empezó a desmoronarse. Caían bloques del tamaño de una casa al río Este. Los hombres de Cronos gritaban alarmados y retrocedían a gatas. Algunos habían caído de bruces y no lograban levantarse. En cuestión de segundos, se abrió una brecha de quince metros en el puente entre Cronos y yo.
Las sacudidas se interrumpieron. Los hombres de Cronos se acercaron al borde y contemplaron el abismo de cuarenta metros que había hasta el agua.
Sin embargo, no me sentía seguro. Los cables de suspensión seguían unidos y los enemigos podían llegar por allí a nuestro lado si reunían el suficiente valor. O tal vez Cronos dispondría de algún medio mágico para rellenar el hueco.
El señor de los titanes parecía estudiar la situación. Miró a su espalda, al sol naciente, y luego me dirigió una sonrisa desde la otra orilla de la sima.
Dijo algo, pero no podía saber qué. Tenía los oídos entumecidos, con un horrible pitido resonando en ellos. Lo que sea que dijera, ahí quedó, y se montó en su caballo, hizo un caracoleo y partió al galope hacia Brooklyn, seguido de sus guerreros.
Me volví hacia los restos del puente y una herida se abrió en mi interior. A cinco metros, había un arco en el suelo. Su dueño no aparecía por ningún lado.
Estaba llorando. Miré mis manos, donde mis uñas se habían clavado en la palma estaban sangrando. Esa era una de las visiones que más había tenido en los últimos meses, pero no pasaba de eso. Siempre era lo mismo y siempre acababa llorando.
—La hoja, la piedra corta y en un abismo de caos, la muerte se ensaña con su escurridiza fugitiva.
Me quité las lágrimas y traté de concentrarme en medio de lo que se nos venía encima. Había cosas más importantes en ese momento.
—Vamos, —dije finalmente hacia mis compañeros—. Haremos lo que podamos con lo que tenemos.
Darlene y Apolo cada vez que les preguntan sobre el otro
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