010.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʀɪᴘꜱ ᴀ ʟɪᴛᴛʟᴇ ᴛᴇɴꜱᴇ ᴏɴ ᴛʜᴇ ᴠᴇʀɢᴇ ᴏꜰ ʙʟᴏᴡꜱ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴠɪᴀᴊᴇꜱ ᴜɴ ᴛᴀɴᴛɪᴛᴏ ᴛᴇɴꜱᴏꜱ ᴀʟ ʙᴏʀᴅᴇ ᴅᴇ ʟᴏꜱ ɢᴏʟᴘᴇꜱ
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EL VIAJE EN FURGONETA fue un verdadero fastidio.
Para empezar, Zoë y Bianca aparecieron solas. Al parecer las otras tres chicas habían sido víctimas de las bromas de Travis y Connor y ahora estaban incapacitadas de poder asistir a la misión. Cosa que provocó una fuerte discusión entre Thalia, Zoë y yo.
Con Thalia nos negábamos a salir del campamento sin los tres miembros que faltaban de la profecía. Zoë se negaba a agregar más campistas y tampoco quería exponer a sus cazadoras porque tenía un mal presentimiento, dicho sea que yo también, pero no iba a darle la razón.
Yo insistía que al menos lleváramos a Percy, y eso provocó que ambas me gritaran porque Zoë no quería ir con un chico y Thalia no quería ir con Percy puntualmente.
—¡Estás completamente loca, Zoë! —gritó Thalia—. Desafiar al Oráculo, solo a ti se te ocurre algo así de suicida.
—No me importa, no voy a....
—¡Vas a hacer que nos maten a todos! —le grité.
—¡La misión es de las cazadoras, ya escucharon a Quirón, yo tengo la última palabra y decido a quién vetar del grupo! —nos chilló—. ¡Así que se suben a la furgoneta o se quedan aquí!
Thalia y yo nos miramos, ambas estábamos igual de enojadas, pero más contra Zoë. Así que por ahora obedeceríamos.
Decidir quién manejaba provocó otra pelea.
Thalia quería conducir, pero Zoë tenía las llaves.
En realidad, Zoë fue un desastre. Conducía como una completa loca, y fue casi igual que Thalia conduciendo el carro del sol, pero ella se negaba a reconocer que era una pésima conductora.
Iba por la carretera hacia el túnel Lincol dando zigzag entre los otros vehículos, esquivandolos a una velocidad aterradora.
—¡Vas a hacer que nos detengan! —espeté cuando Grover me volvió a dar un cabezazo—. ¡O peor, vas a hacer que nos estrellemos!
—¿¡Quién te dio el maldito permiso de conducir?! —cuestionó Thalia a su lado.
—¡Si vuelven a abrir el pico las voy a tirar por la ventanilla! —me gritó.
Al final llegamos a un área de descanso en Maryland donde tuvimos otra pelea sobre dejar que alguien más condujera.
Zoë no quería dar las llaves, Thalia quería conducir y yo quería que lo hiciera Grover. No confiaba en ninguna de esas dos.
Me sentía mal por Bianca y Grover que estaban en medio de nuestras peleas, soportando todo en silencio y con vergüenza, pero no podía evitarlo. Ambas me ponían tan furiosa.
Desde que Thalia había empezado a actuar con tanto desdén contra Percy no había podido evitar replicar a todo lo que ella decía.
Siendo la hija de Don Rayitos era caprichosa, vanidosa y testatura, odiaba que le llevaran la contra y se creía mejor que todo el mundo.
Me recordaba a cierto hermano suyo que tenía un auto buenísimo.
Entramos a un supermercado en busca de algo para desayunar, encontrando una cafetería donde pudimos comer muffins con chocolate caliente.
Digamos...que incluso comiendo seguimos discutiendo por cualquier cosa. Lo que sea que alguna dijera, incluso comentar sobre el lugar, hacía que las otras dos saltaran en réplicas. Claramente ninguna de las tres éramos compatibles como equipo.
Cuando acabamos salimos directo hacia la furgoneta mientras Grover nos decía hacía dónde deberíamos ir.
—¿Estás seguro, Grover? —decía Thalia.
—Eh... bastante seguro. Al noventa y nueve por ciento. Bueno, al ochenta y cinco.
—¿Y lo has hecho con unas simples bellotas? —preguntó Bianca con incredulidad.
Grover pareció ofendido.
—Es un conjuro de rastreo consagrado por la tradición. Y bueno, estoy bastante seguro de haberlo hecho bien.
—Washington está a unos cien kilómetros —dijo Bianca—. Nico y yo... —Frunció el entrecejo—. Vivíamos allí. ¡Qué... qué extraño! Se me había olvidado.
—Esto no me gusta —murmuró Zoë—. Deberíamos dirigirnos directamente al oeste. La profecía decía al oeste.
—Como si tu destreza para seguir el rastro fuese mejor, ¿no? —refunfuñó Thalia.
Zoë dio un paso hacia ella.
—¿Cómo osas poner en duda mi destreza, bellaca? ¡No tienes ni idea de lo que es una cazadora!
—¿Bellaca? ¿Me llamas bellaca? ¿Qué narices significa eso?
—Uhhh te llamó delincuente.
—Quieres cerrar la boca —soltó Zoë mirándome con desprecio—, por los dioses, eres una serpiente venenosa, te metes en todo y no aportas nada más que comentarios que nadie necesita. —Luego se giró hacia Thalia—. Y si tu eres tan ignorante para no comprender lo que digo no es mi problema.
Sobra decir que Grover y Bianca tuvieron que meterse a separarnos porque en ese momento iba a haber una seria pelea en medio de la calle entre las tres.
Zoë, Thalia y yo éramos una bomba de reloj a punto de estallar. Solo necesitábamos un detonante.
Seguimos caminando hacia la furgoneta y Zoë seguía insistiendo en que era mejor ir al oeste, tal como decía la profecía.
—¿Ahora decides seguir la profecía? —repliqué—. Fuiste la primera en desobedecer al Oráculo y ahora te atreves a cuestionar los instintos de rastreo de Grover, haces todo a tu conveniencia. ¿Quién te nombró la líder del grupo?
—Exacto, eres la lugarteniente de las cazadoras, pero en este grupo somos mayoría los campistas, así que deja de creerte que tienes el derecho de mandarnos —agregó Thalia.
—Eh, chicas —dijo Grover, nervioso—. No empiecen otra vez.
—Grover tiene razón —añadió Bianca—. Washington es nuestra mejor alternativa.
Zoë no parecía convencida, pero asintió a regañadientes.
—Muy bien. En marcha.
—Darlene tenía razón hace un rato, vas a conseguir que nos detengan por empeñarte en conducir —rezongó Thalia—. Yo aparento dieciséis más que tú.
—Quizá —respondió Zoë—. Pero yo llevo conduciendo automóviles desde que los inventaron. Vamos.
Que ella siguiera manejando casi provoca que vomitara mi desayuno.
Por suerte, la furgoneta empezó a disminuir de velocidad cuando cruzamos el río Potomac y entramos en el centro de Washington.
En cuanto nos bajamos, Grover señaló uno de los grandes edificios que se alinean frente al National Mall. Thalia, quién ahora actuaba como si ella fuera la líder del grupo, asintió y comenzó a caminar hacía allí, siendo seguida por el resto porque la verdad es que ninguno tenía ganas de seguir afuera con el viento helado.
Grover se detuvo por fin frente a un gran edificio con un rótulo que rezaba: «Museo Nacional del Aire y el Espacio.»
—Instituto Smithsoniano —leyó Bianca.
Thalia tanteó la puerta. Estaba abierto, sí, aunque no había mucha gente que entrara. Hacía demasiado frío y no era época escolar. Los cinco nos deslizamos hacia el interior.
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PERCY
Era la primera vez en mi vida que iba de misión con los chicos de la cabaña siete y no tenía idea de cómo sentirme.
Lee era realmente genial, pero Michael seguía mirándome de una manera que me ponía incómodo.
«No sé que le hice, pero pareciera que sería capaz de darme una patada y tirarme del caballo».
De hecho, desde que salimos persiguiendo la furgoneta, las veces que la perdimos de vista, se la pasó discutiendo cada idea que tenía y soltaba risas irónicas cada vez que decía que Blackjack me había dicho algo.
Comenzaba a ponerme de mal humor su actitud, pero por Dari decidí que podía intentar llevarme bien, aunque él no me lo hacía fácil.
Ahora entendía porque Darlene siempre estaba gritándole o dándole algún golpe.
—Déjanos aquí —pedí a Blackjack cuando finalmente aparcaron en el centro de Washington—. Ya los tenemos bastante cerca.
El pobre estaba tan cansado que no discutió. Descendió hacia el Monumento a Washington, que en realidad es un obelisco blanco, y nos dejó sobre el césped.
Lee y Michael saltaron del caballo y miraron hacia todos lados en busca de peligro. La ventaja con ellos es que son tirados de largo alcance excelentes, así que saben qué buscar en los alrededores mejor que nadie.
La furgoneta estaba aparcada a pocas manzanas.
Miré a Blackjack.
—Quiero que vuelvas al campamento —le dije—. Tómate un buen descanso y dedícate a pastar un poco. Nosotros nos arreglamos.
Ladeó la cabeza con aire escéptico.
«¿Está seguro, jefe?» dijo señalando con el hocico a Michael. «No confió en ese rufián, temí que lo fuera a tirar de mi lomo».
—No te preocupes, estaré bien, tú ya has hecho bastante. Muchas gracias.
Blackjack regresó volando al campamento.
—¿Qué dijo? —preguntó Lee mirándolo.
—Que Michael es un rufián y no le cae bien —respondí comenzando a caminar hacia la furgoneta, seguido por los dos hermanos: uno que se reía y el otro soltando maldiciones bastante groseras.
—Vamos, están avanzando —dijo Lee señalando a los chicos. Iban hacía los grandes edificios que se alineaban frente al National Mall.
Empezamos a seguirlos, pero de pronto me quedé petrificado.
Una manzana más allá, de un coche negro bajó un hombre de pelo gris cortado al estilo militar. Llevaba gafas oscuras y un abrigo negro. Había visto aquel coche en la autopista un par de veces. Siempre hacia el sur, siguiendo a la furgoneta.
El tipo sacó su teléfono móvil y habló un momento. Luego miró alrededor, como asegurándose de que no había nadie a la vista, y echó a andar por el Mall hacia mis amigos.
Y lo peor de todo: al volverse, lo reconocí.
—Oh mierda.
—¿Qué? —cuestionó Michael.
—Es el doctor Espino, la manticora que nos atacó en Westover Hall.
—Vamos, parece que los está acechando —dijo Lee.
Seguimos a Espino a cierta distancia. El corazón me latía desbocado. Si él había sobrevivido a la caída por el acantilado, Annabeth tenía que haber salido ilesa también. Mis sueños no me habían engañado. Seguía viva, la tenían prisionera.
Espino se mantenía bastante alejado de mis amigos y hacía todo lo posible para no ser visto.
Cuando los chicos entraron al museo, el doctor Espino vaciló. Al parecer, no quería entrar. Dio media vuelta y se encaminó al otro lado del Mall.
Cruzó la calle y subió las escaleras del Museo de Historia Natural. Había un gran cartel en la puerta. A primera vista leí: «Cerrado por las fieras.» Luego deduje que tenía que ser «fiestas».
Me coloqué la gorra de Annabeth y lo seguí. No tengo idea si Michael y Lee comprendieron lo que estaba por hacer, no me quedé a comprobarlo.
Entramos tras él y lo seguimos por una gran sala llena de esqueletos de dinosaurio y mastodontes. Se oían voces al fondo, tras unas grandes puertas. Fuera había dos centinelas que le abrieron a Espino y tuve que apresurarme antes de que las cerraran.
Lo que vi allí dentro era tan espantoso que casi se me escapó un grito, lo cual seguramente me habría costado el pellejo.
Estábamos en una galería había al menos una docena de guardias mortales, además de un par de monstruos: dos mujeres-reptil, cada una con dos colas de serpiente en lugar de piernas. Las había visto en otra ocasión.
Annabeth las había llamado dracaenae de Escitia.
Pero eso no era lo peor. Delante de las dos mujeres-serpiente estaba Luke.
Tenía un aspecto terrible: la piel lívida como la cera y el pelo, antes rubio, ahora casi del todo gris, como si hubiera envejecido diez años en unos meses. Aún conservaba el brillo colérico de sus ojos, y también la cicatriz de la mejilla, donde un dragón lo había arañado una vez. Pero la cicatriz tenía ahora un feo color rojizo, como si se le hubiese vuelto a abrir hacía poco.
A su lado estaba Alessandra, la chica que Luke nos había presentado en el Princesa Andrómeda como su mano derecha. Ella tenía esa apariencia de chica ruda, que hace unos meses cuando la conocimos, había pensado que sería capaz de clavarte un cuchillo en el ojo por mirarla mal.
Y sentado de modo que las sombras lo ocultaban, había otro hombre.
Lo único que le veía eran los nudillos, aferrados a los brazos dorados de su silla, que parecía un trono.
—¿Y bien? —preguntó el hombre de la silla.
El doctor Espino se quitó las gafas oscuras. Sus ojos de dos colores, marrón y azul, relucían de pura excitación. Después de una rígida reverencia, habló con su extraño acento francés.
—Están aquí, General.
—Eso ya lo sé, idiota —respondió el hombre con voz tonante—. Pero ¿dónde?
—En el museo de cohetes.
—El Museo del Aire y el Espacio —corrigió Luke con irritación. A su lado, Alessandra rodó los ojos.
El doctor Espino le lanzó una mirada furibunda.
—Como usted diga, señorrrrr...
Me dio la sensación de que habría preferido traspasarlo con una de sus espinas.
—¿Cuántos? —preguntó Alessandra.
Espino fingió no haberla oído.
—¡¡¿Cuántos?!! —insistió el General.
—Cinco, General. El sátiro, Grover Underwood. La chica con el pelo negro en punta con ropa... ¿cómo se dice?... punk, armada con ese escudo espantoso...
—Thalia —dijo Luke.
—Y Darlene Backer, la mocosa esa que siempre se mete en problemas —murmuró Espino—. Me cansé de tener que soportarla en la dirección de Westrover, siempre amando escándalo.
»Y otras dos chicas... cazadoras. Una de ellas con una diadema de plata.
—A ésa la conozco —gruñó el General.
Todo el mundo se removió incómodo.
—Déjeme apresarlos —le rogó Luke al General—. Tenemos más que suficientes...
—Paciencia —replicó el General—. Ya deben de estar bastante ocupados. Les he mandado un compañero de juegos para entretenerlos.
—Pero...
—No podemos arriesgarte, Luke —dijo Alessandra, recibiendo un asentimiento de parte del General.
—Eso es, muchacho —dijo Espino con una cruel sonrisa—. Usted es demasiado frágil. Déjenme que acabe yo con ellos.
—No. —El General se alzó de su silla y entonces pude verlo.
Era alto y musculoso, con la piel levemente bronceada y el pelo oscuro peinado hacia atrás. Vestía un traje de seda marrón de aspecto muy caro, como los que llevan los tipos de Wall Street.
Tenía un rostro brutal, hombros enormes y manos capaces de partir en dos el mástil de una bandera. Sus ojos eran como piedras. Tuve la sensación de estar mirando una estatua viviente. Resultaba asombroso que pudiera moverse.
—Ya me has fallado una vez, Espino —tronó.
—Pero General...
—¡Sin excusas!
Espino retrocedió un paso. Yo lo había considerado un tipo espeluznante cuando lo vi por primera vez con su uniforme negro en la academia militar de Westover. Ahora, en cambio, de pie ante el General, parecía un novato patético.
El General sí impresionaba. No necesitaba uniforme. Era un líder nato.
—Debería arrojarte a las profundidades del Tártaro por tu incompetencia —dijo—. Te mando a que captures al hijo de uno de los tres dioses mayores y tú me traes a una esmirriada hija de Atenea.
—¡Pero usted me prometió una oportunidad para vengarme! —protestó Espino—. ¡Y una unidad para mí!
—Soy el comandante en jefe del señor Cronos —dijo el General—. ¡Y elegiré como lugartenientes a quienes me ofrezcan resultados! Sólo gracias a Luke logramos salvar en parte nuestro plan. Y ahora, Espino, fuera de mi vista. Hasta que encuentre alguna tarea menor para ti.
Espino se puso rojo de rabia. Creí que iba a empezar a echar espumarajos o disparar espinas, pero se limitó a inclinarse torpemente y abandonó la estancia.
—Bien, muchachos —dijo el General, mirando a Luke y Alessandra—, lo primero que hemos de hacer es separar de los demás a la mestiza Thalia. El monstruo que buscamos acudirá entonces a ella.
—Será difícil deshacerse de las cazadoras —dijo Luke—. Zoë Belladona...
—¡No pronuncies ese nombre!
Luke tragó saliva.
—P... perdón, General. Yo sólo...
El General lo hizo callar con un gesto.
—Déjenme mostrarles cómo derrotaremos a las cazadoras.
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DARLENE
El museo era realmente gigantesco, repleto de cohetes y aviones por todas partes. No había mucha gente así que era fácil deambular por allí, aunque lamentablemente no servía de mucho para esconderse si llegábamos a necesitarlo.
Estaba subiendo detrás de Thalia por una rampa que llevaba a la galería más alta cuando alguien me empujó con tal fuerza que me caí en una cápsula Apolo.
«No, si este tipo me persigue hasta en la sopa».
Grover dio un grito de sorpresa.
Dos desconocidos se apresuraron a ayudarme y estaba por darles las gracias cuando me di cuenta que eran Lee y Michael.
—¿Pero qué...?
—¡Tú! —espetó Zoë mirando a Percy y luego a los chicos con asco—. ¿Cómo osan presentarte aquí?
—¡Percy! —dijo Grover—. ¡Gracias a los dioses!
Zoë le lanzó una mirada fulminante y él se sonrojó.
—Bueno... eh... Cielos, se supone que no deberían estar aquí, chicos.
—Luke —dijo Percy. Los tres lucían como si hubieran corrido una maratón y estaban tratando de recobrar el aliento—. Está aquí.
La cólera en los ojos de Thalia se disolvió en el acto. Se llevó una mano a su pulsera de plata.
—¿Dónde?
Percy nos contó lo del Museo de Historia Natural: la escena entre el doctor Espino, Luke y el General.
—¿El General está aquí? —Zoë parecía consternada—. Imposible. Mientes.
—¿En serio, Zoë? —espeté ya harta de ella—. ¡¿Por qué diablos mentiría?!
—No tenemos tiempo —dijo Michael—. Nos siguen unos guerreros-esqueleto...
—¿Qué? —preguntó Thalia—. ¿Cuántos?
—Doce —dijo Lee.
—Y algo más todavía: ese tipo, el General, ha dicho que había enviado a un «compañero de juegos» para distraerlos —agregó Percy—. Un monstruo.
Thalia y Grover se miraron.
—Estábamos siguiéndole el rastro a Artemisa —dijo Grover—. Casi habría jurado que conducía aquí. Hay un intenso olor a monstruo. Debió de detenerse por aquí cuando buscaba a esa bestia misteriosa. Pero aún no hemos encontrado nada.
—Zoë —dijo Bianca, nerviosa—. Si es el General...
—¡No puede ser! —espetó Zoë—. Percy habrá visto un mensaje Iris o alguna clase de ilusión.
—Las ilusiones no resquebrajan un suelo de mármol —le dijo él.
Zoë respiró hondo, tratando de serenarse. Yo no sabía por qué se lo tomaba como algo personal, ni de qué conocía al General, pero supuse que no era momento de preguntar.
—Si eso de los guerreros-esqueleto es cierto —dijo por fin—, no hay tiempo para discutir. Son los peores, los más horribles... Debemos irnos ahora mismo.
—Buena idea —asintió Percy.
—No me refería a ti, chico —agregó Zoë, luego miró a los hermanos—. Ni a ustedes, ninguno forma parte en esta búsqueda.
—¿Quieres dejar de comportarte como una perra? —espeté furiosa.
—¡Más te vale retirar lo que dijiste! —me gritó apuntándome con el dedo.
—¿O qué? Estoy harta de escucharte, eres insoportable y mandona, ellos arriesgaron sus vidas para avisarnos, lo mínimo que merecen es un gracias —solté—. Y además, estás loca si piensas que vamos a dejarlos atrás, ellos vienen con nosotros.
Zoë se puso roja de la furia, Thalia interrumpió lo que sea que fuera a decirme.
—No deberían haber venido, chicos —dijo gravemente—. Pero Darlene tiene razón, ya que están aquí...volvamos a la furgoneta.
—Esa decisión no os corresponde a vos —replicó Zoë.
Thalia frunció el entrecejo.
—Tú no mandas aquí, Zoë. Y me da igual la edad que tengas. ¡Sigues siendo una mocosa engreída!
—Ninguna de las dos muestran sensatez cuando se trata de chicos —refunfuñó Zoë—. ¡No saben prescindir de ellos!
Thalia parecía a punto de abofetearla, a mi me detuvieron los chicos.
Y entonces nos quedamos todos helados: se oyó un rugido tan atronador que pensé que había despegado uno de los cohetes.
Abajo, varias personas gritaban. Un niño pequeño chilló entusiasmado:
—¡Gatito!
Una cosa enorme saltó rampa arriba. Era del tamaño de un camión de mercancías, con uñas plateadas y un resplandeciente pelaje dorado.
—El León de Nemea —dijo Thalia—. No se muevan.
El siguiente capítulo....sigo sin entender lo que hice, quizá en terminos de trama no tengan sentido algunas cosas en relación a la trama original. Ustedes siganme el juego y fingamos que quedó bien 😅😉
Por cierto, preparense para el viaje emocional que va a ser Dari en esta misión. Porque va a acumular muchas cosas en poco tiempo.
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