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008.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴀ ᴘʀᴏᴘʜᴇᴄʏ ʜᴀꜱ ᴍᴇ ꜰɪxɪɴɢ ᴍʏ ᴅᴀᴅ'ꜱ ꜰɪɢʜᴛꜱ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴜɴᴀ ᴘʀᴏꜰᴇᴄÍᴀ ᴍᴇ ᴘᴏɴᴇ ᴀ ᴀʀʀᴇɢʟᴀʀ ʟᴏꜱ ᴘʀᴏʙʟᴇᴍᴀꜱ ᴅᴇ ᴍɪ ᴘᴀᴘÁ

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EL CONSEJO SE CELEBRÓ ALREDEDOR DE LA MESA DE PING PONG, en la sala de juegos.

Dioniso hizo una seña y surgieron bolsas de nachos y galletitas saladas y unas cuantas botellas de vino tinto. Quirón tuvo que recordarle que el vino iba contra las restricciones que le habían impuesto, y que la mayoría de nosotros éramos menores. El señor D suspiró. Chasqueó los dedos y el vino se transformó en Coca Diet.

Nadie la probó tampoco.

El señor D y Quirón se sentaron en un extremo de la mesa. Zoë y Bianca, que por alguna razón que desconozco, ahora había sido convertida en su asistente personal o algo parecido, ocuparon el otro extremo. 

Thalia, Grover y yo nos situamos en el lado derecho y los demás líderes: Beckendorf, Silena Beauregard y los hermanos Stoll, en el izquierdo. Se suponía que los chicos de Ares tenían que enviar también un representante, pero ambos se habían roto algún miembro durante la captura de la bandera, cortesía de las cazadoras, y ahora reposaban en la enfermería.

Yo me senté a un costado al fondo, al lado de Lee, que me dio una mirada curiosa, puesto que no era líder de ninguna cabaña.

—Quirón me dijo que debía estar presente —susurré.

Zoë abrió la reunión con una nota positiva:

—Esto no tiene sentido.

—¡Nachos! —exclamó Grover, y empezó a agarrar galletitas y pelotas de ping pong a dos manos, y a untarlas con salsa.

—No hay tiempo para charlas —prosiguió Zoë—. Nuestra diosa nos necesita. Las cazadoras hemos de partir de inmediato.

—¿A dónde? —preguntó Quirón.

—¡Al oeste! —dijo Bianca—. Ya has oído la profecía: «Ocho buscarán en el oeste a la diosa encadenada.» Podemos elegir a ocho cazadoras y ponernos en marcha.

—Sí —asintió Zoë—. ¡La han tomado como rehén! Hemos de dar con ella y liberarla.

—Se te olvida algo, como de costumbre —dijo Thalia—. «Campistas y cazadoras prevalecen unidos». Se supone que tenemos que hacerlo entre todos.

—¡No! —exclamó Zoë—. Las cazadoras no han menester vuestra ayuda.

—No «necesitan», querrás decir—refunfuñó Thalia—. Lo del «menester» no se oye desde hace siglos. A ver si te pones al día.

Zoë vaciló, como si estuviera procesando la palabra correcta.

—No precisamos vuestro auxilio —dijo al fin.

Thalia puso los ojos en blanco.

—Me temo que la profecía dice que sí necesitan nuestra ayuda —terció Quirón—. Campistas y cazadoras deberán colaborar.

—¿Seguro? —musitó el señor D, removiendo la Coca Diet y husmeándola como si fuera un gran bouquet—. «Uno se perderá. Uno perecerá.» Suena más bien desagradable, ¿no? ¿Y si fracasan justamente por tratar de colaborar?

—Señor D —dijo Quirón, suspirando—, con el debido respeto, ¿de qué lado está usted?

Dioniso arqueó las cejas.

—Perdón, mi querido centauro. Sólo trataba de ser útil.

—Se supone que hemos de actuar juntos —se obstinó Thalia con tozudez—. A mí tampoco me gusta, Zoë, pero ya sabes cómo son las profecías. ¿Pretendes desafiar al Oráculo?

Zoë hizo una mueca desdeñosa, pero era evidente que Thalia acababa de anotar un punto.

—No podemos retrasarnos —advirtió Quirón—. Hoy es domingo. El próximo viernes, veintiuno de diciembre, es el solsticio de invierno.

—¡Uf, qué alegría! —masculló Dioniso entre dientes—. Otra de esas aburridísimas reuniones anuales.

—Artemisa debe asistir al solsticio —observó Zoë—. Ella ha sido una de las voces que más han insistido dentro del consejo en la necesidad de actuar contra los secuaces de Cronos. Si no asiste, los dioses no decidirán nada. Perderemos otro año en los preparativos para la guerra.

—¿Insinúas, joven doncella, que a los dioses les cuesta actuar unidos? — preguntó el señor D.

—Sí, señor Dioniso.

Él asintió.

—Era sólo para asegurarme. Tienes razón, claro. Continúen.

—No puedo sino coincidir con Zoë —prosiguió Quirón—. La presencia de Artemisa en el Consejo de Invierno es crucial. Sólo tenemos una semana para encontrarla. Y lo que es más importante seguramente: también para encontrar al monstruo que ella quería cazar. Ahora tenemos que decidir quién participa en la búsqueda.

—Cuatro y cuatro —dijo Percy. Todos se volvieron hacia él. Incluso Thalia olvidó su firme decisión de ignorarlo—. Se supone que han de ser ocho: Cuatro cazadoras y cuatro campistas. Parece lo justo.

Thalia y Zoë se miraron.

—Bueno —dijo Thalia—. Tiene sentido.

—No me siento cómoda con esos números —soltó Zoë con un gruñido desdeñoso—. Yo preferiría llevarme a todas las cazadoras. Hemos de contar con una fuerza numerosa.

—No se trata de lo que tú quieras, sino de lo que el destino dice que debemos hacer —espeté. Lee me dio un pequeño codazo, los demás campistas ahogaron una risita, pero Zoé dio un amague de querer acercarme a darme una paliza, aunque Bianca la detuvo por el brazo.

—Van a seguir las huellas de la diosa —dijo Quirón tratando de mediar la situación—. Tienen que moverse deprisa. Es indudable que Artemisa detectó el rastro de ese extraño monstruo a medida que se iba desplazando hacia el oeste. Ustedes deberán hacer lo mismo. La profecía lo dice bien claro: «El azote del Olimpo muestra la senda.» ¿Qué diría su señora? «Demasiadas cazadoras borran el rastro.» Un grupo reducido es lo ideal.

Zoë tomó una pala de ping pong y la estudió como si estuviera decidiendo a quién arrear primero.

—Ese monstruo, el azote del Olimpo... Llevo muchos años cazando junto a la señora Artemisa y, sin embargo, no sé de qué bestia podría tratarse.

Todo el mundo miró a Dioniso, imagino que porque era el único dios que había allí presente y porque se supone que los dioses saben de estas cosas. Él estaba hojeando una revista de vinos, pero levantó la vista cuando todos enmudecieron.

—A mí no me miren. Yo soy un dios joven, ¿recuerdan? No estoy al corriente de todos los monstruos antiguos y de esos titanes mohosos. Además, son nefastos como tema de conversación en un cóctel.

—Quirón —dijo Percy—, ¿tienes alguna idea?

Él frunció los labios.

—Tengo muchas ideas, pero ninguna agradable. Y ninguna acaba de tener sentido tampoco. Tifón, por ejemplo, podría encajar en esa descripción. Fue un verdadero azote del Olimpo. O el monstruo marino Ceto. Pero si uno de ellos hubiese despertado, lo sabríamos. Son monstruos del océano del tamaño de un rascacielos. Tu padre Poseidón ya habría dado la alarma. Me temo que ese monstruo sea más escurridizo. Tal vez más poderoso también.

—Ése es uno de los peligros que corren —dijo Connor Stoll—. Da la impresión de que al menos dos de esos ocho morirán.

—«Uno se perderá en la tierra sin lluvia» —añadió Beckendorf—. En su lugar, yo me mantendría alejado del desierto.

Hubo un murmullo de aprobación.

—«Uno por mano paterna perecerá» —dijo Grover sin parar de engullir nachos y pelotas de ping pong—. ¿Cómo va a ser eso posible? ¿Qué padre sería capaz de tal cosa?

Se hizo un espeso silencio.

—Habrá muertes —sentenció Quirón—. Eso lo sabemos.

—¡Fantástico! —exclamó Dioniso de repente. Todos lo miramos. Él levantó la vista de las páginas de la Revista de Catadores con aire inocente—. Es que hay un nuevo lanzamiento de pinot noir. No me hagan caso.

—Percy tiene razón —prosiguió Silena Beauregard—. Deberían ir cuatro campistas.

—Ya veo —dijo Zoë con sarcasmo—. Y supongo que tú vas a ofrecerte voluntaria.

Silena se sonrojó.

—Yo con las cazadoras no voy a ninguna parte. ¡A mí no me mires!

—¿Una hija de Afrodita que no desea que la miren? —se mofó Zoë—. ¿Qué diría vuestra madre?

Silena hizo ademán de levantarse, los hermanos Stoll la hicieron sentarse de nuevo. 

—Me gustaría ver si eres capaz de hacer ese comentario frente a su madre —espeté con tono venenoso—. Estoy segura que a la señora Afrodita le encantará saber tu opinión sobre sus hijas.

Zoë se puso tan roja como un corazón de San Valentín y me apuntó con la paleta de ping pong, estoy segura que estaba pensando en maneras de matarme con ella.

—Basta ya —dijo Beckendorf, que era muy corpulento y tenía una voz resonante. No hablaba mucho, pero la gente tendía a escucharlo cuando lo hacía—. Empecemos por las cazadoras. ¿Quiénes serán las cuatro?

—Seremos cinco —espetó Zoë—, si he de tener que trabajar con campistas será con la mayor cantidad de cazadoras que pueda. —Todos la miramos como si fuera una mosca molesta. Zoë realmente podía ser muy irritante y desagradable cuando se lo proponía—. Iré yo, por supuesto, y llevaré a Febe, Angelique y Melanie. Son mis mejores rastreadoras.

—¿Febe es esa chica grandota, la que disfruta dando porrazos en la cabeza? —preguntó Connor Stoll con cautela—. ¿La que me clavó dos flechas en el casco?

Zoë asintió.

—¿Y Angelique y Melanie son esas mellizas que me tiraron sus flechas que explotaban con polvo pica pica? —preguntó Travis.

—Sí —replicó Zoë—. ¿Por qué?

—No, por nada —dijo Travis—. Es que tenemos unas camisetas del almacén para ellas. —Sacó tres camisetas plateadas donde se leía: «Artemisa, diosa de la luna-Tour de Caza de otoño 2002», y a continuación una larga lista de parques naturales—. Es un artículo de coleccionista. Les gustó mucho cuando la vieron. ¿Quieres dárselas tú?

Yo sabía que los Stoll tramaban algo, pero me imaginé que Zoë no los conocía tanto, porque dio un suspiro y se guardó las camisetas.

—Como iba diciendo, me llevaré a Febe, Angelique y Melanie conmigo. Y me gustaría que Bianca viniese también.

Bianca se quedó patidifusa.

—¿Yo? Pero... si soy nueva. No serviría para nada.

—Lo harás muy bien —insistió Zoë—. No hay senda más provechosa para probarse a sí misma.

Bianca cerró la boca. Yo la compadecí.

—¿Y los dos del campamento? —preguntó Quirón.

—¿Dos? —preguntó Silena confundida.

—Uno de los tres ya está elegido por la misma profecía —respondió señalándome. Todos se giraron a verme—. «El corazón flechado la afrenta al gemelo enmendará» —dijo la parte de la profecía que ninguno había tomado en cuenta—. El corazón flechado es el símbolo de Eros, Darlene es la única semidiosa de su descendencia y hay un afrenta que enmendar, por así decirlo, con uno de los gemelos.

—¿Qué afrenta? —preguntó Percy.

—El mito de Dafne y Apolo —respondimos Lee y yo al mismo tiempo.

—Mi papá le hizo pagar una burla tonta con un método bastante cruel y Apolo nunca se lo perdonó —expliqué haciendo una mueca—. Desde que papá me reconoció Apolo ha estado...bastante agresivo cada vez que me lo he topado

No les mencioné que probablemente Apolo se sintió humillado después de lo que hice en su templo porque estaba bastante enojado conmigo.

—¿Cada vez? Creí que lo conociste ahora —comentó Grover.

—¡Oh fue todo un acontecimiento! —soltó Dioniso de repente, parecía realmente interesado por el giro de la reunión—. Aún después de meses es de lo que todos hablan en el Olimpo. Ares se lo contó a todos.

»Resulta que el verano pasado el golden boy secuestro a nuestra queridísima Darla Barren aquí presente, y ella lo engañó para que jugaran a policías y ladrones, y si bien ella perdió, también lo humilló completamente golpeándolo con un jarrón —contó divertido—. No ha habido anécdota más divertida que contar en el Olimpo desde hace siglos.

Todos me miraron con la boca abierta. Incluso Zoë, por un segundo, pareció sorprendida conmigo.

—¿Por qué...

—¡¿Por qué no me lo contaste??—cuestionó Lee impactado. Percy clavó sus ojos en Lee por haberlo interrumpido, pero él solo me miraba a mí.

—Podemos centrarnos en lo que sí es importante —espetó Zoë.

—¿Qué significa "a la maldición del titán, dos resistirán"? —preguntó Silena—. Lo siento, pero no me gusta nada como suena eso.

Reparé en que Quirón y Zoë se miraban nerviosos. Fuese lo que fuese lo que pensaran, no lo contaron.

—Supongo que lo averiguaremos sobre la marcha —dije ignorando la sensación de malestar que me invadió.

—Entonces, ¿quién más irá?

—¡Yo! —Grover se puso en pie tan bruscamente que chocó con la mesa. Se sacudió del regazo las migas de las galletas y los restos de las pelotas de ping pong—. ¡Estoy dispuesto a todo con tal de ayudar a Annabeth!

Zoë arrugó la nariz.

—Creo que no, sátiro. Tú ni siquiera eres un mestizo.

—Pero es un campista —terció Thalia—. Posee el instinto de un sátiro y también la magia de los bosques. ¿Ya sabes tocar una canción de rastreo, Grover?

—¡Por supuesto!

Zoë vaciló. Yo no sabía qué era una canción de rastreo, pero, por lo visto, ella lo consideraba algo útil.

—Muy bien —dijo Zoë—. ¿Y el segundo campista?

—Iré yo. —Thalia se levantó y miró alrededor, como desafiando cualquier objeción por anticipado.

—Eh, eh, alto ahí —dijo Percy, me dí cuenta que éramos ocho y él se quedaría fuera—. Yo también quiero ir.

Thalia permaneció en silencio.

—¡Oh! —exclamó Grover, advirtiendo de pronto el problema—. ¡Claro! Se me había olvidado. Percy tiene que ir. Yo no pretendía... Me quedaré aquí. Percy irá en mi lugar.

—No puede —refunfuñó Zoë—. Es un chico. No voy a permitir que mis cazadoras viajen con un chico.

—No sabía que viajar con un chico limitaba tus capacidades.

—Darlene —me reprendió Lee.

No pude evitarlo, las palabras salieron de mi boca antes de que me diera cuenta. No me arrepentía, pero no era el momento para más discusiones.

Zoë dio dos pasos hacia mí, furiosa por tal insinuación.

—Has viajado hasta aquí conmigo —le recordó Percy parándose delante de mí.

—Eso fue una situación de emergencia, por un corto trayecto y siguiendo instrucciones de la diosa. Pero no voy a cruzar el país desafiando multitud de peligros en compañía de un chico.

—¿Y Grover?

Ella meneó la cabeza.

—Él no cuenta. Es un sátiro. No es un chico, técnicamente.

—¡Eh, eh! —protestó Grover.

—Tengo que ir —insistió—. He de participar en esta búsqueda.

—¿Por qué? —replicó Zoë—. ¿Por vuestra estimada Annabeth?

Noté como se ruborizaba, y aparté la mirada, como últimamente siempre hacía cuando sentía los sentimientos que Percy desprendía cuando pensaba en Annabeth. Era doloroso.

Lee pasó su brazo por mis hombros, tratando de darme consuelo.

—¡No! O sea... en parte sí. Sencillamente, siento que debo ir.

Nadie lo defendió. El señor D, aún con su revista, parecía aburrirse. Silena, los hermanos Stoll, Lee y Beckendorf no levantaban la vista de la mesa.

—Creo que Percy debería ir, es nuestro mejor guerrero —dije ganándome una mirada de muerte de parte de Thalia, pero la sonrisa de Percy valía la pena—. Él ya ha ido en dos misiones y ambas, logradas con éxito rotundo.

—No —se empecinó Zoë—. Insisto. Me llevaré a un sátiro si es necesario, pero no a un héroe varón.

Quirón soltó un suspiro.

—La búsqueda se emprende por Artemisa. Las cazadoras tienen derecho a aprobar o vetar a sus acompañantes.

Nadie más comentó nada. Percy se sentó, pálido y abatido. Los demás le dieron una mirada compasiva.

—Que así sea —concluyó Quirón—. Thalia, Darlene y Grover irán con Zoë, Bianca y las otras tres cazadoras. Saldrán al amanecer. Y que los dioses —miró a Dioniso—, incluidos los presentes, espero, los acompañen.

No sabía que Wattpad había hecho una actualización para dar like a los comentarios, ME ENCANTÓ. Así que ahí anduve dandole like a todos sus comentarios que siempre me hacen reír, muchas gracias por todo el apoyo que están dando.

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