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007.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʀᴀᴠᴇʟɪɴɢ ɪɴ ᴛʜᴇ ꜱʜᴀᴅᴏᴡꜱ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴠɪᴀᴊᴀʀ ᴇɴ ʟᴀꜱ ꜱᴏᴍʙʀᴀꜱ

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PERCY

LA SEÑORITA O'LEARY ME VIO ANTES DE QUE YO LA VIERA A ELLA, LO CUAL TENÍA SU IRONÍA, CONSIDERANDO QUE ES DEL TAMAÑO DE UN CAMIÓN. 

Entré en el ruedo de arena y un muro de oscuridad se me vino encima.

—¡Guau!

Cuando quise darme cuenta, me encontraba tirado en el suelo con una pezuña gigante en el pecho y una lengua enorme y rasposa como un estropajo lamiéndome la cara.

—¡Uf! —resoplé—. Qué tal, chica. Yo también me alegro de verte. ¡Ay!

Me costó unos minutos calmarla y quitármela de encima. Para entonces ya estaba empapado de babas. Ella quería jugar, así que tomé un escudo de bronce y lo lancé a la otra punta del ruedo.

La Señorita O'Leary, dicho sea de paso, es la única perra del infierno simpática. La había heredado cuando murió su anterior propietario. La dejaba en el campamento y Beckendorf... bueno, Beckendorf solía cuidar de ella cuando yo estaba fuera. Él había forjado el hueso de bronce que más le gustaba y que se pasaba todo el tiempo mascando. También le había hecho un collar y en la etiqueta había puesto un icono sonriente amarillo, en vez de la calavera, entre dos tibias cruzadas.

Pensar en todo aquello me entristecía de nuevo, pero le lancé una cuantas veces más el escudo porque ella insistía.

Enseguida se puso a ladrar, un estruendo incluso superior al de un cañón de artillería, como si necesitara salir a dar un paseo. A los demás campistas no les gustaba que hiciera sus necesidades en la arena. Ya había provocado más de un resbalón e incluso algún accidente desafortunado. Abrí la cerca y ella se alejó hacia el bosque dando saltos.

La seguí corriendo, aunque no me preocupaba que me llevara la delantera.

No había nada en aquel bosque que implicara un peligro para la Señorita O'Leary. Incluso los dragones y los escorpiones gigantes escapaban cuando la oían acercarse.

La encontré al fin en el claro donde el Consejo de los Sabios Ungulados había sometido a juicio a Grover. El lugar no tenía buen aspecto. La hierba estaba amarillenta y los tres tronos de arbustos recortados habían perdido todas las hojas. Pero lo que me sorprendió no fue eso, sino el extraño cuarteto que divisé en medio del claro: la ninfa Enebro, Nico, Dari y un sátiro viejísimo y muy gordo.

Nico y Darlene eran los únicos que no parecían asustados por la aparición de la Señorita O'Leary.

Nico me hizo un gesto al verme, sin dejar de rascarle las orejas a la Señorita O'Leary. Ella le olisqueaba las piernas como si fuesen lo más interesante que había husmeado en su vida, aparte de los filetes de vaca. No era de extrañar.

Siendo hijo de Hades, Nico debía de haber andado por sitios muy apetitosos para un perro del infierno.

El viejo sátiro no parecía tan contento, ni mucho menos.

—¿Alguien va a explicarme qué demonios hace esta criatura del inframundo en mi bosque? —Agitaba los brazos y daba golpes nerviosos con las pezuñas, como si la hierba estuviera ardiendo—. ¡Tú, Percy Jackson! ¿Es tuya esta fiera?

—Perdona, Leneo —le respondí—. Es así cómo te llamas, ¿no?

El sátiro puso los ojos en blanco. Tenía el pelaje de color gris pelusa y una telaraña entre los cuernos.

«Con esa panza, habría sido un autochoque invencible».

—Pues claro que soy Leneo. No me dirás que te has olvidado tan fácilmente de un miembro del Consejo, ¿eh? Y ahora, saca de aquí a esta fiera.

—¡Guau! —dijo alegremente la Señorita O'Leary.

El viejo sátiro tragó saliva y espetó:

—¡Dile que se vaya! En estas condiciones, Enebro, no pienso ayudarte.

Enebro se volvió hacia mí. Estaba muy guapa, al estilo de las dríadas, con su vaporoso vestido morado y sus rasgos de elfo, pero tenía los ojos teñidos de verde de tanto llorar clorofila.

—Hola, Percy —dijo, sorbiéndose la nariz—. Estaba preguntando ahora mismo por Grover. Estoy segura de que le ha ocurrido algo. No pasaría tanto tiempo fuera si no se hubiera metido en un aprieto. Tenía la esperanza de que Leneo...

—¡Ya te lo he dicho! —bramó el sátiro—. Te irán mejor las cosas sin ese traidor.

—¡¿A quién le dices traidor, cabra mensa?! —gruñó Darlene. Tenía la mano en un bolsillo, así que asumí que estaba a una palabra más de Leneo de sacar a Resplandor.

Y Nico debió darse cuenta también, porque la agarró del brazo.

—¡No es un traidor! —protestó Enebro—. ¡Es el sátiro más valiente del mundo y quiero averiguar dónde está!

—¡Guau!

A Leneo le temblaban las rodillas.

—¡N... no responderé a ninguna pregunta mientras este perro del infierno siga husmeándome la cola!

Nico hacía esfuerzos para no mondarse de risa.

—Ya me la llevo yo a dar un paseo —dijo.

Dio un silbido y la Señorita O'Leary correteó tras él hacia la otra punta de la arboleda.

Leneo resopló indignado y se sacudió las ramitas de la camisa.

—Bueno, como estaba tratando de explicarte, jovencita, tu novio no ha enviado ni un solo informe desde que decidimos exiliarlo por votación.

—Intentaron exiliarlo por votación —lo corregí—. Pero Quirón y Dioniso lo impidieron.

—¡Bah! Ellos sólo son miembros honorarios del Consejo. No fue una votación reglamentaria.

—Ya se lo contaré a Dioniso —dijo Darlene.

Leneo palideció.

—Bueno, quería decir... —balbució—. Esto no es asunto tuyo.

—Grover es amigo nuestro —repliqué—. Y no mentía cuando les explicó la muerte de Pan. Fuimos testigos. Pero a ustedes les daba demasiado miedo aceptar la verdad.

A Leneo le temblaron los labios de rabia.

—¡No! Grover es un mentiroso. ¡Por mí que se pudra! Nos las arreglamos mejor sin él.

Señalé los tronos marchitos.

—Si tan bien van las cosas, ¿dónde están tus amigos? Parece que su Consejo no se ha reunido últimamente.

—Marón y Sileno... eh... volverán, estoy seguro —afirmó, aunque había una nota de temor en su voz—. Se están tomando su tiempo para reflexionar. Ha sido un año muy peliagudo.

—Y va a empeorar —aseguró Dari—. Necesitamos a Grover, Leneo. Ha de haber un modo de localizarlo con tu magia.

Ella no nos lo había dicho, pero estaba seguro de que sabía todo y la atormentaba no poder decirlo porque Zeus la mataría si lo decía.

El viejo sátiro parpadeó, nervioso.

—Te lo estoy diciendo: no he oído nada. Quizá esté muerto.

—Muerto no —le aseguré—. Eso sí lo percibo.

—Esas conexiones por empatía —replicó, desdeñoso— son muy poco fiables.

—Pregunta por ahí —insistí—. Encuéntralo. Se avecina una guerra. Grover estaba preparando a los espíritus de la naturaleza.

—¡Sin mi permiso! Y ésta no es nuestra guerra.

Darlene lo agarró de la camisa y lo alzó por encima de sus patas. Ella no era de hacer ese tipo de cosas, pero no había que hacerla enojar y esa vieja cabra se lo buscó.

—Escucha, Leneo. Cuando Cronos ataque, vendrá con manadas de perros del infierno. Y destruirá todo lo que encuentre a su paso: mortales, dioses, semidioses... ¿Crees que a los sátiros no les tocará un pelo? Se supone que eres un líder. Pues lidera. Lárgate de una vez y averigua lo que pasa. Encuentra a Grover y tráele noticias a Enebro, o lo que Apolo le hizo a Marcias será un día de campo comparado a lo que yo te haré a ti. Y ahora, ¡muévete!

No le dio un empujón muy fuerte, pero era más bien cabezón y se desplomó sobre sus cuartos traseros. Se reincorporó penosamente y se alejó corriendo con su panza bamboleante.

—S-Si...sí...se-señora...

Desapareció entre los matorrales y Enebro se secó los ojos.

—Perdona, Dari. No quería involucrarte. Leneo sigue siendo uno de los señores de la Naturaleza. No te conviene tenerlo como enemigo.

—No importa —contestó—. Tengo enemigos peores que ese sátiro gordinflón.

—Buen trabajo, Dari —dijo Nico—. Por el rastro de boñigas que ha dejado, yo diría que lo has asustado de lo lindo.

—Hola, Nico. ¿Sólo has venido a ver a Enebro? —pregunté.

Él se sonrojó.

—Eh... no. Eso ha sido por casualidad. He venido a ver a Dari, y hemos empezado a caminar y acabamos... en medio de su conversación.

—Oye, Nico, tú eres hijo de Hades, ¿no? —dijo Enebro—. ¿Seguro que no has sabido nada de Grover?

El chico desplazó su peso de una pierna a otra.

—Ya he intentado explicártelo, Enebro... Aunque Grover muriera, se reencarnaría en otro ser de la naturaleza. Yo no percibo esas cosas, sólo detecto las almas mortales.

—Pero si te enteras de algo —suplicó, poniéndole una mano en el brazo—, de cualquier cosa...

Nico se ruborizó aún más.

—Eh... sí, cuenta con ello. Mantendré los oídos alerta.

—Daremos con él, Enebro —le prometí—. Grover está vivo, seguro. Tiene que haber algún motivo para que no se haya comunicado con nosotros.

Ella asintió, desmoralizada.

—¡Me da rabia no poder salir del bosque! Puede estar en cualquier parte y yo, aquí atada, esperando. Ay, si ese niño cabra se ha hecho daño...

La Señorita O'Leary volvió dando saltos y se puso a olfatear el vestido de Enebro. Ella soltó un chillido.

—¡Eh, quieta! Ya sé lo que pasa con los perros y los árboles. ¡Me voy!

Hizo ¡puf! y se disolvió en una niebla verde. La perra se alejó decepcionada en busca de otro objetivo.

Nico dio unos golpecitos en el suelo con la espada y en el acto surgió de la tierra un montón de huesecillos que se acoplaron entre sí y formaron el esqueleto de un ratón de campo, que se apresuró a salir corriendo.

—Me apenó mucho lo de Beckendorf —comentó Nico.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—¿Cómo lo has sabido?

—Hablé con su fantasma.

—Ah... ya. —No conseguía hacerme a la idea de que aquel niño de doce años pasara más tiempo hablando con los muertos que con los vivos. Excepto si su hermana estaba cerca, había visto a Dari pintarle las uñas y hacerlo ver películas de Barbie y cantar. No estaba seguro de cuál era peor—. ¿Te dijo algo?

—No te culpa. Se imaginaba que te estarías fustigando por lo ocurrido y me dijo que no tenías por qué. —Se giró hacia Dari, que tenía los ojos llenos de lágrimas—. Tampoco te culpa a ti, está agradecido de haber podido despedirse de Silena.

Dari contuvo un sollozo y asintió.

—¿Va a tratar de renacer? —y pregunté.

Nico negó con la cabeza.

—Piensa quedarse en los Campos Elíseos. Dijo que esperaba a alguien. No sé a qué se refería, pero parecía conforme con la muerte.

Aquello no me consolaba demasiado, pero ya era algo.

—¿A dónde te fuiste? —preguntó Dari—. Me desperté una mañana y Connor me dijo que te habías ido.

Nico se puso nervioso.

—Me quedo en el campamento únicamente por ti, eres mi hermana, mi familia, pero no me siento como en casa. Si Hades...o Eros tuvieran una cabaña, podríamos quedarnos juntos, pero no me siento cómodo así como estamos.

Darlene bajó la vista.

—Entiendo.

—No es lo mismo que en casa —se apresuró a agregar, tomándola de las manos—. Mamá, el abuelo y tú son todo mi mundo, no quiero que piensen que no son mi familia, porque si lo son, pero...

—¿Pero...?

A mi me era incómodo escuchar su conversación de terapia familiar, pero a nadie le importa lo que yo piense.

Nico tiró del cinturón de su espada.

—He estado siguiendo una pista... bueno, ya sabes, de mi familia biológica.

Dari lo miró como si esas palabras las hubiera dicho en otro idioma.

No ignoraba que su pasado era un asunto doloroso. Hasta hacía dos años, él y su hermana Bianca habían permanecido detenidos en el tiempo en el Hotel Casino Loto. Habían pasado allí unos setenta años. Finalmente, un misterioso abogado los había rescatado y llevado a un internado, pero Nico no conservaba ningún recuerdo de su vida antes de aquel casino. No sabía nada de su madre. Tampoco quién era el abogado ni por qué los habían congelado en el tiempo y luego los habían liberado.

Por suerte ahora era parte de la familia de Dari. La señora Backer era una mujer extremadamente amorosa, dulce y una mamá feroz que lo había adoptado como su bebé, de la misma forma que Darlene lo había hecho con la cabaña siete sin darse cuenta.

El abuelo de Dari era todo lo que un padre debería ser, que se había hecho cargo de ayudar en la crianza de su nieta y ahora de Nico. Y Darlene era la hermana mayor perfecta.

Definitivamente ellos eran la familia que Nico necesitaba.

Pero al parecer quería cerrar ciclos.

—¿Y cómo te fue? —le dije—. ¿Hubo suerte?

—No —murmuró—. Pero quizá tenga pronto una nueva pista.

—¿Cuál?

Nico se mordió el labio.

—Eso no importa ahora. Ya sabes por qué he venido.

Sentí un pavor que me oprimió el pecho. Desde que el pasado verano Nico me había propuesto su plan para derrotar a Cronos, plan aprobado por Alessandra, yo no había parado de sufrir pesadillas. Él se había presentado de vez en cuando para apremiarme a que le diera una respuesta, pero le había ido dando largas.

—No sé, Nico —dije—. Es que me parece una pasada, una solución extrema.

—¿Qué plan?

Ambos nos miramos con un poco de miedo. No le habíamos dicho nada a Darlene porque conociéndola sería capaz de darnos una paliza, encadenarnos en el sótano de la Casa Grande e irse sola al Inframundo a hacer ella misma el plan si le decíamos que era de verdad la única solución.

Así de sobreprotectora era. Capaz de destruirse a sí misma con tal de no hacerle pasar mal a sus seres queridos.

Esperaba que Nico tuviera una idea de cómo salirnos de esto.

—Creo que encontré una pista para derrotar a Luke, pero necesitamos comprobar el último clavo del ataúd.

Decirlo así como lo dijo me sonó a que hablaba de los clavos de mi ataúd.

Pero Dari siendo su hermana, no se inmutó. Al contrario, arqueo una ceja, meditando sus palabras y temí que estuviera intentando ver en nuestro futuro.

—Está bien —dijo de repente—. ¿Qué hay que hacer?

—Oigan, aún no decido nada.

—Percy, si solo vamos a buscar información, entonces no veo cuál es el problema.

Y ahí entendí todo. Nico había traído a Darlene para forzarme a hacerlo, al menos a escuchar su plan antes de hacerlo. Y Dari había encontrado la manera de acorralarnos para saber lo que de verdad planeabamos hacer.

No, si se notaba que eran hermanos.

Miré a Nico, y contra todo lo que mis alarmas de peligro decían, acepté. Pero en cuanto vi su fría y espeluznante sonrisa me arrepentí de haber accedido.

—Primero tenemos que rastrear las huellas de Luke —explicó—. Saber más cosas de su pasado, de su infancia.

—¿Para qué tenemos que hacer eso?

—Se lo explicaré cuando lleguemos a nuestro destino —dijo Nico—. Ya he localizado a su madre. Vive en Connecticut.

Me quedé de piedra. Nunca había pensado en su progenitor mortal. Yo había conocido a Hermes, su padre, pero de su madre ni siquiera había oído hablar.

—Luke se escapó de casa muy joven —le dije—. No sabía que su madre viviera.

—Ya lo creo que está viva.

Su modo de decirlo me puso la mosca en la oreja. ¿Qué clase de persona horrible sería?

—De acuerdo —asentí—. ¿Cómo vamos a Connecticut? Si quieres puedo llamar a Blackjack...

—No —dijo, frunciendo el entrecejo—. No les caigo bien a los pegasos, y el sentimiento es mutuo. Pero no necesitamos volar.

Dio un silbido y la Señorita O'Leary apareció galopando entre los árboles.

—Tu amiga puede echarnos una mano. —Nico le dio unas palmaditas en la cabeza—. ¿Nunca has hecho un viaje por las sombras?

—¿Un viaje por las sombras? —preguntó Dari.

Nico le susurró al oído a la Señorita O'Leary, que ladeó la cabeza, súbitamente alerta.

—Suban a bordo —nos dijo.

Nunca se me había ocurrido montarme en un perro, aunque la Señorita O'Leary tenía sin duda el tamaño suficiente. Me subí a su lomo, me sujeté de su collar y Dari de mí.

—Esto la dejará agotada —advirtió Nico—, así que no puedes hacerlo a menudo. Y cuando mejor funciona es de noche. Pero todas las sombras son parte de la misma sustancia. Sólo hay una oscuridad, y las criaturas del inframundo pueden usarla como si fuese una carretera o una puerta.

—No entiendo nada —declaré.

—Ya. A mí me costó mucho tiempo aprenderlo. Pero la Señorita O'Leary sabe cómo se hace. Tú dile adónde debe ir. Dile que te lleve a Westport, a casa de May Castellan.

—¿Tú no vienes?

Nico negó y le dio una sonrisa tranquilizadora a su hermana.

—No te preocupes por mí. Nos vemos allí.

Estaba un poco nervioso, pero me incliné sobre la oreja de la perra.

—Bueno, chica —le dije—. Eh... ¿puedes llevarme a Westport, Connecticut?, ¿a la casa de May Castellan?

La Señorita O'Leary husmeó el aire. Miró el bosque sombrío. Entonces arrancó de golpe y fue directamente hacia el tronco de un roble.

Justo antes de chocar, nos zambullimos en una sombra tan helada como el lado oscuro de la luna.

Capitulo nuevo porque me pintó.

Meme time

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