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006.ᴀʙᴏᴜᴛ ꜱᴛᴀᴛᴇᴍᴇɴᴛꜱ ᴛʜᴀᴛ ᴄᴏᴍᴇ ꜰʀᴏᴍ ᴛʜᴇ ꜱᴏᴜʟ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴅᴇᴄʟᴀʀᴀᴄɪᴏɴᴇꜱ Qᴜᴇ ꜱᴀʟᴇɴ ᴅᴇꜱᴅᴇ ᴇʟ ᴀʟᴍᴀ

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NADA MÁS PELIGROSO QUE UNA PERSONA QUE TE HAGA ESTRENAR SENTIMIENTOS, dijo una vez Benjamin Griss.

Un poco nerviosa, me acomodé el cabello viendo mi reflejo en el vidrio de la puerta de la enfermería.

Sentía que estaba actuando como una tonta, nunca me había preocupado por mi apariencia cuando tenía que interactuar con Michael, nunca me había importado nada de mí misma porque él siempre había visto las partes más vergonzosas de mí.

Negué varias veces, tratando de concentrarme un poco y respiré profundamente para darme ánimos antes de entrar.

Empujé la puerta de la enfermería con cautela, adentrándome en el conocido y reconfortante aroma a hierbas medicinales y ungüentos curativos. La enfermería del Campamento Mestizo era un lugar que había visitado en numerosas ocasiones, ya fuera por torpes accidentes durante las actividades o por enfrentamientos con criaturas mitológicas. Pero esta vez, era diferente. Esta vez, mi corazón latía con fuerza en mi pecho, amenazando con escapar de su prisión de costillas.

El ambiente tranquilo de la enfermería se vio interrumpido por el sonido de mi respiración entrecortada. Los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas semiabiertas, creando un juego de luces y sombras sobre los muebles de madera y las camas cuidadosamente dispuestas. Mi mirada ansiosa recorrió la sala hasta detenerse en una de las literas, donde encontré a Michael acostado, con la mirada perdida en el techo y una expresión aburrida en su rostro.

Mis manos, todavía temblorosas, se aferraron al borde de la puerta mientras el silencio parecía envolver la habitación. El aire se espesó y cada segundo se alargó como si fuera una eternidad.

Mi mente divagó entre mil pensamientos inciertos y me pregunté si estaba cometiendo un error al buscarlo aquí. Pero Lee tenía razón, merecíamos tener una conversación antes de mi misión...solo por las dudas.

Respiré profundamente, sintiendo el aire fresco llenar mis pulmones y fortalecer mi resolución. Dejé que la confianza creciera dentro de mí y con pasos decididos me acerqué a la cama de Michael. El crujir suave del suelo bajo mis pies parecía dar ritmo a mi valentía recién descubierta.

—Hola —murmuré llamando su atención.

—Hola —dijo mirándome a los ojos.

El café intenso de su mirada me desarmó por completo, y en ese instante supe que había hecho lo correcto. A pesar de la aburrida expresión en su rostro, vi una chispa de alegría y nervios en sus ojos.

Era hora de enfrentar la incómoda verdad que había quedado suspendida en el aire desde aquella noche. Mis manos se entrelazaron nerviosamente y, con un suspiro, reuní el coraje para abordar el tema.

—Michael, tenemos que hablar de lo que pasó... —empecé, mi voz apenas un susurro—. No podemos seguir fingiendo como si nada.

Él asintió con seriedad, su expresión se tornó expectante y sus labios se apretaron ligeramente. Sentí un ligero temblor recorrer mi cuerpo, pero no podía retroceder.

—¿Quieres sentarte? —preguntó señalando la litera, mientras él mismo se sentaba mejor contra el espaldar.

Asentí. Pronto estábamos uno frente al otro, nerviosos por poner en palabras lo que ambos sabíamos que podía cambiar todo.

—Lo siento si te hice sentir incómoda. No era mi intención... las cosas simplemente se salieron de control.

—¿No ibas a besarme?

Él me miró, pareciendo dudar de sí mismo, respiró profundamente y asintió.

—No pretendía que pasara —admitió—. No esa noche al menos, pero sí quería besarte.

Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de sinceridad y vulnerabilidad. Mi corazón pareció detenerse por un instante, incapaz de procesar completamente lo que acababa de escuchar.

Desvié la mirada por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que me pasaba. Sentía el pulso acelerado en mis sienes mientras luchaba por controlar mis emociones.

—¿Hace cuanto...?

—Desde que te conocí —respondió.

Lo miré, incrédula porque no podía comprender cómo yo, la hija del dios del amor, que tenía habilidades para sentir las emociones relacionadas al amor en las personas a mi alrededor, nunca me había percatado de lo fuerte que eran las suyas cuando estaba a mi lado.

Me miró de una manera que me hizo sentir como si fuera lo único en su mundo, como si todo el afecto que sentía de golpe se liberara sin ningún control.

Casi se me llenaron los ojos de lágrimas. Nunca nadie me había mirado como él lo hacía.

—Y-Yo...no es...no lo entiendo...

—Si te vieras con mis ojos...entenderías.

En cada palabra que pronunciaba, en cada pequeño gesto, podía sentir la sinceridad y la autenticidad que emanaba de él. No había barreras ni filtros en sus emociones. Todo estaba a flor de piel, al descubierto, como un lienzo en blanco listo para ser pintado con los colores más intensos del amor.

El corazón me martilleaba en el pecho, impulsándome a dejarme llevar por el torbellino de emociones que se agolpaban dentro de mí. A pesar de mis dudas, de las heridas del pasado y de los miedos que amenazaban con aflorar, la intensidad de sus sentimientos se convertía en un faro que iluminaba mi camino.

—Michael...

—No espero que te sientas igual, Darlene —dijo inclinándose cerca de mí—. No soy estúpido, he pasado dos años viendote enloquecer por Jackson, no espero que eso cambie de la noche a la mañana, nunca lo hice.

»Por eso nunca te dije nada. Por eso nunca intenté nada. Estaba respetando tus sentimientos.

Bajé la mirada, evitando sus ojos, temiendo que pudiera leer toda la confusión y el caos emocional que me invadían en ese momento. Las lágrimas amenazaron con escaparse de mis ojos, pero me obligué a contenerlas, al menos por ahora.

—Ya...ya no sé ni qué sentir —admití—. No quiero lastimarte, Michael.

Él se acercó un poco más, buscando mi mirada con la suya intensa y llena de determinación. Su mano se posó con suavidad sobre la mía, enviando un calambre eléctrico a través de mi cuerpo. Me estremecí ante su contacto, sintiendo la calidez y la seguridad que irradiaba.

—Aún sigues sin entender —murmuró—. Te dejaría romperme el corazón miles de veces, Darlene.

Una corriente eléctrica me recorrió la columna, y las palabras de Afrodita se sintieron como un peso aplastante.

—Tienes que entender, Darlene —dijo con seriedad—. que el amor tiene un inmenso poder sobrecogedor, capaz de salvar hasta a las almas más llenas de odio, pero también es una fuerza capaz de destruirte.

»Y tú, particularmente, tienes un destino en cada mano y dependerá de tu elección final a quién le arrancarás el corazón: tu alma gemela o el amor de tu existencia.

«¿Acaso...?»

—No quiero hacerlo —respondí sintiendo como si mi alma llorara por tal pensamiento.

El silencio se prolongó mientras nuestros corazones latían en sintonía, creando una especie de melodía en el aire cargada de emociones encontradas. Finalmente, Michael rompió el silencio con voz suave, pero firme.

—No creo que deba ser algo que nos preocupe ahora —dijo—, vas a bajar al laberinto. Lee me lo dijo, lo último que necesitas es pensar en sentimientos, necesitas la cabeza fría para todo lo que tendrás que enfrentar allá abajo.

»Me gustaría poder acompañarte, me hiela la sangre en pensar que puedas necesitar ayuda y no estaré ahí para tí —murmuró—, pero sé que eres fuerte, y que le darás una paliza a lo que sea que se atraviese en tu camino. Confío en tí.

»Así que, ¿qué te parece esto? Baja, cumple con la misión, deja que lo que sea que tenga que pasar, pase. Y cuando vuelvas, porque sé que volverás, hablaremos de nuevo de esto.

Su comprensión y apoyo me conmovieron profundamente. Me sentí abrumada por la fuerza de sus sentimientos y su determinación inquebrantable. Sabía que estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío que se presentara, incluso si eso significaba sufrir.

Lo miré a los ojos, tratando de transmitir toda la gratitud que sentía en ese momento. Sus ojos reflejaban una confianza inquebrantable, como si supiera que juntos podríamos superar cualquier obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.

—Gracias —susurré, sintiendo cómo el peso de mis dudas y temores comenzaba a disiparse.

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Supongo que tenía derecho a intentar tener una buena noche de sueño antes de emprender la búsqueda, pero la realidad es que no tengo tanta suerte.

Tuve una visión que me abrió los ojos a una nueva perspectiva.

Estaba en un camarote del Princesa Andrómeda, las ventanas estaban abiertas, apenas dejando entrar la luz de la luna por entre las cortinas blancas que se movían con la brisa marina.

Vi a Alessandra sentada en la cama, sosteniendo en sus manos un guardapelo de color plata circular con un ala a cada lado. Estaba perdida en sus pensamientos viendo el interior, una foto seguramente.

La puerta se abrió, y ella metió el guardapelo dentro de su suéter, mirando al recién llegado con seriedad.

—Las personas con modales tocan antes de entrar —espetó.

Luke la miró de la misma manera, y luego una sonrisa tranquila adornó sus labios. Iba con una antigua túnica griega llamada chitón y con un himation, una especie de capa que le caía por la espalda. Esas vestiduras blancas le daban un aire intemporal, casi irreal, como si fuese uno de los dioses menores del monte Olimpo.

La última vez que lo había visto, tras su pavorosa caída desde el monte Tamalpais, estaba descoyuntado e inconsciente. Ahora parecía en perfectas condiciones. Incluso demasiado sano.

Se acercó lentamente a Alessandra, su mirada penetrante llena de determinación. Con un gesto apacible, extendió su mano hacia ella, ofreciendo un apoyo silencioso. Ella lo observó con suspicacia, pero finalmente aceptó su gesto y tomó su mano, entrelazando sus dedos.

—El Campamento enviará un grupo de búsqueda, tal como dijiste —murmuró. La acercó a sí, pasando su brazo por la cintura de la chica y acariciando suavemente su mejilla.

Pero Alessandra apartó el rostro, impasible y seria como una estatua.

—Era obvio, no es ninguna sorpresa —espetó.

Luke soltó un suspiro y se apartó.

—Sigues enojada.

—No es que te importe —dijo ella—, ya has tomado tu decisión.

—Lessa —susurró—. No tengo otra opción.

—¡La habría habido si me hubieras escuchado! —gritó furiosa—. Eres egoísta, Luke. Sé que no te importa nadie que se interponga en tu camino, pero hubiera pensado que al menos te importaría yo, tu alma gemela. Pero solo me has demostrado no tener alma.

Luke bajó la cabeza, apenado y con una expresión dolorosa en el rostro.

—Podríamos...podrías aceptar...

—¡No lo haré! —gritó interrumpiendolo—. No dejaré que usen mi cuerpo de la misma manera. Es grotesco que si quiera sigas intentando convencerme.

La tensión en el aire era palpable, y podía sentir el dolor y la frustración que flotaba entre ellos.

Luke levantó la mirada, sus ojos llenos de tristeza y arrepentimiento. Intentó hablar, pero las palabras parecían atascarse en su garganta, incapaces de encontrar una forma adecuada de expresar su angustia.

—Lessa, por favor —murmuró con la voz temblorosa—. No puedo soportar verte así. Me duele en lo más profundo de mi ser ver cómo estás sufriendo.

Ella lo miró con dureza, su rostro impasible y sus ojos llenos de decepción.

—No quiero escuchar tus palabras vacías, Luke. Las promesas quebradas se pierden en el viento, y yo ya he perdido suficiente. Ya no puedo confiar en ti —respondió con amargura.

Él se volvió acercar, su mirada suplicante mientras extendía una mano temblorosa hacia ella.

—Por favor, solo déjame...

Alessandra apartó la mirada, su rostro estaba lleno de dolor.

—No entiendes, Luke. Tú no tienes idea lo que fue, el dolor desgarrador que sentí cuando caíste. Pensé que moría contigo, aún cuando mi cuerpo seguía siendo igual de fuerte. Y ahora tengo que soportar ver como te desvaneces, ¿tienes idea de lo mucho que me lastimas? Si pudieras sentir lo que siento, no me harías esto.

»Por como actúas, a veces pareciera...que no eres mi alma gemela.

Las lágrimas comenzaron a brotar en los ojos de Luke, reflejando su profundo remordimiento.

—Lo lamento, de verdad lo hago —dijo tomando su rostro en sus manos con una gran delicadeza—, pero ya no puedo volver atrás. Sé que soy un maldito egoísta, pero por favor, no me abandones ahora, no podré hacerlo si...

Su voz se perdió en un susurro entre ambos, Alessandra se acercó a él y lo besó suavemente, luego se apartó, mirando con los ojos llenos de tristeza y amor mezclados.

—No podría, por más que quiero hacerlo, no tengo opción. A diferencia de tí, yo sí pienso en el bienestar de tu corazón.

Mientras presenciaba esta escena cargada de dolor y amor, me sentía atrapada en la esencia misma de su tragedia. Mis ojos se llenaron de lágrimas silenciosas mientras los observaba.

Luke sostuvo a Alessandra con ternura, sus manos aún aferradas a su rostro. Sus ojos brillaron con la agonía de la despedida inminente. Sin embargo, su mirada estaba llena de una determinación obstinada, como si estuviera dispuesto a luchar contra cualquier adversidad.

—No puedo perder la esperanza, Lessa —murmuró Luke con una voz quebrada—. Tú eres mi esperanza.

Ella lo miró fijamente, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de dolor y resignación.

—Ya hemos luchado demasiado, Luke. Nuestro camino se ha vuelto peligroso y lleno de sacrificios, y aún así tengo que seguir viéndote pasar más allá de los límites, sin poder hacer nada para detenerte. Pero te amo demasiado como para dejarte recorrerlo solo.

Las palabras de Alessandra se desvanecieron en un susurro lleno de tristeza, y podía sentir la inmensa carga de responsabilidad que llevaba en sus hombros. Luke luchó por encontrar las palabras adecuadas para disipar sus temores, pero ninguna parecía suficiente.

—Eres mi todo, mi razón para seguir sabiendo que estás a mi lado. Juntos hemos enfrentado innumerables desafíos y hemos sobrevivido.

Ella cerró los ojos brevemente, como si luchara por encontrar la fuerza para continuar.

—Desearía...—dijo con la voz rota—. Desearía que nuestros caminos se hubieran cruzado antes de todo esto, quizá habría podido salvar tu alma de tanto odio.

Ella se aferró a él con fuerza, su cuerpo temblando por la inmensidad de sus palabras. Luke la abrazó, como si la sola idea de separarse de ella significara la muerte misma. Ambos estaban rotos, y luchaban por mantenerse armados el uno al otro, aún cuando eran ellos mismos quienes seguían haciéndose daño.

Me desperté llorando. La sola idea de estar en su situación me rompió el corazón.

Alessandra tenía razón. No parecían almas gemelas por su actuar.

Un alma gemela nunca te obligaría a hacer algo que te destrozará por dentro. Aún así, el amor en sus miradas era la prueba suficiente, estaban destinados pese a la vida que les tocó vivir esta vez.

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Al romper el alba, los integrantes del grupo de búsqueda nos reunimos en el Puño de Zeus. Había preparado una mochila con un termo de néctar, una bolsita de ambrosía, un petate, cuerda, ropa, comida, linternas y un montón de pilas de repuesto.

Llevaba mi arco y el carcaj en la espalda con una gran cantidad de flechas bien afiladas, bendecidas por Eros, e incluso le había pedido a Apolo que guiara mi puntería.

Me había puesto mi chaqueta de cuero con apliques de corazones rotos, donde había guardado mi espejito. Pero más importante, esa mañana al despertar me había encontrado una gran sorpresa.

Sobre mi mesita de noche había una horquilla de oro puro, reluciendo con un brillo deslumbrante y un color cálido que me recordaba al sol al amanecer. Su diseño era elegante y sofisticado, con detalles intrincados que reflejaban la artesanía divina. El cuerpo de la horquilla estaba adornado con grabados en relieve, que representaban los símbolos sagrados de Apolo: la lira, el sol y las flechas doradas.

Las puntas eran suaves y curvas, como las alas de un ángel, y estaban engastadas con pequeñas piedras preciosas que emanaban destellos luminosos en tonos dorados y naranjas; parecía capturar la luz del sol, creando un juego de reflejos deslumbrantes.

Tenía una sensación sólida, pero liviana, perfecta para sujetar el cabello con elegancia y comodidad. Su belleza trascendía lo meramente estético, como si irradiara un poder místico y divino.

Y lo era, porque en el momento en que la tomé en mis manos, su forma cambió. Sostenía una bellisima espada de oro, con una hoja recta y afilada, el mango era egonómico y envuelto en cuero fino de color marfil, proporcionado un agarre cómodo y firme. En su centro había una gema solar incrustada, que parecía arder con una llama interior.

Había una pequeña nota a su lado, y solo ver la ya conocida caligrafía hizo que mi corazón saltara.

Éxito en tu misión. Recuerda, no tienes permiso de morir.
Pero por las dudas, te entrego este obsequio. Se llama Aktinovolía. Ahora es tuya, y estará siempre para tí, no importa a dónde vayas.

Apolo.

—Resplandor —murmuré traduciendo el nombre griego.

Era la propia espada de Apolo, forjada con el fuego del sol, su esencia era el mismo astro. Me había regalado una muestra de su propio poder divino.

Sonreí sujetando mi cabello en un moño con la horquilla, agradecida enormemente por el detalle que había tenido, era un honor ser la dueña de una espada creada para un dios. Incluso si era para el tonto de Apolo.

Miré hacia el cielo, por entre los árboles apenas se veían los primeros rastros del amanecer. La niebla había desaparecido y el cielo estaba azul. Los campistas seguirían asistiendo a clases, volando en pegaso, practicando el arco y escalando la pared de lava.

Nosotros, entretanto, nos sumiríamos bajo tierra.

Enebro y Grover se habían apartado un poco del grupo. Ella había estado llorando, pero ahora procuraba dominarse para no entristecer a Grover. No paraba de arreglarle la ropa, de colocarle bien el gorro rasta y sacudirle los pelos de cabra de la camisa. Como no sabíamos con qué íbamos a encontrarnos se había vestido como un humano.

Quirón, Quintus y la Señorita O'Leary permanecían junto a los campistas que habían acudido a desearnos buena suerte, pero reinaba demasiado ajetreo para que resultase una despedida feliz. Habían levantado un par de tiendas junto a las rocas para hacer turnos de vigilancia.

Beckendorf y sus hermanos estaban construyendo una línea defensiva de estacas y trincheras. Quirón había decidido que era necesario vigilar la entrada del laberinto las veinticuatro horas. Por si acaso.

Annabeth estaba revisando su mochila por última vez. Cuando Tyson, Percy y yo fuimos a su encuentro, frunció el ceño.

—Tienes una pinta horrible, Percy.

—Ha matado la fuente esta noche —susurró Tyson en tono confidencial.

—¿Qué? —pregunté confundida.

Pero antes de que pudiera explicárnoslo, Quirón se acercó al trote.

—Bueno, parece que ya están preparados.

Procuraba parecer optimista, aunque noté que estaba muy preocupado. No quería asustarlo más, pero recordé el sueño de esa noche y tragué sintiendo un nudo en la garganta.

—Quirón, ¿podrías hacerme un favor mientras estoy fuera?

—Claro, muchacho.

—Enseguida vuelvo, chicos.

Le hizo un gesto hacia el bosque. Él arqueó una ceja, pero lo siguió hasta un rincón discreto.

Los miré unos segundos, cuando sentí una mano apoyándose sobre mi hombro. Me giré, encontrándome a varios niños de la cabaña de Apolo.

—Buena suerte —dijo Kayla dándome un abrazo que me sacó el aire. Casi nos caemos cuando Will, Alex y Matthew se sumaron.

—Gracias, chicos —murmuré devolviéndoles el gesto.

Austin estaba detrás, actuaba todo rudo y frío, pero en sus ojos había incertidumbre.

—Espero que vuelvas viva y en una pieza —dijo.

—Lo intentaré —respondí acomodándole el cuello de la camisa.

Luego le siguió Lee, quién me dio un fuerte abrazo.

—¿Llevas néctar?

—Sí.

—¿Y ambrosía?

—También.

—¿Y gasas, alcohol, vendas...?

—Sí, tranquilo.

—Cuídate —dijo dejando un beso en la frente.

Michael se limitó a mirarme a los ojos, me abrazó y el corazón se me aceleró.

—Regresa a mí —susurró en mi oído, poniéndome la piel de gallina.

—Lo haré —dije en igual tono.

Me miró como si la sola idea de dejarme ir fuera dolorosa, y me di cuenta que alejarme me resultaba igual de angustiante.

Me acerqué a Annabeth, Percy no tardó en volver y subimos a las rocas, donde Tyson y Grover nos aguardaban ya. Estudié la grieta entre los dos bloques: aquella entrada que estaba a punto de tragarnos.

—Bueno —dijo Grover, nervioso—. Adiós, luz del sol.

—Hola, rocas —asintió Tyson.

Y los cinco juntos nos sumimos en la oscuridad.

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