005.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴇ ᴄᴏᴜʀᴛ ᴍᴀʀᴛɪᴀʟ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟ ᴄᴏɴꜱᴇᴊᴏ ᴅᴇ ɢᴜᴇʀʀᴀ
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LOS LÍDERES DEL CAMPAMENTO ESTABAN REUNIDOS ALREDEDOR DE LA MESA DE GUERRA.
El año pasado cuando Quirón nos dijo que podíamos tener los consejos de guerra en la sala de juegos, usando la mesa de ping-pong de siempre, se me ocurrió, que ya que íbamos a ser un montón de semidioses debatiendo estrategias de guerra para la contienda que íbamos a tener contra Cronos en nombre de los dioses, al menos debíamos hacerlo bien y convertir aquel lugar en un verdadero Consejo.
Yo había propuesto a Quirón y al señor D cambiarla por una mesa de caoba, o una de piedra pulida con una maqueta de la ciudad de Nueva York. También podríamos poner mapas de las zonas que la rodeaban, sobre todo, de Long Island.
Quirón dijo que sería genial, pero no podíamos hacer nada sin la autorización de Dioniso, y el dios me dijo que dejara de ser una molestia o me convertiría en un pingüino.
Así que apelé a la manipulación.
Le hice un gran tributo al Señor D y lo alabé con palabras influenciadas con el poder de Peitos. Lo convencí lo suficiente para al menos escuchar mis ideas, llevé conmigo a Annabeth como mi arquitecta, y a Beckendorf como mi jefe constructor. Le mostramos planos y hasta le dijimos que tendríamos un trono con pieles y un mini-bar que nadie más tocaría, salvo él.
Al final nos dio permiso, pudimos hacer todos los cambios y ahora teníamos una Sala de Guerra en todo su esplendor griego:
La mesa de piedra pulida con la construcción de la mini ciudad de Nueva York y sus zonas aledañas estaba en el centro, muy bien iluminada, y rodeada por doce sillas de madera, una para cada cabaña. Y por supuesto, el trono del señor D.
Habíamos puesto armas y escudos de bronce celestial, algunos hechos por los chicos de Hefestos y otros traídos de la colección privada de las cabañas de Ares y Atenea.
También habíamos puesto pizarrones móviles con mapas de Estados Unidos donde habíamos marcado todos los puntos donde el ejército de Cronos había sido visto.
El suelo estaba cubierto por una gruesa alfombra roja, pero había varias zonas desgastadas por el paso continuo de las botas de los semidioses que acudían a las reuniones.
Fuera de esos detalles, y el mini-bar de Dioniso en el fondo, no había nada más. Era un ambiente ligeramente austero, pero funcional e imponente.
Claro que muchas veces, el esfuerzo por aparentar ser unos guerreros, quedaba en nada cuando todos se comportaban como idiotas.
La prueba fue la escena que nos encontramos cuando Annabeth, Quirón, Percy y yo entramos a la sala, aquello parecía un concurso de alaridos.
Solté un suspiro agotado al ver lo que estaba pasando.
Clarisse se había puesto su armadura, en la espalda tenía sujeta la lanza eléctrica, sostenía bajo el brazo su casco con forma de jabalí y llevaba un puñal en el cinto.
Frente a ella, Michael le estaba gritando. Me resultaba un poco gracioso considerando que Clarisse le sacaba unos treinta centímetros, pero yo sabía que nada intimidaba al muy suicida, y tenía unos pulmones de acero para hacerse escuchar.
—¡Ese botín es nuestro! —gritó irguiéndose de puntillas para tratar de ponerse a la altura de Clarisse—. ¡Y si no te gusta, que te jodan!
En torno a la mesa, hacían esfuerzos para no reír. Los hermanos Stoll, Pólux y Katie representando a las cabañas de Hermes, Dioniso y Demeter; incluso Jake, el nuevo líder temporal de Hefestos, sonrió levemente.
Era una suerte que Silena ya no fuera la líder de Afrodita, haber tenido que presenciar esto habría sido una tortura.
—¡Basta! —bramó Percy—. ¿Qué demonios están haciendo?
Clarisse lo ignoró, mirándome directamente a mí.
—Dile a tu imbécil que no se porte como un imbécil.
«Sí, porque yo soy justo la persona indicada para hacerlo entrar en razón ahora».
—No la metas en esto —espetó él—, y es muy indicado que lo digas tú nada menos.
—¿Se puede saber qué pasa? —preguntó Percy.
Pólux carraspeó.
—Clarisse no piensa hablarnos hasta que su, hum... asunto se resuelva.
—No nos dirige la palabra desde hace tres días —agregué, cruzándome de brazos.
—¿Qué asunto?
Clarisse se volvió hacia Quirón.
—Eres tú quien está al mando, ¿no? ¿Le corresponde o no le corresponde a mi cabaña lo que pedimos?
Quirón arrastró las pezuñas, incómodo.
—Tal como expliqué en su día, querida, Michael tiene razón. La reclamación de la cabaña de Apolo es más convincente. Además, tenemos cosas más importantes...
—Ya, claro —le espetó Clarisse—. Siempre hay cosas más importantes que atender las reclamaciones de Ares. Se supone que tenemos que presentarnos y luchar sin rechistar cuando ustedes lo digan.
—No estaría mal —murmuró Connor Stoll.
—Cállate —espeté dándole un golpe en la nuca. Me giré hacia Clarisse—. Mira, entendemos que quieras defender el honor de tu cabaña, el problema es que estás exigiendo un trofeo de batalla que no les corresponde. Vamos a cambiar los lugares un momento. Apolo dirige la misión, están lejos el uno del otro, en la zona en la que Ares pelea, ganan y consiguen el carro, pero como Apolo lideraba, exigen que les sea entregado, ¿se los darías?
—No.
—Bueno, ahí tienes tu respuesta.
Ella negó furiosa.
—No me vas a convencer con palabrería, Darlene. Eres imparcial.
—¿Disculpa?
—Este imbécil es tu alma gemela y está enojado contigo —espetó señalando a Michael—, por supuesto que te pondrás de su lado para contentarlo.
—¡Y tú eres mi tía, estúpida! —bramé apuntando con el dedo—. No me pongo de tu lado porque es abusivo que quieras reclamar un trofeo que no te corresponde. Si ambas cabañas hubieran estado luchando juntas en el mismo lugar al momento de conseguirlo, podría tener sentido esta tonta discusión, que realmente a nadie le importa una puta mierda. Además, ambos están siendo absurdos —agregué mirándola a ella y a Michael—. ¡Estamos en medio de una guerra que no solo nos compete a nosotros, también a toda la humanidad, y ustedes discuten por un carro inútil! ¿No podrían al menos esperar a que ganemos para matarse el uno al otro por esa maldita cosa?
Clarisse empuñó el cuchillo, decidida a ignorarme.
—Quizá debería preguntarle al señor D...
—Como bien sabes —la interrumpió Quirón, ahora algo irritado—, nuestro director, Dioniso, está muy ocupado con la guerra y no se le puede molestar.
—Ya veo. ¿Y los demás líderes? ¿Ninguno de ustedes va a ponerse de mi lado? —Ya nadie sonreía ni se atrevía a mirarla a los ojos—. Muy bien —dijo arrojando su cuchillo sobre la mesa—. Ya pueden prepararse para librar esta guerra sin Ares. Hasta que reciba una reparación, ningún miembro de mi cabaña levantará un dedo. Que se diviertan muriendo.
Los demás líderes se habían quedado pasmados y se limitaron a mirarla salir hecha una furia.
Genial. Ahora tenía la imagen completa de una de mis visiones sobre por qué Ares no iba a pelear. Y probablemente yo había echado el último trozo de leña al fuego al no ponerme de su parte.
Me pasé las manos por la cara. ¿Cuánto más iba a seguir arruinando todo?
—¡Que se pudra! —dijo Michael de repente.
Quería tanto golpearlo y que entrara en razón, pero ahora no era el mejor momento porque probablemente acabaríamos discutiendo. Decidí que lo intentaría más tarde, cuando estuviera más calmado.
—¡Esto es un auténtico desastre! —protestó Katie.
—No puede hablar en serio —dijo Travis—. ¿O sí?
Quirón suspiró.
—Se ha sentido herida en su orgullo. Acabará calmándose.
No sería así, Clarisse era orgullosa a un punto insano. Si ella pensaba que quedándose en el campamento, haciendo de cuenta que podía ignorar la guerra y que estarían bien, estaba muy equivocada.
Si nosotros perdíamos, el ejército de Cronos llegaría al campamento y ellos estarían solos. También morirían, y entonces, no importaría quién era el dueño del carro o el honor de las cabañas.
—Bueno —prosiguió Quirón—. Si me hacen el favor, Percy ha traído algo que deben oír. Percy... la Gran Profecía.
Annabeth le tendió el pergamino. Se notaba viejo y reseco al tacto. Forcejeó con el cordel, lo desenrolló con cuidado, procurando no romperlo, y empezó a leer:
—"De los dioses más anfibios un mestizo...".
—Hum, Percy —interrumpió Annabeth—. Son "antiguos", no "anfibios".
—Ah, ok. —La dislexia es uno de los rasgos típicos de un semidiós, pero siempre resulta una mierda—. "De los dioses más antiguos un mestizo...llegará a los dieciséis contra todo lo predicho..." —Titubeó un momento, examinando los versos siguientes—. "Y en un sueño sin fin el mundo verá. El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar."
Fruncí el ceño, preocupada por esa línea. ¿Una hoja maldita? Sabía que Contracorriente había causado dolor a muchas personas, ¿sería posible que Percy fuera a morir por el filo de su propia espada?
Me mordí el labio, no había visto nada de eso.
—Percy —apremió Quirón—. Lee el resto.
—"Una sola decisión... con sus días acabará..." —continuó con la voz algo cortada—. "El Olimpo perseverará..."
—"Preservará" —corrigió en voz baja Annabeth—. Quiere decir "salvará".
—Ya sé lo que quiere decir —refunfuñó—. "El Olimpo preservará o asolará".
La habitación quedó en silencio. Connor Stoll comentó al fin:
—"Asolará" no está tan mal. Es "aislar", ¿no?
—De eso nada —repuse—. Significa "destruirá".
—"Arrasará" —añadió Annabeth—. "Aniquilará". "Reducirá a escombros".
—Sí, bien; ya entendimos —dije con tono seco.
Todo el mundo miraba a Percy: con inquietud o compasión, y también, un poco de miedo. Quirón tenía los ojos cerrados, como si se hubiera puesto a rezar. Cuando adoptaba forma de caballo, su cabeza casi rozaba el techo de la sala.
—Ahora entenderás, Percy, por qué consideramos conveniente no contarte la profecía entera. Bastante peso tenías ya sobre tus hombros...
—¿Sin saber que, de todos modos, iba a morir al final? Bien, ya lo entiendo.
Quirón lo miró con tristeza. Tenía tres mil años, había visto morir a centenares de héroes. Quizá no le gustara, pero ya estaba acostumbrado.
Seguramente era consciente de que no valía la pena tratar de tranquilizarlo.
—Percy —dije llamando su atención—, ya sabes que las palabras de una profecía siempre tienen doble sentido. Quizá no signifique literalmente que vayas a morir.
Ni yo me lo creía.
—Sí —murmuró—. "Una sola decisión con sus días acabará". Eso tiene una infinidad de significados, ¿no?
—Quizá podamos impedirlo —aventuró Jake Mason—. "El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar". Tal vez podríamos encontrar esa hoja maldita y destruirla. Suena como si fuera la guadaña de Cronos, ¿no creen?
No se me había ocurrido, pero tampoco importaba demasiado si la hoja maldita era Contracorriente o la guadaña de Cronos. Se suponía que una hoja segaría su alma, lo ideal sería que ninguna hoja lo segara.
—Quizá deberíamos dejar que Percy medite sobre estas líneas —dijo Quirón—. Necesita un poco de tiempo...
—No. —Dobló el pergamino y se lo metió en el bolsillo. Estaba enojado, furioso, era tan fácil de sentirlo que se notaba en sus ojos—. No necesito tiempo. Si debo morir, moriré. No voy a preocuparme por eso, ¿bien?
A Annabeth le temblaban un poco las manos. No se atrevía a mirarlo a los ojos.
Y yo la entendía. Percy era una parte de mi corazón, ya había perdido a Lee el año pasado y aún no me recuperaba del todo. Michael me odiaba y no veía oportunidad de arreglar las cosas por lo pronto. Lo último que necesitaba era pensar en perder a Percy también.
¿Y Annabeth? Ahora estaba segura que ellos dos eran almas gemelas. No podía pensar en el dolor que ella sentiría si lo perdía. Por lo que sabía, era el dolor más grande que había.
Miré a Michael, sintiendo un enorme vacío solo de pensar en perderlo. Quizá él también lo pensó, porque me miró y sus ojos reflejaban una tristeza igual a la mía.
Apartó rápidamente la mirada y carraspeó.
—No podemos quedarnos tranquilos. Que hayamos volado el Princesa Andrómeda no va a detener a Cronos eternamente.
—Por supuesto que no —dijo Quirón—. De hecho, su siguiente asalto ya está en marcha.
—¿Hablas de esa "amenaza mayor" que mencionó Poseidón? —preguntó Percy.
Quirón me miró, era el momento.
—Percy —prosiguió él—, no queríamos contártelo hasta que regresaras. Necesitabas un descanso con... tus amigos mortales.
Annabeth se sonrojó. Me sentí mal por ella, habíamos discutido mucho tiempo sobre el hecho de Percy saliendo con Rachel, entendía su enojo, pero la verdad es que al final del día, Percy no era su novio, y por ende, aunque le molestara, podía hacer lo que quisiera con quién quisiera.
Ella no se tomó bien mi punto de vista.
—Cuéntame lo que ha pasado —pidió Percy.
Quirón tomó una copa de bronce de la mesita auxiliar y vertió agua en la plancha caliente donde solíamos fundir el queso de los nachos. De inmediato se elevó una columna de humo, formando un arco iris a la luz de los fluorescentes.
Sacó un dracma de oro, lo lanzó a través de la niebla y musitó:
—Oh, Iris, muéstranos la amenaza.
La niebla tembló. Vi la imagen humeante de un volcán conocido: el monte Saint Helens. Mientras lo contemplaba, la ladera de la montaña estalló violentamente, arrojando fuego, lava y cenizas. La voz de un locutor comentaba:
—"...incluso mayor que la erupción del año pasado, y los geólogos advierten que podría no haber concluido aún".
Ya había visto ese vídeo. La montaña se hizo pedazos y se desmoronó hacia el interior de la tierra, y entre el humo y la lava se alzó una silueta colosal, como si emergiera de la boca de una alcantarilla.
Confiaba en que la Niebla impidiese que los humanos vislumbraran aquello con claridad, porque lo que veía ante mis ojos habría desatado el pánico y provocado revueltas en todo el país.
Aquel gigante era peor de lo que contaban las leyendas. Incluso mis ojos de semidiosa no lograban distinguir su forma con exactitud entre las llamas y la ceniza, pero parecía algo humanoide y era tan descomunal, tan brutalmente inmenso, que podría haber usado un rascacielos del tamaño del edificio Chrysler como bate de béisbol. La montaña se estremeció con un retumbo horrible, parecido a un terremoto, como si el monstruo se estuviera riendo.
—Es él —dijo Percy—. Tifón.
Quirón asintió con pesar.
—El monstruo más horrible de todos, la mayor amenaza que los dioses han afrontado jamás. Ha sido liberado finalmente de debajo de la montaña. Pero esa escena fue grabada hace una semana atrás. Aquí tienes lo que está ocurriendo ahora.
Eso me puso alerta. Aún no había tenido ninguna noticia del avance de ese día.
Quirón hizo un ademán y la imagen cambió. Una masa de nubes tormentosas que se cernían sobre las llanuras del Medio Oeste. Los relámpagos rasgaban el cielo y una serie de tornados lo arrasaban todo a su paso, arrancando casas de cuajo y estrujando coches y camiones como si fueran de juguete.
—"Inundaciones colosales" —decía un locutor—. "Cinco estados han sido declarados zona catastrófica mientras el monstruoso temporal se desplaza hacia el este, sembrando la destrucción".
Las cámaras enfocaron un frente tormentoso que se acercaba a una ciudad. No sabía cuál era. En el interior de aquella masa rugiente vislumbraba al gigante, aunque sólo percibía atisbos fugaces de su verdadera forma: la silueta borrosa de un brazo, una mano de afiladas garras tan grande como un bloque de casas... Su furioso bramido se propagaba por la llanura como un estallido nuclear. Otras formas más pequeñas surcaban las nubes y volaban en círculos alrededor del monstruo.
Vi destellos de luz, el gigante trataba de aplastarlas. Entorné los ojos y me pareció distinguir un carro de oro que se zambullía en la negrura.
El terror se instaló en mi estómago.
«Es una tontería» pensé tratando de calmarme. «Es un dios, sabe lo que hace y no puede morir».
Pero eso no evitaba que me sintiera aterrada por el bienestar de Apolo.
—¿Ésos...son los dioses?
—Sí, Percy —dije—. Llevan días combatiendo con él y tratando de frenarlo. Pero Tifón continúa avanzando...hacia Nueva York. Hacia el Olimpo.
—¿Cuánto le falta para llegar?
—¿A menos que los dioses consigan detenerlo? Quizá cinco días. La mayoría de los olímpicos están ahí luchando...salvo Poseidón, que ha de librar su propia guerra.
—¿Quién vigila entonces el Olimpo? —preguntó Percy.
Connor negó con la cabeza.
—Si Tifón llega a Nueva York, eso ya no importará.
—¡Es una trampa! —exclamó Percy tras meditarlo unos segundos—. Hay que avisar a los dioses. Va a ocurrir otra cosa.
Quirón lo miró con gravedad.
—¿Peor que Tifón? Espero que no.
—Tenemos que defender el Olimpo —insistió—. Cronos tiene planeado un ataque distinto.
—Lo tenía —dijo Travis—. Pero ustedes dos hundieron su barco.
—¡De verdad, creo que algo peor va a pasar!
Entonces todos me miraron, querían escuchar de mí una respuesta positiva, algo que negara la afirmación de Percy.
—¿Darlene? —preguntó Katie—. ¿Has visto algo?
Bajé la vista, pasándome la lengua por los labios, nerviosa porque sabía que habría una guerra aquí cerca, pero no sabía cuándo y eso nunca les gustaba.
—Debemos estar preparados para lo que sea que venga, no podemos especular con que Tifón es la única carta de Cronos —murmuré.
—Sí, ¿pero qué has visto? —insistió Travis.
Iba a empeorar. Los dioses se encontraban en el Medio Oeste luchando con un monstruo descomunal que en una ocasión había estado a punto de derrotarlos. Poseidón sufría un duro asedio y parecía camino de perder la guerra contra el titán Océano. Hades se negaba a participar y había cerrado el Inframundo. Cronos seguía indemne en algún lugar. El monte Olimpo estaba prácticamente indefenso. Los semidioses del Campamento Mestizo luchábamos por nuestra cuenta.
Y mientras, el Olimpo estaba completamente desprotegido.
No había forma de que no empeorara aunque tuviéramos esperanza.
—No puedo estar segura, tenía una idea de lo que pasaría, pero ahora habiendo destruido el barco de Luke quizá haya cambiado —respondí en su lugar—. Pero no podemos quedarnos tan tranquilos, si los dioses no logran detener a Tifón, el Olimpo será destruido.
Un pesado silencio cayó como una losa en medio de la habitación.
Quirón se pasó una mano por la frente. El estrés le estaba sentando pésimo.
—Entonces, debemos prepararnos para el peor escenario y reforzar nuestras defensas. —Miró a todos, uno por uno y negó con la cabeza—. Pero por ahora es suficiente. Creo que ya hemos tenido bastante por esta noche.
Hizo un gesto con la mano y el humo se disipó.
—Una manera muy suave de decirlo —musitó Percy.
El consejo de guerra fue aplazado hasta el día siguiente.
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