002.ᴀʙᴏᴜᴛ ᴛʜᴀᴛ ᴍᴏᴍᴇɴᴛ ᴡʜᴇɴ ɪ ᴡᴀɴᴛᴇᴅ ᴛᴏ ʟᴇᴀʀɴ ᴛᴏ ᴋɴɪᴛ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴀQᴜᴇʟ ᴍᴏᴍᴇɴᴛᴏ ᴇɴ Qᴜᴇ Qᴜɪꜱᴇ ᴀᴘʀᴇɴᴅᴇʀ ᴀ ᴛᴇᴊᴇʀ
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DURANTE EL RESTO DEL CURSO, todos tenían la certeza de que la señora Kerr era la profesora de matemática. Yo no la había visto nunca en mi vida hasta que se subió al autobús al final de la excursión al museo.
Al menos estaba segura que no estaba loca como todos me hacían sentir, porque Percy también había visto a la señora Dodds. A veces sacaba a colación a la antigua profesora, buscando atraparlos en falso, pero se quedaban mirándolo como si fuera un psicópata. Eso hizo que me mantuviera callada, pero notaba lo frustrado que se sentía Percy y me sentía mal por no decirlo.
—Yo también lo vi —confesé tres semanas después en el almuerzo, cuando Grover se alejó para buscar más ensalada. Percy me miró asombrado, con su comida a medio camino y la boca abierta—. En el museo...lo vi todo. La señora Dodds se convirtió en un monstruo e intentó matarte, usaste un bolígrafo que se convirtió en espada para defenderte y ahora...hay una señora Kerr enseñándonos matemática.
Él se quedó atónito y luego sonrió como un loco—. Lo sabía, sabía que no era mi imaginación.
Había sido bonito que luego de la excursión me vi cada vez más pasando el tiempo con ellos, y cuando le confesé eso a Percy, era como si me hubiera adoptado en su pequeño grupo de dos de forma permanente.
Muchas veces pasamos discutiendo sobre lo que había pasado sin lograr encontrar una explicación lógica, sobre todo porque ambos teníamos la certeza de que la señora Dodds nos había dado clases durante casi medio año y ahora nadie la recordaba.
Pero Grover no nos engañaba. Cuando mencionábamos a la antigua profesora, vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía. Pero ya sabíamos que mentía.
—¿Cómo van las pesadillas? —pregunté una tarde mientras hacíamos la tarea en su habitación. Me había contado que últimamente tenía pesadillas por las noches, estaba cansado, ojeroso y muy irritable.
—Sigo viéndola —respondió con el ceño fruncido—, con esa apariencia de alas y garras...me despierto sudando frío todo el tiempo.
Y lo entendía. Yo también tenía pesadillas, de vez en cuando soñaba ese día en el museo, revivía el miedo que sentí al no poder moverme, era como estar ahí otra vez, solo que en mis sueños Percy no tenía ninguna espada para defenderse, y la Señora Dodds lograba atraparlo entre sus garras.
Pronto el estado de ánimo malhumorado e irritable de Percy la mayor parte del tiempo comenzó a ponerme de mal humor también.
Sus notas bajaron de insuficiente a muy deficiente. Me peleé con Nancy Bobofit y sus amigas, y en casi todas las clases estábamos castigados en el pasillo.
Al final, cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll, le preguntó por millonésima vez cómo podía ser tan perezoso que ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, Percy explotó. Lo llamó drunk old man.
—No estoy seguro de qué significa, pero sonaba bien en ese momento —murmuró con una sonrisa que indicaba que no se arrepentía.
A la semana siguiente el director le envió una carta a su madre, no lo dejarían volver el próximo año.
—Mejor, prefiero quedarme en casa con mamá —dijo sin importarle.
Aunque también dijo que extrañaría mucho la vista de los bosques desde la ventana del dormitorio, el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos; y que nos echaría de menos a Grover y a mí durante el año académico.
¿Cómo decirle que solo quería ir a ese colegio por él? Había llorado toda la noche cuando me contó de su expulsión, y al día siguiente le envíe un mensaje a mi madre diciéndole que no quería volver más a Yancy el año próximo.
Si antes tenía un enamoramiento simple con Percy, ahora tenía uno en toda regla. Nos habíamos vuelto muy cercanos desde la visita al museo y no me gustaba nada la idea de ya no vernos tan seguido.
Se acercaba la semana de exámenes, y Percy tenía un especial interés en aprobar el de latín. Algo que le había dicho el señor Brunner lo había hecho querer aprobar con la mejor nota posible.
La noche antes del examen final, estábamos estudiando cuando Percy arrojó la Guía Cambridge de mitología griega al otro lado de la habitación. Le costaba demasiado aprender a diferenciar los nombres de los héroes que se parecían, y no hablemos de la conjugación de verbos en latín.
Pude ofrecerme a ayudarlo, pero él ya había rechazado mi ayuda otras veces; además, tenía un dolor de cabeza insoportable y aunque amaba la historia grecoromana, las palabras habían empezado a saltar en la página en mi propio libro.
Lo dejé deambular por la habitación a zancadas sin decir nada. Aprendí que tiene un temperamento explosivo, y le gusta hacer las cosas a su modo.
—Iré a hablar con el señor Brunner —dijo levantando su libro. Se notaba que no le gustaba nada la idea de pedir ayuda.
Me quedé sola en su habitación, estaba cálido y olía fuertemente a los pinos del bosque. Me recosté en mi asiento y cerré los ojos, sentía una punzada en la nuca y quería dormir, pero también quería terminar el capítulo que estaba intentando leer.
Habían pasado unos veinte minutos cuando la puerta se abrió y Grover entró. Estaba algo nervioso, pero Grover siempre estaba nervioso.
—Hola, Dari —dijo tumbándose en la cama luego de haber tomado sus apuntes.
—Hola, Grover.
La puerta volvió a abrirse y Percy observó a Grover fijamente con el ceño fruncido.
—Eh...¿Estás listo para el examen? —preguntó bostezando, pero Percy no respondió—. Tienes un aspecto horrible ¿Va todo bien?
—Sólo estoy... cansado.
No entendía lo que pasaba, y el ambiente se sentía tenso. Así que me despedí y me marché, si iban a discutir no quería hacer todo más incómodo conmigo ahí.
—Grover y el señor Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas. Piensan que corro algún tipo de peligro —me dijo la mañana siguiente en cuanto nos cruzamos en el pasillo.
—Vaya...suena como mi mamá —comenté cuando me contó todo lo que escuchó en su viajecito a la oficina del señor Brunner.
—¿Qué?
—Mi mamá es así de paranoica, dice que siempre estamos en peligro.
Percy siguió todo el día con el ceño fruncido, lo que había escuchado lo había dejado muy frustrado y eso se reflejaba en su estado de ánimo. Irritado y malhumorado, tal como venía desde hace semanas.
Las cosas no mejoraron tras el examen de latín, cuando el profesor Brunner intentó hacer sentir mejor a Percy en el momento equivocado y las palabras equivocadas.
Intenté buscarlo más tarde cuando el resto de las clases acabaron y él no se presentó a ninguna. Grover me dijo que quizá era mejor dejarlo solo, él vendría a nosotros cuando estuviera listo.
Nos esquivó el resto de la semana.
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El último día del trimestre hice la maleta. Y mientras los demás hablaban de sus planes de vacaciones, nosotros nos despedimos de Grover, que luego nos dijo que había reservado un billete a Manhattan en el mismo autobús Greyhound, así que allí íbamos, otra vez camino de la ciudad.
Grover no paró de escudriñar el pasillo todo el trayecto, observando al resto de los pasajeros. Entonces noté que siempre se comportaba de manera nerviosa e inquieta cuando abandonábamos Yancy, como si temiese que ocurriera algo malo. Antes suponía que le preocupaba que se metieran con él, pero en aquel autobús no iba nadie que pudiera molestarlo.
—Grover está asustandome —murmuré a Percy cuando por quinta vez, Grover se arrodilló en su asiento mirando hacia atrás.
Percy torció los labios y le dijo—: ¿Buscas Benévolas?
Grover casi pega un brinco.
—¿Qué... qué quieres decir?
Le contó que los había escuchado hablar la noche antes del examen. A Grover le tembló un párpado.
—¿Qué oíste? —preguntó.
—Oh... no mucho. ¿Qué es la fecha límite del solsticio de verano?
—Mira, Percy...—Se estremeció—. Sólo estaba preocupado por ti. Ya sabes, por eso de que alucinas con profesoras de matemáticas diabólicas...
—Grover...
—Le dije al señor Brunner que a lo mejor tenías demasiado estrés o algo así, porque no existe ninguna señora Dodds, y...
—Grover, como mentiroso no te ganarías la vida —dije interrumpiéndolo. Él me miró con los ojos bien abiertos y parecía que no sabía qué decirme—. Lo que Percy vio en el museo, yo también lo vi. No dije nada porque estabas empeñado en negarlo, pero si somos dos los que vimos exactamente lo mismo, no puedes decir que son alucinaciones.
Se le pusieron las orejas coloradas.
—Tu también eres una —murmuró pálido, se llevó las manos al rostro y gimió angustiado—. ¡Dos, tenían que ser dos!
Percy y yo nos quedamos callados, atónitos porque de golpe, Grover parecía estar a punto de ponerse a llorar desconsolado. Nos miramos confundidos por sus palabras y pude ver en sus ojos la pregunta que rondaba por su mente.
"¿Qué está diciendo?"
Me encogí de hombros.
"No tengo idea"
Aunque no era el momento para tonterías, hice esfuerzos para contener una sonrisa, era casi como si al vernos a los ojos pudiéramos entender lo que estaba pensando el otro.
Grover dejó de sollozar y nos miró, como si hubiera recordado que estábamos allí a su lado, respiró profundamente para calmarse y sacó dos tarjetas mugrientas del bolsillo de su camisa.
—Está bien, tomen esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitan este verano.
La tarjeta tenía una tipografía mortal para mis ojos disléxicos, pero al final conseguí entender algo parecido a:
Grover Underwood
Guardián
Campamento Mestizo
Long Island, Nueva York
(800) 009-0009
—¿Qué es el campamento mes...?
—¡No lo digas en voz alta! —me gritó—. Es mi... dirección estival.
—Ok —contestó Percy alicaído—. Ya sabes, suena como... a invitación a visitar tu mansión.
Grover asintió—. O por si me necesitan.
—¿Por qué te necesitaríamos? —cuestionó Percy con un tono que sonó bastante duro, le di un codazo por su insensibilidad y él me dio una mirada avergonzada. Pero Grover parecía no haberse dado cuenta de nada.
—Mira, Percy, la verdad es que yo... bien, digamos que tengo que protegerte —respondió y luego clavó sus ojos en mí—, protegerlos a los dos —agregó nervioso, como si de golpe mi presencia lo asustara demasiado.
Ambos lo miramos fijamente, atónitos.
—Grover —le dijo—, ¿de qué crees que tienes que protegernos exactamente?
Se produjo un súbito y chirriante frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor maldijo a gritos y a duras penas logró detener el Greyhound en el arcén. Bajó presuroso y se puso a aporrear y toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que teníamos que bajar.
Nos hallábamos en mitad de una carretera normal y corriente. En nuestro lado de la carretera sólo había arces y los desechos arrojados por los coches. En el otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los de antes.
La mercancía tenía una pinta fenomenal: cajas de cerezas rojas, manzanas, nueces y albaricoques, jarras de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo.
—¿Creen que tengan fresas? —dije mirando las frutas—. Amo las fresas.
—Siempre podemos cruzar y ver —dijo Percy sonriendo, y yo sentí que podía desmayarme por eso. Amaba la sonrisa de Percy.
No había clientes, sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el par de calcetines más grande que he visto nunca. La de la derecha tejía uno; la de la izquierda, otro. La del medio sostenía una enorme cesta de lana azul eléctrico.
Las tres eran de rostro pálido y arrugado, pelo argentado recogido con cintas blancas y brazos huesudos que sobresalían de raídas túnicas de algodón.
Lo más raro fue que parecían estar mirándonos fijamente. En realidad, parecían estar mirando a...
—¿Grover? —dijo Percy—. Hey...
Me volví hacia ellos y vi que otra vez estaba pálido. Tenía un tic en la nariz.
—Dime que no te están mirando. No te están mirando, ¿verdad?
—Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines?
«¿Debería pedirle clases de tejido a esas ancianas, así podría darle a Percy unos calcetines para Navidad.» pensé, pero luego moví la cabeza tratando de apartar esos pensamientos, porque Grover parecía al borde del desmayo.
«Ahora no, Darlene, no es el momento» dijo Vicktor, la conciencia.
—No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia —soltó Grover.
La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora.
Grover contuvo el aliento.
—Subamos al autobús. Vamos.
—¿Qué? —repliqué—. Ahí dentro hace mil grados.
—¡Vamos!—. Abrió la puerta y subió, dejé escapar un gemido porque no quería subir, pero lo hice.
Nos sentamos nuevamente en nuestros lugares, Percy tardó unos segundos más en venir tras nosotros y se sentó en su lugar entre Grover y yo.
En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.
Los pasajeros vitorearon.
—¡Maldita sea! —exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra—. ¡Todo el mundo arriba!
—Grover.
—¿Sí?
—¿Qué es lo que no me has contado? —preguntó el chico a mi lado con seriedad.
Grover se secó la frente con la manga de la camisa.
—Percy, ¿qué has visto en el puesto de frutas?
Yo los observé en silencio, escuchando su intercambio porque había muchas cosas que no entendía, pero podía ver que por la expresión de ambos, la cosa era bastante seria.
—¿Te refieres a las ancianas? ¿Qué les pasa? No son como la señora Dodds, ¿verdad?
—Dime sólo lo que viste —insistió.
—La de en medio sacó unas tijeras y cortó el hilo.
Grover cerró los ojos e hizo un gesto con los dedos que habría podido ser una señal de la cruz, pero no lo era más antiguo.
—¿La has visto cortar el hilo?
—Sí. ¿Por qué?
—Ojalá esto no estuviese ocurriendo —murmuró Grover, y empezó a mordisquearse el pulgar—. No quiero que sea como la última vez.
—¿Qué última vez?
—Siempre en sexto. Nunca pasan de sexto.
—Grover —repuse, empezando a asustarme de verdad—, ¿de qué diablos estás hablando?
—Déjenme que los acompañe hasta su casa. Prométanlo.
Me pareció una petición extraña, pero lo prometí. Percy también lo hizo.
—¿Es como una superstición o algo así? —pregunte.
No obtuve respuesta.
—Grover, el hilo que la anciana cortó... ¿significa que alguien va a morir? —cuestionó Percy y sentí como si un escalofrío me recorriera el cuerpo.
La mirada de Grover estaba cargada de aflicción, como si ya estuviera pensando sus palabras para un funeral.
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