000.ʟɪᴋᴇ ɢʀᴇᴇᴋ ᴛʀᴀɢᴇᴅʏ
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ᄃӨMӨ ƬЯΛGΣDIΛ GЯIΣGΛ
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━━━GRECIA, 470 a.C.
TODO ESTABA EN SILENCIO. Salvo los ruidos de algunos animales, el bosque estaba de luto.
Ningún espíritu vería aquello como algo tan terrible, la posibilidad de reencarnar como una planta era algo a lo que todos aspiraban; pero el dios que lloraba la pérdida de su amor, un amor que nunca podría tener, sí que lo sentía como si hubiera muerto. Y solo por eso, respetaron su luto, dejándolo llorar en silencio.
Apolo sollozó ante el pequeño brote de laurel, aún podía sentir el tirón en su pecho, doloroso como una espada clavada en su corazón. Casi que podía sentir como si sangrara.
No era estúpido, sabia que era debido a la magia de las flechas, había encontrado a la ninfa atractiva, pero no como para perder la cabeza por ella, no aún al menos; pero esa pequeña atracción había hecho que la flecha causara estragos en su corazón.
Y ahora aquí estaba, llorando la pérdida de un amor que en realidad no sentía.
Los pasos sobre el césped interrumpieron la quietud del bosque, a su espalda, ese monstruo se acercaba con su andar tranquilo y despreocupado.
Quería gritar de ira, de anhelo, de dolor; pero sabía que nada calmaría la angustia que sentía. Podría vengarse, pero nada le regresaría a Dafne.
—Tu me obligaste a esto, Apolo —murmuró.
El dios del sol no respondió. Sentía que si lo hacía podría acabar muy mal.
—No me gusta jugar con el amor, no es algo para tomar a la ligera —continuó. Apolo soltó un resoplido, pero siguió sin responder—. Pero el orgullo tampoco es algo con lo que jugar, y menos el de un dios. Tu sabes bastante de eso, ¿verdad?
El hombre parado a unos pasos detrás de él esperó, paciente.
Apolo no era estúpido, sabía lo que estaba haciendo, buscaba provocarlo. No le daría el gusto, no de momento al menos. Primero debía sanar su dolor.
—Pasará, el tiempo cura todo mal de amor —dijo, quizá tratando de aliviar su propia culpa—; tienes toda la eternidad para superarlo.
Esperó, pero al ver que no obtendría ninguna respuesta, optó por dejarlo solo. Se dio la vuelta con la intención de marcharse, cuando el otro dios se puso de pie. Mirándolo con odio en sus ojos color oro.
Apolo contuvo un sollozo, Eros tenía la misma apariencia de Thanatos. Que angustia sentir la transformación de Dafne como una muerte, y que fuera el dios del amor el culpable, casi que prefería que el dios de la muerte lo acompañara en aquel momento.
Al menos la muerte era más piadosa que el amor.
—El tiempo también da espacio para pensar —murmuró—, y tengo la eternidad para esperar al momento correcto.
Eros lo miró por el rabillo del ojo. Sabía que Apolo nunca olvidaría esta afrenta, era uno de los dioses más rencorosos, y uno de los más peligrosos.
Ambos desaparecieron en una lluvia fina de oro, no querían pasar más tiempo en presencia del otro.
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Apolo apareció en el Olimpo, soltó un fuerte suspiro y se dirigió a su templo.
Quería estar solo, aun sentía un dolor inmenso y ganas de llorar, pero su orgullo le impedía permitir que alguien más lo viera en aquel estado, ya era suficiente que lo hubieran visto algunas ninfas.
¡Qué vergüenza!
A esta altura no sabía que era más doloroso, si los restos de la magia de la flecha y su preciosa Dafne alejada de él de forma tan cruel, o la humillación de un dios tan poderoso como él siendo visto llorando como un bebé.
Apretó los dientes con ira, iba a vengarse de Eros.
Un carraspeo lo detuvo, miró sobre su hombro dándole una mirada fría a la mujer que se acercaba a él con una mirada cautelosa.
Pero él era también el dios de la verdad, y sabía que aquella criatura ocultaba la diversión y emoción que verdaderamente sentía.
Eran muy buenos amigos, los mejores incluso; pero en aquel momento podría estrangularla a ella también.
—Ahora no, Afrodita —gruñó.
—¡Oh Apolo! —se lamentó—. No estarás enojado conmigo por las travesuras de mi hijo ¿o sí?
—No estoy para juegos —espetó continuando su camino, pero la diosa lo siguió—. Afrodita, déjame en paz.
Afrodita soltó un suspiro, qué agotador tendía a ser a veces el amor.
—Solo quiero asegurarme que estás bien.
—¡¿Te parece que estoy bien?! —gritó furioso, se giró hacia ella con sus ojos como oro fundido y la apuntó con un dedo—. Eros va a pagar muy caro lo que hizo, pagará con aquello más ame, lo juro por el río Estigio.
Un trueno resonó en el Olimpo, y Afrodita miró hacia el cielo con curiosidad.
—Siempre me ha encantado el toque dramático de ese juramento.
Apolo sintió que tenía un tic en el ojo. ¿Esa mujer no podía tomarse nada en serio?
Incluso él sabía reconocer cuando algo no era un juego.
Entonces Afrodita le dio una mirada que, si fuera un mortal, podría haberle helado la sangre. Ella sonrió, como si ocultara un secreto.
—Apolo, por supuesto que vas a vengarte de Eros, no hacía falta que lo jures por el Estigio —dijo con un tono que al dios le resultó demasiado emocionado para su gusto—, aunque he de decirte que esa promesa podría afectarte a ti también.
—¿Qué es lo que quieres? —cuestionó.
—¡Que el tiempo pasara más rápido! —se lamentó—. ¡Eros no sabía lo que hacía! Si lo hubiera sabido, él jamás te hubiera hecho semejante desplante, por más ofendido que se sintiera.
—Afrodita...
—Aunque a veces, las cosas pasan como se supone que deben pasar, y es claro que esta pequeña disputa repercutirá en ambos —siguió hablando, y casi parecía que se pondría a dar saltitos emocionada—. ¡Estoy tan ansiosa por ver cómo se desarrolla todo!
—Afrodita...
—Tendré una especial atención en esta historia, nunca me imaginé que mi hijo sería partícipe de algo así —dijo sin escucharlo, una sonrisa perversa adornó sus labios—, hasta podré tener mi disfrute personal al ver la agonía de la asquerosa de mi nuera.
—¡Afrodita!
La diosa lo miró, como recordando que él estaba allí a su lado. Y luego sonrió de aquella manera de nuevo, como si tuviera un secreto que quería contarle, pero arruinaría la sorpresa.
—¡Oh, Apolo! —exclamó aplaudiendo—. Ella será hermosa, puedo asegurarte que te gustará.
—¡¿De qué diablos estás hablando?!
—De tu futuro por supuesto —dijo como si fuera obvio. Luego soltó un suspiro agotador—. Sé que estás muy enojado con Eros ahora, y tienes razones para estarlo, pero puedo asegurarte que algunos años más adelante, él será el que estará furioso contigo.
Apolo la miró llanamente, sin expresión alguna. Aquello le dio satisfacción, pero también sabía que Afrodita era una diosa que disfrutaba de las desgracias ajenas, por algo Eros era su hijo.
—¿Vas a contarme?
—¡No, por todos los dioses! ¡Eso arruinaría la sorpresa! —musitó rodando los ojos—. ¡Espera! ¿A dónde vas?
Apolo había continuado su camino, sin querer seguir escuchando su parloteo. Se conformaba con saber que obtendría su venganza en algún momento.
Afrodita lo vio alejarse, haciendo un puchero por no haber podido advertirle.
—El sol se arrodillará a los pies del amor —murmuró con una sonrisa emocionada—, que historia romántica tan dramática y bella, digna de una buena tragedia griega. Ya quiero conocer a mi preciosa nieta.
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