
Extra I
¿Listas para la última de las revelaciones?
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ᴇxᴛʀᴀ ɪ
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YO SABÍA QUE INTENTAR DESCUBRIR EL PLAN DE EROS no iba a gustarme nada. Aún así, decidí correr el riesgo.
Se supone que debía marcharme a cumplir con la orden de Zeus, pero me urgía primero averiguar el arma secreta de ese miserable. Esto era más importante para mí.
Con cautela y temor,me adentré en las profundidades del inframundo en busca de las Moiras. Las leyendas contaban que ellas habitaban una cueva oculta, un santuario donde tejían los hilos del destino. Mis pasos resonaban en el oscuro pasaje mientras avanzaba hacia lo desconocido, con mi corazón palpitando en mi pecho.
El aire se volvía más denso y cargado a medida que me internaba en la penumbra. La antorcha que llevaba apenas iluminaba el camino, y las sombras danzantes parecían esconder secretos ancestrales. El silencio se apoderaba de todo, solo interrumpido por el eco lejano de mis pisadas.
No era natural que un dios solar se adentrara en el inframundo, mucho menos en sus partes más profundas y peligrosas.
Finalmente, llegué a un arco oscuro que daba paso a la cueva sagrada. La entrada estaba adornada con extraños símbolos y runas grabadas en la roca, como un recordatorio de que estaba ingresando a un lugar de poder divino. Con un suspiro, me adentré en la cueva, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
El interior de la cueva era un mundo aparte, lleno de misterio y magia. Las paredes estaban cubiertas de musgo y estalactitas, goteando con un agua cristalina. Un resplandor débil y sobrenatural iluminaba el lugar, emanando de una fuente desconocida. Las sombras se alargaban y se retorcían, creando una danza hipnótica en las paredes.
No había señal de las Moiras en los alrededores, pero podía sentir su presencia en el aire.
Avancé lentamente, mis ojos escrutando cada rincón en su busca. Entonces, las vi: tres figuras ancianas sentadas en un rincón de la cueva, rodeadas de hilos dorados que se entrelazaban en su regazo. Eran Clotho, Lachesis y Atropos, las tejedoras del destino.
Me acerqué con reverencia y humildad, consciente de la inmensidad de su poder. Las Moiras levantaron la vista hacia mí con ojos profundos y sabios, como si ya conocieran el motivo de mi visita.
—Apolo, dios de la luz y la profecía —dijo Clotho con voz antigua y resonante—, ¿qué te trae a nuestro humilde santuario?
Tomé aliento y les revelé mi deseo:
—Mis señoras, sabias tejedoras del destino, la mujer que me fue destinada, aquella que ustedes me prometieron sigue siendo humana —respondí con tono firme, pero respetuoso—, deseo saber de su hilo unido a su alma gemela.
Las Moiras intercambiaron miradas significativas antes de responder con solemnidad. Fue Lachesis quien tomó la palabra:
—El destino es un laberinto complejo y enredado, Apolo. A veces, lo que deseamos no es lo que está escrito en los hilos.
—Comprender la verdad de los hilos puede ser doloroso y desafiante para un dios como tú —dijo Atropos—. La verdad puede no ser lo que esperas, y las consecuencias pueden ser devastadoras. ¿Aún estás seguro de querer conocer la identidad del alma gemela humana de Darlene Backer?
Sentí un nudo en mi garganta, pero no podía permitir que el miedo me detuviera. Miré a las Moiras con determinación en mis ojos y respondí:
—Entiendo que las verdades del destino pueden ser difíciles de aceptar, pero no puedo ignorar mi deseo de conocer el destino de Darlene por completo. Incluso si eso significa enfrentar una realidad dolorosa, estoy dispuesto a hacerlo.
Las Moiras asintieron con solemnidad, reconociendo mi persistencia en buscar la verdad. Clotho, con su voz antigua y resonante, habló:
—Muy bien, Apolo. Pero recuerda, el destino es un entramado complejo y no siempre es como uno lo imagina. Prepárate para lo que estás a punto de descubrir.
Con gestos serenos, extendieron sus manos ancianas hacia mí y me invitaron a acercarme.
Mis pasos temblorosos me llevaron hacia ellas, sintiendo la energía poderosa que irradiaba de sus seres.
Con cuidado, me arrodillé frente a las tejedoras del destino, sintiendo la gravedad de mi búsqueda en cada latido de mi corazón. Clotho, la primera de las Moiras, tomó uno de los hilos dorados de su regazo y lo sostuvo en el aire. Observé maravillado cómo el hilo se movía y vibraba, pareciendo tener vida propia.
—Este es el hilo del destino de Darlene Backer —dijo Clotho en voz baja pero clara—. Un hilo que está entrelazado con el tuyo, Apolo.
Mis ojos se enfocaron en el hilo dorado, sintiendo una conexión inexplicable con él. Extendí mi mano temblorosa hacia el hilo, sintiendo su suave textura entre mis dedos divinos. Cerré los ojos y me sumergí en una visión, donde vi destellos de momentos compartidos, risas, miradas llenas de complicidad y una eterna felicidad.
Abrí los ojos y las Moiras me observaron con expectación.
Atropos, la tejedora del destino final, habló con una voz sombría pero serena:
—El destino de Darlene y el tuyo está entrelazado en una danza cósmica. Pero ten en cuenta, Apolo, que los hilos del destino pueden cambiar y desviarse. La elección y la voluntad juegan su papel en el camino que ambos tomarán.
—Su destino fue escrito desde el momento en que juraste venganza contra Eros —dijo Clothos inclinado la cabeza hacia un lado—. Ustedes jugaron con un poder más grande que ustedes mismos, uno que el mismo Eros conoce bien, y este es su castigo.
—Y tú, que tuviste que esperar tantos siglos para que todas las piezas se acomodaran —agregó Lachesis—. El alma de Darlene ya está en su segunda vida, y la primera vez fue mortal, debía renacer como una hija de Eros para ser tuya, pero su alma gemela...
Se detuvo meditando sus palabras con cuidado.
—Era otro factor que debía tenerse en cuenta —terminó Atropos.
—¿A qué se refieren?
—No puedes pretender tener todo de forma tan sencilla. —Dijo Lachesis—. Este también es tu castigo por jugar con el amor.
—Este es el precio de tu ego —dijo Clothos—. El alma gemela de Darlene Backer también está enlazada contigo.
Extendió hacia mí otro hilo dorado, que estaba fuertemente ligado en un extremo al de Darlene, y pude sentir la energía vibrante que emanaba de él. Mi corazón latía con expectación.
Con temblor en mis dedos divinos, toqué el hilo dorado y cerré los ojos, dejando que las visiones fluyeran a través de mi mente. Vi momentos felices compartidos con Darlene, risas, un amor desenfrenado, complicidad, pero también vi un rostro familiar, el rostro de...
Solté bruscamente el hilo, abriendo los ojos con horror. Un profundo dolor se apoderó de mi ser mientras las imágenes se desvanecían.
—Así es Apolo —dijo Atropos con voz serena—. Son almas gemelas, destinadas a encontrarse y compartir un amor único y profundo.
El peso de sus palabras se hundió en mi pecho, como una herida abierta. Sentí una mezcla de emociones, una amalgama de amor paterno y dolor devastador.
—¿Cómo es posible? —balbuceé, luchando por encontrar las palabras adecuadas—. ¿Cómo puedo aceptar esto?
Las Moiras se levantaron con solemnidad y se acercaron a mí, sus ojos reflejando comprensión.
—El destino nos muestra caminos que a veces son difíciles de aceptar —dijo Lachesis.
—¿Acaso no te parece curioso? —preguntó Clothos—. ¿De qué otra manera pensaste que sería? Darlene es tu amor destinado porque es el alma gemela de tu hijo, los tres están enlazados porque de otra manera no podía ser. Este es tu castigo, pero también tu recompensa si las cosas salen a tu favor.
—¡Pero estoy condenando a mi hijo!
—De la misma manera en que juraste que la hija de Eros pagaría el precio de sus acciones —sentenció Atropos.
—Que Darlene Backer te haya sido prometida es el castigo de Eros, que Michael Yew sea su alma gemela es tu castigo, Apolo —agregó Clothos.
—Los dioses rara vez pagan por sus actos, pero siempre esperan lo mejor para sí —explicó Lachesis—. Es hora de que ambos reciban lo que merecen.
—Pero...no es justo, ellos son inocentes —dije conteniendo un sollozo.
—Los humanos lo saben bien, aún más los semidioses —expresó Atropos—, ni la vida ni el amor son justos.
Con el corazón aún apretado por las palabras de las Moiras, me encontré en un estado de profunda introspección. Miré fijamente los hilos dorados que aún sostenía en mis manos, mientras el peso de la realidad se aferraba a mis pensamientos.
El destino, caprichoso y cruel, había tejido un intricado tapiz de conexiones y sacrificios. Darlene, la mujer cuyo destino estaba tan intrincadamente entrelazado con el mío, se convertía en la personificación de los designios divinos.
Su amor verdadero no era otro que mi propio hijo, Michael Yew. El dolor de esta revelación me atravesó como una espada afilada, hiriendo no solo mi orgullo, sino también mi amor paterno.
Con cada latido de mi corazón, sentí la responsabilidad aplastante de mis acciones pasadas. Había jugado con fuerzas más allá de mi comprensión, había desafiado al mismísimo Eros y, en última instancia, había pagado un precio que ahora recaía sobre aquellos a quienes más amaba.
A medida que mis pensamientos se sumergían en la tormenta de emociones, me enfrenté a una encrucijada. ¿Aceptaría mi destino y abrazaría el amor y la felicidad de Darlene y mi hijo? ¿O seguir en busca de aquello que me fue prometido a costa del corazón de mis seres amados?
El dolor y la angustia lucharon contra la compasión y el amor en mi interior, como un torbellino que amenazaba con arrastrarme hacia la oscuridad. Pero, en medio de la desesperación, recordé la sabiduría de las Moiras.
Los hilos del destino podían cambiar y desviarse. La elección y la voluntad eran factores determinantes en la forja de nuestro propio camino.
Respiré profundamente, permitiendo que la calma se instalara en mi ser. Tomé los hilos dorados y los sostuve en alto, mirándolos con determinación. No podía cambiar el pasado, ni deshacer lo que había sido tejido, pero podía influir en el futuro.
Dirigí mi mirada hacia las Moiras, quienes me observaban con expectación. Sabía que mi próxima elección definiría el rumbo de las vidas entrelazadas que ahora pesaban sobre mí.
—Acepto mi destino —declaré con una voz firme,—. No puedo cambiar lo que ha sido escrito, será lo que deba ser.
Las Moiras asintieron solemnemente, como si supieran que mi decisión no había sido tomada a la ligera. El destino, inquebrantable en su esencia, se había cruzado en mi camino con la fuerza de una tormenta desatada. Pero ahora, debía encontrar la manera de convertir esa tormenta en una brisa suave y cálida que acariciara las vidas de aquellos que amaba.
Con los hilos dorados todavía en mis manos, me di cuenta de que la verdadera lección radicaba en aceptar que el destino no siempre es justo, que el amor no sigue reglas y que, en última instancia, la esperanza puede florecer incluso en los terrenos más áridos.
Me levanté con determinación y regresé a la superficie, de nuevo a un mundo que estaba por estallar en la guerra.
Bueno....Apolo ahora lo sabe todo.
Y...
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Ya es oficial. Acá hacemos el parate hasta después del libro 4.
¿Listas para sufrir con la Batalla del Laberinto?
Meme time:
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