56.ʀᴏꜱᴀ ɴᴇɢʀᴀ - ᴘᴀʀᴛᴇ 3
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ʀᴏꜱᴀ ɴᴇɢʀᴀ - ᴘᴀʀᴛᴇ 3
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━━━11 de Julio
APENAS FALTABA UNA HORA PARA EL AMANECER Y AHÍ ESTABA YO, VIENDO A MI NOVIO DISCUTIR CON EL SEÑOR D.
—No puedes llevártela siempre que te de la gana —se quejaba el señor D.
Estaba sentado en su sillón con una taza de café extra negro en la mano. Tenía los ojos rojos y usaba la camisa que le regalé en Navidad: naranja con racimos de uvas con sonrisas.
—Puedo y lo haré. Lo hago todo el tiempo —dijo Apolo de pie a mi lado.
Quirón los miraba sin mucho ánimo.
—¡O está todo el año o solo en verano, y si esta en verano no puede irse sin una misión! —exclamó Dioniso—. ¡No puedes seguir rompiendo las reglas solo para llevar a pasear a tu noviecita!
—¡Soy el patrón del Campamento! ¡Yo fundé este lugar! ¡Dile, Quirón!
El centauro miró a Apolo, luego a Dioniso.
—Eh...sí, técnicamente lo fundó él.
—No me importa, yo soy el director y Darla está bajo mi cuidado, no puedes llevártela porque sí.
—Será solo un día, por la noche la traeré de regreso y no le pasará nada.
Miré a Apolo, que estaba de pie con los brazos cruzados, su expresión más desafiante que nunca. Aunque siempre parecía relajado y confiado, cuando se trataba de mí, su tenacidad era inquebrantable. Pero a Dioniso no lo impresionaba.
—Eso es lo que dijiste la última vez —resopló el señor D, entrecerrando los ojos—. Y al final, te la llevaste tres días y tuve a Eros gritándome por una hora.
—¡Fue un pequeño inconveniente! —protestó Apolo, su tono ligeramente defensivo—. Además, ella disfrutó el viaje, ¿verdad, amor?
Me miró sonriendo y me reí.
—Sí.
Me había llevado a nadar con delfines en Australia. Había sido hermoso.
Quirón dejó escapar un suspiro pesado, como si estuviera cansado de ver la misma discusión una y otra vez. Dioniso se frotó las sienes, evidentemente frustrado.
—Sabes qué —dijo Dioniso—, Llevátela, pero si Eros vuelve a aparecer por aquí echando humo porque su hija ha desaparecido otra vez, no me pienso encargar yo. Te tiro de cabeza al fuego.
Apolo rodó los ojos, pero noté que su expresión se suavizó ligeramente. Sabía que tenía que ceder un poco si quería evitar una pelea mayor, pero también era muy testarudo cuando se trataba de nosotros.
—Como si me importara lo que mi suegrito tiene que decir.
—Oye —lo reprendí golpeándolo en el brazo y él me envió un beso volador.
—Vamos, preciosa. Tenemos un largo día por delante.
No esperé a que Dioniso o Quirón agregaran algo, me tomó de la mano y me arrastró hacia afuera y luego a la salida del campamento.
—¿A dónde vamos? —pregunté acomodándome en el maseratti.
—Ah es un día de sorpresas —dijo tomando mi mano y besándola.
Me reí y decidí que iba a disfrutar el día sin pensar tanto.
Hicimos una pasada en mi casa por unas horas y luego me llevó a Venecia. A veces se sentía surrealista lo fácil que le era llevarme de un lado a otro del mundo como si nada.
Así que ahí estábamos, caminando por los bordes de las calles acuáticas de Venecia.
—Feliz cumpleaños, mi amor —me susurró al oído, su aliento cálido enviando escalofríos por mi espalda.
—¿Qué vamos a hacer? —Me apoyé en su brazo.
—Lo que quieras, es tú día. ¿Qué quieres hacer?
Medité mucho. Al menos dos minutos.
—¡Compras! —chillé volteandome en sus brazos.
—Compras serán, entonces —dijo, dándome un suave beso en la frente.
Pasamos parte de la tarde de compras, y luego me llevó a un hotel para que pudiera arreglarme.
Al salir del baño, lo encontré sentado en un sillón, aburrido. Levantó la cabeza en cuanto me sintió entrar y sonrió.
Se puso de pie, estirando la mano hacia mi. La tomé y me hizo girar para verme mejor.
Estaba usando un vestido rojo borgoña, corto y sencillo, pero la manera en que me miró me hizo sentir que estaba usando un vestido de pasarela.
—Estás hermosa.
Sonreí, metiendo las manos entre la tela del vestido.
—¡Y tiene bolsillos!
Él se rió y me besó la mejilla.
—Deberíamos irnos o llegaremos tarde —murmuró, pero no hizo el más mínimo esfuerzo por moverse.
—¿Qué? —pregunté, fingiendo inocencia.
—Nada, solo... cómo me cuesta despegarme de ti.
Tiré suavemente de su mano, sacándolo de su ensimismamiento.
—Vamos, o el restaurante cerrará antes de que lleguemos —dije, fingiendo estar apurada.
Salimos del hotel y caminamos de la mano hacia el restaurante. Las luces de Venecia se reflejaban en los canales, las góndolas deslizándose perezosamente sobre el agua. Todo parecía tan mágico, como salido de un cuento.
El restaurante era más impresionante de lo que esperaba. Los techos altos, las lámparas de cristal y la vista perfecta del Gran Canal. Simplemente hermoso. Nos sentamos afuera, al lado de un barandal. Apolo me ayudó a sentarme antes de tomar su lugar frente a mí.
La cena fue simplemente perfecta. Muy dulce y romántico. Luego me llevó hacia el Canal, dónde me llevé la sorpresa de que había un sátiro en una góndola, esperándonos para llevarnos de paseo.
La góndola había sido adornada por enormes almohadones de plumas y mantas de seda. Nos sentamos, uno al lado del otro y Apolo me rodeó casi de inmediato, acercándome más a él.
El sátiro comenzó a remar en silencio, y la góndola se deslizó sin esfuerzo por los canales oscuros, donde las luces de los edificios se reflejaban en el agua.
—¿Estás disfrutando tu cumpleaños? —me susurró al oído, su tono suave, íntimo, como si solo existiéramos nosotros dos en el mundo.
Sonreí mientras asentía, apoyando mi cabeza en su hombro.
—Mucho, es perfecto —dije en igual tono—. Es como un sueño.
Sus dedos acariciaban suavemente mi piel, causando escalofríos.
—Tú eres mi sueño hecho realidad.
Mi corazón latió agitado, ese tipo de latido que solo él sabía provocar. Levanté la cabeza y lo miré a los ojos, esos ojos dorados que brillaban aún más bajo la luz tenue del canal.
Me tomó por sorpresa lo rápido que se pasó la noche, cuando regresamos a casa. Debí quedarme dormida en algún momento en el viaje de regreso, porque cuando me desperté por un roce en la mejilla, Apolo estaba inclinado sobre mí, sonriendo con infinito amor.
—Ya llegamos.
—¿Mmm?
—Dari, despierta, preciosa —susurró y me froté los ojos—. Ya llegamos.
Me estiré un poco, sintiendo cómo mi cuerpo despertaba lentamente después del largo día. Me había cambiado antes de regresar, y Apolo me había dicho que se aseguraría de que las compras que hice aparecieran en mi casa.
Se bajó y rodeó el vehículo para abrirme la puerta. Se inclinó para tomarme en brazos, agradecí eso, porque su cuerpo cálido como el sol me mantuvo tibia ante el fresco de la mañana.
Pasé los brazos por su cuello, enterrando el rostro en él.
—Deberías ir a dormir un poco más —susurró, su tono suave, acariciando mi piel como una brisa tibia.
—No quiero dejarte todavía —murmuré, negándome a soltarme de él.
Sonrió, su risa vibrando contra mi oído.
—Yo tampoco quiero dejarte todavía, pero estás babeando mi camisa.
—No es cierto.
—Sí, mirá. Todo babeado.
Me reí, aún con los ojos cerrados, y me apreté más contra él. No quería moverme, y menos cuando el cansancio comenzaba a arrastrarme de nuevo hacia el sueño, pero su risa constante me mantuvo lo suficientemente despierta como para que no me perdiera del todo en la neblina del cansancio.
—¿Quieres que te lleve a tu cabaña?
Negué con la cabeza, e hice un esfuerzo sobrehumano para despertarme bien. Me puso sobre mis pies, pero sin soltarme.
—No creo que sea buena idea. Llamaríamos mucho la atención.
Suspiró, como si no estuviera contento con esa respuesta.
—Sí, no vaya a ser que todos descubran que salimos.
—Me dan igual todos, pero me preocupa... —se me cortó la voz—. Solo no quiero hacerle daño.
—Ya sé, ya sé —dijo apartándose levemente.
Lo miré, no quería hacerle sentir mal. No cuando él siempre se esforzaba en demostrarme lo mucho que me amaba.
—No me arrepiento de nada —dije de repente, casi sin pensar. Las palabras simplemente salieron, como si mi corazón hubiera tomado el control de mi boca por un momento.
Apolo se detuvo, mirándome con una intensidad que me hizo sentir vulnerable, pero segura al mismo tiempo.
—¿De qué?
Me mordí el labio, dudando por un segundo, pero luego me encogí de hombros.
—De nosotros, de lo que tenemos. De todo lo que hemos hecho juntos, incluso todo lo que significa estar juntos, lo que tendré que renunciar o atravesar. No me importa. Me haces feliz, Apolo. Y aunque a veces parezca que tengo dudas, no es así. Sé lo que quiero, quiero estar contigo.
Por un momento, él no dijo nada. Solo me miró, sus ojos llenos de algo profundo que no podía definir del todo. Luego, sin previo aviso, tiró suavemente de mi mano, acercándome más a él. Sus labios encontraron los míos, en un beso tan delicado y dulce que sentí como si el mundo a nuestro alrededor se hubiera detenido.
Cuando finalmente se separó, susurró:
—Esta es mi promesa para tí —susurró, su voz apenas un aliento contra mi piel—. Algún día, ya no tendremos que permanecer separados, y cuando ese día llegue, dedicaré cada día del resto de nuestra existencia a adorarte.
—Espero que lo cumplas —dije en broma—. O voy a sacarte todo en el divorcio.
Se rió.
—Lo siento, amor; no creo en el divorcio, tendrás que aguantarme toda la eternidad.
—Oh rayos, y yo que quería dejarte en la calle.
Nos reímos, y me aferré a sus brazos, sin querer dejarlo ir. Pero mientras nuestras carcajadas se desvanecían, el sol despuntaba sus rayos con más claridad.
—Será mejor que me vaya.
Asentí.
—Te amo.
Se inclinó y me dio un último beso.
—Yo también te amo —susurró antes de desaparecer.
Cerré los ojos y cuando los abrí, estaba sola.
Me llevé las manos a la cara, acallando una risa estúpida y giré sobre mis pies. Estaba tan feliz, él me hacía muy feliz.
Me detuve abruptamente, casi tropezando. Se me paralizó el corazón, mis ojos se llenaron de lágrimas al ver que no estaba sola.
—Michael —mi voz salió rota.
Estaba de pie, a unos metros de mí. Viéndome de una manera que no sabía descifrar. ¿Dolor? ¿Decepción? ¿Odio?
«¿Hace cuanto que está ahí?» pensé horrorizada. «¿Cuánto vio?»
No sabía qué decir, no sabía cómo explicarle.
Intenté dar un paso hacia él, pero mis piernas se sentían como plomo. Él no dijo nada, se volteó y se alejó.
Corrí tras él, el miedo me apretaba el pecho. No podía dejarlo ir sin explicarle, sin decirle que de verdad lo sentía, aunque supiera que no habría palabras suficientes para sanar la herida que había abierto.
—¡Michael! —grité, pero él no paró—. ¡Espera, por favor!
Lo seguí, tratando de alcanzarlo. Entró en la enfermería. Desde la muerte de Lee, solía rondar mucho por allí aunque no fuera el más diestro en medicina.
—Micahel, por favor, yo...
Se detuvo a medio camino. Su silencio se sentía peor que si me gritara.
—¿Desde cuándo? —Se giró hacia mí.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Intenté hablar, pero las palabras no salían. Estaba paralizada, mi boca se abría y cerraba como un pez fuera del agua, incapaz de encontrar las palabras correctas. ¿Cómo le explicaba que todo lo que sentía por Apolo era tan complicado como lo que sentía por él?
—Yo...no quería... —empecé de nuevo, pero me cortó.
—¡Dime! —Su voz se alzó, cortando el aire frío de la mañana.
Hacía mucho que no me gritaba. Hacía mucho que no lo veía tan enojado conmigo. Y me lo merecía, porque él merecía haberse enterado de otra manera, porque di demasiadas vueltas por temor a lastimarlo, y ahora mi miedo se había cumplido.
—Diciembre.
Su reacción fue inmediata.
Sus ojos se endurecieron y retrocedió un paso, como si la distancia pudiera amortiguar el golpe.
—Diciembre —repitió, con una risa amarga escapando de sus labios—. ¡Todo este maldito tiempo, y ni siquiera fuiste capaz de decirme la verdad!
—¡No quería lastimarte!
—¿Y cómo te resultó eso?
—No quería que te enterarás así, yo...
—¿Ah no? ¿Y cuándo pensabas decirme?
—Yo...solo.... —Mi voz salió quebrada, llena de desesperación. Mis lágrimas caían libremente, mezclándose con las sombras de la mañana.
Me tambaleé hacia él, mi mano extendiéndose en un gesto de súplica, pero él retrocedió, alejándose aún más de mí. Sus ojos, esos ojos que solían mirarme con amor y devoción, ahora estaban llenos de una tristeza tan profunda que me costaba respirar.
—Lo siento —dije, con lágrimas corriendo por mi rostro—. No sabía cómo decírtelo.
—No, imagino qué no —espetó con ironía—. Debe ser muy difícil el tener que decirme que ahora sales con mi padre.
—¿Qué?
Me giré hacia la voz. No podía ser. Esto tenía que ser una jodida broma.
Toda la cabaña siete estaba ahí. Mirándome con incredulidad.
—¿Sales con papá? —cuestionó Kayla.
Will, Austin y los demás, al menos los mayores para entender lo que pasaba, me veían como si no pudieran terminar de creer lo que Michael había dicho.
—¿Por eso no nos decías quién era? —Will frunció el ceño.
Intenté hablar, pero las palabras se enredaban en mi garganta. Cada vez que abría la boca, solo salían sollozos incoherentes.
Miré a los chicos, a Michael.
—Yo no quería que esto saliera así. No era mi intención.
Austin dio un paso adelante.
—¿Y cómo te parece que iba a salir? —Su voz se alzó—. ¿Cómo esperabas que reaccionaramos?
La presión en mi pecho era tan intensa que me costaba respirar.
—No pensé que...
Kayla bufó.
—¿Y cómo pensabas que esto no iba a salir a la luz? No puedes simplemente mantener algo así en secreto para siempre.
—Es que...
—¿Y qué pasa con esa actitud de mami sobreprotectora? —cuestionó Victoria, cruzándose de brazos—. ¿De eso se trataba todo? ¿De que ahora eres nuestra nueva madrastra o algo así?
—¿Y qué con Michael? —increpó Austin—. ¡Es tu alma gemela y lo cambiaste por papá!
Varios continuaron presionando, no sabía cómo responder, esto se me había ido de las manos. Era como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor.
—¡Ya basta! —gritó Michael. El silencio que siguió a su grito fue sepulcral. Todos en la cabaña se quedaron quietos, mirándolo—. Salgan —ordenó—. Esto es entre Dari y yo.
No me pasó desapercibido que me llamó Dari. Como si a pesar de todo, somo si a pesar de estar enojado conmigo, fuera incapaz de odiarme.
Kayla abrió la boca para protestar, pero Will la detuvo con una mano en su brazo, negando con la cabeza. Uno por uno, los demás comenzaron a salir de la cabaña, aunque no sin mirarme con reproche.
Cuando la puerta finalmente se cerró, dejándonos solos, me fue evidente la brecha que había abierto entre los dos. Michael no me miraba, estaba de pie junto a una de las camas, su cuerpo rígido como si cualquier movimiento fuera a quebrarlo.
—Michael... —di un paso hacia él, levantando una mano para tocarlo, para intentar reconfortarlo de alguna manera. Pero él retrocedió, apartándose de mi toque como si quemara.
—No —dijo, su voz temblorosa—. No me toques. No quiero... no puedo con esto ahora.
El dolor en su voz era tan palpable y se sentía como una daga en mi pecho. Me quedé paralizada, mis brazos colgando a los costados, sin saber qué hacer, cómo acercarme, cómo sanar las heridas que había abierto.
—Lo siento —fue todo lo que pude decir—. De verdad lo siento.
Él negó con la cabeza.
—¿Es lo que me dijo Eros? —cuestionó—. ¿Lo de que tu vida estaba enlazada a un dios, y por eso Afrodita trató de separarnos?
Cerré los ojos, las lágrimas manchando mis mejillas, y asentí.
—No lo planeé, te juro que no quería hacerte daño —susurré—, solo...pasó. No pude evitarlo, cuando me enteré estaba furiosa con toda la situación, yo no quería que se diera así, pero...pero ya me había enamorado.
—Cuando me dijiste que estabas saliendo con alguien... no pensé... —dijo con su voz quebrada, cargada de una mezcla de emociones que me desgarró el corazón. Se giró hacia mí—. Hay más de siete millones de personas en el mundo, hay cientos de dioses, ¡¿Y de todos ellos, tenía que ser él?!
—¡No lo sé! ¡No elegí enamorarme de él, solo pasó!
—¡Pero sí elegiste ocultarmelo! —gritó—. Sí, me habría dolido, y sí, me habría molestado que fuera mi padre, pero te lo dije, solo quería tu felicidad y si podía ver que te hace feliz, al final lo habría aceptado. Creí que ya habíamos alcanzado un punto de unión donde sabías que a pesar de todo, nunca sería tan egoísta como para odiarte por algo así. Que teníamos una conexión donde me contarías todo sin importar lo doloroso que fuera. ¡Pero he tenido que enterarme de esta manera!
Hay algo horroroso en ver a tu alma gemela sufrir por algo que tú mismo provocaste. ¿Cómo lo consuelas si eres la causa de su dolor?
—Antes de ayer...quería darte un obsequio, estuve trabajando en ello por días, pero hubo un inconveniente. Harley lo tomó pensando que no tenía dueño y lo fundió en otro de sus inventos —dijo mirando el suelo. Yo no entendía nada—. Beckendorf y yo pasamos todo el día intentando hacer otro y por eso no pude verte ayer. —Metió la mano en su bolsillo y sacó algo en el puño—. Fui a verte por la mañana y no estabas. Drew...Drew me dijo que habías salido en una cita —soltó una risa amarga—, y me dijo que quizá me interesaría ver con quién había salido mi nueva madrastra. Imaginate, me he tenido que enterar por la boca de Drew Tanaka y no por tí.
Iba a matar a Drew.
¿Pero realmente podía culparla, cuando todo esto era mi culpa?
Me había enojado con Apolo y Michael por no contarme en su momento lo de la profecía y lo de las almas gemelas, y yo le había hecho lo mismo a Michael.
Quería encontrar el momento perfecto para decírselo, y lo había pospuesto tanto. Queriendo creer que habría un momento perfecto, como si decírselo antes o después fuera a cambiar que le haría daño, pero al menos no le habría ocultado la verdad.
Cuando sabes la verdad puedes elegir qué hacer con ella, puedes negarla o aceptarla. Si la niegas, será tu responsabilidad cuando te explote en las manos. Y ahora había explotado y el desastre era devastador.
—No...no sé qué más decirte —murmuré—. No puedo arreglar esto. No fue mi intención ocultartelo, ni tampoco dañarte, solo...no supe cómo manejarlo.
Michael no respondió de inmediato. Se quedó en silencio, como si estuviera luchando con sus propios sentimientos y pensamientos. Finalmente, levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los míos.
—Voy a superarlo —masculló como si decir aquello fuera tomar veneno—. Supongo. Tarde o temprano. Pero por ahora...te pido que no te acerques. No quiero tenerte cerca ahora mismo.
Esas palabras fueron como si me hubiera clavado una daga en el alma. Pero entendía. Yo me lo había buscado.
Asentí.
—Espero que al menos pasaras un buen cumpleaños.
Estiró la mano hacia mí, y me entregó lo que tenía en el puño. Dejó caer sobre mi palma un dije hecho de obsidiana.
Una pequeña rosa negra.
La rosa negra significa "Te amaré a pesar de todo".
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