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049.ᴄᴏʀᴏɴᴀ ꜰᴜɴᴇʙʀᴇ

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ᴄᴏʀᴏɴᴀ ꜰᴜɴᴇʙʀᴇ

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━━━18 de Febrero

HIPNOS DECÍA QUE ESTABA DEL LADO DE LOS DIOSES, PERO IGUAL LE DIVERTÍA JUGAR CON MI MENTE.

Podía ver de dónde había salido Morfeo y sus otras cucarachas.

—¿Otra vez tuviste una pesadilla? —preguntó Percy.

Asentí, bostezando. 

Nico, Percy y yo íbamos por la calle cargando la compra de la cena. Dentro de cuatro días, mi abuelo iba a traer a su novia a casa. Tenía la certeza que iba a tener abuela nueva.

Mi mamá quería hacer una cena fabulosa, pero no tenía tiempo por el trabajo, así que nos tocaba a nosotros ir por todo lo necesario.

—Llevas una semana sin dormir —murmuró Nico.

—Odio las visiones.

—¿Van a pasar cosas?

—Siempre van a pasar cosas.

Había estado soñando con la guerra final, iban a intentar apuñalar a Percy por la espalda y Annabeth se iba a interponer. Tifón llegaría a Manhattan, y Hefesto y Dioniso serían sacados del camino. Los de Ares se negarían a pelear por orden de Clarisse. Toda Manhattan sería sitiada. El puente de Williamsburg caería.

Iba a ser una masacre.

Entramos a mi casa y dejamos todo en la mesa. Percy se tiró en el sillón y encendió la tele. Nico se paró a su lado y lo miró con el ceño fruncido. 

—¿No tienes casa o qué?

—No.

Pasar de ser hija única a tener dos hermanos en casa había sido todo un reto. Nico era mi nuevo hermano, Apolo me había ayudado a convencer a Hades de que era lo mejor para él y ahora se llamaba Nico Di Angelo-Backer.

Y Percy siendo Percy, había decidido autonombrarse el tercer hermano Backer sin preguntarle a nadie. Nico puso el grito en el cielo.

Pero tampoco podía echarlo, Sally y Paul estaban en su luna de miel y Percy se estaba quedando con nosotros hasta que volvieran. Y pues…era obvio que la razón por la que a Nico le molestaba que Percy anduviera diciendo que era hermano de los dos, es la misma que a mí me molestaba hace dos años: tenía sentimientos por él.

«Ay, hermanito, te entiendo tanto».

Pero Nico estaría bien, encontraría a alguien que lo amara e hiciera feliz, pero primero necesitaba admitir algunas cosas para sí mismo. Tenía que pensar cómo abordar el tema, pero no quería presionarlo, sería todo a su tiempo, él mismo debía darse cuenta que no tenía nada de malo. 

—Oigan —dije poniendo papitas en un bowl—. ¿Quieren ver una película?

—Pero nosotros elegimos —dijeron al mismo tiempo.

Solté un bufido.

—Por eso me gusta verlas con Apolo —mascullé. A él le gustaban las mismas que a mí. 

Pasamos cerca de una hora tranquilos, lo cual es demasiado extraño considerando que somos tres semidioses, dos hijos de los Tres Grandes con TDAH y una hija del ser que todos más desprecian y temen. 

Quizá canté victoria demasiado pronto.

Íbamos a tener una cena tranquila, era día de semana y Percy iba a clases normales en una escuela cerca del centro. Mamá seguía insistiendo en que Nico y yo fuéramos a alguna escuela, pero Nico había abandonado la educación hace más de un año y yo había decidido que ya no valía la pena.

¿Para qué? Mi futuro eran dos caminos que se entrelazaban: organizar eventos y ser la esposa de un dios. Que Apolo me mantuviera, que para algo tenía tanto dinero. 

Pensaba ser una Kardashian olímpica.

Estábamos preparando la cena…bueno, yo la preparaba, Nico intentaba hacer que Percy dejara de comer lo que yo intentaba hacer. 

Fue cuando todo se fue a la mierda.

Empezó con un golpe en la puerta. Algo normal, de no ser porque al abrir, había una enorme corona de flores.

¿Entienden el problema?

¡ALGUIEN ME DEJÓ UNA CORONA FÚNEBRE EN LA PUERTA!

—Ok…esto es turbio —comentó Percy frunciendo el ceño.

Turbio era poco.

Era una corona enorme, repleta de calas blancas, y tenía un cartel que decía: “Familia Backer, descansen en llamas”.

Y venía con una carta escrita en griego.

“Te advertí que nos veríamos en otro momento. El tictac avanza.”

Tragué saliva, sintiendo la bilis ardiéndome en el estómago. Las palabras en la carta se retorcían ante mis ojos, como serpientes venenosas listas para morder.

Levemente sentí la voz de Percy por encima de mi hombro, pero era incapaz de comprender lo que decía.

Mi voz se trabó en la garganta, incapaz de articular las palabras que se atoraban en mi mente. Un zumbido sordo resonaba en mis oídos, ahogando cualquier sonido externo. Sentí una oleada de calor recorrer mi cuerpo, seguida por un escalofrío helado que me estremeció hasta los huesos.

Klaus se había atrevido a invadir mi espacio seguro, a amenazarme en mi propio hogar, y peor, amenazar a mi familia. Mis manos se cerraron en puños apretados, con las uñas cavando surcos en las palmas. Sentí las lágrimas amenazando con desbordarse, una mezcla de impotencia y frustración que me ahogaba desde adentro.

Un pensamiento aterrador me invadió de repente, haciéndome temblar de pánico.

«¿Cómo consiguió mi dirección?»

El terror me golpeó como un puñetazo en el estómago. ¿Cómo había encontrado Klaus mi casa? ¿Nos estaba vigilando? 

—¿Dari? —preguntó Nico, su voz llena de preocupación.

Me costaba respirar. Esto era diferente. No era lo mismo que el Santuario, o que amenazara a Michael o al Campamento. Esta era mi casa, era mi madre y mi abuelo, mortales desprotegidos que no tenían nada que ver con mi vida de semidiosa.

Y los había puesto en peligro.

Mis piernas se doblaron, incapaz de sostenerme y caí al suelo, sintiendo como el pánico se apoderaba de mí. Mis manos temblaban mientras intentaba controlar mi respiración entrecortada, pero era como si el aire se hubiera convertido en un líquido denso que se resistía a entrar en mis pulmones.

—¡¿Dari?! —Las voces me sonaban lejanas, distorsionadas por el zumbido ensordecedor en mis oídos.

Alguien se arrodilló a mi lado, trató de poner una mano reconfortante sobre mi hombro, pero me encogí ante su contacto.

—No puedo… no puedo… —murmuré, las palabras apenas audibles entre mis sollozos.

Mi mente estaba llena de imágenes horribles de lo que podría sucederle a mi familia si Klaus decidía atacarnos. El miedo me paralizaba, convirtiéndome en un manojo de nervios incapaz de hacer frente a la situación.

—Dari, mírame —la voz resonaba a través del tumulto en mi cabeza, pero no podía obligarme a enfocar mi mirada en nada mas que la carta desgarrada en el suelo, como si pudiera encontrar alguna respuesta oculta entre las palabras escritas en griego.

—Tenemos que llamar a alguien —sugirió Nico, su tono urgente reflejaba la gravedad de la situación.

La sensación de impotencia me envolvía como una manta fría, haciéndome temblar incluso más. No podía permitirme colapsar ahora, no cuando mi familia estaba en riesgo.

—Dari, mira hacia mí. Respira. —La voz de Percy sonaba firme, pero llena de preocupación.

Traté de obedecer, obligando a mis pulmones a tomar aire poco a poco, intentando calmar la tormenta que rugía dentro de mí.

—Eso es, así está mejor. —Su mano seguía sobre mi hombro, transmitiendo una sensación de seguridad que tanto necesitaba en ese momento.

Hipé, pasando la manga de mi ropa por la cara para limpiar las lágrimas.

—No conozco a este tipo —dijo Percy tomando la carta con enojo—, y ya lo odio.

—No hace falta conocerlo, es aliado de Luke, eso te dice todo —replicó Nico.

—Tenemos que hacer algo —dije aún entre sollozos—. ¡No lo quiero cerca de mi familia!

—No lo dejaremos acercarse más que esto —declaró Percy.

—Quizá deberíamos traer a mamá y al abuelo a casa —sugirió Nico—. Será más fácil cuidarlos hasta que sepamos mejor que hacer.

Asentí…Negué…no estaba segura de qué hacer. Tenía que contentarme, pero era tan diferente cuando mi familia estaba en el centro de todo el caos.

El suelo comenzó a moverse, me sentía como si estuviera bajo el efecto de un alucinógeno. Cerré los ojos, conocía esa sensación. Mis sentidos se nublaron, y una oscuridad ominosa empezó a envolverme, arrastrándome hacia un abismo.

Estaba caminando por un pasillo oscuro, húmedo. Mis pies se arrastraban con cansancio, suspiré pasando la mano por mi cabello…o la falta de él. Miré mi reloj de pulsera, eran las diez. Mis manos se veían viejas y callosas.

Abrí la puerta y vi la caldera del edificio. Había un aparato conectado a ella, fruncí el ceño al verlo. Era pequeño, con un reloj, y de él colgaba un frasco con fuego. Un fuego verde.

Cuando el reloj llegó a cero, hubo una explosión. 

La visión cambió. 

Estaba desde lo alto, volando y el frío de la noche se filtraba por mi ropa hasta mi cuerpo, pero no me importaba. No cuando el cálido fuego comenzaba a darme abrigo. Sonreí viendo el edificio quemarse entero desde sus cimientos.

—Descanse en llamas, su majestad —murmuré pasando la lengua por los labios, saboreando la victoria que tanto había anhelado por siglos.

Regresé a la normalidad con un jadeo que me quitó todo el aire y la rabia desbordó mi cuerpo, pasando por encima del miedo.

—¡Hijo de puta! —grité llena de furia.

Llevé las manos a mi cabello, tirando con tanta fuerza que me dolió, pero lo ignoré. Necesitaba pensar, no podía permitirme colapsar ahora que sabía lo que pasaría.

Miré el reloj. Faltaba una hora para las diez. Mamá y mi abuelo llegarían pronto. 

—¿Dari?

Miré a los chicos. Ambos me observaban con preocupación, quizá dándose cuenta que había tenido una visión.

—Hay una bomba en el sótano —murmuré. 

Los rostros de Percy y Nico se tensaron al instante, reflejando el impacto de mis palabras.

—¿Una qué? —cuestionó Nico con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

Decirlo en voz alta me sonó difícil de creer a mí misma.

Asentí, sintiendo el peso de la responsabilidad descansando sobre mis hombros. No había tiempo que perder, teníamos que actuar rápido para evitar una tragedia.

—Sí, lo vi. Tenemos tiempo hasta las diez.

Nico intercambió una mirada rápida con Percy, su expresión grave y determinada. Sabía que ambos estaban procesando la información, evaluando nuestras opciones y preparándose para lo que fuera necesario hacer.

—Llamemos a la brigada anti bomba —sugirió Percy.

Negué con la cabeza.

—Tiene fuego griego, no podrán con ella y será peor. Tenemos que desalojar el edificio, no podremos desactivarla, ninguno de nosotros sabe cómo, siempre son los de Hefesto los que se encargan de esas cosas. —Mis pensamientos iban a mil tratando de elaborar un plan—. Nico, ve por mamá y el abuelo, ponlos a salvo. Percy y yo desalojaremos el edificio.

Nico no esperó nada más. Se fundió en las sombras, dejándonos solos. Podía confiar ciegamente en que haría lo que  fuera necesario para protegerlos.

━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━

El sonido estridente de la alarma contra incendios resonó por todo el edificio, el tiempo corría en nuestra contra y no dudaba que pronto acabarían llegando los bomberos y policías. 

La escalera estaba llena de gente, todos mirando con confusión y miedo mientras la alarma continuaba su aullido constante. Nos abrimos paso entre la multitud, instando a los residentes a salir del edificio lo más rápido posible.

Percy estaba abajo, asegurándose que todos salieran y yo corría por los pasillos, bajando las escaleras, abriendo una a una las puertas, constando que nadie se quedara atrás. Cada vez que veía a alguien rezagado, lo instaba a que se apresurara, repitiendo en mi mente que cada segundo contaba. 

Corrí adentrándome de nuevo en el pasillo de mi departamento, necesitaba recuperar alguna de las armas de mi habitación, entré y me detuve abruptamente: una figura parada en medio de la sala.

Tragué saliva, caminando despacio hacia él. 

—Lamento que tus planes fracasaran.

Sonrió de lado.

—No importa qué vida sea, siempre serás una piedra en mi zapato. —Se giró hacia mí. Tenía el rostro poblado de cicatrices, como si alguien lo hubiera torturado hace mucho y aún estuviera recuperándose—. Necesito sacarte fuera del camino. 

En menos de un pestañeo, desplegó sus alas y se arrojó hacia mí con una velocidad que no pude prever. Me estrelló con fuerza contra la pared, con las manos aferradas a mi cuello. Intenté apartarlo, pero cada intento más me faltaba el aire.

Le di una patada en la espinilla y con un jadeo de dolor, Klaus aflojó su agarré. Le di un fuerte golpe en el estómago. Retrocedió sin aire. Desplegué mis alas para impulsarme y salté sobre él, agarrándome con las piernas a su cuello y la fuerza de los alas, hice una llave en el aire, haciéndolo girar, arrastrándolo conmigo y cayendo al suelo con un ruido sordo.

Miré el reloj.

21.43

Guardé mis alas e intenté correr, pero tropecé, cayendo de bruces contra el suelo. Sentí el tirón en mi pierna. Miré por encima de mi hombro. Klaus me sujetaba del tobillo, arrastrándome hacia él. Se puso de pie con dificultad. 

Me giré en el suelo, intentando patearlo para que me suelte. Lo esquivó, y me dio un puñetazo que me hizo ver puntos blancos. 

Se paró sobre mí, poniéndome el brazo en el cuello e inmovilizádome. Traté de volver a enfocar la vista. No lo logré del todo pero si lo suficiente como para avistar el filo de algún objeto cortopunzante. Reaccioné a tiempo para detener su mano con una daga.

—¿Recuerdas lo que te dije aquella vez, hace 2500 años? —preguntó presionando hacia abajo. Con el filo demasiado cerca de mi rostro. Intenté quitármelo de encima. Sollocé cuando ejerció presión en la mejilla haciéndome sangrar—. No será lento. No lo disfrutarás. Yo no soy tu rey

Y como si esas palabras fueran un balde de agua helada, grité. Entre tanto odio y rencor, un repentino golpe de horror se coló por cada fibra de mi ser, apoderándose de mí como un monstruo voraz, borrando cualquier atisbo de valentía que pudiera quedar en mi interior. La fría hoja de la daga se deslizaba peligrosamente por mi piel, dejando una línea de sangre ardiente a su paso. Mi corazón latía con fuerza, martillando en mis oídos como un tambor frenético.

Podría quitarte la vida en este instante. Hablarás frente al Consejo, pero no servirá de nada. —Esa palabras resonaron en mi mente como un eco lejano que me destrozaba lentamente desde adentro—. Leonidas no recibirá ningún refuerzo. Y si regresa, sin mi apoyo, irá a la cárcel o algo peor….¿Amas a Esparta?...¿A tú rey?....Tú esposo pelea por su tierra y tu amor. ¿Qué tienes para ofrecer, a cambio de que te apoye con el envío de refuerzos?

—¿Recuerdas, Darlene? —susurró con malicia, deletreando mi nombre con lentitud; disfrutando de mi agonía—. Yo recuerdo cada detalle, cada lágrima que intentaste esconder, cada grito que te negaste a soltar. Tan estoica, tan orgullosa.

La daga bajó más. Me sacudí con violencia, presa del dolor y el pánico. Las lágrimas se mezclaban con la sangre. Klaus sonrió. 

—Mírate, tan bonita —dijo riendo entre dientes—. Ojalá hubieras reaccionado así aquella vez. Hubiera sido más placentero. 

No sabía de qué hablaba. Sólo quería que me soltara o me matara de una vez.

—Por favor —sollocé peleando por apartarlo.

Bajó más la daga, comenzando a deslizarse cerca de mi cuello. Grité de dolor. 

—Esta vez, no cometeré el mismo error, esta vez… serás tú la que caerá primero. Haré…

Pero lo que estaba por decir quedó en la nada. Alguien detrás suyo lo golpeó en la espalda con tanta fuerza que cayó a un costado. 

Observé atónita a mi madre. Llevaba mi bate de baseball en la mano y miraba a Klaus con un odio que jamás vi en ella.

—Con mi hija no, cabrón —dijo, lista para volver a golpearlo.

Klaus se frotó la zona, adolorido y rió. Intentó ponerse en pie, pero el sonido de un cartucho de escopeta lo detuvo.

—Yo no lo haría si fuera tú —murmuró mi abuelo con voz fría.

Me levanté como pude, temblando y asustada, pero mis piernas no respondían con la rapidez que necesitaba.

—N-No… —Mi voz sonó rota—. V-Vá…yanse…

No los quería aquí, ni cerca de él.

—Comienzo a comprender a quién saliste en esta vida —masculló Klaus, sentándose con las manos detrás, tranquilo y divertido.

—No más juegos. Largo de mi casa.

—Mamá…

—Gill —dijo mi abuelo, sin dejar de apuntar a la cabeza de Klaus—. Saca a la niña.

—N-No… —Como pude llevé la mano a mi collar. Uno que nunca había usado desde que lo recibí.

Mamá bajó el bate y se movió hacia mi. Mi mirada se desplazó de ella al reloj, 21.52, a Klaus a mi abuelo y de nuevo a Klaus.

—Vamos, cariño —susurró tomando mi brazo.

Mi abuelo se giró lentamente hacia ella.

—¡No! —grité empujándola y moviéndome lo más rápido que pude contra mi abuelo cuando noté el cambio en su mirada. Esa ilusión acuosa que tanto odiaba.

Lo vi todo como si estuviera en cámara lenta. Me interpuse entre ellos. El click del arma me resonó en los oídos. Podía ver el movimiento de su dedo en el gatillo. Me lancé hacia adelante, tratando de tomar la punta para desviarla. Vi el fogonazo. Cerré los ojos.

Un calor insoportable. Una mano aferrándose a mi cintura y el sonido del arma disparándose contra el techo.

El ruido de un cuerpo cayendo en seco al suelo. Mamá gritó y Klaus soltó una maldición.

Abrí los ojos y sonreí entre lágrimas.

—Llegaste.

—Lamento haberme tardado —dijo sosteniendo la punta del cañón hacia arriba. El disparo había impactado en el techo. 

Negué con la cabeza.

—Fue el momento justo.

—No lo suficiente —murmuró mirando mi rostro.

Sus ojos parecían supernovas. Estaba furioso. Miró a Klaus como si quisiera reducirlo a cenizas con solo pensarlo.

Yo sabía que sería capaz, pero también sabía lo mucho que le gustaba jugar con sus presas.

Klaus se puso rápidamente de pie y retrocedió.

Apolo dio un paso hacia él. Mi corazón latía desbocado mientras observaba la escena frente a mí. Cada fibra de su ser parecía vibrar con una ira que amenazaba con consumirlo por completo. Sus músculos se tensaron, emanando una energía intimidante que llenaba la habitación.

Por el rabillo del ojo, noté a mi mamá agachándose al lado de mi abuelo, que estaba inconsciente en el suelo.

El aire se cargó con una electricidad opresiva, como si el mismísimo universo estuviera a punto de estallar en una tormenta de fuego y cenizas. Cada paso de Apolo resonaba estruendosamente, y con cada uno de ellos, algo a su lado se prendía fuego, el suelo parecía derretirse bajo sus pies.

Verlo me dio tranquilidad, y el asco y la furia se abrió paso por encima del miedo y el dolor. Quería que lo matara, lentamente y escucharlo suplicar. Quería ver su sangre derramarse frente a mis ojos.

Y cómo si Apolo me hubiera escuchado, con un gesto como el destello de un relámpago, alcanzó a Klaus y lo agarró por el cuello, su mano una garra ardiente que amenazaba con dejar una marca indeleble en su piel. Klaus soltó un grito ahogado, su rostro contorsionado por el dolor y el miedo.

—He querido arrancarte la cabeza hace meses —gruñó Apolo, su voz un rugido gutural que reverberaba en la habitación—. Nadie le hace daño a mi mujer —siseó. 

Klaus se retorció buscando aire, y de repente gritó. Marcas de quemaduras comenzaron a aparecer desde donde la mano de Apolo lo sostenía hacia arriba. Parecía como si le hubieran arrojado ácido en el rostro.

Sonreí fascinada. Sus gritos me supieron a música.

—¡Darlene!

Miré a mi mamá, que intentaba despertar a mi abuelo, y reaccioné.

21.57

—¡Apolo! —grité volviendo mi atención hacia él. 

Me miró por encima del hombro. Apenas fue menos de un segundo, pero bastó lo suficiente para que Klaus sacara una especie de daga pequeña de su cinturón. En un movimiento desesperado, la hoja cortó el aire, hundiéndose profundamente en el brazo del dios.

El rostro de Apolo se retorció en una mezcla de dolor y furia. El icor divino brotó de la herida. Su agarre se aflojó momentáneamente, permitiendo que Klaus pudiera liberarse, cayendo al suelo en un golpe sordo.

—Tic toc —murmuró antes de salir corriendo hacía la ventana y saltar pese al cristal. 

21.59

Hubo un estruendo ensordecedor y el edificio entero se sacudió en sus cimientos. Los gritos en la calle aumentaron, el olor a humo y combustible llenó mis pulmones.

«¡No lo dejes escapar!».

Apreté los dientes. No, lo haría.

—¡Apolo, saca a mi familia de aquí! —grité corriendo hacia la misma ventana por la que había salido Klaus.

—¡¿Darlene, qué…?!

—¡Mantenlos a salvo! —ordené sin mirar atrás. Sabía que podía confiar ciegamente en él.

Salté por la ventana, cayendo al vacío. El aire helado me golpeó el rostro. Mis alas se desplegaron, abriéndose como un paracaídas y el aire se filtró entre las plumas, deteniendo mi caída. Apenas podía distinguir algo entre el humo que comenzaba a subir hacia los cielos. Me ahogué y tosí. El fuego griego subía con una velocidad excesiva, los bomberos no podrían apagar aquello, pero tenía la esperanza de que Percy pudiera con sus poderes. 

No sabía dónde estaba Nico o qué había pasado con él. Esperaba que estuviera bien.

Me elevé a las alturas, intentando ver a dónde se había ido esa cucaracha.

Había escapado. 

━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━

Apolo estaba sentado frente a mí, curando mi herida.

—No te preocupes —murmuró colocando la mano en mi rostro—. Me aseguraré que no quede marca.

Nos consiguió una habitación de hotel para dormir. Mi abuelo y mi madre estaban a mi lado, observándome con preocupación.

Nico y Percy entraron cuando Apolo estaba terminando de curarme.

—No hay nadie en los alrededores —dijo Nico.

Me habían explicado que cuando se enteraron de lo que estaba pasando, mamá y el abuelo no habían dudado en ir corriendo pese al aviso de la explosión. Nico había intentado detenerlos, pero se encontró con que habían algunas dracanaes en la zona y se había tenido que quedarse a pelear. Pronto Percy se le había unido.

Apolo había sacado a mi familia y los había puesto a salvo, y cuando me vio estaba enojado por haber saltado detrás de la cucaracha.

—Aún no puedo creer lo que pasó —murmuró mamá con los ojos llenos de lágrimas.

—Fueron muy valientes para ser mortales —dijo Apolo apartándose de mí—. Ojalá hubiera podido venir antes.

Tomé su mano. En el lugar donde Klaus le había herido ya no había nada. Genes de dioses.

—Zeus no quería que interviniera —se defendió. Llevo mi mano a sus labios y la beso.

—No me sorprende —bufó Percy.

—¿Entonces cómo…?

—Tu padre intervino. —Lo miré asombrada—. No sé qué le dijo, simplemente apareció y me dijo que viniera. A Zeus parecía que le daría una embolia al verse desafiado, pero…es Eros. A Zeus nunca se le ocurriría contradecirlo. Vaya a saber qué pasó luego.

—Bueno…es un desarrollo interesante verlos colaborar —murmuró mi abuelo con asombro.

Me reí. Era cierto. Me incliné hacia adelante, dándole un suave beso. 

—Gracias.

Apolo sonrió con tristeza, e hizo aparecer un espejo para mí.

—Mira. —Como si nada hubiera pasado. Ventajas de tener al dios de la medicina cómo novio—. Si hubiéramos tardado más tiempo o si hubiera tenido veneno de algún monstruo probablemente hubiera quedado marca. 

—A la cucaracha solo le interesaba matarme, no dejarme marcas —respondí con simpleza.

—Entonces tendremos que conseguir un buen veneno para cucarachas —espetó Nico con los brazos cruzados—. Y si no, aplastarla.

—Me gusta lo de aplastarla —agregó Percy.

Mi mamá soltó un suspiro.

—¿Qué le pasa a ese chico? —cuestionó—. ¿Porque te odia tanto?

—Empiezo a tener algunas teorías —respondí—, pero en sí, me odia desde mi vida anterior.

Les expliqué rápidamente. Mi abuelo frunció el ceño.

—Hay muchas posibilidades —dijo pensativo—. Pero no recuerdo con exactitud a ningún traidor en la corte de Leónidas I.

Mamá se sentó a mi lado, acariciando mi mejilla.

—Mi princesa resultó ser una reina —murmuró con una sonrisa triste. Se giró hacia Percy, dándole su teléfono—. Deberías llamar a Sally.

Percy negó con la cabeza.

—No quiero arruinar su luna de miel.

—Ella merece saberlo, Percy. 

Acabó asintiendo a regañadientes.

—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Nico.

Mi abuelo ladeó la cabeza.

—Podemos quedarnos aquí hasta que consigamos algo mejor.

—Yo puedo ayudar con eso —dijo Apolo sonriendo.

Lamento la tardanza, pero tengo noticias!

Ahora tengo un canal de difusión, por si les interesa, dejo en comentarios el link.

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