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047.ᴄʟᴀᴠᴇʟ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ - ᴘᴀʀᴛᴇ 2

En el capítulo de la boda, muchas pidieron detalles de lo que hicieron en el armario. No habrá detalles hasta quizá el final de la saga, lo que puedo ofrecerles es otra cosa.

Este capítulo es la perspectiva de Apolo, entre ellos no ha pasado nada importante más que unos besotes intensos, pero aunque Apolo intente comportarse decente por respeto a que Dari esta joven, en su propia mente se permite todos los pensamientos tal cual desea, y tiene una imaginación MUY activa.

Disfruten.

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ᴄʟᴀᴠᴇʟ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ - ᴘᴀʀᴛᴇ 2

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APOLO

NO TENÍA NI IDEA DE LO QUE ESTABA HABLANDO ATENEA, TENÍA COSAS MÁS IMPORTANTES DE LAS QUE OCUPARME, PERO AHÍ ESTABA, TENIENDO QUE SOPORTAR LOS ENORMES DISCURSOS DE LA PESADA DE MI HERMANA.

Me recosté en mi trono, tratando de concentrarme más en mis planes para la noche que en lo que sea que Atenea considerara importante. Al final solo mi padre y Artemisa la escuchaban, nadie más quería estar allí. Era la cuarta reunión en el mes y casi siempre era sobre lo mismo: Tifón.

¿Acaso no se daba cuenta que tenía algo más importante que estar haciendo que escuchar una y otra y otra vez sus planes para derrotarlo? Con una sola reunión había bastado, pero no, ella tenía que ser siempre el centro de atención de nuestro padre, la hija perfecta que siempre tenía razón.

Desplacé la mirada hacia los demás. Sep, ninguno quería estar aquí. 

Hermes estaba jugando Candy Crush en su teléfono, Dioniso miraba el techo, y estaba seguro que se estaba cuestionando si realmente estar aquí era mejor que el campamento. Poseidón se estaba quedando dormido, Ares limpiaba un arma y Hefestos estaba jugando con un nuevo cacharro que intentaba armar.

Afrodita se miraba en un espejo, Demeter y Hera no hacían nada, pero la manera en que movían las piernas dejaban en claro que ya querían irse. Arti y papá realmente escuchaban a Atenea que por poco y ya le faltaba sacar una presentación en PowerPoint sobre su nuevo plan…que era el mismo que dio la semana pasada.

Dari hacía presentaciones más interesantes, como ese que hizo sobre “¿Cuál Kardashian es cada Olímpico?” Afrodita y yo éramos Kim. 

Solté un suspiro de aburrimiento. 

Cerré los ojos y me permití imaginar algo más agradable. Lo primero que vi fue la imagen de esa mañana, cuando había ido a despertar a Darlene y ella se había volteado boca abajo con la cara cubierta por las almohadas porque seguía teniendo sueño. 

Mis manos se habían deslizado suavemente sobre su espalda, disfrutando cómo se erizaba bajo mi toque. Como el borde de la playera se había levantado, dejándome ver una minúscula porción de piel, lo suficiente para que me diera cuenta de lo que solía esconder bajo la ropa.

Ese bonito, y muy sexy debía decir, tatuaje ubicado justo en el final de la espalda.

Como había intentado evitar que siguiera tocándola, para acabar mirándome de frente. Tan hermosa. Me perdí en la curva de su cuello, y mi pulso se aceleró al contemplar la perfección digna de una obra de arte. La suave luz matutina dibujaba contornos delicados sobre su piel, el cabello desparramado en las almohadas, esa mirada perezosa por el sueño y esos labios que por más que intentara, no podía dejar de sentirme adicto.

—Yo quería quedarme durmiendo aquí, te lo agradezco —masculló entre dientes—. Ya me desvelaste.

«Oh. Amor mío, porque me haces tan difícil las cosas».

—Bueno… —Me incliné sobre ella, acariciando suavemente con mis labios el borde de su oreja y se estremeció—, si fuera por mí, y con todo lo que desearía hacerte, no saldrías nunca de aquí.

No bromeaba. 

Los pensamientos que siempre me rondaban cuando la tenía cerca no eran nada puros. No podía evitarlo. Sus suspiros, sus movimientos, cada pequeño gesto alimentaba mi deseo de estar más cerca de ella.

No había nada en el mundo que deseara más que estar completamente envuelto en ella, sumergido en su aroma, perdido en sus susurros y fundido en su piel. Lo que daría porque el tiempo pasara más rápido para poder tomarla como tanto anhelaba.

Se sentó bruscamente, apartándome de un empujón y dándome un golpe en el brazo.

—Es increíble lo pervertido que has estado actuando los últimos días.

Me reí a carcajadas. Era tan fácil ponerla nerviosa que era una blasfemia no aprovecharlo.

Darlene Backer podía ser hija del dios del deseo y la atracción sexual, pero seguía siendo una joven inexperta que jamás en su vida había sido objeto de atenciones tan carnales como las que producía en mí. Nadie la había tocado como yo deseaba hacerlo. 

Y si las cosas salían completamente a mi favor, nadie más que yo lo haría.

¿Les cuento un secreto? Tenía mi propia lista de lo que quería hacer con ella, solo que la mía no era apta para todo público.

Pero, ¿pueden culparme? Darlene era la protagonista de mis más oscuras fantasías.

—Me gusta molestarte, y en todo caso, me dijiste que ya sabías cómo era, ¿ahora te haces la sorprendida?

—Si solo vas a estar molestándome, prefiero salir de esta habitación.

Se levantó de la cama, ignorándome. Tan dramática como me gustaba.

—De acuerdo, adelante. —Me acomodé mejor en la cama, reclinado contra los almohadones y las manos detrás de la nuca.

—¿Te importa? —cuestionó enarcando una ceja, señalando su pijama y luego la puerta.

—No, adelante, no me molesta —respondí mirándola completamente. 

«Me encantan sus piernas» pensé sonriendo ante la cantidad abrumadora de imágenes que me invadieron. «Lo que daría por tenerlas aferradas a mi cadera».

—¡Sal de aquí!

—¿Me estás echando de mi propia habitación?

—Sí.

Me arrodillé en la cama, acercándome lentamente a ella, solo deseando poder atraerla contra mí y no dejarla ir hasta que ambos estuviéramos ebrios de placer.

—¿No preferirías que te ayude? —preguntó tomando entre dos dedos el bretel de su camiseta.

Ella se mordió el labio inferior, tratando de mantener una expresión seria, pero el rubor en sus mejillas la delataba.

«Di que sí, mi amor» supliqué viendo sus labios.

—¿Qué pretendes? —preguntó con voz temblorosa.

—Solo quiero ayudarte a que te sientas más cómoda —susurré atrayéndola con una mano, mientras que con la otra jugueteaba con el bretel. 

La reacción de Dari esa mañana era tal lo que sabía que pasaría, pero no lo que hubiera elegido yo. Así que solo me queda imaginar lo que sí me hubiera encantado que pasara.

 Por suerte, tengo una gran imaginación. 

Ella tragó saliva nerviosamente, pero no intentó apartarse, al contrario, se apoyó contra mí pecho, y dejé un suave beso en su hombro.

—Apolo, esto es… —empezó a decir, pero la interrumpí con un beso apasionado que la dejó sin aliento.

Sentí la rendición en su cuerpo mientras se aferraba a mí, la arrastré conmigo de regreso a la cama, sin dejar de besarnos. Ella respondió con la misma intensidad, acomplándose a mí como si fuéramos piezas de un mismo rompecabezas. Mi mano deslizándose por su cuerpo, explorando cada centímetro de piel que ansiaba tocar, recorriendo lentamente hasta sus piernas y volviendo a subir, provocando en ella suspiros que me volvían loco. Subí más y más, llegando hasta la cara interna de sus muslos, dejándome llevar por la suavidad de su piel, deseando reemplazar mi mano por mi lengua. Sus manos se enterraron en mi cabello, rasgando con las uñas, sacándome un gemido que se perdió contra sus labios.

—Apolo.

—¿Mmm?

—¡¿Apolo, quieres prestar atención por una vez en tu vida?!

Abrí los ojos repentinamente, recordando que en realidad estaba en el Consejo, y ahora todos me estaban mirando. 

—Perdón —mascullé, sentándome mejor en mi trono. Algo complicado considerando cierto impedimento en mi anatomía baja—. ¿Podrías repetir la pregunta, Atenea?

—Yo no te pregunté nada —espetó ella rodando los ojos.

—Ah.

—Fui yo —dijo Afrodita con una sonrisa inocente—. Es que parecías tan perdido en tus pensamientos que me preguntaba si acaso habías tenido alguna visión que nos ayudara, o quizá debamos pedirle  a tu vidente. ¿Por qué no mejor la traes ante nosotros?

Una pregunta válida, sin duda, pero que requería una respuesta que yo, en mi estado de distracción, no estaba preparado para dar. Me aferré a los brazos de mi trono, no quería ponerme de pie y que todos vieran la evidencia de mi falta de atención, mucho menos si era para traer a Dari aquí, porque aunque podría traerla con solo un chasquido, había dos inconvenientes:

Uno, Darlene ya me había dicho que odiaba que la hicieran aparecer así como así en un lugar, sobre todo si era el Consejo. Dos, no estaba seguro de querer verla en este estado, iba a empeorar todo.

Miré a mi alrededor, buscando desesperadamente una salida elegante de esta situación. Hermes y Dionisio ahora me miraban con la misma sonrisa que Afrodita, el primero incluso movió las cejas en complicidad. Ares tenía el ceño fruncido y se notaba que se estaba conteniendo de lanzarme una daga. Artemisa se apretaba el puente de la nariz y Atenea tenía los ojos cerrados, ambas negaban con la cabeza.

«Confía en tus hermanos para que te ayuden cuando más necesites» pensé frustrado.

No estaba seguro si los demás no se habían dado cuenta o elegían fingir que no se habían percatado.

—Bueno…no, no he tenido ninguna visión —respondí por lo bajo.

—Entonces, con mayor razón debemos traer a tu vidente —dijo Hermes con burla—. Seguro que te motiva lo suficiente.

—No creo que sea necesario recurrir a ella en este momento —respondí, tratando de sonar confiado—. Estoy perfectamente consciente de lo que está sucediendo, en cuanto haya una visión que comentar, lo diré.

Traté de enfocarme en Atenea, esperando que ella tomara la iniciativa y cambiara el rumbo de la conversación. Sin embargo, mi hermana me miraba con una mezcla de incredulidad y exasperación.

—Apolo, ¿estás seguro de que estás en condiciones de participar en esta reunión? —preguntó, arqueando una ceja con suspicacia.

Tragué saliva, sintiéndome cada vez más incómodo bajo la mirada de todos. 

—Por supuesto —respondí con firmeza—. Estoy completamente centrado.

—Muy bien —intervino mi padre—. Entonces seguirás tú la reunión. Ya es hora que te comprometas de verdad con la causa, quiero oír tu opinión de todo lo que dijo Atenea.

«Oh mierda».

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Para cuando por fin me desocupé de la reunión ya había perdido casi todo el día.

Entré en mi templo deseando poder tomar un buen baño antes de la cena, y una sonrisa se apoderó de mí al pensar en la sorpresa que tenía planeada para Dari. 

Pero no pude subir ni un solo escalón, cuando vi a Meleis correr despavorida hacia mí. El horror perlaba sus facciones y temí que algo malo hubiera pasado.

—¡¿Qué ocurrió?!

Se detuvo frente a mí, agitada y apenas podía formar palabras coherentes mientras intentaba explicarme lo que estaba sucediendo.

—¡Se..señor! —exclamó deteniéndose frente a mí, me tomó el brazo con fuerza, sus manos temblaban y estaba tan agitada que era incapaz de formar palabras coherentes.

—¡Calmate! —grité con furia. Ella se detuvo abruptamente, parecía un pequeño ciervo asustado frente a los faros de un coche—. Ahora, dime qué pasó.

—¡El…jar...dín! ¡La…señora…ella…!

El pánico en su voz resonaba en mis oídos, y un nudo se formó en mi estómago. Sin perder tiempo, me adelanté a los jardines sin esperarla, tratando de imaginar qué tipo de caos podría haberse desatado.

Pero no alcancé a llegar que la vi, venía caminando por el pasillo, completamente empapada, con la ropa rasgada y sucia, y los ojos rojos repletos de lágrimas. Me detuve en seco al verla. Darlene, mi dulce Darlene, estaba al borde del llanto. 

Alguien le había hecho daño, e iba a pagar por ello.

—¿Dari? —Levantó la mirada, y un escalofrío me recorrió la espalda—. Mi amor  ¿qué ha pasado? —mi voz salió ronca, llena de preocupación. 

Me acerqué a ella con cuidado, como si fuera una frágil mariposa a punto de desvanecerse. Mis manos temblaban ligeramente, deseando poder envolverla en un abrazo reconfortante y borrar todo rastro de dolor de su ser.

—¡Odio a tus musas! —me gritó apartándome de un empujón y pasando por mi lado.

Me quedé paralizado por un instante, con el corazón golpeándome el pecho con fuerza. 

«¿Qué dijo?»

—¿Señor?

—Meleis —murmuré tan bajo que mi voz sonó con el siseo de una serpiente—. ¿Qué pasó?

La ninfa se estremeció a mí lado, temblando y sin atreverse a mirarme, susurro:

—La señora había preparado una sorpresa para usted, vuestras musas quisieron hablar con ella, no estoy segura de lo que hablaron porque la señora me envió a por vino, pero cuando volví…

Meleis, que no paraba de temblar, se detuvo en lo que estaba por decir, quizá temerosa de que sus palabras empeoraran todo. La ira que ardía dentro de mí era como un volcán a punto de entrar en erupción, y cada respiración se sentía como el rugido de las llamas devorando todo a su paso.

Mis puños se cerraron con tanta fuerza que sentí las uñas clavarse en las palmas. Miré fijamente hacia el pasillo, donde la silueta de Darlene se desvanecía en la distancia, dejando tras de sí un rastro de agua.

—¿Qué más? —mi voz era un susurro oscuro, cargado de furia contenida—. ¿Qué más sucedió en mi ausencia?

La ninfa tragó saliva, sus ojos se llenaron de lágrimas, y me miró con terror. 

—Señor…está brillando.

—¡¿Qué pasó, Meleis?! —gruñí, intentando controlar la rabia que amenazaba con desbordarse.

La ninfa tartamudeó, balbuceando una explicación entrecortada. 

—No estoy segura de quién comenzó, pero la señora se estaba peleando con ellas, peleando en serio, señor, a golpes —sollozó—. Y luego…luego rompieron su sorpresa, la señora estaba devastada y…y no me quedé a ver más, corrí a buscarlo. ¡Lo siento, señor, debí protegerla!

Mis labios se curvaron en una mueca de desprecio. Aquellas musas, mis "queridas" inspiradoras, habían desatado su veneno sobre el amor de mi existencia. La necesidad de hacerles pagar se apoderó de mí. 

Una necesidad que en el pasado solo había sentido contra quienes habían osado ofender a mi madre o a Artemisa.

Cerré los ojos un instante, inhalando profundamente para contener la tormenta que rugía dentro de mí.

—Vete de aquí, Meleis. —mi voz era un susurro helado que cortaba el aire—. Ve con Darlene, y asegúrate que esté bien. No toleraré más errores.

Ella asintió y corrió lo más rápido que pudo lejos de mi. Ninfa inteligente, ojalá pudiera decir lo mismo de mis musas.

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Estaba dándole la espalda a la puerta cuando Calíope ingresó a la habitación con ese andar despreocupado y elegante que tanto la caracterizaba. 

—¿Me mandaste a llamar, mi señor? —preguntó haciendo una leve reverencia.

—”Quiero que se aseguren que Darlene esté cómoda, bien atendida y feliz, cuidenla como el tesoro precioso que es”. ¿No fueron acaso esas mis palabras, Calíope? —Me giré lentamente para enfrentarla, dejando que mi mirada ardiera con la misma intensidad que la furia que bullía dentro de mí. 

El silencio pesado se adueñó del espacio, solo interrumpido por el suave tintineo de las joyas en su ropa. Estaba hermosa, evidentemente se había preparado, emocionada ante la idea de ser llamada por mí a solas.

Sonreí con diversión. Era tan predecible.

—Mi señor… —Me miró sin saber qué decir, negó con la cabeza, quizá tratando de encontrar las palabras que la justificaran—. Yo…

Levanté una mano, deteniéndola.

—Cuando doy una orden, espero que sea cumplica, Calíope, sin excepciones. Su conducta ésta tarde ha sido menos que aceptable, para ser honesto, me ha decepcionado completamente.

Calíope bajó la mirada, sus ojos evitando encontrarse con los míos. 

—Creo que ha habido un malentendido, nosotras intentamos darle la bienvenida y hacerla sentir cómoda, ella fue quién lanzó el primer golpe, atacó a Talía y…

La risa sutil y amarga escapó de mis labios, resonando en la habitación.

—¿Acaso crees que no veo a través de tus artimañas? Soy muy consciente que Darlene es quién inició los golpes, es propio de ella, pero también no inicia nada sino le das un motivo, entonces mi pregunta es: ¿Qué hicieron ustedes para que ella reaccione así? —Calíope no respondió nada—. ¿Y bien?

Levantó la vista, mirándome por entre las pestañas y comprendí que había cambiado de estrategia. Se acercó lentamente, con una sonrisa seductora. Sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y temor, como si supiera que estaba jugando con fuego.

—Mi señor, entiendo tu frustración, nos equivocamos, pero te ruego que me permitas compensarte por este horrible error —susurró con voz suave e hipnótica—. Sé que me has llamado aquí por una razón, y estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para reparar este malentendido.

Llevó sus manos a los breteles del vestido y lo dejó caer, quedando completamente desnuda ante mí. Se arrodilló despacio, casi arrastrándose por el suelo hasta mis pies y sonrió. 

Enarqué una ceja. ¿De verdad pensaba que haciendo esto, no saldría castigada? 

Antaño probablemente le habría funcionado, la habría tomado en mis brazos y me hubiera permitido perderme en su cuerpo. 

Ahora sentía asco.

Se acarició los senos sin pudor, y deslizó las manos por su cuerpo hasta su entrepierna.

Levanté la vista al techo, ignorando los sutiles gemidos que producía. 

No comprendía cómo podía haber sentido tanto deseo por esta mujer, ahora lo único que aparecía en mi mente cuando pensaba en sexo, era…bueno…una loca que se la pasaba tirandome cosas a la cabeza cuando se enojaba.

Cerré los ojos, e inmediatamente su sonrisa iluminó toda mi mente. Sí, ella era todo en lo que podía pensar. 

Sentí el ligero toque en mi cadera, y recordé quién estaba allí frente a mí, bajé la vista hacia ella y la encontré intentando quitarme el cinturón. 

Tomé sus manos, deteniéndola, y me incliné sobre ella, acariciando su mejilla.

—Oh, Calíope, mi hermosa musa, siempre has sabido cómo complacerme, pero ahora…  —murmuré dejando que una sonrisa adornara mis labios, ella se estiró con los ojos cerrados, esperando ser besada. Mi mano se deslizó suavemente hacia la mandíbula—. Nop, no se me para —dije con un tono más frío, apretando tan fuerte que jadeó de dolor.

Dejé que todo mi poder solar se concentrara en mi mano, y ella gritó ante la quemadura.

—¿De verdad pensaste que te he llamado para esto? —gruñí poniéndola de pie, ella sollozó, aferrándose a mi muñeca, intentando que la soltara—. No te he llamado en años, ¿y piensas que lo haré justo hoy, después de lo que le has hecho a mi mujer? 

—Por favor, señor…. —lloraba desesperada.

—¿Te crees que no sé que todo fue tu idea? —dije por lo bajo apretando tan fuerte que estaba seguro que podía escuchar un pequeñísimo crac bajo mi toque—. Las demás son unas cobardes, no harían nada si no tienen la certeza de que tu las respaldarías. Si tu les dices “salten”, ellas dicen “qué tan alto”, así que sé que molestar a Darlene hasta que ella reaccionara fue tu idea, luego podrías actuar como la pobre musa que solo intentaba ser su amiga. Te conozco demasiado bien, Calíope, y también la conozco a ella, sé muy bien cuál de las dos es una vivora mentirosa.

Disfruté tanto el terror en sus ojos.

La solté, dejándola caer bruscamente al suelo y se apresuró a cubrirse con el vestido. Me miró desde abajo, llorando y con la marca de quemadura que mi mano había dejado en su rostro

Un pequeño golpeteo resonó en la puerta y di la orden de que entraran.

Mis centinelas personales ingresaron bruscamente en la habitación, arrastrando con ellos a las otras musas. Estaban llorando y asustadas, presas con cadenas de diamantinas, unas hechas especialmente por Hefesto para casos así. No me gustaba tener que usarlas contra mis propios súbditos, mucho menos contra ellas, pero durante mucho tiempo les había dejado hacer a su antojo cuando quisieran y solían pensar que podían moverse por el mi templo con total impunidad, creyendo que su estatus les otorgaba cierto poder intocable; que nadie, salvo yo, tenía más autoridad que ellas.

Pero eso se había terminado.

Las arrojaron al suelo, al lado de Calíope que las vio con incredulidad y miedo. Temblaban frente a mí, sus ojos llenos de terror reflejaban el miedo que les invadía ante mi ira desatada. Sus voces apenas eran audibles, ahogadas por sollozos desesperados que llenaban la habitación.

Mis labios se curvaron en una mueca de desprecio mientras las observaba con frialdad.

Hablaban todas a la vez, disculpándose y suplicando piedad.

—Señor Apolo, por favor —suplicó Clío—, comprenda que no fue nuestra intención…

Melpómene se aferraba a las cadenas con desesperación, sus lágrimas mezcladas con maquillaje corrido le daban un aspecto desgarrador.

—Entendemos que estamos en falta, pero no merecemos este castigo...

Mi risa resonó en la habitación, fría y cruel. 

—¿No merecen este castigo, dices? Melpómene, cariño, creo que has olvidado que he dado castigos peores por mucho menos.

Sollozaron con más fuerza, su miedo palpable en el aire cargado de tensión. Temblaban ante la certeza de su castigo, conscientes de que no había escape de mi justicia divina.

—Ustedes han estado a mi lado largos siglos, algunas son madres de mis hijos y por ello, no las arrojare al Tartaro —dije colocando las manos detrás de la espalda y paseándome entre ellas. Que hermoso ver sus cuerpos sacudirse de miedo ante esa posibilidad—. Como mis musas quise creer que podrían convivir con mi ángel en paz, ella tiene un corazón enorme y bondadoso y basándome en sus interacciones con mis hijos mestizos consideré dar una oportunidad a la convivencia sana. Aunque creo que no tomé en cuenta que ustedes no tienen su mismo corazón, y lo que hicieron me demuestra que no están dispuestas a convivir con ella, y lo comprendo.

Las nueve me miraron confundidas.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Talía.

—Se mudaran a mi templo en Delfos —sentencié. Se miraron entre ellas, como si estuvieran buscando la confirmación de lo que había dicho—. Desde Delfos se encargarán exclusivamente de sus deberes, inspirar a la humanidad, al menos hasta que aprendan a comportarse.

Como cotorras empezaron a quejarse, sus voces resonaban en la habitación como un coro disonante de descontento y protesta. 

—¡¿Cómo puede hacernos esto?! —exclamó Erato, su voz tintineaba con el tono agudo de la indignación—. No puede relegarnos a un lugar secundario.

—¡Esto es una injusticia! ¡Somos tus musas! —exclamó Calíope—. Nuestra existencia misma es ser tu inspiración, somos parte de tu esencia en la mente colectiva humana en las artes.

Las demás asintieron, expresando su desacuerdo en coro. Intentaron argumentar, buscaron persuadirme con palabras melódicas y rostros angustiados. 

«Qué rápido que se les olvida que están en falta» pensé molesto.

—¡Silencio! —bramé. El templo entero se sacudió desde sus cimientos, el brillo y calor que mi cuerpo desprendía era propio de una supernova, y había aumentado mi tamaño para lucir más intimidante—. Su deber era ser mi inspiración y de los humanos, pero ahora eso se acabó. Solo servirán a la humanidad. Por si no se han dado cuenta —agregué con tono burlón—, ustedes ya no me inspiran nada, tengo una nueva musa ahora.

Un tenso silencio se instaló en la habitación, y Calíope se puso de pie con una furia que irradiaba de cada poro de su ser. Su mirada chispeaba con una mezcla de incredulidad y rabia, como si no pudiera creer que el castigo que les había dado.

—No puedes tratarnos así —gritó dando un pisotón en el suelo—. Fuimos tus compañeras durante siglos, Apolo. ¿Y ahora nos arrojas como si fuéramos simples objetos desechables? ¡¿Todo por una niña insignificante?! 

Me reí.

—Esa “niña” vale más para el Olimpo que todas ustedes juntas, el mismo Zeus le dio un título avalado por todo el Consejo por sus servicios prestados en la guerra. Tengan por seguro, que varios dioses preferirían poner las manos al fuego por esa “niña” que por ustedes, y más importante —agregué acercándome a ella, sabiendo que mis siguientes palabras la lastimarían mucho más que la herida en su rostro—. Esa “niña” es quien será mi esposa por toda la eternidad. Darlene es la única que quiero para mí, solo ella. —Levanté las manos con las palmas extendidas, mi mano izquierda brillo de una luz cegadora—. En una mano poseo al centro del universo, y en la otra, esta Darlene, el centro de mi universo. Si alguien le falta el respeto, lo tomaré como una falta de respeto hacia mí.

Calíope se mordió el labio, conteniendo un sollozo antes de hablar.

—Ella nunca será suficiente para hacerte feliz, Apolo —dijo con amargura—. Y lo sabes bien, siempre dudaras si te ama por completo, si ve en tí a tu hijo o si sueña con él cuando esté a tu lado por las noches. Nunca podrás confiar ciegamente en su amor porque una parte de su corazón nunca te pertenecerá. 

Una aguda punzada de dolor me atravesó, pero me negaba a dejar que viera lo que sus palabras me causaban. Dari elegía confiar en mi amor, yo confiaría en el suyo.

—Que este sea un recordatorio para todas ustedes —dije en su lugar. Tomé la mano de Calíope e hice aparecer un clavel amarillo en su palma, ella lo miró con los ojos repletos de lágrimas—. La próxima vez, espero un mejor comportamiento hacia mi futura esposa. O no seré tan piadoso. ¿Está claro?

Las nueve asintieron en silencio.

Con un gesto de mi mano, ordené a mis centinelas llevarlas fuera de mi presencia.

La puerta se cerró, dejándome solo en la habitación. Caminé hacia la ventana y dejé que la luz del sol inundara la habitación. El brillo dorado iluminó el lugar, pero no pudo disipar la oscuridad que persistía en mi interior. Suspiré profundamente, sintiendo un ligero vacío en el pecho. 

Aunque una parte de mí sentía cierta satisfacción por hacerlas pagar, otra deseaba que no hubiera sido necesario llegar a estos extremos. Pero ellas no me dejaron opción. 

Hicieron llorar a mi amor, y eso no tenía perdón. 

Mis pensamientos se volvieron hacia ella. Necesitaba comprobar cómo estaba.

Bueno...amo al Apolo enojado.

El clavel que le dio a Calíope representa rechazo y desagrado.

Las musas no pensaron bien las consecuencias de hacerlo enojar.

¡Ahora si, Meme Time!

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