045.ʀᴀᴍᴏ
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ʀᴀᴍᴏ
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━━━10 de Febrero
UNA BODA INVERNAL ERA UN SUEÑO.
Habíamos conseguido un chalet bonito, pequeño pero bastante elegante. Lo había decorado con cascadas de flores y luces colgantes. Tal como se había previsto, los invitados no llegaban a treinta, y la mayoría eran de la familia de Paul.
Observé mi planilla, asegurándome que todo estuviera en orden. Cada detalle meticulosamente planeado, incluso, los minutos de los últimos rayos del sol a través del cristal, justo cuando Sally y Paul dieran el beso.
Datos que podía saber gracias a la enorme ventaja de ser la novia del dios del sol.
Miré mi reloj. Bien, aún faltaban tres horas para que la gente empezara a llegar. Todo estaba resultando bastante bien, no habían roto nada, el DJ estaba terminando de acomodarse, el catering ya estaba listo, mamá se había encargado de la mesa dulce y pastel, Paul me había dicho que de la tintorería ya le habían dado el traje.
¿Por qué tenía la sensación de que me estaba olvidando de algo?
—¡El ramo! —grité de golpe. Corrí hacia el camión de la florería que estaba en la entrada, habían descargado los adornos florales, pero ninguno me había dado el arreglo de Sally—. Disculpe —Llamé a la chica que había traído todo—. Aún no me han dado el ramo.
Ella me miró, enarcando una ceja y luego a la lista que tenía en la mano. Negó con la cabeza.
—No, no encargaste ningún ramo.
—¡¿Qué?! ¡Claro que sí! —espeté enojada. Le mostré mi propia lista, un cuaderno con diez hojas de cosas tachadas—. Yo nunca tacho nada si aún falta, el ramo fue lo primero que encargué antes que todo lo demás. Pedí un ramo de rosas rojas, peonías rosadas y lavandas con velo de novia.
La chica volvió a mirar su lista y volvió a negar.
—No, lo siento. No lo tengo anotado.
—¡¿Es una broma?! ¡Me cobraron 200 dólares!
—No es mi problema —dijo encogiéndose de hombros. Cerró el camión y ordenó a todos sus compañeros ponerse en marcha.
—¡Sepan que no pondré una buena reseña! —grité. Solté un gemido de frustración—. Sabía que debía pedirle ayuda mejor a los hijos de Demeter.
Me mordí el labio, pensando qué hacer. Tenía tres horas para conseguir un buen ramo.
El sonido de mi handie me llamó la atención. Lo tenía enganchado en el pantalón, los había comprado hace un mes en una tienda de supervivencia, y les había dado uno a cada grupo: uno a mi mamá y Sally, uno a Paul, uno a mi abuelo, uno a Nico y otro a Percy.
—¿Sí?
—Dari, cariño —La voz de mi mamá me puso alerta, ella sería la dama de honor de Sally, así que estaban juntas preparándose—. ¿A qué hora debía venir la estilista?
—¿No ha llegado todavía?
—No.
Las ganas de gritar que tenía eran inmensas.
—Debía llegar hace media hora, mamá.
—Bueno…quizá se ha retrasado un poco.
Me apreté el puente de la nariz.
Salí del salón y subí la escalera de dos en dos hacia el segundo piso.
—¿Dari?
Abrí la puerta de la habitación bruscamente y me encontré a Sally y a mi mamá en batas de baño. La manicurista que contraté les estaba terminando de arreglar las manos y pies. Era un alivio que ella sí hubiera llegado a la hora acordada.
—Si no llega en quince minutos, va a correr sangre —espeté entre dientes y caminé hacia el armario.
—¿Hija, estás…?
—Necesito unos minutos a solas, mamá. Por favor —dije cerrando la puerta.
Me volteé y cerré los ojos, respiré hondo, tratando de calmar los latidos acelerados de mi corazón, me temblaban ligeramente las manos, pero me obligué a mantener la compostura. Me concentré en pedir que apareciera allí y unos segundos después estaba atravesando la entrada a mi jardín. Pasé la siguiente hora recolectando flores y le pedí a una de las ninfas que Apolo había puesto a cuidarlo el lugar, que me consiguiera tanza, cinta blanca, perlas y una tijera de jardín. Pasé la siguiente hora cortando flores y armando yo misma el ramo.
No era ninguna profesional, pero le puse todo mi amor y concentración para que quedara bonito. De hecho, quedó más grande que el que había encargado.
Abrí la puerta con cuidado, esperando que solo mamá y Sally estuvieran allí. Por suerte, sí lo estaban. Estaban conversando animadamente con ruleros en la cabeza, lo cual significaba que al menos la estilista sí había llegado.
Sus rostros se iluminaron al verme entrar, pero apenas pude esbozar una sonrisa forzada. Esperaba que le gustara, sino no sabría qué hacer.
—¡Mira lo que tengo, Sally! —exclamé extendiendo el ramo hacia ella.
Ella parpadeó, sorprendida, y tomó el ramo entre sus manos. Sus ojos se iluminaron al verlo.
—Dari, es… —exclamó, admirando cada detalle con asombro—, es…no tengo palabras, simplemente es perfecto.
—¿Lo tenías en el armario? —preguntó mamá con diversión.
—En realidad…hubo inconveniente con la florería, no lo trajeron. No volveré a encargar nada allí, me cobraron por él y luego dijeron que no lo había comprado. —Ambas hicieron una mueca de disgusto—. Luego iré con el recibo para que me devuelvan el dinero, pero tenía que encontrar una solución inmediata. Así que decidí hacerlo yo misma con flores de mi jardín mágico —agregué con una sonrisa.
Sally me miró con una mezcla de sorpresa y gratitud en sus ojos, y sentí un alivio profundo al ver su reacción positiva. Su aprobación era todo lo que necesitaba hoy.
—No puedo creer que hayas hecho esto por mí —susurró, con los ojos brillantes de emoción—. Es más hermoso de lo que jamás hubiera imaginado.
El alivio me invadió. Había invertido tanto tiempo y energía en asegurarme de que cada detalle estuviera perfecto para su día especial, y verla tan emocionada hacía que todo valiera la pena.
—Quería que tu día fuera perfecto, Sally. Y haré todo lo que esté a mi alcance para asegurarlo.
Me abrazó con fuerza.
—Gracias por todo, Dari.
—No hay nada que no haría por ti, Sally —susurré, devolviendo el abrazo con la misma intensidad—. Quiero que este día sea inolvidable para ustedes dos. Lo merecen.
El timbre de mi handie resonó en la habitación, interrumpiendo el momento. Lo tomé rápidamente, y salí de la habitación.
—¿Sí? —respondí, tratando de mantener la calma en mi voz.
—Dari, soy Paul —la voz de mi prometido sonaba ansiosa por el otro lado de la línea—. El fotógrafo acaba de llamar, su auto se averió y no llegará a tiempo para la sesión de fotos previa a la ceremonia.
Un suspiro escapó de mis labios mientras luchaba por contener mi frustración. ¿Qué más podría salir mal?
—No te preocupes, Paul. Puedo resolverlo. —Corté la transmisión y tomé el teléfono de Sally. Por todo lo de monstruos yo no tenía uno, pero hoy lo necesitaba con urgencia y la novia necesitaba relajarse, así que me lo había dado para este tipo de emergencias. Lo tenía apagado así que lo encendí y marqué el número del fotógrafo, quien me dijo que estaba a una hora del lugar sin poder moverse—. Pues consiga un taxi.
—¡¿Está loca?! ¡¿Tiene idea de cuánto cuesta uno hasta allá?!
«Mala idea llamarme loca en este momento» pensé comenzando a molestarme.
—Me da igual lo que cueste, yo lo pago, pero más vale estar aquí en hora y media como mucho, o le juro que no le gustará verme enojada.
—Una mocosa de quince años no va a amenazarme —dijo burlón.
—No quiere ver de lo que es capaz está mocosa de quince años —siseé—. Deje de poner excusas, busque un taxi y venga de inmediato. Cuando llegue, avise en la entrada, bajaré a pagar.
Corté la llamada y volví a entrar a la habitación.
—Otro contratiempo, ¿verdad? —comentó mi madre.
—Nada importante, ya lo solucioné —respondí con una sonrisa—. ¿Y la estilista?
—Se fue a buscar un café.
Tomé una respiración profunda, ya me estaba temblando el ojo.
—Vuelvo en diez minutos —murmuré con una sonrisa tensa—. Y les traeré un poco de sidra.
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En mi opinión, sin pecar de hybris, creo que podría dedicarme a organizar bodas y sería muy buena.
Había logrado solucionar todos los inconvenientes que se habían presentado, la boda había transcurrido de maravilla y ahora estaba observando como Sally y Paul terminaban su primer baile de casados.
—Es una decoración de mala calidad.
—Obviamente, no se puede pedir demasiado con tan poco dinero.
Iba a matar a las sobrinas de Paul.
Tenían 18 años, eran hijas de la hermana del novio y desde que habían llegado desde Nueva Jersey no habían parado de criticar todo. Mi abuelo me dijo que quizá era que ellas y su madre estaban molestas porque no se había pedido su opinión para nada de la boda.
Paul había decretado que todo fuera según lo quisiera Sally, y ella había querido solo la opinión de mamá y mía. No había mucho que se pudiera hacer.
—Déjalas, solo quieren molestarte —dijo Nico a mi lado.
—Sí, han hecho lo mismo toda la semana —agregó Percy con una bebida en la mano—. Siguen enojadas porque no son damas de honor.
Rodé los ojos y solté un bufido.
—Creo que hoy no es ese el único motivo.
Miré hacia el chico que se acercaba a mí con una copa en la mano y me lo extendió.
—¿Qué ocurre, cariño? ¿Por qué esa cara?
Me apoyé en el brazo de Apolo, aceptando la copa.
—Nada —respondí dándole un sorbo.
Sally me había dejado una invitación para venir con un acompañante. No es que como tal Apolo necesitara una invitación para ir a algún lugar, si él quería, simplemente se metería. Pero yo no lo habría dejado venir conmigo sin el permiso de los novios primero.
También le había dado una así a mi mamá y a mí abuelo, pero solo mi abuelo había venido acompañado.
—¿Quieres bailar?
Levanté la vista hacia él. Había estado tan concentrada y estresada que había estado actuando distante. Lo cual era una afrenta porque se veía tan guapo, se había puesto un traje negro con una corbata que combinaba con mi vestido rosa.
Creo que en los últimos meses solo había mencionado una vez el vestido que usaría, yo no era importante, así que no me pareció darle relevancia a lo que usaría más allá de lo necesario. Pero él me había escuchado y se había vestido acorde a eso.
«Ay, lo amo tanto» pensé sonriéndole.
Tomé su mano y lo arrastré a la pista donde ya habían varias parejas bailando el vals.
La música fluía suavemente a nuestro alrededor. Apolo no perdió el tiempo, me sujeto la mano y la otra la colocó en la cintura atrayéndome contra él.
No podía ni quería dejar de ver sus ojos, su mirada ardiente me envolvía con tanto amor. Los latidos de su corazón sonaban bajo la palma de mi mano. En ese tipo de momentos, por un instante, era tan fácil olvidar que él era un dios y yo una mestiza, que había una guerra contra un titán loco que quería destruir el mundo y que nuestro amor podría ser la causa del corazón roto de mi alma gemela.
No. Así solo parecíamos dos adolescentes enamorados.
Nos movíamos en perfecta armonía, nuestros cuerpos estaban tan cerca que apenas había espacio entre nosotros. Cada giro y cada vuelta me acercaba más, haciendo que mi propio corazón latiera como loco.
El resto de la noche me pareció que se pasó volando. Me divertí bastante, mis tres chicos se encargaron de que me lo pasara bien sin estar pensando en todo lo malo que había pasado y la gente desagradable.
Nos habíamos sentado en las mesas que habían apartado un rato. Por primera vez había podido tener una conversación larga con la que esperaba fuera mi futura abuela. La señora Maniel era tan agradable y se notaba lo feliz que hacía a mi abuelo.
—¡Oh, Darlene! —exclamó Sally acercándose a nosotros con Paul—. No he tenido tiempo de decírtelo, muchas gracias por todo. ¡Ha sido la boda perfecta!
La sonrisa se me extendió automáticamente en el rostro al escuchar las palabras de Sally. Verla radiante y feliz era la mejor recompensa por todas las dificultades y contratiempos.
—No fue nada, Sally —respondí sinceramente, sintiendo la emoción palpitar en mi pecho.
—Claro que sí —dijo Paul—. Hiciste un magnífico trabajo.
—Aun me cuesta creer la magia que hiciste considerando lo poco que te dimos de dinero —agregó Sally con un tono avergonzado—. Realmente te superarte, no pensé que se pudiera hacer tanta belleza en poco tiempo y poco presupuesto.
—Oh no, en realidad no usé nada del dinero que me dieron —dije sonriendo—. Lo usé para conseguir una mejor habitación en el hotel para la luna de miel. Les conseguí la suite presidencial.
Las caras de horror y confusión que se reflejaron en los rostros de todos en la mesa fue impagable.
—Espera, ¿quieres decir que organizaste toda esta boda sin usar el dinero que te dimos? —preguntó Paul, con incredulidad, tratando de procesar la información.
Asentí con una sonrisa.
—¿Cómo es posible? —inquirió mamá, con la voz ahogada.
—Lo pagué yo. Es mi regalo de bodas.
Eso pareció hacerlo peor, claramente la idea de que una adolescente pagara una boda así en dos meses con su dinero les parecía impensable.
—Por alguna razón, esto no me sorprende —comentó Percy.
—Y sí, osea, es Dari —agregó Nico tomando de su copa con coca-cola.
Sally y Paul intercambiaron una mirada entre ellos y luego a mí.
—Dari, no tenías que hacerlo —dijo Sally—. ¡Es demasiado genero!
—Oye, es mi primera vez haciendo algo así, me diste la oportunidad, todo esto me servirá para empezar mi propio catálogo —dije sonriendo—. De verdad, tómalo como mi regalo de bodas.
Paul asintió, todavía asimilando la información.
—Realmente apreciamos todo lo que has hecho por nosotros, Dari —dijo con sinceridad—. No podemos agradecértelo lo suficiente. Y disculpa si sueno grosero, pero ¿cómo hiciste para pagar todo esto?
—Oh no fue nada, en realidad lo pagó Apolo —respondí quitándole importancia.
Mi novio se ahogó con su bebida y luego me miró.
—¿Qué yo qué?
—Considéralo un regalo de los dos.
Las miradas de desconcierto y asombro no desaparecieron de inmediato, pero poco a poco comenzaron a comprender.
—Bueno…entonces…muchas gracias, señor Apolo —dijo Sally, y Paul a su lado asintió, secundándola.
Apolo les dio una de sus sonrisas de comercial de dentífrico.
La música volvió a cambiar y lo tomé del brazo para llevarlo conmigo a la pista de nuevo. Me sujetó de la cintura, inclinándose sobre mí y rozando sus labios contra los míos en una caricia tan suave como pluma antes de apartarse.
—Eres una pícara —bromeó—. Mira que hacerme pagar la boda de otros.
—¿Ah, es que quieres pagar alguna boda? —murmuré en el mismo tono.
—No lo sé, tengo en mente una sola.
Se inclinó más cerca para besarme, pero sus palabras me dejaron atontada, al borde de un enorme abismo que me empujaba hacia abajo. Me aparté, sintiendo la cara arder.
—Necesito ir al baño —grité tratando de hacerme escuchar por encima de la música. Apolo me sonrió divertido y asintió.
Caminé hacia la zona de atrás, intentando ignorar las risas y conversaciones animadas que resonaban en el salón.
Empujé la puerta y entré, agradecida por el breve respiro de la multitud. El silencio del pequeño espacio era reconfortante en comparación con el bullicio afuera.
Me mojé la cara, estaba realmente acalorada. Era ridículo, a esta altura ya debería haberme acostumbrado a Apolo me saliera con cosas así, lo había hecho mucho los últimos dos meses, y al fin y al cabo ya sabía que por esa profecía sería algún día su esposa, pero ahora se sentía demasiado. No que no me gustara, pero era demasiado para procesar en mi mente adolescente.
Y él lo sabía, solo que le gustaba molestarme.
Me dirigí a uno de los cubículos, estaba orinándome. Había bebido demasiada sidra. Me estaba terminando de acomodar la ropa cuando escuché murmullos. Al principio, pensé que era solo una conversación trivial, pero pronto me di cuenta de que las voces eran de las sobrinas de Paul.
—¿Viste el ramo que llevaba Sally? ¡Era horrendo!
—Sí, parecía algo que una niña de preescolar haría en su clase de manualidades. No sé cómo esa chica tuvo el descaro de darle algo tan mediocre a la novia.
—¿Qué esperabas? Tiene quince años, y un gusto horrible. Si Sally quería una boda de verdad bonita, no debió ser tacaña y contratar una verdadera organizadora.
—Es claro que solo la dejaron organizar esto por ser amiguita de Percy.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de bloquear las palabras venenosas que resonaban en mi mente. Sabía que no debía tomarlo personalmente, pero era difícil no ponerme furiosa.
A Sally le había encantado y a Paul también, ¿quiénes eran ellas para criticar si algo era o no bonito? ¿Y mala calidad? Por favor, ellas eran las que no tenían buen gusto.
Respiré hondo, recordándome a mí misma que no valía la pena perder mi tranquilidad por el veneno de personas tan superficiales.
—Y sí, ni siquiera tiene estilo para elegir un buen vestido. Ese color le sienta horrible y encima, se nota que es comprado en Walmart.
«¡El rosa es mi color!» pensé, tapándome la boca para acallar el jadeo indignado que casi se me escapa.
—¿Puedes creer el chico con el que vino?
—¡Ay sí! Es demasiado guapo, parece actor de Hollywood.
—Es demasiado para ella.
—Totalmente. Ella es bastante fea.
—Fea y poca cosa. Es sola una niña, no podrá mantener la atención de un chico así mucho tiempo, tarde o temprano se aburrirá cuando vea a alguien mejor.
Me apoyé contra la pared del cubículo, intentando contener la furia que se agitaba dentro de mí como un torbellino. Las palabras hirientes de esas dos se filtraban en mi mente como dardos, pero me negaba a dejar que su envidia me lástimara.
Respiré profundamente, tratando de calmarme. No podía reaccionar como normalmente haría. No iba a arruinarle el día a los novios solo porque dos envidiosas no tuvieran nada que hacer con su vida.
«Solo estás negando lo inevitable, sabes que tienen razón».
Negué con la cabeza, conteniendo las lágrimas. Me mordí el labio tan fuerte que temí que me fuera a sangrar.
No.
Apolo era un dios Olímpico, el hijo del dios rey, el más poderoso de todos, el más hermoso de todos. Podía tener a la persona que quisiera, lo había hecho durante milenios, pero me eligió a mí. Eligió dedicarme el resto de su eternidad a mí. Me había dado su eterna lealtad, me demostraba cada día lo mucho que me amaba.
Él me lo había dicho. Todos me lo habían dicho.
Yo merecía su amor.
Me limpié la lágrima que se me había escapado y abrí el cubículo de golpe.
Ambas se giraron, sorprendidas y asustadas de haber sido escuchadas.
Me acerqué al lavamano y me limpié, sin siquiera mirarlas. Dejando salir más mi lado de Afrodita que el de Ares.
A veces, había formas mucho más elegantes de ganar.
Después de un momento de silencio incómodo, decidí por fin hablar.
—Oh, por favor no, se contengan sólo por mí. Continúen.
—Y-Yo…
Las miré con una sonrisa irónica, sintiendo una mezcla de satisfacción al ver sus expresiones.
—No se preocupen —dije con voz tranquila, aunque mi tono llevaba una carga de desdén apenas disimulado—. Continúen con su animada conversación sobre mi supuesto mal gusto y falta de estilo. Es realmente fascinante escuchar opiniones tan fundamentadas.
Las dos se miraron entre sí, evidentemente sin saber cómo reaccionar ante la confrontación.
—Lo siento, no queríamos… —comenzó una de ellas, pero la interrumpí levantando la mano.
—No necesitan disculparse. Sé que mis elecciones no están a la altura de sus estándares tan elevados —dije, dejando que el sarcasmo gotease de mis palabras—. Pero afortunadamente, no organicé la boda para complacerlas a ustedes. Aunque claro, quizá ahora saben porque no se tomó en cuenta sus opiniones, después de todo no saben reconocer ni un Dior original cuando lo tienen enfrente —agregué señalando mi vestido.
Salí del baño, dejándolas atrás, disfrutando de la incomodidad que flotaba a su alrededor. Afuera, la música y las risas de la celebración continuaban, pero me sentía mucho mejor.
Volví a la pista de baile donde Apolo me esperaba, en cuanto me vio, estiró la mano hacia mí y me aferré a su cuello con una sonrisa.
—Veo que estás de mejor humor.
—Sí, creo que necesitaba un respiro.
—Bien, ¿entonces, quieres seguir bailando o qué?
—Oh, dalo por hecho.
Apenas había pasado una hora de aquello, cuando Nico y Percy ya estaban tirados sobre las sillas intentando dormir, y Apolo y yo seguiamos bailando, que la música se cortó y se encendieron las luces.
—¿Y ahora?
—Sally arrojará el ramo —dijo mi mamá.
—Ah.
Percy se frotó el ojo, se notaba que se estaba cayendo de sueño, pero ya no quedaba mucho de fiesta de todas maneras.
Nos paramos a un costado, viendo a las pocas mujeres de la sala reunirse a unos pasos de Sally, que estaba subida a una silla.
—¿No participas? —le pregunté a mamá.
—No, sería ingenuo pensar que sería la siguiente en casarme considerando mi evidente capacidad para sostener una relación —respondió con una sonrisa triste.
—Pero…creí que aún seguías viendo al señor Gerbert.
Había resultado, que mi mamá estaba saliendo con un cliente habitual de la pastelería, uno que era gerente de una empresa importante y que solo seguía deteniéndose a comprar todos los días allí, por ella. Apenas tuvo la oportunidad, la invitó a salir.
—Apenas hemos salido dos meses, hija —dijo encogiéndose de hombros—. Ya no me hago ilusiones tan fácil.
Suspiré, la verdad mientras ella no dejara ir los sentimientos que tenía por Eros, no iba a poder seguir adelante.
Volví la atención al grupo.
—¡Oh cómo la mierda que no! —espeté de golpe llamando la atención de todos—. ¡Eso sí que no!
—¿Dari, qué….?
—Sostén mis zapatos, ese ramo es mío —siseé quitándomelos y dandóselos a Apolo.
Me encaminé hacia el centro del grupo que estaba esperando el ramo, porque entre ellas, estaban las dos víboras parientes de Paul.
«Encima que lo critican, tienen la desfachatez de intentar quedárselo» pensé enojada. «Oh no, si alguien va a quedarse con ese ramo, esa seré yo».
Me hice lugar entre las otras seis mujeres, dándole un empujón a una de las dos chicas y me preparé para agarrarlo.
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APOLO
Mi primer pensamiento fue: ¿qué piensa hacer?
Luego vino un: ¡Oh mierda, va hacerlo!
Observé a Dari abrirse paso entre las mujeres ansiosas por atrapar el ramo. La verdad, era un espectáculo fascinante. Era la única descalza, y eso hacía que se viera el doble de bajita que el resto.
No sé qué había desencadenado esto, pero no sería yo quién la detendría.
—¿Por qué tengo la sensación de que va a terminar mal?
—Porque es Dari y tiene esa mirada de loca asesina.
No estaba prestando mucha atención a lo que sea que estaban hablando los dos semidioses a mi lado, no cuando Darlene estaba allí, luciendo como una princesa y al mismo tiempo como una cazadora lista para atacar a su presa y luchar por ella a muerte.
—¿Debería preocuparme? —cuestionó mi suegra.
—Sí —respondieron los otros dos.
La música se desvaneció en el fondo mientras mis ojos se centraban solo en ella, en cada movimiento fluido y decidido que hacía para asegurarse de estar en la mejor posición para atrapar el ramo. Las otras mujeres no parecían muy dispuestas a dejarse ganar, pero ellas no conocían la tenacidad de Dari cuando se proponía algo.
La novia levantó el ramo con una sonrisa radiante, lista para lanzarlo hacia el grupo de seres rabiosos y desesperados. El aire se cargó de anticipación mientras todas estiraban los brazos. El ramo salió disparado hacia ellas, y en ese instante, todo pareció detenerse. En un rápido destello de movimiento, Darlene se lanzó hacia adelante, sus manos extendidas como garras.
Incluso siendo un dios, no podría decirte con exactitud cuál de todas fue la que dio el primer golpe.
Solo sé que fue cuestión de segundos para que empezaran a pelearse, y Dari en particular, cuando una chica intentó romperle el vestido, le dio un puñetazo y cayó noqueada sobre la maraña de otras mujeres que había en el suelo; luego agarró por el cabello a otra, que era muy parecida a la anterior, y la arrastró por el piso. Era una verdadera carnicería, dudaba haber visto algo así desde la época del Coliseo romano.
Las mujeres a su alrededor parecían haber subestimado la fuerza de Darlene. Con movimientos rápidos y precisos, logró evitar los agarres de las demás, esquivando codos y torsos con una agilidad que solo una semidiosa podría poseer. Se tropezó hacia adelante, tomando el ramo del suelo que había caído entre tantos empujones y golpes.
Una sonrisa de triunfo se extendió por su rostro, iluminando sus ojos y soltó un grito de felicidad.
Algunos aplaudieron, y otros seguían petrificados viendo el desenlace de la feroz batalla. Las otras mujeres retrocedieron, derrotadas y sorprendidas por la agresividad de alguien que era al menos una cabeza más pequeña que todas.
La vi allí, radiante y hermosa, despeinada y con algunas marquitas de rasguños, con el ramo en alto como si fuera el trofeo de su vida.
No supe en qué momento logré moverme. Le extendí los zapatos a quién sea que estuviera a mi lado y me moví hacia adelante, sin que me percatara del todo lo que hacía, corrí hacia ella con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, apenas consciente de las miradas sorprendidas que nos rodeaban.
Ella no se había percatado de mi presencia, la tomé del brazo y soltó un grito sorprendida, la atraje a mis brazos y sin darle tiempo a procesar lo que pasaba, la besé. Sentí su corazón latir en sincronía con el mío, realmente unidos, entrelazados como nuestros destinos.
Sentí sus brazos rodear mi cuello, sin soltar el ramo. La sujeté de la cintura, levantándola lo suficiente para besarla sin tener que agacharme tanto. Su calor irradiando a través de su piel mientras la sostenía con firmeza, aferrándome a ella como si el mundo entero estuviera suspendido en ese instante.
El sabor de sus labios era dulce y embriagador, como el néctar de los dioses, y me perdí en la suavidad de su boca. Su aliento cálido acariciaba mi piel, y sus dedos se enredaron en mi cabello, y sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo cuando su piel se fundió con la mía.
Nos separamos lentamente, con la respiración agitada y los corazones latiendo al unísono.
—Ven conmigo.
La levanté lo suficiente para arrojarla sobre mi hombro, ignorando las miradas sorprendidas que nos rodeaban, y la llevé hacia la salida, sintiendo su risa resonar en mis oídos.
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DARLENE
Apolo tenía un serio problema con secuestrarme.
Pero la verdad, a esta altura de nuestra relación, ya no me molestaba. No cuando me estaba llevando cual costal de papas sobre el hombro, delante de todos los invitados que al principio parecían sorprendidos y luego habían empezado a aplaudir.
No es que tampoco me llevara tan lejos, era solo el armario del salón.
La música había vuelto, pero allí dentro se sentía como un murmullo lejano.
Me colocó de nuevo sobre mis pies, pero no me soltó del todo.
—Eso fue... inesperado —susurré, con una risa nerviosa.
—La espontaneidad es una de mis mejores cualidades —respondió encogiéndose de hombros—. Además, nada fue más inesperado que verte pelear a muerte por un ramo de flores.
Sonreí, victoriosa, y lo levanté cerca de su rostro.
—Tal vez me dejé llevar un poco, pero era muy necesario.
—Mmm —tarareó meneando la cabeza con diversión—. Yo solo sé que mi novia se volvió loca por conseguir un elemento que, según la tradición, al atraparlo, se convierte en la siguiente en casarse. ¿Me estabas tratando de dar alguna señal, preciosa?
«Que me trague la tierra».
La verdad, la imagen que podía estar dando al meterme a atraparlo fue lo único que no pensé, solo me importaba que esas dos víboras no se quedaran con el ramo que tanto me criticaron.
Sentí la cara arder al pensar que Apolo podría haber interpretado aquello de una manera que a mí ni se me ocurrió.
Al final solo le había dado más material con el que molestarme.
Apolo me miraba con una chispa traviesa en los ojos, como si estuviera esperando mi respuesta con ansias.
—B-Bueno…yo… —No sabía cómo defenderme.
—Silencio, mortal —murmuró sin dejar de sonreír.
Llevo una mano a mi nuca y me atrajo para besarme de nuevo.
Los besos de Apolo generalmente eran ansiosos, invasivos, arrolladores, como un tsunami arrasando todo. Pero aquel, aquel fue diferente. Creo que nunca me había besado de aquella manera, ni siquiera en nuestra sesión de besos en Navidad.
Este fue lento, seductor y me dejó como lava ardiente.
Quizá fue un conjunto de todo, la adrenalina del momento, la oscuridad del armario, saber que mi familia y amigos me habían visto escaparme con él luego de lo que hice, o qué. Pero en aquel instante, en ese pequeño espacio, podía sentir la electricidad fluyendo entre ambos.
Dejé caer el ramo, colgándome de su cuello. Me sujetó de la cintura, levantándome en brazos, mis manos se aferraron a sus hombros, sintiendo el calor que emanaba de su piel mientras me empujaba contra la puerta. Cada latido de mi corazón me resonaba con fuerza en los oídos.
El susurro de su aliento acarició mi piel, enviando escalofríos por mi espalda mientras me perdía en todo él. Cada caricia, cada roce, encendía una chispa que ardía con intensidad, consumiendo todo a su paso.
No estaba segura de cuántos minutos habían pasado cuando se apartó apenas unos centímetros.
—En cuatro días es San Valentín —comentó con tono casual.
—Sí… —murmuré besando su mandíbula.
Su mano bajó de mi cintura hacia mi pierna, el calor de su tacto era fuego, incluso con la tela del vestido sirviendo de barrera.
—Estaba pensando que…—Se detuvo, movió la cabeza, apartándose de mis labios, y enterró el rostro en mi cuello, dejando besos que me hicieron soltar suspiros—, estaba…
—¿Sí?
—Estaba pensando que podríamos ir a algún lugar —dijo finalmente.
Parpadeé intentando concentrarme en lo que decía.
—Ir a algún lugar —repetí.
—Hace meses que no hacemos un viaje.
Asentí, aún algo atontada, pero la idea me parecía encantadora.
—Me gustaría mucho.
—Bien, vamonos.
—¿Ahora mismo? —cuestioné riendo.
—Sí.
—Está bien, pero déjame avisar primero.
—¿Es necesario? —murmuró pasando sus labios sobre mi mandíbula hacia la oreja,
—Sí. —Solté un suspiro, siempre lograba distraerme cuando hacía eso.
—¿Por qué?
—Porque… —Lo aparté dándole un golpecito en el hombro y él me sonrió como un niño haciendo una travesura—, normalmente cuando me voy sin avisar es porque algo pasó en el campamento, y ya he hecho pasar por muchas a mi madre. No quiero seguir preocupándola.
—Bien —dijo apartándose totalmente, me miró y se rió.
—¿Qué?
—Nada. —Pasó el pulgar por mi rostro, como limpiando algo.
Solté un jadeo indignada al darme cuenta.
—¡Tienes que dejar de arruinar mi labial!
—No es como si te quejaras —bromeó.
No estaba segura si él estaba manchado con mi labial, no podía ver mucho ahí adentro, aunque conociéndolo, seguramente solo yo estaba manchada. Él usaría sus poderes para permanecer impecable como siempre.
—Eres un tonto —espeté apartándolo de mí y abriendo la puerta.
—Pero soy tu tonto.
Salí del armario y lo primero que vi, fue a unos metros las sobrinas de Paul. Ninguna de las dos me había visto, no al principio al menos, cuando se dieron cuenta, me miraron asombradas y luego con odio.
Recordé las cosas que habían dicho en el baño y sentí placer por lo que hice. Habían quedado hechas un desastre luego de la mechoneada que le di a una y el morado luego del puñetazo a la otra.
Y aún más. Sentí placer al recordar puntualmente lo que habían dicho de mi relación.
«Yo también estoy hecha un desastre».
Me pasé el dedo por la boca, limpiando los restos del labial, y sonreí.
—Vamos.
Me giré hacia Apolo que estaba detrás mío, y me sorprendió darme cuenta que él también tenía la boca manchada de carmín.
Me reí, mientras él sostenía mi mano y me llevaba de regreso al salón, pasando por delante de ambas, que tenían la boca abierta y destilaban un apestoso olor a envidia y enojo.
A veces, había formas mucho más divertidas de ganar.
Les dejo a su imaginación lo que hicieron en el armario.
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