041.ᴀʟʜᴇʟÍ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ
A partir de ahora, los capítulos con el pasado de Dari son un crossover con una película.
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ᴀʟʜᴇʟÍ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ
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━━━17 de Diciembre
LOS SUEÑOS NO SE DETUVIERON NI UNA SOLA NOCHE, CADA MAÑANA DESPERTABA SINTIENDO EL ENORME VACÍO DE LA PÉRDIDA, Y CADA AMANECER LA CULPA AUMENTABA AL VER UNA NUEVA FLOR EN MI MESITA DE NOCHE.
Aunque el primer sueño que agradecí, porque me dio un poco más de información que de verdad me servía para algo más que dejarme más traumas emocionales, fue el que tuve hacía dos noches.
Caminé por las calles empedradas, la túnica blanca adornada con joyas de plata que parecían más escudos que alhajas. Mi amado esposo caminaba a mi lado, y todo aquel que lo veía, se inclinaba ante él con el mayor de los respetos que pudiera haber.
Frente a nosotros, los emisarios persas nos esperaban. Miré divertida al hombre que los acompañaba.
—Concejal Theron —murmuré—, al fin es útil para algo.
Él me devolvió la mirada con desprecio, aunque la ocultó rápidamente tras la conocida sonrisa falsa de siempre.
—Mis reyes, solo distraía a su huésped.
—Ya veo —dijo Leo, y Theron tragó saliva ante su mirada dura.
—Yo...
—Antes de hablar, persa —detuvo al emisario cuando intentó hablar—, entiende que en Esparta toda persona, incluso cuando un rey lo envía, es responsable de lo que dice aquí.
El emisario asintió, aunque se notaba por las expresiones de su rostro que no estaba nada a gusto con lo dicho.
—Por supuesto.
—Ahora, ¿qué mensaje me traes?
—Tierra y agua —Fue lo único que dijo mientras abría los brazos.
Fruncí el entrecejo y miré a mi esposo, el cual sonreía divertido.
—¿Has viajado desde Persia por tierra y agua? —cuestionó apoyando una mano sobre su espada.
El emisario no parecía haberse dado cuenta que sus palabras eran motivo de burla para el rey.
—No seas cóbarde ni estúpido, persa —dije dando un paso adelante—. No se permite en Esparta.
El hombre me miró con indignación y luego a Leónidas, esperando que él me pusiera en mi lugar, pero mi esposo sonrió complacido.
—¿Por qué ésta mujer cree que puede hablar entre hombres? —cuestionó con dureza.
Leo no dijo nada, no intervendría, aunque el ceño fruncido y la mano ligeramente apoyada sobre su espada era el único indicio de que las palabras del persa no habían sido de su agrado.
—Porque solo las espartanas procrean hombres de verdad —respondí con firmeza.
El emisario parecía estarse conteniendo de avanzar hacia mí y golpearme, pero no lo hizo. No cuando mi esposo dio un paso adelante cubriendo mi visión.
—Caminemos para tranquilizarnos—ordenó al persa, y luego me miró por encima del hombro. Para otros podría haberse tomado como una manera de reprenderme sin decir nada, pero yo lo conocía bien, la comisura de su labio temblando en una sonrisa orgullosa.
Leo se adelantó con el persa, me mantuve detrás de ellos, seguida de cerca por el resto de concejales y soldados.
—Si valora más su vida que su completa aniquilación, escuche bien, Leónidas —dijo el persa.
Mis ojos se mantenían fijos en la espalda de mi esposo, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a las palabras del emisario. Podía percibir la tensión en el aire, como una tormenta que se avecina.
Escuché las amenazas del persa, sus palabras arrogantes que buscaban doblegarnos. La indignación ardía en mi pecho al escuchar la propuesta absurda del persa. ¿Tierra y agua? ¿Acaso creía que Esparta se rendiría tan fácilmente ante Jerjes?
No entendía que en Esparta la sumisión no estaba en nuestro léxico.
Una risa burlona amenazaba con escapar de mis labios, pero la contuve, consciente de la seriedad del momento.
A mi lado, los concejales seguían en silencio, observando con atención cada movimiento. Sentía sus miradas de reojo, algunas con aprobación y otras con incertidumbre. Pero no me importaba. Mi lugar era aquí, respaldando a mi esposo y a mi patria.
El persa sonrió complacido al ver que mi señor meditaba sus palabras. No comprendía que su silencio era más una calma antes de la tormenta.
Finalmente, Leónidas se detuvo, enfrentando al persa con una calma peligrosa.
—¿Sumisión? —Negó con la cabeza, dándole una expresión lastimera. Lo miré sintiendo el profundo amor y respeto que ese hombre despertaba en mí, estaba orgullosa de ser su esposa—. Será un pequeño problema. Se rumora que...los atenienses ya los han rechazado. —Theron se adelantó hacia Leónidas, y fruncí el ceño por su descaro—. Y si esos filósofos —dijo con burla—, tuvieron ese valor...
—Debemos ser diplomáticos —intervino Theron llamando la atención de mi rey.
—Además —espetó Leo con dureza—, los espartanos tienen también una reputación importante.
El rostro del persa reflejaba una mezcla de enojo y frustración ante la respuesta de Leónidas. Sus ojos centelleaban con ira contenida, y sus puños se cerraron con fuerza, revelando la tensión que se acumulaba en su interior.
—Elija con cuidado sus palabras, Leónidas —amenazó—, podrían ser sus últimas como rey.
Leónidas permaneció en silencio, sus ojos escudriñando la ciudad que se extendía ante nosotros. La tensión era palpable, y todo el pueblo aguardaba, expectante, la respuesta que sellaría el destino de Esparta. Mi esposo, sopesó las palabras del persa. La brisa acariciaba sus cabellos oscuros mientras su mirada se perdía en la vastedad de la ciudad que amábamos y estábamos dispuestos a defender, a costa de nuestras vidas.
Observé cómo su mandíbula se tensaba, indicando la ponderación de cada palabra. Los emisarios persas parecían impacientes, pero Leónidas no se apresuraba a responder. La grandeza de Esparta descansaba en sus hombros, y él era consciente de la responsabilidad que llevaba.
Entonces dirigió su mirada hacia mí. El corazón me latía con fuerza, y aunque no podía escuchar sus pensamientos, sabía que estaba dispuesto a defender la libertad de Esparta con todo lo que tenía. Y yo, como su compañera y reina, solo podía encontrar una única respuesta posible.
Asentí levemente. Tenía mi apoyo en cualquier cosa que decidiera.
Se giró con velocidad hacia el emisario al tiempo que sacaba su espada y lo apuntaba directo al cuello. En un acto reflejo, todos los soldados lo imitaron, alejando a los hombres que habían acompañado al persa. Me adelanté hacia él, parándome a su lado con la cabeza en alto.
—¡Demente! —gritó indignado el persa—. ¡Está loco!
—Tierra y agua —repitió Leo con sorna, apuntó con el mentón hacia el profundo pozo que se hallaba en la entrada de la ciudad—. Allí abajo lo encontrarás.
—Nadie, persa o griego, amenaza a un mensajero —gruñó furioso.
—Vienes con cráneos de reyes conquistados a mi ciudad amada. Has insultado a mi reina, amenazas a mi pueblo con muerte y esclavitud —dijo entre dientes, dejando por fin su verdadero enojo que había estado manteniendo a raya desde que lo habíamos visto bajar de su caballo—. Elegí mis palabras con mucho cuidado, persa. Tal vez debiste hacerlo también.
—¡Qué blasfemia! ¡Es una locura!
—¿Locura? —repitió bajando su espada—. ¡Esto es Esparta! —gritó empujándolo de una patada al pozo.
Esa mañana fue la primera que no me desperté llorando, al contrario, más bien me desperté ansiosa por aprender más. Si mal no recordaba, la llegada de esos emisarios persas había sido el principio de la desgracia de Leónidas y Gorgo.
Me fui inmediatamente a la biblioteca del campamento.
Gracias a mis sueños sabía un par de cosas. Recuerdos que me seguían partiendo el corazón de anhelo y nostalgia, pero que a medida que los procesaba, me sentía tan feliz por ellos.
Leónidas y Gorgo habían sido un equipo. Él la veía como su igual, su más grande consejera, amiga y amante. Su opinión tenía más valor que la de todos los concejales importantes.
Pero ahora, leyendo sobre el tema, me daba cuenta que era más grande que solo eso.
Gorgo había sido la verdadera reina de reyes: su padre, esposo e hijo habían sido reyes que le habían dado un poder que ninguna otra mujer había conseguido jamás en Esparta, mucho menos en toda Grecia.
"Cuando Jerjes decidió marchar contra la Hélade, Demarato, que estaba entonces en Susa y lo sabía, quiso informar a los lacedemonios. Él, sin embargo, temía ser descubierto y no tenía otra forma de informarles que este truco: tomando una tablilla doble, raspó la cera y luego escribió el plan del rey en la madera. A continuación, volvió a fundir la cera sobre la escritura, para que los guardias no molestaran al portador de esta tablilla aparentemente en blanco. Cuando la tablilla llegó a Lacedemonia, los lacedemonios no pudieron adivinar su significado, hasta que por fin Gorgo, hija de Cleómenes y esposa de Leónidas, descubrió ella misma el truco y les aconsejó que rasparan la cera ya que encontrarían escritura en la madera. Cuando lo hicieron, encontraron y leyeron el mensaje, y luego lo enviaron al resto de los griegos."
—Vaya —murmuré al terminar de leer, sonreí fascinada—. Fui una puta ama.
—¿No te parece que últimamente pasas mucho tiempo pensando en ellos?
Me sobresalté al tiempo que solté un grito que se me escapó antes de que pudiera contenerlo. El sonido resonó en la habitación, y me giré hacia el recién llegado, con el corazón en la garganta.
—Apolo —murmuré.
Un velo oscuro se había extendido sobre el campamento, filtrando la luz de las antorchas que se encendían en los senderos. La biblioteca, antes iluminada por la luz del día, ahora se sumía en la penumbra. Había estado tan metida en la lectura que no me había percatado de la hora que era.
—Antes te dabas cuenta de mi presencia sin que dijera nada —se quejó.
—Estaba concentrada —me defendí.
Tomó el libro que estaba abierto frente a mí.
—Leyendo sobre tu vida pasada.
—Sí.
Apolo frunció el ceño mientras hojeaba las páginas, sin necesidad de leer sus emociones me daba cuenta que estaba algo enojado. Los ojos dorados, la mandíbula tensa y el agarre despectivo sobre el libro, como si fuera pura basura.
—¿Por qué insistes tanto en explorar...todo esto? —preguntó con aparente voz serena.
—Es mi pasado, Apolo. Tengo derecho a saber de él —respondí intentando explicarle, pero bufó, rodando los ojos y dejó caer el libro sin ningún cuidado y cruzándose de brazos.
—Me dijiste que no tenía nada de qué preocuparme —espetó con un tono helado.
Suspiré, intentando no enojarme porque entendía perfectamente lo que le pasaba. Había pasado tres años sintiéndome así cuando aún me gustaba Percy y lo veía más interesado en Annabeth que en mí.
Y porque era bastante consciente de lo celoso que podía ser. Más de lo normal incluso en un dios.
Pasé una mano por su cuello, apoyándome en su hombro.
—Oye Sunshine —murmuré en su oído—, eres el amor de mi existencia. Nada va a cambiar eso.
Se mantuvo en esa posición, sin mirarme o reaccionar a lo que dije. Al final suspiró de mal humor.
—No me gusta verte tan obsesionada con algo que ya no debería importarte.
—Te pedí que fueras exclusivo conmigo —le recordé—, ¿por qué crees que te traicionaria?
—No creo que seas capaz de engañarme —dijo con firmeza, volteando a verme con el ceño fruncido—, pero si conozco sobre lo voluble que es el corazón humano, y sé que puedes cambiar de opinión sobre estar juntos y dejarme.
—¿En serio quieres hablar sobre lo voluble del corazón? —cuestioné irritada apartándome del todo—. Eres un dios.
—¿Y eso que se supone que significa?
—Que de los dos, tú eres el que tiene más posibilidades de cambiar de opinión y dejarme, y yo no ando poniéndome como loca considerando tu historial.
—¿Mi historial? ¡Yo ni siquiera he mirado a otra en cuatro años!
—No estoy hablando de otras personas, Apolo —respondí, frustrada—. Estoy hablando de tu historial como dios. No eres precisamente conocido por ser el epítome de la estabilidad emocional.
Apolo frunció el ceño, bastante incómodo con la verdad de mis palabras. Miró a su alrededor, como si buscara una salida a la conversación incómoda que estábamos teniendo en medio de la tranquila biblioteca.
—Eso es diferente.
—¡¿En qué es diferente?!
Se pasó una mano por el cabello.
—Tienes razón, he llevado mi existencia entera pasando de un amor a otro, nunca satisfecho con ninguno o me los arrebataron antes de que pudiera concretar un futuro. Y cuando supe que vendrías a mí, a pesar de saberlo, eso no me detuvo de tener aventuras, pero sí tenía claro que una vez que te tuviera conmigo, no necesitaría a nadie más. He tomado una decisión consciente, teniendo en cuenta todos los pros y contras, y elegí ser solo tuyo. Que sea un dios no cambia nada, yo sé que quiero estar contigo, que quiero pasar el resto de mi existencia contigo. Y disculpa si tengo dudas de lo que tú puedas querer, Darlene, pero a diferencia de mí, tú tienes una vida corta y soy tu primer novio, y eres una adolescente, es completamente lógico y válido si dudas o cambias de opinión. Aún tienes mucho por vivir y comprender, y... y... —Suspiró, bajando la mirada por un momento antes de volver a encontrarse con mis ojos—. Y ahora me siento un imbécil por presionarte —agregó con tono agotado, dejó caer la cabeza en la mesa y se quedó en silencio.
Me quedé helada. No sabía qué responder, Apolo había pasado de los celos, al enojo, a la frustración y ahora a la vergüenza en menos de cinco segundos.
Más cambios emocionales que cuando me baja el período.
Pero más que nada porque sus palabras habían sido tan claras, tan decididas y...
Y tenía razón. Esto que estaba haciendo haría dudar a cualquiera, a mi me haría dudar si de repente se pusiera a buscar cosas de Jacinto y solo preocuparse por ello.
Yo no tenía dudas de él porque la "única amenaza" era Jacinto y él estaba muerto. Igual que Leónidas.
Pero Michael estaba vivo. Y era mi alma gemela. Y más importante, era su hijo.
—Apolo —lo llamé, pero no reaccionó—. Oye...mírame.
Mis dedos rozaron con suavidad la piel de su nuca, bajaron por el cuello hasta la barbilla, mientras buscaba que levantara la mirada. Cuando lo hizo, tomé cada libro y lo cerré.
Me giré hacia él, sin decir una palabra, mis labios encontraron los suyos. Me respondió al beso con una mezcla de sorpresa y desesperación. Sus labios se movieron con los míos, en ese momento, todas las preocupaciones se desvanecieron.
Sus brazos me rodearon la cintura, atrayéndome hacia su regazo, enterré una mano en su cabello, ansiosa por hacerle saber que solo lo veía a él. Solo él. Nadie más.
Cuando nos separamos, nuestros alientos se mezclaron, y su mirada se suavizó.
—Te amo, te amo, te amo, te amo —murmuré sin parar y sin poder dejar de besarle. Tomé su mano y la coloqué sobre mi corazón—. ¿Sientes eso? Late como si estuviera a punto de explotar, y solo por tus besos.
Mis labios se curvaron en una sonrisa mientras observaba su rostro iluminarse con mis palabras.
—Siempre te sueles disculpar por hacerme daño aunque no sea tu intención, esto es igual. Entiendo que te moleste, y no quiero hacer nada que te haga daño. Pero necesito que confíes en mí. Por favor.
Se mantuvo en silencio, meditando todo.
—Cuando tienes estos sueños, ¿qué sientes?
—Nostalgia, tristeza, dolor. Y muchas veces desearía que esos sueños no acaben nunca —admití. Sabía que no le gustaría nada, pero como mi abuelo siempre decía, para que una relación dure, tiene que haber honestidad por dolorosa que sea—. Pero, ¿sabes qué me trae de regreso a la realidad y me hace sonreír por esta vida? —Tomé su rostro en mis manos con todo el amor que sentía—. Tú. Cualquier cosa que tenga que ver contigo: tus regalos, el sol, tus hijos, todo tú me hace feliz.
Pase las uñas por la piel de la nuca, y se estremeció bajo mi toque.
—Tienes razón, en comparación a tí, no he vivido nada. Ni con mis dos vidas juntas podré alguna vez alcanzarte, y quizá es muy apresurado pensar qué sé lo que quiero ahora para toda mi existencia. No puedo jurarte que lo que quiero para siempre es estar contigo porque ni siquiera sé qué quiero comer mañana, pero, ¿recuerdas lo que te dije en el Olimpo? Tú eres mi tiempo, ahora quiero estar contigo y ahora mismo no tengo dudas de eso.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sus dedos trazaron suavemente el contorno de mi rostro.
—A veces....a veces me pregunto si eres real —murmuró tan bajo que si no hubiera estado así de cerca, no lo habría escuchado—. O si sigues siendo otro más de los sueños que he tenido mientras te esperaba.
Mis labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Soñaste mucho conmigo?
—Más de lo que puedo contar —confesó, sus ojos fijos en los míos.
—¿Y cómo te resultó la realidad?
Bufó, con una sonrisa ladina.
—Más extraño, y sin duda, más irónico de lo que esperaba —admitió antes de sonreír un poco más sincero—, pero también mucho más perfecta de lo que creí posible.
Me reí.
—¿Perfecta? Apolo, soy un completo desastre.
—Sí, pero de alguna manera, eres perfecta para mí.
Una parte de mí, esa insufrible que siempre me molestaba, me recordó que no estaba muy equivocado. Las moiras habían decidido que yo naciera para él, así que en cierta manera, puede que si fuera perfecta para él.
—¿Por qué tengo la sensación de que otra vez estás pensando de más las cosas? —cuestionó negando con la cabeza.
Bajé la vista, apenada.
—Tienes razón, estoy pensando de más. No me hagas caso, estoy siendo tonta.
Tomé su rostro entre mis manos, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Había tanto que quería decirle, tanto que necesitaba expresarle, pero las palabras parecían desvanecerse cuando me miraba como si fuera lo más bonito que hubiera visto jamás.
—¿Qué te trajo aquí, Sunshine? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio—. Aparte de querer asegurarte de que no me obsesiono demasiado con el pasado.
—¿No podría solo querer pasar tiempo con mi hermosa novia y ya?
—No.
—Bueno, está bien —dijo rodando los ojos—. Puede que también este siendo tonto.
—¿Solo ahora? —bromeé, y él me pellizco la pierna—. ¡Ay! —grité, empujándolo.
Se echó a reír. Me encantaba cuando se relajaba así, me daba una sensación de estar viendo un lado diferente al típico que mostraba siempre, uno que incluso lo hacía ver más humano.
Pero no era el momento de risas, al menos no escandalosas. Me apresuré a tapar su boca.
—Shhhh. ¿Es que quieres que alguien nos escuche?
Me apartó la mano, divertido.
—¿Y quién va a escucharnos? —cuestionó—. Por si no te has dado cuenta, estamos solos. Todos están en el comedor, te has perdido la cena por leer.
Y como si fuera un interruptor, me gruñó el estómago. No me había percatado de la hora, mucho menos de que tenía hambre hasta que él lo mencionó.
Apolo sonrió, arrogante.
—Que bueno que vine preparado —dijo levantando la mano y mostrándome una bolsa de McDonalds—. Tal como pediste en el trato, comida a domicilio a cualquier hora que lo necesites.
—Eres increíble —comenté, dándole un beso rápido antes de quitarle la bolsa.
—Lo sé.
Apenas cambiamos de posición, él me observó con diversión mientras disfrutaba de la primera mordida. La comida sabía aún mejor de lo que esperaba, quizá por el hambre monstruosa que tenía.
—Sabía que te gustaría —dijo, tomando una papa frita con actitud triunfante.
—Entonces, ¿vas a decirme sobre qué exactamente estabas siendo tonto?
Se encogió de hombros.
—No sé, no quiero molestarte más con mis celos, solo terminamos peleando.
—Me gusta cuando te pones celoso —admití. Apolo enarcó una ceja—. Pero los celos normales, no me gusta cuando te enojas y pones todo deprimido o inseguro.
—¿Inseguro? ¿Yo?
—Apolo.
—Me dijiste que te dejara resolver todo esto sola, pero no puedo. Independientemente de que Michael sea tu alma gemela, es mi hijo. Esto me incumbe demasiado como para que no me involucre.
Me mordí el labio. Sabía que tenía razón.
—¿Y por eso lo mandaste a buscar tu "lira pérdida" antes de que yo llegara?
Apartó la mirada, avergonzado porque lo descubrí.
—Sí, no fue mi mejor plan. Solo quería ganar algo de tiempo.
—Sé que no quieres que lo vea todavía, pero no podemos posponerlo por siempre.
—Lo que no quiero es que esto acabe mal. No quiero que lo que tenemos se arruine, y mucho menos, quiero que Michael sufra.
—Yo tampoco quiero eso, pero creo que en esto lo conozco un poco más que tú. Sí, va a sentirse triste, decepcionado y puede que hasta se enoje unos días, pero también sé que me quiere, y...
—Es fácil para tí decirlo —me cortó rodando los ojos—, si se enoja, se enojará conmigo.
Me quedé en silencio por un momento, sabía que era una cruda realidad. La verdad era que sí, Michael iba a estar enojado y mucho cuando se enterara, pero también sabía que en algún momento, lo entendería.
—Sí, lo estará —reconocí y Apolo me miró frustrado—, pero se le pasará. Y la realidad es que vamos a tener aprender a convivir con esto, los tres.
Apolo frunció el ceño, y me miró con reproche.
—No vas a ser cariñosa con él.
Le devolví la misma mirada.
—No dije eso, las almas gemelas no siempre son románticas; pero tú tampoco vas a andar metiéndote en medio ni haciendo escenitas de celos.
Apolo dejó escapar un suspiro pesado.
—No sé cómo hacer esto, Darlene —confesó, su voz cargada de frustración.
—Pues aprenderemos sobre la marcha —dije pasando mis brazos por su cuello—. Solo tenemos que confiar el uno en el otro.
Asintió lentamente, pero su expresión seguía mostrando una mezcla de incertidumbre y preocupación. Acaricié su mejilla con ternura, tratando de transmitirle la calma que necesitábamos en ese momento.
Aunque me daba cuenta que le estaba costando muchísimo.
Me mordí el labio pensando en cómo hacerle ver las cosas del mismo modo.
—Espera aquí —dije de repente.
Él me miró confundido. Me levanté de encima suyo y salí corriendo hacia el comedor.
Apolo tenía razón, todos estaban ahí. Arriesgandome a quedar como loca, me precipité hacia la mesa de Demeter, casi tirando al suelo a Katie, la sujeté del brazo y la arrastré conmigo.
—¡¿Darlene, qué pasa?!
—No hay tiempo —la corté—, necesito un favor.
Le expliqué lo que quería, y ella me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza. Al final, asintió poco convencida.
—Está bien, pero quiero saber qué pasa.
—Sí, sí, te lo explico luego. No te lo vas a creer de todas maneras.
Y sí, no se lo había contado a nadie. Ni siquiera a los de mi cabaña, aunque ellos empezaban a sospechar. No podía esconder los ramos de flores que aparecían mágicamente en mi mesita de noche, sin falta con cada amanecer.
Volví de nuevo a la biblioteca, y Apolo seguía allí. Se había sentado con la cabeza hacia atrás y las piernas sobre la mesa, estaba jugando con un avioncito de papel.
Me acerqué a él, y en cuanto me vio, estiró las manos hacia mí, ayudándome a sentarme de nuevo en su regazo.
—¿A dónde fuiste?
No le respondí. Puse el pequeño alelí amarillo frente a él.
Se le quedó viendo, primero confundido y luego sonrió.
—¿Es para mí?
—¿Qué? ¿Te piensas que eres el único que puede darle flores al otro? —bromeé.
Se rió, tomando el alelí casi con devoción.
—Bueno, la verdad es que a mí nadie me suele regalar flores, a no ser que sean laureles cuando gano algo, o girasoles o jacintos en alguna ofrenda. Mi historial con las flores no es el mejor, gracias a tí han cobrado un nuevo significado.
Apolo sonrió, acercando el alelí a sus labios y aspirando su delicado aroma. Era un gesto tan sencillo, pero verlo disfrutar de algo tan pequeño me hacía sentir completa.
Me recosté contra su pecho, sintiendo su calidez irradiar a través de mí mientras mis dedos se entrelazan con los suyos. El suave aroma del alelí amarillo flotaba en el aire, impregnando la habitación con su fragancia fresca y delicada. Observé cómo sostenía la flor entre sus dedos, sin apartar la mirada de él, con una mezcla de asombro y gratitud.
Luego de unos segundos, se inclinó hacia adelante y depositó un suave beso en mi frente, sus labios cálidos y reconfortantes contra mi piel.
—Gracias, mi amor.
Primero:
¡HURRA! Estos dos por fin están aprendiendo a resolver peleas como una pareja sana.
Segundo:
¿Otra canción? Obvio, porque los Apolo vs Leónidas Rap son mi vida:
La fuerza y el sudor es lo que me hace respirar.
Las pesas y los músculos, mi forma de pensar.
Aún me falta leer más, no quiero, no quiero, y no es no.
¿He? ¿Te refieres a Apolo, el dios del sol?
Deja que te explique cómo va a ser la función.
Solo hay tres cosas que amo en este mundo de dolor:
Leer un puto libro, fumandome un habano;
beberme un puto vino con un queso espatano
y romper la naríz de un hijo de puta malcriado.
¡Así es cómo a esta espalda de titanio la han criado!
Puliendo el Gjallarhonr, comenzó mi narración.
Preguntaron por la fuerza y solo el eco respondió:
¡Esparta! ¡Esparta!
Nació para tener sangre y muerte como su única ambición.
"Ni me arrodillo ni agacho la cabeza.
Y en todas las Termópilas saben de mi entereza."
¡LEÓNIDAS! ¡EL REY! ¡LEÓNIDAS! ¡SU ALTEZA!
"¿Con un puro tan bueno quieren que enfrente a una princesa?"
Y del otro lado, un brillo insospechado.
Con su arco de plata mató a monstruos despiadados.
No lo aman por tocar la lira o por sus hitos logrados,
es porque en él belleza y poder yacen fusionados.
"Phoebus Apolo, ha venido a deslumbrar.
Hago a mujeres gemir y a los hombres balbucear."
¡LA GRADA EMOCIONADA POR QUIÉN VA A DESEMPATAR!
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