036.ʟᴀᴜʀᴇʟᴇꜱ
Capítulo largo. No supe dónde cortarlo.
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ʟᴀᴜʀᴇʟᴇꜱ
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APOLO
ENTRÉ AL SALÓN DE TRONOS, INTERRUMPIENDO LA SESIÓN SEMANAL DE TERAPIA DE PAPÁ Y HERA.
Una recomendación que su terapeuta de parejas, les había dado para "mejorar su relación matrimonial". Con más de cinco milenios juntos, dudaba que las cosas mejoraran para ellos, mi padre no iba a cambiar ni Hera tampoco.
Ellos no se parecían en nada a mi Dari y a mí.
Eso me traía de nuevo al motivo por el que vine a interrumpirlos.
—¿Apolo? ¿Ocurre algo? —Papá me miró casi con felicidad, la esperanza de no tener que seguir hablando de sus sentimientos con Hera resultaba demasiado obvia.
—Sí, Apolo. ¿Ocurre algo? —dijo ella entre dientes. Seguro que también se había dado cuenta de eso.
—Es hora.
Ambos se miraron y luego a mí, asintiendo con el ceño fruncido. Hacía dos días, cuando Dari había invocado una visión donde el vástago de Hipnos invadía y destruía el Santuario, la visión también se me había revelado a mí.
No, no estaba espiando su mente, estaba cuidándola porque ese hijo de puta casi me la había matado de un piedrazo.
Pronto todo el consejo estaba en la sala.
—Bien, ya estaba aburrido —dijo Ares sentándose en su trono—. Necesitaba este entretenimiento.
—¿Te parece que esto es un entretenimiento? —cuestionó Atenea señalando la imagen que Hefestos había programado en su tele para nosotros.
—Aún más importante, ¿te parece que el hecho de que Darlene esté en medio de esa masacre, es algo para divertirse? —agregué frunciendo el ceño.
—Apolo, baja la temperatura, está demasiado caluroso así —se quejó Afrodita frunciendo el ceño.
—Sí, qué tu noviecita esté allá abajo no significa que...
—Atrévete a terminar esa frase.
Dioniso solo levantó las manos con gesto inocente, y le dio un trago a su coca-cola.
—Ya va a empezar —comentó Poseidón.
Todos nos centramos en la imagen. Se me formó un nudo en la boca del estómago al ver a mi precioso ángel al frente de las filas, esperando al enemigo que no dudaría en despedazarla si tenía una oportunidad.
La tensión en el Salón de Tronos era palpable, como un rayo que cortaba el aire.
Normalmente, no le prestábamos mucha atención al Santuario. Nuestro principal interés siempre había sido el campamento, quizá porque el campamento guardaba a niños y ellos sí cumplían misiones para atraer nuestra atención.
Los del Santuario nos odiaban, tanto que me llegué a preguntar por qué no se habían unido voluntariamente a Cronos.
Sin embargo, lo que Dari había logrado en poco tiempo, hacer que el Santuario estuviera listo para defenderse y negarse a ser marionetas contra nosotros, era algo extraordinario.
Mi mirada recorrió a cada uno de los dioses presentes, y sus reacciones.
Todos parecían concentrados, pero sí siglos de ver sus caras todos los días me había dado algo de conocimiento, podía imaginar lo que cada uno pensaba y acertar a la perfección.
Mi hermana Misi seguro que estaría observando las habilidades de Dari. A veces, seguía quejándose por la pérdida de lo que habría sido "una magnífica cazadora".
Otra que estaría pensando en algo parecido era Atenea. Esa lechuza estaría atenta a ver qué estrategias habían preparado. Casi podía escucharla.
"Es amiga de mi hija, espero que mínimamente haya aprendido algo decente de ella".
Ares...él solo esperaría ver sangre. Su mente no era muy difícil de analizar.
Dioniso seguro ni le importaría. Demeter tampoco. A Hefestos seguro que solo le importaba ver a su hijo. Bruno Aguilera era uno de sus favoritos, había hecho una maravilla con la creación de cero de un lugar parecido al campamento, pero sin ninguna ayuda de nadie.
Hermes también estaría interesado en Julián, aunque ese era otro que odiaba a su padre. Al menos Julián, en comparación a Luke, había sabido tomar mejores decisiones con su vida que iniciar una guerra sin sentido.
—Se ven tan lindos —comentó Afrodita con un suspiro.
Enarqué una ceja y observé qué estaba viendo.
Me hirvió la sangre.
—¿Estás lista? —preguntó parándose a su lado.
Ambos observando atentamente las puertas.
—Algo, nunca es suficiente tiempo.
—No, supongo que no —murmuró respirando profundo—, aunque al menos Klaus perdió el factor sorpresa.
—Eso sin duda ayuda.
—Vas bastante armada —comentó con tono divertido.
—Me gusta ir armada —dijo con el mismo tono.
—No, no se ven lindos —espeté entre dientes.
—No seas celoso, Lolo —dijo ella con burla—, tú eres su favorito.
No podía permitir que mi ira se desbordara, pero la paciencia se estaba desgastando bastante rápido.
Respiré profundamente, intentando contener mi furia. No podía permitir que la tensión en la sala aumentara aún más. Pero las palabras de Afrodita seguían retumbando en mi mente como un eco persistente.
—Hay asuntos más serios en juego ahora mismo, y a tí lo único que te importa son tus juegos infantiles —respondí con frialdad, desviando la mirada de la pantalla.
—¿Sigues enojado conmigo? —preguntó haciendo un falso puchero—. Te prometí que no volvería a intervenir.
—¡Y rompiste tu promesa a los dos días!
—Nimiedades, era necesario —dijo moviendo la mano quitándole importancia.
Estaba por gritarle que se metiera en sus asuntos cuando hubo un estruendo en la imagen, tan fuerte como un temblor antes de pasar a la repentina calma, quedando todo en silencio.
Los arqueros, en sus posiciones elevadas, tensaron sus arcos y sus miradas estaban fijas en el horizonte, atentas a cualquier movimiento sospechoso.
Dari miró hacia las puertas, donde la oscuridad comenzaba a devorar la luz residual del día. Hubo otro estruendo, y luego otro y otro, como pasos pesados que sacudían la tierra.
—Mierda —murmuró ella.
«Vamos, hermosa, seguro que les ganas».
La tierra temblaba bajo sus pies. El estruendo de sus pasos se mezclaba con el creciente murmullo de la multitud a mi alrededor.
De repente, un estallido atronador rompió la calma de la noche. La puerta principal se despedazó en una llamarada de fuego y escombros. La explosión envió ondas de choque a través del claro, y el estruendo resonó como un rugido ensordecedor.
El resplandor de las llamas iluminó el rostro de los semidioses y monstruos que avanzaban. El humo y el polvo se elevaban en espirales.
—¡A la defensiva! ¡Arqueros, a sus posiciones!
Los arqueros liberaron una lluvia de flechas hacia el enemigo, pero la oscuridad y el humo dificultaban su precisión.
Miré a mi padre, quién no apartaba la vista de la imagen. Volví mi atención hacia Dari, y con un tenue pestañeo, me aseguré de brindarle mi bendición para que sus flechas nunca fallaran. Ella de por sí ya la tenía todo el tiempo, pero nunca era malo un poquito más. No iba a arriesgarme.
El resplandor de su flecha atravesó la oscuridad, dejando tras de sí un rastro incandescente que iluminó lo suficiente antes de explotar en un calor sofocante. La explosión reveló la grotesca silueta de los monstruos que avanzaban, con cuerpos distorsionados y ojos brillando con furia, acompañados de varios semidioses que seguro no dudarían en matar a quienes tuvieran delante.
Las horas fueron pasando poco a poco y sentía las palmas de las manos mojadas por el icor, no había podido evitar lastimarme de tanto apretar los puños por los nervios.
El humo y la confusión envolvían todo el campo de batalla, y Ares y Atenea se habían puesto a hablar sobre lo que ellos harían de estar en esa situación.
—¡¿Quieren cerrar las putas bocas?!
Ambos me miraron y rodaron los ojos.
—Lolo está algo nervioso —comentó Afrodita como si estuviera contando un chisme.
—No puedes culparlo, Afrodita —espetó Artemisa observando fijamente a Dari. Ambos habíamos sentido sus oraciones y ella sabía lo importante que era para mí. Tampoco la dejaría desamparada nunca.
—¡Eso es! —gritó de repente Ares haciéndonos saltar de nuestros asientos—. ¡Así se hace, mierda!
Se volvió a sentar, pero continuó gritando groserías y golpeando los reposabrazos de su trono como si estuviera en un estadio de fútbol.
Aunque su actuar me estresaba más, no podía estar más de acuerdo.
Dari peleaba como una jodida campeona. Esquivaba monstruos y lanzaba flechas a diestra y siniestra, sin detenerse a respirar ni un segundo. Monstruos y semidioses caían y ella apenas parecía cansada pese a que ya llevaba horas peleando.
Mi corazón se hinchaba de orgullo, y al mismo tiempo, temía por su seguridad.
—Hay que reconocerlo, es muy hábil —comentó Hera con una pequeña sonrisa.
Por alguna razón que no lograba comprender, Hera parecía pensar que Dari era el modelo exacto de semidiosa que ella hubiera deseado tener como hija: leal, respetuosa, amorosa y valiente.
Aún cuando Dari había sido algo fría con ella algunas veces, Hera creía firmemente que la chica se daría cuenta de que no debía tratarla así y le empezaría a rendir culto otra vez.
Imagino que es porque la mamá de Dari le recomendó empezar a poner velas a todos los dioses, sin importar quiénes fueran. Así que durante los primeros tres años de su llegada al campamento, Darlene le ponía velas y ofrendas a Hera. Eso debía haber enternecido su corazón...o algo así.
Sus alas se desplegaron, y con un movimiento ágil, lanzó una flecha de plomo. La cual encontró su objetivo, impactando en una zona vulnerable y la confusión de la criatura estalló en un enojo destructivo. Soltando un gruñido ensordecedor, se giró y cargó contra sus propios compañeros.
—Es muy inteligente —comentó Atenea complacida.
—Por supuesto que lo es —dije sonriendo—, es mi novia.
—No es tu nada, cerdo asqueroso.
Todos levantamos la vista hacia la entrada de la sala, donde Eros ingresaba con aire desenfadado y las manos en los bolsillos.
—¿Quién invitó a la mosca subdesarrollada?
La mirada afilada del insecto se clavó en mí, sus ojos llenos de un desdén que había llegado a conocer demasiado bien a lo largo de los milenios. Desdén que se había multiplicado al 100% desde que su hija se había enamorado de mí.
—Muy inteligente, ¿te costó mucho pensar en un insulto decente o los escribes en una libretita cuando estás aburrido?
Rodé los ojos, tratando de contener mi temperamento. No tenía tiempo para sus juegos infantiles, especialmente en medio de una situación tan crítica. Pero, por supuesto, Eros siempre encontraba la manera de joderme la existencia.
—¿No tienes nada más importante que hacer, cocoliso?
Eros frunció el ceño y noté la incomodidad de Zeus, así como la de la mayoría de los presentes.
—Es mi hija, cucaracha albina, siempre me interesa cuando está metida en alguna pelea.
—¿Podrían cerrar el pico? —cuestionó Ares interrumpiéndonos—. Me interesa ver cómo esa pulga le rompe la crisma al engendro del sueño.
Todos centramos la atención de regreso en la pelea, y contuve una maldición al darme cuenta que Klaus corría hacia ella por la espalda.
En un giro rápido, justo cuando él estaba por atacarla, se volvió hacia él. Sus dedos se cerraron con firmeza alrededor de la muñeca y con una mezcla de fuerza, la torcí hacia atrás, aprovechando su propio impulso de velocidad contra él.
Le barrió los pies, llevándolo al suelo con un estruendo sordo, arrojándolo al suelo. Se retorció bajo su agarre, intentando poder liberarse sin éxito, deteniéndose abruptamente en cuando Dari le puso una daga en el cuello.
—¡Esa es mi jodida novia!
Y todos me miraron raro.
—¡Que no es tu novia, degenerado! —gritó Eros acercándose a mi a zancadas.
—¡Afrodita, saca a tu bicho de aquí! —exclamé, señalándolo con disgusto.
—¿Pueden ser más infantiles? —cuestionó Atenea—. Estamos en una situación crítica.
—No sé, a mí me divierte —comentó Dioniso.
—Diez dracmas a que Apolo le gana.
—Ay por los dioses, Hermes —dijo Poseidón—, es obvio que Eros le ganaría.
—Estarían muy reñidos —agregó Hefestos—, pero sí, Eros ganaría.
—Esa chica está muy delgada, debería comer más cereales —masculló de repente Demeter.
—Apolo, ya calmante, no seas niño —dijo Artemisa.
—Estoy de acuerdo con Dioniso —Ares se acomodó mejor en su asiento—. Esto si entretiene.
—Nunca una familia normal —murmuró Hera con la mano en la frente.
—¡Es suficiente ustedes dos! —bramó Zeus.
Eros y yo lo miramos, estábamos sujetándonos el uno al otro por las solapas de las túnicas con los puños en alto.
—¡Él empezó! —gritamos al mismo tiempo.
—¡No me importa quién empezó! —Se puso de pie y nos señaló—. Apolo, ya es suficiente, no has parado de hablar desde hace cuatro horas y ya me has dado migraña.
—Pero... —Me dio LA mirada, solté al estúpido ese.
—Eros, si vas a quedarte, también será en silencio...por favor.
Puse los ojos en blanco. Por supuesto, ya me parecía extraño que le estuviera gritando a Eros. Zeus le temía demasiado como para ser demasiado duro con él como solía ser con todos sus hijos.
Eros masculló algo entre dientes y se alejó a la otra punta de la sala.
—Bueno —comentó Poseidón—, esa sí que es una patada.
Volví mi atención a la imagen, justo a tiempo para ver a Dari darle una patada en la rodilla a Klaus, él se quejó y Dari lo tomó de la ropa para acercarlo a ella y le pegó un rodillazo en la cara tirándolo al suelo.
Sonreí de lado. Solo verla y ya se me iba cualquier enojo.
—¡Así se hace, mocosa! —bramó Ares con el puño en alto.
—Es tan bella —suspiré.
Y todos soltaron un gemido hastiado.
—No dejes que tus amigos se hagan daño, Darlene.
Para sorpresa de todos, Darlene desplegó sus alas, sus ojos brillaban como rubíes en la noche y de ella se desprendía una intensa aura rojiza que se volvía más y más poderosa. Klaus pareció temblar y cayó de rodillas frente a ella.
—No puede ser. —La voz de Zeus sonaba ligeramente atemorizada.
Y podía entenderlo. Ese tipo de poder...era...hermosa, poderosa y muy muy peligrosa. Dari nunca se vio más parecida a una hija del amor como en ese momento.
Levanté la mirada hacia Eros, quien la miraba con orgullo.
Ella se elevó aún más, y su poder se extendió por todo el campo, la neblina gris que Klaus había desatado retrocedía ante mi aura, y uno a uno, monstruos y semidioses bajaron sus armas, observándome atónitos antes de caer todos de rodillas.
—¡Sí! —El grito de Afrodita resonó por toda la sala. Parecía desquiciada aplaudiendo en su trono—. ¡Lo sabía, ella es mi justa descendiente!
Que yo supiera, ella seguía enojada con Dari, pero por alguna razón, ahora había decidido que Dari era su pequeña nieta bonita otra vez.
En ese momento, hubo un gran estruendo de gritos de guerra y la cabaña de Ares ingresó con lanzas y espadas al Santuario.
—¡Ya era hora! —exclamó él al verlos.
Dari disminuyó la fuerza de su poder, no queriendo que ellos también cayeran presos de él. Haciéndolo retroceder de los semidioses del Santuario, dejando que solo los enemigos se mantuvieran en ese estado.
Poco a poco, comenzaban a recobrar la claridad y se pusieron de pie, confundidos, recuperándose al ver a los de Ares atacar al enemigo, uniéndose a la refriega nuevamente.
No mucho después de eso, la batalla terminó.
Nos quedamos todos en silencio, procesando que Darlene había resultado ser más de lo que pensamos.
—Bueno...¿y ahora qué? —cuestionó Hermes.
—Esa chica es demasiado peligrosa —respondió Demeter.
—Sí, bastante —Zeus con el ceño fruncido, miraba al bicho emplumado por el rabillo del ojo.
—Creo que es obvio —intervino Arti antes de que alguien sugiriera algo que acabaría con el mundo quemado—. Darlene Backer definitivamente es un activo poderoso para el Olimpo, no podemos dejar que caiga en manos enemigas. Ya comprobamos lo peligroso de que esté en manos de Cronos, incluso si era parte del plan de Niké.
—Estoy de acuerdo —Atenea asintió—. Si ha quitado la voluntad de lucha a dos ejércitos completos, es indispensable tenerla de nuestro lado.
—De nada.
Todos nos giramos hacia Afrodita, quien estaba tan sonriente como en un día de spa.
—¿Y por qué "de nada"? —cuestionó Hera con tono remilgado.
—Es obvio. Yo hice que Darlene naciera, yo la puse de nuestro lado, yo...
—Es claro que sacó la personalidad de su madre —interrumpió Hefestos por lo bajo, y su esposa le frunció el ceño.
—Darlene debe ser recompensada —murmuré observándola. Se veía hermosa, un completo sueño deslumbrante.
Zeus carraspeó, atrayendo la atención de todos.
—¿Todos están de acuerdo?
Fue unánime.
Cuando apareció frente a nosotros, lo único que pude pensar era que se veía preciosa, incluso si estaba hecha un desastre por la pelea.
Dari abrió la boca como si quisiera decir algo, pero no supiera qué, al final, creo que captó lo que los demás esperaban de ella, porque se apresuró a ponerse de rodillas.
—De pie, Darlene Backer —dijo Zeus con voz seria.
Obedeció, levantando un poquito la mirada, y lo primero que hizo, me sacó una sonrisa. Me miró, solo a mí, sin importarle absolutamente que tenía frente a ella al resto de los Olímpicos, como si lo único que le importara fuera yo.
«Hola, preciosa» dije en su mente, mientras le guiñaba un ojo.
«¿Qué te he dicho sobre meterte en mi cabeza?»
Quise reírme, pero eso solo sería para tener problemas. En su lugar, levanté un dedo, señalando disimuladamente el trono de mi padre para recordarle que no estábamos solos.
Ya tendríamos tiempo para estar solos.
Apartó la mirada de mí, y luego se dio cuenta que la bestia que tiene por progenitor también estaba ahí. Le sonreí de costado, y él parecía listo para golpearme, aunque dudaba que lo hiciera con Dari presente.
Zeus carraspeó y todos nos centramos en él.
—Como decía...Darlene Backer, has demostrado ser una fuerza formidable en esta batalla. Tus acciones han cambiado el rumbo de los acontecimientos, y has reducido enormemente los números de nuestros enemigos. No solo eso, probaste ser un eslabón poderoso para nuestra victoria en un futuro.
La verdad, no le presté mucha atención a lo que decían los demás. Apoyé el codo en el trono, y la mano en la cara, sin poder dejar de verla. Cada palabra que salía de los labios de los demás resonaba como un eco lejano, porque en ese momento, mi atención estaba solo centrada en ella.
Darlene realmente no comprendía del todo los sentimientos que me provocaba, incluso cuando podía percibirlos gracias a sus habilidades, ella nunca podría vivirlos en carne propia, no a menos que fuera una diosa también.
Eran a veces, más de lo que podía llegar a soportar, tan abrumadores que me ahogaban en desesperación.
Era más profundo que eso. Era no poder concebir una existencia eterna sin ella, ya no tenía retorno, no podría hacerlo si algo le pasaba.
—Mi chica es lo mejor —dije casi con un suspiro.
—Sí, por eso te tiene domesticado —espetó Artemisa con una sonrisa burlesca.
Fruncí el ceño ante la risa de todos. La verdad, desde que Dari había entrado en mi vida, todo el mundo se reía de mí.
«¿Domesticado? ¿Dónde escuché eso antes?»
Ah sí. Afrodita.
La miré y ella me hizo un gesto burlesco.
«Te lo dije, Apolo. Domesticado como un cachorro bien entrenado».
Entrecerré los ojos. Me jodía en las pelotas que esa bruja acabara teniendo razón después de todo el drama que armó a mi costa.
«Domesticado».
Bueno...quizá eso no sonaba tan mal.
«Quita a mi hija de tus pensamientos asquerosos, orangután teñido, o haré que te enamores de un burro».
«Sal tú de mi cabeza, parásito deforme».
—Pudo haber sido mi nuera.
Casi que sentí un crac en mi cuello por la velocidad con la que me giré para mirar a mi tío Poseidón.
—Fue una destreza realmente impresionante la tuya con el arco —expresó Artemisa con una sonrisa orgullosa—, sigo lamentando que no pertenezcas a mi cacería, pero dada las circunstancias de tu futuro, me gustaría invitarte a pasar unas semanas con mis cazadoras. Podría ser una gran experiencia.
—Yo... —Dari me miró como pidiendo mi opinión, y solo le sonreí—. Será un honor, señora.
La verdad, aún me molestaba un poco la idea de que casi acabó siendo una de las subordinadas de mi hermana, no es que eso me fuera a detener, pero era más fácil como todo había salido al final.
Pero el pensamiento de que ella y Artemisa se llevaran tan bien, al punto de que mi hermana la invitara a pasar unos días con sus cazadoras, sin ser parte de ellas, era un sentimiento bonito.
—Y cómo Apolo no dejó de parlotear durante toda la batalla —agregó Hermes.
—Sí, sí —murmuró Zeus. Mi pobre princesa estaba bastante confundida, se notaba en su cara. Confundida, cansada y seguramente herida, pero aún así, se mantuvo en pie, como si no estuviera a punto de quedarse dormida en cualquier momento—. Ciertamente tu aporte fue imprescindible, y dado que, como dijo Atenea, tienes un futuro importante, hemos estado debatiendo un poco.
Me acomodé mejor en mi trono, derecho y con la cabeza en alto, tal como todos cuando un decreto se estaba por establecer. Eso sí, a diferencia de los demás, con una gran sonrisa que ni me esforcé en esconder.
¿Por qué lo haría? Estaba orgulloso de Dari, y lo único que quería era que toda esta mierda de guerra acabara y que ella tuviera la edad adecuada para poder hacerla mi esposa.
—Darlene Backer, por tu gran valor y lealtad, por tu impresionante victoria y destreza en el campo de batalla. —Con un gesto majestuoso, Zeus alzó su mano y una luz dorada brilló sobre mi cabeza, una diadema de oro adornando su cabello—. El consejo Olímpico en votación unánime, te nombra "Espada del Olimpo".
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DARLENE
En cuanto Zeus dio por finalizada la reunión, sentí que ya no daba más. Me dolía la cabeza, el cansancio me envolvía como una manta pesada, y los músculos me protestaban por el esfuerzo de la batalla.
Las manos me temblaban ligeramente mientras intentaba sostenerme, y las heridas que había recibido durante la pelea comenzaban a hacerse sentir con intensidad. Cada centímetro de mi cuerpo parecía haber sido golpeado y magullado, como si todas las horas que había aguantado por fin se estuvieran haciendo presentes ahora.
Me giré hacia la salida, y me di cuenta que papá se acercaba a mí con expresión preocupada, pero antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba pasando, sentí unas fuertes y grandes manos rodeando mi cintura, y me encontré elevada en el aire. Un grito agudo se me escapó de los labios por la sorpresa que se disipó en ese mismo instante, al reconocer el aroma a canela y bloqueador solar. Un aroma que había aprendido a necesitar tanto como el mismo aire.
Me aferré a él, sintiendo la calidez reconfortante de su brazo mientras me sacaba de la sala casi que corriendo.
—¡Apolo!
El grito de furia de papá resonó en mis oídos, y Apolo soltó una carcajada estridente.
—Eres imposible —dijo, dándole un golpe en el hombro, aunque también me estaba riendo.
El corazón me latía con fuerza, habían pasado días desde que lo había visto y que estuviera haciendo algo tan descarado como esto, frente a todos los dioses, frente a mi papá, me hacía sentir como si un terremoto me estuviera sacudiendo.
—¡Apolo, ya bajame! —grité entre risas, mientras intentaba liberarme de su agarre.
Él solo apretó su abrazo y dio una fuerte sacudida en su hombro que me hizo rebotar y volví a golpearlo. Al llegar a un pasillo menos transitado, finalmente me dejó en el suelo, pero me arrastró por la cintura hasta una habitación oscura, observando por encima de mi cabeza, sin perder la sonrisa, si todavía papá nos seguía; y luego cerró la puerta tras nosotros con un sonoro golpe.
—Creo que lo perdí —bromeó, empujándome suavemente contra la pared.
—Eres un idiota —dije suejetándome a sus brazos para evitar colapsar.
—Ah, pero por alguna razón, te gusto así —masculló en voz baja.
Se inclinó sobre mí y sus labios encontraron los míos en un beso hambriento antes de que pudiera responder.
El mundo desapareció en ese instante. Las preocupaciones, la fatiga y el dolor se desvanecieron en la intensidad de ese beso. Me aferré a él como si fuera mi ancla en medio de la tormenta, mis manos encontraron su cabello dorado y las suyas rodearon mi rostro, sosteniéndome con firmeza.
—Te extrañé tanto.
—Yo también.
Volvió a besarme y me dejé llevar por el calor y la electricidad que se desataban entre nosotros.
—Hoy estuviste impresionante.
La manera en cómo me miró, con tanto amor y orgullo me puso la piel de gallina. Bajé la vista algo apenada.
—No fue nada.
—Claro que lo fue —replicó tomando mi mentón y haciéndome mirarlo—. Por si aún no lo notaste, impresionaste a los doce Olímpicos, Dari; hiciste que nos pusiéramos de acuerdo sin discusiones. ¿Tienes idea de cuantos héroes han logrado eso?
—Yo... —No sabía qué decirle, aún no tomaba dimensión de lo que había hecho.
—Los asustaste al punto de quitar de la mesa la opción de destruirte. Zeus te quiere de su lado, no se atreverá nunca a hacer algo que te enoje, te has posicionado a la misma altura que la reputación de tu padre.
Abrí la boca, intentando decir algo pero las palabras no me salían. No podía creer que enserio me consideraran tan peligrosa como él.
Apolo sonrió, acariciando mi mejilla y luego levantó la vista hacia la diadema en mi cabeza.
—Esto no es suficiente. —Pasó una mano por el suave oro. No sentí ningún cambio, pero él asintió complacido—. Ya, esto está mejor.
Me llevé las manos a la cabeza y sentí que ya no era lisa, ahora tenía una forma extraña, como de flores. Me la quité y la observé atentamente, a pesar de la oscuridad, podía ver los pétalos esculpidos en el oro.
Levanté la vista hacia él.
—Creía que los laureles eran el símbolo de la victoria —murmuré con cuidado.
Él se encogió de hombros.
—Ahora me gustan más los gladiolos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Gladiolos. Espadas.
Lo tomé de la chaqueta y lo atraje contra mí para besarlo de nuevo.
De ahí vienen los títulos de gladiolos que abarcaron la batalla de Dari, el título que le dieron y que Apolo diga que ahora le gustan más los gladiolos: ella es su gladiolo y su nuevo símbolo de victoria.
Para esto, voy a aclarar el tipo de simbología que usé. No lo encontré en ningún libro sobre flores, pero más o menos por ahí encontré esto tras MUCHO investigar.
Los gladiolos son conocidos por su forma alargada y sus colores vibrantes. Simbolizan la fuerza de carácter, la sinceridad y la integridad. Las espadas son a menudo asociadas con la fuerza, el coraje y la valentía. En muchos contextos, las espadas simbolizan la habilidad para enfrentar desafíos y superar obstáculos.
Combinación de gladiolos y espadas:Triunfo sobre la adversidad: Al combinar gladiolos y espadas, la simbología podría sugerir la idea de triunfo sobre la adversidad con valentía y fortaleza. Puede representar la superación de desafíos mediante el coraje y la determinación.
En algunas culturas antiguas, los gladiolos y las espadas podrían tener asociaciones específicas con héroes, guerreros o eventos históricos. Por ejemplo, en la antigua Roma, los gladiolos estaban asociados con los gladiadores y la valentía en la arena.
Y AHORA SÍ...MEME TIME
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