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28.ɪʀɪ

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━━━12 de Noviembre

LA MAÑANA SIGUIENTE ME SORPRENDIÓ REPENTINAMENTE.

Al parecer nadie se había dado cuenta de mi ausencia. Apolo me regresó al Santuario cuando estaba casi por amanecer y se despidió dándome un suave beso. 

El resto del día estuve en las nubes. No me podía creer lo rápido que todo había cambiado en un par de horas. 

Me gustaría decir que ya era mi novio,  pero nop. No pudimos hablar sobre en qué punto estábamos en nuestra relación, había otros temas más importantes de qué hablar. 

Estábamos sentados en el césped, conmigo entre sus piernas y él abrazándome por la espalda, con el rostro escondido en la curva del cuello. El silencio era reconfortante, apenas roto por los grillos.

Cerré los ojos y suspiré profundamente, disfrutando del aroma de las flores. Estaba fascinada por aquel lugar, no hacía nada de frío pese a que estábamos a mediados de otoño, pero me imaginé que debía ser alguna cosa divina. 

—Estás muy pensativa —murmuró acariciando mi mejilla.

Sonreí, reclinándome más contra su pecho.

—En realidad estoy en blanco.

Sus labios rozaron mi mandíbula, enviando un escalofrío a través de mi cuerpo. Apoyó un dedo en mi mejilla, girando mi cabeza hacia él.

—Esto está muy mal —murmuró con un toque de diversión en su voz—. Deberías estar pensando en mí, obviamente.

Rodé los ojos.

—Nunca dejarás de ser una esponja, ¿verdad?

—¿Una esponja?

—Absorbente.

—Te gusto así —espetó, soltando un bufido y clavó sus dedos en mi costado, me retorcí sin poder contener la risa histérica que me invadió de repente.

—¡No! —Aparté bruscamente su mano.

Me miró con una sonrisa macabra adornando poco a poco sus labios.

—Así que tienes cosquillas ahí.

Traté de mantenerme seria, pero su mirada intensa me hizo temer lo peor.

—Ni se te ocurra...

Apolo no necesitó más. Sus dedos volvieron a atacar mi costado, provocando una risa incontrolable que llenó el aire a nuestro alrededor. Me aparté tratando de escapar, pero el cabrón me empujó contra el césped, sin dejar de hacerme cosquillas. 

—¡P... Para! —supliqué sin poder respirar bien. Claro que eso fue sin mucho éxito, y muy seguramente Apolo tenía una sonrisa socarrona en su expresión mientras me retorcía bajo su ataque.

—Oblígame —replicó, dándome un ligero respiro antes de volver a la carga.

Chillé, dando patadas y manotazos para intentar apartarlo, sin éxito. Mi voz sonaba estridente, y la sensación era casi insoportable. Me retorcí en el césped, luchando por liberarme, pero él era mucho más fuerte. Era una batalla perdida antes de empezar.

—¡Apolo! ¡Detente, por favor! —grité entre risas, incapaz de formar una frase coherente.

Divertido, detuvo las cosquillas, viéndome intentar recuperar el aire, aunque aún me agitaba con lágrimas en los ojos y una risa nerviosa.

—Sabes —dijo apartando el cabello de mi rostro. Me tensé al ver su pupila dilatada y una sonrisa perezosa—, te ves sumamente preciosa.

Como pude, me senté haciendo que retrocediera, pero su expresión no cambió.

—Halagarme no te va a redimir por este ataque a traición —gruñí fingiendo que no había visto ni sentido las emociones que transmitía.

Se encogió de hombros, con falsa inocencia.

—Vi una oportunidad, y la tomé.

—Ajá, recordaré eso cuando te la devuelva.

Él rió, luego se inclinó y me besó con ternura. 

Pero mientras nos separamos, noté un cambio en su expresión. Había un matiz de preocupación en su mirada, y la sonrisa juguetona se desvaneció.

—¿Qué pasa? —pregunté, preocupada.

—Lo siento —dijo con pesar.

—No entiendo.

—Más temprano, cuando te grité. Lamento cómo reaccioné, no debí haberte tratado de esa manera. —Suspiró, cerrando los ojos—. No importa lo que haga, por más que lo intento, sigo haciéndote daño.

Aparté la mirada, concentrándome en las flores y las luces de los árboles. 

—Sé cómo eres —susurré—, y sé que lo intentas, soy consciente de que habría sido mucho peor si fueras como en el pasado.

—No es excusa.

—No, lo es —dije mirándolo a los ojos—, pero has tenido muchas oportunidades de hacerme daño antes, y me has salvado la vida más veces de las que hubiera esperado. Sé que no era tu intención lastimarme, solo... —Sonreí dejando un beso en su mejilla—, solo eres medio cavernícola.

Apolo soltó una carcajada, y esa risa contagiosa llenó el aire alrededor de nosotros. Era una risa que hacía que cualquier tensión se disipara, y pronto me uní a él en un ataque de risa, olvidando por completo cualquier malestar que hubiera sentido antes.

Cuando finalmente logramos calmarnos, me miró con cariño, su expresión más relajada.

—Gracias.

—¿Por?

—Por aparecer un día cualquiera y cambiar mi vida entera.

Su agradecimiento me tomó por sorpresa, y una suave sonrisa se dibujó en mi rostro. Me acomodé más cerca de él, abrazándome contra su pecho.

—Tú entraste a la mía como un meteorito. Destrozaste todo y dejaste las secuelas.

Soltó un bufido y tomó mi mandíbula, haciéndome mirarlo. Acercó sus labios a los míos, sus ojos aún clavados en los míos. La electricidad de su cercanía envió un escalofrío por mi columna vertebral, y su cálido aliento rozó mi piel cuando rozó sus labios contra los míos.

—Tú vas a ser mi perdición.

Me reí.

—No veo el problema.

—Yo tampoco —admitió besándome. Cuando se apartó, suspiró sin muchas ganas—. Aún hay algo de lo que tenemos que hablar.

Mi corazón dio un salto al notar el cambio en su tono. Tragué saliva y asentí, sintiendo un nudo en la garganta.

—Apolo...

—No, déjame hablar a mí. Necesito explicarte todo, no quiero más malentendidos entre nosotros.

Sabía que tenía razón. Y la verdad, yo también necesitaba escuchar la verdad, necesitaba que él me lo dijera.

—De acuerdo.

Respiró profundamente y comenzó a hablar en voz baja, como si sus palabras fueran un secreto que solo quería compartir conmigo.

—Cuando Jacinto murió, el dolor que sentí fue algo que jamás había experimentado, creí que eso era la verdadera muerte. No estaba seguro de poder recuperarme jamás, él había sido todo lo que había anhelado, descuidé mis deberes como dios por pasar un minuto a su lado, cometí atrocidades para asegurarme de ser el único en su mente. Iba a darle la inmortalidad con tal de tenerlo por siempre. Pero Céfiro se me adelantó y lo perdí demasiado pronto.

Asentí, sintiendo como si mi corazón se estrujaba. No de celos, sino de pena por él. Podía ver en sus ojos cuánta tristeza le provocaba hablar del príncipe espartano, aunque si era honesta, la primera vez que me habló de Jacinto, en el festival de San Valentín, ahora parecía más una tristeza melancólica.

—Tardé casi un siglo en tener la suficiente fuerza para tratar de seguir adelante. Fui a mi Oráculo en Delfos,  no estaba buscando un nuevo amor, era consciente de que llegaría cuando tuviera que ser, solo quería saber si algún día dejaría de doler. —Sus manos se deslizaron de mi rostro hacía el cuello, luego por los brazos, dejando un rastro abrasador por donde sus dedos tocaban, finalmente tomó mis manos entre las suyas—. La respuesta no fue lo que esperaba.

—La profecía —susurré y él asintió.

Una semidiosa nacida del monstruo más temido, 
llegará cuando toda esperanza se crea perdida. 
Por las destino elegida, al radiante astro rey,
su amor eterno será.
El juramento pronunciado bajo la ira, 
la fatalidad traerá consigo el castigo
y los amantes recorrerán un doloroso camino.
Una vieja deuda será saldada, 
entonces el sol se arodillará ante el amor.

Apolo recitó cada palabra como si las tuvierra grabadas a fuego en su pecho.

No sabía qué decir. No era precisamente una profecía alentadora, pero era muy raro que alguna lo fuera. Siempre venían con tragedias, las muy desgraciadas.

—Como vez, fue más de lo que pedí —murmuró con una sonrisa triste—. Esperé impaciente por siglos, pensando en cómo sería la doncella que se quedaría con mi corazón, anhelando por fin poder amarla, e ignorando por completo aquellas partes que no me parecían tan agradables. Pasaron tres mil años desde entonces, te buscaba en cada rostro que me cruzaba, en cada mujer que veía, seguía esperando poder encontrarte sin ningún resultado, y por supuesto, empecé a perder las esperanzas. 

Suspiró, con cansancio.

—Amé a cada uno de mis amantes, a todas las madres de mis hijos las quise sin importar nada —admitió, mirándome como si decir aquello le supusiera un miedo enorme—, pero no importaba cuánto les quisera, nadie lograba llenar ese vacío, es por eso que nunca me quedé más de lo necesario. Independientemente de que Zeus nos prohíbe quedarnos mucho tiempo, yo tampoco lo deseaba. No soportaba el estar al lado de ellas sabiendo que no eran a quien necesitaba.

—No me enoja —dije viéndolo a los ojos.

Él asintió, aunque no del todo convencido.

—Y luego naciste —agregó tragando saliva—, y lo único que fui capaz de pensar era en algo que creí había olvidado.

—Dafne.

—Sí. Vi lo mucho que Eros te amaba, la manera en cómo Céfiro siempre te protegía, como ningún monstruo era capaz de acercarse a tí. Yo lo había jurado, Eros pagaría caro lo que me hizo con aquello que más amara, tú eras la venganza perfecta.

—Pero no te acercaste a mí hasta que estuve en el campamento.

—Eros y Céfiro siempre te vigilaban porque aún no tenías la edad correcta para defenderte sola, pero a medida que crecías, bajaron un poco las defensas. La primera vez que lo intenté, debías tener ocho años y estabas sentada en el jardín de tu casa en Londres, tu padre me interceptó antes de que pudiera siquiera dar un paso. No fue muy agradable.

Fruncí el ceño ante sus palabras, recordando levemente aquella época.

—Cuando tenía ocho mamá insistió en que nos debíamos mudar —mascullé—, dijo que no estábamos a salvo y nos fuimos a Dublín.

—Sí, luego de eso tu madre se obsesionó con las mudanzas.

—Nunca nos quedamos ni siquiera un año completo en ningún lado. Ella estaba convencida que corríamos peligro si Lady Psique nos encontraba, sentía que siempre éramos vigiladas. —Lo miré comprendiendo muchas cosas de mi infancia—. No huíamos de ella, era de tí.

Apolo asintió.

—Tú madre no ve a través de la Niebla, pero ciertamente tiene un buen instinto.

—Eres un acosador —espeté seria—, y un psicópata.

Tuvo la decencia de bajar la vista apenado.

—Si te sirve, te veías adorable en coletas y sin los dientes delanteros.

—No, no me sirve. Ahora suenas asqueroso.

—No tengo forma de arreglar esto, ¿verdad? —cuestionó haciendo una mueca.

—No, así que dejemos a mi yo de ocho años donde está y sigue con la historia.

—Ok —Asintió y decidió mejor hacerme caso—. ¿Dónde estaba?

—En que nací y te dieron ganas de matarme.

—Dicho así suena muy mal...

—Porque lo es —dije rodando los ojos.

—De acuerdo, sí. Lo siento —Tragó saliva—. Entonces, eso. Naciste y todo lo que había pasado con Dafne, regresó a mí y pensé que por fin había obtenido la oportunidad perfecta para vengarme, pero no podía. Así que, había esperado tres mil años, podía esperar al momento correcto. Luego pasó lo del robo del rayo y ahí estabas, en el Campamento. Quería tanto poder acercarme, pero Zeus no me dejaba, su cacharro "era más importante" —dijo como si no pudiera creer que Zeus no entendiera sus necesidades.

—Casi provoca una guerra —le recordé.

—¿Y?

—Es... —Cerré los ojos, aguantando las ganas de darle un golpe—. Solo continúa.

Se apoyó en una mano, más cerca de mí.

—El resto es más de lo que ya sabes. Me aparecí ante tí en sueños luego de que pasó todo eso —agregó moviendo la mano con ligereza—. Te amenacé, y Eros me amenazó con que si me intentaba acercar a tí, se aseguraría de que mi destino con la semidiosa de mi profecía nunca se cumpliera.

Parpadeé, asombrada.

—Papá... —Recordé esa noche cuando me dio el espejo—. Él dijo que si sabías lo que te convenía, no te acercarías.

—Ajá —Asintió rodando los ojos—. Bueno, decidí que hasta que encontrara la manera, podía hacertelo pasar mal.

—Me diste los resfríos, la alergia...

—Y luego pasó lo del Mar de los Monstruos —me interrumpió antes de que empezara a enumerar todo lo que me había hecho.

—Me secuestraste —dije cruzándome de brazos.

—Y tú me golpeaste.

—Te lo merecías.

—Entonces —dijo remarcando las palabras—, Afrodita me reveló la verdad.

Se me heló el cuerpo ante esas palabras. Ya sabía que en realidad todo había empezado cuando ellos habían hablado, así que no sabía que seguiría después de eso. 

Me aterraba muchísimo la idea de que Apolo hubiera cambiado luego de saber la verdad.

—¿Y qué pasó?

Apolo tenía la mirada perdida, como si estuviera perdido en sus recuerdos.

—Me enojé —admitió luego de unos instantes—. Mucho. No era para nada lo que quería.

—¿Te enojaste? 

—Creo que nunca he estado más enojado en mi vida —dijo asintiendo—, no quería que fueras tú. Lo negué, me era inadmisible la sola idea de pensar en tenerte como pareja. —Me miró con dolor, esperando mi reacción ante eso, pero en cierta manera me alivió un poco—. Estaba listo para pulverizarte, no estaba dispuesto a aceptar ese destino, pero...

—¿Pero?

—No pude hacerlo. Por más que lo deseaba, mi cuerpo no respondía. —Bajó la mirada a nuestras manos unidas en mi regazo—. Y luego secuestraron a Artemisa.

—Y el Oráculo dijo que yo debía salvarla para compensarte.

Respiró profundamente y asintió.

—Cuando te propuse ese trato, aún te consideraba una maldición —dijo mirándome a los ojos—, pero...estaba dispuesto a intentar entender por qué tenías que ser tú. Fuiste, tuviste éxito y me pediste la videncia. —Puso los ojos en blanco—. De todos los dones que me pediste, tuviste que pedir el más inestable, y...el que más supervisión necesitaba.

—Entonces empezaste a acosarme en casa.

Sonrió con ternura y me besó.

—No te acosaba.

—Sí lo hacías.

—Te estaba intentando conocer.

—Acosador.

—Te cuidaba.

—Psicópata.

—¡Me estaba enamorando de tí! —gritó exasperado y lo miré con la boca abierta—. No me veas así, hablo en serio.

—Pero...

—Mira, tardé un tiempo, pero entre más tiempo pasábamos juntos, entre más te conocía, más comprendía por qué tenías que ser tú. —Me tomó el rostro entre sus manos y sonrió—. Era tan fácil quererte. Eras...Darlene tú...todo lo que antes he amado en otros, y a la vez no te pareces en nada —exclamó sonriendo—. Encarnas mi ideal de perfección.

Me quedé atónita, incapaz de procesar todo esto. Apolo seguía sosteniendo mi rostro entre sus manos, sus ojos azules brillaban con una sinceridad que me dejaba sin aliento. Me miraba como si yo fuera la única persona en el mundo, como si fuera lo más valioso que había encontrado en sus miles de años de existencia.

—Sé que temías que solo hubiera cambiado de desición con saber que eras mi destino, pero en realidad, saber la verdad solo me hizo querer saber por qué, de todas las personas que existen, tenías que ser tú. —Acarició mi mejilla, y dejó un delicado beso en la comisura de mi labio que me hizo suspirar—. Y lo que encontré, fue lo más de lo que esparaba. 

Apoyé mis manos sobre las suyas, tragué saliva, sintiendo las miles de mariposas invadirme el estómago y como si mi corazón saltara en el pecho.

—Eres mi tiempo, Darlene, el tiempo correcto para que me enamorara de ti.

—Esa sonrisa me dice que tuviste una buena reconciliación.

Levanté la vista del arma que había estado limpiando y me di cuenta que Alessandra caminaba hacía mi con una expresión divertida.

—¿Qué?

—¿Ya no sigues enojada con tu rayito de sol?

—Ah —Sentí mi cara arder—. Algo así.

—¿Besa bien?

Se sentó a mi lado, y una risa traviesa bailó en sus ojos. Su cabello caía en cascada sobre sus hombros, y su sonrisa sugería que disfrutaba mucho de mi incomodidad.

—No es asunto tuyo.

—Vamos, es un dios —dijo empujándome con su bota—. Seguro besa sexy.

—¿Por qué te interesa? —pregunté dándole una sonrisa burlona—. No es como si fueras a besarlo alguna vez.

Enarcó una ceja y soltó una carcajada.

—Ok, entiendo. Marcando territorio.

Me encogí de hombros.

—Nada de eso —respondí riendo—. No lo necesito.

—¿No?

—No, comienzo a sentirme bastante segura de lo que él siente por mí —admití. Entonces fruncí el ceño al darme cuenta de algo.

Desde que habíamos empezado a coquetear, una sola vez me había sentido celosa por él, y despejó mis dudas pronto. Había temido que me enojara sus aventuras antes de mí, realmente le preocupaba lo que yo pensara al respecto.

Cuando estaba conmigo en lugares públicos, no miraba a nadie más que a mí. Ponía toda su atención en mí, no se desviaba a ninguna otra persona, no hablaba con nadie más a no ser que fuera necesario. No coqueteaba con nadie.

Apolo tenía razón, nunca me había dado razones para que me sintiera insegura de su amor.

—Entiendo, él es el celoso de los dos —Alessandra me sonrió divertida y puse los ojos en blanco.

—Es posesivo, pero es un dios, suelen ser posesivos con todo lo que les gusta.

—Es cierto.

Sonreí recordando la discusión que habíamos tenido.

—Y es sexy cuando está celoso.

Ella ladeó la cabeza, asintiendo.

—Los hombres celosos suelen ser sexys mientras no se excedan.

—¿Luke es celoso?

—Mucho.

—Curioso.

La sonrisa de Lessa se esfumó, poniéndose seria de repente.

—Hablando de Luke...

—¿Qué pasa?

—He recibido un mensaje Iris.

Fruncí el ceño, sin entender a qué iba todo eso.

—¿Y?

—Era de Klaus. —Tragué saliva, un nudo se me hizo en el estómago—. Quiere conocerte.

Habrán notado que la profecía que sale aquí no es igual a la que sale al inicio de Caprichos del Sol, eso es porque la escribí hace un año y siempre me quedó la espina de que no me terminaba de gustar. Lo he pensado mucho si cambiarla, pero al final decidí solo reescribirla mejor y agregar la parte que me faltaba: la promesa el amor eterno para Apolo. Esta que sale aquí es la definitiva, estaré editando la otra pronto para que quede todo listo de una vez.

Elegí "Iris", no solo por el mensaje de Klaus, sino porque la flor de Iris significa comunicación, y era algo que Apolo y Dari necesitaban urgente, ya dejarse de secretos y hablar de frente todo.

Por si les interesa, tengo una playlist de esta historia. La verdad es que es muy random, pasa de un tema a otro sin orden específico porque las he ido agregando a medida que me he sentido conectada con ellas cuando escribo. No contiene canciones solo de Apolo y Dari, algunas son de Dari sola, otras de ella y Michael. Depende mucho de la situación que he ido necesitando.


MEME TIME

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