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025.ʀᴏꜱᴀꜱ ʀᴏᴊᴀꜱ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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ʀᴏꜱᴀꜱ ʀᴏᴊᴀꜱ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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APOLO

SER UN DIOS NO ES FÁCIL. Ser el dios del sol, las artes, la medicina y las pestes, el tiro con arco, y muchas otras cosas que ahora ni me interesan, no es nada fácil.

Conclusión, ser yo es muy complicado.

Y no, no estoy siendo egocéntrico, que ya las conozco y seguro que me están criticando de nuevo. 

Lo cual tampoco me sorprende, la envidia les puede.

Pero no, que ser yo sea tan difícil no es egocentrismo. Es una realidad, no puedo enojarme sin que el mundo lo pague. 

Me crucé de brazos con los ojos cerrados, tratando de apaciguar la ira que seguía invadiéndome desde hacía dos semanas. El mundo era un completo caos desde entonces. Y la verdad, no me importaba. 

Lo único que tenía mi completa atención era esa mocosa desubicada que se había atrevido a robarse mi corazón y ahora la muy cabrona no paraba de coquetear con ese mestizo salido de la nada.

Estaba furioso. Con ella, conmigo mismo, con Afrodita, con el hijo de puta, con el otro hijo de puta bocón de Anteros, con las Moiras. Sí, con el mundo entero.

Esa maldita pelea me había desestabilizado por completo. Me enfadaba tanto que la muy necia ni siquiera me escuchaba y encima ahora le hacía ojitos a ese tipo.

Podía entender que no supiera mantener la distancia de mi hijo. ¿Me enojaba? Sí, pero lo entendía. Eran almas gemelas aunque me disgustara.

Pero esto, oh no. Esto no pensaba dejarlo pasar así como así.

Me había mantenido en mi templo, sintiéndome como si alguien hubiera metido una brasa ardiente en mi pecho que se avisaba dejando mi corazón al rojo vivo cuando la veía llorar, y empeoraba al saber que era por mí y que no me podía acercar.

Aunque la verdad prefería verla enojada que llorando, así que valió muchísimo la pena que me volviera a gritar por haberle dado gripe al mocoso de Poseidón. 

No tuvo nada que ver que ese bicho la hubiera invitado a comer. Nop, para nada.

Y luego, había tenido que ir a meterse a ese bendito santuario. 

A los dioses nos había tomado un poco por sorpresa cuando ese lugar empezó a crearse. No estábamos seguros de que fuera buena idea tenerlo, pero al final, eran también nuestros hijos y allí intentaban crecer a salvo. 

Hécate se había encargado de las barreras, y por varios años habíamos permitido que la Niebla que ejercía la separación con los romanos se efectuara con ellos también. No podíamos dejar ningún cabo suelto.

Al menos así había sido hasta que Hécate y Morfeo nos traicionaron. Y ahora el santuario estaba bajo el poder de Cronos. 

Nuestra única posibilidad quedaba en manos del campamento. Confiaba plenamente en que si alguien podía ayudar a la hija de Niké a solucionar ese desastre, esa era Darlene. 

Lo que no me parecía nada necesario, era esto.

Ambos se movieron con destreza, ella esbozó una sonrisa tan bonita, mientras esquivaba el ataque del chico con un giro ágil de su espada. Él respondió con una risa que me hizo querer destrozar su cara.

—Eres muy buena en esto —dijo Hernesto.

«Por supuesto que lo hace, es maravillosamente habilidosa, mortal inúil».

—Me hubieras visto cuando empecé, no podía ni soportar el peso de una espada, mucho menos blandirla —respondió divertida.

—Se nota que te has esmerado en mejorar.

Darlene se encogió de hombros, dando un salto cuando él barrió el suelo con su pierna y ella se acercó lo suficiente para casi golpearlo en la mandíbula con el mango de la espada, pero él lo evitó sujetándole el brazo y retorciendolo hacia atrás.

—Aunque aún te faltan aprender algunas cosas —le susurró en el oído.

Ohhh Humberto se había ganado una buena maldición. 

Apreté la mandíbula, tratando de contener los pensamientos más oscuros que pensé había dejado atrás hace tiempo, aquellos que me decían que todo se resolvería con una flecha.

—Tal vez podrías mostrarme.

«Es suficiente».

Abrí los ojos y me levanté de mi trono para tomar mi arco, la tensión en el pecho se sentía como una losa de plomo. Cada vez que él la tocaba, cada risa que lograba sacarle, era como un golpe directo a mi ego que me hacía ver todo en rojo. 

Me sentía traicionado, herido y furioso, y era incapaz de apartar un solo pensamiento de ellos. Mi respiración se volvió errática, y la ira ardía en mí como un fuego infernal.

¿Cómo se atrevía a acercarse a ella de esa manera? ¿Cómo podía ella hacerme esto ahora que sabía que estaba destinada a mí? 

Mis dedos se crispaban alrededor del arco. Mi orgullo herido me susurraba al oído que yo, un dios olímpico, el más poderoso de los hijos del dios rey, debería ser el único objeto de su deseo y atención. 

Pero allí estaba Darlene, mi Darlene, sobrepasando los límites de mi paciencia.

El deseo de intervenir, de lanzar una flecha que pusiera fin a esa situación insufrible, se apoderaba de mí. Era una lucha interna, una batalla contra mis propios impulsos. Quería que sintieran mi ira, pero también sabía que eso solo empeoraría las cosas.

No podía dañar a Dari, no importaba cuán celoso me sintiera.

—Podría… —Su mano se deslizó por su brazo, provocándole escalofríos—, aunque no creo que necesites mucho, ya eres impresionante tal y como estás.

«¡Pero nada me impide dañarlo a él!»

Mi pulso se aceleró, y mis pensamientos se nublaban por la ira y los celos que me devoraban por dentro. No podía soportar ver a Darlene actuar como si yo no existiera.

Apunté la flecha, mis dedos se tensaron en el arco, y mi mirada se enfocó en el punto exacto en el que quería que la flecha impactara. Solo una y listo.

Una mano se cerró con fuerza en mi muñeca. Me giré, furioso, hacia quién estaba osando detenerme y me paralicé al ver a mi querida hermana Artemisa, observándome con una intensidad que me hizo caer en que quizá si estaba yendo un poco lejos si ella consideraba que era buena idea interferir.

—Apolo, detén esto ahora mismo —dijo con voz fría y amenazante. 

Resoplé, sin moverme, con el arco aún tenso y la flecha apuntando al objetivo. 

—Hermana…suéltame —mascullé volviendo mi vista hacia ese punto en la tierra que me estaba sacando de quicio.

Frunció los labios en una expresión de desaprobación. 

—¿Qué crees que estás haciendo? —Su voz era un susurro afilado—. No puedes dejarte llevar por los celos de esta manera. No solucionarás nada así.

—Pero Misi… —murmuré, luchando por controlar mi voz.

Ella puso los ojos en blanco y soltó un gemido exasperada.

—Por los dioses, Apolo —se quejó—, tienes más de cuatro mil años. ¡Deja de actuar como un niño!

—¡No actuó como un niño! ¡Ella…!

—Darlene es joven y se siente traicionada en su confianza hacia tí —espetó interrumpiéndome—, si te pones a hacer cosas como estas, solo vas a reforzar su pensamiento de que no has cambiado nada. 

—Pero… —Miré a Artemisa, con los ojos todavía nublados por la ira—. No puedo soportarlo, hermana.

Ella suspiró, por fin mirándome con compasión.

—Lo sé. Pero todo esto pasó precisamente por tus actos imprudentes, deja que ella vea que puede volver a confiar en tí, y si dañas a alguien que ella aprecia, solo la alejarás más.

—Lo aprecia demasiado —murmuré irritado.

Bajé el arco lentamente, liberando la tensión y permitiendo que la flecha volviera a su funda. A pesar de mi furia, no podía ignorar la razón en las palabras de Artemisa.

Mi hermana soltó una risita divertida.

—Es una descendiente de la diosa de la belleza, es joven e impresionable, no esperes que no se encandile fácil con alguien que le parece atractivo —dijo soltando mi mano. Se cruzó de brazos y enarcó una ceja—. Además, vamos, Apolo. Niega que si no fuera porque Darlene está robando toda tu atención, tú encontrarías a ese mortal atractivo.

Puse los ojos en blanco. Sí, probablemente sería así, pero no era el caso ahora.

—Aunque eso sería cierto, hermanita —dije entredientes—, lo único que me interesa en este momento, es que ese asqueroso mortal quite sus manos de mi chica.

—Hasta donde yo sé, ella no te quiere cerca —espetó cruzándose de brazos—, ¿o acaso se arreglaron y ya establecieron una relación oficial monógama de la que no me has contado nada?

Me miró fijamente, esperando mi respuesta. La pregunta resonó en mi mente como una advertencia, y su tono sarcástico me hizo sentir como un adolescente atrapado en sus travesuras.

Con un esfuerzo supremo, volví a mi trono, depositando el arco y la flecha a un lado. Apreté los puños con fuerza, sintiendo cómo las llamas de los celos seguían ardiendo dentro de mí.

—No, no es nada oficial…todavía —respondí, intentando mantener mi voz más calmada—, ¡pero eso no significa que vaya a tolerar este tipo de cosas!

Artemisa soltó un suspiro y me miró con una expresión que mezclaba exasperación y comprensión.

—Dioses, hermano mío, eres insufrible —dijo negando con la cabeza—. Si te pones tan posesivo sin ser nada, ¿qué harás cuando ella te cuestione si tú le has sido leal todos estos años?

Las palabras de Artemisa resonaron en el aire, dejando un silencio incómodo que parecía llenar la sala. La miré, pero no sabía por dónde empezar para explicarme. Sabía que esto podría salir en algún momento, mi fama de enamoradizo siempre me perseguiría.

Mi silencio se prolongó mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas para responder.

Me aclaré la garganta, sintiéndome incómodo y vulnerable. 

—Bueno…

Artemisa enarcó una ceja.

—¿Apolo?

—Yo…he… —Bajé la vista a mis manos, sabiendo que ella no dejaría el tema hasta que respondiera—. La verdad, Misi, es que…

Mi respuesta salió en un murmullo tan bajo que si Artemisa fuera humana, no lo habría escuchado, pero como ese no era el caso, noté como ella se quedó paralizada con lo que dije.

—¿Qué has dicho? —cuestionó incrédula. 

Era obvio que me había escuchado, solo que le era difícil de creer.

Solté un fuerte suspiro, resignado a tener que repetirlo.

—Dije que… —Tragué saliva, ante Artemisa era la primera vez que admitía esto en voz alta—. Yo…no…no he visto a nadie más desde que conocí a Darlene.

Ella me miró con escepticismo, y no podía culparla. Había sido un mujeriego empedernido durante cuatro milenios, y cambiar esa imagen no sería fácil.

—Hermano, me resulta difícil creer que realmente te hayas comprometido con alguien de manera seria —dijo con precaución.

Me recliné maś en mi trono, cruzándome de brazos, bastante frustrado con todo.

—Sé que es difícil de creer, pero es cierto.

Artemisa frunció el ceño, muy confundida si tomar en serio mis palabras o no.

—¿De verdad? ¿Nada de nada?

—Nada.

—Pero…

—Desde que esa chica entró en mi vida —declaré con firmeza—, no he podido mirar a nadie más.

—¿Incluso cuando no la amabas?

Me encogí de hombros.

—Estaba demasiado obsesionado con asegurarme que no se muriera, para poder matarla yo —respondí—. En serio, Artemisa, Darlene Backer ha sido la única joven en mi mente los últimos cuatro años.

Mi confesión la dejó sin palabras por un momento. Era raro ver a mi hermana en ese estado, pero sabía que de verdad la había tomado por sorpresa. Finalmente, ella avanzaba lentamente, como si estuviera procesando la información.

—Vaya, Apolo, eso es…realmente sorprendente.

Se sentó en un pedestal cercano y me observó con interés, como si estuviera tratando de entender el giro inesperado en mi vida amorosa.

—Pensé que había quedado claro cuando bajé al Inframundo —dije frunciendo el ceño. 

—Sí, lo sé, nunca habías hecho algo así, pero… —Me miró con cautela, como si temiera que en cualquier momento admitiera que todo era una broma.

—¿Pero soy un dios y los dioses no saben ser leales a sus amantes? —terminé por ella.

Artemisa ladeó la cabeza, haciendo una leve mueca, dándome la razón. Bufé, apoyando el codo en el trono y la barbilla en la mano.

—No te molestes —dijo pellizcándome el brazo—, es solo que te has enamorado mucho antes.

—Ya lo sé, sé muy bien cuánto he amado a otros, pero con Darlene…

—¿Con Darlene….?

—Es diferente. 

—¿Qué tan diferente?

—Ella…

Mi mente se llenó de recuerdos de todas las amantes que había tenido a lo largo de los milenios, pero ninguna de esas relaciones se comparaba a lo que experimentaba con Darlene.

—¿Apolo?

—Es que ella es…maravillosa, inteligente y tan…

Me sentía algo perdido intentando explicarme, realmente no había palabras suficientes para expresar todo lo que Dari me hacía sentir.

—¿Linda?

—¿Linda? —repetí incrédulo—. ¡Es hermosa! Su cabello siempre huele a fresas y sus ojos…son tan ¡wow! Y su sonrisa oh, su sonrisa. Es como un rayo de sol en un día lluvioso, es imposible no sonreír con solo verla, y… —Me detuve abruptamente al darme cuenta de la manera en que mi hermana me miraba—. ¿Qué?

Artemisa tenía una sonrisa en sus labios.

—Te he visto enamorado antes, Apolo —dijo en voz baja—, pero nunca te había escuchado así…como si…como si fueras capaz de besar el suelo que ella camina.

Suspiré y jugué distraídamente con una hebra de mi cabello dorado.

—Siendo sincero, cuando vislumbre amar a alguien como nunca antes hice no pensé que sería con esta intensidad. Mucho menos cuando supe que era ella, quería descubrir cómo es que iba a amarla cuando lo único que deseaba era desaparecerla de la faz de la tierra. No me di cuenta que era eso precisamente lo que me haría ver en ella todo lo que siempre soñé que sería el amor de mi vida y mucho más. Darlene…tiene todo lo que me ha enamorado de otros, es como si en ella estuvieran todos a la vez y al mismo tiempo no fuera ninguno. 

—Vaya… —Se mordió el labio como si estuviera conteniendo las ganas de reírse.

—Con Darlene, siento que soy un mejor yo mismo. Ella me desafía, me hace cuestionar mi naturaleza.

Al final soltó una risita, se levantó del pedestal y caminó hacia mí, se apoyó en mi trono, mientras jugaba con mi cabello.

—Me alegra que hayas encontrado algo que realmente te haga feliz, hermano. 

—No me hagas ponerme más cursi de lo que ya estoy.

Mientras Artemisa continuaba jugando con mi cabello, permanecimos en silencio durante unos momentos, mientras el eco de mi confesión se desvanecía en la vastedad de mi templo. 

—Ella ahora esta enojada y muy decepcionada por todo lo que paso.

—Cree que me he convencido de que amarla era la única forma de tener mi destino, que me obligue a mi mismo a enamorarme de ella y que mis sentimientos son falsos.

—Es joven, aún le falta mucho por aprender.

—Es terca, insensata, emocional, escucha solo lo que le conviene y cree que sabe más que otros cuando se trata de amor —repliqué con tono seco.

—Probablemente lo hace —dijo ella divertida—, aunque claro, le falta experiencia. 

La miré enarcando una ceja.

—Tu tampoco tienes experiencia. 

—Y por lo que veo, sé más que tú que ni sabes cómo acercarte después de que te mandaron al Tártaro.

Negué con la cabeza, contagiándome de su estado de ánimo.

—No sé qué tanto me conviene que ustedes dos se lleven bien.

Mi hermana soltó un bufido, como si estuviera disfrutando de mi tormento. Luego, se acercó a mí y se sentó en el borde del trono, cruzando las piernas de manera relajada.

—Sí me preguntas, creo que deberías darle un poquito de espacio, la has estado acosando por cuatro años y en este momento ella no quiere verte. Deja que se le pase el enojo y luego…

—¡Espera! —La detuve abruptamente poniéndome de pie—. ¡Eso es!

Aunque ella tenía razón en muchas cosas que había dicho, no podía simplemente quedarme de brazos cruzados

—No me gusta esa mirada —dijo frunciendo el ceño.

—Pasé meses molestándola cuando quise que me diera la oportunidad de conocerla y ser su amigo. Solo tengo que hacer eso.

Artemisa hizo una mueca confundida. 

—No estoy siguiendo tu hilo de pensamiento.

Me alejé de mi trono, mi mente bullendo de ideas. 

—No te preocupes, no haré ninguna locura.

—Me preocupa que tu concepto de locura no es el mismo que el mío.

—Tranquila —dije quitándole importancia con un gesto de la mano—, solo necesito rosas. Muchas rosas.

Caminé hacia un balcón que daba a los jardines, con mi hermana se puso de pie, siguiéndome de cerca.

—¿Apolo, qué vas a hacer? —cuestionó preocupada.

Me apoyé en él, con los ojos cerrados y volví a centrar mi atención en la chica que era capaz de volverme loco con solo existir.

—Ya le di dos semanas de espacio —mascullé entre dientes—, me cansé de esperar a que se le pase el enojo y me escuche. Ahora va a tener que escuchar.

Solo voy a decir, que Apolo celoso y describiendo lo que Dari provoca en él me tuvo sonriendo como tonta todo el día.

Meme time

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