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023.ᴄʀɪꜱᴀɴᴛᴇᴍᴏ ᴠɪᴏʟᴇᴛᴀ

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ᴄʀɪꜱᴀɴᴛᴇᴍᴏ ᴠɪᴏʟᴇᴛᴀ

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━━━18 de Octubre

LUEGO DE QUE ATAQUÉ A MICHAEL, VOLVÍ A CASA. No estaba muy a gusto de quedarme considerando todo lo que ahora sabía.

El primer día había sido…incómodo. Mamá y el abuelo me hicieron demasiadas preguntas, casi no me había comunicado con ellos en los últimos meses, ni siquiera sabían de que me había muerto en julio y me habían revivido.

No tuve corazón para decirles, no cuando mamá dijo que desde hacía tiempo había sentido mucha angustia cuando pensaba en mí, que tenía la sensación de que algo malo me había pasado. No preguntó nada, supongo que se dio cuenta que no quería hablar de ello, pero esa noche me hizo dormir con ella y no me soltó la mano ni siquiera cuando me desperté por la mañana.

—No voy a insistir, se nota que pasaste por algunas cosas que no quieres compartir —dijo mi abuelo cuando ella se fue a hacer las compras para la comida.

—Ustedes siempre han sabido que mi vida corre peligro sólo por haber nacido —murmuré mirando mi taza de chocolate caliente—, no puedo prometerles que todo está bien o que nada malo pasa. Estamos camino a una guerra, abuelo, muchos han muerto y muchos más lo harán. 

Él se mantuvo en silencio unos instantes antes de apartar la mirada.

—Tienes quince años, Darlene. No deberías tener que pasar por estas cosas, no deberías tener que pelear una guerra. Ninguno de ustedes debería. Son solo niños y se enfrentan a fuerzas universales muy poderosas. 

—El mundo cambió, pero nosotros seguimos igual que hace milenios y los héroes no hemos cambiado, seguimos teniendo que luchar las batallas de los dioses —dije soltando un suspiro de cansancio. Me puse de pie y caminé hacia el lavaplatos para dejar mi taza—. La muerte nos ronda demasiado cerca, a algunos más que a otros —agregué casi en un susurro.

No sabía si me había escuchado, imagino que sí porque lo único que sentí fue el dolor que su corazón emitía.

Tampoco me preguntaron mucho sobre por qué me comportaba como un cliché de comedia romántica, la única vez que mamá lo intentó, acabé encerrándome una hora en el baño y llorando bajo la ducha. Andaba por la casa todo el día en pijama, por las noches me la pasaba llorando y en las mañanas ni siquiera me intentaba peinar. 

Volver a casa había sacado a la luz mi fibra más sensible, aquí no necesitaba defenderme. Aquí podía ser solo una adolescente a la que le habían roto el corazón.

Percy se había propuesto venir todas las tardes a comer galletas y ver mi novela conmigo. Al menos ahí lloraba por la historia y no por mi vida romántica. 

—Imagínate cómo hubiera reaccionado Ricardo si se daba cuenta que Paty, su hija, es novia del muchacho que entró a robar a la casa.

—No, olvidalo.

—Ricardo lo ve como un ratero.

—Pero además lo detesta.

—Ay ya sé, tío, por eso le tuve que pedir que se fuera de la casa. Pobre Chuy, se ve que está muy ilusionado con Paty.

—Pero qué casualidad, ¿no? Digo, habiendo tantos jóvenes en Acapulco y que se haya fijado precisamente en él.

—No, no fue casualidad. Yo te aseguro que ella lo buscó porque piensa que es mi amante.

—No.

—Y te aseguro que lo invitó a esta fiesta para desenmascararme delante de Ricardo y enfrente de todos.

—Esto es demasiado drama para solo ser el capítulo 39 —dijo Percy masticando con la boca abierta.

—Es la idea, Percy, una novela sin drama no es novela —respondí comiendo una cucharada de helado más grande que mi mano.

Aunque me sentía terrible, fue lindo poder volver a tener esa normalidad que solo nosotros dos podíamos darnos. Percy, aunque no lo sabía, era la única persona que conocía, que podía entender lo que era tener una maldita profecía colgando sobre tu cabeza que rige todo tu futuro.

—¿Vas a contarme por qué parece como si te hubieran roto el corazón? —me preguntó una tarde mientras entrábamos al Starbucks. Había costado mucho, no quería salir de casa, pero prometió que me compraría un pastel.

Esquivé su mirada, mordiéndome la mejilla.

—Porque me rompieron el corazón.

Algo en la mirada de Percy me dio escalofríos. Apretó los dientes y los puños, realmente enojado.

—¿Michael?

Por supuesto que él solo se había quedado con lo que le había contado al final del verano.

—Algo así, no solo Michael, pero es mucho más complicado que eso —respondí pellizcando el borde de una uña—. En realidad, también estoy enojada con mi papá y amenacé a Afrodita.

Percy arqueó una ceja, y la comisura de su labio se alzó ligeramente.

—¿Amenazaste a Afrodita? —cuestionó con tono divertido—. ¿No crees que eso fue peligroso?

—Lo dice el que le dio una paliza a Ares —espeté tomando un sorbo de mi café.

—Creo que soy mala influencia para tí.

—Sí, me pegaste lo suicida.

Percy se río, y su risa me sonó parecida al sonido de las olas. 

—No era mi intención. —Le dio un sorbo a su bebida y me miró con seriedad—. Pero Dari, ¿amenazar a Afrodita? Ella…

—Lo sé —murmuré—, sé que fue muy arriesgado, pero necesitaba decirle algunas cosas.

Mi amigo me dio una mirada preocupada, se inclinó hacia adelante tomando mi mano.

—Dari, ¿qué está…?

Un platito con pastel red velvet depositado en la mesa, entre nosotros, lo interrumpió. Ambos miramos hacia el recién llegado y me sonrojé.

—Hola, Matt —dije con la voz algo ronca.

—Hola, Dari —respondió, dándome una sonrisa tranquila—. ¿Qué tal el campamento?

Tragué nerviosa. Nunca le volví a llamar luego de nuestra cita, simplemente desaparecí.

«Soy un completo desastre, ni eso puedo hacer bien» pensé sintiéndome horrible. Él había sido tan dulce y ni siquiera le dije adios.

—Lo siento…

—No importa —dijo encogiéndose de hombros—, imaginé que debías haberte ido. Está bien.

Estaba por volver a disculparme cuando un carraspeo me interrumpió. Me giré hacia Percy, que miraba con frialdad a Matt y los brazos cruzados.

—Ah sí…recuerdas a Percy, ¿verdad?

—Sí, claro. Uno de tus amigos.

—Su mejor amigo —corrigió apoyándose en la mesa.

—Mi tonto mejor amigo —repliqué y él me dio una mirada ofendida.

—Bueno, Matt —dijo volviendo a mirar a Matt con una sonrisa falsa—. ¿Qué te trae a nuestra mesa en una tarde tan concurrida como esta?

Enarqué una ceja, el local estaba vacío ese día.

Matt sonrió con suavidad, girándose hacia mí.

—Me habías contado que te gustan las red velvet.

«¿Se acuerda de algo que mencioné de pasada hace meses?» pensé sintiendo como me quedaba con la boca abierta.

—Sí, me gusta.

—Mi regalo —murmuró acercándola a mí y guiñandome el ojo antes de marcharse de nuevo a trabajar.

Me giré en mi silla, siguiéndolo con la mirada antes de volver a mi plato.

—Te dije que parece un psicópata.

—Cállate, solo estás celoso porque a tí no te trajo nada.

Los siguientes días habían sido normales, solo me quedaría un poco más. Había hablado con Alessandra y me había dicho que nos reuniéramos el veintiuno en Central Park.

Le dije a mamá que volvería al campamento y que no sabía cuándo podría comunicarme con ella. No le había gustado nada, pero sabía que no me iba a poder detener.

Así que ahí estaba ese día, mamá estaba todavía trabajando en la panadería y el abuelo tenía otra cita con la señora de la residencia. Ya me imaginaba el próximo año con una nueva abuela.

Tiré algo de ropa en mi bolso, guardé un par de armas y un neceser. Lo cerré y lo metí bajo la cama, justo cuando una punzada dolorosa me atravesó el costado.

—Ay, maldito periodo —mascullé. Estaba cerca de la fecha, y siempre me dolía muchísimo cuando me estaba por venir.

Lo que me faltaba. Al menos sirvió para hacerme acordar que no había guardado toallitas para llevarme. Caminé hacia mi armario y saqué unos cuatro paquetes. Siempre más por las dudas es mejor.

Una vez todo listo, tomé un coletero para atarme el cabello y mi mirada se desvió hacia el escritorio. 

Mis niñas bonitas: Regina, Cher, Elle y Sharpay estaban enormes. Mamá las había cuidado durante mi ausencia. Mi escritorio se estaba llenando, ya no sabía dónde poner tantas plantas porque el estante de arriba estaba lleno de los ramitos secos que había metido en frascos para conservarlas.

Miré las dos nuevas que había traído del campamento y que había puesto a un lado de las otras, Heather, la anémona, y la nueva adquisición que ahora me dolía ver: Allie, el tulipán rojo.

—Tu papá es un imbécil —murmuré tocando sus pétalos.

Solté un resoplido y salí de mi habitación. La casa estaba tranquila, y el sol comenzaba a ponerse. Miré el reloj de la cocina: 18.27. Aún tenía tiempo para comer algo con azúcar.

Abrí el refrigerador en busca de helado. Me senté en el sillón a comer, envuelta en una manta y mi pijama de tiburón,  tratando de ignorar las punzadas de dolor, mientras me ponía los auriculares de mi iPod.

La puse en aleatorio y lo primero que salió fue White Horse.

—Ay —me quejé sintiendo las lágrimas otra vez.

«Tú te lo buscaste, es un dios, no un príncipe de cuento de hadas, idiota. Era obvio que iba a salir mal».

¿Les he dicho que odio mi conciencia? Bueno, la odio mucho.

¿Tan malo era haberme ilusionado con que podíamos tener algo real? Sabía que no podía ser para siempre, sabía que no podría ser siempre su amor, que probablemente me olvidaría en cuanto viera a alguien que le gustara más. 

Pero la manera en cómo me miraba…

«Eres el premio consuelo por tantos fracasos amorosos, no eres realmente importante».

La siguiente canción no fue mejor. Fue Last Kiss.

—Ni siquiera me dio un primer beso —dije entre hipidos.

Las melodías parecían estar sintonizadas perfectamente con mi estado emocional, como si el universo se burlara de mí.

Aferré con fuerza el recipiente de helado y continué llorando, dejando que la tristeza me inundara por completo. Media hora después, era un desastre de llanto, pañuelos, y manchas de helado. El reproductor de música había avanzado a otra canción, y cuando las primeras letras de Jar of Hearts empezaron a calar en mi mente, el llanto se comenzó a volver furia.

Podía estar triste, decepcionada y me sentía muy herida, pero mi enojo hacia Apolo no había disminuido ni un poquito. 

Sentía que cada acorde y letra se burlaba de mi dolor, pero mi enojo estaba empezando a eclipsar mi tristeza. Mis pensamientos se centraban en el imbécil solar que me había mentido durante meses. 

Apreté los dientes mientras agarraba otra cucharada de helado.

Una nueva oleada de dolor surgió en mi abdomen. Me encogí ligeramente, apretando el recipiente con fuerza. Mis ojos se abrieron con sorpresa, y en medio de mi furia, una risa amarga escapó de mis labios.

—¡Por supuesto, justo ahora!

Tomé un respiro profundo, apagué el iPod y me levanté del sofá, dejando el recipiente de helado a un lado. La rabia seguía bullendo en mi interior, pero ahora estaba acompañada por una sensación de incomodidad y desagrado. 

Entre al baño y me ocupé rápido de la situación. En cuanto acabe me acerque al lavamanos y me miré en el espejo. 

Mi reflejo me devolvió la imagen de una adolescente con los ojos enrojecidos y la piel pálida. Mis mejillas estaban hinchadas y empapadas de lágrimas secas. Agradecí no tener ánimo para maquillarme, porque seguro que tendría todo el delineador corrido haciendo mi imagen peor de lo que ya estaba. Aún con el cabello atado me veía despeinada y tenía los labios resecos.

Suspiré, tratando de recuperar algo de compostura. Lavé mi rostro con agua fría, sintiendo cómo el frescor ayudaba a aliviar la hinchazón y el enrojecimiento.

Esto era culpa de ese imbécil. No me gustaba nada sentirme así.

«Así se habrá sentido mamá cuando Eros la dejó, y ella estaba embarazada».

Malditos dioses egoístas.

Mascullando cientos de insultos, a los dioses y al cosmos entero, volví a mi habitación y me puse a acomodar un poco, estaba hecho todo un desastre. 

Mientras limpiaba encontré mi cuaderno de notas que se había caído de mi bolso del campamento. Estaba abierto justo en la parte donde tenía la lista que había hecho unos días antes.

La releí sintiendo mi boca como si hubiera tomado veneno.

LISTA DE CLICHÉS ROMÁNTICOS QUE QUIERO CUMPLIR ANTES DE MORIR

1.Escaparse en un viaje sin rumbo. ✔️

2.Un beso bajo la lluvia.

3.Una serenata.

4.Un picnic bajo las estrellas.

5.Recrear la coreo de una película musical.

6.Volar en arnes.

7.Bailar en la azotea de un edificio.

8.Patinar sobre hielo.

9.Decir “te amo” en el momento menos oportuno.

10.Montar a caballo juntos.

11.Subir a una noria.

12.Pasear en un bote de remos.

13.Caminar por la playa.

14.Pasear en globo.

15.Una boda no oficial.

16.Ver la aurora boreal.

17.Pasear en trineo.

18.Un beso en un concierto.

Me detuve antes de llegar al final.

—18 —murmuré dándome cuenta de algo—. Hoy es 18 de octubre.

Cerré los ojos con enojo. Era lo que me faltaba.

El calor rodeó la habitación y un leve cosquilleo me recorrió la nuca. Maldije en voz baja mientras apretaba los puños y mi furia volvía como un vendaval.

—Ey —Me giré lentamente hacia el recién llegado, que me estaba dando una sonrisa enorme. Estaba vestido con un traje negro y sus lentes de sol. Me miró de arriba a abajo confundido—. No sé mucho de tu gusto en la ropa, pero no creo que un pijama de tiburón era a lo que te referías cuando dijiste un vestido de gala para la alfombra roja.

Me ardía la cara del enojo de ver que solo se apareció aquí como si nada, seguramente confiado de que seguía sin saber la verdad. 

Tomé un viejo jarrón que había hecho en la primaria y se lo tiré con toda mi furia. 

Apolo se alcanzó a agachar justo para evitar que le diera en la cabeza, y la cerámica se partió contra la puerta.

La habitación quedó en silencio, los fragmentos cayeron al suelo, haciendo un ruido sordo que resonó en mi mente. Le sostuve la mirada, con la respiración agitada y los puños todavía apretados.

Él se incorporó lentamente, quitándose los lentes de sol y mirándome impactado, sin poder comprender por qué le había lanzado un jarrón.

—Darlene, ¿qué…?

—Eres un cabrón mentiroso —espeté remarcando cada palabra mientras le arrojaba cuadernos, zapatos, almohadones, lo que fuera que encontrara.

—Wow wow wow espera —dijo apartando los objetos con un ligero movimiento del brazo—. No entiendo qué pasa, ¿por qué estás tan enojada?

—¿Enojada? ¡Enojada no se acerca ni un poco a como me siento! —chillé tirándole un cuadrito. 

—Bueno, no tengo idea de qué hice para que estés así.

Tomó uno de los almohadones que le tiré y lo usó para cubrirse la cara. Ambos sabíamos que podía detener todo sin problema, las cosas que le estaba tirando no eran nada para él, pero estaba dejando que me desquitara.

—Sabes perfectamente qué está pasando —dije con voz temblorosa de rabia—. ¿Cómo te atreves a venir aquí como si nada?

Apolo frunció el ceño, como si estuviera tratando de procesar lo que estaba diciendo.

—Darlene, te juro que no sé de qué estás hablando —dijo, y su voz sonaba genuina, lo que solo avivó mi furia.

—¡¿Cuándo carajos ibas a decirme que estoy destinada a ti por una profecía?!

Titubeó por un momento antes de responder con una sonrisa forzada que intentaba ocultar su nerviosismo.

—Yo…

—No tienes que seguir fingiendo, Apolo —murmuré con todo decepcionado—, ya lo sé todo.

Finalmente, pareció reaccionar. Sus hombros se tensaron, y una expresión de culpa cruzó su rostro.

—No sé que te han dicho, pero no es lo que…

—¿No juraste por el río Estigio que Eros pagaría con lo que más ama lo que te hizo y luego el Oráculo te dijo que tendrías una semidiosa destinada a ti?

Ladeo la cabeza haciendo una mueca.

—Bueno, si es lo que crees.

Me miró con pesar en sus ojos. La habitación estaba llena de un silencio incómodo, solo interrumpido por mi respiración agitada.

—Te lo pregunté, te pregunté varias veces de qué se trataba esa profecía que Afrodita me dijo y siempre esquivaste la pregunta.

Se mantuvo en silencio, con los ojos fijos en mí, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas para responder a mi acusación. Abrió la boca varias veces, algo perdido y sin saber bien cómo defenderse.

—No sé qué esperabas que hiciera —dijo finalmente tras soltar un suspiro resignado, su voz sonaba apesadumbrada—. Sabía que si te decía la verdad desde el principio, te alejarías de mí. Y no quería perderte.

Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. A pesar de toda la confusión y el enojo que sentía, todavía me afectaba su sinceridad. Pero eso no cambiaba como habían resultado las cosas.

—Eso puedo entenderlo, lo más probable es que hubiera aceptado unirme a Artemisa —Una expresión de horror cruzó el rostro de Apolo—. Pero luego, tuviste meses para contármelo y no lo hiciste. ¡Me dijiste que me amabas, pero no que estamos obligados a estar juntos!

—No es así, yo… —Cerró los ojos, parecía de verdad desesperado por hacerme entender, pero no sabía cómo—. No quería que pensaras…

—¿Qué? ¿Qué solo me quieres porque una profecía te dijo que debías hacerlo? —Me dolía la cabeza de tanto llorar ya—. Pues adivina qué, eso pasó. Elegiste guardarme secretos, ¡ahora no tengo idea de cuánto de lo que me dijiste es cierto!

Dio un paso atrás, como si mis palabras hubieran sido un golpe que no esperaba. 

—¡Es verdad! ¡Todo lo que te dije sobre mis sentimientos fueron verdad!

—¿Cómo puedo creerte ahora, Apolo? —continué, mi voz temblaba con furia y dolor—. Todo este tiempo me hiciste creer que éramos algo real. Pero ahora sé que solo soy un peón en una profecía que ni siquiera entendías bien.

Extendió una mano hacia mí, como si quisiera tocarme para darme consuelo, pero retrocedí rápidamente, apartándome de su alcance. Sus dedos se cerraron en el aire vacío antes de caer a su lado.

—Dari, por favor, solo escúchame —rogó, su voz llena de desesperación—. Lo que siento por ti es real, no importa cómo comenzó todo esto. Te amo de verdad.

Negué sintiendo un nudo en la garganta que me costaba respirar. 

—¿Lo sientes o es lo que te has obligado a sentir?

—¡No es así! Por todos los dioses, ¡¿Por qué tienes que ser tan testaruda?! —espetó frustrado—. ¡Te dije que te amo, no estaba mintiendo! Nadie me obligó a sentir lo que siento por tí, ni siquiera yo mismo.

—¡Ibas a matarme! —grité avanzando hacia él, Apolo retrocedió asombrado por mi estallido—. ¡Estabas cegado por tu estúpida venganza, me secuestraste con toda la intención de matarme!

Tras mis palabras la tensión se acumuló al punto de que se podía sentir en el aire, como una corriente eléctrica entre los dos y un calor abrazador. Sus ojos pasaron de azul a oro, oscurecidos por un fuego intenso que solo había visto cuando lo conocí.

—Me disculpé por eso —gruñó entre dientes y sabía que ahora él también se estaba enfadando.

—Que Afrodita te contara la verdad fue lo que te detuvo —No retrocedí cuando él adoptó una postura que lo hacía ver mucho más grande de lo que normalmente se mostraba conmigo. Levanté la cabeza para verlo al rostro, sin apartar la mirada de sus ojos—. Si no fuera por que te lo contó, ya estaría muerta. 

Cerró los ojos y su mandíbula se apretó en una línea recta. 

—Darlene, estás siendo irracional. 

Solté un jadeo, ofendida y furiosa porque me acusara a mí de irracional.

—¡¿Irracional?! ¡¿Crees que yo estoy siendo irracional?! —mis palabras salieron como un rugido—. ¡¿Quién fue el que estuvo dolido por milenios por algo que él mismo empezó y decidió desquitarse con una mocosa de trece años que no tenía nada que ver?!

Apolo apretó los puños, sus ojos dorados lanzaban chispas y su rostro estaba tan cerca del mío que podía sentir su cálido aliento en mi piel. 

—¡Me arrepentí por ello y dijiste que me perdonabas, no puedes ahora echarmelo en cara!

—¡No lo hiciste porque de verdad lo sintieras, lo hiciste porque te convenía!

El silencio en la habitación era tan pesado que podría haberse cortado con un cuchillo. Los ojos dorados de Apolo chispeaban de rabia, y mis mejillas estaban ardiendo por la ira que se había apoderado de mí.

—¡Convenía! —rugió—. ¿Crees que todo esto fue conveniente para mí? ¡Yo no pedí que las Moiras me ataran a la hija del dios que más odio!

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Me temblaban los labios por el llanto, y sentí como si un agujero se abriera en mi pecho.

«Lo ves, solo te dijo lo que querías escuchar. No te ama, solo hace lo que las Moiras le dijeron que debía hacer».

Mis ojos empañados por las lágrimas se clavaron en los suyos, que aún ardían con furia, pero también mostraban rastros de dolor. 

—¿Qué sabes tú sobre sentirse atado a alguien? —espetó Apolo con amargura—. No tienes idea de lo que significa pasar siglos con tanto dolor y odio guardado en tí, para que luego te aten a quien menos deseas. Yo no pedí que fueras tú, no pedí ni siquiera un amor eterno, ¡solo quería saber si dejaría de doler la muerte de Jacinto!

Sus palabras me cortaron profundamente, como cuchillas afiladas en mi corazón. El nudo en mi garganta era casi insoportable.

—¿Dafne, Jacinto? Siempre se trató de ellos, nunca… —Mi voz temblorosa se quebró entre sollozos—. ¿Eso es todo lo que soy? ¿El premio consuelo para todos tus fracasos amorosos?

Ya no me sentía llena de furia, sino de profundo dolor y decepción. La habitación parecía más pequeña de repente, y la tensión en el aire era casi palpable.

Apolo retrocedió, su expresión de rabia cediendo ante la tristeza en sus ojos. Parecía abatido, como si finalmente se diera cuenta de cuánto me había lastimado.

—Dari, no es así —susurró con voz quebrada, una mezcla de súplica y desesperación—. No eres un premio consuelo. Cualquier amor que haya sentido en el pasado no se acerca ni una pizca a lo que siento por tí.

Cerré los ojos un momento, tratando de encontrar una respuesta adecuada. Quería creerlo, quería creer en él, pero la confianza se había roto y la herida era profunda.

—Eso no cambia nada —murmuré. Una sensación como de ácido puro se instaló en mi pecho. No quería nada de esto, no quería sentirme así por él, quería volver dos semanas atrás y solo sentir alegría al verlo. Ahora solo había dolor y traición.

—¡Claro que lo hace! ¡¿Por qué estás tan cegada en ver lo malo?! —espetó pasándose la mano por el cabello con frustración—. No importa cómo empezó, importa que ahora te amo y eso es todo.

—¡Importa porque si no hubiera sido por esa profecía ni siquiera hubieras intentado conocerme! Me querías muerta hasta que lo supiste, no intentaste acercarte y ver en mí más allá de Eros hasta que te diste cuenta de que yo era tu destino. 

Apolo y yo nos mirábamos en silencio. Las palabras habían sido lanzadas como dagas, y cada una había encontrado su objetivo. Mi corazón latía con fuerza, luchando entre la necesidad de creer en él y la profunda herida que sentía.

—Dari…

—¿Sabes cuál es la peor parte de todo esto? —dije pasando la lengua por mis labios resecos—. Que no es como si hubieras tenido muchas opciones. Si no cumplías con la profecía, ¿qué pasaba? Te quedabas solo por el resto de la eternidad, ¿verdad? Dime, ¿qué hubiera pasado entonces si no me enamoraba de tí? 

El silencio era abrumador, solo interrumpido por nuestras respiraciones agitadas. Mi mirada se cruzó con la suya, y por un momento, un rastro de pánico parpadeó en sus ojos. No había considerado eso, ¿verdad?

Entonces una sombra se adueñó de sus rasgos, sus emociones pasaron de enojo y frustración a unos celos enfermizos que me dejaron mareada en cuestión de milisegundos.

Me di cuenta que había tocado una fibra que no le gustaba. No era que no lo hubiera pensando, sí que lo había hecho, pero ahora que sabía que lo amaba, no estaba dispuesto a pensar en un futuro donde no fuera suya.

«Estúpida, sigues olvidando que él es un dios» me reprendió mi conciencia toda cabrona. «Los dioses no manejan bien el rechazo, y este menos, recuerda a Cassandra».

Mi corazón latía desbocado mientras observaba a Apolo, sus ojos brillaban con un matiz peligroso que me puso a la defensiva, como si estuviera en presencia de una fiera a punto de atacar. 

«No, él…no me haría daño…ya no» pensé sin poder evitar sentir un toque de pánico.

Y es que aun que tuviera esa certeza, no podía ignorar una verdad: había leído los mitos, mitos que eran su propia historia.

Apolo tuvo muchos amantes y la mayoría terminaron mal por su mano. Él no conocía otra forma de amor más que la lastima, no toleraba el rechazo mucho menos la traición. Su amor era posesivo y peligroso. 

Avanzó hacia mí con paso firme, sus ojos destellando como una supernova y el calor de mi habitación se intensificó hasta ser sofocante.

Tragué saliva y retrocedí un paso, instintivamente alejándome de él. Mi mente estaba dividida entre el miedo y la necesidad de enfrentar esta situación. Miré a mi alrededor, y tomé un bate de baseball que me había hecho en una clase de carpintería hace unos años y lo apunté hacia él.

—Si das un paso más te juro que te lo parto en la cabeza —espeté con voz temblorosa, intentando mantener la calma a pesar de mi miedo.

Se detuvo abruptamente, y un silencio incómodo se instaló entre nosotros, apenas roto mi respiración agitada.

Bajó la mirada hacia el bate y luego volvió a mi. Sus ojos perdieron algo de su fuego, reemplazado por una expresión de sorpresa y luego de comprensión. Quizá dándose cuenta de que me había asustado.

—Yo…lo siento…no… —balbuceó con culpa, retrocediendo.

Mi mano temblaba mientras sostenía el bate, pero no estaba lista para ceder. Había leído demasiados mitos sobre sus celos como para sentirme cómoda con él ahora mismo.

—Quiero que te vayas —susurré.

—No te haría daño —dijo con tono desesperado.

Eso quería creer, pero ya no me fiaba de él. Había visto un destello de esa oscuridad en su interior, esa parte posesiva y celosa que me inquietaba profundamente.

—Solo vete —pedí tratando de que mi voz sonara más firme.

Bajó la mirada, sumido en sus pensamientos, y pude ver, por primera vez, lo perdido que se sentía. Con las manos temblando, asintió sin saber qué decir.

Se dio la vuelta y el brillo de su poder divino resplandeció en la habitación. Cerré los ojos mientras lloraba. No podía creer lo mal que todo había salido en unos minutos.

Cuando me quedé sola supe que la compuerta de mis emociones estaba a punto de quebrarse igual que cuando hablé con Anteros. 

Sintiendo que mi cuerpo empezaba a ceder al llanto desconsolado, corrí hacia el pasillo del edificio y luego hacia la puerta dos departamentos más allá. Me estrellé contra ella, aporreando la madera con desesperación.

Percy abrió frunciendo el ceño, y abrió los ojos impactados cuando me vio. Me arrojé a sus brazos, sollozando, justo cuando mis piernas se doblaron. 

No supe bien qué pasó en la siguiente hora, mis recuerdos estaban algo desorientados. Solo sé que volví a ser consciente de mi entorno y me encontraba acostada sobre un cama, con la cabeza apoyada en las piernas de Percy. La habitación estaba a oscuras, apenas iluminada por la luz de velador.

—Está bien, estoy aquí —murmuraba, acariciando mi cabello. Me aferré a su camiseta, sin poder dejar de llorar—. ¿Qué pasó, Dari?

—Apolo —mascullé y noté como su cuerpo se tensó.

Entre sollozos incomprensibles, le conté todo. Percy me escuchó en silencio, quizá entendiendo la mitad de las cosas porque ni yo misma me podía entender.

No me dijo nada, no me aconsejó ni intentó decirme algo que me hiciera sentir mejor. Lo agradecí, nadie podía decir algo que me hiciera sentir mejor.

Se recostó conmigo bajo las mantas. Abrazándome como solía hacer siempre que nos quedábamos dormidos juntos. Hacía tiempo que no estábamos así que ya había olvidado la cálida sensación de sus abrazos y el aroma a brisa salada de mar.

—Creo…que te ha enviado algo—murmuró contra mi cabello.

Levanté la vista, con los ojos doloridos e hinchados, y observé el enorme ramo de crisantemos violetas que había aparecido sobre su mesita de noche y que solo me hizo romper en llanto al recordar su valor en mi libro de flores.

—Lo odio —sollocé.

—No, lo amas —dijo él abrazándome con más fuerza—, y es por eso que te duele tanto.

Capítulo hiperlargo que no sabía cómo cortar porque hace mucho tiempo que tenía pensado estas escenas, pero no cómo abordarlo puntualmente. He de decir, que me tardé porque no quería escribirlo, sabía que era un capítulo horrible para la relación de estos dos y ni yo quería que pasara, pero era necesario.

Lloré escribiendolo, pero me alentó pensar en la reconciliación.

¿Adivinaron el Crisantemo?

Bueno, ahora para alegrar un poco el capítulo...

MEME TIME

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