018.ᴄᴇʀᴇᴢᴏ
¡Hoy tenemos maratón de final de arco!
Estaré subiendo los capítulos a lo largo del día, espero que los disfruten.
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ᴄᴇʀᴇᴢᴏ
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━━━7 de Junio
TENER VISIONES DEL FUTURO es como jugar todo el tiempo a las adivinanzas.
A veces el conocimiento viene en forma de misterio, un misterio que hay que resolver, y un misterio a resolver es una adivinanza a descifrar.
Nos muestra algo que tenemos frente a nuestros ojos, pero que no vemos; solo hay que poder mirar distinto. Si miramos siempre con los mismos ojos, siempre vemos el mismo camino, caemos en un callejón sin salida.
A veces la respuesta es tan clara que no hace falta decirla. Resolver la adivinanza es el fin del misterio, es poner un poco de luz en la oscuridad.
Así me sentía todo el tiempo entre más visiones se manifestaban. No las entendía, y estaba segura que algo pasaría, pero no lograba entender qué.
Me veía corriendo por un pasillo estrecho con cuatro figuras oscuras, esquivando criaturas que aparecían de la nada y amenazaban con comernos.
También me veía parada en el Anfiteatro con una persona a mi lado...sosteniendo un sudario.
—Tenemos que aceptar que ha muerto —dijo un hombre que pensaba debía ser Quirón—. Después de un silencio tan largo, no es probable que nuestras plegarias sean atendidas. Le he pedido a sus mejores amigas que hagan los honores finales.
Claramente alguien moriría, y me aterraban las posibilidades si me pedían que participará de los honores finales a un semidiós caído.
Me veía hablando con un hombre con alas de mariposa.
—Estoy cansado de sus tonterías, ninguno de los dos se toma esto en serio —decía enojado—. ¡Están jugando con tu corazón y no lo consiento!
Algunas visiones venían cuando estaba realizando tareas cotidianas, otras en sueños y seguía sin comprenderlas.
Apolo solía venir por las noches, y siempre le platicaba de ellas. La misma noche que lo había visto en el cine se apareció por mi casa, y después de darle un sermón sobre haber arruinado mi cita, le conté sobre la visión del pasillo lleno de monstruos.
—No me gusta nada —dijo, frunciendo los labios en una expresión de preocupación. Sus ojos, llenos de sabiduría ancestral, se clavaron en los míos.
Me estremecí ligeramente, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Las palabras de Apolo resonaban en el aire, llenándolo de una sensación de intriga y misterio.
—¿Sabes qué es? —pregunté, esperando encontrar en él las respuestas que tanto ansiaba.
Apolo se tomó un momento para reflexionar, sus ojos dorados perdidos en la distancia.
—Sí —murmuró—, aunque me gustaría que no sea lo que estoy pensando.
—¿Y es...?
—Si lo que has visto es desde tus propios ojos, como si lo estuvieras viviendo tú misma en lugar de verlo como si fueras espectadora de una película, entonces me temo que no puedo decírtelo.
—Porque a los dioses no les gusta que los humanos sepamos nuestro futuro escrito —murmuré cruzándome de brazos.
—Exactamente —dijo en igual tono. Se apoyó con el codo en la colcha, y tomó un mechón de mi cabello, retorciéndose entre sus dedos—. Ya es demasiado que veas el futuro de los demás, si también te reveló qué significa cada cosa que tiene que ver con tu propio futuro, Zeus se enojará.
—¿Desde cuándo te importa tanto qué se enoje? —pregunté en tono burlón.
—Me gusta irritarlo de vez en cuando —dijo sonriendo, aunque luego sus ojos se volvieron tristes—, pero ya aprendí la lección de dar libertad incontrolable a aquellos que poseen mis dones.
»Nunca acaba bien para ellos, Zeus no tiene piedad cuando las cosas no salen cómo a él le gustan.
—¿Te refieres a Asclepio?
Él asintió.
—Mi amado hijo —susurró—. Fue un error permitirle tanto poder sobre la vida y la muerte, y ahora que es un dios, ni siquiera puedo verlo. Zeus lo mantiene cautivo para asegurarse que no haga de las suyas otra vez, y sé lo mucho que sufre de tener el conocimiento para salvar a toda la humanidad de las manos de Thanatos, pero sin poder hacer nada.
»Y no fue el único, hubo una vez que tuve un semidiós que nació con el don que ahora posees, le advertí que nunca contara nada, pero eligió salvarle la vida a una mujer que estaba por morir contándole lo que le pasaría, Zeus enfureció y me ordenó castigarlo.
»Se vio obligado a llevar la piel de Pitón como un recordatorio de que él no era el verdadero Oráculo. Lo despojé de su voz y lo encerré en la casa de su infancia en Virginia, custodiado por leucrocotas vinculadas a sus pensamientos y que hablaban por él. Esas cosas lo mantuvieron vivo como cebo para atraer otros semidioses a su muerte, se suponía que eso le recordaría que su voz era quién atraía a otros a su perdición.
Jadeé horrorizada. Era un destino cruel para alguien que solo intentó ayudar.
—P-Pero...
—Lo sé —murmuró mirándome a los ojos—, ¿cómo un padre podría hacerle eso a un hijo? Pero si no lo hubiera hecho, Zeus le hubiera hecho algo peor. Muchas veces, cuando nos ordena castigar a nuestros hijos, también es un castigo para nosotros mismos.
»Yo sé mejor que nadie que a él no le tiembla el pulso cuando tiene que castigar a sus propios hijos —agregó con cierto resentimiento en su voz—, mucho menos lo haría con aquellos que no lo son.
La habitación pareció llenarse de un aire denso, impregnado de tristeza y arrepentimiento. Me acerqué a Apolo, buscando consolarlo en silencio. Nuestros ojos se encontraron y pude ver en ellos una mezcla de remordimiento y determinación.
—Sé que es puede parecer cruel no revelarte todos los secretos que ocultan tus visiones —continuó con voz suave—, pero es la única forma de mantenerte a salvo.
—¿Ahora quieres mantenerme a salvo? —pregunté sonriendo.
—Supongo que te ganaste mi simpatía —dijo devolviéndome la sonrisa.
Había descubierto algo de los meses en que Apolo me visitaba.
Él era divertido, brillante, y muy absorbente. Se había hecho un lugar en mi vida del que no parecía dispuesto a moverse, y aunque me estresaba a veces, disfrutaba mucho su presencia.
Pero en aquel momento, sus palabras anteriores resonaban en mi interior, llenándome de una mezcla de frustración y comprensión.
A veces, la ignorancia podía ser un escudo protector contra las fuerzas incontrolables que gobernaban el destino. Pero mi curiosidad aún ardía en lo más profundo de mí, luchando por desvelar los misterios que rodeaban mi propio futuro.
Apolo acarició suavemente mi mejilla con sus cálidos dedos, como si quisiera aliviar el conflicto interno que me consumía.
—Confía en mí, cuando digo que hay un propósito en la incertidumbre —susurró, sus ojos dorados brillando con una chispa de sabiduría—. Tu camino está lleno de desafíos y peligros, pero también de oportunidades y sorpresas. Es en la travesía misma donde encontrarás las respuestas que buscas.
Me aparté ligeramente, contemplando sus palabras con atención.
—Así que no me queda otra opción que seguir adelante, sin respuestas claras, pero enfrentando lo que sea que venga, ¿no? —dije con determinación, encontrando fuerza en mis propias palabras.
Apolo sonrió, un destello de orgullo y cariño brillando en sus ojos.
—Eres más valiente de lo que imaginas, Darlene Backer —murmuró Apolo— Y aunque el futuro siga siendo un enigma, sé que encontrarás tu camino y harás elecciones sabias.
Agradecía mucho su intento por tranquilizarme, pero no era estúpida. Era claro que venían cosas bien fuertes.
A veces, me sentía como un reloj a punto de explotar, como si estuviera en el epicentro de una tormenta que se acercaba cada vez más.
Pero a pesar de todo, seguía adelante, buscando respuestas, intentando desentrañar el misterio. Era como si estuviera corriendo en una carrera contrarreloj, sin saber cuál era la meta, pero sabiendo que había algo muy importante esperándome al final del camino.
—Trata de no abrumarte tanto por lo que veas, disfruta los momentos tranquilos, la vida es demasiado efímera y nunca sabes con que te encontrarás en tu camino —me dijo tomando mi mano y besando los nudillos.
Se fue dejándome un bonito ramo de flores de cerezo en mi escritorio, atadas con un lazo rojo y dorado.
Decidí que era justo lo que iba a hacer, y varios días más tarde, estaba sola en casa, la panadería dónde trabajaba mi mamá estaba organizando un gran catering de postres para una boda y llevaban dos días trabajando a full en ello.
Y mi abuelo tenía otra cita con Amalia, la señora de la residencia de ancianos. Le dije a mi mamá que deberíamos considerar comprar vestidos para una boda, porque esos dos iban demasiado en serio en mi opinión.
Preparé todo en la sala para ver una película, Michael vendría a hacerme compañía y traería algo para comer.
Me acomodé en el sofá, rodeada de almohadas y con una manta suave sobre mis piernas. La expectativa de disfrutar de una película juntos me llenaba de alegría. Sin embargo, en el fondo, sabía que mi elección no le agradaría mucho.
El pobre ya había aceptado que si venía a ver una película a mi casa, yo las elegía.
Ésta especialmente, era mi venganza por haber arruinado mi cita, y él lo sabía. Para Percy aún no sabía cómo me las iba a pagar, porque estaba segura de que había sido él el que le había contado el chisme a Michael.
Pocos minutos después, escuché el timbre de la puerta y me apresuré a abrir.
Ahí estaba Michael, con su típica expresión de "aquí vamos de nuevo". Su rostro reflejaba una mezcla de resignación y diversión.
—¡Hola! —exclamé con entusiasmo—. ¡Entra, ya preparé todo!
Él entró y me miró con una sonrisa forzada. Podía leer en sus ojos la interrogante de qué tipo de película me había dado por elegir en esta ocasión.
—¿Preparada para ver una obra maestra del cine? —pregunté, mientras le señalaba el montón de películas sobre la mesa.
Él suspiró, pero no pudo evitar reír.
—Siempre tienes gustos... interesantes —respondió, escogiendo una caja de película sin mirar el título.
Nos acomodamos en el sofá y coloqué el DVD en el reproductor. Las luces se atenuaron y la pantalla se iluminó con los colores vivos del inicio de la película.
Soltó un gemido quejoso, estirando la cabeza hacia atrás y con los ojos cerrados al verlo.
—No, no, no —dijo casi en súplica—. ¡¿Por qué me haces esto?!
—Es mi favorita —respondí riendo.
—Muy lejos, hace tiempo, en una aldea en lo alto de la montaña, algo extraño estaba sucediendo. En ese mismo momento, nacían dos bebés idénticas.
»Una, una princesa. El rey y la reina estaban encantados, la princesa Anneliese tendría solo lo mejor. La segunda bebé se llama Erika, sus padres la amaban tanto como el rey y la reina amaban a la princesa; pero estaban preocupados, eran tan pobres, ¿cómo podían cuidar a su pequeña hija?
»Pasaron muchos años, la princesa aprendía sus deberes reales, mientras Erika trabajaba duro como costurera, para la despreciable madame Carp. Con dos vidas tan distintas, no sería sorprendente que la princesa y la plebeya nunca se conocieran, pero el destino decretó lo contrario.
—¿Vas a cantar todas las canciones en esta también? —preguntó mirandome.
—Ajá.
—Bueno, va para largo —dijo resignado, acomodando mejor entre las mantas.
Llevábamos una hora de película, y estábamos en la parte donde Erika comenzaba su actuación de Anneliese, dejando que algunas de sus sorpresas ante la vida de una princesa la medio delataran ante la sirvienta.
Y mi parte favorita de esa escena, la canción para Wolfie.
—Cuando tristes lo veo muy bien, no lo puedes esconder —cantaba moviendo la cabeza al son de la canción—. Tú ya eres, oh, tan especial, ¿por qué no lo quieres ser? Eres más que uno, tú, mi gato perruno. Si tú vieras lo que puedo veeeer.
A medida que iba avanzando la canción me puse de pie y bailé con el almohadón como si fuera Wolfie, todo con la risa de Michael de fondo.
Pero en cuanto giré bruscamente, sentí el ya conocido tirón en el estómago, todo me dio vueltas y me vi cayendo hacia el suelo, con el techo del apartamento sacuendiéndose fuertemente como si de un temblor se tratara.
Lo siguiente que vería, como ya sabía, era otra visión.
—¡Ahora! —dijo un telekhine y, con actitud reverente, alzó un arma. La sangre se me heló en las venas.
Era una guadaña: una hoja curvada, como una luna creciente, de casi dos metros, con un mango de madera recubierto de cuero. La hoja destellaba con dos colores distintos: el del acero y el del bronce.
Era el arma de Cronos, la que utilizó para cortar en pedazos a su padre, Urano, antes de que los dioses lograran arrebatársela y lo cortaran a él a su vez en trocitos que arrojaron al fondo del Tártaro.
Habían vuelto a forjar aquella arma mortífera.
—Hemos de santificarla con sangre —dijo el telekhine—. Luego tú, mestizo, cuando nuestro señor despierte, nos ayudarás a ofrecérsela.
Había un chico a mi lado, estaba igual de paralizado que yo al ver aquella cosa, pero en el momento en que el telekhine dijo eso, corrió hacia una fortaleza.
Corrí detrás suyo, me palpitaban los oídos y estaba confundida.
No me apetecía mucho saber qué harían el telekhine para santificar la guadaña.
Cruzamos volando un vestíbulo oscuro y llegamos a una sala principal. El suelo relucía como un piano de caoba: completamente negro y, sin embargo, lleno de luz. Junto a las paredes, se alineaban estatuas de mármol negro que representaba a los titanes que habían gobernado antes de los dioses.
Al fondo de la sala, entre dos braseros de bronce, se alzaba un estrado, y sobre éste se hallaba el sarcófago dorado.
Aparte del chisporroteo del fuego, reinaba un completo silencio. No había guardias. Nada.
Parecía demasiado fácil, pero nos acercamos al estrado.
El sarcófago era el mismo que había visto en el Princesa Andrómeda hace un año, cuando habíamos ido a buscar el Vellocino: de unos tres metros de largo, demasiado grande para un ser humano.
Tenía esculpidas en relieve una serie de intrincadas escenas de muerte y destrucción: imágenes de los dioses pisoteados por carros de combate y de los templos y monumentos más famosos del mundo, destrozados y envueltos en llamas. Todo el ataúd desprendía un halo de frío glacial. Mi aliento se transformaba en nubes de vapor, como si estuviera en el interior de un frigorífico.
Nos detuvimos junto al sarcófago. La tapa estaba decorada todavía más profusamente que los costados, con escenas de terribles carnicerías y de poderío desatado. En medio había una inscripción grabada con letras más antiguas que el griego: una lengua mágica. No pude leerla bien, pero sabía lo que decía: «CRONOS, SEÑOR DEL TIEMPO.»
Toqué la tapa con la mano. Las yemas de los dedos se me pusieron azules. Una capa de escarcha rodeó mi espada.
Entonces oí ruido a mi espalda. Voces que se aproximaban. Ahora o nunca.
—Ábrelo —dijo el chico a mi lado alzando una espada hacia el sarcofago.
Con el corazón en la garganta, empujé la tapa dorada y cayó al suelo con un gran estruendo.
Mi acompañante se acercó a dar el golpe mortal, pero al mirar en el interior, se detuvo abruptamente y yo solté un jadeo.
Había un hombre joven, vestido con pantalones grises y camiseta blanca, con las manos entrelazadas sobre el estómago. Le faltaba una parte del pecho: un orificio negro del tamaño de una herida de bala allí donde debía estar el corazón.
Tenía los ojos cerrados y la piel muy pálida. El pelo rubio... y una cicatriz que le recorría el lado izquierdo de la cara.
Regresé a mi realidad sobresaltada y angustiada. Estaba tendida en el suelo de la sala, mi respiración era agitada y el corazón me latía desbocado.
Frente a mí apareció el rostro preocupado de Michael. Sus ojos se encontraron con los míos, buscando respuestas que yo misma aún no comprendía del todo.
—¿Estás bien? —preguntó. Su voz me sonaba un poco ahogada, como si mis oídos estuvieran bajo el agua.
—Sí —respondí algo tensa.
Me incorporé, sintiendo un ligero mareo y un escalofrío recorriendo mi cuerpo. Me llevé una mano a la frente, tratando de recuperar la calma y asimilar lo que acababa de experimentar.
El recuerdo de la visión seguía fresco en mi mente, cada detalle, cada emoción intensa grabada en lo más profundo de mi ser.
Pero ahora estaba de vuelta en mi propia realidad, y la transición había sido abrupta, como si hubiera sido arrancada de esa visión para volver con la misma brutalidad con la que había entrado. Sentí una punzada de dolor en mi cabeza, como si el esfuerzo mental hubiera dejado una huella tangible en mi cuerpo.
La habitación pareció cobrar vida nuevamente, mientras respiraba profundamente, tratando de calmar mi mente y aceptar la realidad que se extendía frente a mí.
—Te desmayaste de repente —dijo pasando sus brazos por debajo de mis piernas y la espalda, alzándome del suelo para sentarme con delicadeza en el sillón—. No quería moverte hasta que te despertaras, no alcancé a evitar que te golpearas la cabeza cuando caíste.
—Estoy bien —murmuré.
—¿Qué te pasó?
Pero no respondí. Lo que vi destellaba como flashes frente a mis ojos.
—Necesito volver al campamento —dije empujándolo para ponerme de pie.
—Darlene, para —dijo sujetando mi brazo—. Te desmayaste, te golpeaste la cabeza, estuviste inconsciente unos cinco minutos, no puedes...
—Necesito volver al campamento —repetí con urgencia.
—No vas a...
—Necesito volver al campamento —repetí con urgencia.
—No vas a...
—¡Michael! —grité sujetando su rostro para que me mirara a los ojos—. ¡Necesito volver al campamento! Es urgente.
El me miró con seriedad, quizá sobrependando en lo que le estaba diciendo, preocupado por si había perdido la cordura.
Al final, soltó un suspiro resignado.
—Bien —dijo apagando el televisor—. Pero déjale una nota a tu madre, voy a llamar a mi casa para avisar que nos vamos.
—¿Vienes conmigo?
Michael me miró, acercándose a mí, más de lo que esperaba. Me acarició la mejilla, y sentí como si mi corazón se hubiera detenido.
—Den tha se áfina poté móni —dijo en griego.
Tragué saliva, nerviosa, observándolo cuando se apartó de mí para buscar el teléfono.
"Nunca te dejaría sola".
Sus palabras me sonaron como una promesa bonita.
Necesitaba refrescarme un poco así que fui al baño. Me estaba mojando la cara, aun sintiendo el efecto de sus palabras en mi pecho, y cuando miré mi reflejo en el espejo, otra visión me golpeó.
Estábamos en el anfiteatro, había varios cuerpos tendidos en el suelo cubiertos con sudarios. Alguien encendió la pira funeraria situada en el centro del anfiteatro y, en unos segundos, el fuego se tragó la hilera de mortajas mientras las chispas y el humo se elevaban al cielo.
Alcancé a ver el sudario de la cabaña de Apolo entre ellos.
Se me fue el aire en cuanto volví a ver mi reflejo. El llanto se me escapó y me dejé caer en el suelo del baño.
Sentía como si el peso del destino se hubiera posado sobre mis hombros, aplastándome con su carga abrumadora. El corazón me latía desbocado, y un nudo se formaba en mi garganta dificultando mi respiración.
Me aferré al lavabo, buscando algún tipo de apoyo físico para contrarrestar la devastación que me embargaba. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente, desesperados por encontrar una solución, una manera de evitar el funesto destino que se había revelado ante mis ojos. Pero en ese momento, todo parecía oscuro e incomprensible.
Mis sollozos llenaron el pequeño espacio del baño, resonando en mi propia angustia. Me sentía impotente, perdida en un mar de incertidumbre y temor.
«¿Qué puedo hacer? ¿Cómo podría evitar su muerte?» pensé angustiada. Ni siquiera tenía la certeza de quién de todos ellos sería, mucho menos quienes eran los otros que caerían también.
Entonces un horrible pensamiento me embargó.
—Para que haya tantos muertos, algo debió haber atacado el campamento —murmuré casi sin voz—. ¡Oh por los dioses, van a atacar el campamento!
Con dificultad y sintiendo mis piernas al borde del colapso, me levanté del suelo y me enjuagué la cara. El agua fría pareció despertarme de la ensoñación sombría en la que me encontraba. Miré fijamente mi reflejo en el espejo, los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto.
No podía permitirme quedar paralizada por el miedo y la tristeza. Debía actuar, buscar respuestas, encontrar alguna manera de alterar el curso de los acontecimientos. Eran mi familia, y no podía permitir que algo tan terrible les sucediera sin hacer todo lo posible por evitarlo.
Me sequé las lágrimas con determinación y salí del baño, decidida a buscar respuestas y la ayuda de Quirón. Su sabiduría ancestral podría ser mi única salvación.
Sin importar las consecuencias o los peligros que pudieran acechar en mi camino, estaba dispuesta a luchar por aquellos que amaba. Aunque el futuro pareciera sombrío, no me rendiría sin pelear. La fortaleza y el coraje se alzaron en mi interior, alimentando mi determinación.
Enfrentaría cualquier obstáculo, incluso a los mismos dioses, si eso significaba cambiar el destino y proteger a mis seres queridos. Después de todo, era precisamente por este motivo que había pedido mi don.
No me detendría ante nada hasta que encontrara una manera de salvar al campamento, a cualquier costo.
Vi que alguien en el capítulo anterior dijo que necesitaba que Dari viera una peli Disney, la verdad...es algo que yo también necesitaba. Ella es muy niña Disney y Barbie, era inevitable.
¿Están preparandose para la recta final?
Falta muy poquito para empezar La Batalla del Laberinto, y es más, ahora vamos con maratón hasta ese momento.
Vamos a hacer un recuento de las flores anteriores:
Peonia Multicolor = Tu belleza alimenta mi deseo
Bromelia = Inspiración
Campanilla de Invierno = Esperanza por el cambio
Jacinto Amarillo = Celos, Envidia
¿Adivinaro el cérezo?
Meme time:
El siguiente cap es...
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