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016.ᴛᴜʟɪᴘÁɴ ʀᴏᴊᴏ

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ᴛᴜʟɪᴘÁɴ ʀᴏᴊᴏ

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LE DI UN FUERTE MORDISCO A MI MCMUFFIN DE HUEVO SOLO PARA EVITAR DECIR UNA GROSERÍA.

Apolo detuvo el carro del sol en el linde del bosque del campamento, en el asiento trasero, Will mordisqueaba su desayuno con una expresión incómoda. El viaje de regreso había sido bastante tenso entre nosotros dos adelante y el pobre no entendía qué pasaba.

—Llegamos —murmuró en voz baja.

—Un consejo...no la hagas enojar —susurró Will, y se apresuró a salir del carro y corrió lejos—. ¡Gracias, papá!

Podía sentir la mirada de Apolo sobre mí, yo terminé mi desayuno sin prestarle atención. Pero que no pensara que por comprarme la comida se me iba a pasar el enojo.

—Darlene.

Di un último mordisco y metí todo en la bolsita de entrega, tomé mi mochila y me apresuré a abrir la puerta.

—Gracias por el aventón.

Justo cuando estaba a punto de bajar, extendió su brazo y cerró la puerta antes de que pudiera hacerlo. Me quedé mirándolo, sorprendida por su acción, al menos en un primer momento, porque inmediatamente le di una mirada furiosa.

—¿Qué estás haciendo? —espeté, sintiendo que mi paciencia estaba llegando a su límite.

—Necesitamos hablar —añadió, con firmeza.

Mis defensas seguían en alto, pero su expresión y sus palabras lograron romper un poco mi resistencia. A regañadientes, dejé mi mochila en el asiento y volví a sentarme en el carro, mirándolo con cautela.

—No estoy segura de querer escucharte en este momento.

Apolo resopló, cruzándose de brazos. Parecía un poco frustrado por mi reacción, pero también noté una chispa de determinación en sus ojos.

—Te has enojado porque no te besé.

«¿En serio?» pensé frustrada, sintiendo como mi enojo iba en aumento.

Me enfurecía más que pensara que todo se reducía a un simple beso. Era mucho más que eso, era todo.

En otra época me habría muerto de vergüenza de quedar tan expuesta luego de un fiasco como el de anoche, pero ahora, yo sabía muy bien las cosas, no estaba malinterpretando las señales.

Él había sido consciente de que había intentado besarlo y me había detenido, para luego dejarme una flor con una flor con un significado muy puntual. Y lo peor, es que ahora me daba cuenta que no era la única, Apolo me había regalado cientos de flores, todas con significados especiales.

Entonces, decide actuar como si nada pasara, como si no hubiéramos estado a punto de besarnos, como si no me hubiera ignorado cuando se presento en casa de Naomi.

Como si no hubiera pasado a mi lado sin siquiera decir hola, para ir a saludar a su ex. Y no es que me molestara que hablara con ella, me molestaba que me ignorara como si nada.

—Si piensas que me enojaría por algo así, entonces no me conoces —espeté. Apreté los puños en mi regazo, tratando de sostenerle la mirada, pero era tan difícil cuando lo único que quería era poder ir a mi cabaña y llorar.

Mi respuesta pareció sorprenderlo un poco, y su ceño fruncido me indicó que quizás no había evaluado completamente mi reacción. Mantuve mi mirada fija en él, dispuesta a mostrarle que no podía simplemente jugar con mis emociones.

—Muy bien —dijo tenso, como si estuviera a la defensiva por mis reacciones—, no estás enojada por eso. ¿Entonces por qué?

El silencio se suspendió entre nosotros, miré mis manos, dándome cuenta que otra vez había empezado a pellizcarme las uñas. Estaban algo feas, Silena y Valentina harían un escándalo cuando las vieran.

—Yo... —Mi voz sonó algo temblorosa. Tragué saliva, luchando por encontrar las palabras adecuadas.

La verdad es que después de eso, lo último que quería era llorar frente a él.

Apolo colocó su mano sobre la mía, su contacto cálido me hizo sentir un poco contenida. Excepto porque eran gestos como estos los que nos habían dejado en esta posición en primer lugar.

—Sería tan sencillo leer tus pensamientos y saber qué pasa —murmuró—, pero no quiero hacerlo. Quiero que me digas tú misma.

Miré nuestras manos entrelazadas, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con escapar. Cerré los ojos por un momento, inhalando profundamente antes de enfrentar su mirada nuevamente.

—No te entiendo. Yo...pensé... —Apolo volvió a suspirar y apretó suavemente mi mano—. Me has estado enviado flores que...creí...

—Es lo que piensas —dijo cortándome. Aunque su tono era serio, pude detectar una nota de tristeza en su voz.

—¿Qué?

—Las flores que te he regalado no han sido solo gestos sin sentido. Cada una de ellas tenía un significado. Pero admito que no he sido claro al respecto, y eso ha llevado a malentendidos.

No me había dado cuenta que nos habíamos acercado tanto que podía sentir su cálido aliento en mi rostro. Inhalé profundamente, sintiendo cómo los latidos de mi corazón se aceleraban en sintonía con los de él. Nuestras emociones flotaban en el aire, rozándose, danzando una delicada coreografía de anhelo y miedo.

Estábamos a casi un palmo, tanto que habíamos estado hablando en susurros, como si esto fuera un secreto entre nosotros dos que no queríamos compartir con nadie.

—¿Entonces por qué...?

—Porque tienes quince años, créeme, si no fuera por eso, te habría besado hace tiempo.

No pude evitar que mi corazón diera un vuelco ante su respuesta. El peso de sus palabras resonó en el silencio, dejando en el aire una tensión palpable. Su mirada ardía con una pasión que parecía luchar contra la contención que intentaba mantener.

Yo en cambio, quería agarrarlo de su chaqueta y darle un sacudón por imbécil.

—¿Es una broma? —espeté incrédula—, ¡¿es porque soy demasiado joven?!

Apolo mantuvo su mirada fija en la mía, sin apartarla ni un segundo. Su ceño fruncido revelaba su conflicto interno, como si luchara consigo mismo mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para responder a mi reacción.

—Darlene...

—No —espeté apartándome con enojo—. ¡No puedes hacer esto, no puedes pasar meses enviando flores con la intención de hacerme saber que te gusto, no puedes pasar horas abrazándome, y diciéndome cosas como que robarás mis sueños porque me extrañas, o que no sabes lo que serías capaz de hacer si algo me pasa!

—Darlene...

—¡No puedes hacer eso, Apolo! —Mi voz comenzó a elevarse involuntariamente, llevando consigo toda la confusión y emoción que había estado guardando—. No puedes decirme que no me confundí, que realmente me quieres y luego decir que no me besarás porque soy demasiado joven!

—¿Me dejás...?

—¡¿Es un jodido juego o qué?! —grité interrumpiendolo—. ¡¿No era joven para ilusionarme y hacer que me enamorara de tí, pero sí para besarme?!

—No es así, yo...

—¡Eres un dios! —Era como si una ráfaga de furia y frustración hubiera tomado el control de mis palabras. Mi voz tembló por la rabia y frustración—, ¡Nunca te importaron ese tipo de cosas, has tenido amantes de todo tipo, incluso de mi edad! ¡¿Y ahora resulta que te preocupa que tenga quince años?!

—¡Sí, sí me importa! —Sus palabras sonaron con una fuerza que no admitía discusión, cargada de una autoridad que me hizo estremecer.

Me sostuvo la mirada unos instantes, luego suspiró, pasándose la mano por el cabello.

—¿Qué...?

—No —espetó levantando la cabeza de golpe y apuntándome con el dedo—. Ya dijiste lo que pensabas, ahora te callas y me escuchas.

Me quedé completamente pasmada por su reacción. Hacía más de un año que él no me hablaba con tanta dureza que no supe como responder.

Así que me limité a asentir.

—Sí, tienes razón, nunca me importó ese tipo de detalles —dijo con seriedad—, pero ahora sí.

Sus ojos se volvieron más suaves, extendió la mano colocándola sobre mi mejilla.

—Contigo sí. —susurró deslizando sus dedos por mi piel, inclinándose tan cerca que su aliento cálido me rozó el rostro—. Sé que no lo parece, pero no tienes ni idea de lo mucho que te has metido bajo mi piel.

El espacio entre nosotros se volvió aún más pequeño, y sentí cómo el aire se volvía eléctrico con la tensión que había en el carro. La calidez de su mano en mi mejilla envió un cosquilleo por mi piel, y no pude evitar sentir una mezcla de miedo y anticipación ante su proximidad.

—Me importa demasiado porque por una vez en toda mi existencia, quiero hacer las cosas bien, no para mí, sino por tí —susurró, y cada palabra se aferró con fuerza a mi corazoncito de pollo.

«Ay que no sea baboso que solo quiero que me besé con más razón» pensé mordiendo mi mejilla.

Me quedé paralizada, atrapada en todo lo que era capaz de hacerme sentir con solo mirarme así.

—¿Tanto te agrado, Sunshine? —bromeé, y él me sonrió.

—Más de lo que te imaginas, ángel.

Nos quedamos mirándonos un instante más, antes de que la realidad de la situación nos volviera a la tierra. Puede que hubiéramos sido claros sobre lo que sentíamos, pero aún no podíamos

—Entonces, ¿qué pasa ahora? —pregunté algo insegura de lo que vendría.

Apolo soltó un suspiro, apartándose un poco.

—Por ahora, nada —respondió haciendo una mueca—, aún es demasiado pronto.

—Pero...

—No —sentenció negando con la cabeza—. Créeme, no hay nada que deseé más que besarte —dijo acunando mi rostro en mis manos—, pero no puedo, no todavía. Así que por favor, haz esto más fácil para mí. —Aparté la mirada, asintiendo. No era lo que quería, pero podía entenderlo—. Gracias.

Me acomodé mejor en mi asiento, pensativa y todavía medio lela por la conversación.

—Oye.

—¿Mmm?

—¿Cómo pasamos de desearnos la muerte a...esto?

Apolo me miró enarcando una ceja, y con aire de ofendido, de esa manera típica en que los de su clase suelen mirar a los humanos que no valen nada, pero la comisura del labio levemente levantada me dejaba ver que solo estaba fingiendo.

—¿Tú me deseabas la muerte?

—Bueno no tan así, sé que eres un dios y no mueres; pero sí quería tirarte de una patada al Tartaro —dije encogiéndome de hombros.

—Sigues sin aprender a respetar a los dioses.

—Si soy respetuosa con los dioses, pero si lo hiciera contigo se te inflaría más el ego.

—Si lo hiciera contigo se te inflaría más el ego —repitió en tono agudo.

«Y luego la inmadura soy yo» pensé rodando los ojos.

—No me respondiste.

Pareció dudar un poco, como si estuviera pensando en una respuesta que tuviera un poco de sentido. No lo presioné porque la verdad si él me lo hubiera preguntado, no habría tenido ni idea de qué responder.

—Supongo que solo...nos conocimos mejor.

La brisa que entraba por la ventanilla agitaba ligeramente el cabello de Apolo, y me encontré admirando cada uno de sus rasgos. A medida que el sol ascendía en el cielo, sus facciones quedaban bañadas en una luz suave, realzando su apariencia, aunque de forma contradictoria, nunca me pareció más humano que en ese momento, mirándome con una mezcla de vulnerabilidad y deseo en sus ojos. 

Era como si las barreras que solía mantener a mi alrededor de golpe se hubieran caído ahora que habíamos sido sinceros, incluso si aún estaba conteniendo sus acciones, ya no me escondía nada.

La intensidad de los sentimientos que flotaban a nuestro alrededor me estaba mareando, y lo peor era que no sabía dónde terminaban los suyos y comenzaban los míos.

«Maldita la hora para venir a enamorarme de un inmortal» pensé frustrada. De verdad quería tanto que me besara.

—¿En qué piensas? —dijo acomodando un mechón de mi cabello detrás de la oreja.

Bajé la vista, sintiéndome de repente tan expuesta como nunca. Tragué saliva, buscando en mi mente alguna forma de responder sin delatarme, pero no se me ocurría nada.

—No creo que quieras saberlo —murmuré.

—Ya te lo dije, quiero escucharte a tí.

—No, no importa —Negué haciendo una mueca.

—Darlene.

—Será mejor que vuelva al campamento —dije esquivando su mirada—. Gracias por traernos, y gracias por el desayuno.

Él no respondió nada, no intentó detenerme, quizá sabía que era mejor así y la verdad se lo agradecí, si íbamos a esperar a que tuviera una edad “más apropiada”, entonces mejor me alejaba antes de hacer otra locura como la que intenté anoche.

Me bajé del auto sintiendo el peso de su mirada intensa en mi espalda.

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Los pocos niños que había en la cabaña siete casi estaban al borde del pánico.

Me tomó media hora convencerlos que no me había pasado nada malo porque me hubiera quedado con Apolo. Will había suspirado aliviado cuando me vio entrar al campamento.

—Estoy bien.

—No es que crea que no puedes defenderte, sé que puedes y probablemente se lo harías pasar mal —intentó explicarse con las manos llenas de vendas y trocitos de ambrosía—, pero me preocupaba que tuvieras algunas heridas en el proceso.

Sonreí, enternecida por su gesto, y le revolví el cabello.

«Que verguenza si hubieran ido a buscarme y me hubieran encontrado a un palmo de partile la boca a su padre…y no con enojo» pensé tragando saliva.

Sin querer dar muchas explicaciones, me alejé hacia la Casa Grande para contarle a Quirón lo que había pasado en Austin.

—¿Qué crees? 

Quirón se cruzó de brazos, pensativo y frunció el ceño.

—No sé nada del tema, si es cierto que los dioses lo han mantenido en secreto es porque deben tener dudas de compartir la información con el campamento, me pregunto…

Tenía razón. Apolo no quería hablar de eso, y aunque entendía que era porque Morfeo podía escucharnos, mis dudas iban más hacia mi padre. Él no me había dicho nada tampoco, y me preocupaba qué tan turbio era todo este tema como para que el dios del amor fuera el de la idea.

«No por nada hasta Zeus le teme» pensé mordiendo mi mejilla. «¿Qué has hecho, papá?»

—¿Deberíamos…confiar en ella? 

—Bueno —Quirón ladeó la cabeza con duda—, es nuestra única alternativa por ahora, no pondremos todas nuestras cartas en esta chica, pero vamos a escuchar qué tiene para decirnos. Eso sí, por ahora, mantendremos esto entre nosotros, Darlene. Si se comunica contigo, ven a hablar conmigo inmediatamente.

—Está bien. —Asentí, frunciendo el ceño.

El centauro soltó un suspiro. No me había dado cuenta antes, pero Quirón parecía tan agotado, como si todo esto le estuviera drenando toda la energía y ya solo siguiera soportando solo por nosotros.

Me sentí tan mal por él, era el único adulto a cargo, Dioniso no se interesaba por los campistas, salvo sus hijos, los demás le dábamos igual; pero Quirón nos cuidaba como un maestro y un padre. Me imaginaba que tener que prepararnos para una guerra que nos mataría a la mayoría debía ser algo doloroso para él, pero que sabía que era la única manera de darnos una oportunidad de vivir.

Coloqué una mano en su hombro y él me miró unos segundos, como perdido en sus pensamientos, antes de sonreír con suavidad.

—¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó tratando de cambiar de tema—. Las partes bonitas al menos.

Me reí encogiéndome de hombros.

—La verdad estuvo muy bien —dije dándome la vuelta y arremangando el borde de mi camiseta, revelando la zona de mi tatuaje aun cubierto por una gasa y cinta quirúrgica—. Mira, nos tatuamos.

Quirón soltó un ruido, como entre divertido y resignado.

—Dime que al menos fueron a un lugar decente y limpio —pidió.

Me acomodé la ropa y me volví con una sonrisa, asintiendo.

—Era de un amigo de la mamá de Will, fue todo muy profesional.

—Entonces me parece genial. —Quirón acercó su silla de rueda a la mesa y sirvió dos tazas de té—. Dime, Dari, ¿cómo van tus visiones?

Tragué saliva, sintiendo como mis venas se congelaban. 

—Yo… —No sabía cómo explicarle, me senté en el sillón frente a él, con las manos en el regazo y me pellizque un poquito las uñas—. Sigo viendo una batalla, cerca del Olimpo. Sigo…

Quirón se inclinó hacia adelante con el ceño fruncido.

—Continua.

Bajé la vista. La última vez que tuve una visión de esa batalla, había sido hacía una semana, cuando Apolo…

—Porque los sueños ya no son seguros —dijo con seriedad—, Morfeo…

—Se pasó al bando de Cronos, lo sé.

Apolo asintió, su expresión sombría y preocupada.

—Morfeo era el guardián de los sueños, y su traición ha hecho que los sueños ya no sean un lugar seguro para obtener información o transmitir mensajes. Cronos tiene acceso a esa esfera ahora, y cualquier cosa que se comparta en los sueños podría ser interceptada.

Contuve el aliento al darme cuenta.

«Apolo ha estado apareciendo en mis sueños, evitando que tenga visiones dormida».

—¿Darlene, estás bien? —Sentía mis dedos helados, esto era malo, muy malo.

«Esto es más que una cuestión romántica» pensé horrorizada. «Por eso Apolo se niega a dejarme soñar sin él, no es solo porque quiera pasar tiempo conmigo, es porque si sigo teniendo visiones dormida, Cronos tendrá acceso a ellas por Morfeo».

—¿Darlene?

«Esto es demasiado grande para mantenerlo para mí misma».

—Quirón —murmuré con la boca seca—, creo…creo que tenemos un serio problema.

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Tal como lo pensé, Quirón estaba de acuerdo conmigo.

No puedo seguir teniendo visiones dormida. Era demasiado peligroso que Cronos tuviera acceso a ellas. Íbamos a buscar maneras de que durmiera sin sueños, y seguiríamos entrenando para que no vinieran solas, sino que solo cuando yo las invoque.

Subí las escaleras de mi cabaña sintiendo el cuerpo pesado. Apenas eran las diez de la mañana, pero quería tanto volver a mi cama. Tantas emociones me habían dejado agotada.

Dentro, había algunos de mis compañeros, que me dieron una cálida bienvenida. Silena me había abrazado hasta casi la asfixia, y sus ojos se habían llenado de lágrimas cuando expliqué por qué habíamos vuelto cuatro días antes.

—Tan a gusto que se está cuando no estás por aquí —dijo Drew mirándome con desprecio.

—Tan a gusto que se está cuando tienes la boca cerrada —espeté tirando el bolso en la cama—, tal vez podríamos coserla.

Drew, respiró profundo, quizá conteniendo una replica porque sabía que si me seguía presionando, cumpliría mi amenzana. Se puso de pie y salió de la cabaña con un portazo.

Me tiré en la cama, ignorando las miradas divertidas de los demás.

—Bueno, vamos, dejemos que Dari descanse de su viaje —dijo Silena aplaudiendo para llamar la atención de todos.

Cerré los ojos disfrutando de mi cómoda camita, escuchando como la cabaña se vaciaba. Amaba tanto que todos respetaran que a veces necesitaba unos minutos a solas desde que era una vidente. 

Pero no podía darme el lujo de dormir, así que decidí que mejor solo intentaba relajarme. 

Me metí en la ducha, tratando de ignorar los pensamientos pesimistas que me invadían ahora que los últimos descubrimientos pendían sobre mí como una guillotina.

—Maldita seas, Morfeo —mascullé.

Me puse mi shampoo favorito con aroma a fresas, y masajeé la nuca, me dolía tanto la cabeza que hasta sentía una ligera punzada.

«Te jode darte cuenta que no fue solo por tí».

Cerré los ojos, apoyando la frente en la pared. Odiaba a mi consciencia. Decidí ignorarla porque cuando se ponía así de venenosa, solo me hacía sentir insegura.

«Apolo no apareció por semanas, muy ocupado cumpliendo órdenes de Zeus» siguió insistiendo. «¿Y de repente tiene tiempo para visitarte? ¿En sueños?».

Me puse a tararear una canción, cualquier cosa con tal de no tener que escucharla.

«Quizá fue por órden de Zeus que empezó a vigilar tus sueños» agregó. «Probablemente, porque te dio un don que no debía, porque no es bueno que los semidioses tengan un poder así y Zeus lo obligó a arreglarlo».

Me apresuré a salir de la ducha y vestirme, sintiendo un nudo en el pecho que planeaba ignorar completamente. Salí del baño restregándome el cabello con una toalla y me quedé de piedra. 

Frente a mí, en la mesita de noche al lado de mi cama, había una maceta con tulipanes rojos.

Me acerqué despacio, sin poder creer lo que veía y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Tomé la pequeña noticia adherida con las manos temblorosas.

Por si aún te quedan dudas.
Te amo, pequeño engendro.




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