012.ʟᴏᴛᴏ
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ʟᴏᴛᴏ
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━━━5 de Abril
PAPÁ ESTABA SIENDO EXTREMADAMENTE SOBREPROTECTOR y no hacía ningún intento por ocultarlo.
En los días siguientes al regalo de Apolo, Eros comenzó a aparecer constantemente en casa con la intención de enseñarme a volar. Por supuesto, no salió cómo planeábamos.
Intentó enseñarme a volar varias veces, y todas fueron un desastre total. Solo de recordar la primera vez que lo intentamos me da repelús de tener que seguir haciéndolo, y nada mejora con el paso de los días.
Estaba comenzando a darme por vencida a la idea de volar y he aceptado que seré una semi diosa alada encadenada a la tierra, un pájaro que no vuela, quizá como un avestruz o un pollito.
—¿Tenemos que hacer esto ahora? —pregunté nerviosa. Nos habíamos reunido en High Rock Park, que quedaba a media hora de donde vivía.
High Rock era un oasis de tranquilidad y belleza natural. Había un sendero que serpenteaba a través de árboles frondosos, cuyas hojas creaban un techo de sombra por encima de nuestras cabezas. El aire estaba fresco y húmedo, con un aroma dulce a tierra y vegetación.
Pero más importante, no había mortales cerca en esta zona del parque.
—Tienes que entrenar, Darlene. Te he dado un par de días para que te adaptes.
—Lo sé.
—Ahora, por favor.
Desplegué mis alas. Pasó un rato hasta que conseguí sacarlas. Invocarlas no me resultaba tan fácil como cuando aparecían según les da la gana.
Aún así, seguía pensando que mis alas eran preciosas, suaves y blancas, perfectas como las de una lechuza. Pero en ese momento, parecían grandes y torpes, como la indumentaria de una película de bajo presupuesto.
—Bien, extiéndelas —dijo papá.
Las extendí todo lo posible, hasta que se me empezaron a cargar los hombros por el peso.
—Para despegar tienes que relajarte.
—¿No tienes polvo de hadas? Puedo intentar pensar en cosas felices también —dije quejosa—. Ya sabes, fe, confianza y toda la cosa.
Él soltó una risita, pero me ignoró.
—Despeja tu mente.
—Ya está.
—Empieza por la actitud. —Suspiré. —Intenta relajarte. —Lo miré con un gesto de impotencia.
»Cierra los ojos —propuso—. Toma aire por la nariz y suéltalo por la boca. Imagina que te vuelves más liviana, que tus huesos se tornan más ligeros.
Cierro los ojos.
—Parece yoga —comenté.
—Tienes que vaciarte, liberarte de todas las cosas que abruman tu espíritu.
Intenté despejar mi mente. Pero en cambio vi el rostro de Apolo, estaba a un aliento de distancia, como cuando el muy acosador se inclinaba demasiado cerca de mí.
Sus ojos azules con motas doradas. Cálidos. Las arrugas en las comisuras de sus ojos al sonreír.
Mis alas ya no pesaban tanto.
—Bien, Dari —dijo papá—. Ahora, intenta elevarte.
—¿Cómo?
—Agita las alas.
Imaginé mis alas remontando el vuelo como las suyas.
Apenas sentí contracciones.
—Estaría bien que abrieras los ojos —dijo riendo. Lo obedezcí.
«A volar», le ordené a mis alas en silencio sin lograr nada.
—No puedo —dije jadeante al cabo de un rato. Estoy sudando, a pesar del fresco.
—Estás pensando demasiado. Recuerda, tus alas son como tus brazos. No tienes que pensar para mover los brazos, sólo los mueves.
Lo miré con rabia. Los dientes apretados de frustración. Entonces mis alas empezaron a flexionarse lentamente.
—Eso es. ¡Lo estás haciendo!
Sólo lo estaba haciendo. Porque mis pies seguían firmemente plantados en el suelo. Mis alas se movían, abanicaban, agitaban mi pelo, pero no me elevaba.
—Peso demasiado.
—Tienes que volverte más ligera.
—¡Ya lo sé!
Intenté pensar en algo que me relajara lo suficiente, pero estaba estresada. Me aterraba no poder controlar el vuelo a tiempo para la guerra. Si pudiera volar, sería un activo poderoso para controlar el terreno aéreo a nuestro favor.
—¡Vamos! —grité, haciendo fuerza con cada parte de mi cuerpo—. ¡Vuela!
Doblé las rodillas, salté, y me elevé a casi un metro del suelo. Por un instante creí que lo había conseguido. Luego me caí pesadamente, pisando mal, y me torcí un tobillo. Perdí el equilibrio y acabé en el suelo, un embrollo de miembros y alas.
Me quedé tumbada sobre la hierba mojada, luchando por respirar.
—Dari.
—No.
—¿Te has hecho daño? —Sí, me había hecho daño. Ojalá mis alas desaparecieran—. Sigue intentándolo. Lo conseguirás —agregó suavemente.
—No, no lo conseguiré. Hoy no.
Me levanté con cuidado y me sacudí la hierba y la tierra de mis pantalones, negándome a mirarlo a los ojos.
No quería ver la decepción en su rostro. Eso me haría sentir como una tremenda fracasada.
Lo cual sabía que no tenía sentido porque hasta ahora había demostrado ser una buena semidiosa, y una buena descendiente de su línea.
No había fallado en el tiro con arco, era grandiosa con la lucha cuerpo a cuerpo, incluso mejoré mucho con la espada, manejaba hábilmente la persuasión, y había comenzado a aprender cómo controlar la amoquinesis, la belleza y el encanto que había heredado de Afrodita.
Y sabía que era una tontería ponerme así por no poder controlar el vuelo a la primera. La lucha me había costado, la espada había sido un gran desafío, no era la primera vez que tendría que trabajar duro en mis habilidades, pero nada me había hecho sentir tan feliz como la mirada de orgullo en los ojos de Eros cuando vio mis alas.
No quería decepcionarlo con algo que era exclusivo de él.
En su lugar, papá me abrazó y murmuró—: Tienes que intentarlo de nuevo. Tú puedes.
Seguimos trabajando en ello durante días, y nada cambiaba. Cuando él no podía venir, enviaba a Céfiro.
El dios del viento era muy amable y servicial conmigo, pero tenía la certeza que Eros lo enviaba a vigilar que Apolo no se acercara.
Pero aquel sábado estaría completamente sola, y quería seguir entrenando por mi cuenta.
Recordaba con nitidez la visión que tuve en mis sueños la noche que mis alas aparecieron.
Estaba volando y lo hacía bastante bien, tenía experiencia. Y había algo en mi que me decía que sería pronto. Entonces, había una certeza que no podía dejar pasar: tenía que aprender a volar lo antes posible.
Así que me preparé para hacer mi ya habitual viaje diario hacia High Rock.
Todas las veces anteriores papá o Céfiro me habían llevado, esta vez usaría el Taxi de las Hermanas Grises para llegar más rápido.
Recomendación: lleven una bolsa para vomito si van a viajar con ellas. Yo me la olvidé y tuve que hacer una parada en el baño público del parque.
High Rock era un espectáculo de color y vida a medida que la primavera se iba haciendo cada vez más presente. Los árboles que habían estado dormidos durante el invierno ahora estaban llenos de hojas verdes brillantes, mientras que los arbustos se llenaban de flores de colores brillantes.
Los senderos ahora cubiertos de floración silvestre y plantas de colores variados hacían del aire una fragancia embriagadora.
Había un arroyo que fluía a través del parque que lo llenaba de vida, los renacuajos nadaban en las charcas poco profundas y los peces saltaban por encima de las piedras en busca de insectos.
Mientras caminaba por el parque hacia la zona en la que solía entrenar, podía sentir el cambio en el aire. La energía de la vida vibraba a mi alrededor, invitándome a ser parte de ella. Quería que todo lo que formaba parte de mi vida desapareciera, y solo disfrutar de la fuerza de mis músculos mientras ascendía.
Aquel lugar era una sinfonía de vida y belleza, un lugar repleto de espíritus de la naturaleza, me encontré a varias driadas y una náyade que me saludaron alegremente.
Ya las había visto otras veces, pero ninguna se atrevió a acercarse con mi padre ahí.
El sol se filtraba tímidamente entre las copas de los árboles, derramando destellos dorados sobre el suelo de hojas secas. El aire fresco y húmedo impregnado del aroma a musgo y tierra, se colaba por mi nariz a medida que me adentraba más y más en la espesura del bosque.
Subí cada vez más alto, hasta salir de la arboleda y me acerqué cada vez más a ese cielo enorme y abierto. Sabía que estaba yendo mucho más alto de lo que había ido con Eros, más allá de lo que él me había permitido por mi propia seguridad.
Entonces vi un saliente en la ladera de la montaña donde comenzaba el precipicio. El mapa llamaba a este sitio Punto de Inspiración. Parecía un buen lugar para mi experimento.
Era hora de sobrepasar todos mis límites, igual que las crías de águilas que aprenden a volar siendo empujadas del nido por sus padres para que aprendan "simplemente volando" y pues...que salga o salga.
Subí hasta la saliente y miré hacia abajo: un precipicio profundo.
—Si sobrevivo seguro que me internan en un loquero —susurré.
Estiré los brazos. Invoco las alas y las despliego. Vuelvo a mirar abajo. Gran error.
Pero voy a volar sea como sea. Tengo que volar. Lo he visto en mi visión.
—Vuélvete ligera —dije frotándome las manos—. Sólo eso. Ligera.
Volví a respirar hondo. Extendí las alas y...
Unos brazos me sujetaron antes de que pudiera saltar, arrastrándome lejos del borde del precipicio.
—Evidentemente, perdiste la cordura —espetó enojado.
Me miró como si estuviera tratando de contenerse de gritar, pero también noté la preocupación en sus ojos y el miedo que aún persistía.
Casi me sentí culpable.
—Apolo...
—¡¿En nombre de los dioses, qué te pasa?! —exclamó mirándome fijamente, su furia se sentía en el aire—. ¡¿Cómo se te ocurre saltar desde aquí?! ¡Podrías haberte matado!
Tragué nerviosa, sabía que tenía razón y también sabía que tenía motivos para estar enojado. Bajé la cabeza sin saber cómo responder por primera vez a su enojo.
—Yo...sé que no debí hacerlo, pero quería...
—¡No quiero escuchar excusas!
Levanté la mirada, necesitaba hacerle entender que a pesar de ser una locura, tenía que hacerlo.
—Apolo, entiendo que estés enojado...y preocupado —agregué tratando de calmarlo—, pero tenía que hacerlo, llevo días intentando sin lograr avanzar y...
—Estoy seguro que por primera vez, Eros estará de acuerdo conmigo —espetó con seriedad.
—¿Vas a acusarme con mi padre? —cuestioné frunciendo el ceño—. ¿En serio?
Él se encogió de hombros.
—Sí. Tú seguridad es más importante que lo que sea que te haya motivado a hacer esta estupidez —respondió mirándome con severidad—. No voy a dejar que te pongas en peligro.
Solté un suspiro hastiado. Sabía que iba a ser difícil hacerlo cambiar de opinión y que me dejara seguir adelante, pero no podía dejar que me ganara mi frustración.
—Escucha, sé que es un peligro y una locura y todo lo que quieras; pero estaba buscando poner las cosas a nuestro favor en la guerra.
»Tuve una visión, una donde estaba volando y tengo la sensación de que será muy pronto. Necesito aprender, ahora.
Apolo frunció el ceño, dudando de mis palabras. Quizá porque sabía que no estaba mintiendo y por ende, tenía que aprender aquello para que la visión se cumpliera tal como la había visto.
Nos miramos fijamente, y al final, suspiró resignado.
—Puedo entender eso...pero no me parece la forma correcta —dijo calmandose.
—No puedo seguir perdiendo el tiempo en esto, pensé que quizá...forzarme a aprender por mi propia vida serviría.
—¿Y si no funcionaba? —cuestionó—. Dices que lo viste en una visión, pero yo te dije que algunas cosas pueden cambiarse, solo si no están marcadas sobre piedra en el destino. Matarte antes de que esa visión ocurra, evidentemente cambiará lo que viste.
»Dime, ¿puedes asegurarme 100% segura, de que tu ausencia alterará el curso de los hechos o solo cambiará que no estarás ahí?
—Yo...
—Darlene —dijo con seriedad—. Si tu presencia allí no es indispensable, entonces tu muerte no cambiará nada. Seguirá ocurriendo de todas maneras. Entonces, dime, ¿es de vida o muerte que aprendas a volar de forma tan imprudente para un evento que no sabes si podrás modificar para bien?
Podía entender lo que decía, y sabía que de nuevo, tenía razón. Pero había algo, muy dentro mío, que me decía con todas mis fuerzas que debía ocurrir tal como lo vi.
—Debo hacerlo —insistí.
Apolo siguió mirándome fijamente. Se resistía a permitirme hacer esta locura.
Al final, suspiró resignado y me hizo un gesto para que procediera. Sonriendo, me giré hacia el borde nuevamente, pero me sujetó del brazo.
Lo miré y deslizó su mano por mi brazo hasta la muñeca. Su toque se sintió como una corriente eléctrica que me puso los vellos de punta, un fuego abrasador que iba recorriendo mi piel a medida que sus dedos se deslizaban con suavidad.
Sostuvo mi mano, observando detenidamente ambas. Las miré, y fue extraño darme cuenta como ambas encajaban casi a la perfección.
Las suyas eran grandes al lado de las mías, y su piel bronceada contrastaba contra la mía bastante pálida. Las mías estaban curtidas por el duro entrenamiento, por el paso de los años mortales y las suyas inmaculadas por su esencia divina.
Colocó alrededor de mi muñeca una pulsera de oro que brillaba al sol. Era suave y cálida al tacto, pero lo que llamó mi atención era la pequeña flor de loto rosa que colgaba en el centro. Tallada en morganita, parecía estar en plena floración, con sus pétalos abiertos hacia el cielo.
Cada detalle había sido cuidadosamente esculpido, desde las suaves curvas de los pétalos hasta las delicadas líneas que marcaban el centro de la flor con pequeños cristales que me daban la sensación de estar viendo diamantes. También había sido esculpida una gema parecida a una esmeralda con la forma de una hojita enganchada a la flor. Las venas en los pétalos eran tan finas que parecían hechas de hilo de oro.
—Muchos creen que el trébol de cuatro hojas es de la suerte —murmuró abrochándola—, en realidad el trébol tiene otro significado. En cambio, el loto es el que significa buena suerte.
Me miró, sus ojos aún tenían la preocupación grabada en ellos.
—Gracias —respondí en igual tono—, me encanta.
—Te estaré vigilando por si algo sale mal —agregó—. No dejaré que por tus locuras acabes con el cuello roto.
—Te tomo la palabra.
Me giré de nuevo hacia el precipicio, donde el valle repleto de árboles se extendía por kilometros.
Tragué nerviosa, sintiendo como un nudo se me formaba en el estómago.
Sí, yo también pensaba que esto era una locura.
Entonces salté.
Caí como una piedra. El aire me dio en la cara y por la velocidad es casi imposible respirar. Los árboles me rozaban, e intenté prepararme para el golpe, aunque no tenía ni idea de qué hacer.
Evidentemente, había sido una locura que no planeé bien.
Y pensé, que incluso si lograba sobrevivir, seguro me iba a romper un par de huesos.
Esperaba que Apolo cumpliera su promesa.
Pero antes de que pudiera pensar en alguna manera de llamar su atención, mis alas embolsaron el aire y se abrieron.
Intenté estabilizarme. Las alas se tensaron al aguantar mi peso, pero me sostuvieron. Me alejé bruscamente del Punto de Inspiración, a merced del viento.
—Dioses —susurré—. ¡Estoy volando!
Me sentí aliviada por saber que no voy a morir, con un subidón de adrenalina y excitación de sólo sentir el aire frío en mi rostro.
Era la mejor sensación que he experimentado en vida, sin excepción.
Aunque claro, no era la gran cosa; no era como las aves y ni soñando podría ser como mi padre, porque de momento solo intentaba no estrellarme contra algún árbol como George de la Selva.
No era ninguna maravilla, pero al menos no me maté. Lo cual considero un rotundo éxito.
Batí las alas tratando de elevarme, pero una rafaga fuerte me desestabiliza y caí en picada sobre los árboles.
Mi vida entera pasó por delante de mis ojos antes de que pudiera tener todo otra vez bajo control. Lo mejor que podía hacer era aletear de vez en cuando y orientar las alas para que me llevaran en el viento.
Casi llegando al suelo, un brillo apareció frente a mis ojos y volví a sentir el cálido tacto de unos brazos que me sujetaron a tiempo antes de que mis pies pudieran tocar firmeza.
Me aferré a él, aun sintiendo el corazón retumbando con fuerza en mi pecho, la adrenalina corriendo por todo mi cuerpo.
—¿Estás bien? —preguntó ansioso.
Asentí, casi sin poder creer que lo logré. Apoyé la frente contra su pecho y él me sostuvo, lo cual agradecí porque estaba segura que mis piernas no aguantarían después de esto.
—Lo hice.
—Creo que te has propuesto ser la primera persona en causarle un infarto a un dios —murmuró contra mi cabello.
Me reí porque no podía creer que volé, porque sus palabras, aunque temerosas, también eran un intento de aligerar el ambiente.
Y porque realmente, nunca me sentí más viva que en ese momento.
Este capítulo tiene, además del significado del loto, significado de las gemas usadas en la pulsera:
Oro: Demuestra un gran afecto hacia esa persona. Una joya personalizada de oro estaremos añade un valor sentimental aún más especial y con un sentimiento mucho más profundo. Genera un vínculo sentimental muy fuerte con la otra persona, de esta forma la estás demostrando que es alguien muy importante y sumamente especial para ti.
Morganita: Para buscar y encontrar el verdadero amor, la persona con la que te conviene estar y la que te hará feliz. Favorece la comunicación, la confianza y la tolerancia entre la pareja, 3 pilares para tener una relación solida. También ayuda a fortalecer la amistad. Además, es una piedra muy especial para una mujer, ya que desarrolla su autoconfianza, su autoestima, las hace más segura de si mismas, pueden ver lo bella que son, y las conecta con su yo interior.
Diamante: Es una forma de simbolizar al amor eterno que tienes hacia una persona querida. Porque como en el amor verdadero, este cristal no perece y se mantiene fortalecido con el paso del tiempo.
Esmeralda: Es una piedra que fomenta la paciencia, el amor y la amistad. Por eso en muchas ocasiones se habla de esta piedra preciosa como la del éxito en el amor.
Yo creo...que este capítulo a quién tuvimos ganas de colgar fue a Dari.
Pero, ¿notaron que todo el tiempo que Apolo la estuvo abrazando...ella seguía con sus alitas?
Cambiando de tema, me llegó este bello regalo por ig, muchas gracias a quién me lo mandó. Me encantó. El diseño me hace acordar a las imágenes promocionales de las comedias románticas.
Y ahora, meme time:
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