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010.ʙʀᴇᴢᴏ ʙʟᴀɴᴄᴏ

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ʙʀᴇᴢᴏ ʙʟᴀɴᴄᴏ

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━━━20 de Marzo

ADIVINEN QUIÉN recibió otra semana más de castigo después de clases.

Así es, esta nena.

Por suerte era el último día de castigo porque ya no quería saber nada más de borradores. Empezaba a sentir que por más que lo lavara, mi cabello siempre tenía polvo de tizas.

Y se preguntaran, ¿Darlene qué pasó para que te castiguen una semana más?

Bueno, déjenme decirles que el hecho de perderme dos semanas de mi novela, el constante polvo sobre mí, la falta de sueño por culpa de la visión que seguía apareciendo en mi sueño y el miedo a ser atacada en cualquier momento, no fueron de mucha ayuda para mi mal humor.

Súmese a que mis nuevas alas seguían apareciendo cada mañana sin que pudiera controlarlo.

Papá se había aparecido ese día en cuanto recibió mi ofrenda.

Estuvo bastante consternado al enterarse de lo que había pasado mientras dormía y furioso cuando le conté lo que el imbécil solar me dijo.

Pero al ver con sus propios ojos mis alas, la sonrisa de Eros me devolvió la paz que tanto necesitaba.

Estaba orgulloso, feliz y encantado por el nuevo desarrollo en mis habilidades divinas.

—Amor mío, eres un verdadero regalo para el mundo —había dicho abrazándome—, sé que estás destinada a grandes cosas, y que eres una fuerza de amor tan imparable como la misma naturaleza en un mundo que a menudo parece oscuro y desesperado.

»No debes sentirte cohibida, esto solo te hace aún más única y maravillosa de lo que ya eres. Y nadie va a cambiar eso. No dejes nunca que las malas intenciones te hagan sentir menos, eres perfecta tal y como eres.

Había prometido enseñarme a controlarlas en cuanto estuviera libre de todo castigo, y aunque nerviosa, me empezaba a sentir emocionada de pensar en ser capaz de volar.

De verdad agradecí escuchar sus palabras y, por un momento, me sentí mejor.

Pero en la soledad, seguía reviviendo en mi mente las palabras y la mirada que Apolo me había dado.

Entonces, cuando una de mis compañeras, una envidiosa de primera, hizo un comentario bastante desagradable sobre la apariencia física de otra chica, perdí por completo el sentido y la golpeé.

No me sentí orgullosa de haberme dejado llevar así, pero en serio ya estaba harta de escucharla hacer esos comentarios tan innecesarios, yo misma ya estaba teniendo conflictos para mirarme al espejo cada vez que las alas aparecían y no me gustaba lo que se sentía.

No quería que nadie más tuviera que sentirse así si podía hacer algo. Y en ese momento, solo vi rojo.

Culpo a Ares por mi poca tolerancia cuando estoy frustrada y enojada.

Y heme aquí, casi una hora después de la hora de salida, terminando de guardar los borradores.

La tarea en sí no es difícil, pero sí agotadora por el nivel rutinario que posee, la monotonía llega a ser aburrida.

Durante estas semanas que he estado atrapada en esta sala, empecé a notar detalles que antes no había visto, cómo las pequeñas grietas en la pared, el sonido de las hojas que rozan el suelo fuera de la ventana.

Incluso una vez escuché a una de las maestras entrar al armario de escobas del otro lado del pasillo con el conserje y...

Bueno, si mamá supiera lo que escuché, habría hecho un escándalo en la junta de padres.

Estornudé justo cuando guardé la última caja de borradores, me ardían los ojos por el polvo y estaba muerta de sueño.

Bostezando, salí de la sala y me encontré sola en el pasillo. Hacía unos veinte minutos que todos se habían ido y el lugar estaba desierto.

El aula donde estaba quedaba en el tercer piso, debía atravesar varios pasillos antes de poder llegar a la salida y tenía un largo camino que hacer.

Pero entre más avanzaba, más sentía que había algo extraño en el ambiente. No podía decir exactamente qué era, pero algo estaba pasando.

Avancé por los pasillos, observando a mi alrededor, tratando de encontrar alguna pista que me indicara qué estaba ocurriendo, y sobre todo, estaba agradecida de tener un cuchillo en mi bota derecha.

De repente, escuché un sonido siniestro detrás de mí.

Me di la vuelta, pero no había nada. Tragué nerviosa, volviendo mi atención hacia dónde debía ir.

El sonido volvió a repetirse, una y otra vez, era la sensación de estar siendo acechada, como si me estuvieran casi respirando sobre la nuca.

Apresuré el paso, teniendo la certeza de que algo me estaba siguiendo.

Recordé el sueño que había empezado a tener casi a principios del mes. De mí siendo perseguida por alguna criatura. Finalmente estaba ocurriendo.

Empecé a caminar más rápido, pero el sonido aumentó también su velocidad, hasta que se convirtió en un gruñido grotesco y una criatura apareció ante mí.

—Carajo —murmuré observándola. Era la sub-directora, que me miraba con una sonrisa aterradora y sus ojos brillaban de una manera inquietante, casi sobrenatural—. Sabía que no podía ser completamente humana.

—El aroma a semidiosa era demasiado suave —gruñó—, lástima que estés tan rodeada de dioses, ellos te delataron acentuando el olor.

Entonces se transformó delante de mí. Sus ojos fueron lo primero que cambió, sus iris se expandieron, brillando con un color verde parecido al de una serpiente que me dejaron paralizada. Sus dedos se arrugaron y se endurecieron, sus uñas se convirtieron en garras como las de un lagarto. El resto de su cuerpo era el de una enorme serpiente.

Reconocía esta criatura de un libro del campamento. Marian Lamia era una antigua princesa, hija de Hécate, que se convirtió en amante de Zeus, Hera asesinó a sus hijos en venganza y luego la convirtió en este monstruo. Y por lo que se sabía, estaba condenada a no poder cerrar sus ojos, obsesionada con la imagen de sus hijos muertos por toda la eternidad.

Por eso, Zeus le otorgó la habilidad de quitarse los ojos y volver a colocarlos para que su mente pudiera descansar de aquella imagen.

Pero lamia envidiaba a las madres y sus hijos, por lo que enojada y resentida con Hera, fue quien, a través de un conjuro, permitió que todos los monstruos pudieran detectar el aroma a mestizos, para que siempre fuéramos encontrados.

Ella quería que Hera llevara sobre sí misma la culpa de todos los mestizos asesinados por monstruos, como venganza por lo que la diosa le hizo a sus hijos.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral mientras intentaba retroceder, pero ella se movió hacía mí con una velocidad sobrenatural. Alargó sus garras hacía mí, listas para atraparme en su agarre mortífero y una mirada hambrienta.

Me preparé mejor, casi en cuclillas, lista para tomar el cuchillo en mi bota y defenderme cuando estuviera lo suficientemente cerca. Ojalá hubiera tenido a la mano alguna flecha, pero no se me permitía tener mi bolso conmigo durante los castigos.

Ahora que lo pensaba, había sido una orden dada por esta criatura. Seguramente esperaba poder atraparme sin defensa.

Sentía los latidos de mi corazón retumbando en los oídos y mi respiración era lo único en lo que podía conectarme. El monstruo se acercó, arrastrando sus garras afiladas por el suelo.

Cuando casi estaba sobre mí, saqué el cuchillo y me arrojé contra ella, lista para matarla. Pero la criatura me esquivó y sonrió, tenía la sensación de que esto era un juego de gatos y ratones. Odiaba sentirme como un ratón.

—No eres muy avispada, hija de Eros —siseó—. He pasado meses cerca de tí, y no fuiste capaz de percatarte del peligro que corrías.

»Tal vez tu divina abuela te ha heredado más de lo que te pudiera proteger. Después de todo, verse bonita y ser una rompecorazones no te mantiene tan a salvo como siempre se les ha hecho creer a las doncellas. Te falta alma de una guerrera, o quizá, un guerrero que te proteja.

Apreté los dientes con fuerza. Yo no era ninguna doncella en peligro que necesitara ser salvada, era una semidiosa griega descendiente de la guerra y había matado monstruos más feos que esta criatura.

Pero aquí, atrapada entre las paredes del angosto pasillo no había mucho que pudiera hacer, necesitaba encontrar un mejor terreno de combate, y Lamia no parecía precisamente una criatura ágil, más bien se movía con cierta dificultad, quizá por la enorme cola de serpiente que arrastraba.

Ella estaba a unos dos metros de mí, así que sonreí y salí corriendo por el pasillo.

Lamia gruñó enfurecida y se arrastró detrás mío con sus manos. Corrí por los pasillos, atravesando un laberinto de aulas y escaleras, casi sintiendo su aliento en mi cuello.

La criatura seguía detrás, amenazando con devorarme y bañarse en mi sangre mestiza.

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y mi mente estaba llena de pensamientos que hacían que fuera difícil pensar en una solución. El miedo y la ansiedad son una perra.

Una cosa era clara. Si esa cosa me atrapaba me iba a invitar a un picnic y yo sería el plato principal.

Vi la entrada del salón de arte, una habitación con puertas y paredes semitransparentes, de estructura abierta repleta de columnas que a esa hora ya estaba completamente oscura.

Estaba por entrar cuando la lamia me sujetó del tobillo y caí de bruces al suelo. Me arrastró hacia ella, y me giré con todas mis fuerzas para clavar el cuchillo en el ojo derecho.

Lamia soltó un lamento agónico y me soltó. No me quedé a ver si me seguía o se iba. Semidiosa que huye, semidiosa que sigue viva.

Entré en la habitación y me escondí detrás de una columna, permitiéndome respirar tras correr tanto. El corazón me latía con fuerza y tenía la respiración agitada.

Ya sabía que esto pasaría y había intentando estar siempre armada porque no sabía cuándo sería; pero estar viviéndolo era diferente. Estaba sola y acorralada, nadie me ayudaría. No sabía si se suponía que debía morir aquí o si podría salir con vida, pero tenía que intentarlo.

No había conseguido este don para que me mataran a la primera visión.

En la oscuridad de la habitación, donde unos miseros rayos de luz entraban por las rendijas de las gruesas cortinas, era imposible ver nada más que sombras y formas borrosas.

Escuché el sonido de algo pesado arrastrándose por el pasillo. Un escalofrío me invadió el cuerpo mientras me acurrucaba más en mi lugar.

El sonido se detuvo, y durante unos segundos que me parecieron eternos, todo quedó en silencio.

Cierro los ojos y espero lo peor, cada uno de mis músculos estaba tenso y listo para huir de nuevo o enfrentarme a la pelea, aunque había perdido mi cuchillo y lo más probable es que la lamia me devorara.

—¡Incantare: Gelu Semita! —gruñó en latín.

No tenía mucha idea de qué exactamente había dicho, no era tan buena con el latón como con el griego antiguo, pero algo tenía claro.

«Gelu...creo que es...hielo...o escarcha» pensé confundida.

Si Lamia era una hija de Hécate, diosa de la magia, debía ser un hechizo, algo relacionado con el frío.

En ese momento, una de las paredes de cristal que estaba cerca de mí se rompió, estalló en mil pedazos cuando enormes piedras de hielo fueron arrojadas contra el vidrio.

«Bombas de granizo bajo techo. Ser semidiosa es una mierda».

Me alcancé a girar para evitar que me dieran en plena cara, pero aún así las astillas de vidrio cortaron la piel de mi oreja y cuello.

Grité de dolor, sujetándome la zona sangrante.

—Es casi imposible de ver, el amor que el dios del amor siente por su pequeña princesa, me recuerda a los hijos que me fueron arrebatados. —Gruñó con odio—. Me pregunto qué sería capaz de hacer un dios como él si te pierde.

»Serás una deliciosa cena y...

Pero lo que sea que estaba por decir, se vio opacada cuando una luz brillante invadió toda la estancia. Cerré los ojos para evitar quedar encandilada o calcinada cuando me di cuenta del enorme calor que empezó a hacer de repente.

Lamia siseó enfurecida.

Me asomé por el costado de la columna y observé asombrada a la figura iracunda que se interponía entre la lamia y yo.

—Apolo —murmuré.

Vestía su armadura dorada y sostenía en su mano derecha un arco, adornado con relieves de gemas preciosas y tallado con símbolos divinos. En la otra mano sostenía una flecha lista para ser lanzada.

Yo sabía que aquella arma, al igual que la de mi padre, había sido forjada con el único propósito de hacer daño. Y también era consciente de que Apolo jamás fallaba cuando lanzaba una de sus flechas.

Su aura era tan desoladora que el ambiente parecía temblar. Nunca lo había visto tan furioso, ni siquiera conmigo.

AApolo me miró por encima de su hombro, y un escalofrío me recorrió el cuerpo. No había lugar para la compasión en su rostro, solo ira y determinación. Sus ojos ardían con una ira incontenible. Eran como dos soles en miniatura, brillando con una intensidad que hacía imposible mirarlos directamente. Parecían haber sido inyectados con un fuego divino, capaz de arrasar cualquier cosa que se le interpusiera.

La luz que irradiaba era casi cegadora. Eran los ojos de un dios furioso, que irradiaba un poder inimaginable. Era como si pudiera controlar el sol mismo con su mirada.

Estaba viendo por primera vez, al dios poderoso de los antiguos mitos griegos. Y me di cuenta de la verdad. 

Apolo, por alguna razón que desconocía, se había estado conteniendo cuando se enojaba conmigo. No me había mostrado su verdadera ira.

—Hijo de Zeus —gruñó Lamia llamando su atención—, tú mejor que nadie conoces la ira de Hera hacia tu madre, ¿no sientes compasión por una doncella que padeció igual bajo las manos de la diosa?

Apolo volvió a mirarla, con una calma que me heló los huesos. Aún cuando sabía lo que era ser el objeto de su ira, sabía que esto no sería igual para la Lamia. Él no jugaría a cazarla como había hecho conmigo, él la destruiría sin darle tiempo a moverse un centímetro.

—No te atrevas a compararte con mi madre, criatura despreciable. —La voz de Apolo resonó como si fuera capaz de hacer sacudir el suelo bajo mis pies.

—Solo busco alimento —insistía Lamia con una voz suave y seductora. Sabía que la mujer que había sido originalmente se decía que era hermosa como ninguna, había atraído la atención de Don Rayitos después de todo, y parecía que seguía teniendo aquel encanto—. Es una bastarda de Eros, ¿no me dejarías alimentarme de su sangre? —pidió como si yo fuera un plato de comida que se pide en el mercado.

Me sentí tentada a robarle la flecha a Apolo y matarla yo misma.

Pero el dios no le respondió.

En su lugar, se movió a una velocidad sobrenatural. En un abrir y cerrar de ojos, su arco se tensó y la flecha salió disparada en una trayectoria letal. Pude ver el destello mientras volaba hacia Lamia.

Un grito desgarrador llenó el aire cuando la flecha alcanzó a la criatura que se retorcía de dolor en el suelo mientras la flecha la atravesaba. Lamia cayó al suelo, herida de muerte y se desintegró lanzando una última mirada de desprecio en mi dirección

Observé anonada el lugar dónde había estado. Había sido tan rápido que mi lado mortal seguía intentando comprender lo que el divino le parecía lo más normal del mundo.

Una mano apareció en mi campo de visión, miré hacia arriba, encontrándome con los ojos azules de Apolo.

Ya no había enojo. Era como ver un lago en calma.

La tomé, y me ayudó a ponerme de pie. Hacía semanas que no nos veíamos y no tenía idea de por qué había venido en mi ayuda.

—¿Estás bien? —preguntó mirando mi rostro. Probablemente tenía manchas de sangre. Asentí, pero él estiró la mano hacia mi herida y la curó de todas maneras.

—Gracias.

El silencio se arraigó entre nosotros, llenando el espacio con una tensión incómoda. Podía sentir la mirada de Apolo sobre mí, pero yo buscaba esquivarla mirando a cualquier lugar menos a él.

Seguía enojada, después de todas las semanas que pasé aguantandolo, que pasamos descubriendo que podíamos llevarnos bien y, no sé, quizá ser amigos, Apolo me había decepcionado. No quería tener que estar más de lo necesario en su presencia.

Ninguno dijo nada por unos segundos que se me hicieron eternos.

Entonces Apolo soltó un suspiro.

—Lamento lo que te dije —expresó—, no fue mi intención hacerte llorar. Ver tus alas me tomó por sorpresa y no pude controlar mis palabras y mi actuar. Lo siento.

Asentí nuevamente, aceptando sus disculpas. Pero perdonar no es olvidar.

Me dispuse a pasar por su lado para salir de aquel lugar.

—Espera —dijo sosteniendo mi brazo con delicadeza. Me solté bruscamente, pero él no hizo ningún gesto de que eso lo irritara.

—¿Qué quieres? —cuestioné con tono seco.

Levantó la mano hacia mí, y en ella había un collar. No podía verlo bien por la oscuridad, pero parecía una pieza delicada.

—Úsalo siempre que estés en peligro —dijo en un murmullo—. No en una misión, en ese caso no puedo interferir, pero haré lo que mejor que pueda para ayudar.

Aparté el collar de un manotazo.

—Gracias, pero no creo que quiera tu ayuda —espeté pasando por su lado y buscando la salida.

El suelo estaba repleto de vidrios y no tenía ni idea de cómo iba a explicar esto. Esperaba que la niebla solucionara todo, porque sino iban a expulsarme.

En cuanto estuve en el pasillo, Apolo apareció delante de mí, extendiendo el collar hacia mí.

—Sé que estás enojada, pero no seas testaruda —insistió con el ceño fruncido—. Es por tu protección.

—Mi papá no me deja recibir flores de nadie —dije levantando la barbilla—. Ningún regalo de nadie.

Apolo dejó caer la mano con el collar. Podía ver en sus ojos azules unas pequeñas chispas de oro, que delataban que se estaba enojando de nuevo.

Suspiró, y volvió a extenderme el collar.

—Me importa muy poco lo que tu padre quiera o no. Ponte el collar —Enarqué una ceja, cruzándome de brazos. Él rodó los ojos—. Por favor.

Me sostuvo la mirada por unos segundos, y al final solté un suspiro resignada.

—Bien —murmuré—. No pienses que con esto no sigo enojada.

—Sé que no, pero de verdad lamento lo que te dije.

—¿Qué tanto?

—Mucho —susurró tomando un mechón de mi cabello y colocándolo detrás de mi oreja—. Me estaba divirtiendo siendo tu amigo, y arruiné todo.

—¿Ah, se supone que éramos amigos? —cuestioné.

—Algo así —dijo con tono divertido—. Ven, te llevaré a tu casa.

—No lo nece...

Pero Apolo ya había empezado a caminar hacia la salida. Solté un quejido hastiado y lo seguí. Era bien pesado para hacer que uno haga lo que quiere.

«Caprichoso».

Al salir de la escuela los rayos del crepúsculo ocultándose me dieron de lleno en los ojos.

—Me temo que el sol ya se fue —dijo—, podemos aparecernos o caminar.

—Prefiero caminar.

Él se encogió de hombros y se adelantó por la acera.

Miré mi mano donde estaba el collar, ahora con la luz pudiendo admirarlo mejor.

Estaba diseñado con una delicadeza y elegancia que solo podía ser hecha por los dioses. Era una fina cadena de oro que se entrelazaba con delicadeza, adornada con pequeñas perlas blancas que brillaban con el reflejo de la luz de manera casi celestial. Pero lo que más llamaba la atención era el medallón que parecía una pequeña cajita de cristal tallado, donde se podía ver una flor seca en su interior.

Era bastante parecida a la que el señor de las flores me había regalado en navidad. Un brezo, pero de color blanco.

Estaba cuidadosamente colocada en el centro del medallón, y estaba rodeada por un borde de oro que la protegía. Se podían ver los detalles de cada uno de los pétalos. Era casi como si la flor estuviera congelada en el tiempo, preservando su belleza y frescura. Transmitía una sensación de eterna tranquilidad.

Era lo más bonito que había visto.

—¿Piensas moverte o qué? —gritó desde la esquina.

Rodé los ojos y me acerqué.

—Sabes, cuando te lo propones eres bastante intenso.

—Ser intenso es parte de mi encanto.

—Y por eso nadie te soporta.

Hizo un gesto ofendido.

—¿Disculpa? Todos me aman. Soy el sol, me necesitan así que me aman.

—No mezcles amar con necesidad. Muchas cosas son necesarias y hay que soportarlas aunque no nos gusten.

Seguimos discutiendo todo el camino a casa, y aunque aún no había olvidado las cosas que me dijo, al menos parecía interesado en arreglarlo.

Sí, Apolo no le regaló esta vez una flor, sino un collarcito con la florcita en el centro.

¿Han adivinado el Brezo Blanco?

Y el pensamiento negro significaba Tristeza por un amor sin esperanza, por eso Afrodita le preguntó si ya se había dado por vencido. 

¿Y? Apolo comenzó su camino de redención listo para no dejar ir a su reina.
¿Qué les pareció?

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