009.ᴘᴇɴꜱᴀᴍɪᴇɴᴛᴏ ɴᴇɢʀᴏ
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ᴘᴇɴꜱᴀᴍɪᴇɴᴛᴏ ɴᴇɢʀᴏ
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━━━20 de Marzo
APOLO
SI HAY UN SENTIMIENTO QUE TODO DIOS TIENE, pero se niega a aceptarlo por orgullo, ese es el autodesprecio.
Estaba encerrado en mi templo y no había salido desde que tuve ese encontronazo con Darlene.
Llámenme cobarde, adelante. Así me siento de todas maneras.
El sol no había brillado en dos semanas, y mi padre comenzaba a impacientarse por mi falta de responsabilidad en conducir el carro solar. Había enviado a todas mis hermanas a intentar dialogar, incluso mi querida tía Hestia había intentado convencerme de hacer mi deber.
Solo Artemisa logró sacarme la verdad.
Le conté todo.
Y ella me gritó cientos de cosas que es mejor no repetir.
Pero también se sentó a mi lado por horas, en silencio, quizá entendiendo también lo que estaba pasando.
No me enorgullecía para nada de mi actuar, las cosas que le dije ni la manera en la que reaccioné.
—Debiste habérmelo dicho en cuanto lo supiste —murmuró—, le ofrecí unirse a la Cacería. Sin saberlo, casi te quito la oportunidad de estar con el amor de tu existencia.
Negué con tristeza.
—Creo que yo mismo me estoy quitando esa oportunidad.
—¿Y qué vas a hacer?
—No lo sé.
Había estado sintiendo un dolor en mi pecho, una mezcla de tristeza y frustración, pero también de desprecio por mí mismo.
¿Cómo era posible que siguiera lastimando a quién se supone que debo amar más que a nadie?
El aborrecimiento que sentía por mí mismo era palpable para cualquiera que pudiera verme en aquel momento.
Mi ira era, quizá, mi mayor defecto.
Me gustaría poder ser capaz de decir que tras miles de años, ya sería algo que podría controlar, aún así, una y otra y otra vez, seguía cayendo en el mismo patrón: lastimar a quienes debería proteger y amar.
Durante mucho tiempo, intenté ignorar el sentimiento de rechazo y fingir que era mi honor el que defendía cuando actuaba tan imprudentemente. Elegí ignorar el dolor que dejaba tras de mí.
Era más fácil decirme a mí mismo que aquellos que lastimé se lo habían buscado.
Pero esto se sentía diferente.
Porque Darlene era mi destino, y el recuerdo de sus ojos llenos de lágrimas por mis palabras me atormentaba de una manera que jamás sentí posible.
No podía evitar lastimarla, como si fuera incapaz de controlar mi propia naturaleza. Me siento atrapado en un ciclo interminable de ira, arrepentimiento y dolor, y me pregunto si algún día seré capaz de redimirme por mis acciones.
Me aterraba seguir lastimándola hasta finalmente perderla por completo.
Quería poder ser capaz de disculparme, pero incluso un gesto como aquel me resultaba extraño.
Ya sabía que debía hacerlo, tenía la intención de que así fuera cuando pudiera ser capaz de darle una disculpa sincera, y ahora, lo había arruinado todo.
Y mi orgullo divino, se resistía a pedir perdón.
Era consciente de que el camino hacia la redención no sería fácil, me costaría un gran esfuerzo y me gustaría poder decir que me sentía listo para hacerlo.
Pero no importaba cuánto deseara no decepcionarla, no importaba cuánto deseara ser mejor para ella, todo mi ser actuaba antes de que fuera capaz de controlarlo.
Ver aquellas alas, su cabello negro como el ebano y sus ojos que sabía, eran capaces de adoptar un tono rojizo como la sangre, me heló el cuerpo.
Habían pasado siglos desde aquel día, y lo que me era difícil olvidar, no era solo la humillación, era haberme perdido en un torbellino de emociones, en un amor profundo y apasionado por una doncella que me despreciaba al punto de preferir la muerte antes que mis brazos.
Cuando Dafne desapareció frente a mí y el árbol de laurel la reemplazó, me consumí en mi propia agonía, atormentado por la idea de un mundo sin ella, y aún peor, saber que todo eso que sentía en realidad era falso. Que en toda mi esplendorosa divinidad y poderío, era incapaz de controlar mis propias emociones.
Y así como la inocente Dafne pagó el precio de mi ego, muchos otros pagaron por mi ira, envidia y celos.
Me preguntaba, ¿de lograr que Darlene fuera mi reina, cuál sería su triste final?
A esta altura me sorprendería si de verdad lográramos una vida eterna sin problemas, pero la realidad es que la misma profecía que nos unía nos condenaba.
"Por el gran juramento pronunciado,
la fatalidad será asumida
y los amantes recorrerán un doloroso camino."
Y sabiendo como funciona el universo, siendo Darlene mortal, lo más probable es que sea ella quien deba atravesar el sufrimiento mientras yo solo tendré que observarla sin poder intervenir para ayudarla.
Quizá...lo mejor sería renunciar a ella.
En ese momento, la puerta de mi templo se abrió de una patada.
—¡Maldita sea, Apolo! —gritó Afrodita entrando como una furia y deteniéndose frente a mí—. ¡Esto es ridículo! ¡Arruinaste todos mis esfuerzos en unos minutos, y ahora, ni siquiera eres capaz de arreglar el desastre que provocaste!
—¿Viniste a decirme lo que ya sé?
—¡¿Si ya lo sabes, por qué no mueves tu trasero y lo solucionas?!
Solté un suspiro.
—Creo...creo que...no la merezco —admití a regañadientes.
Afrodita me miró asombrada.
Miró a nuestro alrededor sin saber qué decir y notó que el templo estaba repleto de pensamientos negros; sus petalos cubiertos por una fina capa de terciopelo parecían absorber la luz de toda la estancia, adquiriendo una belleza misteriosa y casi mágica, con un centro como estrella amarilla que guía en la oscuridad.
Desprendían un perfume sutil, pero embriagador, una mezcla de especias y madera que te hacía evocar un bosque antiguo.
—¿Perdiste la esperanza, Apolo? —preguntó la diosa anonada.
Me encogí de hombros.
—La hice sentir miserable, Afrodita —murmuré—, hubieras visto su expresión.
—¡Tienes que arreglalo!
—¡¿Y sí lo arreglo, cuánto tardaré en volver a echar todo a perder?! —grité poniéndome de pie—. ¡¿Cuánto tardaré en volver a hacerla llorar?! Darlene tenía razón, sigo queriendo olvidar su herencia paterna y aceptando solo el lado mortal, cuando debería ver ambas como una sola sola.
—Entonces hazlo —espetó con un tono cortante.
Solté una risa burlesca.
—Cómo si fuera tan sencillo.
—En realidad, sí lo es —dijo colocando sus manos en las caderas—. Tú lo estás complicando.
»Darlene tiene un corazón bondadoso, listo para perdonar a la primera oportunidad un error que de verdad se lamenta. Y es quizá, la razón por la que es perfecta para tí. Se complementan el uno el otro, es todo lo opuesto a lo que eres.
—Y por eso no soy bueno para ella. Ella perdonaría con facilidad todos mis horrores, mientras yo sigo resentido por algo que pasó hace milenios y ni siquiera tiene que ver con ella.
—Ay por favor, Apolo, esta aura de autodesprecio y lamentos no te queda -se quejó—. Con tanto lloriqueo comienzas a aburrirme.
—Es más fuerte que yo, Afrodita. No puedo borrar lo que soy, el lado oscuro que contengo, aunque haya aprendido a disimular, sigue latente en mí y sigo dejándolo explotar solo con ella. Creo...que la aprecio lo suficiente para no querer condenarla a mi temperamento una vez más. Soy demasiado débil para ser el hombre que Darlene se merece.
»No importa cuánto lo intente, no puedo cambiar del todo, ni siquiera por ella. ¿Qué pasa si le hago daño como a Coronis? Después de todo, tiene un alma gemela, y no puedo evitar que se amen por mucho que lo intente.
Afrodita dejó escapar un suspiro, miró al techo y luego se sentó en una butaca.
—Bueno, para empezar, sí, tienes razón —dijo mirándome con pena—, no vas a poder evitar que ella ame a su alma gemela. Eso es inevitable, es parte del lazo que los une como una sola alma.
»Pero también sabes que no siempre las almas están destinadas a estar juntas como una pareja, y a veces, el tiempo que se encuentran es tan poco porque sus vidas son cortas —agregó—. Nada garantiza que ella esté destinada a una vida larga con su alma gemela. Y ahí es dónde entrás tú.
—¿Qué quieres decir?
—Debes hacer que ella te ame lo suficiente para elegirte como pareja por encima de su alma, y que le elija como un amor platónico antes de que el amor pasional se desarrolle entre ellos.
—No creo que sea tan sencillo.
—No lo será —dijo rodando los ojos—. Tan poco puedes esperar que todo te sea entregado en bandeja de plata.
—Recién dijiste...
—Dije que lo que es sencillo es pedir disculpas a alguien como Darlene. Solo tienes que ser creativo y sincero, y son dos cosas que se te dan con facilidad, dios de las artes y la verdad.
»Ya me decepcionaste como dios de las profecías, no lo hagas en esto también —agregó poniéndose de pie y comenzando a caminar hacia la salida—. Y por cierto, recuerda que me tienes de tu lado, pero Eros apoya a su alma gemela. No le des el gusto de ganar otra vez.
—¿Estás peleando contra tu propio hijo?
Ella sonrió de tal manera que me heló la sangre.
—Cariño, por qué crees que amo tanto a Ares? —cuestionó divertida—. Tiene los mismos escrúpulos que yo.
—Es decir nada.
—Exacto, y Eros es el resultado de eso. Ambos queremos un objetivo, y ninguno de los dos nos detendremos ni siquiera por el otro.
»Piensa en esto como un tablero de ajedrez —susurró con un tono helado—. No pierdas a la reina, porque no te lo perdonaré.
Afrodita salió del templo con el paso de diva que siempre la caracterizaba.
Me quedé de pie, solo, y pensando en sus palabras.
Por supuesto que sabía que Eros también estaba jugando con sus piezas, lo supuse desde el día en que mencionó que la dichosa alma ya era parte de la vida de Darlene.
Me dio la sensación de que era su arma oculta, y me aterraba la idea de averiguar por qué parecía tan confiado de ella.
Tomé mi lira y me senté en mi trono.
Las notas envolvieron todo el Olimpo con su magia. El sonido era como una lluvia de miel que caía sobre todo aquel que escuchara, inundando sus almas con una dulzura celestial.
Hacía tiempo que no tocaba, casi desde que Darlene había entrado en mi vida, consumiéndome por el odio y el rencor.
Pero ahora, necesitaba pensar. Y tocar aquel instrumento siempre me ayudaba a asentar mejor mis ideas.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la música. Mis dedos se movían con una gracia y destreza sin igual, y la lira parecía cobrar vida en mis manos.
La obsesión puede ser terrible para un dios.
El sonido se intensificó, como una tormenta que se acerca, y luego se desvanece en un susurro como el viento, dejando trás de sí un arcoiris.
Yo lo sabía bien y Darlene era alguien que había esperado por más de dos mil años para poder tener a mi lado.
Podía sentir como mi música llenaba el corazón de los dioses con una felicidad pura.
No esperaba que fuera ella, pero los hilos de las destinos eran incomprensibles a veces, y como dios de la profecía, sabía mejor que nadie que el futuro es una sorpresa constante y que lo mejor que se puede hacer es no hacerse expectativas.
Finalmente, las últimas notas de mi melodía se desvanecieron en el aire, dejando solo un silencio reverente.
Afrodita tenía razón. Esto era un juego de ajedrez, y mi orgullo se negaba a perder por mi propia estupidez y crueldad.
Me aterraba volver a hacerle daño y perderla para siempre, pero también era demasiado egoísta para dejarla ir sin más.
Porque en poco tiempo se había hecho un pequeño lugar en mi mente, sabía cómo ganarse el afecto de todos los que la rodeaban por el corazón bondadoso que poseía.
Y estaba seguro de lo fácil que sería enamorarme de ella.
No me había dado cuenta lo mucho que disfrutaba ver el hoyuelo que se forma en la comisura derecha de sus labios cuando se reía, o la manera en que jugaba con las puntas de su cabello cuando estaba distraída, o cómo brillaban sus ojos verdes cuando veía a una pareja a lo lejos.
Quizá ya era demasiado tarde para echarme atrás por más que lo intentara. Después de todo, no era tan noble como me gustaría ser.
Me negaba a perder el destino juntos que se nos había prometido por no ser capaz de admitir mis errores e intentar enmendarlos.
Aunque estaba claro que tenía mucho que aprender antes de poder ser un buen compañero para Darlene. Necesitaba más tiempo para madurar y convertirme en alguien que pudiera ofrecerle amor y estabilidad.
De momento, tenía que seguir siendo su amigo.
Solo tenía que ser...creativo y sincero, como había dicho Afrodita.
Una inquietud se apoderó de mi ser de repente.
Traté de ignorarla, pero no podía, mi corazón latía casi con desespero. Conocía bien esa sensación, la había sentido unos meses antes cuando....
Tomé mi arco y me dispuse a seguir mi instinto.
Quizás era sólo mi paranoia, pero no podía permitirme ignorar la posibilidad de que Darlene corría peligro.
¿Adivinaron lo que es el pensamiento negro?
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