006.ʀᴏꜱᴀꜱ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴀꜱ
╔╦══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╦╗
ʀᴏꜱᴀꜱ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴀꜱ
╚╩══• •✠•❀ - ❀•✠ • •══╩╝
━━━20 de Septiembre
VOLVÍ AL CAMPAMENTO LA MAÑANA SIGUIENTE.
La conversación con Hímero y Hedoné me había dejado pensando, y una cosa era cierta, era hija del dios del amor, y el amor no es cobarde.
No podía negar lo que estaba sintiendo por Apolo, pero tampoco lo que sentía por Michael.
Ambos despertaban diferentes emociones en mí, y eso no era algo que pudiera ignorar. Sabía que debía tomar una decisión, pero la realidad era que no me sentía lista todavía.
La señora Psique tenía razón. Había varias cosas mucho más importantes para preocuparme por algo que solo el tiempo podía resolver, y tal como había dicho Hímero, era demasiado joven para complicarme, cuando podía simplemente disfrutar. Más o menos, pero supongo que sí tiene algo de sentido.
No estaba tan preparada para volver como esperaba. En realidad, no estaba preparada para lo que me encontré en cuanto puse un pie en el campamento.
Me quedé con la boca abierta al ver el caos que se había montado mientras me fui.
Semidioses corrían en todas direcciones, algunos gritando de ira, otros llorando de rechazo, otros desprendiendo amor exagerado, y muchos más enredados en peleas sin sentido.
Traté de abrirme paso entre la multitud, esquivando cuerpos que se lanzaban unos sobre otros en un frenesí desenfrenado. La confusión, la ira y la pasión eran palpables en el aire.
Mis ojos se posaron en Drew, quien perseguía a Cástor con una expresión de deseo descontrolado en su rostro. El pobre chico pedía auxilio, intentando alejarse de ella.
—¡Alto! —grité, intentando hacerme oír por encima del alboroto, pero mi voz apenas se escuchaba.
Un semidiós de Atena se abalanzó sobre otro de Hefesto, lanzando puñetazos y patadas sin control. El estruendo de los golpes resonaba por todas partes mientras el campamento se convertía en un campo de batalla.
Esto era peor que la Guerra de Troya 2.0 de mi primer verano, esto estaba completamente fuera de control.
Lo más grave de todo, era que reconocía la mano detrás de esto.
Eran las flechas de oro y plomo.
Decidí buscar a Quirón.
Me aterraba pensar que las cosas se podrían escalar a más si no deteníamos esto, por algo la magia de Eros era una de las más peligrosas de todas.
Corrí hacia la Casa Grande, esquivando a algunos que casi me tiran entre tanto jaleo, una punzada en la nuca me hizo detenerme un momento por el dolor que me estaba invadiendo lentamente, las emociones enardecidas de los demás comenzaron a envolverme como una tormenta furiosa. Sentía la ira ardiente, el dolor punzante y la desesperación abrumadora de aquellos que estaban atrapados en la influencia de las flechas de plomo. El deseo arrebatador, la lujuria y el amor desbordado de las flechas doradas.
Me tropecé varias veces, mi equilibrio tambaleándose bajo el peso de las emociones turbulentas. Con bastante dificultad, logré llegar a las escaleras de la Casa Grande. Mis piernas temblaban, mi respiración era agitada y mis sentidos estaban saturados de la intensidad de las emociones que me rodeaban. Sin embargo, me forcé a subir, entré bruscamente y cerré de un portazo, apoyándome contra la madera para recuperarme.
«Un poquito mejor» pensé comenzando a sentir como el dolor de cabeza disminuía.
—¡Ah, Darlene! —exclamó Quirón acercándose en su silla de ruedas. Sus ojos estaban llenos de alivio al verme.
Me di cuenta que ahí habían unas quince personas, todas asustadas, quizá las pocas que no habían sido alcanzadas por las flechas.
—¡¿Qué pasó?! —cuestioné señalando hacia afuera—. ¡El campamento está en un caos total!
Todos miraron a Connor Stoll, que estaba sentado al fondo mirándome con vergüenza y culpa.
—Yo…lo siento, Darlene —dijo pálido. Señaló el arco y carcaj que estaba sobre la mesa, habían solo tres de mis veinte flechas—. Se suponía que era una broma inofensiva, no pensamos…
—¡¿Broma inofensiva?! —exclamé, furiosa, interrumpiendo a Connor—. ¡¿Tienes idea de lo que hicieron?! ¡Esas flechas no son un maldito juguete! ¡Por eso solo las guardo para la batalla, son armas de guerra!
Mis palabras resonaron en el silencio tenso de la habitación.
Quirón se aclaró la garganta, tomando el control de la situación con su voz serena pero firme.
—Darlene tiene razón. Las flechas de Eros son peligrosas y no deben ser tomadas a la ligera.
Connor bajó la cabeza, avergonzado, mientras el resto evitaba mi mirada. Me di cuenta de que no necesitaba regañarlos más; el desastre que habían provocado era prueba suficiente del poder destructivo de mi padre.
Miré alrededor, dándome cuenta que por suerte, la mayoría de los que estaban eran los más pequeños del campamento, también estaban Nyssa, Katie, Clarisse, Chris, Will y Malcom. El resto debían estar afuera.
Sentí mi enojo crecer.
—Espero que las parejas del campamento estén afectadas juntas, o van a tener un serio problema —espeté entre dientes.
El ambiente en la Casa Grande se volvió aún más tenso con mis palabras. Todos los presentes se miraron entre sí, conscientes de la gravedad de la situación. Las parejas afectadas podrían haberse enredado en un torbellino de emociones descontroladas que sólo agravaría la situación, sobre todo si habían resultado quedar atrapadas con otra persona que no fuera con quién tenían una relación.
Quirón tomó la palabra, su voz resonando con autoridad.
—Ahora que estás aquí, lo único que podemos hacer, es encontrar una solución —me miró casi con desesperación—. ¿Cómo revertimos la magia?
Todos me miraron con esperanza.
Abrí la boca, sin saber qué responder.
Hasta donde sabía, mis flechas eran temporales, se suponía que un día después, toda magia desaparecía, pero no podíamos dejar que esto durara hasta mañana.
—Y-Yo…no…no lo sé —admití con la voz temblorosa.
Quirón soltó un suspiro de decepción y se acercó a mí, colocando una mano reconfortante en mi hombro.
—Está bien, Darlene, no te preocupes. Encontraremos otra manera.
Asentí y miré a los demás semidioses presentes, buscando ideas o sugerencias que pudieran ayudarnos.
Chris levantó la mano.
—Tal vez podríamos buscar algún objeto mágico que neutralice los efectos de las flechas. Algo que contrarreste su poder y restaure la mente de los afectados.
—No se puede —respondí. Les expliqué los efectos que tenían y todos soltaron un quejido irritado.
—Bien hecho, imbécil —espetó Clarisse hacía Connor—. Tú y el otro tarado que tienes por hermano la hicieron genial esta vez.
El resto de los presentes asintieron, expresando su descontento hacia los dos hijos de Hermes.
—Lo siento mucho, chicos —dijo de verdad arrepentido—. No pensé que esto se saldría de control de esta manera.
Quirón intervino, tratando de calmar la situación.
—Lo hecho, hecho está. Ahora necesitamos enfocarnos en una solución.
Negué contrariada y frustrada, tenía tantas ganas de ahorcar a Connor. Para empezar, ¡¿por qué mierda habían tenido que tocar mis cosas?!
Miré a mi alrededor, pensando en cómo salir de todo esto.
Fue cuando me di cuenta.
Me tensé, sintiendo una ira impresionante recorrer mi cuerpo. Mi corazón latía con fuerza y mi respiración se volvió agitada. Mis puños se apretaron con fuerza y mis dientes casi que rechinaron de rabia.
—¿Dónde está Michael? —Mi voz resonó en la habitación con una intensidad gélida.
El silencio pesado se apoderó de la habitación, mientras todos evitaban mi mirada. Ni siquiera Quirón se atrevía a verme.
Finalmente, fue Clarisse la que se animó a responder.
—No quieres saberlo —dijo tensa.
El aire se volvió denso a mi alrededor mientras procesaba sus palabras. Si Michael no estaba con nosotros, eso significaba que debía estar fuera, bajo el efecto de una de esas malditas flechas.
El fuego del enojo se avivó en mi interior, alimentado por la preocupación y la frustración. Me imaginé a Michael bajo la influencia de la magia, quizá peleandose a puño limpio. Él no necesitaba ninguna flecha para meterse en una pelea, pero si encima le habían dado con una de plomo…bueno, no quería ni pensar en la pobre alma que se le cruzara enfrente.
«O tal vez, enamorado de alguien más» dijo una vocecita en el fondo de mi mente.
Mis ojos se encontraron con los de Connor, la rabia se apoderó de mí, y sin pensar, avancé hacia él con paso decidido. La sala quedó en silencio mientras todos observaban la escena, esperando a ver qué sucedería.
Lo agarré por el cuello de la camiseta, no me importaba que fuera una cabeza más alta que yo, y lo empujé con todas mis fuerzas contra la pared.
—Por tu bien, espero que le hayan dado con una de plomo —siseé.
—Y-Yo… —Connor se puso aún más pálido y pensé que iba a desmayarse.
Lo solté bruscamente, y me giré hacia la puerta.
—Darlene, espera, tenemos… —dijo Quirón intentando hacerme entrar en razón.
No lo escuché, salí y cerré la puerta de un portazo.
━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━
Mi mente estaba llena de pensamientos tumultuosos, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Mientras avanzaba por el campamento, mi mirada buscaba desesperadamente algún indicio de dónde podría encontrarlo. Empujé a algunos fuera de mi camino, esta situación solo aumentaba mi enojo.
Cuando todo esto pasara, iba a matar a los Stoll.
Me aterraba que le hubieran dado con una de oro y que anduviera por ahí correteando detrás de alguien, perdido en una nube de amor falso.
«No son celos» me dije internamente. «Es lo que puede llegar a provocar las flechas cuando pasa el efecto».
Cuando la magia se fuera, muchos que habían sido golpeados con las de oro y tuvieran pareja iban a sentirse pésimo, aunque no fuera su culpa.
Mi búsqueda me llevó hacia el lago, donde pensé que tal vez encontraría alguna pista. Mientras me acercaba, noté que la tensión en el ambiente era palpable. Semidioses discutían acaloradamente, algunos incluso llegando a los golpes.
Otros, los amorosos, bueno…mejor no decir las cosas que andaban haciendo.
De repente, mis ojos se posaron en una escena que me hizo sentir como si tuviera ácido en el pecho.
Michael estaba junto al lago, besando a Milena Anderson. Una indeterminada de la cabaña once que había llegado hacía poco.
Parecía como si no existiera nadie más a su alrededor, como si el mundo se hubiera desvanecido y solo quedaran ellos dos.
Me retumbaba el corazón en los oídos, apreté tan fuerte mis dientes que me llegó a doler la mandíbula.
Sabía que Michael no era él mismo en ese momento, que sus sentimientos no eran reales. La flecha había distorsionado su mente, y no podía culparlo por sucumbir a su influencia. Pero eso no evitaba que tuviera un deseo impresionante de ahogarlo a él y a Milena.
«Zeus, dame paciencia» pensé, respirando profundamente para calmarme. «Voy a matar a los Stoll».
La poca que el dios me hubiera dado, se me agotó cuando la chica se le subió encima.
Con paso decidido, me acerqué a ellos. Mi voz tembló ligeramente, pero logré mantenerla firme.
—Michael, Milena. Creo que es mejor que se separen —dije con una seriedad tensa en mis palabras—. Ahora.
Ambos me observaron, con los ojos nublados por un deseo abrumador, fue un segundo, luego se miraron el uno al otro y se sonrieron como estúpidos antes de volver a besarse con demasiado entusiasmo.
No voy a mentir, si me dolió y mucho ver cómo la miró, con un fuego intenso que amenazaba con devorarlo, con las pupilas dilatadas por una pasión que parecía haber consumido todo rastro de razón.
«La manera en que suele verme a mí».
Me sentí tan impotente mientras luchaba por mantener el control. Mis puños se apretaron con fuerza a mi lado, las uñas clavándose en las palmas de mis manos. Quería gritarles, sacudirlos y hacerles entender la verdad, pero sabía que eso no resolvería nada en ese momento.
—No es real, Darlene. Es la maldita flecha, no tienen la culpa de nada —mascullé entre dientes, mirando al cielo para calmarme. Los miré con dureza—. Ya basta, separense.
Mis palabras resonaron en el aire, pero parecieron caer en oídos sordos.
Me mordí el labio para evitar soltar un insulto que me ganaría un jabonazo en la boca si mi mamá me llegara a escuchar.
Di un paso más hacia ellas, poniéndome en cuclillas a su lado y les di un sacudón a ambos.
—¡Les dije que ya basta!
Entonces me miraron con irritación.
—Ya basta tú —dijo Michael—. Estamos ocupados y sigues interrumpiendo.
«No, yo lo mato» pensé con un tic en el ojo.
—Los Stoll los hechizaron con mis flechas —intenté explicar tomándolo del brazo para apartarlo de ahí—, no es real.
Milena se acercó a Michael, envolviendo sus brazos alrededor de él.
—No sabes de lo que hablas, Darlene. Este amor es real, más real que cualquier cosa que hayamos sentido antes —dijo Milena acercándose a él, envolviendo sus brazos en el cuello y pasándole una pierna por encima, casi que subiéndose a horcajadas—. Sólo estás celosa de que Michael haya encontrado un verdadero amor conmigo.
«Zeus, por favor, dame más paciencia porque sino la mato a ella».
—¡No estoy celosa! —grité. Sí lo estaba, pero no iba a decirlo porque no era la única razón de mi enojo—. Esto no es amor verdadero, es manipulación. No quiero que ninguno de ustedes salga lastimado.
Michael negó desesperado.
—Darlene, no entiendes —dijo con la voz ronca—. Sí es amor, nos amamos, ¿por qué no quieres mi felicidad?
—¡Porque no es amor de verdad! —grité frustrada. Era igual que hablar con una pared.
Extendí la mano y traté de agarrarla del brazo porque pensé que quizá sería más fácil apartarla a ella que a él, pero Milena me empujó con tanta fuerza que me hizo caer de espaldas.
¡Encima los muy mierda volvieron a besarse como si nada hubiera pasado!
Vi todo rojo. Estaba harta.
Me puse de pie, y usando toda mi poderosísimo metro cincuenta y tres, y sed de sangre heredada de Ares, la tomé del cabello; la obligué a ponerse de pie mientras ella gritaba desesperada y trataba de zafarse de mi agarre.
—¡Darlene, para! —gritó Michael, tratando de alcanzarme—. ¡Déjala en paz!
Lo ignoré, y con un tirón brusco, la hice retroceder hacia el borde del lago.
—A ver si el agua fría te baja la calentura —espeté.
La arrojé con fuerza al lago. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras comenzaba a gritar.
—¿Qué hiciste?! —exclamó Michael, horrorizado.
—¡Auxilio! —Milena soltaba chapoteos, según ella, ahogándose.
Y el muy menso comenzó a sacarse los zapatos, mientras hacía promesas de rescatarla del terrible tormento.
—Si se pone de pie, el agua le llega a la cintura —dije rodando los ojos por el ridículo que ambos estaban haciendo.
—¡Ya voy, mi amor! —gritó ignorándome.
—Es suficiente, héroe —espeté tomándolo del cuello de la camiseta y alejándolo lejos del lago—. Que tu princesa se consiga otro príncipe encantador.
Con mucha dificultad, lo arrastré casi todo el campamento hacia mi cabaña. Conteniéndome las ganas de darle un golpe y callarlo de una vez, mientras él seguía lloriqueando porque lo había apartado cruelmente de su “amor verdadero”.
«Ay que le dio fuerte la flecha» pensé cuando se puso a gritar desesperado el nombre de la otra babosa.
—¡Déjame ir, Dari! —suplicó—. Mi amorcito está demasiado lejos y su vida corre peligro.
—Estás siendo tan patético —espeté cuando llegamos a mi cabaña y lo empujé dentro.
Cerré la puerta y le puse la llave. Caminé hacia mi mesita de noche donde estaba mi espejo, mientras el príncipe encantador le lloraba a la puerta por no dejarlo salir.
Miré fijamente el espejo mágico en mis manos, y suspiré profundamente antes de llamar a Eros.
—Padre —murmuré—, te invoco en este momento de necesidad. Necesito tu ayuda —susurré con determinación, mientras mis ojos se encontraban con mi reflejo.
El espejo tembló ligeramente y comenzó a brillar con una suave luz rosada. Poco a poco, la imagen del rostro de mi papá se hizo visible, sonriendo con esa encantadora mezcla de amor y picardía que le era característica.
—Ahí está mi niña, me dijeron que estuviste en mi palacio —dijo—. Me hubiera gustado haberte visto, espero que hayas disfrutado tu estancia.
—Sí, estuvo bien —respondí nerviosa cuando Michael comenzó a patear la puerta.
—Así que conociste a tu hermana —comentó con una sonrisa tensa—, y a Hímero.
—Ajá.
—Dari, por favor —suplicó—, lo que sea que te hayan dicho, no lo hagas. Eres muy joven para…
—Papá, podemos hablar de eso en otro momento —dije interrumpiéndolo—, tengo un problema más grande ahora mismo.
Eros me miró con curiosidad, notando mi urgencia.
—Muy bien, cuéntame qué está sucediendo.
—Tus flechas son el problema —espeté—, tus flechas en manos de dos hijos de Hermes.
Enfoqué el espejo hacia Michael.
Eros frunció el ceño al ver la escena que se desarrollaba frente a sus ojos a través del espejo. Observó a Michael, aferrado a la puerta de la cabaña y sollozando por la babosa.
—¿Pero qué…?
—Y no es solo él —dije volviendo el espejo hacia mí—, todo el campamento está igual.
Le expliqué brevemente lo que había pasado y papá se apretó el puente de la nariz con irritación cuando acabé.
—Voy para allá —dijo desapareciendo del reflejo.
━━━━━━━━♪♡♪━━━━━━━━
Por la noche, las cosas se habían calmado, pero había requerido que el propio dios del amor y deseo el que revirtiera todo. Por suerte, mis flechas eran una porción tan mínima de su verdadero poder, que anularlo, no era ningún esfuerzo para él.
Las suyas, por otro lado…
Bueno, basta decir que papá se las arregló para deshacer todo el embrollo que se armó.
Los semidioses, confundidos y enredados en situaciones comprometedoras, se miraban entre sí con sorpresa y horror a medida que recuperaban la claridad de sus mentes.
Fue muy incómodo para todos, y la enfermería estuvo repleta de campistas necesitando cuidados luego de las peleas.
A los Stoll no les había ido para nada bien, sabía que Quirón se los había llevado a los dos a la Casa Grande a tener una larga, dura y muy enojada charla.
Aquí entre nos, creo que lo hizo para evitar que una avalancha de campistas furiosos los atacaran.
Esa noche en la fogata, no se aparecieron por ningún lado.
Yo me quedé a un lado de mi cabaña, sentada en el suelo y abrazando mis piernas, mirando el fuego crepitante mientras todos cantaban canciones y contaban historias absurdas, pero yo no escuchaba nada. Estaba perdida en mis pensamientos por todo lo que había pasado ese día.
Sentí un nudo en el estómago al recordar la escena espantosa de Michael besando a Milena y mirándola con tanto anhelo, como ignoró por completo mi presencia y malestar. Fue como un puñal clavándose en mi pecho.
Me tapé la cara con las manos, sintiéndome tan avergonzada.
Y es que lo que me molestaba, era que entendía que había sido todo el tema de las flechas, ¿pero y si Michael se cansaba de esperar a que me decidiera, y se terminaba enamorando de otra chica?
Era tan egoísta de mi parte sentirme así, él me había visto durante tres años correr enamorada detrás de Percy, y yo no era capaz de soportar siquiera pensar en verlo con alguien más cuando sabía perfectamente que me amaba.
Encima de todo, no era capaz de soportar esa idea, cuando sabía que me estaba enamorando de Apolo.
Para peor, había un temita que mis sentimientos por el dios parecían estar ignorando olímpicamente.
¡Era el inmortal más mujeriego de todos!
Bueno no, ese es Zeus, pero sí es el segundo.
No me servía de nada enamorarme de él si al final no podría amarme como yo esperaba. Tarde o temprano iba a pasar, uno de los dos se enamoraría de alguien más, y me tendría que aguantar porque en este momento, la indecisa soy yo.
—Te estás complicando demasiado, hermanita. Te gustan ambos, tenlos a ambos.
Las palabras de Hedoné me provocaron un sonrojo fuertísimo. Negué con la cabeza, alejando esos pensamientos.
«No todo en la vida se resuelve con un poliamor» pensé con firmeza.
Y es que esto era bien raro. Esa opción estaba completamente descartada, ¡ellos eran familia!
No, de ninguna manera. Tendría que decidir qué hacer con mis sentimientos y pronto.
«Ay soy un desastre» pensé frustrada conmigo misma. «No me merezco que me quiera».
¿Cómo podía sentirme tan confundida?
Levanté la mirada hacia los campistas, y vi a Michael al otro lado de la fogata hablando con Milena de lo que les había pasado, él sólo asentía con seriedad mientras ella le apoyaba la mano en el brazo y reía tontamente.
«Ahora toca aguantarte, Dari. Están libres y conscientes de lo que sea que hagan».
Un nudo se formó en mi garganta al verlos juntos, y una sensación de pérdida me invadió. Me pregunté si eso era lo que me esperaba si no tomaba una decisión pronto.
Me mordí la cara interna de la mejilla, sintiendo ese nudito de molestia en el pecho. Aparté la vista, apoyando la barbilla en mis rodillas y enojada con él porque no había hecho ningún intento por hablar conmigo después de que se recuperó, enojada por los Stoll por su estúpida broma, enojada con Milena por coquetearle tan descaradamente, y sobre todo, enojada conmigo misma.
Solté un suspiro. No podía permitirme caer en el egoísmo y los celos. Solo terminaría lastimando a todos los que me importaban.
—Rosas amarillas.
Levanté la mirada y me encontré con los ojos cálidos y comprensivos de Katie Gardner sentándose a mi lado. Nos habíamos vuelto un poquito más cercanas en las últimas semanas.
—¿Qué? —pregunté confundida.
—Me dijiste que estabas interesada en aprender sobre los significados de las flores en relación a los sentimientos y mensajes que dan —respondió entregandome un libro que no alcance a leer la portada por la oscuridad—. Bueno, rosas amarillas.
Fruncí el ceño.
—No entiendo.
Ella me sonrió levemente.
—Creo que ni cuando te gustaba Percy te vi tener un ataque de celos tan grande —dijo dándome un pequeño empujón con el hombro.
—No estoy celosa —me apresuré a aclarar, aunque me sonó la voz tan rota que me dejó en evidencia que estaba mintiendo.
Milena dejó escapar otra risita, acercándose más a Michael.
—Ajá, seguro —murmuró con sarcasmo—. Y por eso miras a la pobre de Milena como si la quisieras volver a ahogar en el lago.
—¡Podía ponerse de pie si quería! —espeté en voz baja.
Katie soltó una carcajada por lo bajo.
—Ves que sí estás celosa —dijo divertida—. No te enojes, Dari. Lo que pasó hoy fue una mierda, pero fue todo culpa de los Stoll.
»No tienes por qué estar celosa, Michael está loco por tí, si tanto te gusta, solo dícelo —masculló encogiéndose de hombros y mirándome con un toque de picardía cómplice—, y seguro que te va agarrar contra algún árbol y te besará hasta quitarte el aliento.
Solté una risa contenida, y la miré con diversión.
—Ojalá fuera tan sencillo.
—¿Y no lo es? —cuestionó con una sonrisa.
Pensé en sus palabras. Hedoné y Hímero habían dicho lo mismo, la señora Psique también.
Miré a Michael que seguía hablando con Milena. La luz del fuego resaltaba sus rasgos que se hacían cada vez más duros a medida que crecía.
Un nudo se me formó en el pecho al darme cuenta, que sentado ahí, con las sombras de las llamas en sus ojos, se parecía mucho a Apolo. Casi los mismos ojos dorados.
—No son solo celos —murmuré con dolor.
—Dari…
Me puse de pie y me alejé de la fogata, ignorando las miradas de todos sobre mí.
MEME TIME
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro