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003.ʟᴀᴠᴀɴᴅᴀꜱ

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ʟᴀᴠᴀɴᴅᴀꜱ

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━━━7 de Septiembre

LAS PESADILLAS NO MEJORARON PESE A LA CHARLA QUE TUVE CON LAS MOIRAS, porque no era capaz de controlar mis miedos.

Siguieron arruinando cada una de mis noches otra semana más, y cada noche era peor. Ya ni siquiera intentaba dormir, aunque más preciso sería decir que ni siquiera quería dormir.

Las clases por fin habían comenzado y aún estaba acostumbrándome a la nueva rutina académica sin mucho éxito.

Se suponía que sería más sencillo, pero la realidad era que estaba demasiado distraída, muchas veces casi me quedaba dormida en clases o me quedaba horas viendo mi cuaderno en blanco.

Me pasó una o dos veces, que incluso me había sentado en mi asiento, y lo siguiente que sabía era que las clases ya habían acabado. Lo peor era que no tenía recuerdos de lo que había pasado en esas horas.

Ya casi no hablaba con nadie, y sabía que estaba empezando a asustar a mis compañeros, porque cuando no estaba disociando, estaba paranoica.

Por las mañanas me levantaba antes que los demás, me daba una ducha de agua fría y me marchaba al comedor a desayunar, mi apetito si había aumentado bastante, aunque probablemente eso fuera mi ansiedad hablando. Tomaba mucho café y me marchaba a entrenar hasta que la caracola del almuerzo sonaba. Por las tardes me presentaba al comedor donde se dictaban las clases, aunque fuera para hacer acto de presencia y ya.

—¿Cómo está tu naríz? —me preguntó Will con precaución.

—Bien.

Hacía dos días había estado tan distraída que no había visto una de las columnas del comedor hasta que me choqué contra ella. Me habían llevado a la enfermería porque tenía una forma torcida y Will me había curado. Por supuesto, Michael había intentado aprovechar todo eso para hablar conmigo sobre mi cansancio.

No terminó bien.

Will huyó de la enfermería cuando una silla salió volando por la ventana.

Después de eso, nadie se atrevió a intentar hablarme de nuevo. Excepto ahora, pero solo fueron unos segundos porque en cuanto me di cuenta que se disponía a hacerme más preguntas, solo bastó una mirada para que Will tartamudeara una disculpa y me dejara sola.

Ese día, Quirón me exigió que intentara participar de las actividades conjuntas. Me contuve de gritarle que se metiera en sus asuntos y obedecí.

Era una clase de combate de espadas entre las cabañas de 5, 6 y 10. Nos formamos en parejas y nos equipamos con espadas de entrenamiento. El instructor, un semidiós de Ares llamado Marcus Albart, nos dio instrucciones sobre las técnicas básicas de combate.

A medida que avanzaba la clase, me di cuenta de que mi cansancio y mareo dificultaban mi rendimiento. Mis movimientos eran lentos y torpes, y me costaba concentrarme en las instrucciones de Marcus. A pesar de eso, me esforcé por seguir adelante, recordando las palabras de Silena sobre la importancia de seguir adelante y enfrentar los desafíos.

Mis piernas temblaban mientras sostenía la espada de entrenamiento. Cada movimiento requería un esfuerzo sobrehumano, y mi cabeza seguía girando en círculos. Traté de enfocarme en las instrucciones de Marcus, pero las palabras se desvanecían en mi mente como un eco lejano.

—¡Vamos, enana! ¡Concéntrate! —gritó Marcus, frunciendo el ceño ante mi evidente debilidad.

Intenté seguir luchando, pero mi visión se nublaba y sentí que las fuerzas me abandonaban. Me tambaleé y mi espada cayó al suelo.

Me apoyé contra mis rodillas, tratando de recuperar el aliento mientras Marcus se acercaba a mí con una expresión preocupada en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó colocando una mano en mi hombro. Me di cuenta que el resto de los campistas también se detuvieron y me observaron con curiosidad y preocupación.

Asentí débilmente, sin poder articular palabras. Mi cabeza latía intensamente y sentía una debilidad abrumadora en mi cuerpo.

—Sí, sólo necesito un respiro —dije parándome mejor.

Marcus me miró, dudando, y por un segundo tuve la sensación de que sería capaz de arrojarme sobre su hombro y sacarme de la arena.

—No creo...

—Estoy bien —espeté interrumpiéndolo—. Solo no he dormido bien, no es nada.

Marcus me miró con preocupación, pero finalmente asintió a regañadientes y retrocedió para continuar la clase. Me esforcé por mantenerme en pie y retomar mi posición en la formación, pero cada paso era una lucha contra la debilidad que invadía mi cuerpo.

A medida que la clase continuaba, mis movimientos se volvieron aún más torpes y descoordinados. Mi visión se volvió borrosa y sentí cómo mi cabeza daba vueltas. Intenté concentrarme en las instrucciones de Marcus, pero mis pensamientos eran confusos y mi mente se nublaba.

Mis compañeros de clase lanzaban golpes y se defendían con agilidad, mientras yo apenas podía sostener mi espada. Me sentía frustrada y humillada por mi propia incapacidad, pero me negaba a rendirme. Seguí luchando, aunque mi cuerpo gritaba de agotamiento.

De repente, un mareo intenso me envolvió y mis piernas cedieron bajo mi peso. Caí de rodillas al suelo, dejando escapar un gemido de dolor y frustración. Mi espada se deslizó de mis manos y resonó en el suelo de arena. Mis compañeros se detuvieron nuevamente, esta vez con mayor preocupación y confusión en sus rostros.

El mareo se intensificó, y sentí un fuerte dolor en el pecho que dificultaba mi respiración. Las voces a mi alrededor se volvieron borrosas y distantes mientras luchaba por mantenerme consciente.

—¡Alguien llame a Will! —escuché la voz de Silena, llena de preocupación, antes de caer hacia la inconsciencia.

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Estaba de pie en una especie de taller de artista, chiquito y un completo desastre.

El aire se llenaba de un suave aroma a óleo y disolvente, cada centímetro estaba ocupado por lienzos apoyados contra las paredes, caballetes con pinturas en proceso y una multitud de pinceles en tarros de agua. Un rayo de sol se colaba por un pequeño balcón, iluminando el espacio.

A unos metros de distancia, un hombre se encontraba parado frente a un lienzo, absorto en lo que sea que estuviera pintando. Usaba una camisa de lino blanco algo vieja, pantalones negros con un enorme cinturón del mismo color y botas marrones gastadas.

Se movía con gracia mientras su mano, de forma diestra, deslizaba el pincel sobre el fondo blanco, dando vida a cada trazo.

Fue entonces cuando mis ojos captaron su obra en progreso, el lienzo estaba lleno de lavandas.

A primera vista, parecía una imagen sencilla, pero al verla bien, me di cuenta de que era la obra de arte más maravillosa que había presenciado en mi vida. Cada pincelada era cuidadosamente colocada, capturando la esencia de las flores y casi que tenía la sensación de estar viendo flores reales y no pintadas.

Parecían cobrar vida bajo los trazos del artista, sus pétalos delicadamente pintados parecían palpitar con la brisa imaginaria.

—Tan bonito —murmuré casi inconsciente.

De repente, el hombre se detuvo y lentamente giró su cabeza hacia mí, mi corazón dio un vuelco cuando reconocí a Apolo.

«Ah...ahora tiene sentido, solo él haría un cuadro de algo tan sencillo y hacerlo ver como algo impresionante» pensé. «Tonto dios de las artes».

Él sonrió como si hubiera leído mis pensamientos y extendió su mano hacia mí. La tomé, sintiendo la calidez y dulzura con la que me acarició disimuladamente el dorso, acercándome a él.

Su sonrisa radiante y sus ojos llenos de luz me transmitían una sensación de paz y seguridad. Era como si todo el mundo se desvaneciera a mi alrededor y solo existiéramos él y yo.

—Hola, ángel —dijo con voz suave, levantó mi mano y besó los nudillos—. Que agradable sorpresa que me visites en mi taller.

—¿Yo? ¿Visitarte? —cuestioné con tono burlesco—. Este es mi sueño, Sunshine. Tú lo estás invadiendo y lo sabes.

Soltó una risa suave y su mirada traviesa se intensificó. Me miró fijamente a los ojos, como si pudiera leer mi alma y conocer todos mis secretos más profundos.

—Si me has invocado, es porque me has buscado —respondió—. ¿Tanto me extrañas?

Sus palabras me dejaron sin aliento.

«¿Qué yo lo invoqué?»

No podía recordar haber hecho ningún tipo de petición consciente. Sin embargo, Apolo parecía seguro de sí mismo y su presencia en mi sueño no parecía casualidad.

—N-No...no lo hice.

Él apoyó la cadera contra una mesa, cruzado de brazos y sonriendo con arrogancia.

—Quizá no consciente, pero lo hiciste. —Se acercó lentamente, caminando con una confianza innata. Sus ojos brillaban con una chispa traviesa mientras me estudiaba detenidamente, y entonces pasó a verme con preocupación—. Ah, ahora entiendo todo. Te has estado exigiendo de más otra vez.

Hice una mueca algo avergonzada.

—Las pesadillas no me dejan dormir —murmuré.

Cerré los ojos tratando de disfrutar de la suave brisa que entraba por la ventana. Sentí sus manos tomando suavemente mi rostro, y al abrirlos, me miraba con tal intensidad que me sonrojé.

Apolo acarició mi mejilla con el dorso de su mano, transmitiéndome una sensación reconfortante. Su toque parecía disipar la tensión y el agotamiento acumulados en mi cuerpo.

—Imaginé que podía ser —dijo en voz baja—, debes tener estrés post-traumático. Y no es de extrañar, la batalla, las visiones, la muerte de Lee, moriste y volviste a la vida. ¿Has tenido ataques de pánico?

—¿Quién no?

Hizo una mueca, dándome la razón con pesar.

Apolo se acercó aún más, envolviéndome en un abrazo reconfortante. Sentí el calor de su cuerpo y su presencia tranquilizadora mientras me sostenía suavemente. Respiré hondo, y el aroma que ya conocía tanto me inundó los sentidos.

—Me gustaría poder llevarte algún lugar lejos de todo esto —murmuró contra mi cabello—. Como cuando nos escapamos en tu cumpleaños, parecías tan feliz.

—Lo estaba —respondí enterrando mi rostro en su pecho—. Y no sabes lo mucho que te lo agradezco.

Me sostuvo durante unos momentos más, dejando que la calidez de su abrazo impregnara mi ser. Me sentía segura y protegida en sus brazos, como si todo el mundo fuera insignificante mientras estuviéramos juntos. Pero sabía que no podía quedarme allí para siempre, escondido en el refugio de este taller.

Finalmente, me separé lentamente de su abrazo, pero su mano permaneció en la mía, como un ancla de apoyo. Miré a Apolo a los ojos, y aunque su sonrisa seguía allí, podía ver una sombra de preocupación en su mirada.

La delicadeza con la que me sostenía la mano y la preocupación que había vislumbrado en su mirada despertaron una extraña sensación en mi interior.

—Bueno...si necesitas volver a distraerte, siempre puedes venir aquí —dijo señalando el lugar.

—¿Qué es exactamente aquí?

—Ya te dije, mi taller.

Me reí.

—Ya, pero dónde está este taller. ¿En el Olimpo?

Él ladeó la cabeza, apoyando la barbilla en sus nudillos. Como si estuviera analizando las palabras con las cuales responder.

—Podría decirse que algo así, pero no tan exacto.

—¿Por qué todo con los dioses es tan confuso?

—Los dioses a menudo disfrutamos de mantener cierto aire de misterio. Es parte de nuestra naturaleza, ¿no crees? —dijo con una sonrisa traviesa.

Lo miré, frunciendo los labios.

—¿Misteriosos? Un dolor de cabeza, eso son.

Apolo estiró la cabeza hacia atrás, y soltó una una carcajada estridente. Me contuve de reírme también, su alegría podía llegar a ser contagiosa.

Se acercó a mí, tan cerca que tuve que mirar hacia arriba para poder verlo a los ojos y apoyó la mano en mi rostro. Me acarició suavemente la mejilla con el pulgar, su mirada intensa y llena de calidez se encontraba fija en mí. Sentí un cosquilleo en el estómago y un leve rubor se extendió por mis mejillas.

Eres mi vida entera —susurró.

—No es justo, sabes que no sé español —me quejé.

Él se rió.

—Tal vez algún día pueda enseñarte, cuando toda esta locura pase.

—Si es que pasa —murmuré.

—Pasará, tiene que pasar —dijo con seriedad, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo más que nada.

Apolo apartó su mano de mi rostro y suspiró, como si estuviera lidiando con una carga invisible.

Lo observé mientras se apartaba de mí y suspiraba, mostrando una expresión de preocupación en su rostro. No pude evitar sentirme mal por verlo de esa manera. Él siempre era tan arrogante, alegre y despreocupado, como si el mundo fuera su escenario personal y todos los demás fuéramos simplemente actores secundarios en su obra de teatro divina.

Me acerqué lentamente a él, sintiéndome un poco culpable por haber borrado su sonrisa. Mi mano todavía estaba unida a la suya, pero ahora parecía que su calidez había disminuido un poco.

—¿Qué estás pintando? —pregunté en un tono suave, buscando cambiar de tema.

Apolo levantó la mirada y me observó durante unos instantes, como si estuviera sopesando si compartir o no esa parte de sí mismo conmigo. Luego, una pequeña sonrisa juguetona apareció en sus labios.

Me arrastró con él hacia el cuadro.

—Solo unas lavandas —dijo con tono orgulloso.

—No puede ser solo eso —respondí—. Contigo no es un "solo es eso..."

Su mirada se volvió tan suave, tan cálida.

—¿Comienzas a conocerme?

Rodé los ojos.

—No tanto, pero algunas cosas de tí son demasiado obvias.

Miré el cuadro, ladeando la cabeza y fingiendo que era una crítica de arte. La atención meticulosa que Apolo había prestado a cada detalle revelaba una devoción profunda. En ese momento, una ola de emociones me invadió. La belleza del cuadro parecía trascender el lienzo y tocar mi corazón directamente. Sentí una profunda conexión con la pureza y la inocencia que emanaba de las lavandas, como si estuvieran susurrándome palabras de tranquilidad y esperanza en un mundo a menudo caótico.

Tan absorta estaba, que me tomó por sorpresa la mano calida apoyándose sobre mi hombro.

—¿Qué te parece? —susurró Apolo parándose detrás de mí y susurrando en mi oído.

El gesto me provocó un escalofrío, y mi corazón dio un vuelco repentino.

Me volví lentamente hacia él, encontrando sus ojos llenos de curiosidad y anticipación. Mi mirada se perdió en la intensidad de su mirada, mientras el cuadro de lavandas se convertía en un telón de fondo para nuestro encuentro.

—Es hermoso —respondí en el mismo tono.

Él asintió, complacido gratamente.

—Ya es hora de que despiertes.

—¿Ah sí? —Me sentía perdida en su cercanía, sin saber por qué, irme era lo último que quería en ese momento.

—Sí, pero puedes venir a visitarme en cualquier momento.

—Ni siquiera sé cómo aparecí aquí en primer lugar —dije divertida.

—Lo sabrás —respondió—. Ya verás.

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Abrí los ojos lentamente y parpadeé varias veces, tratando de ajustar mi visión a la tenue luz de la enfermería.

El aroma a desinfectante y medicamentos llenaba el aire, escuché el murmullo de voces y el leve tintineo de instrumental médico a lo lejos.

Después de haberme sentido como la mierda esa mañana, fue agradable notar que el extremo cansancio se había disipado por completo. Mi cabeza estaba clara y mi cuerpo se sentía revitalizado.

Me incorporé lentamente, observando a mi alrededor y noté que estaba sola. El silencio reinaba, apenas interrumpido por el sonido del comedor a lo lejos. Estaba anocheciendo y todos debían estarse preparando para la cena.

En ese momento, el sonido de pasos se acercó a la enfermería y la puerta se abrió lentamente.

—¡Por fin estás despierta! —exclamó Will, acercándose rápidamente y abrazándome con fuerza—. Estábamos tan preocupados por ti.

—Me siento mucho mejor ahora —dije con honestidad.

Will me miró fijamente, y pude ver la mezcla de alivio y enfado en su rostro. Su mirada intensa parecía querer transmitir un millón de palabras sin necesidad de pronunciarlas.

—Sí, bueno, es lógico —dijo con tono ligeramente duro—. Has dormido tres días. Te desmayaste en la clase de Marcus Albart. Tú cuerpo colapsó de cansancio.

Tragué saliva, sintiéndome culpable por haber preocupado a Will y al equipo. Sabía que no había sido prudente ignorar mis propios límites y dejar que el agotamiento me superara.

—Lo siento —dije con voz suave pero sincera—. No debería haberme excedido tanto. Fui irresponsable al no cuidar de mí misma adecuadamente.

Will soltó un suspiro, mirándome con una mezcla de preocupación y frustración.

—Sé que nada está siendo fácil para nadie —comentó sentándose a mi lado—, todos estamos estresados y superando lo de julio. Pero a la próxima podrías simplemente pedir ayuda, estoy seguro de que Quirón ha tratado antes con situaciones como estas.

»Y yo podría hacerte algún justificativo, podrías dormir aquí en la enfermería, sé qué se debe hacer para las curas de sueño, podríamos monitorearte mientras te recuperas, solo....no nos hagas a un lado.

Asentí, apreciando el gesto comprensivo de Will.

—Lo haré.

Will asintió.

—Bien, pero ahora te quedarás aquí —dijo con firmeza—. Tres días más de descanso, órdenes del doctor.

Sonreí al ver su mirada seria.

—Sí, doc.

—Ahora, descansa —agregó—. Le diré a Michael que traiga algo de cenar.

—¿Está preocupado? —pregunté.

—See...creo que planea darte un buen sermón —-comentó ligeramente divertido.

—Mientras no me grite, puedo soportarlo —respondí acomodándome en las almohadas—. A la primera que levante la voz, voy a golpearlo.

—Creo que precisamente por eso lo haría —Will soltó una carcajada—. Es un tonto masoquista.

Nos reímos, y Will se levantó de la silla junto a mi cama, se dirigió hacia la puerta de la enfermería. Antes de salir, hizo una breve pausa y se giró hacia mí.

—Por cierto —dijo señalando mi mesita de noche—, alguien dejó eso para tí, pero no tengo idea de quién fue ni cuándo.

Me incorporé un poco más en la cama, y miré a mi costado. Mis ojos se abrieron con sorpresa.

Un cuadro de lavandas.

Solté un suspiro, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban. Extendí la mano para acariciar el lienzo, dejando que mis dedos trazaran suavemente los contornos de las flores.

—Imagino que esa sonrisa significa qué tú lo sabes —comentó Will.

Asentí. No me hacía falta ninguna firma ni nada para saber quién lo dejó aquí.

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