
𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 20
Decir que su música había tranquilizado el ambiente sin duda era una exageración, no era así, no se atribuirían méritos innecesarios. La amargadura seguía dominando a los decesperados pasajeros del Titanic, aquellos pobres desafortunados que no podían ni tenían oportunidad de abordar un bote. Aún así, aferrados a la calma y aceptando su triste destino, los violinistas tocaron con fineza y persistencia sus instrumentos.
Celeste sonreía a medida que se perdía entre las cuerdas de su violín, disfrutando aquello, recordando su vida. Un sube y baja de emociones todos los días, hubo momentos en los que tocó fondo y se hundió en lo más profundo, mas hubo otros en los que se elevó tan alto que no sabía distinguir si estaba en el cielo. Todo comenzó en aquella calle, con aquella mujer, con aquel regalo. Las coincidencias se fueron acumulando, los recuerdos tristes y agradables la llevaron ahí, a abordar ese barco, a conocer a Alexia, a Zenitsu... a Kyojuro. Si pudiera hacerlo todo otra vez, con tal de volver a encontrarlo lo haría encantada, seguiría los mismos pasos para poder fundirse en uno con aquel hombre.
De repente, todo lo que había en su cabeza era su amado. Las veces que tocó para él, que él la llamó señorita, los atardeceres, las largas noches de charla, los bailes, las sonrisas, las lágrimas, los hermosos colores que habían a su alrededor, todo en lo que podía pensar era en Kyojuro Rengoku. Una lágrima resbaló desde sus ojos, pasando por sus mejillas, le dejó un sabor salado en los labios y terminó por impactar contra el violín.
«Quiero verlo, aunque sea una última vez, quiero verlo»
Se tragó aquellas palabras, las mismas que se atascaron en su boca. Seguramente ya habría abandonado el Titanic, seguramente ya estaría a salvo. Eso la tranquilizó, porque había descubierto que lo amaba, y cuando uno ama a una persona lo único que desea es su felicidad y seguridad.
Un momento Celeste, ¿cúantas veces dudaste de él en el pasado?, ¿cúantas veces pensaste que se había rendido contigo, que ya se había aburrido, que te había dejado?, y sobre todo: ¿cúantas veces estuviste equivocada?
Ahí, parada, rodeada de la banda sonora del Titanic, mientras sus manos se movían solas y se encontraba ensimismada, ella supo que Rengoku no se había ido, no sin ella, supo sin vacilar que el hombre del que estaba enamorada la estaba buscando.
—¡Celeste!
Ahí estaba, la prueba de que tenía razón.
Frente a la pelirrosa, se encontraba el bicolor, mirándola con dolor y anhelo a la vez. Se podía ver lo inconforme y desconcertado que se hayaba con todo lo que estaba pasando, además del dolor que azotaba su rostro, probablemente ya sabía que no se salvarían todos. No debía sentirse culpable por nada, que no hubiera suficientes botes era cosa de los ingenieros, pero aún así, tenía el gran peso sobre su espalda de no poder salvarlos a todos.
—Kyojuro —susurró Celeste, bajando su violín. Unos impactantes y frustrantes deseos de llorar la invadieron, se le cerró la garganta y de repente todo el aire que estuvo conteniendo para cuando él la encontrara desapareció.
Estaba sorprendida y feliz por como había usado su nombre por primera vez para referirse a ella, sin embargo la situación se superaba y no podía correr a sus brazos para besarlo por aquello.
—Ven conmigo —le extendió la mano —. Tengo un espacio para ti.
Que convincente sonaba aquella oferta, pasar lo que le restaba de una larga y próspera vida con Rengoku. Crecer juntos, llenarse de canas a la par, tener montones de hijos, ver los sueños del otro cumplidos a la par, miles de caricias por delante, montones de aventuras y luego de estás regresar a casa los dos; millones de charlas, de cenas, de viajes, de anhelos, de deseos; todo un mundo que caminar juntos y tomarse de las manos para cerrar los ojos por última vez.
Celeste de verdad caviló con entusiasmo y agonía como sería si tomaba su mano, algo tan simple como tender la suya propia para juntarlas e irse de ahí. Ojalá las cosas fueran así de fáciles, pero a veces debemos hacer lo correcto.
—No me puedo ir y dejarlos —le sonrió lo más real que pudo —. No sería la Celeste que amas si lo hago.
Kyojuro pareció dudar un momento, estaba a punto de contestarle cuando el peso del cuerpo de la chica impactó contra su pecho. Ambos estaban impresionados. Incrédulos alzaron la vista para ponerla en Zenitsu, quien había dejado de tocar también y se mantenía con su brazo estirado, dando a conocer que fue él quien empujó a la pelirrosa.
—Tú tienes que vivir —le dijo, alegre y sonriente —. Llévatela.
El chico temeroso, cobarde e histérico que había conocido días atrás pareció ser solo la fachada de alguien valiente y sacrificado. Puede que él se considerara un mero desperdicio, mas la verdad llacía en esa acciones, en ese segundo, cuando por en cima de su propia vida, ponía la de su amiga. Zenitsu era un hombre amable y justo.
—No me voy a ir sin ti, sin todos ustedes —recrimó decidida y antes de que pudiera seguir su argumento, unos fuertes brazos la envolvieron de la cintura —¿Qué haces Kyojuro?.
Él no contestó, tan solo comenzó a alejarse de aquel lugar, comenzando de este modo un agudo forcejeo, en el que aunque no pintaba bien para ella no fue capaz de ceder. El violín cayó al suelo y se desplazó hasta chocar con los pies del rubio ya un poco lejano.
—¡Zenitsu! —exclamó resignada, entre lágrimas.
—¡Gracias por tocar conmigo mi último concierto! —gritó con entusiasmo, para luego recoger el violín de la fémina, siendo observado por los otros dos violinistas. Todos sonreían —, pero el telón debe bajarse para esta obra.
Celeste no pudo hacer nada para safarce y mira que lo intentó, lo hizo con todas sus fuerzas. Al final, el hombre la arrastró consigo.
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El silencio predominaba en aquella barca mientras el Titanic se hundía completamente. Rengoku abrazaba a Celeste tratando de brindarle calor, apoyando su barbilla en el cabeza de esta, guardando luto en silencio por todos los que se hundieron en su barco. Ella tenía la mirada perdida, cansada de llorar, se aferró a la camisa de su pareja.
—Él lo sabía, sabía que esto pasaría, Zenitsu vio el futuro y yo lo ignoré. Al final me salvé yo y él... —agonizó y no fue capaz de terminar la oración. Otra vez estaba derramando un sin fin de lágrimas, incapaz de contenerse.
Sabiendo que era imposible consolarla, Kyojuro solo la abrazó con más fuerza.
—Para mí tampoco es fácil, saber que algo que fue mío provocó un sin fin de muertes, saber que no soy capaz de salvarlos ni haciendo magia —la separó para tomarla de las mejillas. Sus ojos chocaron, como la primera vez que se vieron —, podía salvarte a tí y no me lo pensé dos veces, Celeste.
—¿Algún día... seremos capaces de... dejar todo esto atrás? —interrogó con mucho trabajo, se le atragantaban las letras y su lengua se trababa.
—No —tajante y sincera respuesta —; pero podemos seguir adelante.
Por primera vez en dos horas ella fue capaz de sonreír sincera, triste y derramando demasiadas lágrimas.
—Fue tu madre —le confesó, provocando una función del ceño en el rostro de su receptor —. Fue tu madre quien me salvó hace años en aquella calle, quien me entregó mi violín, fue ella quien me dio un sueño, una esperanza. Y ahora eres tú, mi nuevo sueño, mi esperanza, gracias por salvarme.
Rengoku intentó articular algo pero le fue imposible. Intentó comprender y procesar todo lo que había acabado de escuchar y la magnitud de eso lo hizo sentir una ligera felicidad en su pecho, lo hizo olvidarse de donde estaba.
Terminó por juntar sus labios en un necesitado beso, porque quería responderle de algún modo, y a veces, mejor que las palabras eran las acciones.
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Palabras del autor:
Bueno a ver, relativamente es bueno el final, no maté a Rengoku que es lo que importa :D
Me siento súper contenta con el resultado de este fin y sinceramente me ha encantado escribirlo.
Celeste y Kyojuro deben ser felices por todos los que se quedaron atrás.
Solo queda el epílogo.
Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~
Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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