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ʚ ςคקเtยl๏ 1 ɞ

ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 1

ᴇxᴄᴜʀꜱɪóɴ

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17 de Junio de 2024.

7:00 am

Una pequeña cabeza se asomó por la esquina del pasillo y soltó una risa. En la lejanía se oía una voz preocupada llamando al pequeño travieso que se había ocultado, escapando de su nueva niñera.

—¡Joseph, por favor! ¡Su padre lo está esperando!

El pequeño moreno volvió a reírse. La niñera apareció por el pasillo en el cual se asomaba; con una risita se dispuso a darse la vuelta y correr, cuando unos brazos fornidos lo atraparon en el acto y lo alzaron.

—¡Te atrapé, granuja!

—¡Papá!

La niñera se aproximó jadeante y con las mejillas encendidas, parecía muy avergonzada por haber perdido de vista al pequeño. Al llegar ante ellos, el padre le sonrió levemente.

—Tranquila, Alicia; él siempre hace lo mismo.

—En verdad lo lamento, señor presidente.

—Tranquila, mujer, mejor nos ponemos en marcha, debemos llegar al gran lanzamiento. Vamos, Joseph, ve con Alicia a por tus cosas.

El presidente dejó al pequeño en el suelo. Este no tardó en tomar la mano de la niñera y caminar con ella; se giró levemente y vio a su padre hablar con un hombre que había llegado corriendo. No tardó en perderlo de vista al girar por el pasillo. Debían darse prisa, no tenían mucho tiempo.

—Alicia, ¿por qué nos debemos ir? A mí me gusta esta casa...

El pequeño alzó la mirada para ver a la niñera que tomaba su mano con dulzura, tal como en su tiempo había hecho su madre. Ella lo miró con calidez y una leve sonrisa nerviosa y asustada.

—Verás, peque, tu padre es el presidente, y junto al gobernador harán un gran proyecto que ayudará a todo el mundo.

—¿Un proyecto? ¿Qué es eso?

La joven apartó la mirada, no sabía bien cómo expresarse ante el pequeño curioso. ¿Qué le podría decir para explicarle que su padre debía llevar a cabo algo que, seguramente, mataría a miles de personas, pero salvaría al planeta y parte de la humanidad? ¿Cómo decirle al pequeño que la desgracia que se pronosticó hace casi dos años se había adelantado apresurando todo? Se suponía que ella no debía saber eso; pero cuidando al pequeño una oía cosas, y ella se había enterado de la suerte que corrió la anterior niñera por intentar irse de la lengua. Suspiró con nerviosismo. El pequeño no advirtió el terror que sufría su niñera y bajó el rostro pensativo, tratando de entender las palabras de la niñera.

—¿Un proyecto es como uno de mis planes?

El pequeño volvió a mirar a la niñera, la cual volvió de sus pensamientos y lo miró mientras entraban al cuarto del pequeño.

—¡Exacto! Ahora toma tus cosas, peque.

—¿Y las tuyas?

—Las mías ya las guardaron, peque, solo faltas tú. Venga, corre que nos esperan y tenemos mucha prisa.

El pequeño sonrió y corrió por su mochila. La niñera tomó la pesada maleta y juntos se fueron a la entrada, listos para irse al gran lanzamiento.

• ────── ☣ ────── •

17 de Junio de 2024, Tudela.

8:00 am

Miré la mochila una vez más, revisando por última vez, quería tener de todo para la excursión que nos aguardaba.

—¡Ananya! ¿Quieres hacer el favor de darte prisa? ¡Es casi la hora de marcharnos!

—¡Ya voy, ya voy, joder!

Tomé la mochila con rapidez y agarré la pequeña maleta. Salí de mi habitación, bajé los escalones de dos en dos con prisa y emoción. Hacía tanto que no iba a una excursión que apenas había pegado ojo. Me eché una última revisada en el espejo del pasillo; una joven de diecisiete años despeinada y ojerosa me devolvió la mirada. Gruñí ante el pésimo reflejo de mí misma y traté de poner mi pelo mejor, recibiendo otro grito de aviso por el acto.

—¡¿Quieres darte prisa de una vez, mocosa?!

Miré molesta a mi hermana mayor que me aguardaba en la puerta con los brazos en jarras.

—La mocosa lo serás tú, enana.

De forma infantil y cómica me sacó la lengua y el dedo. Una risa escapó de mis labios y me dirigí con ella.

—Tened cuidado y Suky... cuida de tus hermanas y, por el amor de Dios, no os peleéis de nuevo como crías.

—¡Siempre empieza ella!

Gritamos ambas a la vez, haciendo que soltáramos una risa. Mi hermana pequeña, que nos esperaba en la puerta, nos metió prisa, estaba igual o incluso más emocionada que yo. A sus catorce años parecía más pequeña de lo que realmente era.

Después de todo, yo era la más alta de las tres, lo cual no dejaba en buen lugar a mis hermanas, ya que medía un metro sesenta y dos y ellas un escaso metro cuarenta y cincuenta. El camino hacia el instituto estuvo plagado de risas y bromas; éramos muy unidas después de todo.

No tardamos en llegar al instituto que estaba plagado de todos los niños con sus padres, hermanos y demás, los cuales formaban grupos. Nosotras nos mantuvimos alejadas de todos, esperando a que nos avisaran.

—Sigo sin entender la necesidad de que vaya un adulto, la verdad, sois ya mayorcitas para acampar.

Amanecer y yo nos encogimos de hombros al mismo tiempo ante el comentario de mi hermana Suky. La verdad, yo tampoco lo entendía bien, pero así lo había pedido nuestro profesor de una semana para otra, pillando a todos por sorpresa. Aún recuerdo ese día...


UNA SEMANA ATRÁS


Mi mirada se encontró con la del portero, el cual me lanzaba una mirada fulminante.

—No puedes pasar, llegas tarde.

Mis ojos color miel rodaron por sus cuencas en señal de fastidio y crucé los brazos en mi poco notable pecho.

—¡Solo llegué tarde por unos pocos segundos!

Exclamé en tono de protesta, la injusticia creciendo en mi pecho.

—¡Vamos, por favor, solo por esta vez!

Mi rostro pasó de enojo a la desesperación en un santiamén. El portero pareció meditarlo y, con un suspiro, se hizo a un lado permitiéndome entrar.

—¡Gracias!

Veloz como el rayo corrí por los pasillos, esquivando alumnos y profesores que aún andaban rezagados. Mi melena castaña ondeaba tras de mí. Llegué al aula jadeante, mis manos se posaron en mis rodillas, mis mejillas encendidas por la carrera que me acababa de marcar. Cuando recuperé el aliento, entré al bullicioso salón. Mil conversaciones diferentes me rodeaban mientras me dirigía a mi pupitre, pero algo chocó con mi pie haciéndome perder el equilibrio. Si no fuera por el pupitre del que me sostuve, habría caído. Clavé mi fulminante mirada en la culpable de la zancadilla que me habían puesto. Esta reía sin disimulo alguno con sus compañeras. Aparté la mirada y, silenciosa y sin decir palabra, tomé asiento al final de la clase. Sola y marginada, como siempre me había sentido. Cuando el profesor entró al salón, se produjo un súbito silencio, aunque aún se oía algún que otro rebelde susurro.

—Buenos días a todos. Bueno, antes de empezar la clase, me gustaría hacer a todos un gran anuncio.

Todos intercambiaron una mirada, algunos confusos, otros de fastidio. Yo, en cambio, no miré a nadie, más escuchaba con curiosidad.

—Todos os quejabais de que no íbamos de excursión, ¿no? ¡Me alegra comunicar que durante dos semanas iremos de excursión a las Bardenas Reales y acamparemos en las balsas de Zapata, donde haremos visitas guiadas al nuevo búnker, donde de hecho dormiremos y podremos nadar en ese lago y demás! Irá todo el instituto junto a todos los colegios de Tudela.

Un grito de júbilo se extendió por la clase. Hacía mucho que ningún curso iba de excursión y ahora, de pronto, cada colegio de Tudela iba a ir de campamento. ¿Era raro y me hacía tener mil preguntas? Sí. ¿Pero a quién le importaba? Sonreí alegre como los demás, emocionados. La verdad, jamás pensé que cuando anunciaron la construcción de dichos búnkeres hace casi dos años fuéramos capaces de ir a verlos ¡y hasta estrenarlos!

—Esta excursión será dentro de una semana. Avisen a sus padres, será una gran experiencia de aprendizaje y convivencia. Ah, y uno o dos adultos debe ir por familia.

Un quejido general resonó por toda la clase en desaprobación, al cual secundé. ¿No éramos muy mayorcitos para que un adulto nos acompañara? Ya habíamos pasado esa época.

— ¡Silencio! Es la única condición de la excursión, así que espero que la cumplan. Mañana y pasado habrá reuniones con los padres para dejar todos los detalles claros, así que por favor avísenles. Ahora sí, empecemos la clase de una vez. ¡Y basta de quejidos!

• ────── ☣ ────── •

Un codazo en mis costillas me hizo volver a la realidad. Hice una mueca y miré a mi hermana. Esta hizo una seña con la cabeza hacia la legión de autobuses que acababa de llegar. Alcé las cejas con sorpresa; nunca solían ser tan rápidos. No tardamos en encontrar nuestro autobús; después de todo, llevaban toda la semana anterior con preparativos y miles de charlas y diapositivas, de las cuales creo que fui de las pocas que les prestó algo de atención. Pusimos nuestras maletas en el maletero, donde ya se iban amontonando, y nos apoderamos de los últimos asientos para poder estar juntas. Charlamos mientras todos los autobuses se abarrotaban. Al fin, tras una larga media hora de gritos, riñas y caos, todos estuvimos listos y el viaje empezó. Miré por la ventana distraída y pensativa; no me gustaba mucho viajar en coche, pues me mareaba con facilidad. Sin embargo, había tomado precauciones tomando una pastilla para el mareo, pero pronto empecé a sentirme adormecida.

Un nuevo codazo me despertó de golpe. Habíamos llegado. Giré mi rostro hacia mi hermana con molestia.

—Estás cogiendo una muy mala costumbre de darme putos codazos.

—Te pasa por quedarte dormida. Venga, levanta el culo gordo, hay que coger las maletas.

Rodé los ojos molesta y la seguí. Bajar fue un caos; todos querían ir antes que los demás, sin orden alguno. Los profesores estaban desbordados tratando de poner orden en el desorden de adolescentes y adultos.

Finalmente, todos estábamos con nuestras maletas caminando entre la tierra y piedras que nos dificultaban el camino.

—Ya podrían haber hecho un sendero hacia el bendito búnker.

Al fin, llegamos. Estaba lleno de adolescentes y adultos por todas partes. Menos mal que el búnker tenía tres entradas, las cuales estaban en cada punta del pequeño lago. Era uno de los búnkeres más grandes y modernos jamás construidos y albergaba a 1500 personas. Éramos como 300 adolescentes y quién sabe cuántos adultos en la zona del búnker. Tres colegios eran los únicos que habían accedido a venir. Lo vieras como lo vieras, era muchísima gente y seguramente todo sería un caos, pero no dudaba de que me divertiría.

Nos hicieron bajar hacia nuestra parte del búnker, que estaba dividido en tres secciones, y dejamos nuestro equipaje en las habitaciones que nos tocaban. Había varias vacías, ya que esta sección estaba pensada para 500 personas.

Luego nos obligaron a subir arriba para reunirnos todos. Ya eran como las 10:00 de la mañana cuando todos los colegios se reunieron en la zona neutral del búnker, en la cual no había entrada sino unas placas solares.

Suspiré; hacía tanto calor de pronto. El bullicio me había separado de mis hermanas y hacía que apenas pudiera oír absolutamente nada. Por eso me sobresalté al sentir cómo alguien me empujaba por detrás y caía al suelo, llenándome de tierra y clavándome piedras en la piel. Hice una mueca de dolor y alcé la mirada.

—Uy, qué patosa es la rarita, ¿no?

Risas. Mis manos y rodillas escocían, pero no dolían tanto como dolía mi orgullo. Aun así, no dije nada. Me levanté y, sin molestarme en limpiarme, apresuré el paso, buscando a mis hermanas. Pude soltar algunas lágrimas frustrantes cuando me alejé de los abusones, que no dudaron en seguirme de cerca. Busqué con mirada frenética a mis hermanas, cuando de pronto un leve golpe en mi hombro casi me hizo caer de nuevo. No por el golpe, que había sido leve, sino por el torrente de imágenes que al leve contacto pasaron por mi mente: escenas sin sentido que pasaron a toda velocidad de una versión mía más adulta e imágenes de un encapuchado huyendo por un portal de espirales.

Aturdida, miré a mi alrededor. Entre la multitud, unos ojos multicolores me devolvieron la mirada: uno de un azul casi eléctrico y otro de un marrón que me recordaba al chocolate. Nuestras miradas parecieron conectarse. Él tenía los ojos abiertos de par en par, sorprendido de verme.

De pronto, el fuerte agarre de alguien aferrando mi muñeca con rudeza me hizo despertar de esa extraña ensoñación. Giré mi rostro para encontrarme con el de Luis, que sonreía con malicia y crueldad. Fruncí el ceño, pero justo cuando estaba por liberarme del agarre, los gritos inundaron todo el lugar. Muchos señalaban a los cielos horrorizados. Alcé la vista. El horror cubrió mi rostro: grandes meteoritos se aproximaban a gran velocidad. Todos empezaron a correr. Yo me quedé paralizada viendo el cielo, que cada vez se volvía más rojizo. De pronto, miles de proyectiles impactaron contra estos, produciendo un ruido ensordecedor y una luz que hizo que todos nos cubriéramos el rostro por el dolor. Aturdida y cegada, traté de correr con cuidado de no caer. Solo podía oír gritos por todas partes. Una mano se aferró a la mía. Confusa, parpadeé y vi al encapuchado de los multicolores ojos. Me arrastraba entre la multitud y podía sentir cómo las imágenes inundaban de nuevo mi mente. Cuando de pronto cesaron y él había desaparecido. Confusa, miré a los lados sin entender nada.

Pero no tenía tiempo para eso. Alcé la vista. Uno de los pedazos, que parecía haber sido por miles de bombas, se dirigía hacia nosotros y, sin pensarlo, fuimos en dirección al búnker, donde todos entraban en caos y sin orden alguno. Sentía mis pies pisoteados por la multitud, mis hombros dolían, pero poco a poco todos logramos entrar. Una alarma resonaba por todas partes. Se escuchó un gran estruendo que nos dejó a todos callados y paralizados. Luego, solo hubo silencio... Un silencio que helaba mis huesos y muy dentro de mí sabía que esto era el fin del mundo tal y como lo conocía.

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