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I: Y todo empezó con...

... La Cosecha

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Coriolanus:

El abrasador calor del cuatro de julio se encontraba cayendo sobre mí como una opresiva manta asfixiante y húmeda que amenazaba con resquebrajar la pulcra y pulida apariencia de elegante refinamiento que, tal vez, con demasiado esfuerzo, yo intentaba proyectar mientras subía los amplios escalones de La Academia del Capitolio recordándome mentalmente que este día, el día de La Cosecha, todo tenia que salir mil veces mejor que cualquiera de los otros días del ciclo escolar que habían quedado atrás. Aquel acostumbrado deje de elegancia y las apariencias eran todo lo que yo tenia, de hecho, eran todo lo que mi familia, la alguna vez reconocida y opulenta familia de los Snow tenía y era por eso que este día todo tenia que ser más que perfecto y yo no podía permitirme el lujo de dejar que el inclemente calor de inicios del verano, el estómago medio vacío o el penetrante olor a caléndula y papas que desprendía la elaborada camisa en la que Tigris había trabajado con tanto ahínco, arruinasen el solemne momento por el que día tras día yo me había esforzado tanto manteniendo el promedio perfecto y la asistencia impecable que me convertiría en el merecido ganador del premio Plinth que hoy me sería otorgado, un enorme paso en el sinuoso camino que me permitirá a mí y solo a mí levantar los escombros de la casa Snow, devolviéndola a su antigua gloria donde siempre pertenecería. Era por eso que hoy, hasta el más mínimo de los detalles tenia que ser perfecto.

—Coriolanus Snow —una suave y encantadora voz femenina capto mi total atención, elevándose por encima del caótico ajetreo de profesores y estudiantes yendo de un lado a otro en la majestuosa entrada de La Academia en esta mañana de La Cosecha donde los ánimos de todos eran un poco caóticos, por decir lo menos.

—Clemmie —dije educamente a modo de saludo, volviendo mi cabeza hacia atrás para posar mi mirada sobre la susodicha que se encontraban avanzando por el pasillo de entrada de La Academia con una gracia y una altivez que no solo eran naturales sino que dejaban ver a todas luces que desde los Días Oscuros, los Dovecotte no habían tenido un solo día de carencia.

—Te ves magnífico el día de hoy, Coriolanus —Clemensia dijo con una encantadora sonrisa elevando las comisuras de sus perfectamente maquillados labios al tiempo que una de sus manos se aferraba a mi brazo derecho en un gesto que provocó que yo tuviese que hacer acopio de todas y cada una de mis fuerzas para no colocar mis ojos en blanco. A pesar de su acostumbrada naturaleza arrogante y altiva que hacían de Clemensia Dovecotte alguien que era sumamente despectiva con casi todos a su alrededor, la chica siempre había parecido mostrar un inusual interés en mí y en todas y cada una de mis acciones, convirtiéndola en una presencia pegajosa que, de alguna forma, siempre había encontrado la forma de colarse en cada aspecto de mi vida de la forma más hartaste posible.

—Digo lo mismo, Clemmie, te ves encantadora el día de hoy —la elogie porque en parte era verdad, o eso suponía yo al verla con su delicado y elegante vestido negro y su perfecto maquillaje, y en parte porque tal y como llevaba repitiéndome toda la mañana como un mantra al que me aferraría hasta el final de este caótico día: debía guardar las apariencias a como diese lugar y aquella tarea requería que, como de costumbre, yo mantuviera cerca a a Clemensia, correspondiendo de forma encantadora a sus sutiles, pero ciertamente molestos, intentos de coqueteo.

—¿Por qué estas tan sudado? ¿Acaso has venido corriendo hasta aquí el día de hoy? —las palabras de la chica provocaron que una tenue pero aguda punzada de pánico se agitase en el interior de mi pecho como una mariposa ansiosa a punto de emprender vuelo, un ligero deje de nerviosismo colándose en mi semblante ante la perspectiva de que algo tan trivial como unas cuantas gotas de sudor en medio de un día particularmente caluroso resquebrajasen la imagen de inmaculada perfección que yo tanto me había esforzado por mantener.

Me reprimí mentalmente por entrar en pánico por una cosa tan banal y me apresure a impostar una sonrisa encantadora para responder a la pregunta de la chica. —Le dimos el día libre al chófer, ya sabes, para que pueda disfrutar de La Cosecha.

Clemensia se rio mientras ambos nos acercábamos a la puerta del majestuoso salón Havensbee donde un considerable grupo de estudiantes y profesores ya estaban reunidos para el inicio de la ceremonia de La Cosecha de los décimos Juegos del Hambre.

—Eso es muy considerado de tu parte —fue todo lo que Clemmie dijo como respuesta a mis anteriores palabras y eso me hizo suspirar de alivio, si la aguda y perspicaz mente de Clemensia se había creído tan patética y rebuscada mentira entonces mi entera fachada se encontraba por completo intacta y yo solo debía dedicarme a mantenerla un poco más hasta que el premio Plinth me fuera otorgado y pudiera pagarme la matricula de la Universidad.

Clemensia y yo entramos al enorme salón Havensbee donde se llevaría a cabo la transmisión de La Cosecha como todos los años, el recinto se encontraba abarrotado con un consistente grupo conformado por los alumnos de La Academia, los hijos pródigos más destacados de las familias más prominentes del Capitolio moviéndose de aquí a allá con su acostumbrada y arrogante pomposidad como si no sintieran un solo ápice de preocupación en su vida tal y como un hijo del Capitolio debía ser. Yo los odiaba por eso, consideraba que no era justo que mientras mi familia se hundía cada vez más en la ruina tras los Días Oscuros, las demás familias prosperaran con tanta, e irritable facilidad, inclusive aquellas que no se lo merecía ni en lo más mínimo.

Con un fuerte sentimiento de amargura alargué mi mano libre y tome una de las copas rebosante de posca que los avox se encontraban ofreciendo en las ornamentadas bandejas de plata, llevándola a mis labios para tomar un refinado y controlado sorbo pensado para ayudarme a pasar la acidez qué aquellos pensamientos habían traído consigo pero sin querer emborracharme, no sería decoroso perder la compostura de tal forma en un día tan importante.

—¡Hey Clemmie, Coryo! —la atronadora voz de Festus Creed se elevó en la habitación llamando la atención de algunos de los presentes de una forma que yo verdaderamente no apreciaba, pero así era Festus, ruidoso y despreocupado y esa idea provocó que nuevamente yo tuviera que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar colocar los ojos en blanco o suspirar con exasperado fastidio mientras el pelirrojo nos hacía señas para que nos acercáramos a él y al grupo con el que se encontraba. Una vez fingí mi mejor sonrisa encantadora y con Clemensia fuimos junto a ellos aún cuando todo lo que yo quería hacer era ir por completo en la dirección opuesta, pero, en mi precaria y actual situación aquel era un lujo que no podía darme.

—¿Qué tal Festus? —saludé al chico pelirrojo con una educada inclinación de cabeza.

El susodicho abrió la boca más que dispuesto a corresponder a mi saludo, pero antes de que pudiera hacerlo la irritante voz de Arachne Crane lo interrumpió con la grosera y prepotente brusquedad qué la caracterizaba. —Qué interesantes los botones de tu camisa, Coriolanus, ¿son teselas?

Aquel mordaz comentario atrajo la atención de todos los presentes y me hizo maldecir internamente a la chica, aunque, para mi suerte, yo ya me había preparado para esa clase de comentarios sobre la camisa que tan dedicadamente Tigris había confeccionado especialmente para mí: —¿Ah si? Bueno, eso explica porque me recordaban al baño de la doncella.

Eso provocó que casi todos los presentes dejaran escapar educadas carcajadas que me hicieron sentir aliviado y complacido de que todos ellos hubiera quedado conformes con mi sardónico intento de excusa, bueno, casi todo ellos, en medio de mis propias risas no pude evitar fijarme en la excepción a aquella regla, aquel quien era de hecho, la excepción a casi todas las reglas, el menor de los hermanos Evigheden, Koen quien a diferencia de todos los presentes a mi alrededor, incluido su propio hermano mayor, no se rio ante mis palabras, se dedico a contemplarme con su atractivo rostro de afiladas facciones por completo inexpresivo como era costumbre cuando se trataba de él, sus penetrantes ojos negros por completo fijos en mí de aquella forma tan inquietante que siempre lo había caracterizado incluso desde que era tan solo un niño. Yo rara vez lo había visto expresar cualquier tipo de emoción, era ciertamente espeluznante y tuve que evitar estremecerme bajo el opresivo e intimidante peso de su mirada que siempre había conseguido hacerme sentir de lo más incomodo, por alguna razón que escapaba por completo de mi entendimiento.

—Qué gracioso, Snow —Zyran, el mayor de los hermanos Evigheden dijo con una sonrisa tan encantadora como afilada, tal y como lo era el mismo con sus fascinantes rasgos un poco menos afilados que los de su hermano menor quien no había dejado de mirarme ni por un solo segundo desde que su inquietante atención había recaído en mí—. Pareces demasiado confiado el día de hoy, ¿se debe eso a que estas seguro de que ganarás el premio Plinth?

Le di un delicado trago a mi copa de posca mientras meditaba al respecto de lo que seria prudente responderle al arrogante chico de cabellos rubios quien me observaba con la diversión resplandeciendo de forma evidente en sus expresivos ojos azules que analizaban cada uno de mis movimientos con la misma inquietante atención con la que Koen lo hacía, la diferencia era que, desde siempre, el primogénito de los Evigheden se había encargado de disimular aquello bajo varias capaz de arrogante encanto meticulosamente diseñado y pulido a lo largo de los años.

—Claro que Coryo esta confiado, el premio Plinth es prácticamente suyo —la intervención de Clemensia me ahorró el tener que dar una respuesta qué yo verdaderamente no tenía. Se lo agradecí en silencio a la chica mientras saboreaba la posca en mi paladar.

—Yo no estaría tan segura, después de todo Zyran y Koen también son excelentes candidatos para el premio Plinth —Arachne dijo con una risa desagradable escapando de sus labios mientras sus ojos verdes se movían entre todos los presentes observando la reacción que sus agudas palabras habían provocado en todos y cada uno de nosotros.

—Oh por favor, no es como si yo necesitara ese "premio" de mierda —Koen respondió con un tono de voz afilado y burlesco mientras ladeaba la cabeza hacia la izquierda con sus ojos oscuros aún posados en mí.

—Ninguno de nosotros, de hecho —Zyran intervino con una risa divertida escapando de sus perfectos labios mientras rodeaba los hombros de su hermano menor con uno de sus brazos en un despreocupado gesto de cariño—. Después de todo, todos aquí somos capaces de pagar la matricula de la Universidad, ¿no es asi, Snow?

Maldito. Con el paso de los años yo había aprendido, prácticamente a las malas, que no había forma de saber cual de los Evigheden era más peligroso que el otro, y era debido a eso que era imposible prepararse para sus ataques, porque ambos eran por completo impredecibles. Y esa era tan solo una de las cosas que me hacia, tal vez no odiarlos, pero si despreciarlos, despreciarlos porque era tan injusto que ellos tuvieran con tanta facilidad todo aquello que yo mismo debería tener y que me había sido arrebatado cómo parte de una cruel burla del destino que había terminado por sonreírle a otros, de hecho, a todos menos a mí y ahora debido a eso yo estaba aquí luchando prácticamente con mis uñas para aferrarme a aquello que me pertenecía por derecho y que todos aquellos, en especial, los Evigheden, conseguían con una exasperante facilidad que no solo me ponía de los nervios sino que me volvía loco. Me volvía loco verlos allí luciendo tan imperturbablemente perfectos con sus trajes negros diseñados especialmente para ellos y haciéndolos lucir exactamente iguales pero no como si el uno fuera la sombra del otro, no, en realidad como una obra de perfectos y armoniosos claroscuros donde ambos resaltaban etéreamente porque allí donde Zyran era solo luz y tonos dorados, Koen era todo lo contrario, un retrato de sombras y oscuridad, pero ambos se complementaban de la misma forma en la que sólo lo harían el sol y la luna exacerbando aún más su exasperante imagen de perfección que provocaba qué cada maldita persona de las altas esferas sociales del Capitolio prácticamente se arrastra a los pies de ambos hermanos ignorando el hecho de que no eran más que un par de serpientes arrogantes y retorcidas que parecían encontrar cruel diversión en el dolor y la miseria de los demás, aunque, bien mirado, todos y cada uno de los ciudadanos del Capitolio eran serpientes a la espera de saltar sobre su propia víctima, el problema con los Evigheden radicaba en el hecho de que ellos no trababan de negar su naturaleza como los demás, es más la usaban como la mejor de sus cartas contra todos y cada uno de nosotros sin que la gran mayoría fuese capaz de notarlo.

—Por supuesto que si. El premio Plinth es tan solo una agradable adición a mi curriculum —le respondí al mayor de los hermanos con una sonrisa que era tan artificial como el tono desinteresado y cortés presente en mis palabras.

—Y hablando de Plinth... —inició Festus mientras usaba su ancha barbilla para apuntar algo ubicado a mis espaldas con un único y sutil gesto que provocó que las miradas de todos los presentes siguieran aquella dirección para posarse sobre los Plinth quienes se encontraban de pie cerca de una de las esquinas del salón luciendo tan fuera de lugar como de costumbre, cada uno de los tres destacando de forma más desagradable que el anterior— ... miren esa aberración, ¿quien hubiera pensando que esa escoria de los distritos podría moverse con tanta libertad por el Capitolio? Supongo que después de todo si es posible comprar tu entrada.

Antes las sardónicas palabras del pelirrojo me pareció percibir una ligera agitación en las facciones generalmente inexpresivas de Koen, un vestigio de algo que desapareció tan rápido como apareció haciéndome pensar por tan solo un instante que tal vez yo había llegado a imaginármelo, pero no, yo estaba seguro de que lo había visto, aleteando en sus afiladas facciones con una sutil delicadeza qué había pasado desapercibida para casi todos los presentes con una clara excepción de su hermano mayor, y al parecer yo mismo.

—Bueno, no puedes comprar la clase —Arachne se burló de forma divertida antes de darle un ligero trago a su propia copa de posca— ¿Ya vieron el vestido de su madre? Perdón, de su "Má".

—Pues aunque la mona se vista de seda mona se queda —dije de forma ligeramente burlesca provocando varias risita divertidas de los presentes.

—No hagas eso, todos sabemos que te cae bien —espetó Arachne mientras colocaba sus grandes ojos verdes en blanco con un tono de burlesca superioridad impregnado cada una de sus agudas palabras.

—No me cae bien, Arachne. Lo tolero, eso es todo —me apresure a responderle mientras me encogía de hombros con un movimiento elegante y desinteresado—. Es de los Distritos.

—Claro —Koen dijo de forma sarcástica mientras se recargaba de forma despreocupada contra el cuerpo de su hermano mayor sin apartar sus oscuros ojos de mí ni por un solo segundo, mirándome de la misma inquietante forma en la que había estado haciéndolo desde el primer instante.

—Lo toleras, seguro, solo no lo alientes —Festus intervino con un resoplido exasperado—. Si vuelvo a escucharlo hablar sobre lo inmoral que son Los Juegos del Hambre lo pondré en la Arena yo mis... —las crueles palabras del pelirrojo murieron lentamente en su boca sin llegar a ser pronunciadas del todo cuando los pasos del único hijo de la familia Plinth lo trajeron hasta nosotros con una expresión de pocos amigos en su rostro—. Sejanus. Lograste llegar a La Cosecha al fin.

—Y tú llegaste a la graduación Festus, estamos ciertamente sorprendidos de verte aquí —Sejanus le respondió al otro chico con el mismo tono de voz de falsa y burlesca cortesía lo que provocó que un ligero resoplido de risa se escapase de mis labios ante la ingeniosa réplica del chico de rizos.

—Oh Sejanus, confiesa quien ganó el premio —Arachne quien, desde siempre no soportaba que el reflector de la conversación se alejase de ella por más de dos minutos, hablo una vez más.

—Oh no, no voy a arruinar el gran día de mi padre de esa forma, nadie aquí en realidad lo quiere pero si aman su dinero —respondió Sejanus con el ceño ligeramente fruncido—. Tú sabes lo que se siente, ¿no es así Arachne?

—No te das cuenta de que aquí nadie realmente necesita el dinero de tu papi, ¿no es así Plinth? —Koen le respondió con una sonrisa burlesca y cruel a partes iguales elevando las comisuras de sus labios. Arachne sonrió por completo complacida ante las palabras del pelinegro, tal vez pensando que este la estaba defendiendo a ella de forma alguna, por supuesto Arachne era demasiado estúpida como para darse cuenta de que aquello no era verdad, Koen no había querido defenderla simplemente había sido mezquino con Sejanus por la misma razón que impulsaba su acostumbrada crueldad: por el simple placer de hacerlo.

Ante de que Sejanus pudiese decir una sola palabra más en su defensa contra el sagaz y afilado comentario del menor de los Evigheden las características primeras notas del himno de Panem se elevaron en el aire y resonaron en los altos techos del salón Havensbee como una señal para que todos los presentes acudieran a sus asientos asignados de inmediato. Koen le dedico una última sonrisa encantadora pero cruel a Sejanus antes de dejar que su hermano mayor lo llevará en dirección a sus asientos, el rubio riendo de forma divertida mientras yo mismo me encaminaba hacia mi asiento ubicado junto a Sejanus, quien tan pronto como se acomodo a mi lado se apresuro a dirigirme la palabra con un tono de voz tan tenso como el resto de su postura sobre silla:

—Coryo, escucha... —aquello me hizo volver mi mirada en su dirección por unos cuantos segundos mientras usaba mis sudorosas palmas para alisar la tela de mi camisa—. Yo sé que estabas muy emocionado por esto, pero... no habrá premio hoy.

¿Qué? ¿Había escuchado bien? ¿Cómo que el premio Plinth no sería entregado el día de hoy? ¿Qué quería decir con eso? Las preguntas y los pensamientos se arremolinaron en el caótico hervidero de mi mente con la violenta fuerza de un huracán de histeria y nervios qué provocó que el sudor impregnará aún más las palmas de mis manos al tiempo que sentía como los latidos de mi corazón se aceleraban cada vez más y más, su desbocado golpeteo contra mi pecho consiguiendo secarme la boca y nublar aun más mis pensamientos.

—Ya no habrá...

—¿Qué? —me las arreglé para balbucear con el tono de voz más estable que era capaz de proferir justo ahora.

—En verdad lo siento —se apresuró a disculparse Sejanus como si sus disculpas vacías fueran a servir de algo o siquiera tuvieran algún tipo de significado para mí en medio del creciente ataque de pánico que estaba sintiendo bullir en el centro de mi pecho justo ahora ante la realización que aquellas palabras habían traído consigo: yo no recibiría el premio Plinth el día de hoy lo que quería decir que no tendría forma alguna de pagar la matricula de la Universidad, y ese sería el paso final en la caída de los Snow, caída qué había empezado con la muerte de mi padre a causa de esa bala rebelde y que quedaría más que asegurada con mi imposibilidad de unirme a la élite del Capitolio en la prestigiosa Universidad a la que asistirán todos y cada uno de mis compañeros provocando que mi familia y yo no solo quedáramos relegados al eterno ostracismo de las esferas más altas de la sociedad capitolina sino a la más baja de las clases trabajadoras forzados a arrastrarnos por los suelos de los trabajos más lamentables que esta ciudad tenía para ofrecer con la esperanza de no morir de hambre... ese era, para nosotros, un destino peor que la muerte, la pobre Abuelatriz no sería capaz de soportar tal nivel de abuso y humillación, sería más piadoso para ella lanzarla por el balcón y acabar con su sufrimiento.

—Oh eso realmente es una pena —la burlesca y cruel voz de Koen justo a nuestras espaldas en reacción a las palabras de Sejanus casi consiguió hacer por completo pedazos mi entero autocontrol y templanza, ocasionando que la idea de volverme para borrar aquella arrogante sonrisa de su rostro con la ayuda de mis puños destacará de forma peligrosa y llamativa en medio del convulso hervidero de mis caóticos pensamientos— ¿Cuál es el problema Snow, acaso tú si necesitabas el dinero del papi de Sejanus?

Yo abrí la boca con la intención de decirle algo al pelinegro, pero antes de que pudiera hacerlo, la escalofriante risa de la doctora Volumnia Gaul provocó que hasta el más mínimo ápice de ruido desapareciera del salón Havensbee. Un gélido escalofrió de terror recorriendo mi columna mientras mis ojos y toda mi atención se posaban en la peculiar mujer de pie en el estrado.

—Que tentador es ver a tantos jóvenes y brillantes rostros reunidos aquí en este auspicioso día. Soy la doctora Volumnia Gaul, su humilde vigilante en jefe de Los Juegos del Hambre —hablo la mujer con su imponente voz proyectándose por toda la sala ocasionando que cada vez más y más preguntas surgieran en mi mente que prácticamente se estaba rompiendo en pedazos en la búsqueda de una respuesta a todo este asunto. Volví mi cabeza hacia la izquierda y miré a Sejanus para que me diera una explicación, pero descubrí que el chico se encontraba mirando hacia el suelo por completo apenado y tenso—. Salí un momento de mi laboratorio el día de hoy para examinarlos a ustedes, los líderes de la próxima generación, después de todo no estaré para siempre. Y es por eso que con ese fin, tengo el honor de presentarles al creador de Los Juegos del Hambre en persona, el decano Casca Highbottom.

Todos los presentes en el recinto se volvieron en dirección al susodicho, el cual se encontraba en el fondo de salón seguramente buscando pasar desapercibido en medio de todo este asunto, consiguiéndolo con éxito hasta el momento a causa de su corta estatura y su anodina apariencia.

—Estudiantes seleccionados, Facultad y por supuesto Doctora Gaul —el hombre hablo mientras se aclaraba la garganta para que su rasposa voz tuviese algo de alcance en el recinto, quedándose por completo corto en comparación a la doctora Gaul— ...los he convocado aquí para la décima ceremonia de La Cosecha donde escogemos a un niño y una niña de cada distrito para lanzarlos a pelear a muerte en la arena del Capitolio...

—No entiendo como lo siguen dejando hablar en público —Clemensia murmuro con un tono de voz cargado a partes iguales con compasión y desprecio, una perfecta mezcla que ejemplificaba a la perfección lo que yo sentía por el decano.

—Y aquí sentados están los mejores veinticuatro prospectos del futuro del Capitolio, quienes esperan saber los resultados de un arduo estudio en esta prestigiosa Institución. Ansiosos por saber quien ganará el premio Plinth, sin duda —los tambaleantes pasos del hombre lo llevaron a ubicarse justo frente a nosotros, sus vidriosos ojos inyectados en sangre deteniéndose sobre mí por unos cuantos segundos antes de que su mirada volviese a vagar sin rumbo alguno por todo el recinto—. Sin embargo, estoy aquí para decirles que ha habido un cambio este año, una tarea final para probar su valía...

¿De qué demonios estaba hablando este inestable hombre? Las preguntas y la confusión se encontraban arremolinándose en mi interior cada vez con mayor violencia, pero la más importante de aquellas era esa para la que no había forma en la que pudiera obtener una respuesta: ¿por qué me tenia que pasar esto a mí justo cuando creía que ya lo tenia todo? ¿Por qué la vida y el destino se complacían tanto en burlarse de mí y la suerte de mi familia?

—Porque los estimados ciudadanos del Capitolio se han aburrido de Los Juegos y, simplemente ya no los ven. Y para que Los Juegos continúen deben tener audiencia, por supuesto —Highbottom dijo con una desagradable risa escapando de sus labios mientras él deambulaba de un lado a otro por el estrado—. Así que, la vigilante en jefe ha intervenido para incentivar los valores patrióticos con su particular toque, comenzando con ustedes. El premio Plinth ya no será determinado por las mejores calificaciones sino por quien sea el mejor mentor en Los Juegos del Hambre.

La declaración del decano causó toda una cacofonía de murmullos qué se esparcieron por el salón Havensbee como el rocío en las mañanas, la inquietud y el desconcierto agitándose en cada una de las palabras de los presentes mientras cada vez más preguntas se sucedían una tras otra en mi mente. ¿Mentor? Era la primera vez en los nueve años en los que la idea de Los Juegos se había adoptado en la que yo escuchaba ese término y su connotación no me gustó ni en lo más mínimo, la sola idea de lo que significaba me generaba repelús tanto como lo hacía el hecho de saber que el premio le sería entregado al "mejor mentor de Los Juegos" ¿De qué había servido todo mi esfuerzo si ese sería el caso? ¿Cuál era el punto de haber sido el alumno perfecto si ahora mi futuro se decidiría con nada más que un baño de sangre sin sentido? Los Juegos del Hambre eran una reverenda estupidez, yo no compartía los pensamientos incendiaros de Sejanus Plinth, pero no me parecía para nada justo que mi entero futuro y la supervivencia de mi familia dependiera de algo que no estaba bajo mi control.

—Obviamente el mejor mentor será aquel cuyo tributo gane Los Juegos —Festus interrumpió al decano sin un solo ápice de consideración.

—¿Y si me toca alguna de esas patéticas niñas de los distritos pobres como el 8 o el 12? Se va a morir a los dos minutos, como en los últimos años —Arachne prácticamente lloriqueo en un exasperante tono de berrinche.

—Su trabajo es convertir a esos niños en espectáculo, señorita Crane. No en sobrevivientes, la victoria en los juegos es solo una de cuatro cosas a considerar —le explico el decano con un tono de voz condescendiente y divertido—. Su futuro entero depende de este último proyecto.

Cuando el despreciable hombre pronunció aquellas palabras, sus vidriosos pero penetrantes ojos se posaron en mí y solo en mí y aquello fue todo lo que hizo falta para que un fuerte y desagradable escalofrió de gélido terror y desagrado me recorriera de pies a cabeza ante la cruda certeza que me golpeó sin consideración alguna al darme cuenta de que el decano estaba en lo cierto, a partir de ahora mi futuro y mi vida misma dependía del desarrollo de estos decimos juegos del hambre y lo que sea que sucediera en la Arena.

Notas de autora:

Holi, al fin lo termine, quedo más largo de lo esperado pero pues por ahora es todo bien introductorio 😶‍🌫️

Espero que les gustará el capítulo y que disfrutarán leyéndolo como yo al escribirlo.

Acepto quejas, reclamos, sugerencias o depositos de cash jajaja

Nos vemos en otro cap🫂😶‍🌫️

Maldita sea lo publique tres veces.

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