•CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS•
"No puedo con mi genio"
Luego de lidiar con la escena de mi apa que entre risas mezcladas con lágrimas de felicidad retozaba por todo el comedor alertando hasta mi Caracha (que entre ladridos festejaba enloquecido a su par), comimos en un ameno ambiente la deliciosa pasta acompañada de las palabras más bonitas que un padre puede proferirle a un hijo. Desde deseos de futuro empañados de buenas vibras, hasta muestras de un inmenso amor infinito.
Actitudes que hacen que me dé cuenta de que aunque pasen los años y me ponga viejito, el cuidado y el amor de mi apa seguirá intacto. Según el, seguiré siendo su eterno niño aunque tenga marido e hijo y acumule canas cuando sepa lo que es sufrir cuando un hijo no te hace caso.
"¿No sé que me habrá querido decir?" Río dentro mío recordando las mil y una que le hice pasar. Y parece que la rueda de la vida se recicla, porque a mi amoroso futuro le pongo los pelos de punta también ante cada ocurrencia mía.
Nuevamente, voy camino al hospital. No veo la hora de ver a mi pequeño y si tengo suerte, abrazar al resucitado, que debe estar insoportable por lo que puedo leer en el grupo interno de empleados; en donde se repite la frase escrita "¿Vieron la cara del jefe?" Y de solo imaginarla se me ocurren mil maneras de transformarla.
"No tienes paz pequeño" me repito risueño en mi cabeza a medida que me acerco al acceso del nosocomio. Y en eso, arriba una ambulancia a todo dar mientras sale el interno Kim desesperado con su delantal manchado de rojizo por completo en su delantera.
—¿Pero qué demonios pasó en la guardia? —susurro preocupado de verlos actuar desesperados por salvar al siguiente y sin dudarlo ni un segundo, me acerco a toda velocidad mientras el interno recibe uno yo me encargo del otro que desciende de la siguiente ambulancia.
—¿Qué tenemos? —consulto al paramédico que me observa vestido de civil aunque enseguida me re reconozca.
—Triple accidente de autos en la avenida 5ta. Dos muertos en el lugar y estos, que luchan por sus vidas —finaliza el paramédico con su último aliento a medida que ingresamos a toda velocidad.
Dentro de la guardia se observa el rápido accionar de los mecanismos de supervivencia ante tamaña situación. Y a lo lejos, observo lo que no esperé observar pero me imaginaría en una situación así de emergencias, mi impoluto, a una mano, dirigiendo a un interno para el entubamiento del paciente que yace en la camilla.
Sacudo mis ideas concentrándote en mi caso, la enfermera que me asiste me indica que sus pulsaciones descienden estrepitosamente haciéndose casi nulas.
Entonces, tomo su pulso casi inexistente y sin observar reacción de sus párpados dictamino el proceso a seguir a toda velocidad.
—¡Comenzaré con RCP! Preparen una dosis de dopamina en suero ¡Ahora!
Comienzo las compresiones en su pecho controlando su respuesta, alternando con insuflaciones (30 compresiones de pecho más 2 insuflaciones) mientras pasan -rápidamente- la dopamina diluida.
En un momento dado, sus signos vitales desesperan en una línea recta que dictamina que estamos al límite del retorno de la vida.
—¡Tijeras! ¡Preparen el desfibrilador! —grito sobre que la enfermera recorta su ropa despojando las telas para el asome de su pecho. Luego coloco las paletas a ambos costados y grito que despejen antes de proceder a realizar la descarga eléctrica sobre su pecho.
Luego de unas incesantes horas en donde el personal se abocó de manera extraordinaria a salvar a cada uno de los pacientes aunque no se haya podido a todos, lamentablemente.
Me encuentro en el baño lavando mi rostro para quitar manchas de sangre, sudor, y dejar que se vaya junto al agua, la angustia de recordar lo que he vivido hace unas angustiosas horas atrás.
Ahora, respirando más tranquilo, procedo a secar mi rostro sin poder creer en el accionar de mi casi esposo. Porque si sigue así, en cualquier momento finalizo con su vida entre mis manos.
No puedo creer que a un solo brazo se las apañe para mantenerse alejado mío y así evitar la reprimenda, porque debería descansar en vez de andar haciéndose el guapo.
Dicho sea de paso, más de uno me recordó que estaba de licencia, licencia obligada a tomar como escarmiento por mi berrinchuda renuncia. Pero solo yo y unos pocos estamos al tanto de eso, o eso espero, sino seré es hazmerreír de unos cuantos aquí dentro.
Ingreso velozmente a un cubículo, recordando que debo orinar antes de salir en busca de aquel que mataré de ser necesario por su descuido. Y es tanta la fatiga repentina que me dejó caer sentado sobre el inodoro.
Afuera del baño, se escuchan varios pasos y luego el cerrar de un fuerte portazo.
Una profunda y melosa voz asoma entre ruidos de húmedos besos a medida que resuenan agitando sus cuerpos, restregándose -seguramente- sobre el lavado frente al espejo.
Y me quedo quieto como niño espiando un gran suceso cuando reconozco la voz del interno Kim Tae repetir entre susurros: —¿Así que te calienta verme todo aguerrido y mandado como Park, cariño? Es que tuve un buen maestro...
"¿Pero qué demonios?" Susurro en mi cabeza y ¿Con quién mierda se refriega mientras evoca mi nombre este idiota?
Pero, aunque agudice mi oído a más no poder, solo se escuchan los indecorosos gemidos y toques de sus labios hasta que un quejido de dolor retumba seguida de la voz del interno afirmando "Siento lo de tu brazo cariño, la próxima, tendré más cuidado..."
Y me levanto los pantalones a toda velocidad como si me llevara el diablo, para hacer acto de presencia ante este par. Listo para desarmar su cabestrillo si fue capaz de hacerme algo como esto.
Porque aunque mis ojos se encuentren acuosos y llenos de rabia, no detienen mi alocada mente que da mil vueltas sin parar en este maldito momento.
Rápido asomo viendo la espalda del interno cubrir con todo su cuerpo al amante entregado frente suyo. Y cuando estoy por armar el acto del loco desquiciado que reclama lo que es suyo por derecho, me detengo -abruptamente- cuando observo frente al espejo la mirada del interno y por debajo de él, asomando el fisiatra mientras acaricia su adolorido brazo.
"Trágame tierra..."
—Y-yo... l-lamento... la... interrupción —digo sintiéndome un tonto y pegándome mentalmente por creerlo capaz a mi amor de hacerme esto.
—¿D-doctor Park? Tanto tiempo... — cuestiona el apostado entre besos al lavado.
—Sí, así es Hobi, lamento interrumpir —respondo rascando mi nuca y deseando que la tierra me trague por quedar expuesto en este preciso momento.
Mientras, el interno me observa detenidamente y como si descubriera el mayor tesoro de todos, me refriega entre risueños sonidos —¿A poco creía que estaba con quién supone, doctor Park?
Mi cara debe ser un poema porque siento temblar mis piernas y mi rostro quemar a medida que los segundos transcurren. Y como para zafar, digo aunque nadie me lo crea.
—¡Pero cómo cree interno Kim! Yo solo me estaba... me tengo que ir... eso —agarrando mi mochila salgo a toda velocidad, olvidando lavar mis manos y sudando a no dar más hasta que por andar cabizbajo y escapando, me como de lleno el pecho de mi amor; que a un solo brazo, me atrapa veloz.
—¿¡Pero se puede saber de qué huyes pequeño, o de quién!?
Y tratando de respirar para calmar mi elevado calor corporal, lo tomo de su mano arrastrándolo hacia el descanso de las escaleras a un costado.
—D-dejame r-recu...perarme —apoyando mi espalda a la pared y reclinado mi cuerpo, lo observo mirarme detallado hasta que le digo.
—¿Se puede saber por qué no estás descansando?
—Lo mismo digo amor, vengo de ver al pequeño... Creí que te encontraría ahí y ni rastro tuyo había ¿Seguías en la guardia?
—No... Andaba suponiendo que te estabas enredando con el interno Kim —susurro más para mí, pero por lo visto fue en vano.
—¿Qué yo qué? —cuestiona con una maliciosa sonrisa plasmada en su rostro —¿A poco lo viste con su nueva conquista y creíste que era yo? Esos, están peor que nosotros en nuestro comienzo ¿no?
—Eso, lo dudo cariño —le digo mordiendo mi labio inferior mientras lo observo acercándose como el tremendo Dios griego que es hacia mi cuerpo.
—¿Y cómo es eso, pequeño? —cuestiona con baja y sensual voz apegándose a mi cuerpo. Y doy gracias a que solo tenga una mano hábil en este preciso momento para manosearme.
Porque la apoyada que recibo mientras eleva uno de mis brazos sobre mi hombro entre tanto refriega descaradamente su entrepierna sobre mi pelvis, requiere de todo el autocontrol de este mundo, y a dos manos más su candente pelvis eso sería
imposible.
Pero encendido como llama ardiente le susurro: —Porque la piel que tenemos ambos mientras me follas duro, no tiene comparación jefecito doctor... Y hablando de duro... —le señalo con mis ojos su prominente erección.
—Ni lesionado me perdonas, pequeño descarado —susurra mientras atrapa mis labios en un sensual y fogoso beso.
A POCO CASI LO MATAN AL POBRE HOBI🤣
QUE CASO CON ESTE PAR DE CONEJOS, TIENEN RAZÓN LOS DE LA JUNTA🤣
GRACIAS POR LEER, COMENTAR Y VOTAR 🥰
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