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Un nudo en su garganta le obstruyó el paso a la saliva. El tiempo que llevaba conociendo a Beel era relativamente poco, y la relación que se fue desarrollando entre ambos en el transcurso del mismo, no era suficiente para desentrañar los misterios que el azabache guardaba. Siempre le pareció un buen chico, trabajador y servicial. Bromista de a ratos y con un humor un tanto peculiar. La gente acostumbraba a hablar de él a sus espaldas, pero esa no era una razón por la que alarmarse. Después de todo era nuevo en el pueblo, provenía de la gran ciudad, no resultaba extraño que fuese el centro de atención entre la comunidad.
No obstante, ______________ jamás experimentó terror en su presencia.
La entonación que utilizó en sus palabras fue infernal, perversa. Tal vez su mente le estaba jugando una mala pasada, y que toda esa paranoia y desconfianza tan repentina, era el fruto de haber curioseado aquél libro que se topó en la iglesia. Él la observaba con esos ojos carmesí sin decir nada, y eso ampliaba su inquietud, no saber lo que pensaba el azabache la mortificaba.
—¿Ir a dónde?— cuestionó sonando lo más neutral posible, incentivando a que Beelzebub emitiera una pequeña risa.
—A la tienda, me gustaría comprar algunas cosas para mi hogar y me vendría bien tu ayuda— aquella respuesta le alivió, haciendo a un lado la paranoia.
Asintió con una pequeña sonrisa, dejando la escoba en su sitio correspondiente. En vista de que sus ropas actuales estaban cubiertas de polvo, optó por cambiarlas.
Una vez lista, bajó a la sala principal.
Los dos salieron de la casa en un profundo silencio, no fue hasta mitad de camino que Beelzebub lo demolió.
—Te veías muy alterada cuando llegué, ¿sucedió algo?— Preguntó con su vista al frente, se oía desinteresado y absorto en su mundo propio.
Aunque no estuviese viéndola, _____________ negó. No se atrevería a revelarle los locos pensamientos que se formulaban en su cabeza, quienes la incitaron a ser presa del pánico en primera lugar.
—Nada importante, me había espantado con una araña minutos antes de que llegaras— excusó con simpleza.
Beelzebub emitió un sonido el cual indicaba que estaba escuchándola, conociendo lo que verdaderamente impulsó a la chica a caer en tal estado de alteración.
Belfegor.
Ese maldito por poco revela su identidad y no pasaría por alto su imprudencia. Más tarde se encargaría de él, por el momento solo se centraría en ella. La sumergiría más en ese juego perverso donde él sería el vencedor.
Llegaron hasta una de las tantas tiendas del pueblo, y dentro de la misma algunos residentes locales esperaban impacientes su turno de pagar o de ser atendidos, charlando sobre asuntos triviales para matar el tiempo.
Beelzebub dio un recorrido por el sitio, sin nada que fuese capaz de llamar su atención, únicamente se concentró en despejar su mente de todos los problemas que Belfegor trajo consigo.
Desafortunadamente para él, el exsasperante llanto de una bebé no era de gran ayuda en ese preciso momento, así que volteó hacia la infante que lloraba como si su vida dependiera de ello en el interior de su cochecito, y con una sola mirada Beelzebub la silenció.
En verdad repudiaba a los niños, pero por mucho odio que sintiera, no debía salirse de su rol como "el chico bueno y servicial" así que moldeando la sonrisa más dulce que pudo, tomó la mano de la pequeña, la cual reaccionó con una melodiosa risa ante su tacto.
—Parece que le agradas ¿Cómo lograste que dejara de llorar? Generalmente me cuesta mucho tranquilizarla— la madre de la pequeña se dirigió a él, perpleja por como Beelzebub manejó la situación.
________________ pareció advertir aquello, optando por guardar silencio. Su imaginación había ido demasiado lejos y se culpaba a ella y a su propia curiosidad por haber indagado en cosas que nunca sería capaz de comprender.
Beel no era ningún demonio, solo un chico como cualquier otro, con algunos rasgos que se diferenciaban del resto, pero de buen corazón y con un carácter afable. Era su único amigo, e incluso sabiendo eso dudó de él, juzgándolo injustamente por su manera de ser.
—¿Nos vamos?— la serena voz de quien en ese momento ocupaba sus pensamientos la atrajo a la realidad.
Beel le sonreía de forma transparente, cayendo en cuenta de que las expresiones del chico siempre conseguían cautivarla, pues nunca se mostraban bruscas.
Caminaron por las calles hasta llegar a la residencia de Beelzebub, éste sacó una llave de su bolsillo, inscrustándola en la vieja cerradura de la puerta, la cual se abrió con la activación del mecanismo. El estrepitoso ruido que indicaba una poca falta de mantenimieno no tardó en atestar sus oídos.
—¿Gustas algo de beber? Prepararé el almuerzo mientras tanto, puedes quedarte si quieres — propuso cordial, llevando las bolsas con las pocas compras realizadas a su habitación.
Belfegor no se encontraba allí para su suerte.
—Un poco de té está bien, te ayudaré con el almuerzo— se ofreció sacando los ingredientes y utensilios necesarios de sus respectivos lugares.
El calor los obligó a preparar algo sencillo y liviano, es por eso que en una hora aproximadamente la comida ya estaba lista para servirse. Ambos tomaron asiento, degustando la comida hasta saciarse. Luego de que el almuerzo finalizara, ______________ se ofreció a ayudar a lavar los trastes.
—Gracias por invitarme, pero ya debo irme. Tal vez mi padre ya se encuentre en casa— secando sus manos con un trapo de cocina, la castaña fue acompañada por el azabache hacia el exterior de la casa.
—Te acompañaré, no quiero que acabes derritiéndote a mitad de camino— bromeó tomando repentinamente la pálida mano de la femenina —¿uh? Lo siento— se hizo el desentendido, mientras más rápido la persuadiera, más rápido se iría del mundo humano.
Ya se estaba cansando de tanta inmundicia.
Ella negó, dando a entender que no había ningún problema. Si bien la acción le pareció inesperada, no hubo una reacción dubitativa o nerviosa por su parte, era extraño. Generalmente no acostumbraba al contacto físico, sin embargo cuando se trataba de Beel era totalmente lo contrario. Se sentía extrañamente bien.
Por otro lado, al Señor de las moscas le disgustaba cualquier acercamiento o roce y por lo regular tendía a responder de una forma poco agresiva a la mínima aproximación. Era capaz de soportarlo, no obstante incluso él, que en múltiples ocasiones demostró ser alguien bastante calmado, tenía sus límites. Raras fueron las ocaciones en las que se mostró molesto y las pocas veces que desató su furia, no acabaron de una buena manera para los responsables de desencadenar la misma en un principio.
Llegaron a destino finalmente, percatándose de que la puerta principal se encontraba entreabierta, indicando la llegada del señor Birdwhistle.
—Gracias por acompañarme ¿no quieres pasar?— desentrelazando sus manos, ________________ se encaminó al interior, deteniéndose justo antes de ingresar.
Beelzebub lo meditó, no le apetecía convivir con el señor Birdwhistle, especialmente ahora que había caído en un severo estado de locura. No obstante, era conveniente estár cerca de éste.
El terror que su mera presencia le infundía al humano evitaría que revelara información no deseada.
—¿Por qué no?— replicó encogiéndose de hombros, entrando al hogar después de ____________.
Sus ojos se plasmaron en la demacrada silueta del hombre, quien cabizbajo y sentado en una vieja silla de madera, murmuraba algunas cosas inentendibles.
Esa imagen tan devastadora omprimió el corazón de _____________. No reconocía a su propio padre y eso le dolía, la muerte de su madre sin duda fue un golpe duro, lo entendía muy bien, ella también la extrañaba. Sin embargo, la vida seguía y aunque en su debido momento fue difícil aceptar que su progenitora no volvería a alegrar con su presencia aquella casa, siguió adelante justo como ella lo hubiese deseado.
—Padre.. ¿Cómo te fue en el trabajo— insegura se arriesgó a dirigirle la palabra, desde la muerte de su madre su relación fue cuesta abajo.
Ensimismado, se negó a responder,. Balbuceaba una y otra vez palabras que carecían de coherencia alguna y eso verdaderamente preocupaba a _______________. Beelzebub en cambio sabía a que se debía tal comportamiento, pero no pensaba mover un dedo para ayudarlo.
Fue él quien se condenó asimismo, aún sabiendo los riesgos que conllevaba invocar a un ser como él.
Incorporándose de la silla subió a su habitación sin decir una palabra, dejando a la chica con lágrimas en los ojos.
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Sus ojos carmesí brillaban con intensidad en medio de la calurosa noche. La pequeña recámara era iluminada por los rayos de luna que se adentraban a través del cristal de la ventana, pero aún sin nada de iluminación, él era perfectamente capaz de ver en la oscuridad. Se sentó en su colchón, observando a la chica que descansaba plácidamente sobre su cama.
Por temas de trabajo, el padre de _______________ abandonó el pueblo temporalmente, fue entonces que la castaña le suplicó a Beelzebub si podía quedarse con ella para no permanecer sola durante la ausencia de su padre. Él no se negó, después de todo no existía nada que lo retuviera en su hogar temporal.
Revolvió su cabello con aparente frustración, esforzarse en conciliar el sueño cuando no lo necesitaba le resultaba un verdadero fastidio y podía jurar que todavía faltaba mucho para el amanecer. Posó su mirada en ______________, quien profundamente dormida no se veía afectada por las altas temperaturas del verano.
Consideró que tal vez era el momento perfecto para marcharse y de paso llevársela. Sin nadie alrededor y con el sueño pesado de la castaña sería pan comido regresar al inframundo con un alma nueva.
Se puso de píe cauteloso, acercándose hacia donde ella descansaba. Su mano se prolongó directo al rostro femenino, en el cual depositó pequeños golpes.
No hubo respuestas.
______________ se quejó en sueños, cambiando a una posición más cómoda. Parecía estár teniendo alguna clase de sueño, pero Beelzebub eludió ese hecho optando por acercarse peligrosamente al rostro de la contraria, analizándolo por unos segundos.
Su respiración era pausada y tranquila, siendo eso buena señal. Llevó su mano al bolsillo de su pantalón, donde una jeringa se encontraba oculta por la tela, no obstante, cuando se disponía a inyectarle en el cuello de la chica, los ojos de ésta se abrieron.
Él guardó la calma, sin tomar distancia de ella.
—¿Qué estás haciendo?— cuestionó adormilada, el cabello azabache de Beelzebub cubrió parte de su rostro, impidiendo tener una clara visión de él.
—Estabas hablando dormida..— respondió casi en un susurro, escondiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón —quería ver si estabas bien— Sus ojos resplandecieron entre los espacios que su cabello dejaba.
_______________ desvió su mirada, como si quisiera evitar la conversación.
—Beelzebub..—mencionó, pero él aludido se mantuvo inexpresivo —es una tontería, por un momento creí que tú eras..él— confesó sentándose en el borde de la cama.
Temía por la reacción de su amigo, creyendo que tal declaración acabara por molestarle.
Que equivocada estaba.
El azabache formuló una casta sonrisa que fue acompañada por una risa.
—¿Te refieres a un demonio? En serio tienes mucha imaginación— expresó afable, pero en el fondo en verdad estaba iracundo —sabía que tarde o temprano esto pasaría, la gente tiende a compararme con muchos seres sobrenaturales— confuso condujo su mano hasta el área de su nuca, rascándola con moderación.
—Lo lam...—no fue capaz de terminar su frase cuando la fuerte mano del chico rodeó su cuello con una fuerza sobrehumana.
El aire comenzaba a faltarle y el pánico estaba asaltando su cuerpo. Nunca llegó a esperar esa acción por parte de Beel, quien entre la espesa penumbra comenzaba a revelar su verdadera forma.
Dos colmillos relucieron a la vista, incitándola a liberar un grito de espanto. Tenía razón, en verdad tenía razón sobre él. No era humano, nunca lo fue, y ella se negó a creerlo a pesar de que su instinto le decía otra cosa.
El rostro de aquel ser demoníaco estaba a unos centímetros del suyo, maldad fue lo que contempló en esos ojos que tanto le atraían. Se sentía estúpida por haber caído en su trampa, por no ver lo que en realidad tenía frente a sus narices.
—______________ despierta ya—
Despertó sobresaltada y con el pulso acelerado, frente a ella Beel la observaba con una mirada de preocupación mientras que en sus manos cargaba con la bandeja que contenía el desayuno.
Un sueño, solo fue un sueño. Uno que se sintió tan real como la vida misma.
A ese ritmo acabaría por volverse una completa maniática.
—¿Te encuentras bien? Te llamé varias veces pero parecías estár teniendo pesadillas... — murmuró dejando la bandeja sobre el regazo de la castaña, posicionando una de sus manos en la frente de ella — no tienes fiebre, sería preocupante que la tuvieras con este calor— se alejó con simpleza, recogiendo y tendiendo en el balcón el colchón que utilizó para dormir esa noche.
El miedo retenía su voz. Asustada y confundida, se limitó a decender su mirada a la bandeja que contenía algunas frutas frescas.
—Yo..no tengo hambre—
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