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"Mi ángel de la muerte llevaba ojos de cielo"—
En antaño, Beelzebub formaba parte de la orden de los querubines, aliados a Lucifer. Al ser expulsado se le otorgó la representación del pecado capital "la gula" quien comanda a sesenta y seis legiones formadas por demonios.
Al ser uno de los tres grandes, sus lujos en el infierno nunca le carecían, todo lo que el deseara lo tenía.
Millones de pactos se le atribuyeron, el fue el encargado de darles lo que deseaban a cada mortal que caía en la tentación anhelando fama, dinero, poder, amor. El les concedería todo eso a cambio de su alma, el demonio era engañoso, un ente muy astuto.
Por supuesto que el podía negarse a presentarse, muchas veces lo hizo pues el selectivamente los elegía.
"Amor" esa palabra le resultaba totalmente interesante, no porque lo sintiese, sino por la manera en que los humanos recurrían a el para pedir tal deseo. Los mortales sin duda eran seres estúpidos, era en la desesperación que acudían a el, ese momento tan frágil que no les permitía pensar de manera racional las cosas haciéndolos caer en tal provocación.
Al transcurrir los siglos su paradero allí comenzó a tornarse aburrido, siempre era la misma rutina. Torturas, pactos que cumplir etc. Nada que llamase su atención sucedía en el transcurso de sus días y es que la inmortalidad podía llegar a ser aburrida.
Un día como cualquier sucedió, alguien había realizado un ritual buscando su "amparo", este aceptó pues no tenía nada más interesante que hacer por esos lados.
Se presentó al lugar, una neblina oscura lo cubría por completo y a través de esta se lograba presenciar como sus ojos rojos brillaban candentes dándole un aspecto aterrador.
El hombre que realizó el llamado se estremeció en su lugar correspondiente, su rostro palideció hasta tornarse tan blanco como un papél, sus manos las cuales le servían de apoyo temblaban sin cesar y el sudor caía de su frente como si de lluvia se tratase.
Ya no había vuelta atrás, debía acabar con eso de una vez por todas.
—¿Por qué has acudido a mi?— Su voz era distorsionada y espectral, esta resonó en cada rincón de ese oscura habitación la cual era tenuemente iluminada por dos velas.
Esa voz mezclada con un poco de latín antiguo trajo consigo una ráfaga de viento que sopló dentro del sitio, el viejo candelabro cayó al suelo, la puerta se cerró abruptamente, los cristales de las ventanas estallaron al mismo tiempo ocasionando un estruendo masivo y aquellas fuentes de iluminación se apagaron por completo.
Lo único que se lograba divisar eran esos penetrantes ojos rojos, brillando en la oscuridad de la noche, ojos que podrian adentrarse hasta el alma misma.
Beelzebub disfrutaba asustarlos y presumir su poder, más una chispa de curiosidad desprendió de el al ver a ese sujeto temblando despavorido.
Era poco inusual ver a ese tipo de personas, los que solicitaban su "ayuda" se presentaban cegados por su codicia y sus objetivos eran claros, parecía que sus temores se disipavan, sin titubear al momento de su manifestación, más ese hombre era un caso distinto.
—M..mi señor— Tragó saliva, su voz se quebraba ante el miedo —Gracias por acudir a mi llamado— Reverenció de rodillas, una malévola sonrisa se enzanchó en los labios de Beelzebub mostrando sus filosos colmillos —Yo..necesito de su ayuda, le daré lo que sea— Suplicó elevando sus ojos verdes para centrarnos en esos color sangre que generaban un escalofrió en cada parte de su cuerpo.
Beelzebub rió y la niebla se dispersó, mostrando su silueta por completo. Tal acción era muy inusual en el, pocas personas llegaron a conocer su verdadera forma.
Las velas se encendieron una vez más y sus llamas iluminaron el rostro del demonio, sorprendiendo al humano que no se esperaba para nada esa apariencia.
—Te escucho— Está vez su entonación se desprendía de manera suave, pero socarrona.
De ella ya no se emitía esa resonancia que minutos antes se logró presenciar, era completamente normal.
El sujeto tragó saliva y todavía en un estado de tensión prosiguió con su petición.
—Mi esposa es estéril, el medico me lo ha informado hace una semana, sin embargo ella no conoce de esto aún— Cerró sus puños con fuerza, reteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos —No quiero arruinar sus esperanzas, de verdad anhelamos tener un hijo, es por eso que acudí a usted— Levantó su mirada para verlo directamente a los ojos.
Beelzebub no podía creer lo que oía, ese humano ¿de todas las cosas posibles que podría desear, le estaba pidiendo que su esposa lograra embarazarse?. Sin duda las cosas se estaban poniendo interesantes.
—Me niego— Respondió con simpleza, sobresaltando al humano —Tu alma no es de mi interés, es débil— Se cruzó de brazos desviando su mirada —Aunque... —Una idea se le presentó —puede que lleguemos a un acuerdo— Su sonrisa se enzanchó y sus ojos se posaron en el hombre que residía en el suelo —El alma de tu hija, me pertenecerá a mi luego de su muerte, después de todo yo seré su creador— Su tono era malicioso, típico en el.
Eso manifestó el terror de ese aldeano desamparado, ¿entregar el alma de su pequeña hija y la suya?.
Los demonios eran seres con una maldad tan negra como los abismos infernales, jamás debió acudir a este método en primer lugar.
Sin embargo no quería ver a su esposa en un constante sufrimiento, quería verla feliz.
Lo reflexionó durante unos segundos, hasta que finalmente llegó a un acuerdo.
—Acepto—
El transcurso del viaje fue silencioso, ______ mantenía su mirada hacia el frente mediante caminaba por las calles de tierra del pueblo en el que nació. Sentía las constantes miradas sobre ella y sabía a que se debía tanta curiosidad de repente, Beel.
El chico la seguía con una sonrisa pintada en sus labios, parte de su cabello cubría su ojo derecho por completo, más esto no abstendría al azabache de observar detalladamente el lugar en el que comenzaría a vivir.
No le sorprendía nada lo que veía, mujeres barriendo la entrada de sus hogares con una escoba hecha a mano, carretas que pasaban de un lado a otro tiradas por diferentes caballos, niños que se interponían en el camino con sus incesantes risas y juegos infantiles.
Era un pueblo como cualquier otro y Beelzebub lo sabía desde el día en que decidió abandonar el infierno.
______ detuvo su andar y Beelzebub copió su acción, una sensación desagradable envolvió al demonio cuando divisó la iglesia frente a el.
Su aura era la más desagradable de todas y la cruz que la antedicha tenía como símbolo lo estremeció.
—Mi padre saldrá de la iglesia en unos minutos, espero no te importe esperar— La castaña oscura posó sus ojos sobre el, con esa seriedad propia en ella.
Pero claro que le molestaba, sin embargo debía soportar la amarga sensación.
—No te preocupes, me vendría bien conocer la iglesia— Sonrió fingiendo que eso no tenia una gran significación a lo cual ______ asintió para así adentrarse hacia el sitio seguida de Beelzebub.
La gente poco a poco acababa sus oraciones y plegarias para ir marchándose, al mismo tiempo varios se despedían de sus conocidos, Beelzebub se mantenía serio y con sus manos resguardadas en los bolsillos de su pantalón.
Me dan tanto asco.
Pensó para si mismo, una voz ocasionó que el hombre fijase su mirada en esta encontrándose así con el padre de _____, el sujeto que acudió a el en primer lugar.
Los ojos verdes del mayor se abrieron por la sorpresa y la preocupación cuando divisó a ese ser junto a su hija, observándolo con aquellos ojos y sonrisa que jamás podría borrar de su mente.
Palideció cuando este comenzó a acercarse en compañía de la femenina, trató de mantener su compostura y no demostrar nerviosismo ante el, pero era en vano.
—Papá, ¿estás bien?— Preocupada _____ notó como su progenitor actuaba de una manera extraña, el castaño negó simulando que todo estaba en orden —Uh está bien, decidí pasar por ti y por cierto el es Beel— Señaló al ente junto a ella —Es nuevo en el pueblo, supongo has oído de el— Le echó un fugaz vistazo de reojos sin mucho interés.
Beelzebub se acercó hacia el hombre y justo cuando esté temía lo peor, el demonio estrechó su fría mano con la del contrario en modo de saludo.
—Es un placer conocerlo señor— Una fingida pero bien actuada inocencia prevalecía en su rostro.
Sin duda el gran señor de las tinieblas era un gran actor.
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