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"En la demonología cristiana, Beelzebub a menudo se representa como un demonio de alto rango que es responsable de tentar a las personas a cometer pecados, particularmente los pecados de la carne. Se dice que tiene el poder de controlar y manipular insectos, particularmente moscas, y a menudo se le asocia con enfermedades y pestilencias..."
Su lectura se vió interrumpida abruptamente por la llegada de un rayo inesperado, que iluminó la habitación con su luz cegadora por una fracción de segundo. ___________ dió un salto en su lugar, deteniendo momentáneamente su actividad para recuperarse del susto. Su corazón latía con fuerza, amenazando con salirse de su pecho.
Con un suspiro desalentador, cerró el libro que descansaba sobre sus piernas y lo ocultó bajo la cama. Una vez más, sus esfuerzos por encontrar respuestas resultaron infructuosos.
Y todo llegaba a la conclusión de que realmente se estaba volviendo loca.
Frotó sus ojos, cansados por todas las horas de divagación entre páginas que al final no le brindaron nada de provecho.
Se sentó en el suelo, recargando su espalda en el borde de la cama que le servía como respaldo. Cerró los ojos por un momento, deseando evadirse de la realidad aunque sólo fuera por unos instantes. Su mente vagó sin rumbo y entonces, inconcientemente, invocó en sus pensamientos la imagen de cierto azabache de ojos rojos.
Con movimientos suaves como el ala de una mariposa, él deslizó sus dedos suavemente por su faz, trazando círculos sobre su piel, mientras ella suspiraba inmersa en el dulce engaño de su propio sueño.
Su corazón se crispó al compás de su tacto, que prosiguió descendiendo por su cuello delicado. Ella suspiró hondo, mientras su grácil figura se estremeció sutilmente bajo aquella caricia fantasmal.
Los truenos retumbaban afuera, envolviéndolos a ambos en una burbuja intangible donde de pronto la lluvia torrencial se tornó un murmullo. Él se inclinó lentamente sobre su rostro que elevó con ojos aún sellados. Pero en un abrir y cerrar de ojos, la ilusión de la silueta de su amigo se desdibujó, transformándose en la figura indeseada de aquel hombre que casi había desgarrado su alma con su toque lascivo tiempo atrás.
El padre Arón.
Alarmada, la muchacha abrió sus ojos y se incorporó de un salto. La tormenta continúaba allá afuera pero dentro de sí, algo había cambiado. Miró hacia la ventana, percibiendo en ella el reflejo borroso de su rostro confundido.
—¿Por qué lo imaginé?— se preguntó a sí misma, sin una respuesta clara —Debo estár cansada— murmuró, buscando una excusa para lo que sucedió en su mente.
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Beelzebub se sujetaba del tejado inclinado mientras firmes gotas de lluvia se estrellaban sobre él. La madera crujía bajo sus pies al colocar láminas nuevas para sellar las goteras.
—Belfegor, pásame el martillo— habló en un tono alto para hacerse escuchar sobre el rugir del aguacero.
—¿Qué? ¿qué martillo?— el demonio de la pereza se removió en el sofá, murmurando somnoliento.
—El martillo que tienes a tu lado— insistió Beelzebub con el ceño fruncido. Estaba claro que pedirle algo a ese sujeto era en vano —el granizo va a traspasar el techo si no lo arreglo ahora—
Belfegor bufó con fastidio, estiró el brazo y le lanzó el martillo. Beelzebub lo atrapó hábilmente, continuando con su trabajo.
La tormenta continuó azotando la casa mientras Beelzebub prosiguió soldando el techo, con la ayuda ocasional y poco entusiasta de Belfegor. Cuando terminó su tarea, desciendió empapado, pero satisfecho de haber salvado la vieja cabaña del temporal.
—A veces no entiendo como puedes tener tantos oficios— Belfegor bostezó, sin mostrarse impresionado por las habilidades del azabache —Como sea, buen trabAAAA— antes de que pudiera volver a sumergirse en el sueño, sintió cómo su compañero arrojaba el sofá con violencia hacia atrás, provocando que el joven cayera abruptamente al suelo. La indignación lo invadió de inmediato, y su voz se elevó con furia —¡¿Cuál es tu maldito problema?!— increpó al azabache con un tono hostil y grosero que reflejaba la ira que ardía en su interior.
Beelzebub se encogió de hombros, terminando de secar sus cabellos.
—Ya que has estado invadiendo mi propiedad, tú vas a limpiar— Belfegor abrió la boca con el fin de protestar, pero fue interrumpido de inmediato por Beelzebub, quien profirió una amenaza severa —Si no lo haces, a nuestra vuelta al inframundo, le informaré a Hades todo lo que has estado haciendo a sus espaldas— el tono autoritario del demonio hizo que Belfegor se sintiera acorralado, sin opción a réplicar.
El cuerpo entero de Belfegor se estremeció con tan sólo oír aquel nombre que tanto pavor le generaba. Asintió en silencio, incorporándose y corriendo en busca de las cosas de limpieza.
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—Tú y ese chico son...— el rostro de la femenina se tornó lívido al comprender lo que su padre trataba de insinuar sutilmente.
Un torrente sonoro demolió aquel denso silencio. __________ descendió la mirada, con las palabras atascadas en su garganta. La pregunta la había tomado por sorpresa.
Tragó saliva, algunos mechones de cabello se adherían a su cuello y frente por el sudor que los nervios comenzaban a ocasionar. Sus dedos se entrelazaban crispándose, mientras ella se esforzaba por darle una respuesta al mayor.
—No...claro que no —murmuró finalmente. Pronto el calor ascendió por sus mejillas, tornándolas tan rojas como tomates.
Sus pensamientos se agolpaban en su mente, en una confusa maraña de sentimientos y emociones que no podía descifrar. Desde su llegada al pueblo, Beel había sido su único confidente, su amigo fiel e incondicional. Pero en todo ese tiempo, jamás había sido capaz de mirarlo con otros ojos, de reconocer la verdadera naturaleza de sus sentimientos hacia él.
Mientras su padre esperaba pacientemente una respuesta, ella luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Con los múltiples y trágicos acontecimientos que habían sucedido, no había tenido tiempo para reflexionar sobre sus verdaderos sentimientos hacia Beel. Finalmente, con un tono de voz dubitativo, logró articular una respuesta.
—Beel es... un buen amigo. Nada más— su atención fue a parar sobre el cristal de la ventana, observando embelesada la lluvia torrencial que se desencadenaba fuera.
—Bien, es mejor así...—Un brillo de alivio se reflejó en los ojos de su padre, que asintió con expresión pensativa —los demonios caminan libres por la tierra...— su última frase la hizo sentir desconcertada e insegura. Pero antes de que pudiera preguntarle más, alguien llamó a la puerta.
—¿Beel?— sus ojos se abrieron, incrédulos al verlo empapado por la lluvia que azotaba el pueblo tan pronto abrió la puerta —¿Estás loco? ¡Vas a resfriarte!— A pesar de sus protestas, lo hizo pasar y lo ayudó a secarse, preocupada por su salud—Por el amor de dios Beel, ¿acaso quieres qué te caiga un rayo?— regañó. Para nada le divertía saber que el chico estaba expuesto a los peligros de la tormenta.
Beelzebub mordió su labio, prefiriendo ignorar la pregunta. Por otro lado, el señor Birdwhistle desvió su mirada, incómodo. La presencia de aquel ser le estremecía incluso los huesos.
En silencio se levantó de su silla, desapareciendo escaleras arriba.
—Actúas como mi madre— Beelzebub suavizó el tenso ambiente, llevándose una severa mirada de la femenina que terminaba de secar sus cabellos.
—No, solo soy una amiga preocupada por tu salud— corrigió seriamente.
Mientras ____________ se alejaba para buscar ropa seca, Beelzebub se quedó allí, en medio de la habitación, con una extraña sensación en el pecho. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se habían conocido? ¿Cuánto tiempo habían sido amigos?
Amiga...
Amigos...
¿Cuánto había pasado ya de eso?
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Mientras estaba en su habitación, guardando algunas de sus prendas en el viejo armario de madera, fue cuando de repente escuchó la voz de Beelzebub en la sala de estár. Curiosa por saber lo que estaba sucediendo, dejó su tarea a un lado y salió de allí.
Al llegar, vió a Beelzebub y a su padre hablando en voz baja, con una expresión seria en sus rostros. Ella se sintió un poco incómoda al verlos, por ende, trató de ocultar su curiosidad.
—¿De qué están hablando?— preguntó, aparentando naturalidad.
Beelzebub se giró hacia ella con una sonrisa amistosa, mientras que su padre tensaba sus músculos con su pregunta.
—Solo le decía a tu padre que no tiene nada de que preocuparse cuando se ausenta. Yo soy quien cuida de tí en ese tiempo— explicó el azabache y con aparente amabilidad, llevó su mano al hombro del contrario —¿no es así señor Birdwhistle?— el aludido asintió sin moverse de su sitio, sudando frío.
La chica se sintió un poco decepcionada al escuchar esa respuesta evasiva. Por alguna razón, algo le decía que Beel y su padre estaban ocultándole algo importante, pero no sabía cómo sacarles la verdad.
—Uh...de acuerdo— no muy convencida, decidió no indagar más en el asunto —ahora que paró de llover, iré al mercado— avisó caminando hacia la puerta.
—Iré contigo— Beelzebub la siguió desde atrás, no sin antes obsequiarle una macabra, pero disimulada sonrisa al padre de la chica.
El Señor Birdwhistle tragó saliva con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Sabía que no faltaba mucho para perder a su hija.
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